Relocalización de la 26

Page 1





PRESENTACIĂ“N Ga. Lic tempe ape perferc hicium remporro blabore nobitat urepudi gnihil moluptam qui tessit ipsaperchil ex et, suntion eium vendici enduci dolupta dolorectium rem exped estionsequis apedignimet quiasperum quatur, imus. Minctat atenessit reiumquam aut qui nos que consequia simusap ediones doles rernam quam con est, cum quosaped qui cus, cuscipi enist, eaque voluptatur as et ex et fugiti ra vent quaecuptate et aut hiciur repedi blaboribus pa voluptaspiet que es autemquosant adistiis ne magnis exceprae venihilla voles si quam doluptati doluptatum quibus minctint, tem est, nemporr undaest quamusam alignih illenih illaborum sum viducita paribus di dolum eiusdae moles et eaque pelit elit magnatusant. Maximpos que earum aperionet eossimilla diorest ea pa sus. Iberiatur? Eratem antiassuntis cum id quam aliberro cus, simentur simus destio quas esed quas ipit explia dolorro quiberion pore corerumquae moluptae corrovit abor si dolutem eations ectiate non consequatem ut aut velit iumquate re nistem venturio quos mi, utem que dolectis re, conecus im nit ma atempor erunti blacereste pa ipic to mollatur, si nimporem suntur? Gent facidest unt que debitiasita sed eos ut quam, tem doles expe si omnis nonsequo moditis atem. Pid et quuntum re nos et expliquatio mollist, asitasi nctemquides autectur accae. Eliamus res ea quiatur? Iquia dis ulluptas il inullaut re estrum, cum dolore aut mo cumquiatio. Feratatur, iniminum cuptam everchitatur maioriam res dolenti onsequi duciis ad ut mil ilitatur? Qui tem etur sam, quidisquunt volore, coria sent. Minimiliquae nus re prempos aceri testibusam que core, estibusdae nimaio. To est, voloreped quaepe ommolore mos veliquia non conseque pligenis videllabor molore voluptae pra si ari corenimusa qui rectem etur alitae peri secatae atio blacil ipsus et faccuptas doluptur, unt lam, ium nonesti quiae nullicab idem et as et dolutem am est volenis totatio. Gendipsame plaborum ad molendit, voluptaquae. Ut esequodis et volum quibusam is rendand itiur? Hicius. Apeliqui consequ idestiaepta ipsus doluptam volorentis rem. Evelic tectatus. Abo. Et re nullor reperciur alit que diatece aturibus reium sequod quatur? Nam, endunt ere numqui con pratus magnat ut verchit ab iumque acere culpa sedion conesequi que as debitas estias dolecum ut quaspitae. Il eumet am faccusdam, si resedia qui nume volo comnist ut la comnis aliae excea nobis eos utaest esentiur aut il inis dita dis dipsaesero con rem ut verenem posament labore, sunto qui derchilita cori natur ma voluptatur aut alibus, quaspedignim verumqui atur serepe molest aut ut pratatem quat. tium, quia vere, core comnistis de experore venda vellum quoditi amustiatur sinis imus dolorepta velicit veles doluptatur re niminumqui offici doluptate audi volumqui ne reptia nis dolu



TITULO DEL PROYECTO

FotografĂ­as de Gian Paolo Minelli / Textos de Leonardo Sabbatella 2017 - 2018











En el barrio esperan el río, los perros, las deudas, los hermanos, los diarios

y las pastillas para dormir. Esperan el benteveo, las chapas, la máquina de coser, el violeta del cielo, las antenas y el pan. Esperan el otoño, las piezas sin ventanas, la cumbia, los santos y los muertos. Esperan la ropa colgada secándose en una soga, los cigarrillos, los gritos, las botellas y la estufa eléctrica. Esperan las polillas, tu nombre escrito en una pared, el abrazo, el café caliente, la luz, los labios, el humo y la madera. Esperan el olor de la comida recién preparada, el encierro, los hijos, el martillo, las ojeras y el jazmín. Esperan las lluvias, el niño que fuiste, las muñecas, el carbón y la vida empezando una y otra vez.




Cuando entramos a su casa, Pocha nos dice “pensé que no iban a venir”.

