Jóvenes, territorios y territorialidades

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Asimismo, se enfoca en el ámbito urbano, para revisar aspectos como la moratoria social, formas novedosas de resignificar y vivir el territorio basadas en el uso concreto de este y su importancia en la construcción identitaria. Por otra parte, muestra cómo las nuevas territorialidades pueden expresarse tanto en condiciones geográficas como simbólicas. La idea de maritimidad recogida por jóvenes raizales aporta elementos de estudio y una perspectiva política; las reflexiones sobre los territorios virtuales y su potencialidad como medio de expresión política y social sugieren retos para el estudio de la configuración de lo joven en las nuevas y diversas juventudes colombianas. Con esta nueva entrega de la serie Jóvenes con dis…cursos, el Observatorio Javeriano de Juventud continúa en su empeño por articular y difundir el conocimiento producido en el país acerca de las realidades juveniles, sus contextos y sus más acuciosas preocupaciones.

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MARTHA LUCÍA GUTIÉRREZ-BONILLA Y JAVIER TATIS AMAYA, EDS.

Jóvenes, territorios y territorialidades reflexiona y discute sobre tres grandes categorías: ruralidad, territorios urbanos y nuevas territorialidades, y sobre su relación con el desarrollo y la identidad juvenil en la Colombia de hoy. El libro aborda la concepción, el significado y las formas de habitabilidad de los jóvenes en la nueva ruralidad colombiana, y hace manifiesta la articulación y el desarrollo de tres ámbitos: las representaciones sociales y culturales del territorio rural, las interacciones sociales de sus actores y el contexto y las políticas agrorrurales y los conflictos territoriales.

Editores Martha Lucía Gutiérrez-Bonilla Javier Tatis Amaya

Autores

JÓVENES, TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES JÓVENES, TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES

La serie Jóvenes con dis…cursos es un instrumento de difusión del conocimiento producido en Colombia en el campo de la juventud. Se nutre de las conferencias presentadas en el ciclo del mismo nombre, impulsado por el Observatorio Javeriano de Juventud. Su nombre alude, mediante un juego de palabras, a la puesta en común de distintos saberes, ejes temáticos y perspectivas de análisis, para evidenciar condiciones y contextos que generan realidades y problemas en la vida juvenil colombiana y, desde allí, retos por asumir para alcanzar el reconocimiento, la equidad y la justicia social para todos y todas.

MARTHA LUCÍA GUTIÉRREZ-BONILLA JAVIER TATIS AMAYA editores

COLECCIÓN JÓVENES CON DIS...CURSOS

Flor Edilma Osorio Pérez Milton Pérez Espitia Colectivo Agrario Abya Yala Fabián Acosta Juan Camilo Moya Jogser Amet Castaño O. Fabio Enrique Ramírez Espitia Juan Raúl Escobar



jovenes, territorios y territorialidades



jovenes, territorios y territorialidades

Martha Lucía Gutiérrez-Bonilla Javier Tatis Amaya —Editores—


Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales Observatorio Javeriano de Juventud

© Pontificia Universidad Javeriana © Martha Lucía Gutiérrez-Bonilla Javier Tatis Amaya · Editores © Colectivo Agrario Abya Yala, Fabián Acosta, Jogser Amet Castaño O., Juan Raúl Escobar, Juan Camilo Moya, Flor Edilma Osorio Pérez, Milton Pérez Espitia, Fabio Enrique Ramírez Espitia Primera edición: Bogotá D. C., octubre de 2016 ISBN: 978-958-716-965-2 Número de ejemplares: 200 Impreso y hecho en Colombia Printed and made in Colombia Editorial Pontificia Universidad Javeriana Cra 7.a n.o 37 - 25, oficina 1301 Teléfono: 3208320 ext. 4752 www.javeriana.edu.co/editorial Bogotá, D. C.

Corrección de estilo José Gabriel Ortiz Abella Diseño de colección Carolina Maya Gómez Diagramación y montaje de cubierta Diego Andrés Mesa Quintero Impresión Javegraf Serie Jóvenes con dis...cursos Pontificia Universidad Javeriana, vigilada Mineducación. Reconocimiento como Universidad: Decreto 1297 del 30 de mayo de 1964. Reconocimiento de personería jurídica: Resolución 73 del 12 de diciembre de 1933 del Ministerio de Gobierno.

Jóvenes, territorios y territorialidades / editores Martha Lucía Gutiérrez-Bonilla y Javier Tatis Amaya; autores Flor Edilma Osorio Pérez [y otros siete]; Prólogo Juan Guillermo Ferro. -Primera edición. -- Bogotá : Editorial Pontificia Universidad Javeriana, 2016. 178 páginas; 24 cm Incluye referencias bibliográficas ISBN: 978-958-716-965-2 1. JUVENTUD – CONDICIONES SOCIALES - COLOMBIA. 2. JUVENTUD RURAL – CONDICIONES SOCIALES - COLOMBIA. 3. POLÍTICAS PÚBLICAS - COLOMBIA. 4. JUVENTUD - POLÍTICA GUBERNAMENTAL - COLOMBIA. 6. JUVENTUD Y VIOLENCIA - COLOMBIA. 7. TERRITORIALIDAD HUMANA – COLOMBIA. 8. JUVENTUD Y PAZ – COLOMBIA. 9. TECNOLOGÍA Y JUVENTUD - COLOMBIA. I. Gutiérrez Bonilla, Martha Lucía, editora. II. Tatis Amaya, Javier Alfredo, editor. III. Osorio Pérez, Flor Edilma, autora. IV. Ferro Medina, Juan Guillermo, prologuista. V. Pontificia Universidad Javeriana. Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Observatorio Javeriano de Juventud. CDD 305.23 edición 21 Catalogación en la publicación - Pontificia Universidad Javeriana. Biblioteca Alfonso Borrero Cabal, S.J. inp

13 / 09 / 2016

Prohibida la reproducción total o parcial de este material, sin autorización por escrito de la Pontificia Universidad Javeriana.


ÍNDICE

Prólogo Juan Guillermo Ferro

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PARTE I. JÓVENES Y RURALIDAD Juventudes rurales e identidades territoriales Flor Edilma Osorio Pérez

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Políticas públicas y lo joven rural en Colombia. Análisis de propuestas y planteamientos de actores sociales y no gubernamentales Milton Pérez Espitia

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Nuestro camino hacia una propuesta de investigación y acción frente a los conflictos por la tierra y los territorios en Colombia Colectivo Agrario Abya Yala

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PARTE II. JÓVENES EN TERRITORIOS URBANOS Inconstrucción social de la moratoria: cartografías juveniles metropolitanas Fabián Acosta Estéticas de la resistencia: jóvenes y territorio Juan Camilo Moya

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Imagen corporal y moda: factor territorial en jóvenes diversos sexualmente en la discoteca Theatron Jogser Amet Castaño O.

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PARTE III. JÓVENES Y NUEVAS TERRITORIALIDADES ¿Territorialidad en el mar? Hacia el entendimiento de formas no continentalizadas de relacionarse con un espacio Fabio Enrique Ramírez Espitia La revolución no será tuiteada Juan Raúl Escobar

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Prólogo Juan Guillermo Ferro

Este es un libro diverso como lo es el grupo social estudiado en él. Empecemos por la diversidad de temas. En la primera parte, “Jóvenes y ruralidad”, en el artículo de Flor Edilma Osorio, tenemos el tema del territorio rural y la gente joven, una relación desarrollada en los estudios sobre juventud urbana, pero poco tratada en los acercamientos a la juventud rural. Vemos allí la complejidad que implica analizar la diversidad y dinámica de esa interrelación; para entender esa articulación se analizan cuatro dimensiones: el paisaje, las prácticas de lugar, las representaciones territoriales y las interacciones sociales; y, adicionalmente, se toma en cuenta el peso de las migraciones sobre la construcción de territorialidades ampliadas por parte de la juventud rural. Es claro que pese a los procesos de urbanización sociológica del campo, muchas de las actividades que desarrollan los jóvenes en las zonas rurales siguen siendo diferentes a los de la ciudad y esto marca su propia construcción de territorialidad. Destaco aquí que importantes grupos de jóvenes rurales están construyendo nuevas propuestas de defensa de los territorios campesinos, de su autonomía y de la misma vida campesina, alternativas que resultan cruciales para la consolidación de la paz en nuestro país. El siguiente artículo de Milton Pérez es un análisis crítico de las políticas públicas agrorrurales que han sido diseñadas para los jóvenes y no por los jóvenes rurales; estas políticas al ser pensadas para y no sobre los jóvenes, permiten abrir lo que el autor llama una “ventana de oportunidad”, donde —en medio del auge de la discusión sobre lo agrorrural provocada por los diálogos de paz y por los contundentes paros agrarios—, los criterios y los proyectos de una política de los jóvenes puedan irrumpir. El análisis se hace basado en un potente concepto de política pública entendida como una construcción social y epistemológica totalmente permeada por las relaciones de poder presentes en la sociedad. Esta mirada es la que permite hacer un análisis situado que involucra conocimientos, intereses y posiciones, apartándose así de las visiones universalizantes y homogenizantes de las políticas públicas. Se propone, entonces, una política pública inclusiva que reconozca la diferencia y permita la convergencia de diversas propuestas de los jóvenes con miras a la transformación de las políticas públicas tutelares que, como le dice el autor, “preparan” a los jóvenes para asumir la sociedad que se les impone. Algunas de las variadas propuestas alternativas internacionales y nacionales están basadas en la defensa de la seguridad alimentaria, en la búsqueda de alternativas al capitalismo, en asumirse como actores del presente y no solo del futuro, en el desarrollo de propuestas interculturales y amigables con el medioambiente, en democratizar el acceso a la tierra acompañado de proyectos productivos propios, y en el caso específico colombiano, adicionalmente, defender la objeción de conciencia frente a la participación en el conflicto armado.


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Juan Guillermo Ferro

El siguiente es un artículo del Colectivo Agrario Abya Yala donde se plantea el desafío ético y epistemológico que representa, para un grupo de jóvenes investigadores ligados a la Universidad Nacional de Colombia, consolidar un trabajo académico y político en torno al tema de los conflictos territoriales rurales en nuestro país. El texto presenta una síntesis muy completa de la historia, desde la Conquista hasta nuestros días, de los conflictos por la tierra y el territorio en Colombia, destacando del contexto actual la dinámica del capitalismo centrada en el modelo neoextractivista y las condiciones de continuidad del conflicto armado colombiano que han generado el desplazamiento forzado de más del 10% de la población. Por otra parte, y desde el escenario de las resistencias, se muestra cómo las luchas de los movimientos socioterritoriales se configuran como el centro de los conflictos en América Latina y como desde estos actores se repiensan las posibilidades del posdesarrollo. El grupo reconoce la importancia de la cuestión agraria colombiana en las vidas familiares de sus propios integrantes, un ejercicio local que si lo proyectáramos al plano nacional (en el contexto de los paros agrarios) nos arrojaría una respuesta parecida: la gran mayoría de los colombianos somos “agrodescendientes”. El texto muestra también cómo el espacio de la Universidad Nacional de Colombia les permitió interactuar con diferentes actores sociales más allá de profesores y estudiantes (como en el caso de la Minga Social) y cómo desde allí se abrieron posibilidades de debate y estudio pese a la pérdida de importancia que ha tenido el tema de la problemática rural en Colombia en dicha institución, otrora espacio de trabajo de los mejores investigadores sobre el tema (Orlando Fals Borda, Antonio García y Camilo Torres). Finalmente, la propuesta de este grupo es contribuir, desde el acompañamiento solidario, la educación y la investigación, al tratamiento de temas pertinentes a la problemática de la sociedad rural colombiana, reivindicando los saberes populares y el diálogo democrático entre la academia y los sectores populares. En suma, el Colectivo Agrario Abya Yala, con su conocimiento y voluntad, se pone a disposición de los proyectos de autonomía de los pueblos, entendida esta como la condición política fundamental para la búsqueda del buen vivir, de un nuevo ordenamiento territorial y de la soberanía alimentaria. En la segunda parte, “Jóvenes en territorios urbanos”, vemos, inicialmente, el artículo de Fabián Acosta donde se trata el tema de las amenazas a la vivencia de la juventud, definida en este artículo como una experiencia fundamentalmente urbana, pero ahora transformada por la globalización capitalista y neoliberal que pretende acabar con las conquistas educativas mediante la privatización del costo de la educación, desfigurando, así, el objetivo de la llamada moratoria social, entendida esta como el aplazamiento del ingreso al mundo laboral por la permanencia de los estudiantes en la escuela y en la universidad. En ese sentido, las luchas de los jóvenes por el derecho a la gratuidad de la educación superior son leídas como luchas por el derecho a poder vivir la juventud. En el artículo de Juan Camilo Moya vemos una reflexión sobre las nuevas formas de relacionamiento entre grupos de jóvenes y el territorio, más específicamente nuevas formas de tejer, entender y vivir el territorio, en este caso en el municipio de Soacha (ciudad entendida aquí como una mentira del desarrollo) o “Suacha”, como también les gusta llamarla, buscando a través de nuevas formas o “estéticas” de la resistencia, un ordenamiento democrático y


