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Romería de San Lorenzo y de los dioses Queunuros, en la Vid (León)
from Revista de Antropología y Tradiciones Populares Nº5
by Sociedad Española de Antropología y Tradiciones Populares
LA ESPAÑA MEDIEVAL” EN MADRID Y ÚBEDA
Guion y dirección: Cristina Mª Menéndez Maldonado
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Productora: Consilia Mvsicorvm
Realización: V2Pro
Dirección de producción: Gerson A. de Sousa
Asesoría musical: Miguel Sánchez (Alia Mvsica)
Locución: Cristina Mª Menéndez y Miguel Sánchez
Música: Albina Cuadrado (Alia Mvsica) Canto Yonatí bejagvé
Dicho cortometraje documental ha sido galardonado en el Festival Cencor 2019 como Mejor documental.
Más información:
https://ellenguajedeloinvisible.com/cortome traje
El cortometraje “Desde el silencio. Mujeres judías en la España Medieval” es un acercamiento a la vida pública y privada de estas mujeres, más silenciadas aún que sus contemporáneas cristianas y musulmanas. A través de recreaciones con figurantes y las voces expertas de una historiadora medieval, una hebraísta, una psicología de igualdad, una músicóloga, una investigadora del CSIC, una periodista… hemos querido perfilar lo que pudo ser la realidad de las mujeres judías medievales.
ROMERÍA DE SAN LORENZO Y DE LOS DIOSES QUEUNUROS, EN LA VID (LEÓN) Texto y fotos: David Gustavo López
En las montañas de la comarca leonesa de Gordón, se halla el pueblo de La Vid (150 habitantes), a orillas del río Bernesga, el mismo que treinta kilómetros más adelante atravesará la ciudad de León. Celebran estos gordoneses su fiesta patronal el diez de agosto, festividad de San Lorenzo, y tienen como acto primero y más tradicional la subida hasta la ermita del santo, situada a 1.255 metros de altitud, iniciando la marcha, que es protagonizada por gentes del valle de toda edad y condición, a las nueve de la mañana. Además de fuertes repechos, es preciso atravesar un bosque de robles y carrascos, que a veces necesitan algún que otro machetazo para apartar sus ramas, y, finalmente, remontar un roquedal en cuya cumbre se halla un pequeño edificio, de planta rectangular (10 x 5,5 m), que aparece ante la vista como una pequeña fortaleza erigida en lo alto de un farallón rocoso que da vista sobre el desfiladero de La Gotera, por cuyo fondo discurre el mencionado Bernesga, y da vista sobre gran parte del valle gordonés.
Unos agarraderos anclados en las paredes rocosas alivian el vértigo y facilitan a los romeros el último tramo del camino.
Ilustración 1. La ermita de San Lorenzo, en lo alto de un gran peñasco. Con esta marcha, los vecinos de La Vid y de los pueblos vecinos agradecen, año tras año, la protección ejercida por este mártir español del siglo tercero, diácono del Papa Sixto II, que fue asado vivo sobre una parrilla. Sin embargo, la tradición local se aleja un poco de la hagiografía católica de este santo y parece referirse a otro, más lugareño e identificado con un grupo de eremitas de los que frecuentaban estas montañas. Y dicen estar agradecidos a San Lorenzo (Llorente, en leonés medieval) por haberles librado de un voraz culebro que moraba en el cercano desfiladero que el río Bernesga abre entre rocas, llamado de La Gotera, y cuya leyenda es relatada hacia 1580 por Pedro Zúñiga de Avellaneda (+1595), abad del monasterio leonés de San Isidoro (hoy colegiata de San Isidoro), en los términos que recoge un documento archivado en dicha institución: “San Llorente e San Vicente e San Pelayo heran cazadores y en aquellos tiempos avía en aquellas partes donde al presente está la dicha hermita un culebro o serpiente y que era tan grande y tan soberbio el animal que en toda aquella tierra con siete leguas alredor no poblaba gente por respeto del dicho serpiente, el cual estaba trabesado en un río, y entre dos peñas (...)”. Prosigue Zúñiga diciendo que San Lorenzo, ermitaño venido a estas tierras junto con sus hermanos Vicente y Pelayo, echó al animal unas barras de hierro al rojo, mezcladas con fejes de lino y trozos de tocino, y éste las devoró con tal avidez que reventó, de resultas de lo cual fueron alcanzados por la metralla y murieron sus hermanos menores. Pasó entonces por este lugar una acémila portando un arca de alabastro, en la cual metió el santo los cuerpos de sus hermanos y, como ocurre en la leyenda riojana de San Prudencio, siguió al animal hasta donde éste quiso detenerse. Allí construyó una ermita, aprovechando el esqueleto del culebro como estructura y, tomando el arca de Vicente y Pelayo, la introdujo en el nuevo edificio.
