nopal
#17
nomastique/menuma pamphletarium
Ciudad de MĂŠxico septiembre 2013
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Al nopal lo van a ver s贸lo cuando tiene tunas Refr谩n popular mexicano
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Nopal, nopal Enrique Martín Santamaría Mi interés por hablar una lengua vacía de significados viene
de lejos. Aunque no recuerdo bien la fecha (a mí todos los días
siempre me habían parecido iguales), yo debía de tener unos diecisiete años. Era mi último año de instituto, de eso sí estoy
seguro. Recuerdo que la clase estaba envuelta en la nebulosa
de aburrimiento de todos los miércoles a primera hora. Cada
clase de Biología era una réplica de la anterior. Se iniciaba con el paso por la puerta del profesor Olivo, que se movía como si sus piernas fueran de mármol y tuviera que hacer un esfuerzo
titánico para desplazarse. Cuando llegaba a su posición, colocaba su maletín de cuero negro en la mesa, sacaba los papeles donde
tenía apuntada la lección de cada día y se ponía a dictar. Palabra
a palabra, coma a coma. Pasados los tres minutos que le duraban las energías reunidas durante la noche, su voz se iba apagando y
apagando como una maquinilla de afeitar que se queda sin pila. Hasta que encontraba su tono. Yo sentía cuándo alcanzaba ese momento. Era como si por fin llegara a su sofá, después de una
larga jornada de trabajo, y se recostara con las piernas estiradas. A partir de ese instante y hasta el timbre que indicaba el final de la clase, su voz invariable penetraba no sólo por nuestros oídos,
sino todos nuestros poros al mismo tiempo. Era una voz húmeda que se apropiaba de ti.
– El opuntia microdasys se extiende por el centro y norte de México. Presenta unos segmentos con forma oval ensanchada.
Su epidermis tiene un color amarillento y está cubierta por una pubescencia muy corta. Esta planta también es conocida con el nombre de nopal.
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Mientras, de fondo, la voz del profesor Olivo continuaba su
marcha con la precisión de un diapasón, la última palabra de esa frase se quedó reverberando en mi abovedada cabeza. Al tiempo
que me pasaba el lápiz de un dedo a otro de la misma mano, me repetía en voz baja una y otra vez: “nopal”, “nopal”, “nopal”, y
mantenía durante cada vez más tiempo la lengua apoyada en mi paladar, alargando la ele.
– Es una palabra extraña. Nopal. – le dije a mi compañero de
pupitre, que estaba entregado a la difícil tarea de dibujar en la mesa una serie infinita de circunferencias concéntricas.
– ¿Qué? – me contestó, sin levantar la vista y haciendo un ademán con la ceja derecha.
– Que es una palabra extraña. Nopal. Nopallll. Nopallllllll.
Es como si no quisiera soltarte, como si quisiera quedarse ahí, sonando para siempre.
Ese día supuso una transformación en mi vida y el comienzo de
no pocas dificultades sociales. Empecé a ver palabras por todas partes. Pero ya no como meros contenedores de significados, sino
de la misma manera que veía coches, botes de basura, teléfonos y cafés con leche. Quería tocarlas, pintarlas de colores, estrellarlas contra la pared, morderlas, romperlas en pedazos. Me sentí estafado por la sociedad, que jugaba a creer que cada término
asignaba una cosa y que todos entendían lo mismo por ellos. Cada
vez con más frecuencia, cuando hablaba con alguien, una palabra destacaba elegante entre las demás y captaba toda mi atención.
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Era como el canto de un pájaro en el cortejo: todas querían su sitio, pero siempre había una que se levantaba majestuosa sobre
todas las demás. Al principio me sobresaltaba, interrumpía la conversación, me iba a casa y me ponía a pensar en ella y a
repetirla una y otra vez. Pensé que sólo así podría despojarles
del tiránico monopolio del significado. Cuantas más veces las repetía, más se alejaban de él y mejor me parecía entenderlas.
Pero, con el tiempo, fui aprendiendo a disimularlo y conseguí
integrarlo en mi vida cotidiana. Lo convertí en mi segundo trabajo, aunque en realidad era el único que ocupaba espacio en
mi mente. Cuando empecé a trabajar en el banco, me vi obligado a ponerme un horario. Si tenía turno de mañana, trabajaba en las
palabras de cuatro a ocho de la tarde; si me tocaba por la tarde, empezaba a las nueve, cuando volvía de correr, y terminaba antes
de comer. El trabajo era mecánico, pero agotador: comprobaba la palabra sobre la que me tocaba trabajar ese día (las iba apuntando
todas en una lista, a medida que iban surgiendo), la escribía en una hoja en blanco y empezaba a repetirla. Cisne. Cisne. Cisne.
