JOSÉ MANUEL RECILLAS.
NOS HA GANADO AUSCHWITZ Un miedo nos invade cotidiano, en las palabras, en el callar lo que es pequeño y fragmentado, no hay ya ternura entre poetas ni el amor es su materia. Muchos son padres, o madres, y nada sabemos de sus hijos, de su amor de padre o madre, de si aman a sus hijos o si con ellos juegan, ríen o lloran. Quizá a nadie le importe sus alegrías o dolores, ellos no sufren, nada les duele, todo lo pueden, hasta callar.
COMO SI NUNCA POR WESTERBORK o Sobibor mis manos asesinas te hubiesen perseguido, como si yo para matar no hubiese detenido la lenta marcha bajo ese cielo azul hipócrita que tantas veces has sufrido, Lillian, que tantas veces has sufrido… como si nunca hubiera habido tanta sangre, tanta maldad corriendo por mis venas de varón, como si nunca hubiera yo matado la esperanza, el alba de un café besándote sin lágrimas, como si yo no hubiese dado la orden de matar, de hacer pedazos con mi infamia tu desnudez, como si todos esos cuerpos vueltos número, como si no bastara el cielo entero para llorar, para invocar la salvación que no merezco, para saber que no eres Eva Kor para el perdón, para saber que no eres Eva Kor para el perdón… como si nunca Sobibor o Bergen Belsen, como si tú no fueras el perdón, como si tú no fueras, Lillian, el perdón.
HOY ME TOCÓ OTRA VEZ matar a Abel, perseguir de nuevo a los hititas, matar a tu hijo una vez más y darlo malsanamente a Dios en Holocausto, violarte sin descanso y sin castigo, como si no existiese la justicia ni ley que te proteja de mi crimen, y siempre fueses la culpable, Lillian, y siempre fueses la culpable de todos los abusos en tu contra, desde Eva hasta tus hijas y tu madre, que son todas las hijas y las madres de aquellos que asesinan, mienten, roban, que han llevado mi nombre previamente e impunemente el puño alzan de nuevo bañados en la sangre y en el llanto, en un callar de madres y de hermanos, en un silencio pequeñito que ensordece porque nadie quiere oír ese dolor, ni yo, Lillian, que soy el más culpable, el peor entre los peores que has conocido que sigue en ti matando a Abel de nuevo.
¿POR QUÉ ESTAR REPITIENDO TU NOMBRE, a cada instante, si nada se consigue con palabras, si el amor no surge de un poema ni llega a puerto salvo como un beso? ¿Por qué creer que el verso pueda la noche entera atravesar y hasta tus labios distraídos llegar con toda su humedad y su silencio escrito? ¿Por qué esperar de ti otra palabra que no sea llanto y despertar en la barraca donde a diario bañados en sudor murieron tantos sin más fin que no poder haber amado lo suficiente a sus amados? ¿Por qué si hay tantas fosas y cadáveres, por qué si un nazi enloquecido desde hace sexenios en estas tierras se empeña con torvo afán en despeñar por un barranco los labios que te pronuncien mejor que yo? ¿Quién va a decir mi nombre y el perdón, quién en tu nombre me increpará el no haber muerto antes que tú cuando al final no quede más final que tu silencio sobre mi tumba viva sonando en re menor y sin dolor? ¿Quién va a decir mi nombre sin un reproche o un llanto entre la noche, sin descendencia ni mi nombre, sin condecoraciones en el pecho,
si amarte es el delito que profeso y en mí sólo hay un yelmo de asesino que está lloviendo desde ayer? No olvides Lillian, no darme nunca tu perdón.