Prólogo

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alternativo de este territorio, mediante la revaloración simultánea de las relaciones sociales y de los espacios cotidianos, recreativos, culturales, educativos y biofísicos. Finalmente, en este aparte, encontramos el artículo de Jogser Amet Castaño sobre la particular territorialización que construyen los jóvenes diversos sexualmente en la discoteca Theatron en Bogotá. Para este autor los fuertes sentidos otorgados al cuerpo y a la moda son los indicadores clave de la forma de vivir y expresar su sexualidad en este territorio. En este lugar, grupos de jóvenes resignifican su identidad mediante relaciones de cooperación y de conflicto mediadas por la apariencia. Es un territorio que puede ser tanto liberador-incluyente, por su rechazo al modelo hegemónico heterosexual, como conflictivo-excluyente, por la forma en la que se tramitan las diferencias de estratos socioeconómicos y la diversidad de imágenes corporales, indumentarias, comportamientos y gustos. En todo caso, estamos frente a un territorio moldeado por la moda y el mercado, dos dinámicas que son importantes productoras de efímeras diversidades y diferencias, que incluso amenazan la existencia de la propia discoteca Theatron. ¿Es un territorio recreador de identidades o de simples identificaciones? ¿Estamos frente a un espacio democrático o frente a un espacio regido por el mercado, o a una particular mezcla de las dos cosas? En la tercera parte “Nuevas territorialidades” encontramos, en primera instancia, el artículo de Fabio Ramírez Espitia sobre el caso de los estudiantes sanandresanos que viven y estudian en Bogotá y se preguntan cómo pensar y relacionarse con un territorio propio si este ahora está muy lejos; ¿cómo hablar del territorio si este es el mar?, ¿hablamos mejor de insularidad o de maritimidad?, ¿será que siempre llevamos el territorio de origen con nosotros? Es claro que Colombia entiende su territorio de una forma continentalizada y poco autorreconoce su dimensión insular. Los colombianos en general incluimos dentro de la clasificación de “costeños” a los sanandresanos y ellos ni cultural ni geográficamente pertenecen a la costa del continente, tampoco son una isla continental, son una isla oceánica. Estos imaginarios dominantes permiten entender, en buena parte, el porqué del proyecto por la autonomía política de las islas, un propósito para poder pensarse y gobernarse con criterios propios, protegiendo y potenciando su cultura y, seguramente, la mejor vía para poder ordenar su insularidad y su ultramaritimidad. Por último, tenemos el artículo de Juan Raúl Escobar sobre el tema de las redes sociales, los jóvenes y el cambio social. El autor se plantea aquí preguntas clave: ¿Twitter es representativo de la sociedad colombiana? ¿Qué relaciones de poder se dan en Twitter? ¿Se forman los estudiantes políticamente a través del activismo en Twitter? Todo esto visto desde el caso concreto de la discusión sobre los derechos de autor en Internet. Las conclusiones del estudio no son muy esperanzadoras: en la era digital se crea una élite digital. Twitter no cumple con una de las características que se esperan de las redes sociales: crear nuevas redes y a su vez mantener redes sociales en el sentido sociológico, Twitter, como herramienta de trabajo, está determinada por las reglas del mercado y no es neutra políticamente, pues existe un control del mercado donde incluso los adultos la utilizan para convertir a los jóvenes en consumidores. Pese al alto nivel educativo de sus usuarios se establecen en Twitter agendas a partir de los personajes más seguidos, que lo son, en muchos casos, por el simple y discutible reconocimiento mediático.


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Juan Guillermo Ferro

Algunas reflexiones finales que atraviesan varios de los artículos Si aceptamos que la llamada moratoria social es el periodo en donde los jóvenes se dedican a prepararse para la vida laboral y que como esta condición es un elemento clave en algunas concepciones de juventud, me surgen algunas preguntas. Si durante mucho tiempo varios estudiosos han dicho que difícilmente los jóvenes rurales tienen juventud porque estos trabajan desde muy temprana edad y si la tasa neta de cobertura de la educación superior para los jóvenes de los hogares más pobres es de cerca del 6%1, es decir, si los jóvenes del campo no pueden dejar de trabajar y la mayoría de los jóvenes de estratos populares de las ciudades no pueden estudiar en la universidad, ¿de qué moratoria social estamos hablando, en nuestro país? La moratoria social se convirtió entonces en el lujo de un grupo reducido de jóvenes en su mayoría de las clases media y alta que pueden dedicarse exclusivamente al estudio en la universidad. Entonces, ¿seguimos hablando de juventud pero ahora como un ideal de vida, ante una actual juventud precarizada?; estamos sin duda frente al fracaso de la moratoria social, la gran mayoría de nuestros jóvenes no se están preparando para el mundo laboral porque ya trabajan, estén o no estudiando. En ese sentido estaríamos hablando de una “juventud trabajadora” rural y urbana especialmente afectada, particularmente en Colombia, por las políticas neoliberales de privatización crecientes de los servicios públicos fundamentales e inmersas en el problema de la ampliación de nuestras economías informales o del “rebusque”. Ahora, como de los peores contextos o de las situaciones límites también se produce lo mejor de los actores sociales, la buena noticia es que precisamente de esta crisis de la juventud resurge, en la segunda década del siglo xxi, un movimiento estudiantil vigoroso que reclama calidad, gratuidad y la no privatización de la educación superior. Un movimiento social fresco, calificado, con nuevos repertorios de protesta que lo sintonizaron como nunca con la sociedad colombiana y que logró, al menos, reversar por un tiempo una propuesta de ley de educación adversa a su interés. De otro lado, vemos que las nuevas identidades de los jóvenes generan nuevas preguntas y discusiones. ¿Estas nuevas identidades juveniles propician espacios de emancipación social? ¿O simultáneamente son espacios de emancipación y de exclusión? El caso de la discoteca Theatron, analizado en este libro, es un buen ejemplo de cómo se combinan estas dos posibilidades en cuanto es un territorio de libertad para la expresión de la diversidad sexual, pero a la vez un espacio atrapado en las exclusiones y en las trampas de lo efímero que producen la moda y el consumismo dictados por el mercado. Este tema de la afirmación de una identidad sin exclusión de las otras me hace pensar, trasladados a otro contexto, en las consignas neozapatistas: “Nunca más un México sin nosotros” o “un solo no y muchos sí”, que me parece dan en el clavo sobre la importancia de la lucha contra la exclusión identitaria sin generar nuevas exclusiones. Si se generalizara la idea de construir territorios donde grupos específicos

1   El Malpensante, 142, junio del 2013.


Prólogo

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de nuestra diversidad sexual puedan ser excluidos porque no están a la moda, o porque su indumentaria no refleja lo que el mercado valora, o simplemente porque no cuentan con recursos económicos, podríamos caer en el peor de los mundos. Finalmente, este es un libro que viene muy bien para llenar vacíos sobre el tema fundamental y complejo de jóvenes y territorios. Sabemos, por los estudiosos de este tema en Colombia, que son pocos los ejercicios académicos con continuidad que se hacen en general sobre juventud en Colombia, y más crítico aun en el caso de los estudios sobre juventud rural. El Observatorio Javeriano de Juventud es una de las pocas instituciones académicas que han asumido ese reto y ahora lo renueva con esta publicación que celebramos por su originalidad, su oportunidad y por la calidad de los análisis sobre las diferentes territorialidades construidas por los diversos tipos de jóvenes colombianos. Juan Guillermo Ferro Profesor asociado Facultad de Estudios Ambientales y Rurales Coordinador del Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos Pontificia Universidad Javeriana



PARTE I JÓVENES Y RURALIDAD



Juventudes rurales e identidades territoriales Flor Edilma Osorio Pérez * 1

Poco sabemos en Colombia sobre las juventudes rurales. Desconocemos quiénes son y qué anhelos y sueños tienen las y los jóvenes que habitan nuestros campos. Eso sí, suponemos muchas cosas, tenemos indicios de otras, pero carecemos de estudios juiciosos, amplios y continuos que den cuenta de la pluralidad de experiencias que constituye el mundo de la juventud rural. Retomando una revisión de la producción realizada sobre las juventudes rurales en el país, nos muestra tres grandes tendencias (Jaramillo & Osorio, 2010). Una, la invisibilización de las y los jóvenes en el campo, quienes son valorados fundamentalmente como mano de obra, pero descontados como actores sociales capaces de comprender, opinar y participar. La reducida oferta de servicios se orienta a fortalecer su papel como productores potenciales, dejando a un lado las dimensiones básicas que involucran su capacidad de accionar en cuanto sujetos sociales y políticos. Dos, una homogenización que oculta la diversidad de problemáticas, potencialidades, sueños y expectativas; dicha homogenización se deriva también tanto de la simplificación que se hace de las sociedades rurales como de su marginalidad histórica en las agendas políticas, desconociendo la rica diversidad de lo rural y la necesidad de comprensiones específicas. Y tres, un significativo desconocimiento e ignorancia de la diversidad y complejidad de opiniones, historias, vivencias, valoraciones y expectativas. Desconocemos cómo son percibidos y cómo se autoperciben las y los jóvenes rurales, su valoración de la ciudad y del campo, sus propias ideas de desarrollo y de bienestar. Desde esta ignorancia, se deciden ciertas acciones sobre lo que le puede convenir a la juventud rural; en esa perspectiva se siguen imponiendo unos pocos caminos que parecen inexorables y que replican y potencian relaciones de dominación derivadas del mundo urbano, del mundo rural y del mundo adulto. El propósito de este texto es plantear algunas consideraciones en torno a la construcción del sujeto rural joven y de la juventud rural como categoría social, a partir del entramado derivado de las identidades territoriales. La hipótesis que subyace a estas reflexiones le apuesta a una relación profunda y fundamental de nuestras vidas con el contexto en el cual habitamos y del cual formamos parte; se trata de una perspectiva exploratoria que insiste en situar experiencias concretas de las y los jóvenes en marcos de lugar que ofrecen posibilidades y restricciones, que actúan a la vez como determinantes en las satisfacciones, las frustraciones y *   Profesora investigadora de la Facultad de Estudios Ambientales y Rurales, Pontificia Universidad Javeriana. Correo electrónico: fosorio@javeriana.edu.co


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las búsquedas, y como factores que estimulan a la construcción de acciones que transformen dicho contexto. Ello sitúa al lugar y al territorio con respecto a la juventud, en una relación dinámica que la determina y que a la vez es determinada por la misma. Acudiré para ello a diversas experiencias personales de investigación realizadas en tiempos y lugares diversos en el país1, unas más definidas en el ámbito de la juventud que otras, las cuales pondré en diálogo con categorías analíticas que permiten concretar ese mundo rico y complejo de la construcción y la configuración territorial. El texto se desarrolla en tres secciones. La primera discute la comprensión de lo rural. La segunda se orienta a mostrar la relación entre juventud y configuración territorial, situando cuatro dimensiones de esta configuración: los paisajes, las prácticas de lugar, las representaciones territoriales y las interacciones sociales. La tercera sección se sitúa en el marco de las migraciones de la juventud rural como territorialidades ampliadas que multiplican sus prácticas territoriales y ámbitos de acción, a la vez que generan fuertes contradicciones e inquietudes.

