Entrevistas Alvaro Mutis

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Alvaro Mutis El mundo es una multitud de rincones privados José Angel Leyva 1993

La obra de Alvaro Mutis está llena de lugares distantes al mismo tiempo que íntimos, nos muestran un espíritu viajero, el gozo por la aventura a la manera de los grandes novelistas que han seguido las huellas de la marcha humana esbozada en Las mil y una noches, una marcha plural que se ramifica a través de las culturas y los tiempos. Mutis es un virtuoso de la palabra, emerge introspectivo del poema e inevitablemente navega por el mito. La tentación épica es sobre todo un impulso que le nace desde su más honda visión de la vida, desde el sueño, desde una memoria histórica del universo. Platicar con el poeta y el novelista, con el latinoamericano y el europeo, con el hombre de letras y el de la sencilla sonrisa que lleva un aire marinero en su conversación sin pretensiones, es soltar amarras y explorar sus viajes literarios y su


vida. ¿Qué piensa usted acerca del cosmopolitismo, esa visión por la que han batallado muchos escritores y artistas en contra de un espíritu cerrado, localista, atrapado durante generaciones por el costumbrismo? Para conversar sobre ese tema tenemos que quitarle al término esa carga detestable de frivolidad, de turismo para ricachos cansados que no encuentran asiento en ninguna parte, o retirarnos de ese extremo de la cursilería de quienes exclaman ´yo soy ciudadano del mundo'. Quitémosle ese peso y veámosla de una manera más inocente y transparente. Soy lector de autores que podríamos denominar cosmopolitas como Valery Larbaud, quien dominó varios idiomas, conoció muy bien Europa y amó muchos rincones secretos del mundo. Es cierto que he vivido en varios países y he recorrido muchísimas naciones. Nací en Colombia y desde los dos años viví en Bélgica. Es posible que yo sea exactamente lo contrario a esa idea de cosmopolitismo. Para corresponder a mi propio concepto primero se debe ser de alguna parte, querer el lugar donde se nació, sin ese patriotismo necio, guardar el lugar de origen intacto dentro de sí, que es la fuente de toda poesía y de toda vida plena. Es muy probable que nos estemos encauzando hacia ese cosmopolitismo que critico y que califico de superficial. Lo contrario sería aprender a encontrar sitios que nos correspondan como individuos, que se identifiquen e identifiquemos con nosotros, sin perder de vista la referencia de nuestros paisajes, de nuestros idiomas, de nuestros climas. Voy a ponerle un ejemplo, aunque nos sea muy elegante hablar en primera persona para referirme al motivo de nuestra conversación. Estuve en México como turista en 1953 y me provocó un encanto extraordinario pero sentí que algo me faltaba. Después regresé a vivir aquí, en circunstancias bastante complicadas, difíciles. Hice un viaje por carretera a Veracruz y al llegar a Jalapa me dije: aquí está mi tierra, las montañas, el café, las flores, la humedad. Luego fui a Córdoba y más tarde al puerto. Ya tenía yo un país. Esa misma


experiencia la repetí con mi madre, quien se vino a vivir conmigo. Una mujer que había residido en numerosos países por ser la esposa de un diplomático, que hablaba diversos idiomas, muy culta y de un gran trato. Me preguntó "¿oiga todo el país es así?" Ella se refería al Valle de México. La subí a mi coche y la llevé a Veracruz. Entonces dijo que no había ningún problema para asentarse en México conmigo. Con esta distorsión monstruosa de los medios de comunicación que ya se han vuelto una especie de pesadilla, de distanciamiento de persona a persona, pues se trata de la comunicación masiva, controlada y condicionada por una serie de factores económicos, políticos, sociales, etc. Si a esto le agregamos el impulso de no pertenecer a ninguna parte, de no tener raíces, vamos por un mal camino. Hace poco estuve en Tabasco con grandes amigos a quien yo les decía que ser de Tabasco es la manera más decente de ser colombiano. Otra región de México a la que le tengo un especial cariño es a Chiapas. Coincido absolutamente con Eraclio Zepeda en que Chiapas es mexicana, pero se encuentra en Centroamérica. Estoy pensando en el retorno a las raíces, a la reconciliación con los orígenes que nos determinan y con los cuales intentamos en algún momento romper definitivamente para abrirnos paso hacia lugares ignotos. El retorno como un viaje al bienestar o a la solución final. Por ejemplo, La muerte de Virgilio. Esa novela de Hermann Broch en la que el poeta vuelve a Brindisi a morir, a cerrar un ciclo, en un instante luminoso y pleno de dudas, cercano a la infancia y a la muerte. En el caso de Alvaro Mutis, poeta ¿hay algún lugar de referencia sentimental que lo llame, que lo atraiga intensamente? La referencia es doble, porque los años que viví en Bélgica y después en Francia me marcaron profundamente, fueron los de la niñez. Proust decía que todo lo que vivimos y leímos entre los ocho y doce años es lo único cierto, después envejecemos lamentablemente


