La otra No. 20

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n marzo de este año 2013 el poeta cubano Víctor Rodríguez Núñez y este cronista, uruguayo afincado en Brasil, fuimos a Estambul invitados por el II Festival Istanbulensis de Poesía. Generosamente recibidos por los organizadores y por un pueblo educado y cordial con los extranjeros, conocimos o reencontramos poetas turcos, de Oriente, de Europa, de África. Ya lo sabíamos: Estambul hechiza con sus perfumes, esos que vienen del camino de la seda, y con ese mar que separa y une a la ciudad en dos continentes, dos religiones, su pasado entre Bizancio y Constantinopla, su alma cosmopolita. Una y múltiple como la poesía, Estambul es un mundo y muchos mundos, con todos sus conflictos. Y efectivamente, un mes después de nuestra estadía la ciudad viviría la crisis entre una Estambul occidentalizada y urbana y otra polis de raíces también profundas, que penetran en los confines islámicos del Asia. Es sin duda una crisis de crecimiento y, pasadas las ambiciones momentáneas del poder, la sociedad turca volverá a ser el calderón de culturas diferentes que dialogan y que dinamizan su poesía. De vuelta a São Paulo, otra vez asistimos a una crisis, protagonizada por los amplios sectores de la sociedad brasileña que han conocido algunas tímidas políticas sociales, obra de gobiernos que se quisieron sensibles a las demandas populares. Esos vastos sectores han comenzado a evaluar mejor la precariedad de los servicios, en particular el transporte, la educación y la salud, viejas asignaturas pendientes de la sociedad brasileña. Y todo potenciado por los inexplicables gastos faraónicos con los torneos de fútbol. ¿Y la poesía con todo esto, y La Otra? Sin duda, se podría recordar que viene ocurriendo desde hace algunos años, sobre todo en la periferia de las grandes ciudades brasileñas, el fenómeno de los saraus, unos colectivos de poetas que abordan los temas sociales ora con mordacidad ora con cólera. También podríamos mencionar la temática de denuncia que atraviesa la poesía brasileña. Pero resultan explicaciones casi inútiles. Porque la poesía, por definición, es siempre sensible al Otro, ese que pide ser oído y nos dice su reclamo. No, la poesía no cambia el mundo. Más bien crece en los cambios del mundo y nos cambia la mirada, nos hace múltiples como las muchas Estambul, como los reclamos de los jóvenes brasileños, como toda aspiración por justicia. La Otra sabe que la real poesía sólo lo es cuando dialoga, habla y escucha, cuando nos lleva a esos ángulos nuevos desde donde se pueden reordenar los muchos mundos que llevamos dentro y piden ser oídos. Alfredo Fressia


director general José Ángel Leyva subdirector Víctor Rodríguez Núñez (Cuba-Estados Unidos) editor Alfredo Fressia (Uruguay-Brasil) consejo editorial Jorge Bustamante | Jorge Boccanera | Marco Antonio Campos | Sandro Cohen | Elsa Cross | Antonio Deltoro | Evodio Escalante | Jorge Esquinca | Juan Gelman | Hugo Gutiérrez Vega | Eduardo Hurtado | Eduardo Langagne | Hernán Lavín Cerda | Carlos Maciel | Pablo Molinet | Carlos Montemayor† | José Emilio Pacheco | Begoña Pulido Herráez | Vicente Quirarte | Juan Manuel Roca | Uberto Stabile

Universidad Autónoma de Si naloa rector Dr. Juan Eulogio Guerra Liera secretario general Dr. José Alfredo Leal Orduño año 5 |núm. 20 | julio-septiembre 2013 Foto de portada Francie Bishop Good

consejo nacional aguascalientes Claudia Santa-Ana | chihuahua Jorge Humberto Chávez | distrito federal María Baranda, Víctor Cabrera, Miguel Ángel Flores, Grissel Gómez Estrada, Samuel Gordon, Eduardo Mosches, Lucía Rivadeneyra | jalisco Jorge Souza | michoacán Gaspar Aguilera | morelos Javier Sicilia | nuevo león Armando Alanís Pulido, Margarito Cuéllar | puebla Ludmila Biriukova | sinaloa Elmer Mendoza, Juan José Rodríguez, Elizabeth Moreno Rojas | sonora Juan Manz | veracruz Silvia Tomasa Rivera | zacatecas José de Jesús Sampedro consejo internacional argentina Rodolfo Alonso, Cecilia Romana | australia John Kinsella | bélgica Stefaan van den Bremt | bolivia Eduardo Mitre, Mónica Velásquez | brasil Lêdo Ivo, Floriano Martins, Ana Rüsche | chile José María Memet, Jaime Quezada, Manuel Silva | colombia Rafael del Castillo, Pedro Alejo Gómez, Santiago Mutis, Amparo Osorio, Alfonso Peña | cuba Luis Lorente | ecuador Jorge Enrique Adoum†, Edwin Madrid | el salvador André Cruchaga | españa Rodolfo Häsler, Luis García Montero, Jordi Virallonga | estados unidos Margaret Randall, Katherine Marie Hedeen | francia Stéphane Chaumet, Eduardo García Aguilar | grecia Guadalupe Flores | islas canarias Juan Carlos de Sancho | italia Martha Canfield, Emilio Coco | luxemburgo Jean Portante | paraguay Jacobo Rauskin | perú Antonio Cisneros, Hildebrando Pérez Grande, Renato Sandoval | polonia Krystyna Rodowska, Gerardo Beltrán, Martha Eloy | portugal Rosa Alice Branco, Nuno Júdice | quebec Claude Beausoleil, Bernard Pozier | república dominicana Soledad Álvarez, Alexis Gómez Rosa | rusia Andrei Kofman | suecia Lasse Söderberg, Ángela García | uruguay Luis Bravo, Gerardo Ciancio | venezuela María Antonieta Flores consejo de arte Octavio Bajonero | Pascual Borzelli Iglesias | Guillermo Ceniceros | Rogelio Cuéllar | Felipe Ehrenberg | Esther González | Graciela Kartofel | Samuel Vázquez Las opiniones vertidas en cada uno de los artículos son responsabilidad de sus autores. La reproducción de cualquiera de estos textos está sujeta a la autorización de la editorial y el autor.

diseño y formación Rosalinda Ma. Santoyo Ojeda

página web www.laotrarevista.com Reyes Sánchez Villaseñor mexking@gmail.com

Precio por ejemplar: $60 M.N. | Suscripción anual $300 M.N. (residentes en México) 30 dólares, más gastos de envío, al extranjero. Correspondencia y suscripciones: La Otra. Revista de poesía, artes visuales y otras letras | Año 5, núm. 20, julio-septiembre 2013, es una publicación trimestral editada por Granises, Servicios Editoriales y de Comunicación, S.A. de C.V. en coedición con la Universidad Autónoma de Sinaloa | Aries No. 73, Casa 2, Col. Prado Churubusco, C.P. 04230, Delegación Coyoacán, Tel. 56978342 | www.indautor.sep.gob.mx, infoinda@sep.gob.mx | Editor responsable: José Ángel Leyva Alvarado | Reservas de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2011-032210430500-102 | issn (en trámite) | Licitud de Título No. (en trámite) | Licitud de Contenido No. (en trámite), | Permiso SEPOMEX No. 010203 | Imprenta: Pandora S.A. de C.V. | Cañas 3657, La Nogalera, Guadalajara, Jaslisco, C.P. 44770 | Este número se terminó de imprimir el 30 de julio con un tiraje de 1 000 ejemplares | Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación | Queda estrictamente prohibida la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación sin previa autorización del editor.

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ÍNDICE

Poetas en Babel Joachim Danielsson | [Trad.] Giovanni Rojas y Víctor Rojas | 5 Jonathan Davidson | [Trad.] Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez | 9 Francis Combes | [Trad.] Myriam Montoya | 13 Phillippe Tancelin| [Trad.] Alfredo Fressia | 17 Carlos Nejar | [Trad.] Luis María Marina | 21 Sharareh Kamrani | [Trad.] | Mir Shams Komaee Moghaddam | 24

Fotografía Francie Bishop Good Víctor Rodríguez Núñez |"Un ojo" pero vale por dos | 29

Yo poeta Jaime Jarmillo Escobar Entrevista | Poeta con nombre propio | 41 Juan Manuel Roca | X504 y su enterrador: Jaime Jaramillo Escobar | 47 Juan Liscano | El acto poético de Jaime Jaramillo Escobar | 51 Poemas de Jaime Jaramillo Escobar | 54 Javier Sicilia Entrevista |El dolor, el silencio, la esperanza | 59 Sergio Mondragón | | El poeta y lo inasible | 67 Poemas de Javier Sicilia | 74 Poetariado

Kyra Galván | 78 Alvaro Salvador | 81 Jesús Sepúlveda | 84 Mónica Braun | 87 Luis Antonio de Villena | 90

Otras letras Leonardo Padura | Herejes (fragmento de novela) | 95 Lengua de sastre Iván Salinas | Jacques Dupin. La vida es un camino que entre muchos vivimos | 104

Artes plásticas Rubén Arenas José Ángel Leyva | El discreto encanto de la ironía | 115 La cocina del artista Enzia Verduchi | El mejor bocado se lo lleva el cocinero | 126

Eclipses Juan Gelman | XC | 132

Esta publicación cuenta con apoyo del Instituto de Cultura del Estado de Durango y del Consejo Nacional Para la Cultura y las Artes

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© Francie Bishop Good

Dachshund and TV | La Habana | 2011


Poetas en ba b el

Joachim Danielsson Traducción del sueco | Giovanni Rojas y Víctor Rojas

Nació en el pueblito sueco de Skövde, en 1967. Tenía cinco años cuando su madre lo llevó de la mano al mundo poético de Per Lagerqvist. Empezó a escribir poesía a los quince años. Está convencido de que la poesía es el lenguaje del espíritu que media entre la realidad vivida y lo más profundo de nuestro ser. En la actualidad se desempeña como jefe de uno de los departamentos de asistencia penitenciaria sueca. Su libro de poemas Una sombra del ahora, publicado por Simon Editor, ha sido bien recibido entre los lectores, tanto en sueco como en español.

Poetas en Ba b el

Ljuset böjer sig i en kurva Runt min vänstra axel Som en bro mellan det eviga och evigheten För jag är Här Där Du aldrig kommer att vara Ditt spår Blev till ett öppet sår Som inget kan läka mer än döden själv Och vägen som består Av År År År År

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La luz declina en una curva Alrededor de mi hombro izquierdo Como un puente entre lo eterno y la eternidad Porque estoy Aquí Donde tú nunca estarás Tu huella Se convirtió en herida abierta Que nadie puede curar sino la propia muerte Y el camino que se compone De Años Años Años Años

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En cada palabra vive un sueño De algo que quiere ser parido Tal vez duele El parto No sé Porque la experiencia del dolor No cabe En Mis palabras Porque mis palabras se forman De sombras De lo que mi pretérito Ha donado Y ahora el sol está en el cenit Y La noche es el único lugar donde Puedo Descansar

Poetas en Ba b el

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Hoy encontré un destino Nada hermoso Pero sincero Me sonrió Y dijo Aprovecha Y vive Vive cada maldito día Porque cuando el tiempo se agota Al menos yo Nunca Nunca nunca jamás te visitaré De nuevo Vive y déjate vivir De lo que lleva tu nombre Fue lo último que dijo el destino Antes de desaparecer

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The Sudden Shower Time tells. The day clouds over. A sudden shower. Rain beating a path to our childhood door.

Jonathan Davidson

She is typing in the bedroom. Broken notes. The bell’s ping. Her hand driving the bar back

Traducción del inglés | Katherine M. Hedeen y Víctor Rodríguez Núñez

Didcot, Gran Bretaña, 1964. Poeta, dramaturgo, escritor para radio y gestor cultural. Hizo la versión para el escenario de la novela Precious Bane, de Mary Webb, representada por Interplay Theatre durante 2008 y 2009. Antes había escrito siete obras teatrales para BBC Radio 4, y adaptado las piezas Mercian Hymns y The Nightfishing, de Geoffrey Hill y W. S. Graham, para BBC Radio 3. Es director ejecutivo de la organización Writing West Midlands, una de las promotoras más activas de la literatura en su país. Ha publicado los poemarios The Living Room, 1994; A Horse Called House, 1997 y Early Train (Sheffield: Smith/Doorstop Books, 2011). Los poemas que se ofrecen a continuación provienen de este último libro.

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to where it belongs again and again until the rain’s gravelly rattle sends us flying up the garden path to have wet washing stacked on our arms, fist-fulls of pegs stuffed in our pockets, always the great haste to bring the harvest home. What she was typing is caught half-in, half-out of being, nearly naked. The clothes horse is saddled-up, the gas fire ticks and hisses, a dinner is put in hand. We wait for Dad’s big soaking steps to fill the kitchen, his voice to clatter dishes. Her poem’s not completed, gone already.

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Chubasco súbito El tiempo cuenta. Se nubla el día. Un chubasco súbito. La lluvia que cae a cántaros se dirige a la puerta de nuestra niñez. Ella escribe a máquina en el cuarto. Notas quebradas. El campaneo del timbre. La mano que lleva la palanca hacia donde debe quedar una y otra vez hasta que el traqueteo pedregoso de la lluvia nos manda a correr volando por el camino del jardín para cargar en brazos la ropa recién lavada, las punzadas de los palitos de tender en nuestros bolsillos, siempre el gran apuro de llevar la cosecha a casa. Lo que escribía queda atrapado a medias dentro y fuera del ser, casi desnudo. Se arma el tendedero, el fuego del gas hace tictac y silba, la cena es servida. Esperamos que los pasos grandes y mojados de Papá llenen la cocina, que su voz estremezca los platos. El poema de ella queda inconcluso, ya se fue.

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El primer tren Salgo de casa en la media oscuridad, me voy sin despedirme, jalo y cierro la puerta de un golpe metálico. Por la noche a las dos y luego a las tres, el de cuatro años y luego el de seis se treparon en nuestra cama estrecha. Todos dormimos bien bajo la misma luz lunar que venía del farol que zozobra en la otra orilla de la bahía de nuestra dársena, y el mar de hojas convertido en árboles era un ventarrón feroz que llenaba nuestros sueños. Mientras se extinguía la noche, recorriendo canales momentáneos en la arena, uno por uno, nos despertamos. Yo fui el primero y antes de salir en bicicleta para la estación, saqué una foto de los tres, bajo la luz de las cinco y treinta, para recordar cómo se acostaban los cuerpos al pairo, las caras y voces, sus palabras y respuestas arrastradas a la orilla ajena, para recordar en qué cambiamos cuando vivimos todos juntos.

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Fotógrafo: Recogedores de manzanas, 1981 Huerto pequeño y recogedores de manzanas. Cuatro jóvenes del pueblo, seis aldeanas y un viejo, el jardinero, memoria de cómo eran las cosas, y la dueña, la señorita Balcombe, madre soltera de los árboles. Estoy parado junto a la carretilla. Una chica se sienta allí, perdida en la luz, sus pantalones de pana ajustados al cuerpo como corteza. Las aldeanas entrelazan los brazos. El viejo aguanta una pala. La señorita Balcombe sonríe con esa sonrisa de manzana salvaje. Y detrás de nosotros, los buenos árboles: de Laxton, de Bramley, de Wyken Pippen. Hojas a gran escala se agitan en un vendaval de North Berkshire, raíces gruesas penetran la marga fértil, alcanzan la arcilla, se mantienen firmes para la temporada. Regresé el año pasado: se habían ido, los manzanos, la gente.

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Non, la Terre n’est pas ronde

Francis Combes Traducción del francés | Myriam Montoya

Marvejols, Lozère, sur de Francia, 1953. Desde que era un adolescente vive en Aubervilliers, barrio popular en las afueras de París. Ha publicado quince libros de poesía, entre ellos La fabrique du bonheur, 2000; Cause commune, 2003; La clef du monde est dans l’entrée à gauche, 2008 y Le vin des hirondelles, 2011. Antologías de su obra ha sido traducidas al alemán, árabe, inglés e italiano. En español ha aparecido recientemente su recopilación Aleluya por los zapatos (Medellín: Zona Tórrida Ediciones, 2012). Fundó en 1993 la editorial Le Temps des Cerises, que ha difundido en Francia la obra de Heine, Maïakovski, Hikmet, Neruda, Ritsos y Hirschman, entre otros grandes poetas. Dirige el Festival Internacional de Poesía de Val-de-Marne.

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Non, la Terre n’est pas ronde. Si la Terre était ronde Cela se verrait Cela se saurait. Si la Terre était ronde Il n’y aurait pas, d’un côté, Quelques-uns tout en haut, Et les autres, la plupart des autres, En bas, Souvent même tout en bas... Si la Terre était ronde Aucun pays Ne pourrait se dire Le centre de la Terre. Car tous seraient au centre Et tous les hommes Tout autour de la Terre, Seraient logés à la même enseigne. Mais ce n’est pas le cas Et la Terre va de travers Parce que la Terre n’est pas ronde. En tout cas, Pas encore.

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No, la Tierra no es redonda No, la Tierra no es redonda. Si la Tierra fuera redonda Esto se vería Esto se sabría. Si la Tierra fuera redonda No habría, de un lado, Unos pocos bien arriba Y los otros, la gran mayoría de los otros Abajo A menudo bien abajo de todo… Si la Tierra fuera redonda Ningún país Podría llamarse El centro de la Tierra, Porque todos lo serían. Y todos los hombres Por todos lados de la Tierra, Serían cobijados bajo la misma enseña. Pero no es el caso Y la Tierra está al revés Si la Tierra fuera redonda. Mas la tierra no es redonda. En todo caso, No todavía.

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Lágrimas en venta Cada día se venden lágrimas en las esquinas de las calles (es un comercio floreciente). En cada esquina de calle en nuestras ciudades se venden lágrimas de humor vítreo lágrimas de cristal lágrimas de cocodrilo lágrimas escogidas sobre los postigos lágrimas televisivas lágrimas humanitarias lágrimas higiénicas lágrimas en frascos completamente recomendadas para purgarse de la desgracia de los otros. A cada uno su lágrima su pequeña lágrima eso no compromete con nada no cuesta caro y hace mucho bien. Esto limpia los conductos obstruidos del corazón.

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En ciertas vitrinas usted puede adquirir engastadas en medallones ámbar salado reflejo de perla por dentro con chispa de bermellón una gota de sangre. Es muy chic muy elegante pueden llevársela como dije o bien en broche sobre el vestido de seda (es particularmente apropiado si usted sale para una cena en la ciudad). Ya, el Zouave de Pont de l’Alma tiene el agua hasta la cintura y no sabemos hasta dónde esto va a continuar… ¿Cuántos pueblos que solo tienen sus ojos para llorar corren el peligro de perecer ahogados en la creciente de los buenos sentimientos?

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Los progresos de la guerra En tiempos del oscuro Medioevo ocurría a veces que un rey muriera sobre el campo de batalla. Más tarde, Napoleón vigilaba el movimiento de sus tropas desde lo alto de una colina… Hoy los generales siguen desde sus oficinas la trayectoria teledirigida de sus misiles que van —muy lejos de allí— a golpear ciudades y civiles. (Para evitar los peligros de la guerra más vale en nuestros tiempos hacerse militar de carrera.)