Ilustración 2. Una pequeña y empinada pradera se extiende delante de la ermita.
La leyenda popular incorpora que el monstruo exigía un cordero anual a cada habitante de la zona, pero había un herrero que, no teniendo medios para conseguir su tributo, ofreció al culebro su propia hija. Ésta, viéndose ya en las fauces del animal, pidió la ayuda de San Lorenzo, quien se presentó con sus dos hermanos y… el resto ya lo conocemos.
También se dice que las aguas de la Fuente de las Virtudes que brota al pie del sendero de subida a la ermita son, ni más ni menos, las lágrimas de San Vicente y San Pelayo. Por eso se consideran milagrosas, pero sólo si las recoge el cura y, tras bendecirlas, las da a beber después de la misa de la festividad de San Lorenzo. Y ya se sabe, como en otros casos similares, estas aguas tienen el don de procurar casamiento a las mozas que lo pidan con fe.
Una curiosidad surge de esta leyenda: ¿Por qué la tradición hace hermanos y otorga el protagonismo a tres santos que ningún vínculo tuvieron entre sí? Pienso, y creo lógico suponer, que la razón se halla en la devoción que en la Edad Media se profesaba a estos tres jóvenes mártires, el mayor San Lorenzo, muerto a los treinta y tres años, seguido de San Vicente, que no llegaría a los treinta, y, por último, el casi niño San Pelayo, a los dieciséis. Los dos primeros habían nacido en Huesca en el siglo III y fueron martirizados en Roma y en Valencia, respectivamente, siendo una parrilla sobre ascuas uno de los instrumentos del martirio de ambos. Conocido lo anterior, en nada resulta extraño que la tradición leonesa hermanase a Lorenzo y Vicente, incorporando también a Pelayo, un mártir más cercano y muy famoso en los siglos de la Reconquista, pues había muerto desmembrado en el año 925 por rechazar las demandas sexuales de Abderramán III, y sus restos habían sido trasladados con gran pompa desde Córdoba a León por el rey Ramiro III, en el año 967, depositándolos en un templo que llevó su nombre y que, un siglo más tarde, pasaría a convertirse en una de las joyas del románico bajo la advocación de San Isidoro. Fue precisamente este monasterio de San Isidoro el que, a partir de 1176, ostentaría la propiedad sobre el pueblo de La Vid y la ermita de San Vicente (después San Lorenzo). Las reliquias de San Pelayo estuvieron poco en León, pues a finales del primer milenio fueron trasladadas a Oviedo, donde hoy se conservan, para evitar su profanación durante los asaltos efectuados por Almanzor a la ciudad de León.