y nos volvemos tontos. Al mismo tiempo que vivía en estos países europeos regresaba periódicamente a pasar mis vacaciones a Colombia, que narro en los libros El reino que estaba para mí y Celebraciones y otros fantasmas, que va a comenzar a circular en México. Bélgica era el país de los canales, de la pintura flamenca, de una literatura muy rica y especial y con características nacionales muy particulares. Colombia era la tierra caliente, de ríos, de siembras de café a 1200 o 1300 metros sobre el nivel del mar, de la humedad, de gente alegre y recia. Esas dos presencias me crearon el sustrato, la fuente de donde yo saco la razón de mi vida y de donde salen los libros que escribo. Se dará cuenta que en mis siete novelas hay episodios en Bruselas, Marsella, Amberes, Estambul, pero siempre aparece algún personaje, regularmente joven, que representa a la tierra caliente. No es que yo me lo proponga, sino que ocurre con naturalidad, pues escribo de una manera sonambúlica. En mi poesía, que trabajé exclusivamente durante 40 años, está la permanencia de esa tierra caliente, que no es el trópico, el cual describe en forma genial Gabriel García Márquez. Mi tierra no es ese lugar de La hojarasca, desolada, polvorienta, atmósferas de un clima brutal. No, lo mío es paradisiaco, y yo así lo viví. ¿Estos retornos que usted menciona tendrían algo que ver con su viaje por la narrativa después de haberse dedicado sólo a la poesía? ¿Es la poesía esa tierra caliente o es el país de los canales? Bueno, yo no he abandonado jamás a la poesía. Cualquier persona que lea mis novelas descubrirá que la prosa es una extensión poética, una nueva andadura, un ritmo y un horizonte más extendidos. Por consiguiente no he contemplado ningún regreso porque no he salido nunca de allá, como tampoco he salido de la poesía. No necesito ir a Bélgica o a Colombia porque en todo el mundo hay rincones que me conducen a sus paisajes y vivencias. Tengo ya más de la mitad de mi vida viviendo en México y no me he planteado


nunca la idea de regresar físicamente a esos lugares, y seguramente no me lo plantearé, porque los llevo a todas las regiones adonde viajo desde México. Cómo vive Alvaro Mutis este momento en que se habla de la Aldea Global para referirse al planeta, del comercio intercontinental, de los medios de comunicación, de una vida de imágenes, de viajes veloces, de movimientos poblacionales y culturales impresionantes. La poesía es fundamentalmente imágenes, mientras que la novela es mito, es rumor de la historia. ¿Cómo va de una cosa a la otra? Desde mi primer libro, que publiqué en 1948, en compañía de Carlos Patiño, que se llama La balanza, ya hay poemas en prosa, en Los elementos del desastre, publicado por Rafael Alberti en Poetas de España y América, en Editorial Losada de Buenos Aires, hay poemas en prosa. Los trabajos publicados en México contienen mitad y mitad. Por eso nunca he sentido que salgo de una zona, de un ejercicio o de una técnica, palabra que desecho, preferiría decir método, para entrar a otro. Creo que lo que cambia es el ritmo de la percepción y de la expresión verbal. Eso lo piensan mucho los franceses, entre quienes han tenido buena acogida mis libros, pues cartesianos sin remedio como son me cuestionan y me preguntan cómo pude abordar la prosa si soy poeta. "Usted comenta que el mundo se transforma en una gran aldea. Yo diría que eso es horrible. Cada vez que leo o escucho esa sentencia la recibo como un maldición, porque yo concibo al mundo como una multitud de rincones privados, del individuo, que se comparten con los seres queridos. Ya de por sí esos desplazamientos en avión me parecen inhumanos. Durante mi niñez siempre me transporté en barco. El mar era como un intermedio más denso y más comprometedor para llegar a un destino. Hoy no se llega, simplemente se sienta en una silla y en unas horas ya está en Paris, en Hong Kong, en Berlin. Esto nos está destruyendo un mundo vivible y nos conduce hacia un inmenso supermercado."