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Venir simplement en toute présence l’un à l’autre... Venir à l’adresse qui est faite de s’accorder au pressentir

Philippe Tancelin

Ici comme ailleurs la grandeur de l’amour tient en ce qu’il se | présente imprévisible méconnaissable au seuil de tout renoncement... La maison le comprend qui s’avance hors ses murs jusqu’à l’essaim de lui dans l’espace avenant

Traducción del francés | Alfredo Fressia

París, 1948. Doctor en FilosofíaEstética, dirige el Centro Internacional e Interuniversitario de Creaciones de Espacios Poéticos (Cicep). Es narrador, dramaturgo y ensayista, además de poeta. Ha sido galardonado con el Premio Internacional de Poesía Branko Radicevic 2007. Con una aproximación poética de la historia, su obra testimonia la resistencia contra la exclusión de los pueblos oprimidos. Ha trabajado la dimensión oral de la poesía y las posibilidades de un imaginario poético que escape a la mediación de la metáfora y el símbolo. Preside la Internacional de los Poetas y dirige la colección Poètes des Cinq Continents de ediciones L’Harmattan.

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Venir simplemente en toda presencia el uno al otro... Venir a la dirección que está hecha de adecuarse al presentir Aquí como en otra parte la grandeza del amor está en que se | presenta imprevisible irreconocible en el umbral de toda renunciación… La casa lo entiende cuando se adelanta fuera de sus muros hasta el enjambre de él en el espacio ameno

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Un día somos la tentación del mundo y cedemos Otro día somos ese desierto que se extiende a las puertas de nuestro ser Siempre vamos sobre la vía extrema de una ceguera el otro huyendo del miedo que más duerme en nosotros…

El amor: cielo inaugural posando signos dedicados al misterio de su espejismo recuerdo del desvío del ser por el tal lugar de su olvido Frente a todos los sacrificios un soplo exhorta el pensamiento a quemar sus noches ganar las estaciones claras que lo unen a la historia de sí mismo Sendero desnudo del altamar en el eco disperso de los rumores el pensamiento acosa ese estado de un mundo condenado a sus sobreentendidos La libertad que él acompaña consiente la extensión de sus soledad Como un beso en el polvo recoge su dispersión

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Entre el horizonte de los ojos y su espera el drama de estar juntos en no verse más Se escapan gritos del camino de los muertos para aullarle a la luz la dirección cautiva del viento lejano de los sueños Como la araña teje su drama cautivando la luz la tragedia humana se escribe de tela en tela sobre el arte de la noche

Recoger el fruto en plena luz ser dos en la oscuridad de su hambre Una noche entró al fondo de oscuros soles para desnudar la ilusión de toda claridad Una gota de agua testimonia Cuando el hombre eleva su infatigable altura que la liberación de sus pudientes brazos ilumina Cuando el país pronuncia al cielo sombrío la elección de la última vez la luz en sus manos atadas a las manos conduce el silencio a su morada

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Los ladrones de cielo antes del verano no destruirán los pájaros de colores descendidos en tus ojos de niños En letras mayúsculas escribiremos el inteligente resplandor que ilumina de siembra en cosecha el camino de escuela donde avanza lo inalterable. Niño de Bagdad, niño de Gaza, de otra parte triturado de absurdo A cifra de campos de concentración A largura de clases sin mañana En el destruir de los idiomas de los pensamientos que ya no adivinan

Niño de aquí Sobre el flanco azulado del corcel rebelde persigue el cuidado de escribir ese cuerpo-relámpagos del pensamiento en medio de nuestras noches con pluma de cenizas La estación de aprender no tiene tierra ni época Lleva entre el agua y la sed entre el abrazo y el recuerdo el futuro de nuestra presencia de espaldas a la muerte Que del abismo levante una palabra bebiendo el mar desecado mirando un mundo desencontrado una tierra astral hablando el vital extranjero

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contra el idioma de retirada que el miedo y el silencio nos meditan

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Nossa é a miséria

Carlos Nejar

Nossa é a miséria, nossa é a inquietação incalculável, nossa é a ánsia de mar e de naufrágios, onde nossas raízes se alimentam.

Traducción del portugués | Luis María Marina

Porto Alegre (Rio Grande do Sul, 1939), es una de las grandes voces de la poesía brasileña del siglo XX. Baste la autoridad de João Cabral de Melo Neto y Lêdo Ivo entre los de su nación o la de António Osório entre los poetas portugueses para asentar el lugar que a Nejar corresponde en el concierto de tan distinguidas voces: para los tres el “poeta do pampa brasileiro” (como a menudo ha sido nombrado el “gaúcho” reduciendo en exceso el alcance de su poesía) es uno de los poetas mayores del siglo pasado. Desde Sélesis, 1960; hasta Odysseus, o velho, 2010; Nejar ha publicado una veintena larga de poemarios, entre los que cabe destacar algunos títulos inscritos ya a fuego (el fuego duradero de sus versos) en la historia de la literatura brasileña. Ha recibido algunos de los más importantes premios literarios de su país y, desde 1988, ocupa el sillón número 4 en la Academia Brasileira das Letras.

En vão lutamos contra os grandes signos. Seremos sempre a mesma folhagem de madrugada ausente. O mesmo aceno imperceptible entre a janela e o sonho. A mesma lágrima no mesmo rosto vazio. A mesa frase dentro dos mesmos olhos sob a fonte. Seremos sempre a mesma dor oculta nas árvores, no vento. A mesma humilhação diante da vida. A mesma solidão dentro da noite. A mesma noite antiga que separa a semente do fruto e amadurece os lábios para a morte como um rasto de silêncio no mar. De Livro de Silbion, 1963.

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Nuestra la miseria Nuestra la miseria, nuestra la inquietud incalculable, nuestra el ansia de mar y de naufragios, donde nuestras raíces se alimentan. En vano luchamos contra los grandes signos. Seremos siempre el mismo follaje de madrugada ausente. El mismo gesto imperceptible entre la ventana y el sueño. La misma lágrima en el mismo rostro vacío. La misma frase dentro de los mismos ojos bajo la fuente. Seremos siempre el mismo dolor oculto en los árboles, en el viento. La misma humillación frente a la vida. La misma soledad dentro de la noche. La misma noche antigua que separa la simiente del fruto y madura los labios para la muerte como un rastro de silencio en el mar.

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En el tribunal Yo y el tribunal y su fría mudez. El juez en el centro y en el fin, el rostro girando en mí, farándula. Vengo con el oscuro coraje de un reo antiguo y salvaje. Lo que me prendió, luchó conmigo y me venció. Vacilaba al retenerme, pero yo mismo me entregaba sabiendo que mi llaga estaba expuesta en la ley. Giran las manos y los pies atados. El juez es un rostro que yo mismo creo con mis esbozos. El juez en el centro, en el fin, en el tribunal al que voy, en el tribunal del que vengo. Y así me condené a permanecer aquí.

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Sharareh Kamrani Traducción del persa | Mir Shams Komaee Moghaddam

Hoy, Irán, 1974. Estudió ciencias sociales. Ha publicado seis libros desde 2008. Su segundo poemario, Recuerdos sin medición, le valió el premio Libro de la Temporada en 2009, y el premio nacional Pluma de Oro en 2013. Poeta rebelde es su más reciente obra.

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Excusa Para fruncir las cejas No tenemos motivos Somos unas fotos Que cada día pierden su color Ponte unas sonrisas en tu cara Antes que aparezcas Se han perdido los colores Entonces verás que Tus ojos Son unos ciegos puntos Y no recuerdan más que la negrura

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La mar Ha atracado en la orilla Y llama a todos al silencio La mar sabe El oído del viejo pescador oye mal Y el silencio del hombre que vuelve a casa con las manos vacías Tiene más profundidad

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El frío De la semilla que siembra la nieve El invierno Florece de nuevo Y en los largos y difíciles inviernos La primavera Es una estación que se pudre sobre los ramos helados

Criterio Estas etiquetas del precio Son buenos instrumentos para la perpetuación de la rabia Cuando tan brusco Desdeñan mi nómina Y el rencor que se infla cada momento más en mi garganta Es buen criterio Para determinar el índice real de la inflación

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Peeking, Dotsero, Col. | 2009

© Francie Bishop Good


Foto

"Un ojo" pero vale por dos

Víctor Rodríguez Núñez

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n el visor de la cámara de Francie Bishop Good, como prueba esta breve muestra de su extenso quehacer, se encuentra siempre la condición humana. Y no porque se recurra al retrato —aun cuando el centro de la composición sea un rostro, como en “Grant after Halloween”, se trata de una pieza de otro género. Y no porque en todos los casos esté presente una figura humana —sobre todo femenina. Y aunque muchas veces los rostros y los cuerpos se ubiquen en los márgenes, a punto de salirse del cuadro —como en “Young Boy and Mother Crete”. Y aunque más de una vez la persona esté de espaldas —la mujer de “Smoker”—, o incluso casi fuera de foco —la anciana sentada en el sillón de “One Eye”. Además, estas notables fotografías no se enfocan en celebridades ni acontecimientos, lo supuestamente excepcional, sino en gente común y hechos cotidianos, lo intrascendente en apariencia. El resultado es un arte figurativo no realista porque recurre al simbolismo —el pesimismo en “Peso Shop”, el optimismo en “Boy in Tank Top”— y a la abstracción —el movimiento en “Frozen Swing”, la luz en “Cindy and Her Baby in the Living Room”. Es en definitiva el sufrimiento humano, la dureza de cada día —la aridez en torno a “Jessie and Her Family” resulta emblemática—, la inconformidad con la vida, lo que aquí se enfatiza. La austera

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grafía


belleza que se impone, en esta búsqueda estética de la rehumanización, ante la degradación social y cultural. Una de las piezas más significativas de esta muestra del logrado arte fotográfico de Bishop Good es “Alone”. La fragilidad de la anciana en medio de un mundo artificial que la sobrepasa, oprimida por el concreto, el vidrio y el metal, ante la escalera mecánica que lleva a no sabemos dónde, es una metáfora de la alienación de la sociedad moderna. Las gafas con que se enfrenta a la cámara pueden ser interpretadas como la ideología que no le permite ver su condición social. Pero esta obra no se limita a una representación general de la sociedad moderna, sino que se abre a la particularidad, a los aspectos concretos del sistema de subordinaciones que la caracteriza. Lo primero que llama la atención es que constituye por omisión un mundo de hombres poderosos, y que están presentes mayormente como niños —ver “The Man”, donde la imagen masculina es un impreso en una camiseta. Esta conciencia de género se manifiesta en especial mediante la representación casi obsesiva de la maternidad, responsabilidad social que acaba derribando a la madre —como en “Falling Backwards”. Esta perspectiva se articula con la conciencia de clase social —expresada en “Tulip”, donde el tatuaje es metonimia de la baja posición social de esa madre— o

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con la conciencia de etnia —como en “Leopard Dress”, donde la madre blanca sostiene sin mucho amor a la criatura mestiza, que vuelve los ojos al cielo como implorando conmiseración. Ante la extraordinaria obra de Bishop Wood “One Eye”, y no solo por razones personales —al fondo está mi madre, en su cuarto de La Habana, un par de días antes de morir—, llegué a preguntarme:

¿qué esperan las mujeres entre madera oscura que venció al | comején en esa cuartería en Campanario? ¿los maridos alcohólicos los hijos que se esfuman? ¿acaso no esperar entre vidrio translúcido que forzó | el cerrajero nada más que la luz? ¿la caricia imposible la rugosa miseria? ¿qué pueden esperar sin desespero si ya han visto a la nada | rebuscársela? ¿por qué miran así siendo solo mirar?

Sí, como no puedo dejar de ser cubano, las imágenes de Francie Bishop Good sobre la isla captan especialmente mi atención. Aquí el mundo artificial que rodea a las personas está seriamente deteriorado, la pobreza flo-

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rece por todas partes, y la gente parece no ser feliz. La construcción de una sociedad alternativa a la modernidad parece haber fallado de raíz. La mujer de “Smoker” se asoma desde las ruinas de su casa hacia afuera, como en busca de una salida. Y el obrero de “Yellow Truck”, el único hombre representado por ser un subordinado, por vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, parece preguntarse qué pasó con su emancipación, con sus sueños. Pero la percepción de esta realidad se hace más compleja con el adolescente de “Peso Store”, que al parecer queda excluido de las reformas económicas que

se producen hoy en Cuba. Hay una barrera de concreto, metal y vidrio que le impide estar adentro, todo indica que no va a tener acceso a la modernidad. Es decir, esta crítica social y cultural es afirmativa, como lo muestra el rostro alegre y confiado del niño en “Boy in Tank Top”. Se trata en fin de una visión que no se regodea en el exotismo, no común en el turista. Una visión que enfatiza la identificación sobre la diferenciación, la esencial afirmación solidaria del auténtico artista. Estas fotos nos muestran que en verdad la cámara no tiene un solo ojo y que es posible una mirada dialógica de la realidad.

Víctor Rodríguez Núñez | La Habana, 1955. Es autor de más de veinte libros de poesía, varios de ellos premiados en su país, México, Costa Rica y España —los más recientes, tareas y reversos, ambos de 2011. Han aparecido antologías de su obra en francés, inglés, italiano y sueco, así como selecciones de sus textos en otra decena de idiomas. Fue jefe de redacción de la revista cultural cubana El Caimán Barbudo, y reunió sus entrevistas con poetas hispanos en La poesía sirve para todo, 2008. Compiló tres antologías que dieron un perfil a su generación, así como La poesía del siglo XX en Cuba, 2011. En colaboración con Katherine M. Hedeen ha traducido al inglés libros de Juan Gelman, Ida Vitale, Juan Calzadilla, Fayad Jamís, Juan Bañuelos y Marco Antonio Campos. Doctor en Literaturas Hispánicas por la Universidad de Texas en Austin, es profesor de esa especialidad en Kenyon College, Estados Unidos.

Foto g r a f ía

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© Francie Bishop Good © Francie Bishop Good

Frozen swing | 2011 Jessie and her family | 2011


© Francie Bishop Good

Grant after Halloween

© Francie Bishop Good

Young boy and mother Crete | 2011

© Francie Bishop Good

The man | 2010


© Francie Bishop Good

Cindy and her baby in living room | 2012

© Francie Bishop Good

Leopard dress | 2010


© Francie Bishop Good

Tulip | Pembroke Pines, Florida | 2010

© Francie Bishop Good

Falling backwards | 2009

Foto g r a f ía

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Š Francie Bishop Good

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 Peso store | La Habana | 2012

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© Francie Bishop Good © Francie Bishop Good

Smoker | La Habana | 2011 One eye | 2012


© Francie Bishop Good

Boy in tank top | La Habana | 2011

© Francie Bishop Good

Yellow truck | La Habana | 2012

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Alone | Beaver Creek, Colorado | 2010

© Francie Bishop Good

Francie Bishop Good | Bethlehem, Pennsylvania, Estados Unidos; actualmente vive y trabaja entre Nueva York y el sur de Florida. Hizo estudios en el Philadelphia College of Art, la University of Colorado en Boulder, la Florida Atlantic University de Boca Raton, el International Center of Photography de Nueva York, y el Maine Media College de Rockport. Sus fotos han sido exhibidas extensamente en Estados Unidos, Europa y América Latina. Ha realizado más de una docena de exposiciones personales en prestigiosas instituciones, como el Allentown Art Museum, el Museum of Art de Fort Lauderdale, y el Museum of Contemporary Art de Jacksonville, y este año es la artista invitada del Art and Culture Center de Hollywood, todas en Florida. Las fotos que se incluyen en esta edición son parte de su más reciente exposición personal, “Far From Apple Hill”, realizada en abril de 2013 en la David Castillo Gallery de Miami, institución que generosamente ha cedido los derechos de publicación a La Otra. [www.franciebishopgood.com]

Foto g r a f ía

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Jaime Jaramillo Escobar en Medellín, 2011

© José Ángel Leyva


Poeta con nombre propio Entrevista con Jaime Jaramillo Escobar

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ació en Pueblorrico, Antioquia, Colombia, el 25 de mayo de 1932. Fue de los fundadores del nadaísmo, capitaneado por Gonzalo Arango. El movimiento, que muchos han calificado como contestatario, modificó desde su aparición, en 1958, la percepción de la literatura y el arte colombianos. Jotamario Arbeláez, otro de los miembros destacados y uno de sus más vehementes promotores, ha afirmado que la generación beatnik de Estados Unidos influyó en sus aspiraciones de ruptura con las inercias de la idiosincrasia colombiana. Sus fuertes vínculos con otros movimientos sudamericanos como El Techo de la Ballena de Venezuela, los tzantzicos de Ecuador, y por supuesto con las revistas mexicana El Corno Emplumado, dirigida por Sergio Mondragón y Margaret Randall, y Pájaro Cascabel, que alentaban Efraín Huerta y Thelma Nava. Antes que Jaime Jaramillo Escobar nació X-504, quien publicó Los poemas de la ofensa, que marcarían un referente no sólo del nadaísmo, en cuya matriz se gestan, sino de la poesía colombiana escrita del siglo XX. Tenemos la oportunidad de reencontrarnos con Jaime seis años después de visitarlo por primera vez en su casa,

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en ocasión del Festival de Poesía de Medellín, en 2007. Damos inicio a nuestra conversación. ¿Usted nació como poeta en la figura de X-504, o su arribo a la poesía, con absoluta conciencia, fue antes, cuando usted, Jaime Jaramillo Escobar, descubrió su relación espiritual con las palabras? Por fortuna, en la escuela y en el colegio tuve excelentes maestros que me enseñaron la teoría y la práctica. No directamente, sino en forma indirecta. Por ejemplo: cuando el profesor de literatura (un sacerdote) prohibió a Porfirio Barba Jacob, entendí que ése era el que debería leer inmediatamente. Es la mejor forma de enseñanza. Luego me expulsaron del colegio porque pensaron que ya era hora de que un chico rebelde se enfrentara con la vida real. Mis profesores fueron geniales. ¿Qué le hizo renunciar a X-504 y a poner distancia del nadaísmo? El uso de seudónimos tiene diversas motivaciones y una de ellas es ocultarse. Ocultarse tiene asimismo distintos motivos. Asumir responsabilidad requiere del nombre propio. No he puesto distancia alguna con el nadaísmo. No sé de dónde sale eso. El nadaísmo creó amistades perdurables por afinidad intelectual y empatía personal. Además, el nadaísmo continúa en sus numerosas obras literarias. El Nadaísmo trajo humor, irreverencia, escándalo, leyenda, pero ¿qué opina usted de su contribución a la poesía? ¿Se puede considerar un movimiento estético, un movimiento renovador, de las letras colombianas?

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Se puede considerar todo eso y mucho más, porque no sólo actuó en la literatura y las demás artes, sino también en las ideas, modificando conceptos y costumbres arcaicos en todos los órdenes. Fue en realidad una renovación social, no política en sentido partidista. Coincidió en parte con el hippismo contra la revolución tecnológica que llegó antes de tiempo, sin estar preparados. De ahí el escándalo. Cartas a Aguirre, la correspondencia de éste con Gonzalo Arango, no deja muy bien parado al profeta del nadaísmo, pero sí podemos reconocerlo como un personaje con ambiciones, con hambre de cambios. ¿A estas alturas de su vida cómo podría sintetizar la presencia de Gonzalo Arango en la escena literaria y poética de su país? No he leído Cartas a Aguirre, por lo cual sobre eso no puedo opinar. Con Aguirre no tuve ninguna relación. En cuanto a Gonzalo Arango, nunca nadie ha hecho lo que él hizo: aglutinar con tanto fervor a un grupo generacional numeroso en todo el país, con propósitos definidos y voluntad y energía suficientes para producir un revolcón de magnitud histórica. ¿Qué nadaístas han dejado libros de poesía que merecen la atención de la crítica? No sólo libros de poesía (en verso y prosa), puesto que también hay narradores y ensayistas. La poesía es la inspiración de todas las artes y de la vida. La poesía está en todo. Si de citar nombres se trata, los siguientes pueden ser representativos: Eduardo Escobar, Jotamario Arbeláez, Amílcar Osorio, Humberto Navarro, Pablus Gallinazo, Armando Romero, Elmo Valencia,

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Santo Domingo | Foto: cortersía de Jaime Jaramillo Escobar.

