Vivir entre incendios: el Amazonas y el Antropoceno bajo la sombra de un Horco Cébil.

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Vivir entre incendios: el Amazonas y el Antropoceno bajo la sombra de un Horco Cébil

Testimonios del Primer Ciclo Cultural y Artístico sobre el Antropoceno Urbano.

Jardín Botánico Carlos Thays Buenos Aires



Vivir entre incendios: el Amazonas y el Antropoceno bajo la sombra de un Horco Cébil Testimonios del Primer Ciclo Cultural y Artístico sobre el Antropoceno Urbano. École Urbaine de Lyon Institut français d’Argentine Jardín Botánico Carlos Thays Universidad Nacional de San Martín



OBRA EFÍMERA - CONMEMORACIÓN A LOS HABITANTES NO HUMANOS ASESINADOS EN 2019 POR LAS QUEMAS EN EL AMAZONAS, INDONESIA, CONGO BELGA, SIBERIA, AUSTRALIA, ENTRE OTROS LUGARES EN POS DE GENERAR MÁS TERRENOS DE CULTIVO. MATERIALES: MADERA QUEMADA, ARCILLA, BARRO, HOJAS, SEMILLAS DE DIVERSAS PLANTAS ENCONTRADAS EN EL BOTÁNICO, O DE ESPECIES AUTÓCTONAS DE LA RIVERA BONAERENSE. MAUSOLEO PARA LOS HABITANTES NO HUMANOS DEL BOTÁNICO OBRA COLECTIVA. NOVIEMBRE 2019




Un actuar colectivo, un resarcimiento afectvo para los no humanos habitantes del JardĂ­n. ÂżQuĂŠ obra podrĂ­a contrarrestar el avasallamiento monocultural sobre las naturalezas silvestres del mundo?











Ciertamente un puñado de semillas no salvará las selvas. Se necesita mucho más que eso. Si allí pusiéramos esperanza, compromiso, equidad, solidaridad, sustentabilidad, cooperación, un poco de ingenio y mucho amor por la vida, tanto la humana como la no-humana, podríamos hacer una diferencia. Es que es más que semillas lo que se necesita, pero no se trata de cosas materiales. Son gratis, todos los seres humanos las podemos aportar y caben holgadamente en una mano.






Ante una amenaza o agresión, el popularmente conocido bicho bolita, un crustáceo isópodo terrestre cuyo nombre científico es “Oniscidea”, se enrolla sobre su caparazón rígido. Se alimenta de materia orgánica y vive en espacios oscuros y húmedos. Son muy beneficiosos para la vegetación y la formación de sustrato fértil. ¿Qué sería de estos pequeños seres vivos si no hubiera más plantas y la tierra se secara? ¿Lograrían adaptarse a esas condiciones o se extinguirán como muchas otras especies? Posiblemente, su sistema de protección resulte inútil ante la falta de alimento y un hábitat hostil. Con suerte, desarrollará nuevas capacidades. De un modo u otro, el “bicho bolita” no es ajeno a lo que ocurre en la Tierra. Nosotros, los humanos, tampoco. Pero lo que nos diferencia de este crustáceo es que somos nosotros los responsables de crear las condiciones que amenazan a animales, plantas, recursos naturales y, en fin, a la vida misma, y también somos nosotros quienes podemos hacer los cambios necesarios para protegerla.





En el Jardín Botánico Carlos Thays cientos de especies de todo el mundo se ordenan en el espacio según su lugar de origen. Como transeúntes podríamos recorrerlo inadvertidamente, o bien, como en un mapa estático, reparando en sus clasificaciones y nomenclaturas. Las imágenes que acompañan este texto relatan cómo fue nuestra experiencia: un deambular participativo, una inmersión directa en los pliegues del jardín. Francesco Careri, arquitecto italiano interesado en las transformaciones de las ciudades y en sus habitantes humanos, denominó a su curso peripatético e itinerante “Artes cívicas” (Careri, 2016). Desde el mismo propone pensar el estatus del ciudadano, la producción del espacio y de ciudadanía y para hacerlo lleva a sus estudiantes a caminar por la ciudad y más allá de sus límites. En el marco del ciclo cultural y artístico sobre el Antropoceno urbano, nos encontramos practicando lo mismo que hace Careri en sus cursos, pero en otro sentido. Entre sus objetivos plantea entrar en contacto con diferentes culturas que se establecen en la ciudad, en nuestra experiencia procuramos relacionarnos con los habitantes no humanos de este jardín urbano. Si lo que buscábamos era dar forma a un mausoleo para especies de insectos y plantas víctimas de incendios, necesariamente debíamos adoptar un punto de vista capaz de encontrarse con los auténticos moradores del lugar que intervendríamos. En estos encuentros, entre un pasear y detenerse, surgió un mausoleo para conmemorar. Podríamos pensar que estuvimos ensayando algo de lo que Donna Haraway propone cuando habla de “traer los muertos al presente, y así hacer posibles una vida y una muerte más respons-hábiles en tiempos por venir” (Haraway, 2016).