Una prueba de esta triple devoción popular entre los cristianos es la frecuencia con la que se conservaron (real o supuestamente) estas tres reliquias en iglesias de antigüedad medieval, como son los casos del Arca Santa de la catedral de Oviedo o del Monasterio benedictino de San Lorenzo de Carboeiro (Pontevedra), cuya iglesia fue provista desde el principio con importantes reliquias que propiciaron la llegada de peregrinos, entre ellas las de los tres santos de quienes estamos hablando. Pedro Zúñiga concluye su relato diciendo que a este lugar llegaban gentes de todo el contorno por devoción a las reliquias que están en el sepulcro, e informa de que la ermita había sido derruida por un incendio cincuenta años antes de efectuar su narración. Y es cierto que en el centro de la ermita existe un extraño sepulcro de 2,25 m de largo y 1,15 de ancho -pudiera tratarse de un cenotafio, pues no parece albergar, al menos actualmente, ningún resto en su interior- a cuyo pie, antes de la misa, los devotos encienden velas –“es la tumba de San Vicente y San Pelayo”, dicen.
Un desconchón en el encalado que recubre toda la sepultura deja a la vista algunos grafismos de paleografía medieval pudieran corresponder a la Edad Media Plena-, donde parece leerse yspa¿n?o…, aunque nada es posible interpretar mientras no se decape la cal; quizá se trate del epitafio de quien allí estuvo enterrado, posiblemente desde la construcción del edificio, que es una obra rústica y de aspecto antiguo, de planta
Ilustración 3. El supuesto sepulcro de san Vicente y San Pelayo y, adosada a sus pies, el ara dedicada a los dioses Queunur(is).
Ilustración 4. Sepulcro de San Vicente y San Pelayo. Una inscripción aparece bajo la cal. Ilustración 5. Ara a los dioses Queunur con una pintura sobre el texto aplicada indebidamente por desconocidos.
rectangular con bóveda ligeramente apuntada en toda su longitud, la cual se menciona en un documento del año 1176 por el que el Papa Alejandro III confirma al monasterio de San Isidoro de León la propiedad sobre La Vid y dos iglesias (antes, en el siglo XI, ya le habían sido donadas por el rey leonés Alfonso VI), una situada en el pueblo y otra “ubi iacet corpus cuiusdam Sancti Vicenti”, lo cual nos lleva a decir que la leyenda de la sepultura de San Vicente ya se conocía en el siglo XII y que, además, este santo era quien ostentaba la titularidad de la ermita.
Así lo confirma otro documento de 1313 mediante el cual el monasterio de San Isidoro otorga fueros al pueblo de La Vid, mencionando a la susodicha ermita con el nombre de “Sant Vicente de la Gotera”. Posiblemente no fuera hasta el siglo XIX cuando, por efecto de la leyenda, el lugar pasase a la advocación de San Lorenzo, tal y como se deduce del Diccionario Geográfico de Pascual Madoz (1845-1850) que la menciona bajo esta última advocación.
Una dedicatoria a misteriosos dioses indígenas
El sepulcro tiene adosada en su parte trasera (frente según se entra) un ara o cipo votivo, un poco trapezoidal en la parte superior (75 x42/37 x31 cm), que en su cara anterior lleva grabada la siguiente inscripción latina, con letras de tipo capital: ”Deis / Queunu^r(is) / Iulius / Reburrus / v(otum) s(olvit) l(ibens) m(erito)”, cuya traducción es: “A los dioses Queunuros, Julio Reburro cumplió su voto de buen grado como debía”.
Esta lectura ha sido efectuada en el año 2012 por un equipo que integraban Silvia Alfayé, M.ª Cruz González y Joaquín Gorrochategui, dentro de sendos proyectos de investigación financiados por el Ministerio de Ciencia e Innovación y por las universidades de Zaragoza y del País Vasco. otros historiadores, ninguna deidad romana a la que se pueda referir el teónimo QVEVNVR(is), optando todos por una de las muchas divinidades indígenas que poseían los astures, el pueblo prerromano de influencia celta que habitaba la región y cuyo país se extendía a las actuales provincias de León y mitad norte de Zamora, los extremos orientales de Lugo y Orense y la mayor parte de Asturias, habiendo sido descrito por Estrabón, Floro, Plinio el Viejo y otros historiadores romanos. Ya en época visigoda, San Isidoro también se refiere a ellos en los siguientes términos: “Astures, pueblo de Hispania, así llamados porque les rodea el río Esla (Astura)”. Dado que la paleografía de la inscripción apunta a que pertenece a finales del siglo II d. C. (principalmente por el comienzo de nexos y tendencia a la rústica), se confirma que ya corresponde a un período en el que los astures habían sido conquistados -la conquista se inició en el año 26 a. C.)- y romanizados o, al menos, latinizados, manteniendo, no obstante, sus propias creencias y cultura.