Darío Lemos, Alberto Escobar y, por supuesto, Gonzalo Arango. Los poemas de la ofensa (1967) es su obra más celebrada. La crítica de su país la coloca junto a libros icónicos como Los elementos del desastre, de Álvaro Mutis, y Morada al sur, de Aurelio Arturo. En la perspectiva de que usted fue un nadaísta poco nadaísta, en el sentido de su discreción y su papel menos protagónico, ese libro ¿qué le debe al nadaísmo, o cómo lo identifica en el curso de su trayectoria lírica? Muy sencillo: desde niño me han llamado poeta, aunque nunca me lo he tomado en serio, por respeto a los que sí lo son. No paso de aficionado. Para qué usurpar títulos que no se merecen.

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Cursé bachillerato con Gonzalo Arango, y por esa amistad y los escritos que ya tenía, estuvimos juntos en el nadaísmo. Eso es todo. En México le publicamos, en el sello de Alforja, Tres libros, una antología que usted preparó especialmente para esa edición: Poemas de la ofensa, Sombrero de ahogado, Poemas de tierra caliente, todos premiados. ¿Los considera los más significativos de su obra?¿Le gustaría publicar en México otros libros? Me gustaría, pero no sé cuándo, debido a compromisos adquiridos. La poesía no se escribe por encargo, ni para llenar “hojas de vida”. Ni con propósito de acumulación, sino cuando aparece el duende. El duende es el que la escribe.

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Los poemas de la ofensa los escribí de joven, en parte antes del nadaísmo. Han sido superados en los libros siguientes, pero eso sólo lo sé yo. Al parecer, ni la crítica ni los lectores se han dado cuenta. Ni siquiera los nadaístas. Porque para aceptar hay que querer. Usted escribe algunos poemas dedicados a su nana negra. ¿Son vivencias suyas? ¿Qué relación tiene usted con el mundo afrocolombiano? En Colombia la descendencia africana es numerosa y representa parte importante de la población, pura o entremezclada. Lo mismo sucede con los indígenas. En el mestizaje, el negro o el indígena afloran a menudo en la forma violenta que reclama la sangre ofendida. Pasó de la publicidad a la enseñanza de la poesía en la Biblioteca Piloto de Medellín, de donde salió Método fácil y rápido para ser poeta, en dos volúmenes. Ahora salió el primero con el sello de La Otra. Hay en esas dos actividades una muy práctica y económica, la publicidad; y otra, que representa un apostolado, su taller de poesía. ¿Qué significado tienen para usted tales oficios o vocaciones en su propia escritura? El mensaje publicitario tiene que ser conciso, claro y eficaz; astuto y convincente. La literatura, si farragosa, empalagosa y pesada, tiempo perdido. La lectura de una buena obra es tiempo ganado. En los talleres, las lecturas procuran ser analíticas. Todos aprendemos de todos. Eso afina la práctica de un arte tan complejo como la escritura, decanta la sensibilidad, afirma el criterio.

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Su manifiesto desinterés por tener hijos como una forma de protestar contra la humanidad, ¿es también su convicción de que es esta una raza sin remedio? Su pregunta lleva a la consideración de teorías científicas contrapuestas, calculadas en miles de años. Frente a eso, un caso personal nada significa. Aun así, ¿piensa en la necesidad de que existan los poetas? Ser poeta no consiste en escribir versos. Eso lo hace cualquiera. Es ver y sentir el mundo con la mirada de la poesía. Fernando Vallejo -que tanto ama a México- tiene páginas inigualables de auténtica poesía, tanto en su narrativa como en la ensayística. ¿Qué destacaría de la poesía escrita en portugués, que usted traduce, lee y comparte? La poesía en lengua portuguesa ha sido siempre gran poesía, tanto en Portugal como en el Brasil. Los Lusíadas se sigue leyendo con admirado asombro. Y es extensa la lista de los principales poetas brasileños. He traducido a varios, entre ellos a Geraldino Brasil, Luiz Sperb Lemos, Mário Quintana. Y ni hablar de la novela y el cuento: la maravillosa literatura del Brasil no ha contado con buenos traductores al español por la prisa con que ese trabajo se realiza (pagado por página) y por la falsa polémica acerca de la literalidad. Traducción literal, mala traducción. Es necesario recrear, preservando el espíritu de las dos lenguas. Sólo un poeta puede traducir a otro poeta.

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Algunos afirman que lleva una vida monástica en Medellín, que no viaja, ¿qué se lo impide, qué lo disuade de tener mayor presencia dentro y fuera de su país?

El que debe viajar -si lo amerita- es el poema. No necesariamente el poeta. En una de las primeras páginas de la Biblia se dice que “más hace el loco en su casa que el cuerdo en la ajena”.

Por último, usted afirma que todo verdadero poeta es místico y espiritual. ¿Qué sucede con la comunidad poética de su país y de América Latina, tan belicosa y tan poco espiritual?

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Los términos espiritual y místico no se asocian sólo con la religión. Tienen varias acepciones, fundadas en el sentimiento y la intuición más que en la razón. No puede existir poesía ni arte alguno carente de espiritualidad. Las voces poeta y poesía se han desfigurado en el ambicioso trajín de arribistas y farsantes. “Belicosos” -la palabra lo dice-, son luchadores políticos por sus propios intereses; no poetas. La poesía más efímera: la poesía política. En pocos años todo cambia. Pregúntele a Ernesto Cardenal.

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Foto: cortersĂ­a de Jaime Jaramillo Escobar

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X-504 y su enterrador: Jaime Jaramillo Escobar

Juan Manuel Roca

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in lugar a duda, el libro del poeta nadaísta que más aprecio, y al que debo grandes momentos de lectura y entusiasmo, es Los poemas de la ofensa, que X-504 publicó en 1968 y que leí en 1970 en una pequeña casa que tuvo el poeta Óscar Hernández en Necoclí, en la vereda Cañaflechal. Fue un buen lugar para abrir ese libro y sentir que estaba escrito en el mismo clima solar y frutal, febril y húmedo: su libro se hizo parte del entorno en el que lo leí una y más veces, ola tras ola y viento tras viento. Decir que x- 504 es el más notable de los poetas nadaístas y decir al mismo tiempo que ese libro es el más relevante del poeta antioqueño, es reforzar, aunque no sea necesario, lo que es casi una cerrera unanimidad entre los poetas y lectores de poesía en el país. Creo que al momento de su aparición difícilmente había otro libro en América Latina de tan alto rango estético, de sus amplias calidades y registros. No se parece a nada ni a nadie, así haya influencias detectables, algunas filias que en su caso son variadas y rigurosas: Blake y Whitman, entre otras. Los poemas de la ofensa obtuvo el Primer Premio de Poesía Nadaísta, en 1967, y con ese volumen inquietante y nuevo en estos territorios le da una vuelta de tuerca a la poesía colombiana, incluida en esto la de sus propios compañeros de grupo. Si “el sueño de la razón produce monstruos”, según lo afirmado por Goya, este libro, un tanto goyesco, desenmascara pronto de manera racional el delirio, el insomnio, las riesgosas zonas de peligro en las que se mueve. Hay en su poesía una cierta entonación bíblica aledaña a la de Whitman pero sin su tono de predicador, aunque conserva esa mezcla de monje y de sátiro, de cuáquero y vagabundo. Si en Álvaro Mutis y en Héctor Rojas Herazo hay cierta enunciación fastuosa y a veces severa y ritual del hombre, en X-504 hay un ingrediente nuevo, la ironía: “El cuerpo se avolcana, se incendia, impone hermosura, y no queremos ser solo cuerpo; pero yo aconsejo: hazte amigo del sepulturero”.

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Ese tema, el del cuerpo como asilo, como campo de rehenes, se da en varios poemas suyos de este libro, pero son muchos los poetas que dialogan desde sus libros, como otros lo hacen desde sus ventanas. De tal manera, hay una especie de conversación entre un poema de X-504, “Aviso a los moribundos», y “Responso por la muerte de un burócrata”, de Héctor Rojas Herazo. Son dos poemas siameses y, en el caso del nadaísta, está teñido de una ironía realmente hiriente y eficaz. Sus poemas son también relatos. Un acento rebelde, el mismo que se ve fortalecido cuando los dioses paganos penetran el culto de los dioses vencedores, lo convierten en esta primera fase de su obra en una especie de monje sin religión o, mejor, en un sacerdote de una iglesia sin feligreses, como a veces lo es la poesía en el mundo contemporáneo. Los poemas de la ofensa tiene varios registros dentro de una voz nítida, absolutamente reconocible en el coro de sus compañeros de aventura poética. “Mamá negra”, por ejemplo, es un poema que vuelve la mirada a una mujer del Chocó de abuela africana; la bella descripción de esta mujer natural y a la vez enigmática, le sirve al poeta para definir una forma de andar por el mundo: “De ella no se puede hablar sin conservar el ritmo”. Pero también, en casi todos sus poemas estamos ante la inminencia de un peligro, como si el hombre, que es lobo hambriento para el hombre, viviera siempre al borde del abismo y en el reino del acoso. Hay una especie de correlato del miedo, algo que nos remite a las viejas historias de la violencia escuchadas o vividas en la infancia: “Cuando un desconocido se encuentra con otro desconocido, o lo mata o le pregunta algo” (“Proverbios de los charlatanes”). Es como si el hombre

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en su caída, en su perdida angelidad se supiera “hijo de Eva y la serpiente”. X-504, quizá más que Jaime Jaramillo Escobar, es decir, más que el poeta de otros libros posteriores como Sombrero de ahogado o Poemas de tierra caliente, en los que asume el papel de culebrero o de vendedor de específicos de manera consciente, parece recordar a cada tanto que no existe paraíso en el que no haya serpiente, pero también que el despojo y la desnudez nos redimen: “Podemos hacer siempre el paraíso alrededor de nosotros donde quiera que nos encontremos. Para eso solo se requiere estar desnudos”. Hay un litigio, un forcejeo entre el hombre y su sombra y una feroz desacralización del quehacer inútil del poeta, alguien que por momentos se siente haciendo agujeros en el agua, una auto-ofensa desde la ironía: “El fabricante de rosquillas puede al menos comérselas, pero el que solo sabe hacer poemas, ¿qué comerá?”. Es una buena pregunta retórica que ya encierra en sí misma una respuesta. Quizá tenga que comer lo mismo que anuncia aquel legendario coronel que no tiene quien le escriba, en el final dolorosamente apoteósico de una gran novela de Gabriel García Márquez. La visión del mundo que tiene X-504 en Los poemas de la ofensa, un poeta que no es que tenga muy buena opinión de la humanidad, es la del hombre aterrado de sí mismo, de quien siente su extrañamiento, del que se sabe huésped de paso en su cuerpo. Jaime Jaramillo Escobar eligió su seudónimo, que parece una licencia de avioneta, como si x- 504 invitara a sus exequias, para señalar con la letra X a una suerte de nadie, de un hombre cualquiera, mientras 504 son, ha dicho alguna vez, los tres dígitos con los que se inicia su cédula de identi-

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dad. Como Bartleby, el personaje de Melville, o como Wakefield, el personaje de Hawthorne, el poeta buscó su ningunidad, su enmascarado anonimato. Su amigo de siempre, Gonzalo Arango, le auguró, cuando volvió a firmar con su nombre de pila, que le sería “difícil deshacerse del fantasma que ocultaba su verdadera realidad, tan real que es otro misterio”. Creo que se equivocó a medias el llamado profeta del nadaísmo, el poeta solo duplicó su misterio en el diálogo entre el que fue y el que ahora es, como reincidiendo en su condición de demonio y de ángel a un mismo tiempo, en una doble biografía personal que le permite ser uno y otro, alternadamente, como quien visita un espejo fragmentado o pastorea a su otro. Esa dualidad que hay en X-504 (o Jaime Jaramillo Escobar), también se da en el carácter y hasta en el aire mismo del poeta. Nadie en un comienzo imagina que escondido en ese aspecto de funcionario, de cochero de pompas fúnebres o de notario, habite un poeta tan temible y feroz. Resulta innegable la importancia de Los poemas de la ofensa en el ámbito latinoamericano. Sus versos irónicos, que son como la araña que cae en la sopa de uno de sus poemas en compañía de la veta iro-

nista de Jotamario Arbeláez, me parece que es el mayor aporte del nadaísmo. He aquí un poema emblemático de Jaime Jaramillo Escobar o, mejor, de cuando se dio unas vacaciones mentales para volverse el amanuense de X-504. Comentario de la muerte Os preocupáis demasiado de que vuestra casa esté | limpia, y de que vuestros negocios estén sucios. Lo importante es mantenerse ocupado todo el día, porque no sabéis qué hacer con el tiempo libre. y por eso vivís inventando cosas | permanentemente. Pero yo os digo: Hay que hacer esta noche una fiesta privada en | casa de cada cual, porque hoy es víspera de la muerte. Apuraos. Jaime Jaramillo Escobar en sus propias palabras: “El secreto de mi estilo está en que escribo siempre desnudo”.

Juan Manuel Roca | Medellín, Colombia, 1946. Entre sus libros de poesía figuran La farmacia del ángel, 1995; Las hipótesis de nadie, 2005; Biblia de pobres, 2009; Temporada de estatuas, 2010 y Pasaporte del apátrida, 2011. En 2001 publicó su libro de cuentos Las plagas secretas y en 2003, la novela Esa maldita costumbre de morir. Entre los premios obtenidos destacamos el José Lezama Lima por el conjunto de su obra (La Habana, 2007), Poetas del Mundo Latino Víctor Sandoval (México, 2007), Casa de América (España, 2009) y Ciudad de Zacatecas (México, 2009). En 1997 recibió el doctorado Honoris Causa en Literatura por la Universidad del Valle.

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Foto: cortersĂ­a de Jaime Jaramillo Escobar


El acto poético de Jaime Jaramillo Escobar

Juan Liscano

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uién podría creer que ese hombre pequeño, aparentemente débil y de modales y trato cortés y pulido, vestido square como dicen los gringos, abstemio, ni fuma ni bebe, ascético en el comer, discreto y al parecer con vocación de funcionario, es un decidor poderoso, un lector de sus poemas avasallador y de gran dominio escénico, un atrevido fundador de estilo y más que eso, un hombre compenetrado con los problemas de su país y partidario de los pobres, adverso al brutal desarrollo capitalista actual, jefe de un humilde taller de poesía fundado en Medellín, concurrido por universitarios y gentes del pueblo, donde su gestión asume un aire de apostolado de la poesía? ¿Quién podría creer que el Nadaísmo colombiano, producto de la irreverencia hacia los valores consagrados, de las rebeliones de nuestra época, del anti-oficialismo, de los movimientos de liberación, algo equivalente a lo sucedido en Venezuela con la generación del sesenta y sus actos de necrofilia, su simpatía por la revolución cubana recién iniciada y el desparpajo contra lo establecido, alcanzaría con el genio excepcional de Jaime Jaramillo Escobar, alias X-504, nacido en 1932 en tierras de Antioquia, un poder de representación poética inusual, el cual reviviría la acción juglaresca medieval, no sólo con el fin de distraer al público, sino de relatar leyendas, hechos históricos y acontecimientos ac-

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tuales, mezclados con suertes de circo y prestidigitaciones narradas por el poeta? Por momentos, mientras Jaramillo Escobar leía sus textos, ellos mismos entre narración y poesía, se dibujaba en mi mente una plaza medieval atiborrada de gentes, mercaderes, artesanos, soldados, acróbatas, aglomerados en torno a un escenario rústico, el verdadero tablado, a menos que fuera el atrio de alguna catedral, con los juglares recitando y cantando lo que más tarde compondría el mester de juglaría, el cuerpo de nuestra literatura occidental, en momentos aurorales de un pasado nunca extinto y que, por estar más cerca del orden de la aventura humana, nos vincula con la tierra y la naturaleza, los mitos fundadores y los arquetipos indestructibles, las gestas y el diario acontecer, todo ello referido por este inmenso poeta, en nuestro lenguaje de hoy, en hechos de hoy, en indignaciones de hoy, en cuentos de hoy, en denuncias de hoy. No es un recital convencional en el que el poeta lee o declama sus versos, sino un acto teatral en el que un solo actor representa los diversos papeles de las historias elegidas y con la sola voz, sin otra actuación que leer de una manera intensísima, modulada, actoral, llena la escena de personajes múltiples, paisajes, sucesos, representaciones de circo, evocaciones rurales, presencias telúricas, juegos, danzas, pleitos, burlas, reclamos, fantasías, dichos, y en todo momento proyecciones de una conciencia lúcida, hermosa, de la condición humana y de las injusticias innumerables, interminables, de la vocación de poder y de riqueza. Su acto teatral y poético restituye a esos géneros su origen popular, su temática que si antes conjugaba lo religioso, hoy invoca una fraternidad

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laica enteramente separada del yoísmo del divo, de esa prepotencia personalista con que los triunfadores pisan los podios de los grandes premios mundiales y con modestia fingida aceptan los honores, no siempre merecidos, pero sí obtenidos mediante una política del arte bien ejercida. Jaime Jaramillo Escobar expuso el variadísimo registro de su mester de juglaría, que también resulta mester de clerecía, porque no lee sino lo compuesto por él, y esas narraciones de esencia poética aunque rocen lo novelesco sin tomar de éste precisamente lo excedente, lo mercantil, sin adular el gusto popular, sin conceder a la manera televisiva el análisis del rating, penetran profundamente en quien sabe y puede oír esa suma breve de cultura folclórica y cultura de especialista, unidas como debería ser. La representación, como en nuestra décima y corridos populares en los velorios, empieza con un saludo, luego se llama la atención sobre una caja roja que sólo la imaginación, como en el teatro de esa época, pone allí. Esa caja es mágica. Luego saca el rollo y va leyendo, desenvolviéndolo como pergamino chino, de modo que el leve lapso de recibir los aplausos no interrumpe las acciones sucesivas, rara vez faltas de humor y sentido lúdico, acción y conversación. La Perorata inicial, anunciando la aparición del poema-función, concluye abruptamente con la llegada de la policía, y sigue un texto inagotable del poeta viviendo en la Luna, defensa rebosante de humor e ironía de la condición de aquél, y pasando por una función de circo desconstructora, que termina con la huída del empresario desde una pirámide de perro, pony, cabra, caballos árabes, jirafas y elefantes, refiere su intimidad con su caballo (de la juventud) en la re-

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gión natal del Cauca, Pegaso domesticado y sabio que lo instruye. Sin él, anda perdido en los autos. Luego, expone seriamente su preferencia por el río Cauca sobre el río Magdalena, convirtiendo a éstos en seres humanos, y rozando la denuncia ecológica en tono de humor, hasta culminar en tres jornadas magistrales: su convivencia con un chamán imaginario, en una selva tan coherente como es incoherente la ciudad, con cada cosa en su sitio y un orden establecido; un monólogo patético de pobre en su relación con Dios y la Iglesia; y lo que se llamó en un tiempo poesía negroide, en este caso de tierra caliente, en la que la enumeración de semillas chupables o comibles se enlaza con sentencias de brujo y remata en la escenificación súbita de una negra danzando, las palabras vueltas tam-tam y dibujos carnales. Con este fin

de fiesta el público lo aclamó, y el hombrecito genial recogió su rollo, lo enrolló y se marchó. ¿Qué decir más? El dominio de Jaramillo Escobar sobre su medio expresivo es total, de adentro hacia afuera, de afuera hacia adentro. Su requisitoria social es rotunda, así como su denuncia, sin caer en el cartel de ayer, de la avidez de los ricos y la pobreza de los pobres. Su telurismo nos transmite sin cesar a Colombia. Su arte de juglaría y clerecía aparece en las letras iberoamericanas como una creación única. Este hombre pequeño de tamaño vive en un continente vastísimo y sólo explorado por él, de espiritualidad incontaminada, de gentilicio literario y de capacidad de ser él mismo. El Nacional, Caracas, Setiembre 5 de 1993

Juan Liscano | (1914-2001). Es un destacado poeta, crítico, folclorista, editor y columnista venezolano. Entre sus obras en verso se destacan Nuevo mundo Orinoco, 1959; Cármenes, 1966; Fundaciones, 1981 y Antología poética, 1990. También es autor de los ensayos Panorama de la literatura venezolana actual, 1973; Espiritualidad y literatura: una relación tormentosa, 1976; Los fuegos apagados, 1990; El origen sigue siendo, 1991 y Nuevas tecnologías y capitalismo salvaje, 1995. Recibió el Premio Nacional de Literatura en 1951. Fue director del suplemento cultural del periódico El Nacional, de la revista literaria Zona Franca y de Monte Ávila Editores.

