SOZINHO Sobre la crisis política en Brasil Por Alejandro Palombo – Lic. Ciencia Política U.B.A apalombo@sociales.uba.ar / alepalom@hotmail.com
Se agrieta la alianza conservadora Desde que se instauró el voto directo a presidente de la República Federativa, podemos decir que el sistema institucional brasilero ha sido una verdadera picadora de carne sin distinción de orientaciones políticas. Basta recordar la suerte que han corrido Collor de Mello, Dilma Rousseff o Michel Temer. No estar ejerciendo el poder tampoco es garantía de salir de la picota. Lula Da Silva puede dar fe de ello. Tomando en cuenta estos antecedentes, los movimientos palaciegos de la última semana han encendido la alarma roja sobre la permanencia de Jair Bolsonaro en el poder. La renuncia (y denuncia) del ministro Moro es un verdadero golpe a la mandíbula de la cabeza del ejecutivo. Fundamentalmente porque Moro es un hombre del establishment y de conexiones internacionales. Según el Financial Times, es uno de los adults in the room del elenco gobernante. Uno de los personajes sobre los cuales “los inversores” se apoyaban para ser optimistas, más allá de las dudas que surgían de los métodos extravagantes de Bolsonaro (Financial Times, 2020). Otro agravante es que los propios simpatizantes bolsonaristas tenían en alta estima a Moro, ya que como juez fue la estrella del “Lava Jato” y además fue fundamental en la encarcelación de Lula. La alianza precaria entre la élite financiera, los militares y el ultra-derechismo bolsonarista se ha dislocado. Al punto que ahora la prensa brasilera pone en duda la continuidad del otro “adulto” estrella del gobierno, el Ministro de Finanzas Paulo Guedes, impulsor del programa de reformas previsionales y laborales regresivas.
Antes del conflicto con Moro, muchos legisladores ya pedían el juicio político para el presidente (Harris y Schipani, 2020). Otros “peso pesado” de la política brasilera prefieren no alargar la sangría frente a la urgencia. Henrique Cardoso directamente le ha pedido que renuncie “antes de ser renunciado”, ya que un impeachment toma un tiempo que Brasil no tiene (Infobae, 2020). En lo concreto, Bolsonaro tiene frentes abiertos con el Tribunal Federal Superior, con el Congreso y con los gobernadores. Si a ello le sumamos el frente interno, es claro que está cada vez más solo. Algo que en política siempre se paga caro, pero más caro aún se paga en Brasil. La guerra comercial y la crisis internacional De fondo, como lo demuestran las fricciones del Mercosur, Brasil está jalonado por el avance comercial chino y el tutelaje de Washington para defender sus intereses en la región. Bolsonaro, Moro y Guedes se colocan -con matices- en el último campo. Esto, claro, no sin conflictos. Alcanza con recordar el amague de Trump para la imposición de aranceles al acero y el aluminio a fines del año pasado (tanto para Brasil, como para la Argentina). Sin embargo, China es el principal socio comercial de Brasil, y retrotraer este hecho se da de patadas con la realidad. Es el principal inversor de petróleo y gas. Petrobras y la China National Petroleum Corporation son socias en la explotación del Pre-sal (Abdala, 2018) que es uno de los principales objetivos de Estados Unidos, y una de las razones por las cuales saltó a la luz el “Lava Jato”. Además, el gigante asiático es fundamental para los agroexportadores. Hay un sector del gobierno que refracta políticamente esta realidad y oficia de contrapeso a las bravuconadas antiglobalistas de Bolsonaro: “(…) hubo señales de que un sector diferente está ganando influencia en el gobierno de Bolsonaro: los militares. Dirigida por el vicepresidente Hamilton Mourão y el aún más influyente Augusto Heleno, ambos generales condecorados en retiro, esta facción se ve a sí misma como los guardianes apolíticos del interés a largo plazo de Brasil, y por lo