Cisne. Al principio, siempre estaba algo distraído o dormido, pero sabía que formaba parte del proceso. Era un calentamiento.
Para forzar la concentración, solía repetir la palabra en series de veinte; así tomaba conciencia de lo que hacía y empezaba
la siguiente serie más concentrado. Mis jornadas de trabajo me sumergían en un estado febril. A medida que pasaba la mañana y veía que la palabra perdía su sentido original, mi grado de
excitación aumentaba hasta niveles casi animales: me quitaba la
camiseta, recorría la casa de un lado a otro, golpeaba las puertas, comía con las dos manos cualquier resto del día anterior.
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Conseguí reunir una buena colección de palabras: ignífugo,
rosedal, cucurucho, gárgola, rotular. Me gustaba juntar cinco o seis
en una hoja y observar durante un tiempo cómo se relacionaban, cómo sonaban unas al lado de las otras y qué sugerían cada vez.
El problema llegó cuando me di cuenta de que había ciertas palabras o combinaciones de palabras que empezaban a tener
un significado fijo para mí. Por ejemplo, si en algún momento la combinación de “rosedal” con “cucurucho” me había evocado el
sonido de una pieza de madera al ser astillada por un cuchillo, cada vez que las juntaba de nuevo o las ponía cerca, esa misma
imagen asaltaba mis pensamientos. Aunque los progresos que hice durante los últimos ocho años son indiscutibles (veintiún
archivadores lo atestiguan), la constatación de que yo mismo
había creado palabras con significados fijos hizo que me sintiera como un monstruo. Sentí el suelo resquebrajarse bajo mis pies. Llevo dos semanas sin trabajar. Ahora sólo voy al banco.
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Sin título Pablo Martínez Zárate
Somos el corazón de una planta
que las garras del águila aprisionan.
Somos la flor de una mujer de campo que perfuma nuestros sueños.
Éramos un fantasma suspendido
en la tierra que nadie tiene valor de nombrar. Para ser más tarde, ahora que caiga el sol, ese monstruo iracundo y vengativo
que se estrella furiosamente contra el espejo de la noche.
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El nopal sobre la mesa Colectivo Tripa Durante 7 años recorrí, por lo menos una vez al mes, la carretera
libre Xalapa – Puebla, normalmente en autobús. Siempre
intentaba conseguir un asiento con ventana para ver el paisaje. Uno de mis tramos preferidos es el que va de Zacatepec a El Seco,
una recta árida llena de nopaleras bien cuidadas, me gustaba observarlas porque las hojas tiernas (que en realidad ahora sé que se llaman cladodios, no hojas) contrastaban con los caminos
y perros polvosos de esas tierras que si no fuera por el verde brillante parecerían desahuciadas. Desde la ventana me daban
ganas de bajarme corriendo y morderlas todas, pero después imaginaba mi boca llena de sangre y espinas enterradas, así que todo se quedaba en la contemplación.
Comencé a desarrollar una especie de fascinación por ese lugar y a probar distintas horas para pasar por ahí, para ver cómo la luz
cambiaba según la hora del día. De las veces que fui en coche, nunca me atreví a pedir que nos detuviéramos, tal vez porque
quería mantener un cierto sentido onírico en mis observaciones. De pronto, aquellos viajes llegaron a su fin, cambiaron las carreteras y las rutas, y el recuerdo se desvaneció poco a poco.
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El nopal que solemos comer (Opuntia ficus-indica) es una planta interesante, su aspecto punk y regordete contrasta con su sabor ácido y sutil y con su textura babosa. En lo personal me gusta
mucho que, al estar en su punto de cocción, rechina cuando lo muerdes.
Me llama la atención que aunque el nopal se encuentra distribuido
a lo largo del continente americano, y en algunas regiones del
mediterráneo, sólo en México se comen los cladodios. Entonces me pregunto si esa es la razón por la cual hoy en día es un símbolo de identidad para los mexicanos. Descrito de forma muy simple,
el escudo nacional contiene la figura de un águila devorando una serpiente sobre un nopal. La leyenda cuenta que ésta era la
señal que buscaban los aztecas para fundar una ciudad. Según su mitología, el primer nopal nació del corazón de Copil, sobrino de Huitzchilopochtli, quien mandó matar al primero y ordenó que su corazón fuera arrancado y tirado al lago. Al día siguiente
del sangriento hecho, había brotado el primer nopal. El mito da
cuenta de que, para los aztecas, esta planta tenía un papel de vital importancia.
