El concepto de liderazgo carismático de Max Weber en los modelos populistas latinoamericanos S XXI

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EL CONCEPTO DE LIDERAZGO CARISMÁTICO DE MAX WEBER EN LOS MODELOS POPULISTAS LATINOAMERICANOS DEL SIGLO XXI

Por: Nicolás Cosachov Ante un escenario de constante transformación e innovación, Weber observa que se produce un desencantamiento del mundo, donde la mayor parte de las actividades sociales pueden ser dominadas por el cálculo racional y se despoja al mundo de sus rasgos mágicos, se postula la idea de un liderazgo carismático capaz de humanizar la política y otorgarle ciertos elementos irracionales que puedan transformar y mejorar el desarrollo de la sociedad, permitiendo revitalizar la política, en un período en el cual la lógica racional había secularizado completamente las relaciones sociales y políticas en gran parte de los países desarrollados. Uno de los conflictos resultantes de este momento que puede observar Weber consiste en la desacralización del mundo y la falta de ese elemento cohesionador de la realidad que provee cierta ligazón social, es decir, que se genera un estado anómico de la sociedad, en términos durkheimianos. Cabe destacar que Weber ubica y relaciona al carisma con los orígenes del cristianismo en su estado más primitivo y expone la figura de Jesucristo como uno de los grandes líderes carismáticos. De este modo, el análisis político weberiano introduce el factor carismático como elemento central de la dominación política hacia el interior de la sociedad moderna. En este sentido, permite analizar cómo se desarrollaron los distintos liderazgos en el marco de un sistema democrático, y colabora con el estudio de los modelos populistas en el continente latinoamericano, observando el valor del carisma como factor de legitimación en los gobiernos del reciente Siglo XXI. Durante el Siglo XX esta forma de dominación legítima de poder encontró asidero en numerosos gobiernos latinoamericanos que estuvieron dotados de una ideología de corte nacionalista, con un acento en la industrialización nacional y el factor de la justicia social como una de sus banderas políticas fundamentales. Una vez iniciada la década de 1990, se observó un cambio profundo en la región con consecuencias económicas y políticas importantes para gran parte de América Latina. Las políticas neoliberales implementadas a partir del Consenso de Washington causaron un fuerte impacto en los sectores más bajos de


la sociedad, dejando una marca para las décadas venideras. Durante esta etapa de la historia contemporánea se vieron diferentes gobiernos de corte liberal, con un aparato de funcionarios de estilo tecnocrático, donde primó, según los tipos ideales weberianos, una lógica de acción con arreglo a fines, basada en el cálculo racional para analizar y ejecutar la política nacional desde una perspectiva economicista de la realidad. Sin embargo, en el caso Latinoamericano se observó además un achicamiento profundo del Estado y su estructura administrativa, eliminando una buena parte de sus atribuciones, a diferencia del modelo que estudió Weber que tendía a expandirse y ocupaba cada vez más lugares dentro de la sociedad, consolidando la idea de una jaula de hierro. A este modelo de administración política, Weber lo ubica dentro del tipo ideal de dominación legal-racional, que además representó el modelo más extendido durante el Siglo XX en la parte occidental del mundo. Según Weber, en este tipo de dominación existe un proceso de burocratización creciente como algo característico de las sociedades modernas de occidente, donde los valores políticos de la comunidad se traducen en la persecución constante de la maximización de la eficiencia, asemejando la funcionalidad del Estado a la de una empresa de producción capitalista. En Ensayos sobre Sociología de la Religión, Weber ilustra esta situación del siguiente modo:

“…ningún país ni ninguna época se ha visto tan inexorablemente condenado como el Occidente a encasillar toda nuestra existencia, todos los supuestos básicos de orden político, técnico y económico de nuestras vidas, en los estrechos moldes de una organización de funcionarios especializados(…) como titulares de las más importantes


funciones cotidianas de la vida social.” 1 De algún modo, el proceso de transformación ubicado en la década de 1990 en el área latinoamericana, cuestionó las bases del sistema político y económico de gran parte de los países de la región, alterando de manera sustancial las formas de interacción de los individuos al interior de la sociedad. En América Latina se han visto trastocadas las relaciones fundamentales entre el Estado y la sociedad civil, proceso acompañado de cambios en el aparato político-administrativo de los diferentes gobiernos democráticos, que adoptaron una lógica de funcionamiento profesionalizada al extremo, aunque con mayor flexibilidad y descentralización del que planteaba el sociólogo alemán en relación al Siglo XX, es decir, un Estado de carácter neoliberal donde la función estatal cada vez tiene menos atribuciones. Como explica Max weber, la vía del liderazgo carismático como referencia del sistema democrático de gobierno genera cierta ilusión en los individuos sobre la posibilidad de impulsar un proceso transformador de la realidad que permita un mayor bienestar. Esta figura caudillista adquiere distintas representaciones para cada una de las personas que lo siguen de forma incondicional, pero todas se ubican en un marco de optimismo hacia su capacidad de solucionar los conflictos cotidianos, otorgándole capacidades heroicas para destrabar ciertas situaciones adversas de la realidad. El núcleo fundamental de este sistema de dominación parte de la creencia en ciertas cualidades extraordinarias que posee el líder, es decir, que el sustento de dominación es principalmente de tipo irracional. En este sentido, el carisma representa una herramienta cohesionadora del orden social en épocas de crisis e inestabilidad política, en la cual la sociedad puede comprender el mundo y darle un sentido a la vida a partir de una presencia mesiánica que resignifica la realidad. El vínculo que se establece entre el líder populista y los seguidores tiende a ser directo, a 1