A pesar de la rareza del vocablo Queunur, su análisis etimológico podría llevarnos a la raíz indoeuropea kwen, vinculada a la idea de festejar o santificar e, incluso, de dioses mismos, lo cual sería lo mismo que hacer la dedicatoria “A los dioses Dioses”, posiblemente entendiendo como tales a los dioses de la naturaleza, que eran objeto de cultos locales y normalmente estaban ligados a lugares geográficos muy concretos, sobre todo a montes altos como es nuestro caso.
Aunque la traducción que hemos expuesto tres párrafos atrás parece bien confirmada, es preciso decir que, previamente al estudio efectuado por este equipo, el arqueólogo y posterior catedrático de la Universidad de Oviedo Jose Avelino Gutiérrez había efectuado, en 1985, una lectura en la que el nombre de los dioses fue interpretado como Equeunuros, por considerar una E lo que parece una roseta grabada al final de la primera línea (ver imagen nº 7), cuya raíz equ sugiere una relación con el culto al caballo, hecho frecuente entre los pueblos prerromanos
Ilustración 6. Ara a los dioses Queunur con el texto resaltado con programa informático.
Ilustración 7. Detalle de la inscripción. Efectivamente, parece existir una roseta al final de la primera línea.
de León y norte de España, no siendo descabellado pensar que nos hallábamos ante el voto a unos seres equivalentes a la diosa céltica Epona (en la Galia), una deidad de carácter psicopompo, conductora de las almas de los difuntos hacia la ultratumba -así lo confirman algunas lápidas vadinienses (tribu cántabra de la zona de Riaño) existentes en el Museo de León- y una de las pocas deidades bárbaras que fueron incorporadas por los romanos a su propio panteón. En cuanto al oferente del voto, Julio Reburro, sin duda nos hallamos ante un indígena importante cuyo nombre era frecuente en territorio astur y, a juzgar por los lugares de hallazgo de la epigrafía que menciona este antropónimo, principalmente de la zona más occidental del país -en la provincia de León aparece en otras tres inscripciones-. Entre los Reburros llegó a haber soldados y personajes relevantes que colaboraron con los romanos, como un tal Marco Ulpio Reburro, mencionado en el pedestal de una estatua desaparecida en Tarragona, que fue un cargo destacado en la administración de su ciudad y llegó a ser flamen (sacerdote de gran prestigio, equiparable a un pontífice) de la provincia Tarraconense, a la que pertenecía el territorio astur.
Nos queda dar respuesta a una última pregunta en relación con el ara: ¿De dónde procedía? Aunque algunos investigadores han querido situar su origen en la calzada romana que enlazaba Legio VII (después León) con Gigia (Gijón), que atraviesa a solo dos kilómetros al oeste de la ermita, en su tramo entre las localidades de Buiza y Villasimpliz, más me inclino a pensar que su primer emplazamiento ya fue el que hoy ocupa la ermita, desde donde la visión del entorno y el sentimiento interior son verdaderamente hierofánicos, provocadores de la sensación de lo sagrado. La operación de sincretismo operada después en este lugar a favor de los tres hermanos santos hizo el resto de lo que hoy vemos.
Las huellas de la mula
Pedro Zúñiga de Avellaneda, a quien ya hemos mencionado como abad de San Isidoro, describe en su relato de 1580 el lugar donde se detuvo la mula: “(…) la acémila no avía parado hasta donde ahora está la ermita fundada, que es una tierra muy alta y avía oído decir el testigo que la acémila avía señalado las herraduras en las dichas sierras”.