tanto favorece un enfoque más pragmático de China y las relaciones exteriores en general.” (Lapper, 2020). En palabras del propio Mourão: "China tiene una gran necesidad de productos básicos que Brasil produce y de inversiones para controlar algunas fases de la logística, entonces tenemos que aprovechar lo mejor de esto" (Lapper, 2020). En caída libre Si la crisis y la guerra comercial internacional se han agudizado por el coronavirus, particularmente en Brasil el temerario manejo sanitario y político del asunto por parte de Bolsonaro ha llevado hasta el límite la exacerbación de su núcleo duro y el descontento popular. Esto ha tenido un efecto corrosivo en alianza conservadora. Desde que comenzó el año el Real se depreció casi un 30%(La Nación, 2020). Devaluar el Real en busca de “competitividad” estaba dentro de los planes del ministro Guedes. De hecho, cuando comenzó el 2020 había declarado: “(…) hasta las empleadas domésticas iban a Disney cuando el dólar estaba a 1,80, eso era una fiesta terrible. Ahora hay que pasear en Foz de Iguazú” (Infobae, 2020). Desde ya, esto era respaldado 100% por Bolsonaro. No obstante, la magnitud de la depresión post-coronavirus ha llevado al Banco Central a intervenir, debido a que la caída del Real se había salido de control. Con todo, Guedes sigue oponiéndose al plan de estímulo económico “Pro-Brasil” promocionado por los militares. Según el FMI, el PBI de Brasil se va a reducir 5.3 puntos este año (Financial Times, 2020). El presidente, además, ha entrado en crisis con importantes gobernadores por desafiar abiertamente el método de la cuarentena (O Globo, 2020). Ha desoído a su propio Ministro de Salud Luis Enrique Mandetta al punto que lo ha eyectado de su puesto. No conforme con todo esto, removió al titular de la Policía Federal por investigar el vínculo de sus hijos con
grupos paramilitares que operan en Río de Janeiro (vínculo que podría llegar hasta el asesinato de la consejala Marielle Franco). De este último hecho es de donde se ha agarrado Moro para renunciar a su cargo (Perfil, 2020). Como ya hemos señalado, el portazo con denuncia incluida del ex juez mina y divide la propia base social de Bolsonaro. Datfolha señala que sobre 1503 casos encuestados, el 52% de los entrevistados dicen creer en la versión de Moro (o sea, que el presidente va a interferir en la investigación policial para encubrir a su familia) y sólo el 20 %
en la de
Bolsonaro, quien asegura que la remoción de la cabeza de la PF no tiene nada que ver con la investigación en cuestión (Gielow, 2020) Aunque el virus está haciendo estragos en Fortaleza y Manaos, frente a la desconfianza de los militares el propio Bolsonaro decidió encabezar una movilización (dándose el lujo de toser sobre su mano desde la tarima) en donde reivindicó a la dictadura militar y amenazó al Congreso. Esto le valió el repudio de los jueces del Supremo Tribunal Federal y de los gobernadores. Si alguna de las tantas causas en danza decantara en un impeachment, Bolsonaro no tendría peso propio en el Congreso para detenerlo. Aunque también es cierto que cualquier otra fuerza carece de poder político para avanzar sola. Partidos con más de 30 años como el PMDB (hoy MDB) o el PSDB, han centrado tanto su accionar en adosarse al Estado como sea que no tienen posibilidades de subsistir si no es por medio de alianzas. Son incapaces de imponer un candidato. Por su parte, más allá de declaraciones pour la gallerie, el PT ha salido muy debilitado por la pasividad y la adaptación con la que enfrentó la persecución y el golpismo. Esta disgregación es que la cimentó el camino de un outsider como Bolsonaro al poder. Pero ahora es el propio Bolsonaro el que se sostiene sobre la delgada cuerda del temor a la acefalía que tienen los pulpos industriales y del agro. Apuntes sobre un fascismo fallido y perspectivas “La alianza “natural” de la derecha abarcaba desde los conservadores tradicionales hasta el sector más extremo de la patología fascista, pasando por los reaccionarios de viejo
