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Coronavirus y agua de vida que no se toma en soledad

Guido Bello

Estamos viviendo un tiempo de crisis y de miedos. A la crisis del coronavirus se agrega la crisis del miedo y del egoísmo, y a las dos se suma la crisis económica. Paro de actividades en la industria y en los grandes comercios, en las escuelas y en los eventos deportivos. Hasta se han suspendido grandes marchas como en Argentina la del 24 de marzo, evocando la última y terrible dictadura militar en ese país.

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Algunos estamos viviendo esta crisis con preocupación, pero sobre todo con ocupación, como se ha dicho, es decir, con una buena dosis de cuidados mutuos. Algunos otros y algunas otras la viven acumulando hasta grandes cantidades de papel higiénico y grandes cantidades de histeria egocéntrica, incluso con episodios de violencia.

En el leccionario ecuménico recordamos el lindo texto bíblico de la mujer samaritana 1 , que conocemos tanto pero que podemos repasar brevemente.

Al evangelio de Juan le gusta pintarnos en grandes pinceladas los temas más importantes que preocupaban y ocupaban tanto a Jesús, con personajes como el político Nicodemo y el ciego de nacimiento, entre otros, y con esta mujer pobre, no “pobre mujer”, porque era sencilla e inteligente, trabajadora y capaz de transformarse en una líder comunitaria.

Jesús se encuentra con esta mujer en el desierto de Samaria, cuando va sola con todo el sol del mediodía, a buscar agua en el único pozo de la zona. ¿Por qué va sola, por qué no quiere encontrarse con nadie? Seguramente porque muchos no la quieren, porque muchos hablan mal de ella, porque ha tenido cinco compañeros que la han abandonado, y ella, solo ella debe tener la culpa, dicen ellos, y lo repiten también muchas de ellas.

Y ahora se encuentra con un maestro judío, justo con ella, que no quiere a los judíos porque se creen superiores con su templo grande de Jerusalén y que desprecian a los samaritanos como ignorantes respecto al verdadero culto y la verdadera religión. Así que las tiene todas en contra: mujer, pobre, samari

Cerezo Barredo

tana de nación y de credo, y para peor, sin agua, que la tiene que ir a buscar caminando hasta el pozo de Jacob.

El diálogo es muy interesante. Jesús, el maestro judío, le pide a la mujer samaritana un poco de agua. Ella ataca enseguida:

—¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides agua a mí, que soy samaritana?

Y Jesús no se queda atrás, con mucho respeto, pero firme:

—Si supieras lo que Dios da y quién es el que te está pidiendo agua, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva.

Se arma una discusión sobre la propiedad y la historia de esa tierra del pozo de Jacob, pero Jesús insiste: —Todos los que beben de esta agua, volverán a tener sed; pero el que beba del agua que yo le daré, nunca volverá a tener sed. Porque el agua que yo le daré se convertirá en él en manantial de agua que brotará dándole vida eterna, vida verdadera, vida significativa.

Y ella, entonces, la que tenía agua del pozo, le pide a Jesús que le dé esa agua viva, porque ya empieza a entender la propuesta del Maestro. En el Sermón de la montaña, discurso inaugural de su propuesta de vida, Jesús había dicho que son “felices los que tienen hambre y sed de justicia” 2 .

Pensamos en la sed que está pasando mucha gente, nosotros entre ellos, en este tiempo de crisis, miedos e inseguridades. Hambre y sed de justicia, de dignidades atropelladas, de reconocimiento, de valoración como personas, como les sigue pasando a nuestros hermanos y hermanas de pueblos indígenas, a muchas mujeres en este tiempo todavía de patriarcados humillantes, y les sigue pasando a muchas personas sin trabajo o sin poder trabajar como los artesanos que se quedaron sin ferias en este tiempo de crisis por el coronavirus.

Por eso Jesús abre este diálogo sorpresivo con esta mujer de Samaria, pidiéndole sencillamente un vaso de agua, porque Jesús estaba realmente sediento por el solazo del mediodía. Y ella se sorprende por el pedido.

Nunca nadie importante le había dirigido la palabra con respeto, sin ninguna insolencia, aunque este Maestro le ha tocado temas delicados, como esos cinco maridos que ha tenido, pero se lo ha dicho sin acusarla de nada. Y cuando ella quiere refugiarse en una discusión religiosa, defendiendo sus tradiciones samaritanas, este Maestro le sale con que no es la religión del templo de Jerusalén la que vale, ni tampoco la del monte Guerizim en Samaria:

Porque llega la hora, y es ahora mismo, cuando los que de veras adoran al Padre lo van a empezar a hacer de un modo verdadero, de un modo sincero, y esa sinceridad va a ser lo único importante. Yo te lo digo, mujer, que Dios es Espíritu, es soplo de vida, y te aseguro que yo confío en Dios mi Padre de una manera sencilla y profunda, desde el fondo de mi ser, como es sencillo y profundo este pozo....

Y entonces ya no hay más sed, porque cuando le abro el corazón a mi Padre ya no hay más abandono, ya no hay más condena, ya nadie puede juzgarme, porque Dios me aceptó tal como soy, ya soy su hija preferida, soy el hijo que vuelve a la casa de su Padre, ya no necesitas irte ni a Jerusalén ni a Samaria ni a Miami para encontrar valoración y dignidad recuperada, para encontrar tu camino verdadero.

No busques más agua en pozos secos, podemos decirnos a nosotros mismos, no busquemos más agua en cisternas de aguas turbias. No les creamos a los predicadores de dioses mentirosos, esos que te venden en la televisión y te apuran con un “compre ya”. El agua de la vida no está ni en la fama, ni en el dinero, ni en el poder.

El agua que calma la sed del corazón está en el amor de Dios, y todos los que buscan el amor de Dios de modo sincero y en espíritu verdadero no van a tener más sed, porque ese amor de Dios será en cada uno un manantial de agua, agua de la misma vida de Dios.

Y esta agua verdadera no se toma en soledad, no se toma negándole a nadie un vaso de agua, esta sed se calma buscando y tomando juntos esta agua del amor de Dios. Esta agua no se vende, es gratuita, es la gracia de Dios disponible para todos.

Esta mujer anónima, como tantas heroínas que se llaman con el nombre de todas, es la que invita a muchos de los varones samaritanos a ver y a escuchar la palabra de Jesús. ¡Y cómo van, y cómo beben todos juntos! Y tienen que reconocer a esa mujer que la tenían tapada, escondida, disminuida, y tienen que decirle “que ahora confiamos, no solo por lo que tú nos dijiste, sino también porque nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que de veras es el salvador del mundo”.

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