Y recuerdo que una semana antes Raquel nos había hecho un comentario idéntico al llegar. Pocha tiene en su casa montado un pequeño almacén. Va y viene, conversa con nosotros mientras atiende. La conversación se torna animada y divertida. Después llegan otras personas y se suman a la charla. Miriam, que cuenta que tiene asma. Karina, que hace chistes todo el tiempo. Y la hija de Pocha, Karen, que llega con su propia hija. Las enfermedades ocupan buena parte de la conversación inicial. Problemas por la humedad. Dolores en los huesos. Chagas. Y otras aflicciones imponen condiciones en la forma de vida de los habitantes del barrio. Hablamos sobre el lugar nuevo al que van a ir a vivir. La expectativa por irse es enorme. Quieren mudarse cuanto antes. Parece imposible (e innecesario) hablar de otro tema. La familia de Pocha nos recibe en una casa que no es su casa. Antes tenían una vivienda propia en otra zona del barrio, una casa amplia en un terreno que habían comprado hace más de 20 años. Pocha y Robert junto a su hija de un año se mudaron al barrio un día de lluvia. Cuando volvía de trabajar, Robert levantaba las paredes de su casa que era de madera. “Y así nos fuimos quedando. Hicimos una casa grande y hermosa”, recuerda Robert. Una casa que habían construido de a poco. Una casa que la grúa no podía terminar de tirar de lo fuerte que era. Para que el camino de la ribera avanzara esa casa tenía que ser de las primeras en demolerse. Mudaron a la familia de Pocha a otra vivienda del barrio hasta que estuviera listo el lugar donde se mudarían de forma definitiva. Pocha nos recibe en una casa que no es de ella. Una casa en la que vive pero que no es la que ella levantó. Nos recibe en una casa provisoria, en una vida provisoria. Robert es un hombre noble y cercano, trabaja de camionero, y estudia electricidad del automóvil, “para no quedarme atrás”, explica. Y agrega: “los camiones ahora vienen todos eléctricos, antes te bajabas con un alambre y una tenaza y lo arreglabas, ahora ya no se puede”. Es de Salto, Uruguay. Robert es alguien divertido y generoso, las veces que hablamos nos invitó a comer un asado o a compartir una cerveza. En cierta forma, nos hace parte del barrio. Como si supiera, quizás inconscientemente, que quienes escriban y retraten el barrio son, de un modo extraño, parte de la misma comunidad. Durante la conversación las mujeres cuentan que en el barrio nuevo están juntando firmas para que no se muden, no los quieren como vecinos. Están furiosas y tienen razón. Hago un chiste tonto, les digo que ellos tendrían que juntar firmas contra la junta de firmas. Se ríen y hacen más chistes, se entusiasman. Una de las mujeres dice “ahora nos discriminan porque vivimos en una villa y después nos van a discriminar por venir de una villa pero nunca nos van a valorar por lo que somos y lo que hacemos”. La conversación se centra ahora sobre los orígenes. Dice Pocha: “uno no tiene que olvidarse de donde viene porque si no, ¿qué es uno?”. Hablamos sobre las personas que niegan sus orígenes, cambian su pasado adrede o reniegan del linaje familiar. Hablamos también sobre cómo ciertas presiones sociales hacen que algunas personas decidan negar ese pasado o, al menos callarlo, para poder ser aceptadas. Otra vez Pocha: “es triste una persona sin historia”.







“Soy Mario Nievas y mi mamá es la que fundó el barrio, fue la primera

en venir”. Me dice un hombre mientras me aprieta la mano. Enseguida me interesa su historia, quiero saber más. Le pregunto si la casa en la que vivió la madre, esa primera casa del barrio, aun existe. Me dice que de la casa queda solo “esto” y hace un gesto con la mano como el que calcula la altura de un niño que mide un metro. No entiendo, ¿cómo puede quedar eso de una casa? Me pregunta si quiero verla y le digo que sí, que me interesa. Vamos hasta la casa de Mario. Su terreno es una especie de complejo familiar precario. Dentro del terreno tiene varias pequeñas casitas, todas petizas, levantadas con ladrillos y techos de chapas, algunas tienen unas membranas encima. Ahí viven sus hijos y nietos. Nos lleva al fondo y vemos una montaña de chapas y maderas. Me dice, esto era la casa de mi mamá, al ser de madera se fue hundiendo en la tierra. Se trata de una especie de casa erosionada por el tiempo y a medio tragar por la tierra. Quizás sea el fósil más antiguo del bario, el lugar donde todo empezó. La primera casa. El nombre de la madre: Rosa Saavedra. Las casas desde entonces no parecieron haberse modificado mucho en su forma de levantarse. Mario empieza a señalarme otras casas y me dice “ahí vive mi sobrino, ahí vive mi hermana, ahí mi otra sobrina”. Es un barrio que creció como crece una familia, de forma despareja, incontrolable y aleatoria.





Que alguien se mude no quiere decir que se vaya. Que un barrio cambie

de lugar o se divida en tres barrios, como pasa con Villa 26, no quiere decir que deja de existir. Cada habitante se lleva consigo mismo una parte del barrio. Podría pensarse que después de la relocalización, Villa 26 se convierte en un rompecabezas dispersado por la ciudad. Un desplazamiento siempre implica una transformación y, al mismo tiempo, una afirmación sobre la propia historia; un recuento de la trayectoria vivida. De pronto, la relocalización de un barrio genera una pregunta por la identidad, por la memoria y por las formas de habitar la ciudad. Una comunidad se ve convulsionada. Los movimientos no son los mismos de siempre en el barrio, de hecho son los movimientos últimos del barrio porque será demolido. ¿Qué barrio o qué versión del barrio conocemos? Una final que contiene todas sus versiones previas, como si se tratara de mapas superpuestos o un mapa mil veces corregido, modificado, tachado, vuelto a trazar.








Los paisajes a menudo guardan los traumas que se producen entre la geogra-

fía y sus habitantes. Los traumas del Riachuelo parecen estar anudados, tratarse de un encadenamiento de situaciones sociales. Las personas que viven precariamente en la Villa 26 al borde del Riachuelo a menudo sufren problemas de salud a causa de la condición del río. De hecho, una resolución judicial ordenó hace unos años relocalizar a todas las familias que viven a menos de treinta metros del Riachuelo. A causa de esta resolución, avanza al costado del río el camino de la ribera (su nombre correcto es el Camino de Sirga) reconociendo el derecho a una vivienda digna por parte de las familias que habitan los márgenes.