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Poemas de Jaime Jaramillo Escobar

Cantar en español Escribir en español es la delicia de las delicias, por su riqueza y flexibilidad. Pensar en español es la fortuna de las fortunas, por su precisión y claridad. Cantar en español es el placer de los placeres, por su sonoridad y belleza. Hablar en español es la maravilla de las maravillas, por su libertad y seducción. Amar en español es el encanto de los encantos, por su ternura y expresividad. Vociferar en español es el gusto de los gustos, por su fuerza y contundencia. Secretear en español es el regocijo de los regocijos, por su cadencia y delicadeza. Orar en español es la bendición de las bendiciones, por su fervor y concisión. Jugar en español es la diversión de las diversiones, por su astucia y malicia. Mentir en español es el deleite de los deleites, por su artificio y esplendor. Soñar en español es la felicidad de las felicidades, por su ilusión y fantasía. Vivir en español es la suerte de las suertes, por su variedad e intensidad. Morir en español es el deseo de los deseos, por la palabra Adiós y la palabra Gracias.

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Alba del Castillo Las voces de Alba del Castillo (Lucía Libia Agudelo Rebolledo), y de Yma Sumac (Zoila Augusta Emperatriz Chávarri del Castillo), se escucharon diariamente en todos los bares y cafés de América Española durante el siglo XX, voces que colmaron las vidas de muchas gentes con el timbre y tesitura de su voz, su emoción, la excelsitud de su canto, la perfección de su arte, esplendorosos pájaros de maravilla, que merecieron el título de divinas, aunque con muy distinta suerte, porque el Perú supo apreciar y enaltecer a su diosa, y en Colombia, Alba del Castillo murió a los cincuenta años en extrema pobreza, tanto que fue necesario recoger limosnas para comprar un pobre ataúd, como lo cuenta don Jesús Rincón Murcia, uno de sus felices admiradores. Alba del Castillo había nacido en Medellín, en 1923, y su deceso se produjo en la fría Bogotá, en junio de 1973, cuando sólo su voz recogía monedas en las rockolas de los bares, mientras su persona desfallecía en la miseria del olvido. El fox de Bravo Rueda se adaptó magistralmente a las voces de las divas, excelsas sopranos que aún siguen resonando en los oídos de todos cuantos las escucharon y conservan su recuerdo en fiel memoria, en el alma, podríamos decir, pues aunque el alma no existe todo el mundo sabe lo que es. Alba del Castillo, alma del canto, canto del alma, en la ingratitud de un país cicatero, que dejó morir al gran Crescencio Salcedo ofreciendo rústicas flautas de caña a cien pesos en los andenes de Medellín, sin que ninguna autoridad, ninguna persona, supiera valorar y reconocer al artista confundido en las calles con mendigos y rebuscadores. Pero qué esperar, si Bolívar tuvo que buscar refugio en manos españolas, y Manuela Sáenz debió huir al Perú con una negra fiel y perderse en un pequeño pueblo costero. Injusticia e ingratitud ha sido y sigue siendo el distintivo nacional, no “Libertad y Orden”, que ninguno de los dos ha llegado todavía.

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Dalila Sierra ¡Ésa mujer! Era el prototipo de las gentes del Suroeste antioqueño: aguerrida, independiente, ambiciosa, acostumbrada a imponer su voluntad por encima de todas las consecuencias. Su impetuosa vida dejó un rastro de tormenta desatada, legendaria memoria de prolongada resonancia. Sabía calcular lo incalculable, trazar planes, definir estrategias, enfrentarse al peligro conocido y a lo desconocido. Acompañada por su inseparable mastín jugó gallos con los galleros en Ciudad Bolívar, en Salgar y en Tapartó, jugó a los dados con su fusta al brazo, con su revólver al cinto, con su sombrero ladeado. Sabía manejar la peinilla, pelear a caballo, volear el rejo, dominar al ganado. Negociante en café, dirigía sus haciendas con elegancia y mano dura, y cuando hubo que tener coraje tuvo coraje, y el día de la ternura tuvo ternura. Bella porque era bella, sabía también hacer trampas en el juego y en el amor. Quitarle un hombre a otra mujer era para ella un pasatiempo divertido, o arrebatarle una mujer a un hombre, porque lo mismo le gustaban las mujeres. Las mujeres se prendaban de ella porque era seductora, inteligente y audaz, y estaba segura de que el mundo había sido hecho para ella. En su caballo alazán entró borracha a Betania, hizo brotar chispas en el choque de las herraduras contra las piedras, disparaba sus pistolas a dos manos, encerró a la policía, puso preso al alcalde, se tomó el pueblo ella sola y ordenó aguardiente para todo el mundo.

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Cuando le dio la gana se fue en su caballo, que también estaba borracho porque ella le había enseñado a beber. En la mañana, al despedirse del pueblo, sus gritos sacaban chispas de las cumbres de pizarra de los Farallones del Citará. Tenía adláteres que la servían para lo que fuese necesario, para complacer sus caprichos, para lo que ella no alcanzara con su propia mano. Varios hombres por causa de ella honraron la vida con su muerte. Nunca perdonó a nadie, del mismo modo que ella estaba siempre dispuesta a morir, porque era guerrera y aventurera, y conquistaba sus días con la fuerza, el valor y la astucia de una mujer de armas tomar, no bandida, sino mujer de coraje en una tierra bravía, de montañas agresivas, ríos azarosos y gentes aviesas. Para ella cada día tenía dos noches, la que le precede y la que le sigue, y por tanto era diurna y nocturna, y tenía poder sobre potencias indomeñables, pero no dominaba el destino, porque a un sólo ser no le está permitido poseer todas las atribuciones. Desafiando la noche en la carretera que bordea el caudaloso San Juan, en una curva cerrada se despeñó al río con su hija, quedando atrapadas entre las rocas y la fuerza de la corriente. Vivió en Andes a mediados del siglo XX, y dejó una leyenda que escapa del poema por su magnitud novelesca y cercanía. ¡Ésa mujer!

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El dolor, el silencio, la esperanza Entrevista con Javier Sicilia

© Pascual Borzelli Iglesias

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l pasado 11 de junio se presentó en La Casa del Poeta Ramón López Velarde, en la Ciudad de México, el libro Vestigios, que anuncia el retiro de la poesía de Javier Sicilia. Esta conversación tuvo lugar días antes de ese acto de despedida, en el que dicho libro contiene el sufrimiento no sólo por la muerte del hijo, sino ante la impunidad y la corrupción que dominan en la sociedad mexicana, víctima y victimaria del porvenir de cientos de miles de personas. Sicilia ya había apuntado lo que años más tarde vienen a confirmar diversas instituciones, en este país hay un 98 por ciento de impunidad contra sólo un dos por ciento de justicia. El punto más doloroso de esta realidad es el desgarramiento del tejido cultural que abona la conducta insolidaria, la indolencia, la indiferencia ante la tragedia y el drama del otro. El otro, que es uno mismo, abatido por una política y un modelo económico que instituye como principio vital el individualismo feroz, implacable, del tener y no del ser. Javier Sicilia, poeta, narrador, guionista, ensayista, periodista y activista de los derechos humanos, es uno de los pilares de la poesía cristiana en México. Tras el asesinato de su hijo Juan Francisco, Javier, saltó a la fama internacional de manera invo-

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luntaria y dramática, pero sin duda ya tenía un sitio relevante en las letras de su país, en donde obtuvo el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes, el más importante que se obtiene por el concurso de un libro. El título del suyo es: Tríptico del desierto. Comenzamos. Ya anunciaste la aparición de tu último poemario, Vestigios, dedicado a la memoria de tu hijo, y con éste afirmas la renuncia total a la escritura de poemas -¿también de la poesía?- ¿Se puede y se debe callar esa voz que has afirmado es un don divino, sobre todo en la concepción de un poeta cristiano, místico? Renunciar a la poesía es imposible. No es un oficio. Es una gracia, un don, a veces, como en mi caso terrible -ese poemario, que cierra con el poema a mi Juanelo, había sido terminado antes de su asesinato y llevaba por título una palabra espantosa en su premonición, Los restos. Uno sigue sintiendo, mirando, escuchando como un poeta, y expresando ese don de muchas y variadas formas. A lo que he renunciado con Vestigios es a su ejercicio en el poema, el más sagrado de los lenguajes. ¿No es en la conciencia del dolor, en la lucidez de la situación efímera del hombre, que nace el poeta? ¿Cómo puede entonces morir con la misma lucidez su necesidad expresiva, su vocación, su designio, su causa? ¿Qué pasará si la me-

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moria del dolor te empuja a la escritura, será un acto anónimo, lo harías público, existen esas posibilidades? Son preguntas muy difíciles. Pero trataré en lo posible de responderlas. Yo provengo de una tradición donde la palabra es sagrada. Dios crea el mundo mediante ella y le otorga al hombre ese don para continuar la creación del mundo. Nombrar las cosas es, de alguna forma, crearlas. “El mundo -decía sabiamente Octavio Paz- está hecho de palabras”. Esa tradición dice algo más: que esa palabra es una persona que se encarnó en un momento de la historia y nos reveló que todo ser humano es presencia de Dios, su imagen y su semejanza, su umbral, su icono. Esta palabra, el icono, tan manoseada, tan vaciada de sentido, es un buen análogo. El icono, en la tradición cristiana oriental, no es una pintura. Es un umbral. Está hecho para la contemplación, para penetrar en el misterio y tocar a aquel que sólo puede saciar nuestra sed de absoluto, la dolorosa conciencia de nuestra finitud. El Cristo resucitado y los santos, que son su presencia, su imagen y su semejanza, en la tierra, es decir, para usar una terminología griega, los prototipos del tipos que es invisible e inefable, son por lo mismo umbrales que nos permiten pasar del acá al allá. Los místicos de esa tradición dicen que para poder ver un icono hay que arrodillarse frente a él y con-

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templarlo. Llega un momento en que las figuras empiezan a vibrar y repentinamente se entra en el misterio, en su silenciosa e inefable profundidad. Toda palabra verdadera y todo ser humano son iconos de Dios. Cuando asesinaron a mi hijo, el icono se borró y quedé, como en uno de esos iconos negros de Rothko, que se encuentran en la capilla que lleva su nombre, en Huston, ante el vacío, ante el silencio, ante al abismo sin mediación. Cuando se llega allí, no hay palabra sagrada ni siquiera la del poema que alcance a refundar el sentido. Lo supo Paul Celan, cuya obra es en realidad un balbuceo inarticulado, el gemido de un moribundo que trata desesperadamente, en medio de la oscuridad, de devolverle sus significados, su palabra al mundo. Yo no tengo la grandeza de Celan y no sé si algún día vuelva a escribir poesía. Por ahora, como lo digo en el poema a mi hijo con el que cierro mi obra poética, “El mundo ya no es digno de la Palabra”; estoy delante de la fosa del Viernes Santo, aguardando como San Juan, como María, como Job. Lo único que sé es que allí, en ese abismo, no puedo dejar de amar. Eso es ahora para mí la poesía. Un silencio lleno de dolor y de amor, abierto a la esperanza. No sólo eres poeta, escribes novela, guión cinematográfico, ensayo, artículos periodísticos. ¿Sacrificas sólo la poesía, la

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Ciudad de México, 2012

© José Ángel Leyva

escritura literaria o la escritura en general? ¿Por qué eliges la poesía para guardar silencio, para hacer ese voto? ¿No es la poesía la esperanza de cambiar, de iluminar el corazón del hombre? Continúo escribiendo mis artículos en Proceso y La Jornada y trato de escribir una novela autobiográfica. No sé si la logre. Pero es lo único que por ahora puedo, en el orden de la literatura, ha-

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cer. En cuanto al poema, se colocó del lado del silencio, que es el lugar de donde brota la palabra y donde concluye. Mi silencio es mi poesía. Y desde él me leo en los otros poetas que hablan por mí, como otros que oran cada día lo hacen también por mí. Lo que agradezco profundamente. No se puede vivir sin el amor de los otros. Por lo demás, trato en mis actos y en otras formas del lenguaje de encarnar lo que ya no puedo decir por la palabra del poema. Cioran afirmaba que se había refugiado en la música y en la poesía, pero abandonó todo esfuerzo espiritual al convencerse de la imperfección de la naturaleza que dio lugar a su propio destructor, el hombre. ¿Hay en ti esa misma carga de escepticismo, esa certeza de que la humanidad es irremediable? Siempre he sido escéptico en cuanto al hombre en la historia. Somos poca cosa. Mira el Auschwitz, el gran rastro de seres humanos, en el que se

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ha convertido México, y detrás de él los horrores de las juntas militares, la Alemania nazi, los Gulags, Hiroshima y Nagasaki y la miseria que siembra hoy el dinero. Tengo, sin embargo, a diferencia de Cioran, a quien no estimo porque en el fondo no es un escéptico sino un nihilista, en los gestos amorosos de algunos seres humanos, esos gestos pobres, simples, frente a las desmesuras del mundo, que son presencias de Dios en la irremediable fractura de la historia, presencia del Reino, del ya, pero todavía no, y en Dios mismo que nos rescata siempre después de ella. Dios responde, como lo hizo con su hijo después de la historia que nos pertenece sólo a nosotros. Quizá por eso, el signo que más amo es el del cirio pascual que en lo más denso de la noche del domingo de resurrección se enciende, como el amor, para que las tinieblas de la historia no sean absolutas.

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El poeta, ese diosecillo que señalaba Huidobro en su testamento lírico, ¿cómo figura en tu obra antes de reconocerse como mística, cómo ya encaminada de lleno por esa búsqueda y cómo ahora que tu ego -o tu supergo- dicta el fin de su palabra? Nunca he creído que el poeta sea un diosecillo. Es una vanidad que nunca he compartido. Es simplemente alguien por el que habla la voz profunda de la tribu humana, una gracia, una gratuidad, a veces, como en el caso de los profetas, de los poetas del mundo hebreo, difícil de llevar. Llega un día en que el poeta tiene que aprender a callar porque el lenguaje de su época, del que se alimenta, está degradado por el crimen, por el vacío de los medios de comunicación, la imbecilidad política y la corrupción del esqueleto moral de una nación. En este sentido, mi silencio no es un acto de mi ego o de mi super yo, de la culpa, es simplemente un acto de dignidad, de respeto a la sacralidad de la palabra que ha sido degradada. Muchos poetas, que han sondeado los abismos, lo han hecho, como San Juan de la Cruz, Hölderlin, Rimbaud, Celan, Broch, para hablar de los más conocidos.

Mi experiencia de Dios siempre ha estado en mí desde la infancia. Fue mi padre, que era poeta y comprendía profundamente el Evangelio, quien me dio las herramientas para poder intentar decir algo, aunque sea muy pobre, de esa experiencia. Esa experiencia de Dios es la que me ha permitido mantenerme en pie, abrazado al amor que es la fuente misma de la poesía. ¿Qué te une y te distancia, qué has aprendido de poetas místicos como Lanza del Vasto, Fray Luis de León, Ezra de Gerona, Hildegarda de Vingen, San Juan, Santa Teresa? No me distancia nada. Estoy unido a ellos en la misma experiencia que fundó sus vidas y su decir: el amor.

¿No fue una motivación familiar, también dolorosa, la que incentivó tu creatividad poética y la empujó por el camino del misticismo? ¿cómo fue eso?

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Los poetas con posiciones políticas definidas, militancias y activismos sin reservas, se cuidan mucho de que la ideología no imponga su marca en sus letras, de que la consigna no constriña su voz, ¿de qué se cuida un poeta místico a la hora de hacer su poesía? De lo mismo. La religión, que es la mediación, la matriz lingüística donde la experiencia de lo inefable en un místico abreva, está contaminada de ideología y el místico tiene que trasegar mucho para que no contamine su decir. San Juan de la Cruz es grande cuando compone sus tres mayores poemas: “El cántico espiritual”, “La noche oscura” y “La llama de amor viva”. No lo es en sus otros poemas donde el lenguaje religioso, contaminado de ideología, aparece. Lo mismo, para hablar de un poeta comunista, puede decirse de Neruda: el mayor Neruda, el que supo comprender la sustancia no ideológica del comunismo, es el de Las odas elementales, y no el de El canto general. ¿Cuáles son los poetas místicos que conociste primero y te atrajeron y cuáles son los que has descubierto a lo largo de tu vida que tienen un significado especial para ti como poetas y como personajes? San Juan de la Cruz, Santa Teresa, Concha Urquiza, los profetas hebreos, Paul Celan, Kabir, Gandhi, Dostoievski, fueron los primeros místicos que leí. Después llegaron Lanza del Vasto y

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varios otros como el Maestro Eckhart, Iván Illich, Simon Weil, Dietrich Bonhoeffer, Etty Hillesung, Andrei Tarkovski, Thomas Merton, para hablar sólo de algunos que amo y me han enseñado mucho. Alfredo Placencia, sacerdote y poeta mexicano, escribió una poesía que se sale de ese diálogo amoroso y contemplativo con Dios, para mostrarse como un poeta que inquiere y confronta. ¿Qué opinas de su obra, te identificas con él de algún modo? Siempre he admirado al padre Placencia. Yo no diría que no es un poeta amoroso. Lo es y a profundidades poco exploradas. Sólo se confronta con un lenguaje tan preciso, tan lleno de ternura, a quien se ama inmensamente, y Plascencia lo hizo con Dios como nadie más en México se ha atrevido a hacerlo. Fuiste de una generación rebelde, idealista, utópica, revolucionaria. Tu padre fue poeta. ¿Nunca sentiste conflicto generacional, impulso de marcar la diferencia con él, con tus tutores? No. En realidad creo que no se puede ser un verdadero rebelde si no se construye desde la Tradición que nos viene siempre del pasado, de aquellos que prepararon un mundo para nosotros. Mi padre lo preparó para mí, heredándome lo que aprendió y lo que

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otros, que venían de un ayer más lejano, le heredaron a él también. Nada hay que valga la pena que no venga y se alimente de la Tradición, del espejo del pasado, de la vida. Albert Camus, no un místico, pero una inmensa conciencia moral y el escritor que más amo, incluso sobre muchos místicos, tuvo que buscar en la pobreza de su infancia las dos o tres lecciones que le dio su padre al que no conoció, porque murió en la Primera Guerra Mundial, para convertirse en el gran rebelde que fue. Mi Juanelo, en la brevedad de su vida, también aprendió esas lecciones. Era lo que Camus llama un justo. Siempre lo fue y me llenaba de admiración y de orgullo. Cuando lo asesinaron iba en ayuda de sus amigos, iba, con esa hermosa vir-

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tud que se llama la lealtad y la justicia, que vienen de la larga tradición de lo humano, a tratar de hacer la paz frente a imbéciles, frente a seres desgajados de lo humano. ¿Cómo asociarías tu infancia con el descubrimiento de la poesía? Fue allí, en el amor y la voz de mi padre y en la liturgia de la Iglesia, de las que está llena mi infancia, donde la encontré y se quedó para siempre en mí. Por último, ¿recuerdas el momento o los momentos en que tuviste conciencia y convicción de que eras poeta y cuál era tu papel en esta vida? No. Nunca recordamos cuando comenzamos a respirar.