Max Weber. Ensayos sobre sociología de la religión.Taurus.Madrid.1984. Pág. 13.


través de multitudinarias movilizaciones y actos públicos donde el discurso adquiere una centralidad para ejercer la dominación carismática. En este sentido se menosprecia la capacidad de articulación política que poseen las instituciones democráticas, en favor del ejercicio directo de la autoridad y el contacto inmediato entre el líder y sus seguidores. Uno de los puntos centrales de este modelo planteado y que se presenta en la mayoría de los populismos latinoamericanos del Siglo XXI, lo representa el discurso político. Esta herramienta que tiene el líder, que por lo general es un gran orador, es utilizada en estos regímenes para aumentar el grado de adhesión hacia su persona y aumentar la efervescencia del apoyo político hacia el proyecto político que él encabeza. En su núcleo constitutivo, el discurso plantea la idea de la confrontación, es decir, la práctica de ubicar en la arena política una antinomia que resulta irreconciliable política e ideológicamente. En este sentido, se construye un imaginario social acerca de ciertos intereses que son propios del pueblo, que está representado con los valores más positivos de la sociedad, y en oposición a éste, se ubica un sector político y económico que busca obstaculizar permanentemente este espíritu transformador del gobierno, generalmente representado por la burguesía, el imperialismo y los intereses concentrados, que persiguen tan sólo el beneficio particular, regidos por una lógica capitalista de acumulación desenfrenada, propia de la mentalidad moderna que describe Max Weber, y en las antípodas ideológicas de los valores democráticos más intrínsecos del pueblo. La construcción idílica que se genera alrededor del líder contiene valores sobrehumanos para los seguidores, quienes establecen un vínculo con su líder de tipo afectivo y se entregan a sus distintos mandatos, confiando en el valor que tiene la palabra del líder carismático. Este liderazgo asume, según Weber, un poder digno de un ser providencial y extraordinario, que consigue la obediencia de sus seguidores a través de motivos personales que sólo él detenta dentro de la sociedad y con los cuales el pueblo se logra identificar plenamente. El vínculo que se establece entre el líder y gran parte de la población es de


carácter personal, donde los actos del mandatario buscan asimilarse con los del ciudadano común, es decir, se intenta generar cierta empatía entre el líder y el pueblo, donde este último pueda ver reflejadas muchas de sus actitudes en la figura carismática a la que obedece y le rinde homenaje. En términos weberianos predomina una acción social de tipo afectiva, donde los sujetos se encuentran dominados por las emociones y los estados sentimentales, por encima de otros factores como principales móviles de la acción social. Como explica Weber, el sentido de la acción afectiva no tiene en cuenta el resultado ni el fin, sino que se focaliza en la acción misma y su particularidad. A diferencia de otros tipos de dominación legítima, en este caso la lealtad se basa en atributos que el líder detenta y, a partir de esta percepción, el pueblo le confiere todas sus expectativas y aspiraciones. Este fenómeno se observa de forma contundente en el liderazgo ejercido por distintos líderes latinoamericanos de la historia reciente, donde se exaltaron grandes figuras políticas, las cuales llevaron a cabo la conducción de sus respectivos gobiernos democráticos con un fuerte aval de parte del electorado. En la mayoría de los casos se puede observar un modelo democrático con un sistema de sufragio universal, donde los ciudadanos a través del voto delegan el ejercicio del poder político en un mandatario electo. En los casos aquí mencionados, los distintos gobiernos de corte populista adoptaron liderazgos hiperpresidencialistas, resaltando la figura del Poder Ejecutivo por sobre otros poderes. Durante sus mandatos se observa un mayor grado de desatención

con

respecto

al marco

institucional del sistema democrático

y una

reivindicación de otros valores más ligados a lo irracional y emotivo como pilares de la conducción política. De este modo lograron el apoyo de gran parte del pueblo, que confió, principalmente, en el carisma de su persona como fuente de legitimidad del régimen y fuente de soluciones a los problemas cotidianos. En el ejercicio del liderazgo carismático importa más el parecer ser que el ser en sí mismo para lograr una dominación efectiva y de mayor duración. Como determina Weber, la


dominación se ejerce cuando alguien manda eficazmente y se genera una asociación de dominación donde los miembros de la sociedad se encuentran sometidos en virtud del orden vigente.2 Como bien explica el autor no importa tanto que el líder posea ciertas cualidades de gran valor que lo configuren como un referente político, sino que lo que cuenta en mayor medida es el hecho