Villa 26 no es solamente un barrio que creció al margen del Riachuelo sino

que es, por sobre todo, un ecosistema de vida. La zona en la cual un grupo de hombres y mujeres se hicieron un lugar propio. Ante la demolición del barrio contar su historia parece algo inútil, burocrático. Aunque desaparezcan las casas, Villa 26 seguirá existiendo en las impresiones de sus habitantes, en los testimonios que ponen en crisis los lugares comunes de la experiencia urbana, en la red de relatos pequeños y contradictorios que sostienen a un barrio, en las formaciones discursivas, en una serie de sonidos que lo recuerden y en las secuencias de imágenes que lo hacen posible. Seguirá existiendo en la forma que adopta en la memoria íntima de cada







Entramos

a la casa de una mujer que vive en Manzana 4, una especie de sub-zona del barrio que quedó aislada del sector de mayor densidad habitacional. La mujer se llama Raquel. A la casa se entra por la pieza que funciona como taller textil. Ahí tiene cuatro máquinas en las que trabaja cosiendo ropa. Cuando llegamos estaba trabajando en unos pantalones cortos para un equipo de futbol infantil. También está la hija, Zahira, es joven y extremadamente flaca. A los pocos minutos cuenta que tiene esclerosis. Raquel habla tranquila: “tenemos expectativa por irnos”. Y continúa un momento después con una descripción física de qué significa habitar ese lugar: “viviendo acá siempre te duelen los huesos”. Raquel no es una vecina más que pasa desapercibida. Es una referente, se hace cargo de resolver temas colectivos. Lleva 25 años en el barrio, conoce a todos y conoce también cómo hacer que las cosas funcionen (desde el tendido eléctrico hasta las relaciones de vecindad). Raquel dice “yo participaría de la demolición”. Parece querer irse ya mismo, cuanto antes. Al mismo tiempo, como es esperable aparece cierta nostalgia. Hay una idea que se repite: una casa no es un lugar físico o geográfico, no es una arquitectura sino los hechos vividos ahí. Eso es clave tanto para Raquel como para su hija. Las dos se extienden en historias familiares y barriales (crianza, trabajo, carnavales, festejos de fin de año). Raquel hace esporádicas referencias a lo que significa materialmente la casa: “los pisos los puse yo” y donde antes había un patio ella levantó el taller textil. Hay algo de lo que es la casa físicamente, esa casa habitada, esa casa remodelada, mantenida, sostenida por ella que también es parte de una nostalgia. Aunque más no sea la nostalgia sobre un lugar al que no se quiere volver. Raquel cuenta historias de todo tipo sobre el río: suicidios, accidentes, juegos. El rio es el lugar donde todo puede pasar. Mejor dicho, el rio es el lugar que le da rareza o extrañeza a un barrio que podría contar las mismas historias que cualquier otro. Pero ellos tienen un río. Tienen el misterio y el escándalo del río.







Los

objetos tienen la capacidad de crear el lugar donde se encuentran. Una casa no es otra cosa que el espacio que proyecta una serie de pertenecías privadas y cotidianas, el pequeño ajuar que articula una identidad. Cuando se muden, las casas de Villa 26 recrearán su atmósfera a fuerza de hornallas donde se calientan pavas y ollas, mochilas escolares a medio abrir, trofeos deportivos acomodados en lo alto de una repisa, estampitas de santos aquí y allá, floreros y espirales, posters de futbolistas y cantantes como pequeños altares, adornos fabricados por los niños en el colegio, cascos de moto, cinturones y zapatos de trabajo, juegos de mesa y cartas españolas, macetas de plantas tenues, libros y diarios apilados, teléfonos y televisores sonando, platos de comida caliente, cables e instalaciones eléctricas, manteles de hule, cortinas desgastadas, botellas vacías, juguetes desparramados, anteojos de sol y biromes en los bolsillos de los abrigos, cajas de remedios y auriculares, ropa apilada en una silla, panes, bicicletas. El universo íntimo de una casa.









Las fotografías familiares conforman una historia visual del barrio. A menudo

en las casas vemos portarretratos y fotos enmarcadas que no muestran solamente a los habitantes del barrio o el linaje de una familia sino que además, como un plus de sentido involuntario, muestran de fondo la transformación de la zona y las viviendas. Arboles que ya no están, baldíos donde después hubo casas, otras versiones de construcciones que fueron mutando. Y el paso de los años registrado a través de las caras fotografiadas, de hijos que crecen, de personas que dejan de aparecer en las fotos y otras que de pronto irrumpen en la secuencia de imágenes. Puede contarse una vida en pocas escenas, en un puñado de imágenes. Basta un álbum abreviado del barrio para poder ver ahí toda su historia condensada. Su historia de luchas y sufrimientos, de resistencias y desgracias, de felicidad modesta y noble. Aun así, las fotografías que muestran el pasado del barrio parecieran ser piezas fuera del tiempo, no solo de otra época sino de otra geografía. Quizás el efecto del tiempo sea cambiar los lugares, quizás la Villa 26 haya sido más de un barrio a la vez y dependiendo de quien fuera el fotógrafo era el barrio que quedaba retratado.