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Javier Sicilia El poeta y lo inasible Acerca de su libro Vestigios

Sergio Mondragón

Javier Sicilia con su hijo Juan Francisco. Foto: cortersía del poeta Sicilia.

La presencia en el hueco La obra poética de Javier Sicilia está saturada de Dios toda ella, está signada por la fe, por el sentimiento religioso. Una vivencia ciertamente muy cercana al sentimiento estético, a la contemplación de la obra de arte, al arrobo en la naturaleza, al asombro ante la magnificencia de la creación; al anhelo genuino y hondo de mejorar la propia manera de ser, el carácter de uno mismo, el salir de la prisión del ego ávido y demandante, esto último, algo que es innato a la naturaleza humana común. ¿Son los de este poeta poemas religiosos, místicos, espirituales? ¿Son estas palabas equivalentes, apuntan a una misma cosa? La revelación de lo sagrado o de lo que yace “más allá” de lo que es cotidiano a la experiencia humana “normal”, se trasluce en la poesía de Sicilia a través de lo que ha denominado Reflejo de lo oscuro (título de una de sus novelas: FCE, 1997), algo de algún modo emparentado con la noche oscura de San Juan de la Cruz, una presencia explícita en su ausencia, o, como lo dice Sicilia en su poema “Gozo”, “el sabor de su amor en su hueco excavado”, o “Dios mismo en su hueco, en su abismo”; por tanto, una omnipresencia, algo que la

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intuición del poeta puede captar “en los muchos rostros y voces donde se dice Él en su decir sin fin, incapturable / como el silbo del barco entre la niebla / o el restallar del mar bajo la noche”. En su libro de poesía anterior Tríptico del desierto (Ediciones Era, 2011), con el que se hizo acreedor al Premio Nacional de Poesía Aguascalientes 2009, nos dice que Dios, hecho carne, habita los seres humanos, siendo así el cuerpo un puente entre el allá y el acá, entre el mundo humano y el mundo intangible, lo que desemboca en una conciencia de la sacralidad del cuerpo: Heme de nuevo aquí […] habitando mi carne como se habita el templo, heme aquí recuperando lo que estaba velado, lo que las cosas guardan sin saberlo y que el hombre extravió…

Pero no sólo se trata del propio cuerpo, sino del ajeno también, gracias al milagro del amor que hace posible descubrir más allá de uno mismo, en la persona amada, la inasible presencia de Dios; su poema “El otro” lo afirma: …y un día descubrimos, en la exacta mirada de unos ojos que nos | miran de lejos su inasible presencia […] cómo lo poseemos y escapa a nuestra entrega, cuando en la intimidad, consumidos de asombro, entramos en su abismo: los labios entreabiertos, la mirada extraviada en un follaje de signos

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donde estalla el gemido inhabitable y gozamos de un qué que nos elude.

Y aun más allá de los cuerpos, la inasible presencia manifiesta también en la infinita multiplicidad de las cosas y los seres, en el recinto del Vacío universal: ¿Hacia dónde volverse que no se revele el | hueco, el vacío insondable de la ausencia?

En Vestigios, el presente libro, que contiene los poemas que escribió hasta antes del fallecimiento de Juan Francisco, su hijo, lo dice así: … hacia el hueco desciendo hacia dentro del hueco más vacío al ojo de la aguja buscándote hacia el fondo donde arden las ascuas y mi almendra despojada -ven en el hueco éntrame absconditustócala porque soy la agobiada la oscura la perdida tócala allí amor donde el brillo no logra consolar y el vértice es más hondo tócala allí otra vez hazme gemir de gozo resplandece de oscuro.

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También lo ha dicho de este modo: Me sedujiste, amor y me he dejado seducir, me forzaste y me pudiste […] tendida, cual la tierra contra el día, tus oscuras caricias me domaron hasta volverme yermo y luz baldía; y ahí donde tus labios se gozaron y sólo queda un hueco, un claro abismo, de tan simple y desnuda soy Tú mismo.

Paradojas del lenguaje y de la naturaleza humana: términos como “hueco”, “vacío”, “desierto”, “noche obscura”… El habla de los poetas místicos que deja entrever en todos los casos ‘ausencia’. En la obra poética de Sicilia se revela también con toda claridad el misterio del amor y del género en la poesía mística, en la que parece diluirse la persona del poeta para adquirir otra identidad, metafísica quizás, y tomar el mando la voz femenina del alma. Un momento del lenguaje que aflora desde las profundidades del ser, en que todas las criaturas, hombres y mujeres, somos hijas de la naturaleza, hembras a la intemperie ajenas al ámbito de la cultura ante la omnipresencia de Dios, que es así mismo el Engendrador, la Presencia, el Hueco, el Verbo encarnado. Misterios del habla del poeta, del místico, de la lengua de la persona que busca su Realización intemporal. San Juan de la Cruz lo dice así en su “Cántico espiritual”: …Pues si ya en el ejido de hoy más no fuere vista ni hallada, diréis que me he perdido; que, andando enamorada, me hice perdidiza, y fui ganada.

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Ciudad de México, 2012

© José Ángel Leyva

Transformar las facultades sensoriales Javier Sicilia es un poeta místico laico poseedor de un sistema místico intensamente personal, sin ánimo proselitista o mesiánico, un camino en el que busca la Palabra exacta y justa en la que quiere ser redimido (la palabra de la poesía, la del poeta); a diferencia del camino místico que recorrió y luego concibió para beneficio de los demás, con espíritu didáctico, el monje carmelita descalzo San Juan de la Cruz, que narra en sus escritos en prosa y en su famoso dibujo pedagógico denominado “Subida al Monte Carmelo” el camino a lo sagra-

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Javier Sicilia dialoga con el escritor canario Juan Carlos de Sancho. A la izquierda José Ángel Leyva.

do, el método para lograr la cima de la perfección que les es posible alcanzar a los seres humanos. De Sicilia puede decirse que su sistema místico se despliega en el entramado inquietante de sus versos y en la escritura de sus novelas, y que su concepción de la manera en que puede ayudar a los otros se da no en el ámbito de la creación poética o la religiosidad, sino en el campo del fragor social, a través de su labor como analista político, como crítico del sistema capitalista y de la enajenación consumista, de la sumisión y adoración contemporáneas por la técnica y el mercado, todo esto realizado en la prosa del periodismo y en su activismo en la sociedad. Su poesía, que es un modo distinto de incidir en la gente a otro nivel, quizá imperceptible, se alimenta de su visión trascen-

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dental de las cosas del espíritu, de su absoluta certeza de la presencia de lo eterno inmarcesible en la majestad del silencio y el hueco, y de la justicia de ese estado de cosas: …porque si el dios viniera, si acaso él viniera detrás de las estrellas, si diera un solo paso fuera de su palabra, su solo aliento ocuparía todo hasta matarnos, pues sentirlo es tocarlo en los sentidos…

Unos sentidos, en este caso, sobre los que se afana el poeta, que busca transformarlos para que recobren su función original, o sea, darle el acceso a la Realización merced al milagro de la fe en la Palabra de la poesía; unas facultades sensoriales libres

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de culpa y de automatismos negativos que hagan posible la visión, la percepción trascendente; una limpieza del pensamiento basada en la reeducación de los hábitos mentales, en el fondo un regalo de la naturaleza que es consecuencia del trabajo sobre el propio ser interior del poeta (y de su labor y sus búsquedas con el lenguaje). O quizá se trate solamente de una gracia recibida sin saberse por qué, ni cómo viene ni a dónde va. Porque como ha dicho Sicilia de sí mismo en el prólogo a su libro La presencia desierta (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Querétaro, 1996): “Toda poesía narra un largo viaje hacia la luz. En mi caso ese viaje es, como el título de mi primer libro, una Permanencia en los puertos (UNAM, 1982); porque en realidad, nunca partí. Desde que decidí viajar para encontrar a Dios, Él ya estaba en mí y me aguardaba. Mis poemas, en su pequeñez, son sólo un atisbo a las confidencias de su misterio.” Todo está aquí, sí, todo […] y, sin embargo, estuve en este instante en que al pasar siento la hierba, la caída del árbol, el mudo despuntar de la hoja en invierno | […] la música callada oculta entre las cosas, el Verbo que se dice sin oírse y que al hacer el tiempo refulge en cada | cosa, en cada historia.

Los poemas del libro Vestigios son, como casi toda su obra, oraciones fervorosas y sentidas, letanías de alabanza y gratitud por el don de la vida, testimonios de su fe, clamores en el desierto, de su caminar por esta existencia como por el exilio o

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el jardín del Edén, lugares aptos para la reflexión, para el aprendizaje duro y real, para el anhelo y la gloria de la contemplación. Vestigios es un llamado constante a Dios. Es la expresión de un anhelo de trasmundo; está saturado, imbuido de amor en todas sus páginas, en cada palabra y cada verso. En este sentido es un poemario impecable. Y también en su presentación. Sicilia se ha tomado el trabajo de anotar en éste en qué versos, de qué poetas, se ha apoyado en ocasiones para la elaboración de estos poemas. Casi toda la obra de Sicilia es una combinación exitosa de metro (sobre todo versos de 7 y 11 sílabas) e irregularidad (verso libre, obra abierta), a lo largo de la cual este poeta nos deja atisbar su vía mística, el testimonio de su experiencia en la búsqueda de Dios, de la cual deriva la mayor parte de su poesía. Ha sido notable el activismo político y social su labor editorial y periodística, y desde luego la prosa -brillante y convincente, siempre del lado de las mejores causas de la sociedad- que en estos géneros despliega. Como es de todos sabido, un aciago día de marzo de 2011, un hijo de este gran poeta, Juan Francisco, fue secuestrado y asesinado en la ciudad de Cuernavaca, al igual que otros seis muchachos compañeros suyos con los que se hallaba reunido. Estos horribles homicidios -gratuitos, alevosos, ejecutados sin piedad y completamente injustificados, ya que quedó totalmente aclarado que las víctimas no tenían ninguna relación con las mafias del poder, de la política y del narcotráfico que los ejecutaron- se dieron en el contexto de la extrema violencia que vive México como resultado de décadas de una vida social degradada por una enorme desigualdad social y por la corrupción e impunidad, ejercidas

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sobre todo en las altas esferas gubernamentales y económicas. Como consecuencia de ello, e impulsado por el dolor, la rabia y la indignación, Javier Sicilia inició una cruzada nacional de protesta para exigir justicia para las innumerables víctimas de esa situación y sus familias, por el cambio de dirección de la política contra el narcotráfico, a la que considera equivocada e inmoral, aglutinando en ella a las familias enlutadas y agraviadas, y visibilizando a los asesinados en esa guerra, recuperando para ellos una identidad, ya que hasta ese momento eran considerados sólo un número, “bajas colaterales” sin rostro, nombre y apellido. El movimiento creado por el poeta lo llevó a él y a miles de sus seguidores, muchos de ellos representantes de otros movimientos sociales, defensores de los derechos humanos y miembros de organizaciones no gubernamentales de este país y de otros, y a amplios sectores de la sociedad mexicana, a extenuantes marchas en distintas ciudades del país, a mesas de discusión y a entrevistas con políticos, gente del poder y del dinero -de las cuales surgieron pocos resultados positivos, promesas oficiales incumplidas y mucha frustración para Sicilia y el movimiento- y hasta a una gira por los Estados Unidos para dar a conocer la realidad de la violencia en México y su conexión con el consumo de drogas en aquel país y el flujo de armas de allá hacia México. Pero el verdadero daño colateral (para la poesía de nuestra lengua) fue la decisión del poeta de abandonar la escritura de poemas, al considerar que “la Palabra ha sido herida de muerte” con el asesinato de Juan Francisco y las promesas incumplidas. Quizá sea ésta una decisión difícil de

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llevar a cabo. Porque hacer a un lado el don que le ha sido otorgado de poder expresar bellamente y con profundidad, en heptasílabos y endecasílabos, lo que se habla y se escribe, aromando de este modo, como una ofrenda, el camino intangible que lo une a su hijo, no va con el sentido de la fe que ilumina la existencia de este poeta. Javier Sicilia rezuma poesía por todos los poros en todo lo que hace, ya sea escribiendo artículos en la revista Proceso o en La Jornada semanal, editando sus revistas Ixtus o Conspiratio o en su propia cruzada, que es en sí misma un poema público didáctico con el que nos instruye y con el que dignifica y oxigena la vida pública mexicana. Sicilia no puede dejar de hablar y pensar en poesía. El grito de batalla con el que inició su movimiento: “¡Estamos hasta la madre!”, es un verso octosílabo perfecto, y lo mismo sucede con el nombre mismo de su cruzada: Movimiento por la paz con justicia y dignidad.

* Posdata que se titula: Un poeta de los pocos que hay Eres un poeta de los pocos que hay, Javier Sicilia. Los ramalazos de la vida y la muerte no te enredan no te doblegan: te tienden puentes, te arrojan lianas

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para cruzar a otro lado. Tampoco menguan tu fe. Hoy escribes un poema público didáctico en beneficio nuestro del que aprendemos todos del que aprendemos todo. Gracias, poeta Sicilia, por tu obra poética hermosa por tu obra política impecable. En el poema de Maiakowsky toma la palabra el camarada “máuser” en el tuyo tiene la palabra la compañera | “movilización”. Eres un poeta de los pocos que hay, Javier Sicilia. Tu hijo sacrificado sigue su camino hacia | Dios (hacia el nirvana, dicen otros): un lugar recóndito en el corazón

de todos los que aman a su prójimo; esa es tu causa la de todos nosotros. Te dieron el bastón de mando y la rama | florida, Javier Sicilia, en Topilejo y el premio “Corazón de León” en nombre de todo el pueblo mexicano: nada más justo y más preciso. Un dolor extremo, Sicilia, puede purificar el corazón como es tu caso. Perdona estas palabras torpes, Javier. Tu dolor es nuestro, el nuestro es tuyo. Gracias, poeta Sicilia por el polvo del camino por el sudor y las lágrimas por tanto esfuerzo por tanta fe.

Sergio Mondragón | México,1935. Poeta, ensayista, editor y periodista. Cofundador y codirector de la revista de poesía El Corno Emplumado. Ha sido editor de revistas culturales como Japónica, Memoranda, Revista de Estudios Budistas y Revista de Literatura Mexicana Contemporánea. Ha impartido cátedra en las universidades Iberoamericana, de México, de Illinois, Indiana, y de Ohio, en Estados Unidos. Fue reconocido en 2010 con el Premio Nacional Xavier Villaurrutia por su libro Hojarasca. Es autor de cinco libros de poesía y de varias antologías.

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Poemas de Javier Sicilia Parusía Muy próximo está el dios y es difícil captarlo1 en nuestros ojos ciegos por la herrumbre se estrecha el horizonte y no hay Ángel ni Genio que pueda arrebatarnos nadie arroja una red al norte del futuro2 en ríos caudalosos con sombras que escribieron las piedras y es difícil captarlo 1 Cf. Hölderlin, himno “Patmos”. 2 Cf. Paul Celan, “En los ríos al norte del futuro”.

y si hubiera llegado Miriam si ya estuviera aquí donde tú y yo miramos la mañana bajo la herrumbre espesa de los ojos en la red enredada entre las piedras y el oído apagado por la cera del ruido si ya hubiera llegado -tan próximo está el dioscon la barba de luz de los patriarcas y la gloria del hijo en el relámpago del cielo si hubiera ya llegado Miriam tan sólo escucharíamos balbucir en sus labios lo único ya audible en estos tiempos sin tiempo incomprensible y claro como el dios que no vemos Pallaksch Pallaksch.3 3 Estas palabras, esta glosolalia, eran las que al final de su vida utilizaba Hölderlin y que a veces quería decir “sí “y a veces “no”. Cf. También, Paul Celan, “Si viniera”.

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El camello Llevando la joroba de mi fe busco la puerta estrecha de la aguja allá está en lo imposible más allá del escombro que relumbra di que allí está él -a pesar del cerrojo de los muroscomo un consuelo de agua dime que él es el ojo de la aguja di dilo de nuevo di que es fácil pasar hilvanarme porque larga es la noche y todo es ya imposible di dime de nuevo dilo otra vez en lo oscuro de lo oscuro di que entraré allí con mi joroba.

Mamá Ya no quedan resquicios los años se vinieron excavados de ausencia y el tiempo se hizo duro en nuestra carne ahí nos encontramos y tomamos café buscando una ranura en los muros del tiempo pero ya no hay resquicios madre a veces sin embargo me miras y el gastado jade de tus ojos revela las luciérnagas de la niña que fuiste y resplandece resplandece ¿quién? bajo la casa en sombras todavía el misterio florece tras las tapias.

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Los restos Del verano volvimos, del misterio, mitad atados medio libres también regresamos a casa4 contemplando los restos de su estancia, buscando entre las sombras porque es invierno en la ciudad doliente5 y aquel que habíamos visto y aguardaba en medio del desastre estaba ido. ¿Sólo una capa parda, una prenda vacía, un fantasma, camino de regreso, habíamos visto?,6 y el sabor del hogar, el libro abierto, la oscura lumbre amada de sus ojos donde entonces bebimos y comimos7, ¿una alucinación tan sólo, una mentira?. Y bordeamos el muro de la città dolente, bañados por su sol, hacia Amanalco8, contemplando los restos de su estancia como el trazo profundo de su rostro, quando incontrammo una schiera che venian lungo l’argine, e ciascuna ci riguardava come suol da sera e si ver noi aguzavan la ciglia come’l vecchio sartor fa nella cruna9, 4 Cf. Javier Sicilia, “Época” y “La estría en el yermo”. 5 Cf. Ibid. y Dante, “Infierno”, canto I. 6 Cf. “La estría en el yermo”, canto IV; T.S. Eliot, Tierra baldía, canto V, “Lo que dijo el trueno”: Mt. 7 Cf. Javier Sicilia, “Época”. 8 Cf. Malcom Lowry, Bajo el Volcán. 9 Cuando un grupo de almas vimos que pasaban/ siguiendo el muro que descrito dejo/ y cada una de ellas nos miraba/ como se miran dos –el entrecejo/ frunciendo—si la luz lunar no brilla/ o como enhebra el hilo un sastre viejo. Dante, “Infierno”, canto XV. La traducción es de Ángel Crespo.