de aparentar poseerlas ante el público

condescendiente. Dentro del contexto latinoamericano, la presencia del líder carismático se justificó en gran medida desde el carácter mesiánico de su acción política. En algún punto, se configuró el imaginario social de una figura encomendada a realizar determinadas acciones en favor del pueblo, quien se encontraba en una situación de desamparo ante la realidad de una ausencia marcada del Estado y con múltiples peligros acechando su frágil condición. En este sentido, la lógica del liderazgo carismático planteó una visión maniquea de la realidad social, estableciendo un límite entre el caos imperante en la sociedad y su contrapartida, un estado de paz que él puede llegar a reconstruir en pos del conjunto de la población que ha depositado su fe en su persona y está dispuesta a defender su gobierno contra las amenazas provenientes del sector anti-popular. Ante un alto grado de heterogeneidad del marco político, el movimiento populista se configuró como una expresión de numerosas demandas insatisfechas de la sociedad. Con la existencia de un fuerte descontento en la población y un cúmulo de demandas que escapan lo estrictamente económico (reclamos de carácter cultural, social, político, de género, entre otros) cabe la posibilidad de que asomen estos nuevos liderazgos. En este sentido se puede afirmar que el poder de los movimientos populistas representa una ampliación de la estructura de partido democrático tradicional para establecer una radicalización del sistema en sus fundamentos básicos y transgredir los límites institucionales impuestos

2

Ídem. Pág. 43.


tradicionalmente,

es

decir,

el fenómeno

populista

es

una

representación

de

la

disconformidad con el sistema de partidos democrático que no es capaz de canalizar las demandas del pueblo. De esta manera, se plantea la idea de que el liderazgo carismático del populismo puede ejercer una presión sustancial hacia dentro del sistema con el objetivo de cuestionar los límites establecidos y satisfacer, o por lo menos crear esa ilusión, las demandas de distinto tipo que tiene el pueblo. En contrapartida, también se puede vislumbrar cómo en ciertos casos estos regímenes adoptaron matices más autoritarios y debilitaron los componentes fundamentales del sistema democrático, con el argumento de sostener el proyecto político y de contrarrestar las presiones ejercidas desde la oposición. El carácter desestructurado y maleable del movimiento populista lo vuelve inclasificable desde el marco analítico más clásico, ya que posee elementos internos y dinámicas funcionales caracterizadas por la indeterminación y la ambigüedad, por lo que cuesta encasillarlo de forma taxativa en un sector ideológico como comúnmente se menciona, de derecha o izquierda.

En relación a la estabilidad de este tipo de régimen, Weber explica que la duración de este mecanismo de dominación tiende a ser transitoria y frágil. Este carácter de debilidad se observa de forma palpable en Latinoamérica durante el lapso de tiempo analizado, por ejemplo en los casos en los que se produjeron fallecimientos o culminaciones de los períodos constitucionales del mandato. En estas circunstancias el modelo político sufrió la pérdida del líder que encarnaba el espíritu del movimiento en su conjunto y, excepto algún caso particular, no se logró reemplazarlo efectivamente por otra figura capaz de poder continuar el mismo rumbo político y conquistar la voluntad popular. Esto se debió, en parte, a la condición intransferible del valor carismático de una persona, que se encuentra en su propia naturaleza. En consecuencia, no es delegable a otros sujetos del mismo partido que


aspiran al cargo, incluyendo los casos en los que el líder saliente expresa de forma contundente su apoyo al sucesor y lo presenta en sociedad como su delfín. Este fenómeno alcanza una gran notoriedad en los últimos años en la región, donde grandes líderes populistas del continente que supieron lograr un apoyo masivo de la sociedad civil durante un período extenso de tiempo, no pudieron transferir este poder de votos que portaban consigo hacia un posible sucesor dentro de la misma fuerza política, a pesar de los exhaustivos apoyos de campaña electoral que se ocuparon de encabezar, exaltando la analogía entre su figura y la del sucesor como dos representantes de un mismo ideal político, en contraposición a la fuerza opositora, depositaria de todos los males que aquejan al pueblo y los encargados de emprender la vuelta al pasado. Para Max Weber, el liderazgo carismático representa una posible solución al conflicto planteado de la burocratización de las sociedades modernas, donde el Estado posee un amplio espectro de acción, tiene un carácter de neutralidad y se encuentra completamente deshumanizado de cara a las necesidades de la población. En este sentido, el líder es capaz de dinamizar y revitalizar a la sociedad democrática. Sin embargo, Weber expresa que el caudillo o jefe plebiscitario tiende a absorber a la maquinaria del partido y quitarle su entidad propia. Para el sociólogo alemán el horizonte político se plantea entonces desde el dilema de optar por gobiernos de liderazgos carismáticos con partidos debilitados o bien gobiernos donde las burocracias profesionalizadas son aquellas que ejercen el control del conjunto de la sociedad. Bibliografía 

Max Weber. Economía y Sociedad. FCE. México.1984.

Max Weber. Ensayos sobre sociología de la religión.Taurus.Madrid.1984.

Max Weber. Escritos políticos. Alianza.Madrid.1991.


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