Un hombre se colgó de un árbol, como después de ese hecho los vecinos

del barrio empezaron a ver la imagen del tipo ahí colgado decidieron talar el árbol, cortarlo casi al ras del suelo. Es el árbol que se encuentra en la entrada del barrio. No vieron más la imagen del tipo colgado.




Más o menos a la mitad del único pasillo que vertebra la villa hay una inte-

rrupción y sale una calle. Ahí se arma un pequeño playón, un punto de encuentro de los chicos y chicas del barrio. Hay motos estacionadas, una pequeña parrilla y un sillón viejo de dos plazas. En ese lugar conozco a Karen, una chica amable e inteligente, de mirada áspera, que habla segura. Es madre de una nena, está cursando a la noche y tiene proyectos para cuando complete los estudios. Karen es crítica y pareciera que no se le escapa nada. No puedo calcular su edad, no me animo a preguntar. Apuesto que tiene menos años de los que aparenta su madurez y convicción.







Hubo

una larga discusión entre familias sobre la adjudicación durante una de las reuniones. La pregunta que de forma implícita trataban de responder era ¿qué significa ser de un lugar? La discusión fue alrededor de si ciertos vecinos eran o no eran del barrio y qué antigüedad tenían. Si esa antigüedad era suficiente para merecer las mejores casas. Si la antigüedad o la pertenencia eran criterios validos. Si se priorizaba el pasado o la estructura del presente. ¿Qué significa ser de un lugar? ¿Es haber nacido ahí? ¿Es tener un pasado compartido? ¿Es sentirse parte aunque no se haya estado? ¿Los recién llegados son de ahí? ¿Cuándo se es de un lugar? ¿Hay algo en común por habitar una misma parcela de tierra? Está claro que en términos estatales la respuesta es simple, burocrática: se establecen criterios, se hace un censo sin anunciar la urbanización (o relocalización) para evitar especulaciones/movimientos/corridas y nada de lo que sucede después del censo suele tener validez. Pero acá la charla que por momentos se tornó elusiva y agresiva refería a otra cosa, refería a quienes componen el barrio y cómo se define esa composición. A menudo en esas circunstancias los argumentos que están a mano son los más conservadores pero una vez que se corre la maleza del sentido común y la chicana entre vecinos queda la idea de que hay algo que une y algo que separa, una situación








Una expresión de la cara a veces basta para conocer a una persona. Karina

se ríe todo el tiempo, pícara, divertida, como si su marca de distinción fuera su forma de reírse a la vez aniñada y amable. Nació en el 71 en Villa 26 y, ahora, 46 años después, abandona el lugar donde ha criado a sus ocho hijos. “Este barrio es todo para mí”, dice de forma sintética, como si midiera las palabras. Desde los momentos felices hasta las situaciones malas, todo para Karina está guardado ahí, en esa parcela de tierra junto al río. “Es muy triste y es muy fuerte salir de acá”, explica poniendo en palabras una sensación, casi física, que comparte la mayoría de los habitantes. Irse es un proceso duro, difícil, contradictorio, repleto de angustias y expectativas, de miedos y esperanzas. Al mismo tiempo, pareciera que nadie se va a ir de ahí. Que pueden pasar a vivir en otras casas, en otros barrios pero que algo de ellos se queda a la vera del río para siempre.





Historia abreviada del río: un tipo quiso cobrar el seguro de su taxi tirando

el auto al rio, otro lo vio desde un puente y lo denunció pensando que estaban matando a alguien con auto y todo (el tipo nunca cobró el seguro). Una mujer se quiso suicidar tirándose al rio pero cuando se está ahogando se arrepiente y empieza a pedir ayuda, la rescata un vecino en bote. Una mujer le dice a la hija que va a ir a nadar al rio un ratito porque hace mucho calor, nunca más vuele, se suicida en el agua. Una pareja llega en auto al barrio discutiendo de tal forma que terminan con el auto adentro del rio.




Una tarde de invierno llego por primera vez al barrio. Veo las casas que

se levantaron apretadas entre un paredón y el río, un barrio que adoptó la forma de pasaje. Primero hay un sector abierto con un árbol viejo y mutilado que a primera vista podría ser uno de los puntos de encuentro del barrio. Ahí nomás está el río, marrón y bajo, como una frontera pero también como un secreto que guarda el pequeño asentamiento. Veo un comedor, algunas casas precarias y un pasillo. Veo un arco de futbol pintado contra el paredón de la fábrica. Pienso un instante en la cantidad de pelotas que fueron a parar al rio y en chicos metiéndose a rescatarlas. Hay un aro de básquet y perros. Siempre hay perros. Dos, cinco, siete. No se sabe de dónde salen y sin embargo ahí están como los centinelas primeros del barrio. Un nene de dos o tres años juega con una pelota de básquet y uno de los perros. El niño apenas puede levantar la pelota. Hay dos hombres que charlan sobre herramientas y cuidan del nene que ríe todo el tiempo.