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que no podían ver lo que veíamos en los restos dejados de la cena. Y aunque no hubiera visto lo que un día miré, aunque no hubiese escuchado lo que un día escribí, aunque bajado hubiésemos hacia sombras más densas y el cuervo devorara las migas que llevamos para hallar el camino10, aunque no hubiera puerto ni hermosa permanencia en sus flujos de paso11, sino esta selva oscura a mitad del camino12, aunque el grupo de almas que bordea el muro no levantara el rostro y la puerta estuviera ya cerrada ni el camino que sube fuera ya el que baja13, siempre hay una estría, un hueco entre los restos, un puñado de cosas abiertas al abismo, tan simples, tan desnudas como un puerto olvidado, como el finito omega que circundan sus ojos en la pura pobreza de un pesebre donde contemplo en el silencio todo. Ya no hay más que decir el mundo ya no es digno de la Palabra nos la ahogaron adentro como te asfixiaron como te desgarraron a ti los pulmones y el dolor no se me aparta sólo pervive el mundo por un puñado de justos por tu silencio y el mío Juanelo. 10 11 12 13

Yo p oeta

Cf. Grimm, Hansel y Gretel. Cf. Javier Sicilia, Permanencia en los puertos. Cf. Dante, “Infierno”, canto I. Cf. Heráclito y T.S. Eliot, Cuatro cuartetos.

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Poetariad o

Los Shabtis

Kyra Galván Haro México, D.F. Licenciada en Economía por la UNAM; ha realizado estudios en Literatura, Poesía, Fotografía e Historia del Arte. En 1980 ganó el primer lugar en el concurso de Poesía Joven Elías Nandino con el libro, Un pequeño moretón en la piel de nadie. Ha vivido durante largas temporadas en Japón e Inglaterra. A la fecha cuenta con cinco libros de poesía publicados. Ha traducido poesía de Ana Ajmátova, Dylan Thomas y otros autores. Su primera novela, Los indecibles pecados de Sor Juana, fue publicada en 2010 por Planeta. Ha impartido cursos y talleres sobre el oficio de escribir en los géneros de relato y poesía.

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Los colocaron alineados alrededor de mi tumba: listos para obedecerme con presteza, a los Shabtis, mis sirvientes de barro. Una variedad de hombres y mujeres -vestidos y ataviadospara hacer los deberes que les correspondían en la otra vida, con orgullo y lealtad. Algunos, yacen rotos sobre el piso y otros, convertidos en polvo ante mis pies. Debieron acompañarme en mi viaje a la tierra de los muertos y resucitar en carne y hueso al ritmo de mis palabras mágicas. Pero en el largo camino hacia el reino de Osiris olvidé mis ataduras a la vida y el hechizo quedó disuelto en el éter intemporal. Ellos se quedaron inmóviles como figurillas de arcilla que | eran. Permanecieron frágiles, pequeños y sordos. Son vestigios de una memoria sin sentido. Prescindí de los sortilegios y estoy desprovista de sirvientes. Sola y abandonada, recojo los desérticos escombros de mi alma.

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Amor sobre el agua La barca de madera de sicómoro, que yace taciturna entre los juncos de papiro será mi lecho nupcial esta noche cuando, con tu lengua de gato lamas mi cuerpo entre los vaivenes rítmicos y los suspiros ahogados de las aguas del Nilo.

Los dos señoríos La dualidad domina lo creado en la tierra. La arcilla negra, Kemet, es nuestro sostén. Deshret, la arena roja, es la habitación del chacal. En todo lo creado se refleja el antagonismo entre lo negro y lo rojo. Lo húmedo y lo reseco. Entre lo femenino y lo masculino. Y tú, amado, vienes a mí con palabras melosas, a pedirme el corazón, sin el cual no puedo vivir. Y sin pensarlo, te lo entrego complacida para que lo plantes en la orfandad del desierto. Ya no vivo en la tierra negra, ni muero en la tierra roja. Soy arena infinita del tiempo, sin color, sin pertenencia y sin destino. Y vivo sin vivir / en la potestad del rojo, y en lo diminuto del negro.

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Explícame, amor Explícame. Cómo es que yo, la maestra de las cortesanas, la dueña de las llaves, la poseedora de las joyas, terminé desposeída de todos mis atributos siendo alumna de un joven imberbe.

Feminicidio Era la hora en que Ra-Horakti bebe sediento la sangre del horizonte. Llegaste ataviado con tu ira y con la piel pintada de rojo por la luz del sol, puntual, al impetuoso intervalo de nuestra cita amorosa. Pusiste tu mano en mi cintura y me doblaste, como a una vara de papiro hasta que me quebré. Y me quedé muerta -para siempreapretando en mi puño tu violencia y con el sol escabulléndose apresurado en mis ojos.

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Sierpe

Entre las formas que van hacia la sierpe… Federico García Lorca

Álvaro Salvador Granada, España, 1950. Ha publicado nueve libros de poemas reunidos en el volumen antológico, Suena una música, 1996, y por su más reciente libro, La canción del outsider, obtuvo el premio Generación del 27 en 2008. Su poesía ha sido incluida en numerosas antologías y traducida a varios idiomas. Junto a Luis García Montero y Javier Egea promocionó, a comienzos de la década de 1980, la tendencia poética bautizada como otra sentimentalidad, germen de la llamada poesía de la experiencia. Ha publicado varias obras de teatro y dos novelas, Un hombre suave, 2000, y El prisionero a muerte, 2005. Entre sus publicaciones de ensayo destacan las ediciones de Rubén Darío, Julián del Casal y la poesía hispanoamericana actual. Por su trabajo El impuro amor de las ciudades obtuvo el Premio Casa de las Américas de ensayo en 2002.

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Bajo el parral, indolente te abismas en el libro. La mañana está en calma, no hace frío, ni calor, no se oye nada... En el azul del cielo dos nubes muy pequeñas atestiguan felices la hermosura del día. Te adentras, sin sentir, en la maleza del tiempo tan distinto que el libro te promete en cada línea. No hace frío ni calor, no ocurre nada... De improviso, por encima de páginas y símbolos, ella se alza curiosa, exploradora, indiferente a ti, a la bondad del día, a tus sueños de siempre: SSSS.... la serpiente.

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Ocho de Marzo Hace ahora la edad de una muchacha que murió mi madre, una muchacha adolescente, una muchacha rubia como la nostalgia. Hace una edad casi infantil, una edad púber; sin embargo, yo no soy ya como ese niño que buscaba a su madre por entre las rocas. Mi madre y yo nunca nos encontramos, nunca nos pronunciamos palabras de amor, nunca, hasta ahora, nos echamos de menos como el agua y la tierra, pero yo aún recuerdo a ese niño que buscaba a su madre por entre las rocas, y hace la edad de una muchacha, una muchacha rubia, una muchacha adolescente, una muchacha que nunca tuve, que no nació de mi amor y sin embargo hace ahora la edad que se murió mi madre y ella nunca existió.

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II Bajada a los infiernos (Fragmentos de Nueva York)

No quise hacerle el amor, porque esperaba un hijo. Y el hijo de otro padre me indujo a respetarlo. No podías comprender porque tú no eras madre. Beatriz, embarazada, conduce el Datsun gris en la noche gris perla de nuestro advenimiento. Después del puente Washington bajada a los infiernos: sin duda aquella no era tu SALIDA. Entre las grises calles del silencioso Harlem la niebla levantaba un miedo frío.

Dos homeless se calientan la conciencia en el fuego de un cubo de basura. Tres jóvenes disputan en la puerta de un bar, bajo las letras sucias de un anuncio Budweiser. Nosotros avanzamos con el Datsun como almas en pena, tras la sirena de orden que nos salva del emboscado mar. Recuerdo que esa noche te excitaste con la fotografía de dos homosexuales. Recuerdo que decías a mis ojos: -No comprendo por qué no hace el amor con ella.

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Wirikuta Cuando el jaguar se alimenta alguien muere Un halcón surca el desierto Queda su estela flotando

Jesús Sepúlveda Santiago de Chile, 1967. Autor de los poemarios Reinos del príncipe caído, 1989, Beca Fundación Pablo Neruda; Hotel Marconi, 1998, traducido al inglés y al francés y llevado al cine; Correo negro, 2000, Premio de Poesía Perro Negro, y Escrivania, 2003. Su ensayo ecoanarquista El jardín de las peculiaridades, 2002, ha sido traducido al inglés, francés, italiano y portugués. En la década de 1990 dirigió la revista Piel de Leopardo y codirigió el periódico bilingüe de poesía Helicóptero. Es también coautor de la antología de ensayos Rebeldes y terrestres, 2008. Reside en Eugene, Oregón, noroeste de Estados Unidos.

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Valle de carne Peregrinos del Venado Azul La montaña yace en silencio Abre sus ojos en la oscuridad

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Yagué Somos cristales ¿Qué somos? Perlas enlodadas que limpian la mente Residuo turbio del pedregal Perlas pedregosas que palpitan Turbulento río que entra por la boca y sale del cuerpo La serpiente alba es una estela en penumbra Siluetas de troncos y ramas en movimiento Al fondo las raíces acuáticas rozan con sus vellos el vuelo de gusanos rectos lanzados desde la oscuridad Culebrillas verdes y moradas

¿Una luz inyectable que encandila un brinco fugaz visto de reojo la bolsa amniótica donde balancearse y estirar los dedos? ¿O párpados abiertos que se vuelven a cerrar?

La cuerda cobriza del cerebro se suelta como caja de música en silencio

Ver el tiempo como espejo infinito repetido en | otro La misma imagen cúbicamente recortada por todos sus costados

Perlas sin habla cuyos tímpanos nítidos oyen el sibilante zumbido de las flechas

Beberse un río con fango e insectos

¿Qué somos?

Saltar del túnel al valle de las cosas claras Luz matinal La aparición de la corteza como lomo de lagarto El flujo incesante que contiene el pensamiento ¿Qué somos? Una cristalería de lujo que hay que limpiar

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Relumbre Regreso a casa Capullo abierto a mediodía Vacío resbaladizo Las piezas del ajedrez quedan quietas me despido me parto como piedra a la intemperie me desato en la soledad Tiemblo Refulge la luz en las losas del pasillo bajo el lento bastón de mi viejo y la bolsa cargada de mi vieja ¿Qué es esto? Reflejos en la pared a veces no como porque muerde la neurosis o hace frío Llego como extraño Cuartos de realidad

Tengo visiones de una anciana que mira con perfil de antepasado remoto y un brasero que relumbra en mi frente ¿Qué es esto? ¿La bola de cristal en la panza turbia de una pipa de agua o el vaso tímido tras el estante? Cada cuarto respira Pulsaciones de vientre Péndulo que marca el tictac Todavía se oye el silbato del tren traquetear en la tarde tristemente ¿Qué es esto? La luz que nos acompaña cuando cerramos los ojos

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Soñar las escaleras I

Mónica Braun México, 1965. Poeta, narradora y editora. Egresada de la carrera de Lengua y Literaturas Hispánicas de la UNAM; estudió la maestría en Letras Modernas en la Universidad Iberoamericana. En 1994 obtuvo el XXVII Premio de Poesía Punto de Partida. Autora del libro de poesía La luz inversa (UAM, 1996), y del libro de crónica-ficción Sexo chilango (Planeta, 2006), y co-autora, con Alma Aldana, del libro de sexología Sexo sin dolor (Grijalbo, 2009). Actualmente es coordinadora editorial de Trilce Ediciones.

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El intestino de la angustia es la escalera El laberinto ascendente donde suenan mis pasos Alguien detrás afila su odio con la risa Hacia ninguna parte corro Nunca podrá alcanzarme el filo de esas manos El edificio está vacío Todo el edificio es de peldaños He olvidado el nombre Todas las risas son la misma risa Nunca sabré por dónde está la puerta La escalera me sube por los brazos Alguien en alguna parte espera Siempre cruzo la puerta equivocada Algo de mí olvidó el regreso Afuera debe ser de día Dicen que la quietud existe Quisiera despertarme para siempre ¿Dónde perdí las llaves de este sueño? ¿En qué punto detenerse? ¿Dónde la salida?

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II Esta vez hay un camino descendente Un tramo de escalera como un brazo Peldaños que se angostan Arriba el camino de ninguna parte El eterno retorno de la pesadilla Esta vez he decidido detenerme Al final de esa otra escalera un muro Una mano que detiene la caída Dicen que afuera está la calle Yo sólo quiero estar aquí sentada Que las risas se vayan adonde el laberinto Yo sólo puedo quedarme aquí y cerrar los ojos No correr más No soñar esto una vez más Sólo quedarme quieta hasta que se despeje el sueño Lentamente recordar el camino de regreso Dicen que algún lugar está mi casa Yo sólo puedo creer que eso es cierto Entregar mi esperanza a la vigilia

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El artista Dejaba caer voces de lluvia sobre las paredes de un edificio en cascajo, como su corazón. Aplaudía la sangre ofrecida en espectáculo pues le temía a la navaja del barbero, a un simple cuchillo de cocina. Podía meter un ojo mecánico en su jaula, pero no sacar sus ojos de su encierro. Vino suplicando un incendio y luego huyó con sus muecas de espanto su hermana sorda su padre esquizofrénico su madre de ojos secos. Buscaba la aridez del jardín bucólico para sembrarlo en su pantano, la perfecta facilidad para tomar un fruto. Era una planicie sin eco, un círculo de perfecta inmovilidad. No era sino el reflejo sordo de mi propio incendio, estrellas muertas. Dejó un rastro de alfileres rotos. Desfiguró con su voz el aire pronunciado, le quitó su redondez a las palabras. Todo lo empañó su turbia respiración. Le di una cobija y me devolvió una madeja de sucia lana. Y siempre que prometa su corazón como una ofrenda habrá de recordarlo.

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Democracia real

Luis Antonio de Villena Madrid, 1951. Poeta, narrador, traductor y ensayista. A los diecinueve años, sin terminar sus estudios de Filología Clásica y Románica, publicó su primer libro de poemas, Sublime Solarium. Estudioso de la poesía española contemporánea, también ha traducido a poetas y autores de la talla de Sandro Penna, Miguel Ángel Buonarotti y Oscar Wilde. Es además autor de novelas y relatos como El burdel de Lord Byron, Premio Azorín en 1995. Recibió además el Premio Nacional de la Crítica en 1981 por Huir del invierno, el Premio Internacional Ciudad de Melilla en 1998 por Celebración del libertino, y el Premio Sonrisa Vertical en 1999 por El mal mundo. Sus más recientes poemarios, Las herejías privadas y Amores iguales, fueron publicados en 2001 y 2002.

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Triunfarán. No puede haber duda. Las pancartas llanamente pintadas. Cien gritos en veinte megáfonos. Los chubasqueros rotos. El porro que pasa. La vieja realidad de los adoquines. La otra mugre harapienta del botellón. Las miles de intactas gargantas. Contra la cellisca o el sol tuberoso. Triunfarán. Pero no ahora. No ya. El Poder levanta aún más de dos zigurats tremendos sobre cuatro ríos inmensos. Pero las consignas resplandecientes, la voz sin fisuras de la verdad. Triunfarán. Nadie debiera dudarlo. El mundo tendrá que dar otra vuelta de campana para salvarse o perecer. Triunfarán. Pero ¿las verdes praderas, los árboles igualitarios, felices, que brotan leche y miel? ¿O la bota, el gas, la procacidad del mando, otra vez, de otra similar distinta manera, el horror? El arpa o la filosa espada. La nada repetida o la luz solar, al fin, omnisciente, inundándonos de fe, de saber, de futuro, de valor. La vida no es buena, ni noble, ni sagrada. Triunfarán, como irreversible ecuación. No ahora mismo. Pero serán, golpearán, desfilarán, cantarán; himnos, bendiciones, congojas, principio, final, mares, galernas… Serán. Pero ¿no repetirán otra vez? Sabiduría: la voz que siempre se teme pronunciar.

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La vida Era una puta europea (húngara, para más señas) extraordinariamente hermosa. Y tenía el mejor burdel de la ciudad. Pero no en regla sus papeles de inmigrante. Dillinger, el gánster alto y delgado, era su mejor cliente: Una salvaje flor de los duros años 30… No era difícil. La policía le dijo: basta que señales. Nada más. Ella lo hizo. El murió acribillado a plomo y ella tuvo el mejor (el más mítico) burdel de la ciudad. ¿Tú lo habrías hecho? Claro, claro, lo normal es decir que no. Que el honor, la decencia, la palabra dada, incluso el amor. Lo sé y voy a creerte un rato. Pero la mayoría hubiera señalado con el dedo. Porque (retórica aparte) somos seres viles, pequeños, agresivos, sedientos de hosca supervivencia y nos agarramos a un sucio clavo ardiendo. Somos la raza que se destruye entre sí, la raza que acabará con este pobre planeta, los inventores de la calumnia y la traición, quienes engañamos a los amigos, abandonamos a los ancianos, damos medio cobre a los sidosos mientras el pecho se nos llena de repugnante autosatisfacción. Cuando veas a un autosatisfecho sabes donde hay un canalla. Cuando veas a un generoso, ves a un miserable con mala conciencia. Cuando veas a alguien que se tiene por noble verás al más repugnante y mayor embustero de esta pobre tierra. Mentirosos, tramposos, egoistas, canallas, vanidosos, infieles, gente vulgar con corazón de hormigas moribundas, destructores, ególatras, faltos de caridad que no sea autoencomio, dime, ¿de veras no hubieras señalado al gánster alto, de piernas largas, talle juncal, ternos a rayas, y buen follador encima? Claro que habrías señalado. Como dijeron la Sibila y David el mundo se disolverá en ceniza. Basta ver. Nos sobran profetas.

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Cavafis en Atenas. 1932. Es una foto. Triste, si son tristes las fotos… Sin los lentes, un hombre mayor mira con vaga tristeza. No parece lustrosa la chaqueta ni la bufanda cualquiera entorno al cuello. Todo es viejo y gastado, como la foto misma. Probablemente el viejo o avejentado señor sabe que va a morir, que está tocado, y clama: ¡Ah de la vida! ¿Nadie me responde? La esencia del pasado está en la pulcritud del silencio. Y él es ya sólo pasado, irreal materia que está en cada uno, en ninguno y en todos.Palpa el aire ático y la mano de piel olivácea está vacía… ¡Polvo de Píndaro y Cirene, polvo de los Lágidas o Alejandro! Sólo está pensando: volveré a casa. Diré a Dimitri que traiga a sus amigos algunas noches y veré (agradecido, llorando sin ser visto) esa misma belleza esplendente que me consumió y adoro. La festejaré callado. Un óbolo o treinta piastras. No diré: No queda nada. Después no somos nada. Huimos como el polvo de las arenas libias. Todo florece para un dios desconocido. Soy nada, fui nada y nada seré. Todo y nada para nadie. Sí, ¿para qué habré venido? He repetido esa pregunta… Me consuela la belleza de Calímaco y de Míisco. Me consuelan los muchachos de los antros de estío. Me consolaron el deseo y la luz. Pero ahora sólo hay polvo del desierto. Somos nada y nada queda… Desolado, se alza ante mi la Santa Sabiduría y los mosaicos y el oro que soñé de niño… Galileos o sin galileos ¿cuál fue nuestra culpa, ofendidos, manchados, execrados del Tiempo? Madrid, 28-Octubre-2011.