Al hablar de Aldea Global se piensa también en la diversidad de las regiones, en la coexistencia de lenguas, en la pluralidad étnica de las sociedades. El cosmopolitismo de la diversidad como lo denomina Milan Kundera. Sin embargo somos testigos de atroces batallas contra la diversidad y lo extraño, contra el otro, en favor de los nacionalismos. ¿Pensaría usted que la diversidad es un deseo más que una realidad y que nos encaminamos peligrosamente hacia la homogeneidad del paisaje humano? Definitivamente. Porque los desplazamientos deberían servirle al hombre para reafirmar sus orígenes, para consolidar el ser. Hay un verso de un poeta francés que Valery Larbaud utiliza como título de un libro: El vano trabajo de ver diversos países. Finalmente encontramos siempre lo mismo, no allá afuera sino dentro de nosotros mismos, en la monotonía que nos conduce al viaje. El hombre en sí es el mismo en todos lados, no cambia sino en lo superficial, en sus formas. El individuo es el que importa, en él está la diversidad y es así como advierte el mundo, desde su propia capacidad para viajar y reconocerse entre las diferencias y las afinidades. Esto me hace recordar a un maestro muy querido de psiquiatría, quien estaba convencido de que el hombre debe romper el cordón umbilical con la tierra, emigrar para poder retornar con una visión más amplia del lugar de origen, visto desde lejos. ¿Es este el sujeto de quien usted habla? La cultura del mundo que más me compromete, más me atrae y por eso busco más información sobre ella es la del Occidente cristiano, hecho de invasiones terribles. Yo recomiendo mucho la lectura de un libro traducido al español, El año 1000, de Georges Duby. Era lógico creer que en esa fecha se iba a terminar el mundo. Las luchas entre naciones eran catastróficas, los deplazamientos de masas humanas arrasaban con todo. Pero de ese mundo salió la alta Edad Media y el Renacimiento. Fue en verdad un auténtico


renacer del mundo occidental. El hombre rompió con sus ataduras mentales, pero no abandonó el sentido de su existencia y por eso pudo crecer. Es importante entonces salir del cascarón que nos limita, abrir sus paredes como un acto de liberación para ser más nosotros mismos, para reconocer precisamente la sustancia que contiene esa cáscara. No se trata de romper con las fronteras para ser igual o diferente a otros, sino para no ser distinto de sí, para ser más él mismo. Así ocurre también con las culturas y los pueblos. ¿En el caso de Latinoamérica no ha dominado siempre la tentación europea? No ha sido algo premeditado. Sucede que como naciones vamos creciendo, buscamos opciones y abrimos caminos propios. Poco a poco se van perdiendo las dicotomías entre indio y europeo, entre negro y blanco, para dar lugar a un ser latinoamericano que hará su propia literatura. Claro allí habrá resonancias del Oriente, del Africa, de Rusia, en fin de las más variadas clases, pero en su esencia dominará la especificidad, el rostro de lo latinoamericano." ¿Una última pregunta, podríamos hablar de que no hay literaturas regionales emergentes en esta época, incluso tampoco en otras? Yo siempre he estado en contra de la denominación del Boom Latinoamericano, creo que no existió, que fue creación de los editores y de los críticos perezosos. Es imposible que haya existido un boom en un continente en donde estaba un hombre de 80 años como Borges y otro de 30 o 35 como Vargas Llosa o García Márquez. Nos ocurrió un fenómeno típicamente latinoamericano cuando descubrimos que nos estaban traduciendo al francés, al inglés, al alemán. Dijimos, nos leen con gran interés en los países desarrollados. Pero en realidad se trataba de una acción editorial magnificada. Yo vivía en Europa y puedo afirmar que la literatura japonesa era todo un éxito: Mishima, Kawabata, Agutagawa, entre muchos otros, pero nunca los japoneses calificaron su presencia en estos países como un boom.


Japón es un país con una larga tradición literaria y sus novelistas corresponden a esa vieja cadena. Sólo que en Europa apenas comenzaban a conocerlos y a traducirlos. No creo que haya habido alguna vez literaturas emergentes circunscritas a un país o a una región. Lo que sí puedo ver es el tránsito de ciertas sociedades por épocas muy grises, opacas en sus producciones literarias, como hoy sucede sobre todo en España, Francia y Alemania. Pero es normal, no debe aterrarnos, son circunstancias históricas y sociales que más tarde se superan.