La ciudad escrita. Villa 26 estaba escrita por todos lados: grafitis, leyendas

de futbol, carteles de locales, precios de alimentos improvisados, anotaciones con marcador, declaraciones de amor, nombres propios y fechas, nomenclatura de las casas y pintadas de todo tipo. Un barrio al que se lo puede conocer leyéndolo. La necesidad de dejar una marca o la estrategia de anunciar algo hacen de las paredes un territorio de escritura, de comunicación, de signos mixtos y múltiples, de referencias básicas, de señalizaciones inconducentes. Había una pared que se convirtió en un palimpsesto, una tras otra capa de escritura hacía indescifrable el sentido literal pero otorgaba otro mejor, el sentido gráfico, el sentido ciego, una forma de decir a partir de la escritura pero que renuncia a la efectividad verbal. Ahí, en esa pared sobre-escrita, quizás pueda condensarse una imagen total y abstracta del barrio.





Cuando Claudio me abre la puerta me doy cuenta que ya lo conozco, solo

que no sabía su nombre. Claudio habla de forma sintética, no se va por las ramas ni da grandes explicaciones. Más bien condensa el sentido en frases breves que parecieran mutiladas, como si les faltara una parte que le toca completar a su interlocutor. Claudio tiene 44 años, vive en el barrio desde los 8 años. Vino desde Misiones donde nació. Me dice que tengo que conocer las cataratas, “ahí te das cuenta que somos moléculas en el universo”, me dice moviendo las manos. Me cuenta algunas imágenes y anécdotas sueltas, discontinuadas del barrio. Años atrás había un muelle de quebracho en el barrio, ahí jugaban los chicos. Claudio remaba en el rio, un día lo ve un profesor del Club Regatas y se lo lleva para competir. Claudio remaba en una balsa improvisada que había construido con otros pibes del barrio. Entre el 85 y 89 hizo canotaje. La casa de Claudio está llena de trofeos por todos lados, pero no son suyos, son de los hijos, todos ganados jugando al futbol. Su casa, me dice, mide 150 metros cuadrados (son dos plantas) y se muda a una de menos de 80 mts2. Está regalando, tirando y guardando en casas de otros buena parte de las cosas que ya no tendrán lugar en la casa nueva. Me muestra el cementerio de bicicletas, un rincón con fierros apilados y oxidados en donde se pueden identificar, cuadros, manubrios y ruedas, todo superpuesto como si se tratara de una instalación de un artista contemporáneo. Después me habla del “karma” de ser villero. Me dice que por vivir ahí sufrió estigmatización, discriminación y exclusión. Un silencio y después agrega “ahora vamos a pasar de ser villeros a ser ciudadanos”. Otra vez la idea sobre el ser, la relación con los otros (la mirada de los otros) y el lugar de pertenencia como parte clave en la identidad. A Claudio le gusta mucho hablar sobre los medios de comunicación, saca el tema varias veces, lo relaciona con la villa. Habla sobre las formas en que los medios mencionan a los barrios como el suyo, que siempre usan el término “villa” y además lo hacen de forma peyorativa, cuando algo es malo sucedió en una “villa”, dice. Y contrapone otras formas de denominar al barrio que muy pocos medios usan como “barrio carenciado”, “barrio en situación de riesgo”. Claudio no quiere que el significante villa o villero tenga otro significado sino que quiere hacer explotar ese concepto y ser llamado, identificado, con otra palabra (barrio, ciudadano). Como si hubiera entendido a la perfección que dar la lucha por el significado de villa o villero no hiciera más que afirmar su condición de subalterno y excluido mientras que pelear por las otras denominaciones podría implicar un grado de integración, inclusión y quizás fortalecimiento. Claudio me cuenta que su casa está construida por él mismo con partes que consiguió en lugares donde venden los restos que rescatan de las demoliciones. Me señala una puerta, la que da al riachuelo, sí, es una puerta que da a la nada, al río, y me dice que era de una penitenciaría. Después me cuenta sobre una pileta y otra puerta que compro en situaciones similares. Es una casa hecha de otras casas y construcciones. Claudio trabaja desde muy joven relacionado a la venta de diarios y revistas, me dice “tengo tinta en la sangre”. Ahora sus hijos siguen su mismo trabajo y entre toda la familia atienden dos kioscos de diarios. Me dice que lo único que tiene para contar es que él armó un equipo de futbol que se llamaba “Los nenes de mamá” que fue el único equipo del barrio que ganó algo alguna vez.







Cuando entramos a la casa de Paolo está por empezar un tatuaje en la pier-

na de una chica. Nos habla de los hijos. El más chiquito es arquero en un equipo que salió campeón, el más grande es bueno haciendo modelismo y la más grande está estudiando criminología, “ya me trajo un diez”, confiesa Paolo. Dice también que ese mismo día va a tatuar al hijo del medio por primera vez, el chico está ahí al lado, mirando Los Simpsons en la TV, parece tranquilo y bueno. Paolo agrega “ya sabe, escudito de Racing y mi nombre para que siga viviendo acá”. Paolo tatúa rápido, la imagen en la pierna de la chica avanza a una velocidad impresionante, en quince minutos lo tiene terminado y dedica otros quince minutos a pintarlo. Mientras cuenta una anécdota sobre cómo empezó a dibujar. Años atrás un grupo de artistas fue al barrio con caballetes a pintar. Paolo era chico y se paró al lado de uno que trabajaba con grafito. Según él, para que deje de molestar y se vaya, el artista le regala una hoja de dibujo y un grafito. Paolo vuelve a la casa, agarra un diario, copia la imagen de un bebé (“me salió igual”) y se lo lleva al artista. Primero no le cree que lo haya hecho él y le pregunta si lo ayudaron los padres. Dice que no, que lo hizo él solo. El artista queda sorprendido y le consigue una beca para que estudie bellas artes. Paolo termina la anécdota: “nunca fui”.