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Pilatos De veras, yo no hubiera querido estar allí… El lugar es tan hosco como sus gentes: Sequedad, polvo, camellos, llagas de leprosos y sacerdotes que gimen y vociferan apestando de todo… Créeme, no me gustan. Jamás los he querido. Intolerantes e hirsutos como paja vieja, pozos con poco agua, greña de | matojos. El hombre me pareció corriente, uno de tantos iluminados de por allá, proliferan como arañas, pero bueno, sí, esencial y llanamente bueno, mas ¿de qué sirve eso entre sacristanes y cabreros? Cayendo la tarde pasé junto a la cruz. Sé que no merecía aquellas espinas ridículas y crueles, pero esa bruta gente es feroz, créeme. Pedí silencio al centurión. Me cubría un capuz | oscuro. Y en medio del horror y la sangre, en medio de gritos híspidos que no entendí, me dije: Es un cuerpo hermoso, y el cabello largo le entenebrece de violeta los ojos profundos… Podría ser un soberbio gladiador o el favorito del senador Sertorio, mi pariente. Y se me ocurrió salvarle la vida

y enviarlo a Roma, limpio y curado, con túnica de seda. ¿Y qué dirían los sacerdotes oscuros de ese templo más oscuro aún? Que los romanos nos entrometemos en sus cosas, que no entendemos a su iracundo dios, que no respetamos su castigo o su ceguera… ¡Qué más da! No podría, no pude hacerlo. Y el hombre murió ensangrentado y en vano. En Roma hubiera sido solicitado por bellas mujeres, y Sertorio le hubiese cubierto de flores los negros cabellos y de oro las uñas de los pies… ¡Hermoso como un Zeus pequeño, con sus ojeras tibias y sus ardidos ojos! Hubiese sido feliz, lo ví en su cuerpo desnudo. Pero fariseos y saduceos o como quieran llamarse hubiesen abominado de mi… ¡Bruta gente de | Judea! He jurado no volver. ¡Son tan zafios e | incomprensibles! Madrid, 19-IX-2011

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Turista perdida en Sudáfrica | Óleo sobre tela

© Rubén Arenas


O t r as l etras

Herejes (fragmento de novela inédita)

-¿M

Leonardo Padura

La Habana, 2007

ario Conde?

Apenas le llegó la pregunta del mastodonte con coleta, Conde comenzó a sacar sus cuentas: hacía años no le pegaba los tarros a nadie, sus negocios de libros habían sido todo lo limpios que podían ser los negocios, nada más le debía dinero a Yoyi... y hacía demasiado tiempo había dejado de ser policía para que alguien viniese ahora con una vendetta. Cuando sumó a sus prevenciones la entonación más ilusionada que agresiva de la pregunta, y le agregó la expresión de la cara del hombre, estuvo un poco más seguro de que el desconocido, al menos, no parecía traer intenciones de matarlo o caerle a palos. -Sí, dígame… El hombre se había levantado de uno de los sillones viejos y mal pintados que el Conde tenía en el portal de su casa y que, pese a su lamentable estado, el ex policía había encade-

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nado entre sí y luego a una columna, para dificultar la intención de que fuesen cambiados de lugar. En la penumbra, solo quebrada por la luminaria del alumbrado público -el último bombillo colocado por Conde en su portal había sido cambiado a otra lámpara ignota una noche en que, demasiado borracho para pensar en bombillos, había olvidado recogerlo- pudo hacer un primer retrato del desconocido. Se trataba de un hombre alto, quizás de un metro noventa, pasados los cuarenta años y también la cifra de kilogramos que le debían corresponder a su estructura. Llevaba el pelo, más bien escaso en la zona frontal, recogido en la nuca en forma de compensatoria coleta que, además, equilibraba su protuberancia nasal. Cuando Conde estuvo más próximo a él y logró distinguir la palidez rosada de la piel y la calidad de la ropa, formalmente casual, pudo estimar que se trataba de alguien procedente de allende los mares. Cualquiera de los siete mares. -Mucho gusto, Elías Kaminskydijo el forastero, trató de sonreír, y extendió la mano derecha hacia el Conde. Convencido por el calor y la suavidad de aquella manaza envolvente de que no se trataba de un posible agresor, el ex policía había puesto en marcha su chirriante computadora mental para tratar de imaginar la razón por la cual, casi a medianoche, aquel extranjero lo

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esperara en el oscuro portal de su casa. ¿Tenía razón el Yoyi y allí estaba, frente a él, un buscador de libros raros? Tenía pinta, concluyó y puso cara de desinteresado en cualquier negocio, como le había recomendado la sabiduría mercantil del Palomo. -¿Me dijo que su nombre es…?Conde trató de empezar a aclararse la mente, por fortuna para él no demasiado enturbiada por el alcohol gracias al shock alimenticio propiciado por la vieja Josefina. -Elías, Elías Kaminsky… Oiga, disculpe que lo haya esperado aquí… y a esta hora... Mire… -el hombre, que se expresaba en un español muy neutro, intentó sonreír, al parecer embarazado por la situación, y decidió si lo más inteligente no resultaría poner de inmediato su mejor carta en la mesa-. Yo soy amigo de su amigo Andrés, el médico, el que vive en Miami... Con aquellas palabras las tensiones remanentes del Conde cedieron como por ensalmo. Tenía que ser un buscador de libros viejos enviado por su amigo. ¿Yoyi sabía algo y por eso estuvo haciéndose el de los presentimientos? -Sí, ya, claro, algo me dijo... -mintió Conde, que desde hacía dos o tres meses no tenía comunicación alguna con Andrés. -Menos mal. Bueno, su amigo le manda recuerdos y… -hurgó en el bolsillo también casual de su camisa

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(de Guess, logró identificarla Conde)y le escribió esta carta. Conde tomó el sobre. Hacía años no recibía una carta de Andrés y sintió impaciencia por leerla. Algún motivo extraordinario debía de haber empujado al amigo para que se hubiese sentado a escribir, pues, como tratamiento profiláctico contra las acechanzas arteras de la nostalgia, desde que se radicara en Miami el médico había decidido mantener una relación cautelosa con aquel pasado demasiado entrañable y, por tanto, pernicioso para la salud del presente. Solo dos veces al año quebraba el silencio y se revolcaba en la morriña: las noches del día del cumpleaños de Carlos y la del 31 de diciembre, cuando llamaba a la casa del Flaco, sabiendo que sus amigos estarían reunidos, tomando rones y facturando pérdidas, incluida la suya, concretada hacía ya veinte años cuando, como advertía el bolero, Andrés se fue para no volver. Aunque sí había dicho adiós. -Su amigo Andrés trabaja en el hogar geriátrico donde estuvieron mis padres varios años, hasta que murieron -volvió a hablar el hombre cuando vio cómo Conde doblaba el sobre y lo guardaba en su pequeño bolsillo-. Tuvo una relación especial con ellos. Mi madre, que murió hace unos meses… -Lo siento. -Gracias… Mi madre era cubana y mi padre polaco, pero vivió en Cu-

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ba veinte años, hasta que se fueron en 1958. -Algo en la memoria más afectiva de Elías Kaminsky le provocó una leve sonrisa-. Aunque nada más vivió en Cuba esos veinte años, él decía que era judío por su origen, polaco-alemán por sus padres y su nacimiento, legalmente ciudadano norteamericano y, por todo lo demás, cubano. Porque en realidad era más cubano que otra cosa. Del partido de los comedores de frijoles negros y yuca con mojo, decía siempre… -Entonces era mi colega… ¿Nos sentamos? -Conde indicó los sillones y, con una de sus llaves, abrió el candado que los unía como un matrimonio forzado a la convivencia, y luego procuró darles una posición más favorable para una conversación. La curiosidad por saber la razón de que aquel hombre lo buscase había borrado otra parte del desánimo que lo perseguía desde hacía semanas. -Gracias -dijo Elías Kaminsky mientras se acomodaba-, pero no voy a molestarlo mucho, mire qué hora es… -¿Y por qué vino a verme? Kaminsky sacó una cajetilla de Camel y le ofreció uno a Conde, que lo rechazó con cortesía. Solo en caso de catástrofe nuclear o peligro de muerte se fumaba una de aquellas mierdas perfumadas y dulzonas. Conde, además de su filiación al Partido de los Comedores de Frijoles Negros, era un

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patriota nicotínico y lo demostró dándole fuego a uno de sus devastadores Criollos, negros, sin filtro. -Supongo que Andrés le explica en la carta… Yo soy pintor, nací en Miami, y vivo ahora en Nueva York. Mis padres no soportaban el frío, y por eso tuve que dejarlos en Florida. Tenían un departamento en el hogar geriátrico donde conocieron a Andrés. A pesar del origen de ellos, es la primera vez que vengo a Cuba y… mire, la historia es un poco larga. ¿Me aceptaría que lo invitara a desayunar mañana en mi hotel y hablamos del tema? Andrés me dijo que usted era la mejor persona posible para ayudarme a saber algo de una historia relacionada con mis padres… Ah, por supuesto, yo le pagaría por su trabajo, no faltaba más… Mientras Elías Kaminsky hablaba, Conde sintió cómo sus luces de alarma, hasta poco antes atenuadas, se calentaban una a una. Si Andrés se atrevía a enviarle a aquel hombre, que al parecer no buscaba libros raros, alguna razón de peso debía de existir. Pero antes de tomarse un café con aquel desconocido, y mucho antes de decirle que no tenía tiempo ni ánimos para involucrarse en su historia, existían cosas que debía saber. Pero... ¿el tipo había dicho que le iba a pagar, no? ¿Cuánto? La inopia económica que lo perseguía en los últimos meses asimiló golosa la información. En cualquier caso, lo mejor, como siempre, era empezar por el principio. -¿Me disculpa si leo la carta?

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-Por supuesto. Yo estaría loco por leerla. Conde sonrió. Abrió la puerta de su casa y lo primero que vio fue a Basura II, acostado en el sofá, justo en el único espacio que dejaban abierto varias pilas de libros. El perro, dormido y displicente, ni movió el rabo cuando Conde encendió la luz y rasgó el sobre. Miami, 2 de septiembre de 2007. Condenado: Falta mucho para la llamada de fin de año, pero esto no podía esperar. Sé por Dulcita, que regresó hace unos días de Cuba, que todos ustedes están bien, con menos pelos y hasta más gordos. El portador NO es mi amigo. CASI lo fueron sus padres, dos viejos superchéveres, sobre todo él, el polaco cubano. Este señor es pintor, vende bastante bien por lo que parece y heredó algunas cosas ($) de los padres. CREO que es buena gente. No como tú o como yo, pero más o menos. Lo que te va a pedir es complicado, no creo que ni tú lo puedas resolver, pero haz el intento, porque hasta yo estoy intrigado con esa historia. Además, es de las que te gustan, ya vas a ver. Por cierto, le dije que tú cobrabas cien dólares diarios por tu trabajo, más gastos. Eso lo aprendí en una novela de Chandler que me prestaste hace dos cojones de años. En la que había un tipo que hablaba como los personajes de Hemingway, ¿ya sabes cuál es?

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Todos mis abrazos para TODOS. Sé que la semana que viene es el cumpleaños del Conejo. Felicítalo de mi parte. Elías le lleva además un regalito mío y también unas medicinas que Jose debe tomar. Con amor y escualidez, tu hermano de SIEMPRE, Andrés. P.S. Ah, dile a Elías que no puede dejar de contarte la historia de la foto de Orestes Miñoso… Conde no pudo evitar que los ojos se le humedecieran. Con los cansancios y frustraciones acumuladas, más aquel calor y la humedad del ambiente, a uno se le irritaban los ojos, se mintió sin pudor. En aquella carta, donde apenas decía nada, Andrés lo decía todo, con esos silencios y énfasis suyos, tipográficamente mayúsculos. El hecho de que se acordara del cumpleaños del Conejo varios días antes de la fecha, lo delataba: si no escribía era porque no quería ni podía, pues prefería no correr el riesgo de venirse abajo. Andrés, en la distancia física, estaba todavía demasiado cercano y, al parecer, lo estaría siempre. La tribu a la cual pertenecía desde hacía muchos años era inalienable, PER SAECULUM SECULORUM, con mayúsculas. Dejó la carta sobre el difunto televisor ruso que no se decidía a tirar a la

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basura y, sintiendo el peso de la nostalgia añadida al de sus frustraciones más desveladas y perseverantes, se dijo que lo mejor para resistir aquella inesperada conversación era sostenerla mojada en alcohol. De la botella del ron perrero que había dejado en reserva sirvió unas buenas porciones en sendos vasos. Solo entonces tuvo plena conciencia de su situación: ¿aquel hombre le pagaría cien dólares diarios por ayudarlo a saber algo? Casi sintió un vahído. En el mundo destartalado y empobrecido en que Conde vivía, cien dólares era una fortuna. ¿Y si trabajaba cinco días? El vahído se hizo más fuerte y para controlarlo se dio un trago directamente del pico de la botella. Con los vasos en la mano y la mente desbocada de planes económicos regresó al portal. -¿Se atreve? -le preguntó a Elías Kaminsky extendiéndole el vaso que el otro aceptó susurrando un gracias-. Es ron barato…, el que yo tomo. -No está mal -dijo el forastero luego de probarlo con cautela-. ¿Es haitiano? -preguntó con aires de catador y de inmediato extrajo otro Camel y le dio fuego. Conde se dio un lingotazo largo y se hizo el que degustaba aquel mofuco devastador. -Sí, debe ser haitiano… Bueno, si quiere hablamos mañana en su hotel y me cuenta los detalles… -comenzó Conde, tratando de ocultar su ansie-

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dad por saber-, pero dígame ahora qué es lo que usted cree que yo puedo ayudarlo a averiguar. -Ya le dije, es una historia larga. Tiene mucho que ver con la vida de mi padre, Daniel Kaminsky… Para empezar, digamos que busco la pista de un cuadro, según todas las informaciones, un Rembrandt. Conde no tuvo más remedio que sonreír. ¿Un Rembrandt, en Cuba? Años ha, cuando solía ser policía, la existencia de un Matisse lo había llevado a meterse en una dolorosa historia de pasión y odio. Y el Matisse había resultado ser más falso que el juramento de una puta… o de un policía. Pero la mención de un posible cuadro del maestro holandés era algo demasiado magnético para la curiosidad del Conde, cada vez más acelerada, quizás por la combustión de aquel ron tan horroroso que parecía haitiano y la promesa de un pago contundente. -Así que un Rembrandt… ¿Cómo es esa historia y qué tiene que ver con su padre? -Empujó al extraño y añadió argumentos para convencerlo-. A esta hora aquí casi no hay calor… y me queda el resto de la botella de ron. Kaminsky vació su trago y le extendió el vaso a Conde. -Ponga el ron en los gastos… -Lo que voy a poner es un bombillo en la lámpara. Mejor si nos vemos bien las caras, ¿no cree?

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Mientras buscaba el bombillo, una silla sobre la que encaramarse, colocaba el bulbo en el enchufe y por fin se hacía la luz, Conde estuvo pensando que, en realidad, él no tenía remedio. ¿Por qué coño alentaba a aquel hombre a contarle su relato filial si lo más probable era que no pudiera ayudarlo a encontrar nada? ¿Solo porque si aceptaba le iban a pagar? “¿A eso has llegado, Mario Conde?”, se preguntó y prefirió, de momento, no hacer el intento de responderse. Cuando volvió a su sillón, Elías Kaminsky sacó una fotografía del bolsillo prodigioso de su camisa casual y se la extendió al otro. -La clave de todo puede ser esta foto. Se trataba de una copia reciente de una impresión antigua. El sepia original de la fotografía se había tornado gris, y se podían observar los bordes irregulares de la cartulina primigenia. En la estampa se veía a una mujer, entre los veinte y los treinta años, ataviada con un vestido oscuro y sentada en una butaca de tela brocada y respaldo alto. Junto a la mujer, un niño, de unos cinco años, de pie, con una mano sobre el regazo de la señora, miraba hacia el objetivo. Por las ropas y los peinados Conde supuso que la imagen había sido tomada entre las décadas de 1920 y 1930. Ya advertido del tema, luego de observar a los personajes, Conde se concentró en un pequeño cuadro

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colgado tras ellos, por encima de una mesilla donde reposaba un jarrón con flores blancas. El cuadro tendría, tal vez, unos cuarenta por veinticinco centímetros, a juzgar por su relación con la cabeza de la mujer. Conde movió la cartulina, buscando la mejor iluminación para estudiar la figura enmarcada: se trataba del busto de un hombre, con el pelo abierto sobre el cráneo y caído hasta los hombros, y una barba rala y descuidada. Algo indefinible se trasmitía desde aquella imagen, sobre todo desde la mirada entre perdida y melancólica de los ojos del sujeto, y Conde se preguntó si se trataba del retrato de un hombre o de una representación de la figura de Cristo, bastante cercana a alguna que debía de haber visto en uno o más libros con reproducciones de pinturas de Rembrandt… ¿Un Cristo de Rembrandt en la casa de unos judíos? -¿Este retrato es de Rembrandt? -preguntó, sin dejar de mirar la foto. -La mujer es mi abuela, el niño es mi padre. Están en la casa donde vivieron en Cracovia… y la pintura ha sido autentificada como un Rembrandt. Se ve mejor con una lupa… Del bolsillo casual salió ahora la lupa, y Conde observó con ella la reproducción, mientras preguntaba. -¿Y qué tiene que ver ese Rembrandt con Cuba? -Estuvo en Cuba. Luego salió de aquí. Y hace cuatro meses apareció en

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una casa de subastas de Londres para ser vendido… Salía al mercado con un precio base de un millón doscientos mil dólares, pues más que una obra acabada parece haber sido algo así como un estudio, de los varios que hizo Rembrandt para sus grandes figuras de Cristo cuando estaba trabajando en una de sus versiones de Peregrinos en Emaús, la de 1648. ¿Usted sabe algo de ese tema? Conde terminó su ron y observó otra vez la cartulina de la foto a través de la lupa, sin poder evitar la pregunta: ¿Cuántos problemas de la vida de Rembrandt -bastante jodida según había leído– se hubieran podido resolver con aquel millón de dólares? -Conozco poco… -admitió-. He visto láminas de ese cuadro… Pero si no recuerdo mal, en los Peregrinos Cristo mira hacia arriba, ¿no? -Así es… El caso es que esta cabeza de Cristo parece haber llegado a manos de la familia de mi padre en 1648. Pero mis abuelos, unos judíos que venían huyendo de los nazis, la trajeron a Cuba en 1939… Era como su seguro de vida. Y el cuadro se quedó en Cuba. Pero ellos no. Alguien se hizo con el Rembrandt… Y hace unos meses otra persona, tal vez creyendo que había llegado el momento, empezó a tratar de venderlo. Ese vendedor se comunica con la casa de subastas a través de una dirección de correos en Los Ángeles.