Una mirada al lugar de lo rural en Colombia Nos preguntamos por las y los jóvenes rurales y ello ya nos sitúa en la pregunta por una dimensión del lugar que los delimita. Quizás pueda parecer inoficioso y hasta inadecuado no referirnos a la juventud en general, sino detenernos a mirar solo un sector de la juventud: la que habita el campo colombiano. Esa mirada desagregada es una manera de delimitar nuestras reflexiones a unas dinámicas materiales y simbólicas específicas que se relacionan con lugares específicos: las zonas rurales del país. Por ello reflexionaremos aquí en torno al lugar que ocupa lo rural en el conjunto de la sociedad nacional. Lo rural se ha definido de manera relacional con lo urbano. En una escala global y en perspectiva de larga duración la historia de lo rural muestra que si bien ha constituido la base y fuente de lo urbano, ha mantenido una posición subordinada. Como lo señala Malassis (2004), los pobladores rurales solo se han beneficiado de los bienes y servicios de la civilización que ellos han hecho posible, aunque muchos de ellos todavía siguen sin acceder a estos. Pero, además, la lógica de acumulación por desposesión que mantiene e intensifica el gran capital, está provocando una desposesión genocida de los campesinos del tercer mundo; la mitad de la humanidad será reemplazada por cincuenta millones de agricultores modernos eficientes, población que no podrá ser absorbida por ninguna dinámica urbana que ya muestra síntomas evidentes y graves de la presión migratoria y de los efectos de la desintegración del 1   Estaré retomando principalmente estudios realizados en los departamentos de Caquetá y sur del Huila sobre cambios socioculturales en contextos de coca y amapola; en Córdoba y Quindío sobre migraciones internacionales y desarrollo local; en dos municipios de Boyacá y dos en Antioquia con jóvenes rurales y sus percepciones sobre el lugar que habitan; un estudio exploratorio en Chocó, Palenque de San Basilio, San Cristóbal y Paraíso en el Caribe y norte del Cauca con jóvenes pertenecientes a comunidades afrodescendientes. Retomaré también investigaciones realizadas en torno a problemáticas como el desplazamiento forzado y los procesos de “volver a empezar”, así como algunos trabajos de grado que he acompañado sobre temas próximos a la juventud rural.


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campesinado, lo cual lleva a afirmar que “para abrir los campos a la nueva expansión del capital (la modernización de la producción agrícola) será necesario destruir —en términos humanos— sociedades enteras” (Amín, 2005, p. 14). Sin embargo, y también en una perspectiva histórica, la comunidad rural se mantiene, se defiende, desparece o se reconstituye bajo modos de producción muy diferentes: esclavista, feudal, capitalista y socialista. Persiste, más o menos viva, en acenso o disolución, desde los tiempos más remotos hasta nuestros días; ciertamente no extraña a las vicisitudes de la historia y las transformaciones económico-políticas, pero con vida e historia propias. (Lefebvre, 1978, p. 27) Por ello, es importante evitar las descripciones técnicas y normativas de lo rural despojándolas de su pasado; “lo histórico persiste y actúa en lo rural” (Lefebvre, 1978, p. 20). La persistencia de lo rural encarnada en sus pobladores campesinos, negros e indígenas, constituye una tendencia histórica y esperanzadora que da cuenta de su capacidad de resistencia. El crecimiento acelerado de las ciudades ha llevado a ampliar aritméticamente su radio y a multiplicar geométricamente su influencia simbólica. La expansión del campo sobre la ciudad se ha mantenido y profundizado gracias al centralismo y a la modernización que se ha situado en la ciudad, creando su contrapartida de lo tradicional en el campo. La ciudad, es el “otro lugar”, es la alteridad del campo, una alteridad vivida como lo opuesto, marcado por profundos desequilibrios de poder. La polaridad rural-urbana se ha fundamentado en la relación antagónica entre lo tradicional y lo moderno que viene desde el siglo xviii con la denominada Ilustración. Esta se presentaba a sí misma como el “advenimiento de un mundo nuevo en el que la razón, la ciudadanía y el progreso tenían su imperio” (Bolívar, 2006, p. 9) en contraposición con la cultura, en particular con la popular, relegada al terreno de lo antiguo y distante, el lugar del pueblo ignorante, supersticioso, anclado a la tradición, a la tierra y carente de cualquier sentido de individualidad. La tradición es, entonces, una creación y fruto de la modernidad que esta rechaza. A partir de este anclaje entre la modernización que encarna aparentemente la ciudad y la tradición ubicada de manera automática en el campo, se siguen replicando imaginarios distorsionados de una y otro, imaginarios que perpetúan una dualidad que orienta hacia una transición casi obligada por la vía migratoria unidireccional hacia la ciudad en busca de bienestar y de progreso. Nos encontramos, entonces, ante una hegemonía de representaciones jerarquizadas de lugar que se reproduce y potencia por diversos medios y que atraviesa culturas, lugares y tiempos, de la mano de los modelos económicos en particular y del sistema capitalista en general, que además es autoaceptada también por los pobladores del campo. Se trata de una hegemonía moral muy efectiva en la medida en que produce realidad, es decir, logra “que la visión del grupo dominante se internalice como “lo natural” en tanto parte constitutiva de la cultura” (Balsa, 2006, p. 19). Quienes dominan, además de imponer las normas de su propia autopercepción, es decir de ser percibidos como ellos se perciben, imponen la percepción que tienen sobre los otros. Los desposeídos y entre ellos los campesinos, según Bourdieu (1977), carecen también del poder de


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definir su propia identidad, pues con frecuencia, resultan retomando la definición que los demás han hecho de ellos, lo cual los configura como clase objeto. La hegemonía de las representaciones señala lo que existe (y lo que no), lo que es bueno (y lo malo) y lo que posible (e imposible) configurando “nuestras esperanzas, ambiciones y temores” (Therborn citado en Balsa, 2006, p. 25). El despojo simbólico y material se retroalimentan consolidando una baja autoestima de clase que no hace sino confirmar el reconocimiento de la superioridad de la ciudad, como el lugar en donde es posible cumplir los sueños, también definidos por el mismo sistema y que se concentran en el denominado “espíritu del consumidor” como fuente de libertad, realización, prestigio y lugar en la sociedad (Bauman, 2000). El olvido del campo, como se suele llamar a la falta de inversión rural, es una decisión política que alcanza un acumulado histórico difícilmente reversible en el cual se afianzan relaciones de profunda inequidad y subordinación del campo a la ciudad. Pese a ser fruto de unas decisiones de los gobernantes, tales condiciones se constituyen paradójicamente en referentes imputados a los lugares y pobladores rurales, casi connaturales a la representación de qué es y cómo es el campo. En nuestro país es evidente cómo se mantienen servicios y recursos perfectamente diferenciados entre el campo y la ciudad, y cómo los departamentos con mayor índice de ruralidad tienen condiciones de vida más precarias. De la mano de tales condiciones materiales y de las representaciones hegemónicas sobre la superioridad de la ciudad, se promueve una silenciosa pero continua desbandada del campo hacia las ciudades, poco evidente por la total desatención que ha tenido la migración rural urbana no forzada, llamada también económica, que oculta en muchos casos decisiones tomadas en condiciones de poca libertad y autonomía. Pero además, gracias a la permisividad y también debido a la complicidad estatal, Colombia ha sido escenario de persistentes y dolorosas migraciones forzadas por la guerra, mucho más visibles como tragedia humanitaria que supera ya los cinco millones y medio de desplazamientos en los últimos veintisiete años. En todas estas modalidades migratorias dentro del mismo país, las y los jóvenes rurales son partícipes en proporciones importantes. Y en esta rápida descampesinización vía migración, va quedando en evidencia el papel político y económico que cumple el campo y sus habitantes en construir la soberanía y la seguridad alimentaria de la sociedad. Las demandas por una redistribución de los recursos para resolver necesidades básicas y por una democratización de la tierra, constituyen reclamos históricos persistentes, que no han sido resueltos. Detrás de la demanda por la tierra hay una demanda que incluye pero supera un mero reclamo económico. La renta política derivada de la acumulación de la tierra, a través de la creación de verdaderas y complejas constelaciones de poder, constituye una realidad de inequidad dentro del campo mismo, una relación persistente de subordinación. Tales demandas han sido respondidas bajo la sospecha de estar infiltradas por la subversión, despojándolas de toda autonomía y legitimidad y siendo tratadas como un problema de orden público, con el común denominador de que luego de que los enfrentamientos con la fuerza pública dejan varios heridos y muertos, se definan unas mesas de concertación que recoge algunas promesas por parte del estado, las cuales son invariablemente incumplidas. Así se van construyendo rápidamente nuevas demandas, desconfianzas y pérdida de legitimidad del Estado en estas poblaciones que miran cómo el olvido estatal secular solo se ve interrumpido


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por los tiempos e intereses electorales que vuelven a reconocerlos como actores políticos en muy contadas ocasiones y solo como instrumentos para aceitar la maquinaria electoral. Apoyados en el sometimiento derivado de la concentración de la tierra, que alcanza un coeficiente de Gini de 0,86 —un poco superior al existente hace sesenta años (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo [pnud], 2011)—, se situaron las dinámicas del conflicto armado en manos de los grupos paramilitares. Desde allí se potenciaron y desbordaron viejas tensiones que fueron resueltas a través de ejércitos de mercenarios amparados y legitimados en reconstruir el país eliminando la subversión, construida como único gran enemigo del país, a través de la estrategia de quitarle el agua al pez, esto es agrediendo a la población rural, señalada como potencial y principal sospechosa de complicidad con las guerrillas. Además de este propósito legitimador de su actuación, se cumplía con una función, seguramente la central, de despojar y modificar la propiedad y el uso de la tierra, en un proceso de reconcentración de la tierra (Grupo Memoria Histórica, 2010) que se ha acompañado con frecuencia del reclutamiento forzado de jóvenes. El carácter rural abarca procesos territoriales muy diversos, cuya construcción social está marcada de manera importante, pero no exclusiva, por una relación muy próxima con el entorno natural y con una baja densidad poblacional que permiten configurar sociabilidades particulares. No se puede hablar de una sola perspectiva o experiencia rural, sino de múltiples dinámicas cuya gama se deriva de paisajes, historias, sentidos, luchas, costumbres y relaciones con los entornos vecinos, incluyendo centros poblados pequeños, medianos y grandes. Lo rural, por tanto, no es unívoco sino plural, se teje a partir de relaciones con otros entornos y con pertenencias a entornos más amplios, sean estos los municipios, las regiones o el país mismo. Esa diversidad reclamada para lo rural, es pertinente también para lo urbano. Campo y ciudad mantienen sus diferencias, si bien sus fronteras son cada vez más fluidas en un marco de interacción cada vez mayor. Una de esas interacciones se da en términos de las influencias socioculturales que Jaramillo (1988) definió a través de la noción de urbanización sociológica del campo. Se refiere a la influencia cultural en términos de vestimenta, costumbres, etc., que produce la ciudad en los habitantes del campo. Si bien la propuesta reafirma la hegemonía citadina, si miramos con atención podemos dar cuenta de procesos de ruralización sociológica de la ciudad, derivados de la migración interna y que supone cierta continuidad de patrones de vida, de uso de los espacios y de formas de sociabilidad típicamente rurales que se trasladan a la ciudad. Eso se percibe a través por ejemplo de prácticas de agricultura urbana y de formas de sociabilidad y reciprocidad (Cantor, 2010; Osorio, 1993). Ahora bien, las delimitaciones conceptuales tienen implicaciones concretas. Así, por ejemplo, si retomamos el rango de edad y nos preguntamos cuántos son los jóvenes rurales en Colombia, la respuesta oscila entre los 3 y los 6 millones de personas2. La fuente censal más usada, delimita 2   El cálculo es hecho con base en un total de población proyectada a 2005 de 45 325 260 y una proporción de una cuarta parte que, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, Dane, está entre los 14 y 26 años. http://www.dane.gov.co/


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los cascos urbanos en función de las redes de servicios públicos y el “resto” equivale a lo rural. Algunas categorizaciones indican que 959 municipios colombianos podrían estar en el conjunto de lo “rural”3, y otras señalan que 797 se situarían por encima del 60%, según el índice de ruralidad4. Una propuesta más reciente sitúa dos indicadores: densidad poblacional y distancia de un centro urbano de cien mil habitantes o más, para configurar el índice de ruralidad en el país (pnud, 2011). Estos nuevos referentes de clasificación permiten identificar el doble de territorios rurales que los que actualmente se identifican. Pero, además, se requiere avanzar y consolidar un replanteamiento del sentido de lo rural, que le confiera un reconocimiento como sujeto social y político, lo cual tiene que ver con revalorizar su papel y su lugar en la vida de la sociedad colombiana más allá de la producción barata de alimentos y materias primas.