Serafina

fue la primera persona del barrio que conocí. Y es probable que para la mayoría de los que se acercaron a la Villa 26 haya sido así. Es el primer mojón de referencia. Ineludible, por historia y por peso específico, por su ubicación en el barrio y las redes que ha tendido estos años. Conocer a Serafina es conocer un lado del barrio, una dimensión, una mirada parcial. Se trata de una mujer silenciosa por sus movimientos tenues que habla poco y en voz baja pero no es, en ningún sentido, una persona pasiva o retraída. Quizás en su caso, la procesión va por dentro. Coordina el comedor “Los Ángeles” que es la única institución tradicional del barrio. Cuenta parte de su vida mientras muestra las instalaciones del comedor, un espacio precario que resuelve la alimentación de algunos de los habitantes del barrio (y de afuera). En un momento se detiene frente a un altar con fotos del Papa Francisco y el padre Mugica, se queda mirando las imágenes. Dice que ella fue obrera fabril y delegada sindical. Serafina llegó en 1955 a esa pequeña zona de pastizales de Barracas con 16 años desde Santiago del Estero. En ese momento el barrio no existía como tal. Serafina cuenta la historia antes de que empiece la historia de la Villa 26.



Algo que se repite en los testimonios, con la mudanza se va a perder una

forma de libertad. El paso a otro tipo de vivienda y de organización urbana es vivida, a priori, como una pérdida. Ya no vas a salir de tu casa y ver los árboles y el río. La relación con el río no deja de ser contradictoria, paradójica. La experiencia de vivir al lado del riachuelo, más allá de que ese río sea el lado maldito del barrio, el mayor contaminante de toda la región y el causante de enfermedades, generó una memoria positiva. Nadie desconoce los problemas que trae la contaminación del riachuelo y al mismo tiempo no deja de ser un valor diferencial. Y en el mismo movimiento se juega el deseo y la expectativa por la casa nueva, por el reconocimiento al derecho a la vivienda. Quizás, en una relocalización como esta, puede probarse la idea de Le Corbusier de la casa como “máquina de vivir”. Cada familia, como pudo, con sus carencias y posibilidades, con sus estrategias y precariedades, construyó su propia máquina de vivir. Adaptada a sus necesidades más inmediatas pero también ellos adaptados a la forma de la casa que habían levantado. En cierto punto, cambiar de casa implica volver a aprender a vivir. Empezar de cero (aunque nunca se empieza de cero, siempre hay un pasado). Conocer la forma de vida que propone la casa nueva. Acomodar la casa nueva a la forma de vida que nosotros cada uno quiere.




Los nombres dan forma al mundo. El cambio de nomenclatura de las ca-

sas de los hombres y mujeres de Villa 26 es un cambio en la forma de habitar la ciudad. Pasar de “Manzana 3, Casa 9”, a tener nombre de calle y altura es también una forma cohesión social. La mera forma de mencionar o definir el lugar donde se vive puede convertirse en un estigma. No es involuntario que quienes viven en las zonas olvidadas y abandonadas de una ciudad tengan otra forma de identificar donde viven. Las familias, a menudo, necesitan mentir sobre su lugar de residencia para ser estratégicos y no quedar excluidos de un trabajo por ya estar excluidos del derecho a la ciudad. “Ahora vamos a poder dar una dirección como cualquiera cuando nos pregunten”, es una idea que se repite en uno y otro de los testimonios. Como si ahora pudieran decir, pudieran poner en palabras donde es que tienen su casa, de dónde vienen, cuál es el lugar que habitan. Un dato históricamente escamoteado. No son pocas las personas que han pedido a un familiar que vive en otra zona de la ciudad poner en sus documentos la dirección de ellos para evitar problemas y señalamientos. La modificación en las coordenadas de la casa habilita la integración a la ciudad, a ser parte de un entramado, a dejar en cierta forma los márgenes. Es el punto de pasaje de un tipo de vida a otra.





Los árboles precedieron al barrio y ahora, en cierta forma, sobrevivieron

a su traslado. Testigos silenciosos de una historia colectiva y periférica. Habían quedado durante años atrapados entre casas, siendo parte de un patio trasero o el punto de encuentro de un grupo de amigos. Para los árboles la vida del barrio ha sido también parte de su propia vida botánica. Trepados por hijos, usados como apoyo para levantar una casa precaria o apenas el follaje que daba sombra en verano, los árboles integraron el ecosistema del barrio. Árboles adentro de las casas, árboles podados para alimentar salamandras, árboles talados para exorcizar fantasmas, árboles que crecieron a la par de las casas y tienen ahora ladrillos incrustados, árboles con hamacas al río. Árboles que portan en su corteza la memoria de una forma de vida.