Es momento de hacer un giro, un cambio de paradigmas, de volver a un estado anterior, que vuelvan las viejas historias, los viejos saberes en donde convivĂ­amos con animales y plantas en forma armĂłnica, entonces nos reunimos y contamos historias.





ÂżCĂłmo es eso de estar y continuar? Continuar sin terminar. Seguir continuamente. Estar en el ritmo. Continuar el ciclo de la vida, sacarlo del control humano. Abrazar la persistencia de la vida y ayudarla sin domesticarla.






Esa primera Diosa fue también la primera en irse a vivir a esa parte más desenmarañada del bosque más enmarañado. No siempre fue honrada, pero a ella poco le importaba, su piedad o impiedad a todos por igual alcanzaba. En esos aún indefinidos intentos de darle a la existencia un sentido, accedió a darle su tierno amor a su primer sacerdote, y ese, fue el comienzo del fin. El comienzo de un culto, el comienzo del juego, el comienzo del círculo mágico que con símbolos imaginarios le dio imagen y razón a las reglas hechas por y para los hombres. ¿Fue arrogancia?, ¿fue necesidad?, o ¿fue pura y libre invención? ... Desde entonces, toneladas de recuerdos producidos por inciensos, humos y fuegos sagrados son el lado oscuro de nuestras mejores intenciones: exvotos asesinos de la naturaleza.









Algo dentro crece ni muy lento como para dar esperanzas ni muy rápido como para generar movimiento una marea orgánica trepa desde el sótano del cuerpo por esta torre de tendones vísceras tejidos, se abre paso inunda todo Nada se agita entre el sueño y la creación de los días, pero vos tenés que decir algo, como un diálogo entre una vieja hamaca y una galería tímidas al sol


Vivir entre incendios: relato de una aventura fúnebre entre el Antropoceno y el Amazonas. Ceremonias fúnebres e inter-especies en homenaje a las víctimas incineradas. Este trabajo es el resultado de un taller concebido en el marco del ciclo cultural y artístico sobre el Antropoceno urbano inaugurado en Buenos Aires (noviembre de 2019), después de la realización de la Primera Escuela latinoamericana sobre el Antropoceno urbano (Julio de 2019, École urbaine de Lyon, UNSAM, Institut français d’Argentine) con el fin de profundizar un trabajo iniciado sobre la incertidumbre en la era que habitamos. La propuesta invitaba a un grupo pluridisciplinario a explorar formas de homenajear a las víctimas de los incendios para la posterior explotación del territorio, hundido en cenizas, por la industria agrícola ganadera. Si bien decidimos hablar del Amazonas por su proximidad regional, vivir entre incendios evoca (y convoca) a la consciencia sobre la quema en otros lugares de Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú, Venezuela, Colombia, Brasil, el Congo Belga, Indonesia, Siberia, Australia, entre otros que seguramente desconocemos. Así, la dimensión metafórica de la idea de vivir entre incendios, evoca un vivir entre fuegos: en crisis constante. El Antropoceno comprende la urgencia poniendo frente a frente al humano y la naturaleza no ya para generar una distinción sino más bien una integración. En su sentido más concreto, pensamos que en esta oportunidad hablar del Antropoceno implica también hablar del “Plantacionoceno” tal como lo postula Donna Haraway: una era donde la dominación del cultivo arrasa con especies humanas y no humanas desplazándolas y aniquilándolas. Todas estas víctimas de diferentes especies merecían ser recordadas a través de un funeral. El mismo sería una performance a realizarse el día de la inauguración de una pieza que cumpla diferentemente el rol de una lápida. La directora del Jardín nos propuso un sitio específico dónde realizar la intervención: a los pies de una especie autóctona subtropical, el Horco Cebil. El mismo es oriundo del noroeste argentino y de las pocas de su tipo presentes en el jardín. Nuestra metodología de trabajo convergía en plantear el problema y retirarnos para poder conformar una comunidad polifónica con encuentros y desencuentros, esperando sensibilidades abiertas a compartir, rebatir, discutir, pensar, hacer, activar y desactivar, cambiar ejes de mirada, tomar perspectivas otras, amplitudes, lejanías, cercanías. Todo fluyó naturalmente. La primera reunión, realizada en el invernáculo del Jardín, dio lugar a pensar para quién queríamos hacer esta intervención. Se decidió que sería una obra para los habitantes del botánico no humanos. Correspondía pensar en algo que fuera respetuoso para sus vidas, y de esa manera establecería otra forma de vincularse con espacios naturales. Si bien en esta primera instancia la propuesta oscilaba entre un altar popular (al estilo del Gauchito Gil o la Difunta Correa) donde dejar ofrendas, y una obra para los no humanos que pudiese congregarlos, fue la segunda propuesta, aquella que perseveró. Bajo el Horco Cebil, buscamos tomar el punto de vista de los no-humanos.