Vemos que en el siglo XVI ya señalaban la presencia de grabados de herraduras, lo mismo que hoy podemos decir al observar las marcas o petroglifos existentes en las últimas rocas del ascenso hacia la ermita y superpuestas o casi al lado de la senda que todavía conduce hasta su puerta, la mayoría sobre el propio suelo horizontal, aunque también existe alguna en paramentos inclinados, y de unas dimensiones que oscilan entre 4 y 8 cm de longitud.
Muchos de los habitantes de la zona no tienen duda de que son las pisadas de la mula que transportó el arca con los restos de San Vicente y de San Pelayo; otros, sin embargo, se las atribuyen a un bromista local que las grabó hace ya unos cuantos años, aunque hay quien matiza que en realidad no era una broma, sino que el hombre se limitó a resaltar unas huellas ya existentes. Y esto último pienso yo, pues solo son las más cercanas a la ermita las que parecen haber sido retocadas.
No es nuevo que grabados con forma de herradura existan en el entorno de algunas ermitas y que, desde una visión antropológica, estos petroglifos seminaturalistas puedan ser, en realidad, la causa original de la propia ermita, en un intento que alguien tuvo de transmutar un culto de perduración pagana a un santo o virgen que por sus características y/o leyenda resultase adecuado para la permuta. En la provincia de León, como en tantas otras, son frecuentes estos casos, sea con petroglifos podomorfos o de otra índole.
La antigüedad de estas marcas de herradura es tema debatido, pues como ocurre con las cazoletas abarcan un espacio temporal que discurre desde el período megalítico hasta la Edad Media, con un máximo durante la Edad del Hierro. Algunos investigadores limitan su máxima antigüedad al siglo II a. de C., en coincidencia con una supuesta invención romana de herraduras para caballerías -en realidad hasta el siglo I no se inventaron las “hipposandalias”, con forma distinta a la herradura, mientras que la herradura parece ser invento oriental que llegó a Europa en el siglo V-, claro que para respaldar la teoría anterior, además, habría que considerar que los grabados con apariencia de herradura representan real y exclusivamente herraduras, sin dar cabida a otras interpretaciones tales como pisadas de équidos sin herrar -parecen herraduras con una pequeña incisión central-, símbolos lunares, úteros creadores de
Ilustración 10. Huellas A, B y D. Es posible que A y D hayan sido retocadas. Ilustración 11. Huella E. No se observan retoques, incluso el musgo no se ha tocado.
vida, indicadores de dirección, y un largo etcétera con el que muchos estudiosos las han equiparado. El catedrático de Prehistoria de la Universidad de Oviedo De Blas Cortina, en su estudio sobre los grabados asturianos de Pico Berrubia, en los que abundan las herraduras, considera que se trata de manifestaciones ligadas al fenómeno megalítico, fuertemente arraigado y estancado en todo el reborde septentrional y noroeste de la Península, que “llega a alcanzar de lleno al primer milenio, tal vez incluso al nacimiento de lo que se ha dado en llamar cultura castreña”.
Ilustración 13. Herraduras de Pico Berrubia (Asturias). Foto J. Mª Montes.
Ilustración 14. Pedra das Ferraduras (Fentans, Pontevedra). Grabados representando pisadas de cérvidos (Edad del Bronce) Ilustración 15. Antropomorfo de Villasimpliz (Foto ICAL).
Parecida dispersión hay en la interpretación del significado de estos grabados, aunque existe una corriente mayoritaria en favor de su carácter religioso y cultual, vinculado a la representación de pisadas de animales que, mediante determinados rituales, se consigue que ejerzan su función o que atraigan a los espíritus a quienes representan, algo que estaría vinculado con las llamadas icnohierofanías o huellas de animales que desencadenan interpretaciones sacralizantes. Claro que en este caso también podríamos hallar otra explicación: cuando se construyó la ermita para cristianizar a los dioses Queunuros, divulgando también la leyenda de San Lorenzo y el culebro de La Gotera, la operación pudo completarse con una simulación de las huellas de la mula que trasportaba el arca de alabastro con los cadáveres de Vicente y Pelayo cuando se acercaba al lugar donde debía construirse la ermita.