Con las demoliciones el barrio se convirtió en otro, en uno que se parecía

al anterior pero que ahora había adoptado una forma fantasmal, de posguerra. Las conexiones inesperadas que se generaron entre las casas demolidas hacían pensar en una pequeña ciudad saqueada, devastada. De pronto, producto de las máquinas y los obreros de martillo, el barrio se transformó en una serie de escombros y construcciones sin techo. Ahora la luz solar entrada a lugares donde nunca había ingresado, paredes y espacios enteros que habían vivido a fuerza de luz artificial ahora eran tocados por un rayo limpio e impávido de sol. Algunos habitantes se encargaron, antes de irse, de desmantelar su propia casa para llevarse marcos y ventanas, puertas o chapas, grifería y estufas. Aquello que dejaban era el después de una casa. Durante los días de la demolición las casas conformaron un laberinto de ruinas, con huecos inconducentes, pasajes inesperados y paredes que se levantan inútiles, teatrales. El barrio de golpe adoptó la forma de una escenografía postapocalíptica. El paisaje perfecto para que un grupo de hijos juegue a la guerra o se sientan conquistadores de su propia tierra.






A un lugar lo crean las personas que lo habitan. Villa 26 ahora será un lugar

duplicado, existirá ahí donde se encuentren las personas que lo vivieron, que lo hicieron posible, que lo reconstruyen y lo proyectan con su propia experiencia y forma de vida; pero también, de una manera extraña y lejana, seguirá estando a la vera del río, donde estuvo siempre, como un espacio invisible, como un barrio que se podrá seguir recorriendo de memoria aunque ya no estén sus casas. Y quizás como si se tratara de una coartada del tiempo y el espacio, quienes fueron parte de Villa 26, vivirán en dos lugares a la vez. Como si ahora sus vidas se hubieran desdoblado. Por un lado, la vida nueva en las viviendas a las que llegan como un nuevo punto de partida. Por otro, en el recuerdo de esa parcela de tierra donde levantaron sus primeras casas, entre los árboles centenarios, en la atmósfera milagrosa del río.





ANEXO I: ÁLBUM DE FAMILIA




barrio_26#proyectobarrio26 #fotografĂ­a #Barracas #riachuelo #buenosaires #gianpaolominelli barrio_26#proyectobarrio26 #fotografĂ­a #Barracas #riachuelo #buenosaires las estrellas recuperan el cielo


barrio_26#proyectobarrio26 #fotografĂ­as de @maurimarquez10 #Barracas #riachuelo #buenosaires #fotourbana barrio_26#proyectobarrio26 #fotografĂ­a de @angie_parindari #Barracas #riachuelo #buenosaires El Barrio 26 desde la otra orilla del Riachuelo


barrio_26#proyectobarrio26 #fotografĂ­a #Barracas #riachuelo #buenosaires documentando El Barrio26. atardecer antes de la mudanza. verasanzrosique your snapshot is amazing.


barrio_26#proyectobarrio26 #fotografĂ­a #Barracas #riachuelo #buenosaires #grafitos #textos


barrio_26 #proyectobarrio26 #fotografĂ­a de @joelxeneize21 #Barracas #riachuelo #buenosaires javierarias7085 Mi pasillo :-(




ANEXO II : materiales de trabajo

(mapas y planos del IVC)


14

1 12 4

1

5 7 8 (X3)

83

59

53 (X2) 56 57

50


19

11

2

10 (x2)

3

9 18 (x2)

17

8 4

80

76

73 74

66

65 PA

63


11 ESPACIOS PARA ESTACIONAR

2D/disc

2D

2.29

3.74

2D

4.35

2D

2.25

1.30

3.40

3.50

2.45

2.81

3.10 3.60

2.35

2.35

4.35

1.00

1.50

2D/disc

2D

2.60 3.60

2.25

2.23

2.40

3.55

3.50

10 ESPACIOS PARA ESTACIONAR

PLANTA BAJA

3.50

3.63

.10

2D

2D

2D

2D

1.50

2.34

4.35

2.35

3.50

3.63

2.35

3.55

2ยบ PISO (EX PLANTA 1er PISO)

1.94

3.63

2D

2D

2D

2D

.10

1.50

.10

2.34

4.35

2.35

3.50

.10

3.63

.15

3.55

4ยบ PISO (EX PLANTA 2ยบ PISO)

2.35

3.55


ACCESO PEATONAL Y VEHICULAR

3.50

2D SALA TQUE. BOMBEO

3D

2D

2D

2D

2D

2D

COMPACTADOR

AYUD. PORTERIA

8.59

3.74

14.60

14.30

1.50

2.30

D/disc 2D 2.33

1.10

1.00

2D 4.35

2D

1D

3.10 3.53

3.55

2D

D/disc

PORTERIA

1ยบ PISO (EX ENTREPISO -NIVEL +3.45 m-)