Conversación con Alvaro Mutis El cultivo de la memoria y de los sueños José Ángel Leyva 1997 El poeta, autor de siete novelas que dan cuenta de las aventuras de Maqroll el Gaviero y de los climas y situaciones más diversos, es en sí mismo un incansable viajero que lleva asentado en México más de la mitad de su vida. Nació en Colombia, creció en Bélgica y ha vivido en distintos países del mundo. Sus raíces, su patria, las encuentra en cualquier lugar donde reconozca imágenes de la infancia, de esa tierra caliente que nos recuerda el paraíso. Sobre la memoria, la historia, el mundo moderno y los sueños hemos comversado con Alvaro Mutis.


Entre lo cotidiano y los grandes sucesos hay una búsqueda que pretende construir de otra manera la historia, tal vez de una manera más honesta, menos maniquea, dentro de un tejido literario que no se compromete con las ideologías, sino sólo estéticamente. ¿Qué opina al respecto? En cuanto a lo cotidiano hay que señalar su origen en los grandes novelistas modernos del siglo X1X, Balzac, Tolstoi, Flaubert, etcétera, quienes hacen que la gente humilde, las personas comunes y corrientes aparezcan en la misma dimensión que las figuras de gran talla: nobles caballeros, los Casanova, los grandes amantes. Los hombres y mujeres anónimos son los héroes en la cotidianidad. Ya después con el nouveau roman y la novela americana se consolida definitivamente esta tendencia. Yo he escrito dos narraciones con intención histórica: El último rostro, sobre la muerte de Bolívar, y La muerte del estratega, sobre la caída de Bizancio. Pero tengo mis dudas para llamarles novelas históricas; el propio género me provoca en sí muchas reservas. Se están escribiendo novelas por encargo sobre las dinastías de los imperios europeos, de las batallas famosas. En fin, todo aquello que pueda tener un impacto comercial para convertirse en best seller. A esos trabajos no les doy ningun valor. Pero tiene usted una obra como La muerte de Virgilio que en realidad no es una novela histórica, sino una meditación sobre el destino del hombre. Pensemos en esa maravillosa novela de Joseph Roth, La marcha de Radetzky, en la cual aparecen grandes personajes de la historia como el emperador Francisco José. Yo no la llamaría novela histórica, como tampoco lo haría con Memorias de Adriano, de Margarita Yourcenar. En cambio una obra como Los idus de marzo, de Thornton Wilder, sí la siento dentro de los terrenos de la novela histórica. Wilder, con un talento extraordinario nos muestra a un César que tenía que ser así, como él lo cuenta. Las biografías y los estudios que se han hecho sobre Julio César están muy


próximos a la visión de Wilder. Desgraciadamente el género histórico se inclina cada vez más hacia los dominios de esa producción infernal de nuestra época que es el best seller. Este fenómeno que amenaza seriamente la existencia del libro me hace abrir un paréntesis en mi concepción de la novela histórica. Contra esa visión grandilocuente de la historia usted antepone la presencia del héroe civil, por llamarle de alguna manera, en una reflexión más a fondo sobre la naturaleza humana. ¿Considera usted que se debe trabajar en el sentido de una literatura más reflexiva, más densa? No, no particularmente. Creo que a la literatura no se le pueden cargar responsabilidades distintas de su misma función. No creo que haya sido la intención de Charles Dickens, a quien admiro muchísimo, de Tolstoi o de Balsac el hacer reflexión alguna sobre las condiciones de su época ni sobre las condiciones del hombre de ese momento. Sencillamente crearon una realidad paralela y tan válida como la real en sus novelas. Esa actitud de la crítica del siglo XX de buscarle una función de testimonio sociológico a la literatura me parece bastarda y absolutamente inútil. Toda obra escrita con honestidad, con claridad y con rigor será por sí sola un tremendo testimonio divertido. Porque no olvidemos esa condición evasiva de la literatura, de disfrute. Si la novela cumple con estos requisitos será útil a la sociedad, aun cuando los críticos caigan sobre ella como zopilotes. Sacarán sus consecuencias, muchas veces brillantes, pero jamás irán más allá de la novela misma. Suena un poco pedante, pero he leído casi todo lo más destacado que se ha escrito sobre Proust, y cada vez que abro su obra me doy cuenta de que sobrepasa infinitamente todo ese material que gira en torno suyo. Lo mismo puede decirse de otros grandes escritores. A principios de siglo hubo una fuerte atracción hacia el mundo tecnológico que aparecía estruendosamente. Las Vanguardias literarias buscaron las imágenes que se