La figura del compost emergió al pensar cómo hacer algo para los no humanos. Si bien pareciera que el compost es algo natural, en verdad se trata de la imitación de la naturaleza en su mayor nivel. Compost viene del latín compositus (poner en conjunto distintos elementos) y fue desarrollado a partir de la observación de la naturaleza por el químico alemán Justus von Liebig. Nosotros nos encontrábamos en un compositus también. Parecía ser la forma más invisible de realizar la intervención. Comenzamos a recolectar material orgánico disperso en el Jardín, y pensar otros elementos posibles para traer al acto fúnebre. Cada cuál de los participantes envió un texto, escrito o elegido por él/ ella. Decidimos que unos troncos quemados serían idóneos para evocar los incendios. Si bien indagamos potencialidades artísticas sonoras, registrando el sonido de las aves del botánico, o incluso sonidos de la selva que se fueran silenciando, optamos por no reproducir nada y librarnos a la escucha en el territorio mismo. Por último, nos dispusimos en torno al árbol para comenzar la intervención. Utilizamos arcilla fresca como base (o pegamento) natural. Es difícil explicar lo acontecido, con las ramas quemadas, las flores caídas recogidas, las hojas húmedas, y muchas voluntades de explorar desde la materia y lo sensible. Todos participamos y buscamos hacer homenaje, señalar situaciones, propiciar lugares para el encuentro entre los humanos y los no humanos. El mismo día inauguraríamos la pieza, realizando una performance recreando grupalmente las formas y modos de las ceremonias fúnebres. Habíamos hablado la semana anterior sobre qué título podría llevar esta pieza y optamos por la imagen gráfica decodificad de Ondas sonoras captadas de la grabación sonora. La emisión de sonidos aparece como un elemento ni necesariamente humano ni descifrable por los humanos. Instalamos un cartel símil a aquellos generados por el Jardín Botánico para rotular plantas. Invitamos al artista Juan Carlos Urrutia a participar. Dibujó a mano alzada los momentos que transitaron el árbol, el grupo y las especies, con carbonilla, material seleccionado aludiendo al carbón de las quemas. Llegada la hora, nos reunimos en círculo, se comentó la acción a realizar. Tomamos un momento para observar y oír el contexto en el que nos encontrábamos. Si bien esperábamos encontrarnos en el mismo entorno idílico en que nos vimos al intervenir el árbol, preponderó el ruido de la ciudad, por su cercanía a la Avenida Santa Fé. Cada cual leyó un texto. Hicimos un minuto de silencio e invitamos a todos los visitantes humanos a ver la intervención y la interacción multi-especie. Nahuel Martínez, Pablo Méndez y Candela Sotos.



Autores: Pablo Méndez, Candela Sotos, Nahuel Martinez, Julie Le Gall. Participantes del taller: Laura Borsellino, Bruno Del Giúdice, Daniel Duhau, Julie Le Gall, Nahuel Martínez, Miguel Martínez García, Lucila Mazzacaro, Pablo Mendez, Gabriela Messuti, Romina Orazi, Laura Palavecino, Alejandra Potocko y Candela Sotos. Textos de Laura Borcellino, Daniel Duhau, Nahuel Martínez, Lucila Mazzacaro, Gabriela Messuti, Laura Palavecino y Alejandra Potocko. Fotografía y video: Candela Sotos y Bruno del Giúdice. Coordinación del Ciclo cultural y artístico sobre el Antropoceno urbano: Julie Le Gall, CNRS-Centro de Estudios mejicanos y centramericanos, Université de Lyon, École urbaine de Lyon. Agradecimientos: École urbaine de Lyon - Plan d’investissement d’avenir; Institut français d’Argentine - Ambassade de France en Argentine; Jardín Botánico de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires “Carlos Thays”; Universidad Nacional San Martín - Instituto De Altos Estudios Sociales. © Toda reproducción total o parcial requiere de la autorización de los autores.



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