3D

2D

.25

3.35

.15

1.60

.10

.45

3.00

2.49

.45

ACCESO PEATONAL Y VEHICULAR

1.94

3.50

.10

3.63

3.53

3.45

.10 .15

.15

.15

3D 3.35

.15

1.60

.10

.25

3.00

2D

2D

.45

.15

2.55

.25

2D

1.15 .45

3D

1.25

11.44

1.25

.10

3.45

3D

3D

2.34

2D

.15

1.50

2D

2D

2.55

2D

2.35

2.35

3D

1.25

11.44

1.86

1.25

.10

.15

3.55

3.53

.10

3er PISO

3D

2D

3.26

2D 1D .30

1.55

.15 10.35

3.75

.15

1.60

.10

.25

3.00

1.15

2.16

3.26

2.49

2D

3.60

1.94 .30

1.55

.15

.15

.15 10.35

3D 2.55

1.60

3.25

.10

3.00

.25

2D

.45

2D

2D

1.15

10.20

3D

1.25

2.49

1.25

.15

3.75

3D

3D

2.34

2D

4.35

2D

2D

2D

1.50

2.55

1.00

3.53

2.35

2.35

1D

3D 1.25

1.25

11.44

1.86

.15

1.15

1.60

1D

3.45

2D

INSTITUTO DE VIVIENDA

DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES

1.00

.48

GONร ALVES DIAS 758 y SAN ANTONIO 721-751 .23

3.53

2D

5ยบ PISO

3D 2D

.30

.10

ARQUITECTURA DEPTO. de PROYECTOS DOCUMENTACION DE ANTEPROYECTO LICITACION PUBLICA Nยบ /09

JEFE DEPARTAMENTO PROYECTOS Arq. Gabriela A. LEIRA

VERSION 2a

SUBGERENTE Arq. Luis M. MENDEZ EQUIPO: Arq. Ana M. MALUH Arq. Laura PIZONE FECHA septiembre 2009

64 VIVIENDAS (incluida PORTERIA) y OBRAS EXTERIORES TIPOLOGIA: PB + 5 PISOS

GERENTE TECNICO Ing. Carlos BALDONI ESCALA 1:200

N

O

1 1


11 ESPACIOS PARA ESTACIONAR

2D/disc 2D

2D/disc

2.29

3.74

2D

4.35 3.60

2.25

1.30

PORTERIA

3.40

3.50

2.45

2.81

3.10

2.60 3.60

2D

2D/disc

2.35

2.35

4.35

1.00

1.50

2D/disc

2D

2.25

2.23

2.40

3.55

3.50

10 ESPACIOS PARA ESTACIONAR

PLANTA BAJA

3.50

3.63

.10

.10

2D

2D

2D 3D

3D

2.34

3.50

2D

1.50

2D 2.35

4.35

2D

3.63

2.35

3.55

2ยบ PISO (EX PLANTA 1er PISO)

1.94

3.63

.15

3.53

2D

2D

2D 3D

3D .10

2.34

2.35

4.35 3.50

.10

3.63

.15

2D

1.50

.10

2D

2D

3.55

4ยบ PISO (EX PLANTA 2ยบ PISO)

2.35

3.55

3.53


ACCESO PEATONAL Y VEHICULAR

3.50

2D SALA TQUE. BOMBEO

3D

2D

2D

2D

2D

2D

COMPACTADOR

AYUD. PORTERIA

8.59

3.74

14.60

1.50

2.30

14.30

2.33

1.10

1.00

2D 4.35

2D

1D

3.10 3.53

3.55

1ยบ PISO (EX ENTREPISO -NIVEL +3.45 m-)

3D

2D

.25

3.35

.15

1.60

.10

.45

3.00

2.49

.45

ACCESO PEATONAL Y VEHICULAR

1.94

3.50

.10

3.63

3.53

3.45

.10 .15

.15

.15

3D 3.35

.15

1.60

.10

.25

3.00

2D

2D

.45

.15

2.55

.25

2D

1.15 .45

3D

1.25

11.44

1.25

3.45

3D

3D

2.34

2D

.15

1.50

2D

2D

2.55

2.35

2.35

1.25

11.44

1.86

1.25

.10

.15

3.55

3.53

.10

3er PISO

3.26

2D

1D .30

1.55

.15 10.35

3.75

.15

1.60

.10

.25

3.00

1.15

2.16

3.26

2.49

2D

3.60

1.94 .30

1.55

.15

.15

.15 10.35

3D 2.55

1.60

3.25

.10

3.00

.25

2D

.45

2D

2D

1.15

10.20

3D

1.25

2.49

1.25

3.75

3D

3D

2.34

2D 4.35

2D

1.50

2D

1.00

2.55

2.35

2.35

1D

1.25

1.25

11.44

1.86

.15

2D

5ยบ PISO 1.15

1.60

1D

3.45

2D

INSTITUTO DE VIVIENDA

1.00

DE LA CIUDAD AUTONOMA DE BUENOS AIRES .23

.48

GONร ALVES DIAS 758 y SAN ANTONIO 721-751 .30

.10

ARQUITECTURA DEPTO. de PROYECTOS DOCUMENTACION DE ANTEPROYECTO LICITACION PUBLICA Nยบ /09

JEFE DEPARTAMENTO PROYECTOS Arq. Gabriela A. LEIRA

VERSION 2a

SUBGERENTE Arq. Luis M. MENDEZ EQUIPO: Arq. Ana M. MALUH Arq. Laura PIZONE FECHA septiembre 2009

64 VIVIENDAS (incluida PORTERIA) y OBRAS EXTERIORES TIPOLOGIA: PB + 5 PISOS

GERENTE TECNICO Ing. Carlos BALDONI ESCALA 1:200

N

O

1 1







Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.