identificaran con ese nuevo mundo y con ese nuevo gran hombre. En la actualidad vuelve a retomarse ese mismo espíritu bajo la marquesina de la postmodernidad y sin el ruido de las pesadas máquinas del amanecer del 1900. A usted le aterroriza la velocidad, el vértigo de la comunicación ¿No hay un cierto placer por la magia de lo instantáneo que de una o de otra manera se trasmine en su obra narrativa y en su poesía? Muchas de las obras de la Vanguardia han envejecido mal. La Vanguardia creó un ámbito de libertad y de profundidad en la poesía. Es normal que en Marinetti, en Apollinaire, en Ungaretti, haya causado tal encanto la aparición de la máquina que anulaba el tiempo y el espacio: montones de fierros ensamblados. Pero la fascinación pasó muy rápido y fue esa parte de sus obras la que se hizo anciana en poco tiempo. La gran conquista de la vanguardia es esencialmente verbal. El poeta Huidobro propone, con extraordinaria eficacia, un replanteamiento completo de para qué sirven las palabras. Altazor sigue siendo un poema deslumbrante en ese juego de sacudir a las palabras y de hacer con ellas algo diferente a lo que normalmente se hace. Allí está el gran aporte de la Vanguardia. Sin embargo yo no hago uso frecuente de esos recursos que nos legó y debe ser porque me considero un poeta conservador, que sigue con interés ciertas reglas tradicionales de la escritura. No quiere decir que no me hayan marcado las lecturas de la Vanguardia, como es el caso de los surrealistas, a quien conozco muy bien. Pero estoy convencido de que un poema como Altazor sólo puede hacerse con disciplina, con oficio, con muchísimo rigor y que no sale en una tarde, como muchos jóvenes aprendices de poetas suponen. No hay inspiración, hay trabajo, honestidad y muchas lecturas de los buenos escritores para algún día poder romper sus moldes y elaborar los propios.


Ahora que hablamos de las Vanguardias pienso también en Borges, en su ultraismo inicial y en su libro Siete Noches, siete temas que lo obsesionaron hasta el final. ¿Cuáles son esos ámbitos que ocupan la creación de Alvaro Mutis? La primera obsesión sería la inutilidad de la palabra, su incapacidad para acercarnos a algunas experiencias esenciales. Los sueños representan una segunda área. Creo que todos los hombres deberían aprender a vigilar sus sueños, no desde una perspectiva psicoanalítica, y no porque esté en desacuerdo con el psicoanálisis que me parece muy interesante, sino porque se trata de un acercamiento más ingenuo y más directo. Los sueños somos nosotros, podemos influir en ellos y cultivarlos. Lo que nos dicen los sueños forma parte del misterio. Esta es ya mi tercera obsesión, la existencia de una zona oscura en el hombre que nunca podremos descifrar. La ciencia no ha podido aclarar un milímetro del misterio que significa la presencia del hombre sobre la Tierra, qué queda del él, que hay de su memoria. Aprendí en Proust a desconfiar de la memoria, a saber que la memoria no sólo nos miente, sino que nos oculta muchas cosas, nos distorsiona otras, nos magnifica algunas. Esta cuarta obsesión me conduce a la conclusión de que tampoco podemos vivir sin memoria y que debemos descansar en ella, aprender a recordar y a cultivarla como los sueños para no perder cosas tan importantes como la infancia. ¿La literatura sería para usted el culto de la memoria por excelencia? Claro, el cultivo de la imaginación es el de la memoria.


Entrevista con Alvaro Mutis Conspiración contra la memoria José Ángel Leyva 1998

Hace tiempo terminamos una charla hablando justamente de la memoria, ese tema fundamental en la obra de uno de sus novelistas favoritos, Marcel Proust. El español Xavier

Rubert

de Ventós

nos

recuerda

en su ensayo

"Nacionalismo y

fundamentalismo como opciones racionales" (El mundo que viene, Alianza Editorial, Barcelona, 1994) que Occidente se forjó con base en un contrato de olvido, en el cual la sociedad de leyes debería pesar sobre la de costumbres. Es decir, los pueblos se fundaban y refundaban en el sincretismo, debían estar abiertos a los nuevo, a lo diferente. Sin embargo, De Ventós advierte que dicho contrato cayó en el olvido. Olvidaron el olvido. Hoy Europa parece recuperar aquella huella e intenta borrar las fronteras con su gran proyecto económico, político y cultural. ¿La aldea global representará en verdad la instauración de ese olvido que aparentemente simboliza el cosmopolitismo primigenio? Esa idea resume admirablemente la preocupación más grande que yo tengo. A esta edad me sigo dando cuenta de que estamos en un mundo que no sólo quiere olvidar, sino también destruirle los recuerdos, en forma radical, a quienes logran sobrevivir con ellos y en ellos. Me pregunto si queremos comenzar desde cero en medio de la violencia, la brutalidad, y el ansia de poseer los bienes inmediatos de la sociedad de consumo, que son la muerte, pues nos vemos conducidos a comprar lo que no necesitamos con el dinero que no