Juventudes rurales y configuración territorial Si bien la dimensión cronológica es el criterio más pragmático para definir y delimitar la juventud5, es importante insistir en que las categorías de joven y juventud son fundamentalmente construcciones sociales y que, por lo mismo, cambian según tiempos, lugares y culturas. Por ello, la dimensión cronológica es solo una más de las existentes en cada sociedad y grupo para agrupar y dividir, acciones que van acompañadas de inclusiones y exclusiones, pero también de expectativas, funciones, restricciones y posibilidades particulares para quienes allí se ubican. La edad se combina, además, con el género, la etnia, la clase, la pertenencia regional, entre muchas otras, dando origen así a una amplia gama de experiencias cruzadas que se superponen con múltiples variaciones frente a los referentes que se emplean para integrar o excluir, reconocer o subestimar. Un común denominador de las juventudes rurales es el de situar sus experiencias de vida en contextos rurales. En contra de la mirada homogeneizante y simplificada de lo rural, considero importante insistir en lo heterogéneos y cambiantes que son los territorios rurales, y en su constante relación con lo urbano sea este el casco urbano del pueblo inmediato, la ciudad intermedia, la capital o la metrópoli. Por ello, lo rural debe ser situado en términos concretos de un contexto determinado, con todos los recursos, paisajes, relaciones y representaciones de diverso orden. La rica territorialidad rural urbana, con sus diferencias y cruces, 3   Categorización hecha por el Dane en 1989 y que identifica 14 categorías, con dos grandes grupos, el rural con 2 categorías y el urbano con 3. Cfr. Fundación Social, 1998. 4   Categorización hecha por el Fondo dri, en donde uno de los índices empleados para identificar prioridades de inversión fue el índice de ruralidad que es el porcentaje de población rural respecto de la población total. Cfr. Fundación Social, 1998. 5   En Colombia, la Constitución nacional reconoce a los jóvenes como sujetos de derechos en su artículo 45. La Ley 375 de 1997 o Ley de la Juventud, que desarrolla este artículo establece que, para los fines pertinentes de participación y derechos sociales, se entiende por joven toda persona entre los 14 y 26 años. El Estatuto de Ciudadanía Juvenil vigente establece que se es joven entre los 14 y los 28 años cumplidos. Ley 1622 de 2013.


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debe situarse también en la perspectiva de los territorios de clase que son transversales y que marca similitudes entre la juventud rural y aquella que vive en los márgenes de la ciudad, seguramente con experiencias de migración rural-urbana; en ese sentido, la noción de clase supera la visión clásica de un grupo de personas, situándose como antagonismo que atraviesa la sociedad y que tiene en común la construcción de una sociedad diferente asumiéndose e interpelándose como sujeto activo partícipe de ese cambio (Holloway, 2004). El territorio, en cualquiera de sus expresiones y referentes, es un ámbito fundamental en la creación y mantenimiento de la vida social. Reconocido como espacio social, es un producto social históricamente constituido por la dinámica de las relaciones sociales, económicas, culturales y políticas, y de las relaciones entre la sociedad y la naturaleza. En cuanto producto social, la territorialidad es, al mismo tiempo, medio y resultado de la acción y de las relaciones sociales que se reconoce dentro del entramado cultural y simbólico que incluye el lenguaje, las creencias, desde y con las que se generan y mantienen los procesos de reproducción social y, también, de regulación de la sociedad. La producción y el sentido diverso que se le da a un mismo territorio constituyen con frecuencia escenarios de tensión y confrontación social entre distintos grupos sociales. La multiplicidad y pluralidad que tiene el territorio, va de la mano con la conflictividad presente en su configuración y transformación, como bien lo expresa Mançano (2009). Dos tensiones valen la pena precisar al respecto. Por una parte, las tensiones que se pueden crear entre generaciones a partir de territorios de las edades que confieren a los lugares sentidos específicos a los lugares en función de la edad de las personas, que afirma la subjetividad en la vivencia de lugar. De allí que la geografía de la edad y del género, por ejemplo, estén proponiendo incluir el sentido de lugar como parte importante no solo de la experiencia vital socioafectiva, sino en la construcción de acciones y de relaciones de poder derivadas de la apropiación del espacio (Ruiz, 2010). Por la otra, señalar las tensiones resultantes del denominado giro territorial que ha tenido el capital frente a los recursos naturales, en una renovada dinámica de acumulación por despojo (Svampa, 2012) en América Latina. Ello ha puesto en riesgo ciertas seguridades que vivían las comunidades rurales en medio del abandono estatal, activando acciones de respuesta en términos de resistencia que articulan pobladores, sin distingos de género y edad, pertenencia al campo o la ciudad, en un proceso que ha ido articulando movimientos territoriales con movimientos ambientales; y allí, en todo este proceso, es clara la participación crítica y propositiva de la juventud. La territorialidad, como proceso de construcción del territorio, tiene múltiples dimensiones que permiten concretar y comprender mejor su alcance y manifestaciones. Propongo considerar cuatro dimensiones fundamentales del territorio desde las cuales se pueda dar cuenta de sus reconfiguraciones de una manera analítica, pero también operativa6 : el paisaje, las prácticas

6   Sigo de manera muy cercana pero revisada la propuesta de un texto anterior. Si bien las cuatro dimensiones de la reconfiguración se mantienen, se incluyen de manera explícita los vectores diferenciadores (Osorio, 2009).


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territoriales, las representaciones del territorio y las interacciones sociales7. Todas estas dimensiones estarán atravesadas de manera permanente por el género, la edad, la pertenencia étnica y la clase como vectores que multiplicarán la diferenciación de las experiencias y también las sobrecargas de desigualdad. Vale la pena precisar que los procesos de configuración territorial no son exclusivos de las sociedades rurales. También en las ciudades se genera cotidianamente construcción territorial de otras maneras, con otros ritmos y escalas, que pueden aparecer con frecuencia menos evidentes e inclusive inexistentes8 (véase la figura 1).

Figura 1. Configuración del territorio

PRÁCTICAS TERRITORIALES

PAISAJE Edad - Género Etnia - Clase Instituciones

INTERCAMBIOS SOCIALES

REPRESENTACIONES DEL TERRITORIO

Actores y relaciones cambiantes Ámbitos que se modifican y retroalimentan Fuente: Elaboración propia. 7   Estas dimensiones han sido inspiradas en Lefebvre (1978) y con esto retomo y ajusto los tres momentos de producción del espacio que el autor plantea: las prácticas espaciales, las representaciones del espacio y los espacios de representación. Conviene señalar que Lefebvre no hace referencia al territorio, sino al espacio, al considerarlo la materialización de la existencia humana. Diferencia el espacio abstracto del espacio concreto. El segundo podría, a mi juicio, equivaler al territorio mismo. Producir el espacio, mediante las relaciones sociales, es transformar ese espacio geográfico. 8   Los temas que más se han desarrollado se relacionan con el uso del espacio público y la territorialización que de este se hace por parte de diferentes grupos de edad, en especial de la juventud. Los grafitis, los parches en las esquinas, el comercio ambulante, la fiesta y los carnavales, el cambio de uso del espacio público del día y la noche, entre otros han sido objeto de análisis muy interesante. Véase, por ejemplo, Giuseppe (2006); Montoya (2013).


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Veamos una lectura de estas dimensiones y de sus relaciones que inciden y marcan la vida de sus pobladores, y a la vez son transformadas y reconfiguradas con las acciones y decisiones de estos, enfatizando en la edad como vector transversal central que se interrelaciona y afecta con el género, la étnica y la clase, entre otros referentes. El paisaje Es la dimensión física, perceptible. Una dimensión que es, al mismo tiempo, recurso de vida, marcador de emociones y generador de prácticas concretas para su uso, según sus posibilidades y restricciones. Esta es una dimensión que permite poner en evidencia los condicionamientos que produce esa geografía como el papel transformador que hacen estos a esas condiciones biofísicas. Algunas tendencias de las expresiones de esta dimensión en perspectiva de las experiencias de la juventud rurales corresponden a: • Las características de los paisajes marcan de manera importante las memorias de la juventud y se incorporan como parte fundamental de sus vidas, usualmente recordadas en clave de alegría y tranquilidad. Describir lo que les gusta del lugar donde viven remiten fácilmente a señalar los paisajes: De mi pueblo me gusta todo, la cultura, la gente es muy amable, entre los que habitan, con los que llegan. Las tierras que son muy productivas, que nos dan lo que necesitamos para el mantenimiento de la comunidad como alimentos. También sus arroyos, su vegetación. (Melvi, San Cristóbal & Bolívar, citado en Osorio, 2013, p. 31) Los espacios, paisajes y territorios en su dimensión física constituyen los marcadores de lugar de nuestras memorias vitales cualesquiera que sean los sentimientos que de allí se derivan. Y la juventud rural no escapa a esa vivencia particular, de montañas, valles, ríos, bosques, verdes, lluvias, que refleja una diversidad de lugares que componen eso que denominamos el campo, lo rural. • Experiencia de libertad, tranquilidad y ambiente sano comparado con las ciudades. En “nuestra tierra, nuestro Chocó, casi no hay violencia en nuestras calles, entonces no tenemos dificultades” (Tatiana, Tadó & Chocó, citado en Osorio, 2013, p. 27). La mirada a las ciudades está marcada por el peligro que estas pueden representar especialmente para la juventud. “La diferencia entre el Chocó y Antioquia pues es que por allá se generan muchas bandas; prácticamente por allá están los jóvenes dispuestos al crimen y por acá los jóvenes son muy sanos, no les gusta nada de eso” (Jeaver, Tadó & Chocó, citado en Osorio, 2013, p. 33). Teniendo razón en algunas de estas percepciones, es evidente el estereotipo que desfigura la idea de ciudad, hecho que se da igualmente por parte de las y los jóvenes urbanos sobre el campo. • Socialización temprana y contacto permanente con la vida en toda su diversidad. Sin duda el campo ofrece una posibilidad para descubrir y ver de manera constante del proceso de