DE LOS DESNUDOS QUE AMANECEN en tus labios, de los que a diario besas al callar, de la materia que en tus manos se estremece, de un barro nuevo en ti naciendo, de un nunca envejecer para el amor, de algo que sรณlo en ti se cumple si amanece, de un despertar entre la muerte diminuta de tus piernas, de una ciudad que llevas entre sangre y medianoche, de un aguijรณn que nos persigue sin descanso, de esta perpetua lluvia que nos llueve y nos desnuda desde el doblez nocturno de tus labios, de estas palabras que no se cansan de erigirte y de cantarte, de este silencio tuyo que ha vencido hasta mi pecho, de lo nocturno que tus labios besan en ausencia, de un prado que estรก esperando a que amanezcas, de algo que duele y no hay palabra que lo nombre, de ese perfume a noche y a durazno de tus muslos, de tu dolor que se ha cansado de doler como de un parto inmemorial que se ha llevado tu andar desnudo, como si ya no hubiera mรกs nada que cantar ni mรกs besos que pudieses repartir, te has hecho noche y llanto y despertar, te has vuelto, Lillian, el polvo de una tumba sin nombrar.
YO SÉ QUE HAY UN DOLOR en ti, casi congénito, algo que estaba en ti antes de todo tiempo, antes de todo amanecer, antes de todo antes, un llanto que apenas empieza a ser oído, una herida anterior a la palabra y a todo verbo, que llevas en la sangre casi como el eco de una batalla que aún no ve la luz, unas Termópilas que apenas empiezan para las cuales no hay cronista aún. Yo sé que tú siempre has sabido que el culpable está a tu lado siempre, con la sangre aún escurriendo por sus manos y la espada apenas enfundada, como si nadie hubiera muerto, o no hubiera heridas que sanar en ti, en tu pecho y en tus labios, en tu agonía callada que nadie quiere creer cuando tan sólo callas porque no quieres llorar una vez más. Yo sé que tú siempre has sabido cómo callar, pedirme que oculte eso que llamo amor, me lo pediste con una canción de Lennon & McCartney, y sé que tú siempre has sabido que mi dolor tendría que ser el tuyo para en verdad ser un dolor. Yo sé que tú siempre has sabido que el culpable está tu lado, o quiere estarlo, como si nadie hubiese visto el crimen que Eneas empezó y no termina aún. Yo sé que tú siempre has sabido que el único culpable soy sólo yo,
y he venido a cumplir con mi condena, porque soy hombre y merezco estar en el patíbulo. Yo sé que siempre lo has sabido, Lillian, tú siempre lo has sabido. Me toca a mí saberlo ahora.
NO SÉ DE QUÉ TERNURA esa palabra a la que temen los poetas de hoy has provenido como un primer llanto Yo sé que en el mundo hay tanto horror hay más dolor del concebible algo que no puede, ni callarse debe pero el amor también es importante antes que el mundo mismo lo engulla todo y sólo en el horror quede temblando un cuerpo mutilado y sin destino Por hoy quiero tu pelo celebrar tus manos que lo sostienen todo el llanto que has guardado bajo llave y el dulce aroma a mediodía de tus muslos Yo estoy en la otra celda tú solo lleva el sol hacia el pasillo
POR CADA DÍA DE TU SILENCIO, Lillian, hay uno mío bebiendo el agua del Estigia sin el oro intacto de tus pechos para el óbolo o el verbo conjugado que descienda hasta el portal por donde me toque descender. Tal vez un día, cuando ancianos nos veamos, cuando la vida misma se haya repetido, cuando en silencio el alba irrumpa y nada nos lleve al precipicio en que alguna vez nos vimos, cuando al final no seamos ya más sombras, la sombra de otra sombra desvanecida, cuando alguien más nos nombre y se enamore y arrodillado muera, tal vez tú y yo podremos, nuevamente, poblar este silencio. Pero hoy me toca a mí beber esta cicuta.