tenemos. Por otro lado, es aterrador ver lo que la gente joven de los países más cultos ha olvidado. Le voy a contar una anécdota. Hace un mes aproximadamente, durante una entrevista que me hacía un periodista francés, dije que uno de los prosistas franceses más grandes de este siglo, que yo más he leído y más he disfrutado, es Henry de Montherlant (1896-1972). Vi la cara de incomprensión de mi entrevistador y le pregunté: "No me diga que no lo conoce, que no ha oído hablar de él." Su respuesta fue mover la cabeza confirmando mi temor. Hay en todas las sociedades y en todas las clases sociales de esta época una especie de conspiración contra la memoria. Créame, es una forma de muerte. Hay quienes ven al olvido como una forma terapéutica, como un modo o la alternativa para superar los traumas de la historia. ¿No encuentra usted en ese sentido una clave para la sobrevivencia? Nosotros somos los traumas de la historia. Esos famosos traumas que ahora causan tanto miedo son la formación del mundo occidental y es indispensable volver a ellos cada vez con mayor intensidad, para vivirlos en el presente y entender sus posibles causas. Si continuamos jugando a la trampa mortal del progreso, entonces sí debemos reconocer que el olvido es necesario. La persona que crea hoy en día en la fantasía del progreso es porque está ciega y sorda o se está haciendo la tonta. Cuando hay una guerra de la ferocidad de la de Los Balcanes, en Sarajevo, a 45 minutos en jet de Roma, y el mundo occidental tarda tanto tiempo en resolver el conflicto que la provoca, y cuando al mismo tiempo leemos acerca de los abusos sexuales y de la violencia fatal contra los niños, ¿podemos pensar que estamos progresando porque las noticias corren por Internet? No, esos despliegues tecnológicos nada tienen que ver con el destino del hombre. Miremos para atrás y veamos de dónde venimos, cómo nos ha ido y por qué llegamos a esto? Mi postura es totalmente


contraria a la idea de un progreso basado en el avance de las máquinas y a suponer que el olvido resolverá nuestros conflictos históricos. Maqroll el Gaviero representa, además de la fuerza imaginativa que recorre su obra narrativa, el sentido de la aventura, del viaje ligado al conocimiento de lo humano y de lo desconocido. Las empresas de su personaje transcurren alejadas de la velocidad de este siglo y del ciberespacio. ¿Cómo siente que se acomoda esa figura literaria en una época como la que usted mismo experimenta? Maqroll es un personaje que me acompaña desde mis primeros poemas. Se trata de un ser que tiene dos principios esenciales, mismos que norman la existencia de El Gaviero, uno, la aceptación, en el sentido de que todo lo que propone su destino es asumible; dos, la indulgencia, o sea, nunca juzgar ni decidir quiénes son los buenos y quienes son los malos. Esa división terrible que ha llegado a crear situaciones histéricas, como las que han provocado las ideologías modernas, es la causa de casi todas las desgracias vividas. El no busca la aventura, deja que pasen las cosas, él está disponible para lo que venga. No es un aventurero en el sentido típico del término. En la primera novela en la que aparece, La nieve del almirante, el capitán de la barca destartalada, absurda, le advierte que los aserraderos, supuestamente localizados río abajo y referidos como un buen negocio, pudieran ser inexistentes. El Gaviero no le da importancia al asunto, pues en realidad no busca nada, no espera más de lo que ocurre cada día y así llega a Panamá, en medio de la lluvia, sin un centavo. Hay una regla en la Marina Británica que pudiera aplicarse a Maqroll en otro conjunto de actitudes, en distinto orden de cosas: "Never explain, never conplain", o sea nunca explique, nunca se queje. Para El Gaviero los acontecimientos son intemporales, aunque entre sus lecturas favoritas están las memorias de grandes escritores, como las Memorias de ultratumba, de François-René de Chateubriand, las Memorias del cardenal de