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la vida en la vegetación y en los animales. A diferencia de la ciudad, el campo sitúa a las personas y a los jóvenes en el origen de muchos alimentos vegetales y animales. La leche la produce la vaca, no sale de una botella o una bolsa, los tomates pasan de ser semilla a una mata que luego produce flores y frutos, al igual que el maíz y la papa. El agua no procede de una llave, sino de los páramos. La relación con los procesos biológicos y geográficos los sitúa en primera fila para conocerlos y comprenderlos. Lo que suele suceder con frecuencia es que, pese a ello y por ser parte de la vida cotidiana, pasa a ser un conocimiento y una experiencia que se subestima como marginal e inútil y desde los espacios educativos se desaprovecha tal oportunidad para fortalecer la construcción de conocimiento y de investigación desde temprana edad, encaminados a una formación ambiental y científica de gran utilidad para toda la sociedad. Un aprendizaje que incide en la vida de las y los jóvenes tiene que ver con las incertidumbres e inclemencias climáticas y su impacto es directo y profundo en las condiciones de vida de las familias que allí habitan y que dependen de tales territorios para su vida. La incertidumbre genera una relación diferente frente a las decisiones habituales, que son mejores sorteadas en las ciudades en donde, pese al clima, se mantiene un ritmo de vida relativamente definido. Viajar, trabajar, estudiar, son actividades que pueden estar supeditadas en grado importante a la incertidumbre y a las dificultades que implica el contacto abierto y continuo con la naturaleza. • Los paisajes rurales se inscriben en la memoria marcando momentos importantes y hechos significativos en la vida afectiva en una relación muy próxima entre lugar y emoción, generando memorias de lugar o toponimias marcadas por los afectos. Dichas percepciones y experiencias son diferentes entre mujeres y hombres pues frecuentan lugares diferentes y les confieren un significado particular. Mientras para ellos la cocina es de grata recordación porque allí resuelven el problema del apetito, para ellas puede estar relacionada con la carga invisible y poco reconocida de quienes allí trabajan, que son fundamentalmente mujeres. Pese a estos matices, en unas y otros se señala una relación de topofilia, es decir, de recuerdos gratos y queridos, porque se relacionan con sensaciones de amor, protección, alegría, comodidad o privación, lo cual construye sentimientos diversos de afecto más que de rechazo por esos paisajes. La vida cotidiana rural está fuertemente marcada por los espacios que se transitan y se recorren. La cotidianidad, en cuanto conjunto de prácticas diarias (Lindón, 2000) se desarrolla en lugares concretos y frecuentados que se funden con su existencia, en lo que se ha denominado espacios de vida (Di Meo, 1991). En estas experiencias tan continuas y profundas son representadas, pensadas, imaginadas y recordadas con significados específicos en los que se denominan espacios vividos (Frémont, 1976). En esa medida, los paisajes rurales entran a configurar la experiencia profunda y subjetiva de las y los jóvenes rurales, desde su infancia, marcando literalmente su subjetividad. Más allá de su papel productivo y de todos los recursos que aporta para la vida material, los paisajes rurales en este caso constituyen referentes fundamentales en las historias personales desde los cuales se comparan los lugares, se sitúan en los cambios que vendrán y pueden jugar de diferente manera en la toma de decisiones profesionales y laborales.


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Las prácticas territoriales Se relacionan con los usos concretos que se le dan al territorio en la vida cotidiana. Las prácticas territoriales permiten que generemos, utilicemos y percibamos el espacio (Lefebvre, 1978). Los usos del territorio forman parte sustancial de la vida cotidiana y van dándole valor y sentido al lugar. Y esta cotidianidad constituye el margen de indeterminación en donde se libra la batalla simbólica por la definición del proyecto social entendido como una totalidad (Certeau, 1990). Las prácticas definen la noción de lugar y de espacio de vida, como aquel espacio significado por cada uno, con los entramados alrededor de los que se vive la existencia individual: la casa, los lugares de trabajo, de diversión, el espacio concreto de lo cotidiano (Di Meo, 1991). Esas prácticas, desde las experiencias conocidas de la juventud rural, se sitúan usualmente en relación con: • La participación activa en la producción y reproducción familiar, prácticas que siguen profundamente diferenciadas por género. Esta situación constituye una tendencia latinoamericana que genera radios de acción muchos más amplios para los varones jóvenes que para las mujeres en el campo (Ruiz, 2010). “Me gustan mucho las cogidas de café, porque es un oficio suave y gana uno platica” (Pedro, Santander, citado en Gómez, 2010, p. 26). Así, las prácticas cotidianas tienen que ver con “ordenar la casa […] voy a la finca con mi madre y mi hermana a hacer algunos trabajitos”. (Mujer de 21 años, Norte del Cauca, citado en Osorio, 2013, p. 25) • Las prácticas territoriales rurales están marcadas por una autonomía alimentaria relativa. Si bien esta tiene mayores potenciales en términos de diversidad y calidad, garantiza unos mínimos que “da la tierra” que facilitan una baja dependencia del mercado, dicha autonomía se valora más cuando se ha perdido o está en riesgo de perderse. Así, chicos del llano que han vivido el desplazamiento forzado recuerdan tiempos mejores: “El llano era muy bonito, había mucha gente, muy buenos amigos con nosotros y además alimentos, como por ejemplo el plátano, la yuca, el maíz, el fríjol, etc.” (Osorio, 1993, p. 109). Reconocer la potencialidad alimentaria de sus territorios y su capacidad para garantizar sus vidas es también una valoración del lugar rural que se habita. “Las ventajas de vivir en mi comunidad es que se cultiva el plátano, la yuca, el maíz, la papa china y otros productos”. (Kelly, Tadó & Chocó, citado en Osorio, 2013, p. 27) • Las prácticas rurales recordadas por las y los jóvenes en el campo pasan también por experiencias dolorosas, de maltrato y abuso: Como a los 12 años me le volé a mi papá porque la vida que me daba era demasiado dura, yo tenía que cocinar para más de 15 personas que trabajaban en la finca y tenía que criar 100 o 200 gallos (de pelea) y si algo pasaba con los gallos era pela fija y mi papá me pegaba muy duro, me colgaba de las manos y me daba plan hasta que se cansaba […]. Cansado de la monotonía, de las cosas que me tocaba hacer, cocinar, cuidar los gallos, salir a trabajar en el campo a recoger amapola y llevar a la espalda cargas hasta la carretera principal que quedaba como a 7 horas de la finca donde


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estábamos […] y el estudio ahí parado. Entonces yo me le volé a mi papá. (Ancízar, citado en Tibaquirá, 2010, p. 45) • La agricultura se constituye en una de las actividades centrales que predomina aún en el campo colombiano y sigue marcando en buena parte los ritmos de ocupación y de aprendizaje de las familias campesinas y, por tanto, de las y los jóvenes rurales. Pero también está la minería que en algunos lugares es fundamental: Desde pequeño comencé a ir con mi mamá cuando iba a raspar playa o a trabajar mina de agua corrida. Entonces uno los tiempos libres que no está en la escuela sale y se va un rato y va ayudarle en lo que uno pueda y también a refrescarse el día. Tenía unos 6 años cuando comencé a ir a la mina, empecé a mover la batea desde los ocho años pero para hacer la ceja de separar el oro y platino de la jagua, eso me duro bastante tiempo, hasta bien grande lo pude hacer. Movía la batea cuando era para sacar la ceja lo hacia mi mamá o mi hermana. (Joven minero de Tadó, citado en Quinto, 2011, p. 42) • La escuela y el colegio de bachillerato constituyen el espacio de encuentro de pares y la apuesta que continúan teniendo las familias rurales para facilitar la movilidad social de sus jóvenes. La escuela y el colegio como territorios eminentemente infantiles y juveniles, constituyen un lugar importante en la cotidianidad de las y los jóvenes y casi el único espacio legítimo de uso de su tiempo por fuera de las actividades productivas y reproductivas. “Cuando estamos estudiando tenemos muchos amigos, y siempre estamos alegres” (joven palenquero, citado en Osorio, 2013, p. 22). El esfuerzo por la educación básica sigue registrándose como importante para jóvenes y adultos, lo cual ha ampliado las expectativas para incluir la educación media y el bachillerato completo, para lo cual hay que acudir con frecuencia a otras veredas e incluso a los centros urbanos inmediatos: [En la ciudad tienen] casi todos los profesores completos, todas las clases completas… [aquí] nos faltan profesores. Aquí muy poco los lunes se da clase… Y los viernes muy poco… como los profesores no pertenecen ahí sino que vienen de afuera, los viernes se tienen que ir… Y por medio del agua también, porque lloviendo se daña la carretera, y ya sí es verdad que no pueden venir. (Mujer joven en Paraíso, San Jacinto, Bolívar, citado en Osorio, 2013, p. 35) Pero además hay una mirada de inferioridad con respecto a los centros urbanos que tienen más y mejores servicios, especialmente educativos y de comunicaciones: En la ciudad tienen] mejor conocimiento que nosotros, porque… dicen que el Internet es un medio muy bueno para uno comunicarse y aprender muchas cosas, porque la


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tecnología está muy avanzada. Ellos por allá lo pueden tener, en cambio nosotros para acá no tenemos eso […] ya como ellos conocen se van comunicando y ya tienen los conocimientos de las cosas del mundo. En Paraíso no existe una sala de Internet… Cuando ya uno termine aquí sale afuera y si uno no sabe manejar un computador, entonces pasa uno la pena. (Mujer estudiante, Paraíso, San Jacinto, Bolívar, citado en Osorio, 2013, p. 34) • La relación de las veredas con el casco urbano es parte fundamental de esas prácticas territoriales en términos comerciales y de servicios como la salud y la educación. Por esa vía se establecen vínculos estrechos que a la vez refuerzan y mantienen la diferencia entre uno y otro lugar. Es decir, si bien, por esta vía se tejen identidades territoriales con un municipio determinado, es claro para sus habitantes que es diferente habitar en el casco urbano que en las veredas, especialmente por la desigualdad en términos de recursos y de infraestructura que se da entre el centro y las veredas y aún entre las veredas, reproduciéndose relaciones de desigualdad y de jerarquías entre espacios, que vistos de lejos podrían ser identificados, por ejemplo, como municipios rurales. • En el marco de las prácticas territoriales, una tendencia percibida es la baja presencia de actividades lúdicas y prácticas de ocio. Varios jóvenes especialmente hombres, reiteraron en Chocó la dificultad para desarrollar prácticas deportivas pues no hay lugares apropiados, como un gimnasio. Cuando los hay, el acceso tiende a ser muy controlado por los adultos, especialmente para las mujeres jóvenes. Algunos hombres jóvenes entre 16 y 19 años, señalan que esta etapa es para disfrutar sin muchas reglas o compromisos. “Vivir, recochar, gozar, rumbear, jugar, bailar, reír y estudiar, andar con amigos y divertirse” (Osorio, 2013, p. 18). Un caso estudiado con detalle en Argentina, registra que las visitas a amigos y vecinos puede ser de ocho a dos, la participación en bailes y fiestas regionales en una relación de seis a uno (Ruiz, 2010). Ver televisión y escuchar música constituyen espacios recreativos aceptados para las mujeres jóvenes en el campo, los cuales son muy pasivos e individuales y propicios para la modelización de los ideales y las perspectivas de vida acríticos en el campo afectivo, social y de consumo. Cuando existe, la cancha deportiva es un escenario clave de ocio, deporte y encuentro entre pares. Las prácticas territoriales son de diverso orden y tienen combinaciones diversas, según características y posibilidades que ofrece el paisaje, sus tierras, sus recursos. Pero, además, están atravesadas de manera importante por las decisiones paternas y las costumbres familiares que van definiendo responsabilidades asignadas, permisos y valoraciones de cuándo, cómo y dónde es posible realizar determinadas actividades. Este es un campo de disputa intergeneracional, no solo con la autoridad paterna y materna, sino con los hermanos menores y mayores con los cuales se pueden alternar estos espacios, al tiempo que se convierten en espacios de castigos y premios, en medio de los pequeños juegos de poder que se dan en el marco cotidiano filial.