Me pregunto por qué habría sido tan importante. ¿Porque era un alimento y no una planta de ornato? De hecho iba más allá del alimento como tal (se comían no sólo sus cladodios sino sus frutos –la tuna y el xoconostle-) pues en ciertas especies de nopales se
cultivaba la grana cochinilla (Dactylopius coccus), insecto del que
se obtiene un colorante con el que se teñían, además de ciertos textiles, algunos tamales y dulces1.
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Por otro lado, ya en tiempos contemporáneos y visto desde el ojo extranjero, el mexicano es el único ser extraño que se come
el nopal. Surge reiterativa la idea de que lo que da identidad a través del nopal es el acto de comerlo.
Lo pongo sobre la mesa (en sentido literal y figurado), al mismo tiempo que recuerdo de nuevo aquellos viajes a través de las
polvosas carreteras poblanas y mi pulsión por morder los
nopales tiernos. De pronto viene a mi cabeza algo más: hace unas semanas la pequeña y tierna Mariloly (la cachorrita chiweenie de un amigo) se cayó de la azotea de su casa. Fue gracias a los
nopales de la jardinera de abajo que no se fracturó nada, con todo y las espinas los cactos amortiguaron su caída. Dicen que
Mariloly, casi desmayada, mordió un pedacito de nopal antes de levantarse.
Castelló, Teresa. Presencia de la comida prehispánica, 2ª ed, Fomento Cultural Banamex, México, 1987
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Espinas
Pilar Morales
En el restaurante, con mi amiga al teléfono, pude ver de reojo cómo Gerardo, al verme ahí, casi dio un salto. Intentó regresar pero la muchacha se había adelantado ya. Apresuró el paso y fue justo en ese momento en el que fingí darme cuenta: levanté la mirada y le hablé. Me miró, retrocedió dos pasos con la intención de que yo no viera a la muchacha, pero yo ya sabía lo que tenía que hacer y lo hice: la miré, luego lo miré a él. Intentó simular que iba a saludarme y forzó una sonrisa, pero sus piernas ya no le ayudaban, temblaba, y su semblante reflejaba una enorme sorpresa mezclada con vergüenza porque primero palideció y luego se sonrojó horriblemente. Algo que no puedo olvidar y que sigue llegando como eco a mis oídos es el sonido de mi nombre: “Loli” saliendo de su boca de manera apenas audible. Me dio la impresión de que, como suele suceder en los sueños, su intención era gritarlo pero apenas pudo dejar escapar esa especie de murmullo. Sentí ternura. Gerardo estaba a punto del desmayo, viéndome a los ojos y sintiéndose mirado también por la muchacha que, al parecer, no entendía nada de lo que estaba pasando. Él se recompuso un poco y me dijo, también de forma casi inaudible “tengo que irme”. Apresuró el paso, huyendo. Antes de salir, me dirigió una última mirada, como si quisiera convencerse de que lo que había pasado no fuese real. Pero lo fue. Después de que salieron, intenté tranquilizarme mientras mi amiga me gritaba disparates por el teléfono, muy preocupada, porque yo había alcanzado a decirle lo que estaba pasando. Unos veinte minutos después, pedí la cuenta y antes de salir del lugar le envié a Gerardo un mensaje sumamente ofensivo en el que le adelantaba mi interpretación: Me dejó porque decidió estar con alguien más joven; se fue de la casa con el pretexto de estar muy deprimido y pidiendo tiempo para reflexionar, pero todo era una gran mentira y él era un cobarde. Estaba claro. Desde ese día, un nudo amargo, quemante, hiere como una bola rodeada de espinas atrapada en mi garganta; a veces baja al pecho pero regresa, necio, al mismo lugar. 16
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En esta gr谩fica usted se puede dar cuenta de que el exceso de nopales en la fundaci贸n de la identidad nacional ha afectado profundamente nuestra capacidad de lograr el objetivo de ser una naci贸n moderna y desarrollada.
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Javier Pulido http://monstertruck000.wix.com/javierpulidogandara portada, pรกginas 4, 8 y 10 Guillermo Trejo http://trejoguillermo.com/ pรกginas 11, 16 y 17
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