Retz, y de otros similares como se explica en mi libro Amirbar. Son estos seres quienes han registrado con una extraordinaria inteligencia la absoluta vanidad del paso del hombre sobre la tierra, que es al mismo tiempo lo único que puede y sabe hacer. Se trata de dejar que pasen los años sin permitir que nos asfixien las ideologías y los inventos políticos, que terminan siempre en burocracia, en policía y en muerte. La indulgencia, el perdón, la solución del rencor mediante ejercicios de inteligencia y sentido común ya han demostrado que son factibles en nuestro tiempo. Las sociedades, por ejemplo de Chile y de España, pudieron remontar la venganza en favor de procesos democráticos. No obstante, América, por ejemplo, continúa doliéndose de los efectos desastrosos de la Conquista, se queja de ser y de no ser. Le voy a poner un ejemplo que aclara para siempre esa pregunta que usted me hace. Yo no creo que los ingleses tengan un odio profundo contra los italianos porque los romanos, César entre ellos, y después varios emperadores, arrasaron la tierra inglesa y acabaron con la raza original que poblaba Inglaterra. Los mataron a todos, no se mezclaron con ellos. Todo hecho histórico es brutal, pero no puedo imaginarme a un inglés actual guardando odio toda la vida y deformando la historia frente a esa realidad innegable del pasado. Me regalaron un programa de televisión sobre las cruzadas, de cuatro horas. Es el punto de vista musulmán, planteado y explicado por grandes historiadores ingleses. Le revelan a uno cosas que ya ha leído pero no ha sabido ver. Olvidamos que los cruzados comenzaron matando cristianos en Abisinia, en Egipto y en Armenia. Eso no se dice, sólo se nos cuenta que fue una acción de rescate del Santo Sepulcro, pero bajo esta visión podemos darnos cuenta de que se trató de un crimen aterrador. La historia está llena de tales ejemplos, allí están. Es más, continuaremos siendo así. Es preferible entonces ver de frente dicha brutalidad desordenada y desengañarnos, pues no somos mejores que ayer y que lo que


llamamos progreso no nos ha hecho avanzar. Un día Jean Cocteau sentenció:"El infierno existe, estoy convencido, es la historia." ¿Cómo entonces decir, sin más, que ya pasó, que no importa, si la historia la continuamos haciendo los vivos, los seres humanos, la especie más enemiga de la vida, las más destructora? Esto nos lleva a pensar en la obsesión por el mito, por esa referencia de identidad que se eleva como para no ceder ante el paso del tiempo. ¿Cuántos ejemplos no tenemos de grupos humanos, de culturas que están reconstruyendo, reinventando tal vez, con pedazos del pasado sus lenguas, sus ideas de lo que supuestamente son o deberían de ser, de sus religiones. El resultado es algo más bien artificial, procesado en gran medida en la máquina del mito. Pero ¿qué es en sí lo que nos revela y resuelve? Mira, el mito es el único camino de salvación del hombre. Hay una zona de oscuridad que no logramos ver ni descifrar, y mejor que mirarla con la luz del progreso es preferible leerla como una sombra oscura e indescifrable en la cual está la sombra nuestra. Dios nos salve de continuar el proceso de desmitificación para sustituirlo por procesos de racionalización que desembocan en el patíbulo y en las masacres. Tener la razón no ha servido para nada, salvo para algunos momentos de la ciencia, pues mientras no aceptemos que hay una parte nuestra que no logramos explicar y que nos trasciende, estamos viviendo una vida de supermercado. El romanticismo se erigió como una fuerza contra la razón, pero hoy no son pocos los intelectuales que anuncian el fin de las vanguardias, y con ellas de eso que hemos concebido como espíritu romántico, el espíritu de la modernidad. El romanticismo, a mi juicio, es el movimiento más fecundo, no sólo en literatura y en el arte en general, sino en el mismo destino del hombre. Esta visión desorbitada, magnífica en donde el hombre deja en libertad todas sus posibilidades para convertirse en un ser