cuño. Las fuerzas tradicionales del conservadurismo y la contrarrevolución eran fuertes, pero poco activas. El fascismo les dio una dinámica y, lo que tal vez es más importante, el ejemplo de triunfo sobre las fuerzas del desorden”. (Hobsbawm, 2015: 130) Allí Hobsbawm se refería a los fascismos europeos del Siglo XX, no obstante esto nos puede brindar una herramienta para analizar al Brasil de hoy (más allá de las especificidades geográficas e históricas). No basta con que una persona sea fascista para que un régimen sea fascista. Aun cuando esa persona esté en la cúspide del Estado. Salvando las enormes distancias, hasta el propio Hitler tuvo que pasar por la quema del Reichstag y el Gleichschaltung antes de anular (de hecho) la República de Weimar. Que un régimen devenga en fascista depende de un tránsito, de un proceso en el cual los agentes actuantes deben dotarse de los recursos políticos. En Brasil, el “sector más extremo” - lejos de ser un factor dinámico que garantice la victoria y el orden sobre las “fuerzas del desorden”- se está aislando y abroquelando en sí mismo, luchando por su propia supervivencia. Está más cerca de ser un estorbo que el garante del “ordem e progresso” para los sectores dominantes. A su favor, las “fuerzas del desorden” no son los robustos partidos obreros de la Europa de principios de siglo XX, sino protestas populares aisladas frente a las contrarreformas Guedes (y antes de Temer) y el desquicio de Bolsonaro. Son brotes de luchas que se disipan porque no encuentran un canal de organización que los fisonomice como una amenaza política. No lo encuentran ni en la docilidad y el inmovilismo del PT, ni tampoco en el raquitismo político del resto de la izquierda. Como el historiador británico citado menciona, los fascistas no son sólo conservadores, son “los revolucionarios de la contrarrevolución” (Hobsbawm, 2015: 124). En ese sentido, Bolsonaro ha llegado prometiendo “barrer a los rojos” y alentado movilizaciones heterodoxas de distinto tipo, antes y sobre todo después de asumir. Las caravanas anti-cuarentena en San Pablo han sido las últimas del repertorio. En el acto pro-dictadura mencionado en este artículo, ha dicho claramente: “Basta de la vieja
política. No queremos negociar nada, queremos acción por Brasil” (Nejamkis, 2020). Como se destacó, los vínculos de sus hijos con el para-militarismo pandillero son bastante evidentes. “La principal diferencia entre la derecha fascista y la no fascista era que la primera movilizaba a las masas desde abajo (…) El fascismo se complacía en las movilizaciones de masas, y las conservó simbólicamente, como una forma de escenografía política” (Hobsbawm, 2015: 124)” Sin embargo este germen proto-fascista parece muy débil para imponerse frente a las formas federal-parlamentarias y el conservadurismo militar (hoy predominantes). No podemos hablar de movilizaciones de masas. A ello sumemos las dificultades de un país vasto, diverso y complejo. Es cierto también que Brasil es un país con experiencia en auto-golpes, pero incluso para un “Neo-Estado Novo” se necesita cierto consenso social (y el fanatismo bolsonarista es minoría). Los golpes recibidos en las últimas semanas y el desmembramiento de la alianza conservadora, parecen empezar a ponerle punto final a la intentona. El equilibrio de Bolsonaro entre los militares y los adults in the room parece haber entrado en un punto de no retorno. Luce difícil recomponer el compromiso porque se han agudizado las contradicciones entre ambos sectores. En la vida hay que elegir. Lo paradójico es que lo único que le da oxígeno político al clan familiar bolsonarista es la suerte de bonapartismo que ejerce entre ambos polos. Si se recostara definitivamente sobre un sector contra el otro ¿qué sentido tendría seguir soportando sus peligrosos y erráticos experimentos? Siempre que no se sume Guedes, el peligro aprieta pero no ahorca. Por lo pronto, mientras los desplazamientos políticos subterráneos continúan, la situación se descompone: Brasil ha batido el lamentable record de haber superado en China en cantidad de muertos por COVID-19 (Ámbito, 2020).
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