YO ME HE QUEDADO TANTAS VECES CIEGO de ver la tarde amar el horizonte, sangrando antes de fallecer entre las sombras, y en toda esa ordalía silenciosa tu vientre me salía al paso, Lillian, como una flor que no se quiere ir, como un dolor ardiendo entre mi pecho desde el confín de mi memoria. Con sólo este ojo con el que medio veo al mundo asomo mi mirada hacia una noche ya sin verbo que es desvelo y una oscura flor ensangrentada, el lento amanecer que no termino de beber porque me faltan tus labios interiores para nombrarte un día en cada sorbo mientras mis manos siempre encallen en la rada inmarcesible de tus muslos para beber al fin mi propia muerte.
NO SÉ QUÉ GUERRA HABRÉ PERDIDO, Lillian, ni sé por cuál asesinato estoy pagando dos veces por el mismo crimen. Tal vez es por tus labios que han guardado entre la noche todo un tesoro de silencio y de palabras; tal vez es por tus muslos que han negado varias veces la semilla de un vocablo que tú llevas, secretísima, entre las piernas germinando cada mañana; tal vez es por la mariposa de tus senos que voló y se ha detenido en los otros labios que en los labios llevo, que te dicen, como tú pediste, y te llevan a la otra orilla, y al pronunciarte, te vuelven alba y el ocaso al mismo tiempo; tal vez porque hay un oscuro puño en mi garganta ahogando el nombre de mi nombre que te quiero otorgar; tal vez es porque no amanece ya en tu vientre esa promesa, que en silencio he conservado, de sembrarlo todo, un día de humedad y otro de sombras vespertinas. Quisiera ver de nuevo tus ojos, y tus labios, besar tus manos y tomarte lentamente por la cintura, beberte como el licor que tanto necesito, y antes que llegue a ti el olvido darte el beso que nos salve de la muerte. No sé qué guerra habré perdido, pero hoy me toca perderla una vez más.
QUISIERA VER ARDER EL MEDIODÍA sobre tu pecho, incansablemente, saber que un aleluya de ciudades hormigueantes amanezca cada día entre tus muslos sin más ley que la de un sol más alto rabiando por tu vientre. Yo voy por muchas calles buscando hallar tal vez el día, nuevamente, en que naciste, Lillian, porque tú debes haber nacido amparada bajo el sol, un día en que la guerra se detuvo por un instante en algún remoto territorio sin fronteras y toda violencia paró para mirar cómo llegabas a mirar de nuevo al mundo e incendiarlo, calladamente. A ti te espera en otro sitio una patria fugitiva, pues tú sabías que sólo a un condenado bajo rejas dejarías pudrirse bajo el sol de ese silencio, para que Héctor caiga nuevamente bajo el filo de una espada, y así puedas nombrar la sangre y el patíbulo como si un ejército completo hubiese sido derrotado otra vez en las Ardenas. No sé qué ciudad palpite en ti como un sagrado mediodía, porqué habrás elegido esta y no otra para tus besos y tus ojos, para tus muchas elegías y distancias, para el reinado en esta Tebas que no acaba y está de soledad ardiendo en el desierto. Apenas veo el alba y algo naciente balbucea tu cuerpo hecho de flor, de lunas y de adioses, como un bebé recién bañado
saliendo de la tina como de una leche primigenia, sin mรกs herencia que el bautizo enorme de tus piernas, el alba originaria de tu vientre humedecido, y en medio de un erial que nos calcina sin mรกs reposo que la muerte.
CONTEMPLACIÓN DE LA DERROTA
Bajo el silencio más bien enorme del silencio, con la mirada en la ciudad perdida e incendiada, en las humeantes casas de Troya o Leningrado, en el vagar por calles que ya no son senderos, que no conducen sino al vacío y a la ruina, al polvo mismo que respira a la ciudad y su dolor, sin agua y en la oscuridad de un hasta aquí como de un solo cuerpo femenino hecho de luna y besos y esperanza ahogándose está todo el futuro. Hay alguien con mi nombre, bajo las ruinas de la eterna Babilonia, junto al muro derruido de la antigua Troya, en la orgullosa Dresde reducida a piedra y fuego, absurdamente festejando.