Ante las dos posibilidades apuntadas, existen otros tantos factores que inducen a decantarnos en favor del carácter cultual y de la antigüedad proto o prehistórica de las herraduras de la ermita de San Lorenzo: Primero, la existencia del llamado “Ídolo de Villasimpliz”, un grabado de antropomorfo cruciforme hallado en 2009 por el geólogo Pedro Fandos cerca de nuestra ermita, que fue presentado en el Congreso Internacional del Patrimonio Geológico y Minero, celebrado en Teruel ese mismo año, cuyo parecido morfológico con pinturas rupestres como las de Sésamo o Librán, también en la provincia de León, posibilita una cronología cuya datación más cercana las sitúa en la Edad del Hierro.
Segundo, en similar dirección apuntan también, y solo mencionamos los más similares y cercanos, los grabados de herraduras existentes en torno al Pontón de Forniellos, en la localidad de Pendilla de Arbas próxima al puerto de Pajares y a la ya mencionada calzada romana de León a Gijón, cerca del término de La Carisa, donde excavaciones arqueológicas están alumbrando la existencia de un importante campamento del ejército romano.
Ilustración 16, Una de las rocas con grabados de herraduras en Pendilla de Arbas (Foto Juan Carlos Campos).
Dichos grabados, según su primer investigador, el veterano arqueólogo Manuel Mallo Viesca, en un artículo publicado en la revista Estudios Interdisciplinares de Arqueología (nº4, 2017), “encajan, por convenciones y equivalencia, con expresiones gráficas propias de cronología prehistórica o protohistórica”. En dicho artículo se refiere también a su intención y significado en los siguientes términos “pudieron ser para aquellas sociedades arcaicas expresiones de carácter religioso, encerrando un complejo sistema de símbolos, hoy inaccesibles”.
Casi una conclusión
Sobra el casi para que sea una conclusión, queda mucho por averiguar sobre materias tan lejanas que carecen de documentación y de elementos comparativos suficientes como para que las verdades sean irrefutables. Entre tanto, a la espera de nuevos avances, concluiremos diciendo que en la ermita de San Lorenzo parece haberse producido una perfecta continuidad de culto a unos dioses menores desde tiempos pre o protohistóricos hasta nuestros días, aunque, eso sí, secuenciado en tres fases o períodos bien definidos: 1ª. Cubre una etapa de la Prehistoria reciente y de la Protohistoria, testimoniado en los grabados seminaturalistas de équidos, efectuados en el lugar donde el dios se manifiesta o debe manifestarse. En este caso no tendría nada de extraño que, además del sendero de huellas en dirección a la ermita, una concentración de ellas se hallara bajo el suelo de la misma.
2ª. Comienza con la operación de sincretismo religioso o de simple refuerzo cultual que supone el monumento dedicado a los mismos dioses de la naturaleza (Queunuros), operada por los nativos astures cuando, en el segundo siglo, hallándose ya bajo dominación romana, colocaron junto a las herraduras un ara dedicada a dichos dioses.
3ª. Llega a nuestros días desde la clara operación de sincretismo religioso operada por algunos cristianizadores cuando, dispuestos a terminar con un culto pagano todavía imperante en aquellos años de la Plena Edad Media, casi incrustaron el ara en un gran sepulcro donde supuestamente reposaban los restos de los mártires hispanos San Vicente y San Pelayo traídos a lomos de una mula por su hermano San Lorenzo.
Terminados los actos religiosos, los asistentes reponen fuerzas con sus propias viandas y regresan a sus lugares de procedencia. Los residentes en La Vid intentarán esquivar el refrescante recibimiento, a base de cubos de agua fría, que les tiene preparado la chiquillería. Y esto no parece que tenga nada que ver con culto alguno.