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Las representaciones del territorio Corresponden a los códigos de sentido dados a los lugares. Diferenciaremos, por una parte y siguiendo a Lefebvre (1978), las representaciones del espacio como aquellas concepciones derivadas de lógicas, saberes e intereses particulares que buscan imponer una representación del mismo, tales como las de los científicos, los urbanistas y los tecnócratas, pero también los citadinos, los inversionistas, los empresarios, esto es la mirada ajena al territorio. Y por la otra, los espacios de representación que son códigos de sentido, de símbolos complejos, lugares clandestinos y subterráneos de la vida social que tienen su sentido para quienes habitan el lugar. Entretanto, los espacios vividos, representan formas de conocimientos locales y menos formales, con significados construidos y modificados en el transcurso del tiempo por los actores sociales. Las diferencias, los sentidos antagónicos en las miradas y los intereses entre las representaciones de un mismo lugar son fuente permanente de tensiones y disputas; hay allí un ejercicio de poder importante para imponer unas sobre otras, para intervenir, penetrar y colonizar el mundo-vida del espacio de representación, cuyo producto puede ser nuevas representaciones. Por ello, estas son a la vez sujeto y escenario de dominación y fuente de resistencia. • Imaginarios y representaciones construyen al otro, en este caso el territorio urbano, el cual se constituye por una parte, en un lugar de enorme atracción por todo lo que representa el ideal represado, de disfrutar no solo de mejores condiciones de vida, sino de un cambio de estatus. A la vez, se le identifica como un lugar de peligro, de grandes riesgos y de mucho estrés: Ser joven para mí en el campo es ser más libre, tener una gran diversidad de cosas para hacer, tener libertad, estar menos propenso a las drogas, al delito, poderse desarrollar como persona porque también hay posibilidades de estudiar, estar lejos de una gran cantidad de cosas que son dañinas y compartir con los otros jóvenes. (Víctor, 16 años. Vereda Norí-Sonsón, citado en Osorio, Jaramillo y Orjuela, 2010, p. 17) • Territorios de guerra, de miedo y de seguridad. El campo no ha sido el único lugar golpeado por la guerra, pero sí uno mucho más afectado que la ciudad. De hecho, esta representa el lugar al cual se llega en busca de protección, seguridad y recursos para recomenzar sus vidas luego del desplazamiento forzado. Sin embargo, las ciudades camuflan muy bien los escenarios de continuidad de la guerra a los cuales hay que añadir los territorios del miedo. Cada ciudad dispone de uno o varios cinturones de miseria, que se convierten además en zonas peligrosas y estigmatizadas que recogen el miedo y el señalamiento de sus pobladores, viejos y nuevos inmigrantes rurales empobrecidos9.

9   Véase, por ejemplo, Grupo Memoria Histórica. (2011). La huella invisible de la guerra. Desplazamiento forzado en la comuna 13 de Medellín. Bogotá: Taurus Pensamiento.


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• La valoración de los otros sobre los entornos rurales contribuye sin duda a mejorar la autoestima de sus pobladores. Tal como nos sucede a todos a nivel individual y colectivo, el tipo de reconocimiento ajeno juega de muchas maneras en construir la propia y el orgullo por su pertenencia territorial. Un joven del palenque de San Basilio en el Caribe señala que antes uno tenía miedo de hablar su dialecto, ahora no. Ahora uno habla el dialecto de uno a donde uno vaya, donde uno se pone hablar ya… antes nos burlaban, ahora no. Ahora nos escuchan hablar el dialecto de uno, eso que antes uno no hacía, si no se burlaban del hablado de uno. Somos reconocidos por la Unesco como patrimonio oral, y yo creo que también es un reconocimiento que nos da la Unesco por todo el legado cultural que tenemos. Sin duda, la mirada de otros nos marca para bien o para mal, especialmente en la percepción de nosotros mismos. (Osorio, 2011, p. 2) • Ese nosotros construido a partir de una historia común de habitar un lugar, tiene interiormente subdivisiones, nuevos nosotros por sectores, veredas, grupos de edad, de poder, de género, entre muchos otros factores. Y esas subdivisiones expresan nuevas inclusiones y exclusiones que se van definiendo de manera casi imperceptible. Para el caso de las y los jóvenes, se trazan líneas difusas frente a, por ejemplo, la participación en espacios de decisión, en temas y en actividades que se asignan a ciertas edades y géneros. Esto lo profundizaremos en la siguiente sección. Las representaciones del territorio sean propias o ajenas constituyen un trasfondo siempre presente, aunque poco evidente, que marca de manera importantes los sentidos de pertenencia y de relación con los entornos que se habitan. Así, como construcciones sociales, están expuestas a ser afectadas de manera positiva o negativa para reforzar sentimientos de inferioridad, de orgullo, de compromisos y de distanciamientos personales y colectivos, que están en la base de la construcción de acciones colectivas y de procesos políticos, desde los cuales se reorienta la transformación cotidiana del lugar hacia las expectativas y búsquedas de sus pobladores. En ese sentido, la representación del territorio se constituye en parte importante de nosotros mismos, configurando una dinámica que se retroalimenta en doble vía con la autoestima individual y colectiva para construir cadenas de valor simbólico entre el lugar y los moradores. Los intercambios sociales Estos constituyen una dimensión fundamental de la construcción territorial en la cual, a partir del marco de las relaciones y las representaciones que tenemos de nosotros mismos y de los otros, establecemos afirmaciones identitarias. Los intercambios tienen dinámicas diversas entre ese nosotros que allí se ha construido, y entre estos y los otros, lo de afuera. Estas dinámicas tienen diferente grado de cercanía y de afinidad y multiplicidad de conflictos, ejercicios


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de reciprocidad, de confianza y de tensiones, en la densidad poblacional que caracteriza el campo, en medio de la intensidad y diversidad de tales intercambios. Algunos énfasis que subrayamos se relacionan con: • La densidad, diversidad e intensidad de los vínculos. La escuela y el colegio son los espacios privilegiados para el encuentro entre pares. Como dice Ospina, “no vamos a la escuela tanto a recibir conocimientos, en cuanto a aprender a compartir la vida con otros, a conseguir buenos amigos y buenos hábitos sociales” (2010, p. 3). Por supuesto están las redes familiares y de amigos que, dependiendo la dinámica de estabilidad del vecindario rural puede llevar a relaciones consolidadas, de larga duración, historias compartidas en el largo tiempo, que configura una red profunda y estable. Pero también se dan dinámicas mucho más cambiantes, que quizá pueden adolecer de estabilidad ofreciendo mucha más diversidad de vínculos. Entre esos dos extremos, se va tejiendo la vida del vecindario, una red ampliada que va siendo testigo del paso de la niñez a la juventud y a la adultez de los individuos. Estas relaciones que incluyen con frecuencia amistades continuas, vínculos familiares y de compadrazgo generan confianza, solidaridad y reciprocidad, factores todos que se van construyendo entre adultos y que se expanden hacia las nuevas generaciones, con matices entre pares, por supuesto. • Los ámbitos territoriales se articulan en el marco de relaciones desiguales y complementarias: unidades como familia-finca, vereda, casco urbano, ciudad intermedia, ciudad capital pueden constituir un esquema aproximado de las cadenas territoriales que se articulan cotidianamente a través de sus pobladores en general y para este escrito, nos interesa mirar las conexiones desde las y los jóvenes. Los trámites institucionales, los servicios básicos como la salud, la educación, el comercio, entre otros, constituyen fuentes cotidianas que exigen y mantienen una constante dinámica de articulación y de intercambio. Una mirada de cómo juegan las y los jóvenes en esas conexiones, muestra las prácticas diversas de libertad y control que ejercen padres y adultos, que puede ofrecernos respuestas sobre la autonomía personal que facilita o restringe la vida de la juventud en los territorios rurales. Las y los jóvenes señalan que la seguridad y tranquilidad que les ofrece el lugar que habitan, facilita su libre movimiento a cualquier hora sin temor al peligro, disfrutando “de salir sin ningún problema” y de “poder salir hasta tardes horas de la noche” (jóvenes afrodescendientes, citados en Osorio, 2013, p. 33). Esa autonomía, sin embargo, tiene severas restricciones para las chicas, quienes tienen mayores controles de tiempos y movimientos. La construcción de la idea de ciudad como el lugar de la delincuencia social y que se expresa en pandillas, vicios, delitos, son algunas de estas manifestaciones a las cuales se les teme y que son consideradas por los mismos jóvenes como peligrosas para ellos. • Las interacciones sociales se construyen y mantienen en relación con las prácticas territoriales. Así, los lugares de trabajo difieren según el tipo de actividad que se desarrolle. Los trabajos agrícolas, por ejemplo, crean un espacio humano con marcas, tiempos de siembra, de recolección, y, al mismo tiempo, fuertemente determinado por los elementos de la naturaleza presentes en el clima, el suelo, el agua, las plantas y los animales. Los lugares de intercambio comercial tienen un papel clave en la vida social y en la estructuración del


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espacio. Los de celebración, de la fiesta, del juego, completan las significaciones de alegría, contemplación, conquista, frustración, descanso. Los sitios de formación como la escuela tienen unos rituales y jerarquías, pero también unas dinámicas de juego y de compartir con otros, que les dan un gran valor cotidiano. Cada lugar tiene unos códigos de sentido con valores mucho más fuertes que la función misma que cumplen. Los intercambios sociales constituyen la piedra angular que va tejiendo el hilo invisible de las prácticas políticas y culturales de las representaciones sociales, de los intercambios de saberes, de las modas, los consumos, las músicas, que configuran los sentidos particulares de los territorios. Así, entornos de la región andina señalan lo aburrida que puede ser la vida cotidiana, mientras que en las zonas cálidas y marcadas por la cultura afro, la fiesta, la música, etc., constituyen los escenarios culturales con pautas de relacionamiento diferentes. De la mano de las representaciones territoriales, los intercambios sociales definen la cotidianidad de los vínculos que, bajo ciertas circunstancias, activan las dinámicas de acción colectiva de defensa y reivindicación. Esta expresión que concreta la dimensión política es un ejercicio más bien precario y discontinuo en buena parte de los contextos rurales. Tal tendencia se inscribe en el marco de una experiencia poco valorada y estudiada aún. Sorprende encontrar reflexiones sobre la ciudad como el espacio por excelencia para el ejercicio de la ciudadanía y los derechos. Aún se sitúa como equivalente la noción de ciudadano con todas sus implicaciones políticas, con la de citadino como persona que habita la ciudad. De entrada nos situamos en una esfera de la vida campesina bastante subestimada por los estudiosos y también por parte de los mismos pobladores rurales, quienes aun reconociendo un trato injusto por parte del Estado y de la sociedad, con frecuencia lo valoran como una realidad inmodificable o por lo menos difícil de cambiar, razonamiento que también circula de manera importante en las ciudades. Es decir, no es que se carezca de una mirada crítica de la realidad, sino que se tiene una apreciación pesimista acerca de la posibilidad de cambio. Vale la pena situar aquí dos grandes lastres que profundizan esta situación en el caso de las y los jóvenes en el campo. Por una parte, un lastre adultocéntrico y masculino que los excluye de manera tácita del ejercicio de las responsabilidades por considerar que aún no es el momento. Y por la otra, el lastre de la guerra y todo el silenciamiento para pensar diferente, para criticar y manifestar su inconformidad, so pena de ser amenazado o relacionado con grupos subversivos lo cual va marcando una cultura política diezmada por la vía de la represión y el temor. Pese a este panorama poco optimista, o quizá por eso mismo, emergen y se afianzan procesos de defensa territorial en muchas comunidades rurales. Así encontramos, por ejemplo, las Zonas de Reserva Campesina que se han multiplicado de manera significativa buscando protección en medio de la vulnerabilidad frente a los proyectos minero-energéticos y agroindustriales. También están las demandas de territorio colectivos de comunidades afro y los procesos de afianzamiento y defensa de las comunidades indígenas. En estos procesos, la participación de las y los jóvenes si bien aún es escasa, muestra experiencias


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significativas que se requiere documentar para evitar falsos fatalismos. Algunos casos como el de los jóvenes indígenas Kamëntsá, de Sibundoy, Putumayo, que han salido a estudiar, en el marco de un retorno y conexión constante con su comunidad de origen han constituido una fuerza importante para construir una relación intergeneracional con los viejos artesanos y en esa vía, no solo reconocer el papel de la artesanía en la construcción de su cultura, sino contribuir a generar una importante dinámica inédita frente al despojo simbólico, para construir caminos de autonomía artesanal, la cual va de la mano con una reelaboración de la autonomía territorial formal de la cual gozan como resguardo (Barrera & Osorio, 2013). El giro territorial que está dando el gran capital (Svampa, 2010) en el marco del Consenso de los commodities está provocando respuestas desde los movimientos territoriales rurales, en alianza con movimientos ecológicos, lo cual plantea nuevos escenarios de alianzas no solo entre comunidades rurales, sino entre estas y las dinámicas urbanas, en donde jóvenes de la ciudad participan activamente, además con una valoración importante del campo. Las condiciones límite, el cansancio de los pobladores, pueden estar catapultando a los jóvenes como parte de sus comunidades a impulsar y participar en estos procesos. Los procesos de memoria que varias sociedades locales realizan como mecanismo para compartir sus duelos y soledades en la guerra, para dignificar sus muertos, configuran un espacio profundamente político con frecuencia en manos de las mujeres quienes tienen el derecho y el permiso de llorar y de expresar sus sentimientos y en el cual participan los hijos e hijas. Los campos reales y potenciales son diversos: las marchas cocaleras que se repiten cada cierto tiempo y que tienen en las realizadas en 1996 y 1997 en todo el país un referente importante de la juventud rural; los procesos de ocupaciones de tierras, las dinámicas de autonomía territorial y la vinculación de jóvenes como mapeadores de sus territorios construyendo diálogos intergeneracionales con los mayores en busca de un propósito común, como en el caso de San Cristóbal, en el Caribe (Herrera & Osorio, 2012). Los procesos de comunicación alternativa con narrativas propias y transformación de imaginarios son otros espacio fundamental; la Corporación Red de Emisoras Comunitarias del Magdalena Medio, Aredmag, el Colectivo de Comunicaciones de Montes de María Línea 21, Radio Semillas, Radio Andaquí, de Caquetá, entre muchas otras experiencias, son espacios y expresiones protagonizados por jóvenes en el marco de problemas locales y regionales, en donde ellas y ellos construyen voz.