visionario, y a esas visiones les da vigencia y en ellas descansa, son claves para salvarnos del horror, de la edad de la razón y de todos los planteamientos de la Revolución Francesa. Frente al jacobino está el romántico. No creo entonces que dicho movimiento vea su fin, ya que es una propuesta en la que el último hombre en la última playa oscura, como decía un poeta colombiano, será un romántico. El sueño, fundamento del romanticismo, y en consecuencia del surrealismo, es un área de grandes riquezas, una tercera parte de nuestras vidas, en donde los sicoanalistas, al explorarla como territorio de claves frías, no dan una. Es necesario volver nuestros pasos para rescatar algo de esa experiencia, para intentar reconstruirla, pues no soñamos gratuitamente. A los escritores jóvenes que se me acercan les recomiendo siempre que no dejen pasar el examen de los sueños, en los que van a hallar señales de nuestro ser más profundo. No se trata de, como pretendieron los surrealistas, transcribirlos, sino de recuperar el ámbito, la atmósfera donde aparecen estos trozos de vida y desde allí rescatar algo nuestro. El sueño es la esencia de la obra de los grandes románticos. ¿Y el tiempo perdido del que nos habla Proust, el tiempo buscado, en dónde lo ubica? Proust lo llama el tiempo perdido, pero en la medida en que éste va apareciendo en su obra es tiempo recobrado. Es definitivo que los años que más debemos tener presentes en nuestras vidas son la infancia y la juventud, cuando realmente fuimos lúcidos. Invito a cualquiera a que dialogue con un niño de ocho años y vea cómo en él hallará una gran luminosidad, una extraordinaria claridad. No seamos tontos, no acabemos con el niño que llevamos dentro, no maduremos, dejemos que maduren los Hitler, los Stalin, todos los dogmáticos del mundo, pero no quienes funcionan con la inteligencia y la imaginación. ¿No existe el peligro de caer en la repetición de la historia de una manera lineal y alimentar el aburrimiento? Borges nos da los ejemplos con “Funes el memorioso” y con


“Pierre Menard, autor de El Quijote”. Heráclito nos muestra el tiempo histórico como un río en donde no se vuelve a beber la misma agua, ¿no es acaso también una sentencia que nos obliga a ver la experiencia como un hecho irrepetible y como algo por suceder? Indudablemente que existe la tendencia en el hombre a repetir patrones, pero no debemos reemplazarlos con ideologías, con sistemas de razonamiento. Siempre será lo anterior y otra cosa cuando lo que rija sea la imaginación desordenada, en cambio el tiempo gobernado por la razón significa prisiones, rejas mentales. La famosa educación actual, la pedagogía, que una señora amiga llamaba la pedajodía, es una forma sistemática de matar la imaginación del niño. La memoria de los viejos es sumamente sospechosa, está llena de trampas y de mentiras, de exageraciones. El niño en cambio es más fiel a los hechos y más apegado al sentido de las palabras, guarda la historia esencial sin falsificarla, tiene una memoria selectiva, pero en la medida que el hombre envejece esta es sustituida por una memoria falsa. Allí radica lo extraordinario de Marcel Proust, quien hace un esfuerzo prodigioso y logra reconstruir la inmensa parte de su infancia, de su juventud y de su madurez con auténtica fidelidad. Cuando él inventa, nos lo advierte, y elabora páginas y páginas como sólo él pudo hacerlo. Savater afirma que la felicidad no existe fuera de la nostalgia, que el pasado siempre es y será engrandecido en el deseo de la memoria. Los pasados ideales, los paraísos perdidos, las razas perfectas son la promesa que da origen a las aberraciones históricas que ya conocemos. Para usted, un hombre gozoso, cuál es la relación entre esos dos elementos que conjuga Fernando Savater. Me matas al citar a Savater, a quien admiro enormemente. La búsqueda de la felicidad es un invento protestante. El país más triste, más desamparado de la tierra es Estados Unidos por haber creado esa búsqueda de la felicidad obligada. Trabajé 23 años con compañías de


cine en Hollywood y puedo asegurarte que no es la Meca del cine, es el infierno de la felicidad. No ven, no entienden que no se trata de una tarea por cumplir, no comprenden que vista así, la vida nada tiene que ver con las funciones del hombre, quien no nació para ser feliz, sino para experimentar la vida con todas sus intensidades, con sus rachas de placer que dejan el aroma de la felicidad y secuencias de tristeza profunda, de olvido, de plenitud que nos permite recrear la memoria, distorsionar e inventar el pasado. La felicidad forzada, como un premio de dios, es una infamia. Por último y pensando en esa recuperación del tiempo perdido, ¿cuál sería la novela que usted releería para darle sentido a la memoria? La respuesta puede resultar obvia y simple, pero antes de contestarte quiero explicarte lo siguiente: yo leo para divertirme y para distraerme, incluso con obras que a la mayoría pueden resultarle fastidiosas; por ejemplo, un libro sobre el sistema de aduanas en Bizancio me provoca momentos agradables. Pero bueno, el libro que me hace inmensamente feliz es El Quijote de la Mancha, en sus páginas fuimos retratados para siempre, en ellas, al leer, nos vemos.


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