“Para ser alguien hay que salir de aquí”: el dilema migratorio a la ciudad Orgullosos o no de sus territorios, las y los jóvenes parecen condenados a salir de sus territorios rurales hacia las ciudades, debido a la desigualdad en la distribución de recursos y de oportunidades. Por la vía de la migración se potencia una desconexión y distanciamiento con sus comunidades de origen que tiene un incierto regreso. Sin embargo, la migración no debe situarse como una prohibición o un gran peligro. Puede ser, sin duda, una oportunidad para conocer, ampliar horizontes y cualificar la mirada crítica sobre su realidad de origen, potenciando y dinamizando, por esa vía, la participación y el compromiso de quienes


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partieron. No es fácil valorar lo que se tiene si no se puede comparar con otros espacios. Pero hay que preguntarse: ¿En qué condiciones? ¿Con qué mirada de retorno? ¿Qué vínculos se pueden sostener con la comunidad? Esas preguntas no son solo para quien parte, sino para sus familias y comunidades que, así como buscan con frecuencia apoyar su partida, podrían pensar también en facilitar su regreso. Al filo del cambio, delegados a la vez para continuar y para cambiar, para seguir siendo y para dejar de ser, las y los jóvenes desde la invisibilización de su presente parecen haber sido designados para salir adelante y buscar un futuro, otro distinto del de sus progenitores, que los sitúa usualmente por fuera de allí. “Quiero que mi hijo estudie para que sea alguien y viva mejor” o para “que no sufra y trabaje tanto como nos toca a los campesinos”, son frases que se escuchan con frecuencia en boca de padres y madres en las familias. “La ciudad es el lugar donde uno cumple sus sueños” comentaba una mujer cuyos hijos adolescentes terminan pronto su bachillerato y tendrán, seguramente, que partir. Si los adultos no desean esa vida para sus hijos, y buenas razones tienen, es obvio que hay una claridad del lastre que significa para las condiciones materiales y sociales mantenerse en el campo. De muchas maneras las y los jóvenes reciben sugerencias y permisos para salir, para dejar de ser, para cambiar su vínculo territorial por uno mejor valorado que promete mayores posibilidades de realización personal y de progreso. ¿Qué tanto esos cambios orientados conducen a la ruptura y el olvido total con lo rural? ¿Es deseable o no dicha ruptura? ¿Para quién o para quiénes? ¿Hay un ideal que se deba mantener o proteger? No tengo respuestas para estas preguntas. Para la juventud rural la puerta migratoria se abre como una vía no solamente imprescindible si de lo que se trata es, por ejemplo, de estudiar, sino totalmente legitimada y autorizada desde sus mayores y, en general, desde la sociedad rural. Esta tendencia secular que busca dejar de ser, se ha ido repitiendo generación tras generación mostrando, en muchos casos, que se tenía razón. A la vez, asistimos también a procesos menos frecuentes, pero muy importantes, en donde a partir de la revaloración del sentido del territorio rural campesino, afro o indígena se apuesta no por dejar de ser, sino por seguir siendo, articulándose con los movimientos y organizaciones, que reafirman la bandera de la lucha por la permanencia en el campo. Así encontramos, por ejemplo, algunas Comunidades de Paz, de las Zonas de Reserva Campesina y de comunidades indígenas principalmente, que están afirmando de manera explícita esta posición. No todos tienen tan clara la decisión, muchos están en búsquedas implícitas pero, sin duda, son un potencial que se puede activar en cualquier momento. La promesa de futuro que tienen las y los jóvenes en el campo sigue difusa. Algunos quizá respondan como un joven del municipio de Córdoba, Quindío, cuyos hermanos se encuentran en España: “No hay futuro aquí” (Osorio, 2010), situando su futuro en otro lugar, no solo fuera de la vereda sino fuera del país, así sea para realizar trabajo agrícola, como el que hacen muchos colombianos en España. El paso de las fronteras nacionales que se calcula en 10% de la población nacional, población que en buena parte es joven, aunque no necesariamente del campo, posibilita la construcción de redes migratorias potenciales que llevan a esperar que “manden por mí” (Osorio, 2010).


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Brian, un joven del norte del Cauca, lo explica: ¿Crees que la juventud de ahora piensa en trabajar la tierra? […] ahora uno no quiere la tierra, uno quiere buscar nuevos horizontes... la tierra no es para cualquiera… en una empresa es sentado… por ejemplo una secretaria firma papeles y ya… en cambio acá sería trabajar la tierra y la tierra… Implica sacrificio… uno trabaja y trabaja para uno mismo aquí… en cambio usted trabaja en la ciudad y le entran ingresos económicos… acá le entra comida… Puede venir acá y llevar comida... porque por allá todo es caro […]. Vivir en el campo, eso es muy duro. Trabajar la tierra es muy duro. Un día, dos día, tres días, trabaje, trabaje, golpeando la tierra, lo que va provocando es desgaste físico, uno va perdiendo la fuerza. (Citado en Osorio, 2013, p. 54) Luego del bachillerato la expectativa se centra en la continuidad de educación universitaria ¿Cómo acceder a ella? ¿Qué tan posible es optar por carreras y disciplina que aparentemente no “corresponden” al campo porque no tienen que ver con la producción agropecuaria? Desde estas vivencias y afirmaciones queda claro que a la juventud rural, quizá más que a cualquier otra, el lugar que les vio crecer, su territorio, en palabras de González (1991) su “matria”, parece quedarles pequeña para realizar sus propios sueños y a los sueños que les endilga su propia familia. Por lo mismo, es un grupo de población que se siente mucho más exigido a tomar decisiones entre quedarse y salir, la pregunta por el futuro inmediato los pone en una encrucijada en la que deben resolver. Pareciera que la migración se vive como un rito de pasaje de la aventura y la independencia, que de varias formas define estadios de autonomía y de distanciamiento del entorno familiar. Ahora bien, las decisiones migratorias están atravesadas por las conexiones y las proximidades entre el lugar de procedencia y el o los potenciales lugares de destino. Es muy diferente estar en una población cercana a la capital departamental o estar a muchas horas de esta. Pensar en partir hacia Bogotá, tiene una valoración distinta de alguien que habita en la región cundiboyacense (muy próxima a la capital del país), para quien habita en Caquetá o en Chocó, no solo en términos de los costos del viaje, dificultades y debilidad de las redes migratorias, sino también en el salto cultural existente entre el centro y las regiones. Además, están las posibilidades y las frecuencias de ir y volver con facilidad, lo cual ponen en la balanza de las decisiones muchos factores, no solo para partir, sino para decidir hacia dónde y cuándo regresar. En todo caso, se van a establecer diversas conexiones campo-ciudad, según distancias, frecuencias, motivos, que van a configurar incluso movimientos más continuos, diarios o semanales entre uno y otro lugar, ensanchando los territorios de las y los jóvenes, y generando un tránsito frecuente que articula territorios muy diversos, que se conectan en la vida cotidiana y se van irradiando al entorno familiar. Situados en las migraciones deseadas, algunos hacen promesas de retornos luego de cumplidas las metas del estudio como Carlos Antonio de Palenque: “La idea es que por las dificultades económicas que se presentan en la comunidad uno siempre tiende a salir y regresar. De pronto sí me toca salir a trabajar y demorarme un año y volver nuevamente a la tierra” (citado en Osorio, 2013, p. 58). Pero, ¿qué


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posibilidades reales de cumplirlas se darán? ¿Habrá empleo disponible? Conocidas las mieles y hieles de la ciudad, ¿persistirán los deseos de retornar? Cabe recordar que muchas expectativas de futuro que se le apuestan a la migración ruralurbana10 con frecuencia no se cumplen, generando múltiples frustraciones e impactos negativos tanto para la trayectoria de vida de los migrantes y sus familias como para los procesos en su lugar de origen y de destino. Podemos resumir en tres tales efectos negativos: 1) aumento de la desigualdad territorial y pérdida estratégica de la base de recursos humanos de los lugares de salida, lo cual desestimula, configura y profundiza la trampa de pobreza; 2) la no absorción en los lugares de destino de manera digna y sustentable de las demandas de los migrantes y la generación de desequilibrios económicos, sociales o ambientales; 3) el no mejoramiento efectivo de las condiciones de vida de los migrantes, porque el lugar de destino no las ofrece o presenta barreras de diferentes tipos para ellos (Cepal, 2012). La promesa de la ciudad, ilusión que se ha construido desde diferentes instancias, muestra muy rápidamente su lado más crudo: los ritmos, las relaciones distantes, la poca solidaridad, los desencuentros y las soledades iniciales, el extrañamiento de las comidas, los olores y los paisajes familiares, que ahora se valoran con mayor profundidad en medio de la ausencia. Con frecuencia es necesario trabajar y estudiar, lo cual tiene una exigencia mayor en medio de privaciones económicas que pueden llegar a ser muy severas. Sin embargo, y como usualmente sucede, es poco lo que se cuenta en la familia de tales frustraciones, alimentando la continuidad del mito del espejismo de la ciudad. Además del traslado material del campo a la ciudad, es necesario reconocer los procesos de urbanización sociológica del campo (Jaramillo, 1988) y también de la ruralización sociológica de las ciudades (Ferro, Uribe, Osorio & Castillo, 1999) que nos sitúan en prácticas y usos que se trasladan entre uno y otro ámbito, pero fundamentalmente de la ciudad al campo. Allí se da un tránsito permanente, casi imperceptible que aumenta en intensidad con las nuevas tecnologías y los medios masivos de comunicación, una dimensión aún poco explorada y que requiere un seguimiento constante para ir más allá del ya verificado aumento e instalación del celular en los campos colombianos y del cambio cotidiano que ello genera en los intercambios sociales, económicos, laborales y también afectivos al interior del campo mismo, donde no existían redes de comunicación y también entre el campo y la ciudad y entre el campo y otros países. Hay otras migraciones dolorosas y abruptas que se dan en medio de la guerra en Colombia: el desplazamiento forzado por el conflicto armado. Se calcula que 25,7% del total de población desplazada, cerca de seis millones, está entre los 14 y 30 años (Conferencia Episcopal Colombiana, 2006). Este mismo grupo de edad es la población más vulnerable por el reclutamiento forzado o voluntario que proponen diferentes grupos armados ilegales y se ha constituido en algunos momentos y regiones como una razón muy importante para provocar el desplazamiento forzado de familias rurales. Esa experiencia de huir en medio 10   También las migraciones internacionales son dinámicas muy relevantes que comprometen las decisiones y el futuro de la juventud urbana y rural.


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del terror para luego sufrir los embates de la miseria urbana modifica sustancialmente su vínculo con el campo e impone una decisión que podría haberse o no dado posteriormente. La tendencia registrada en el censo nacional del 2005, indica que la población entre 15 y 29 años ha modificado su residencia en 31,7%; se registra “una alta participación, 42,4%, de la población menor de 20 años en la población cuyo cambio se debe a factores asociados con la violencia” (Sardi, 2007, p. 15). El cambio de residencia por “amenazas contra su vida”, se presenta en hombres menores de 25 años; a partir de los 30 años esta tendencia es mayoritariamente femenina (Sardi, 2007). La guerra afecta profunda e integralmente la vida de la niñez y la juventud en el país, y su dimensión cuantitativa es imprecisa. Se señalan múltiples formas, en especial el reclutamiento forzado de miles de niños y niñas entre unos 8000 y 14 000 en todo tipo de estructura criminal, desde combatientes, trabajos de inteligencia y ventas de drogas desde los 6 años, sumado la toma de rehenes, el desplazamiento, homicidios, masacres, torturas, minas antipersonal y las consecuencias de las infracciones al derecho humanitario en contra de sus familias y comunidades. Todos los actores del conflicto armado colombiano son responsables de crímenes de lesa humanidad contra la infancia colombiana. (Faisal, 2012, p. 21) Se puede salir de manera forzada o voluntaria, no retornar y, pese a ello, querer y valorar su territorio. Salir, partir, no necesariamente significa rechazo, desapego u olvido del territorio. Las migraciones internas, con diferente grado de coacción y de libertad, en las cuales las y los jóvenes ocupan un lugar relevante, constituyen una fuente silenciosa e inadvertida de recomposición de la sociedad colombiana. Y con ella, se abre una válvula de escape imperceptible que disminuye la presión sobre los recursos y las reivindicaciones de las comunidades rurales para que se dé una política seria y sostenida de atención a sus demandas básicas. La salida y no la voz, siguiendo el esquema de Hirschman (1977), constituye sin duda una nueva realidad frente a las dinámicas políticas del campo. Estudios a este respecto en el caso mexicano que tiene particularidades frente a la relación de orden colectivo que se da para la salida y el lugar de establecimiento, en el marco de unas políticas que buscan fomentar los nexos entre inmigrantes y zonas de origen, permiten para ese caso, mostrar dinámicas de incidencia material pero también cultural y política, en donde la presencia de los inmigrantes se mantiene a través de su influencia material y simbólica en la vida de su comunidad (Fox, 2005). En Colombia algunos estudios en la costa pacífica señalan la construcción de dinámicas de articulación de mujeres jóvenes inmigrantes en Cali (Posso, 2008), sin que se precisen acciones colectivas de otro orden en esa relación ciudad campo a través de los procesos migratorios. Desconocemos otras formas que pueden estar articuladas a prácticas de reciprocidad y responsabilidad con el pueblo y que pueden corresponder, por ejemplo, a las “colonias” que tienen un desarrollo importante en algunos municipios del país. Sin duda hay un tejido denso, aunque poco perceptible en el tránsito entre lo rural y urbano, siempre en doble vía, que incluye desde las remesas económicas y en especie, que se transfieren constantemente aunque no se cuantifiquen,


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hasta una serie de pautas, valores, prácticas, aprendizajes, conocimientos que van haciendo disminuyendo fronteras, sin por ello, homologar u homogeneizar los lugares.

Algunas consideraciones finales El mundo rural se encuentra en la mitad de un nudo de tensiones que constituye no solamente una serie de intereses encontrados, sino de modelos, prácticas y marcos de su sentido y su lugar en la sociedad. Así encontramos un campo asediado por la mirada codiciosa del capital que ve en esos otrora lugares marginales y marginados, la oportunidad de ampliar sus posibilidades de concentración de la riqueza y del poder, además de consolidar reservas de alimentos, de agua, de oxígeno y demás recursos vitales que en medio de la crisis civilizatoria se avizora que escasearán en un futuro no muy lejano. La mirada despectiva a lo rural está cambiando, pero no necesariamente para dignificar a sus pobladores y redistribuir mejor los recursos y servicios, sino más bien para generar nuevos despojos. Sus muchas potencialidades como despensa agrícola, proveedora de soberanía y calidad alimentaria, de recursos minerales, de energía, aire y agua riquezas fundamentales para la continuidad de la vida constituyen la codicia de tantas empresas transnacionales y de gobiernos que asumen esta inversión como una posibilidad de sostenibilidad futura. Si bien se mantiene una mirada homogeneizante que oculta y simplifica su rica heterogeneidad sociocultural, ambiental, de sentido y de riqueza material, se idealiza lo rural como lo limpio, lo transparente y lo auténtico en medio de una estigmatización mal disimulada en tanto lugar del atraso, la incapacidad, la ignorancia y el rezago, características que se endilgan de manera automática a sus pobladores. En medio de dinámicas de globalización desde los cuales se afirma el fin del territorio (Giménez, 1996), se afinan y actualizan sentidos de pertenencia y de sentido local desde el cual situarse, haciendo equilibrios para revisar la tradición tejiendo memorias y a la vez abriéndose se transformaciones continuas e inminentes que muestran otras dimensiones y realidades. La sociedad rural, caracterizada políticamente como subordinada, ha sido ignorada en sus múltiples y diversas expresiones de resistencia, aún sin que ellas mismas generen un discurso que explicite su quehacer profundamente político: Los oprimidos están haciendo experiencias, están aprendiendo incluso a comunicarse sin hablar, a caminar sin moverse, y a luchar sin luchar, cuestiones todas que desafían nuestra capacidad de comprensión anclada en conceptos binarios y externos, y regida por los tiempos lineales de la producción capitalista. (Zibechi, 2007, p. 94) En medio de tales dilemas y tensiones que vive el campo, y situados en la perspectiva de la juventud rural, quisiera llamar la atención sobre algunos desafíos urgentes: • Hay que reconocer la rica diversidad de territorios rurales, de procesos de poblamiento, de culturas regionales y étnicas, de expectativas y de perspectivas, de los cuales hay aquí alguna evidencia. Esa polifonía amerita ser escuchada y reconocida.


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• Se necesita una mirada sistemática a la realidad rural, actualizando las comprensiones en sus diferentes escalas, en el marco de un trabajo desde y con los mismos pobladores, en donde las y los jóvenes sean también protagonistas. Con esto se busca que ese conocimiento se constituya en un ejercicio de reconocimiento y revaloración de lo propio y en una dinámica que articule géneros y generaciones, de manera que ese saber actualizado y revalorado constituya un nuevo equipaje que permita redimensionar su autoestima. • Es importante cuestionar aparentes verdades ya instaladas, aprendidas en otros momentos y contextos con respecto a la ciudad, el campo, la juventud, la socioantropología de la edad de quienes no son pobladores rurales. Es decir hay que sacudir las representaciones que se tienen desde los otros sobre lo rural y la población rural, de manera que se confronte con las realidades actuales, en donde haya lugar suficiente para el reconocimiento, la redistribución y la participación (Fraser, 2008), empleando categorías abiertas y críticas. • En esa dinámica, facilitar y motivar espacios para la voz y las búsquedas de las y los pobladores rurales, en donde las y los jóvenes tengan un lugar protagónico para opinar, decidir y construir conocimiento desde sus propias realidades. • La experiencia de la juventud se sitúa en escenarios y territorialidades específicas, que le van dando marcas particulares a esa vivencia. Así las prácticas, posibilidades y restricciones del Chocó son muy diversas a las que se desarrollan en el piedemonte llanero. Lo que con frecuencia sucede en el campo es que personas que tienen un rango de edad correspondiente a la juventud, viven y desarrollan actividades y experiencias muy diferentes a las que realizan algunos sectores de esa población en las ciudades. Sospecho, sin embargo, que la construcción de las representaciones de la juventud se alimenta en buena parte de la percepción de los otros, en términos etarios, padres y madres, maestros, familiares, medios de comunicación y de la sociedad en su conjunto. Son tres las matrices discursivas desde las cuales se reconoce y sitúa a la juventud en América latina: como condición transitoria, como problema y amenaza social y como solución social (Ávila, 2010). En el campo colombiano parecen persistir por una parte la condición transitoria y, de manera emergente, la solución social. Esta última, sin embargo, apenas se identifica, en la medida en que, dadas las condiciones materiales existentes, se genera una fuerza afectiva y cultural cuyo mandato orienta a las y los jóvenes para buscar su bienestar por fuera del campo. Quizás es tiempo de empezar a discutir el derecho al campo; un campo que pueda habitarse con dignidad, un campo reconocido por su fuerza cultural, social y política y también con capacidad para aportar alimentos sanos para el país; un campo que puede proponer y transitar por los márgenes de los modelos hegemónicos de consumo y destrucción para situarse en el centro de la vida misma.


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Juventudes rurales e identidades territoriales

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Este libro fue compuesto en caracteres Adobe Garamond Pro, Franklin Gothic Demi Cond y Headline one. Impreso en papel marfil, en el mes de octubre del 2016, en Bogotรก, D. C., Colombia.


Asimismo, se enfoca en el ámbito urbano, para revisar aspectos como la moratoria social, formas novedosas de resignificar y vivir el territorio basadas en el uso concreto de este y su importancia en la construcción identitaria. Por otra parte, muestra cómo las nuevas territorialidades pueden expresarse tanto en condiciones geográficas como simbólicas. La idea de maritimidad recogida por jóvenes raizales aporta elementos de estudio y una perspectiva política; las reflexiones sobre los territorios virtuales y su potencialidad como medio de expresión política y social sugieren retos para el estudio de la configuración de lo joven en las nuevas y diversas juventudes colombianas. Con esta nueva entrega de la serie Jóvenes con dis…cursos, el Observatorio Javeriano de Juventud continúa en su empeño por articular y difundir el conocimiento producido en el país acerca de las realidades juveniles, sus contextos y sus más acuciosas preocupaciones.

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MARTHA LUCÍA GUTIÉRREZ-BONILLA Y JAVIER TATIS AMAYA, EDS.

Jóvenes, territorios y territorialidades reflexiona y discute sobre tres grandes categorías: ruralidad, territorios urbanos y nuevas territorialidades, y sobre su relación con el desarrollo y la identidad juvenil en la Colombia de hoy. El libro aborda la concepción, el significado y las formas de habitabilidad de los jóvenes en la nueva ruralidad colombiana, y hace manifiesta la articulación y el desarrollo de tres ámbitos: las representaciones sociales y culturales del territorio rural, las interacciones sociales de sus actores y el contexto y las políticas agrorrurales y los conflictos territoriales.

Editores Martha Lucía Gutiérrez-Bonilla Javier Tatis Amaya

Autores

JÓVENES, TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES JÓVENES, TERRITORIOS Y TERRITORIALIDADES

La serie Jóvenes con dis…cursos es un instrumento de difusión del conocimiento producido en Colombia en el campo de la juventud. Se nutre de las conferencias presentadas en el ciclo del mismo nombre, impulsado por el Observatorio Javeriano de Juventud. Su nombre alude, mediante un juego de palabras, a la puesta en común de distintos saberes, ejes temáticos y perspectivas de análisis, para evidenciar condiciones y contextos que generan realidades y problemas en la vida juvenil colombiana y, desde allí, retos por asumir para alcanzar el reconocimiento, la equidad y la justicia social para todos y todas.

MARTHA LUCÍA GUTIÉRREZ-BONILLA JAVIER TATIS AMAYA editores

COLECCIÓN JÓVENES CON DIS...CURSOS

Flor Edilma Osorio Pérez Milton Pérez Espitia Colectivo Agrario Abya Yala Fabián Acosta Juan Camilo Moya Jogser Amet Castaño O. Fabio Enrique Ramírez Espitia Juan Raúl Escobar


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