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Tiene un certificado de autenticación fechado en Berlín, en 1928, y otro de compra, autentificado por un notario, fechado aquí en La Habana, en 1940..., justo cuando mis abuelos y mi tía ya estaban en un campo de concentración en Holanda. Pero gracias a esta foto, que mi padre conservó toda la vida, yo he detenido la subasta, pues hay mucha sensibilidad con el tema de las obras de arte robadas a los judíos antes y durante la guerra. No le miento si le digo que no me interesa recuperar el cuadro por el valor que pueda tener, aunque no es poca cosa... Lo que sí quiero saber, y por eso estoy aquí, hablando con usted, es qué pasó con ese cuadro, que era la reliquia de mi familia, y con la persona que lo tenía acá en Cuba. Dónde estuvo metido hasta ahora... No sé si a estas alturas será posible saber algo, pero quiero intentarlo… y para eso necesito su ayuda. Conde había dejado de mirar la foto y observaba al recién llegado, atraído por sus palabras. ¿Había oído mal o decía que no le interesaban demasiado el millón y tanto que valía la obra? Su mente, ya desbocada, había comenzado a buscar rutas para acercarse a aquella historia al parecer extraordinaria que le salía al paso. Pero, en aquel instante, no se le ocurría la menor idea: solo que necesitaba saber más. -¿Y qué le contó su padre sobre la llegada de ese cuadro a Cuba?

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-Sobre eso no me contó mucho porque lo único que sabía era que sus padres lo traían en el Saint Louis. -¿El barco famoso que llegó a La Habana cargado de judíos? -Ese mismo… Sobre el cuadro, mi padre sí me habló mucho. Sobre la persona que lo tenía acá en Cuba, menos… Conde sonrió. ¿El cansancio, el ron y su mal ánimo lo volvían más bruto o se trataba de su estado natural? -La verdad, no entiendo muy bien… o no entiendo nada… -admitió mientras le devolvía la lupa a su interlocutor. -Lo que quiero es que me ayude a buscar la verdad, para yo también poder entender… Mire, ahora mismo estoy agotado, y quisiera tener la mente clara para hablarle de esta historia. Pero para convencerlo de que me escuche mañana, si es que podemos vernos mañana, nada más quiero confiarle algo… Mis padres salieron de Cuba en 1958. No en el cincuenta y nueve, ni en el sesenta, cuando se fueron de aquí casi todos los judíos y la gente que tenía plata, huyendo de lo que ellos sabían que sería un gobierno comunista. Estoy seguro de que esa salida de mis padres en 1958, que fue bastante precipitada, está relacionada con este Rembrandt. Y desde que el cuadro volvió a aparecer para la subasta, más que creer, estoy convencido de que esa relación de mi

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padre con el cuadro y su salida de Cuba tienen una conexión que puede haber sido muy complicada… -¿Por qué muy complicada? -preguntó Conde, ya persuadido de su anemia mental. -Porque si pasó lo que pienso que pasó, quizás mi padre hizo algo muy grave. Conde se sintió a punto de explotar. El tal Elías Kaminsky o era el peor contador de historias que jamás hubiese existido o era un comemierda con títu-

lo y diploma. A pesar de su pintura, sus cien dólares diarios y su ropa casual. -¿Me va a decir por fin qué fue lo que pasó y la verdad que le preocupa? El mastodonte recuperó su vaso y bebió el fondo del ron servido por Conde. Miró a su interlocutor y al fin dijo: –Es que no es fácil decir que uno piensa que su padre, al que siempre vio como eso, como un padre…, puede haber sido la misma persona que le cortó el cuello a un hombre.

Leonardo Padura | La Habana, 1955. Narrador, ensayista, guionista cinematográfico y periodista, mundialmente conocido por sus novelas policiacas del detective Mario Conde. Estudió Literatura Latinoamericana en la Universidad de la Habana. Trabajó como periodista en las revistas culturales El Caimán Barbudo y La Gaceta de Cuba, así como el diario Juventud Rebelde y la agencia IPS. Ha publicado las novelas Fiebre de caballos (1988), Pasado perfecto (1991), Vientos de cuaresma (1994), Máscaras (1997), Paisaje de otoño (1998), Adiós Hemingway (2001), La novela de mi vida (2002), La neblina del ayer (2005), El hombre que amaba a los perros (2009) y La cola de la serpiente (2011). Entre sus reconocimientos más recientes están el Premio Nacional de Literatura de Cuba en 2012, y la Orden de las Artes y las Letras de Francia en 2013. Este fragmento pertenece a su novela Herejes, que publicará Tusquets este mismo año.

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L e n gua de s astre

Jacques Dupin Iván Salinas

La vida es un camino que entre muchos vivimos

A Margarita E. y a Bibiana S., por estar ahí, como siempre.

E

l sendero frugal, la primera antología en lengua española de Jacques Dupin, tiene como fin restaurar una de las mayores ausencias que hay en el panorama hispánico de la poesía francesa. No intenta ser por eso mismo la publicación de referencia (como tendría que serlo otra selección mucho mayor, y por lo mismo, más justa). El sendero frugal pretende servir más bien como hors-d’œuvre a un trabajo complejo, modulado por y con las palabras, a lo largo de cuarenta años, diseminado en numerosos libros de registros diferentes (que va de la poesía y el teatro a la crítica de arte). *** Extensa, la obra de Dupin es per se fragmentaria, entrecortada, discontinua. Querer establecer períodos creativos, secciones más o menos homogéneas sería caer precisamente en eso que él mismo refuta y rechaza con su labor poética. Según su punto de vista, detenerse y solazarse en las cimas conquistadas del poema significaría que se han aceptado las reglas que congelan el movimiento, que se ha preferido detallar más que recorrer, que se ha privilegiado el poseer al pasar. De la poesía, de la palabra, dice, hay que “encontrar su falla, el instante y el punto de su destrucción”.

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Por otra parte, intentar semejante panorama exigiría una labor titánica: a la diversidad de estilos y temas, trabajados una y otra vez, habría que revisar cada libro para dejar en claro la importancia que tuvo en su escritura —y tiene— la obra de otros escritores y artistas plásticos. La dificultad no radica, como podría pensarse, en encontrar las referencias a tal o cual poema (“un atisbo de tragaluz” es una cita de Rimbaud) o a cierta estética visual (Mirò), sino a la fineza con que Dupin vincula estos elementos trabajados, reutilizados, en su poesía. Inscribiéndola en lo que resulta ser una preocupación común (compartida con otros creadores), sería sencillo, demasiado, definir esta concomitancia con el término archiusado de “influencia”. Jacques Dupin prefiere hablar, personalmente, de “impregnación, inmersión, injertos y empalmes, de decantación, de cristalización, de fusión, y de todas las eventualidades de una combinatoria de fondo” en sus poemas. Una lista en nada exhaustiva de amigos y lecturas dialogantes incluiría a René Char, Pierre Reverdy, Henri Michaux (pintor y escritor), Alberto Giacometti, Francis Ponge, Paul Celan, Joan Miró, Antonin Artaud (escritor y dibujante), Antoni Tàpies, Michel Leiris, Tal-Coat, Maurice Blanchot, Rimbaud, Georges Bataille, André du Bouchet, Stéphane Mallarmé, Francis Bacon, Louis-René

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des Forêts, Yves Bonnefoy, Jean Tortel, Gaëtan Picon… *** Nacido en el sur de Francia, en la región de las garrigas, caracterizada por tierras semiáridas y montañosas, Dupin quedó fuertemente marcado por este paisaje. En el primer poema del libro Ascender, el mismo que abre El sendero frugal, se lee la siguiente declaración: “No pertenecemos sino al sendero de la montaña/que serpentea al sol entre la salvia y el liquen/y se dispara hacia la noche, camino de cresta,// al encuentro de las constelaciones”. Esta imagen, que marcó para siempre el imaginario del poeta, le impondrá una tarea inagotable, y le inoculará una duda perenne en cuanto a su capacidad para desmenuzar lo vivido: “¿Cada una de mis noches bastará para descomponer este relámpago?” El destino de ese recorrido, se lee en los poemas, es tan inevitable como elevado. La empresa, llegar hasta la noche cubierta de constelaciones y descomponer (apropiarse de) la iluminación, se vuelve casi inhumana de tan inmaterial. En esta pregunta, y en los demás versos citados, se percibe la dependencia establecida entre un acontecimiento vivido y la necesidad de trasladarlo a la escritura. Sin embargo, en ningún caso la voz poética es dueña de la situación.

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Perpleja por el tamaño de una obligación que la sobrepasa, y sin “voluntad” aparente, aún así la voz conserva un eje rector que actúa como una obligación personal: emprender una caminata, poética y física. La fuerza y la justeza de la búsqueda dupiniana, intacta a lo largo de casi 60 años de escritura, se encuentra en el hilo conductor simbolizado por “el camino”. Tal unidad, contra lo que podría pensarse, no significa que siempre se escriba el mismo poema. En los textos que hablan sobre la obra de Dupin, uno de sus rasgos característicos es lo heterogéneo de los temas y de los registros que la constituyen. “La obra de Jacques Dupin toma caminos diversos, sigue muchas vías”, dice Dominique Viart.1 *** Cuando uno lee estos poemas, se descubre una terrible e inesperada intención poética que se traduce en una interrogante bicéfala. Por una parte, hay que quebrar la lengua, y todas las estructuras que le dan orden, para instaurar un espacio donde pueda aparecer el lenguaje. Por la otra, es necesario destruir el poema esperado, desde el interior mismo del poema, para dar paso a la poesía y a través de ella intuir la experiencia del adentro y del afuera. En el origen, a pesar de que la lengua es un regalo y no una capacidad innata

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(para poder decirme tengo que encontrar cómo hacerla mía), la voz individual no puede ser sino solitaria al enunciarse desde el yo quebrado (de nuevo Rimbaud y su archicitado je est un autre). Experiencia que Dupin llama “el arduo deber de estar solo”, refiriéndose a su vida infantil, la cual atravesó así, único niño entre locos y religiosas (su padre fue responsable del asilo Sainte Marie donde nació, en Privas). Retrotraerse es, entonces, el resultado lógico de la soledad. Llevado al extremo, el estado del que “está solo” puede arrastrar al individuo hasta la deriva de la locura; en su mejor vertiente, le permite conocerse, y en este viaje introspectivo condensarse para más tarde poder volver a la superficie — mediante la creación. El camino único se escinde en tantos otros en el encuentro, en la búsqueda del otro que siempre está afuera. *** Condensación y explosión de formas y temas hacen que la obra dupiniana sea lo contrario de sencilla. Los poemas de Dupin, dice Yves Bonnefoy, “no parecen ser de aquellos que quisieran abrirse al lector”.2 No como podría hacerlo una puerta que da hacia una imagen y a la que simplemente se golpea con los nudillos cuando se quiere entrar. Sus poemas se abren como una flor, pero

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sólo después de haber efectuado el largo proceso que necesita el concurso de los elementos, del sol y del tiempo. Esforzándose en experimentar el díptico del descubrimiento y de la pérdida cíclicos en y con el que vivimos cotidianamente, Dupin abandona de inmediato el hallazgo poético apenas ha dado con él (esto para desgracia del lector, quien va siempre un paso atrás, cuando accede a la imagen que encierran estos poemas). En esta doble ecuación radica una de las grandes cualidades de esta poesía, pues no rehuye la cuestión, al contrario, la pone a prueba. Sin miedo a la desaparición, o la muerte con que dialoga de continuo, a Dupin sólo pareciera importarle una cosa: “la singularidad de la entalladura y del camino trazado en el lenguaje”.3 Lo común del hombre, bien se sabe, es repetirse, andar los mismos senderos; si vida y muerte, se mire por donde se mire, están por todos lados, sólo nos queda interesarnos en las formas, el resultado de nuestra poiesis, pues no hay nada que nos salve: “a cualquier edad se muere de amor/se lee en el suelo/[…]a cualquier edad se muere de vejez”. Por eso, Dupin redobla los tropiezos verbales, pues no busca el avance sino la piedra. O ni siquiera eso. Casi siempre en el límite, el poema expresa la irritación y la perplejidad del que se ha visto atrapado, incluso momentáneamente, por la orografía del mundo, pues son sus

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particularidades las que le dan sentido y armonía a lo que percibimos. *** Una herramienta que privilegia Dupin, bastante utilizada por los poetas de su misma generación y que se volvería moneda corriente, es la del fragmento. Además de la herencia obligada que representan Reverdy y Char para los escritores de finales de los 40 y los 50, hay que atisbar otra hermandad solidaria en la fragmentación del conjunto, pero no en la literatura. Con la obra plástica de Joan Miró, Dupin comparte el “descubrimiento de las formas”. La coreografía inaudita de las figuras propuestas en las pinturas, los grabados, las tintas y acuarelas del catalán, nos permite ver una imagen contigua a la explosión del caos, en el inicio mismo del orden. Estos fragmentos visuales son formas y figuras que no podemos observar en nuestra vida regulada porque son “inaceptables” (a-lógicos, areales). La riqueza de esta(s) obra(s) es, esencialmente, su no-existencia. Al hacer estas afirmaciones no me refiero, en lo absoluto, a ningún idealismo o trascendentalismo. La obra poética se construye con y, sobre todo, en los elementos del mundo. Dupin (y podríamos aventurar que Miró también) está(n) contra la idea de reducir la poesía a la naturaleza de un objeto

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único. Es decir, está(n) contra la idea de enrarecer la experiencia y reducirla a una única explicación, que sería la obra obtenida, la obra lograda. *** La poesía de Jacques Dupin es, curiosamente, una búsqueda de oscuridad. Esta penumbra íntima que persigue acaba por definirlo casi por completo. No que los poemas intenten mostrar lo que sucedió, o peor aún, lo que se esconde detrás de lo que acontece. Sí (al menos), vislumbrar el instante en que lo conocido y lo desconocido se cruzan: el espacio inagotable del viaje que hace el sentido de la lengua hacia aquello que lo despoja, precisamente, de su sentido. Lo propio de su obra, afirma Georges Raillard, “no es la de elucidar una temática privilegiada. Incluso diría que al reconocer su voz como suya, Dupin quiere volverla confusa: cualquier claridad necesita su complemento de tinieblas, siempre y cuando la satisfacción del Yo no sea el objetivo de la poesía sino el tajo-abrazo del cual él es el cuchillo y la unión provisorios”.4 Por eso, Dupin cambia todo el tiempo de forma. Por eso, no osa repetirse. *** Asolar a la lengua para conseguir mejor que aparezca con mayor nitidez, aunque sea por unos instantes, la cellisca de un

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sueño, de un deseo o de una impulsión. Para Dupin, afirma Raillard, el lenguaje “anuncia porque comienza, indica el porvenir porque en realidad todavía no es”.5 En ese intersticio habitable, la poesía se revela profundamente humana y, como tal, Dupin la propone al desconocido lector, a ese otro que hay en él y cuya voz sólo puede escuchar por el desdoblamiento, por la exteriorización del asombro de su propia mirada que se proyecta hacia “la sombra del otro, de ese desconocido que espera”. Dar a leer lo escrito es abrir el portal de lo inesperado en el asombro de sí mismo. En la poesía así sucede, sucede así en la vida cotidiana. Lo que cambia, es la atención que se les presta. Leer la poesía, vivir la poesía: dos instantes inasibles cuyo alcance se detiene, o se prolonga indefinidamente, después de cada experiencia individual. Entre el libro y la respiración, la página — y la palabra. En la obra de Dupin hay, según Michael Brophy, “una problemática de la disolución, de la ausencia, de la muerte”,6 que intenta situar en primer plano la única cosa que permanece, el poema, para poner en evidencia la tensión imposible entre aquello que ya no es, lo que ha muerto, y el porvenir siempre latente del lector. En el poema que comienza hay que escribir, Dupin dice: “y sólo cuentan ante sus ojos ciegos [del poema]/el ojo de nadie/la risa/de los muertos”.

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*** Incapaces como somos de leer nuestro presente (hemos perdido la(s) clave(s) para descifrar los signos de nuestro tiempo), la obra del francés resulta ser una herramienta privilegiada para acercarse a la realidad, para rozarla en su devenir. “El poema de Dupin reconstruye el espacio del sujeto contemporáneo perdido en el enigma de los signos, el cual, a pesar de todo, permanece de pie, capaz de afrontar lo intolerable de la pérdida de sentido — y de sí mismo”, dice Esther Tellermann.7 Más que en la literatura, el eco a estas imágenes aflora en las artes plásticas. Piénsese en las obras de Giacometti (quien, según el propio Dupin, era el artista con cuya propuesta creativa estaba de acuerdo toda su generación, pues sus obras representaban a un hombre en el movimiento constante de una búsqueda vital), o en las de Bacon, cuyo tema único es el ser humano, informe, deforme, deformado, que sufre. Del mismo modo en que estos artistas plásticos lo consiguieron, Dupin rescata un poderosísimo amasijo vital que remeda al hombre, en movimiento, aestático. *** En uno de los poemas más impactantes (en todos los sentidos) de El sendero frugal, es posible ver la forma en que

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una actividad llevada a cabo durante mucho tiempo, la caza, se convierte en una peligrosa trampa para la voz narrativa cuando se ve afectada por un sufrimiento tenaz. En “fusil de caza”, además de ser capaz de crear una historia con un puñado de líneas, Dupin consigue transmitir la dolorosa expresión de vacío y de angustia que experimentó al haber rozado la muerte; expresión que parece haberse impregnado en los objetos en que los que la memoria pudo aferrarse en su travesía de retorno: “Fusil de caza cuerda pozo/ linterna sorda uña encarnada/ guardan la traza y el trazo// del movimiento/ de un evaporado suicidio// el rocío en la hierba afuera el sol/ sobre la árida extensión consumida// como un perro de caza duermo: ovillado”. Poco importa si hubo el intento real de suicidio o no al que se alude. Basta haberlo experimentado. En la proximidad del límite sensorial y vital, conscientes de lo que sucedió, se pueden armar los rompecabezas de causa-efecto; se pueden enunciar, sin miramientos, el dolor del cuerpo y las angustias de la carne, en los versos tendidos a un lector, a un escucha. Experimentar la impotencia de la lengua por un lado, y por el otro, hacerse a la idea de que la existencia es una carrera perpetua, deja la impresión de se que vive condenado a muerte. Cada nuevo día es posible gracias a una

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prórroga breve y siempre renovada. “Escribir”, dice Florence Tellier, “exige un doble trabajo de duelo: hacer el duelo de sí mismo, y hacer el duelo de la lengua. En los blancos del poema, en el abismo, en la distancia, toda palabra inútil fue desechada”.7 La lectura, la escritura, la vida, son una misma lucha: se (sobre)vive a pesar de todo. ***

Una característica distintiva de casi toda la poesía escrita al término de la Segunda Guerra Mundial, es un patente “rechazo del lirismo y del canto”, como dice Esther Tellermann.9 Dupin no se detiene en la contemplación beata del mundo, ni en la experiencia superficial del existir. Como pocos se ha atrevido a aceptar el “caos”, no para tomarlo como medio o como fin, sino como el comienzo obligado de sus textos. Según se aleja o se acerca a la percepción de la experiencia, consigue reflejar los escollos del pensamiento, el flujo de la mente que se atora, se obstina o claudica. Tal vez una de las mejores síntesis sobre las particularidades de la poemática dupiniana sea la que propone Dominique Viart. El poema, dice el crítico en su excelente libro La escritura segunda, “en lugar de seguir una rigurosa sintaxis, avanza por ‘corteencabalgamiento abrupto’, es decir, no por simples procedimientos prosódi-

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cos inventariados, sino por cortes en el texto, en la frase, ya sea por el empleo de barras oblicuas […] o de guiones, puntos suspensivos — y muchos otros elementos de ‘puntuaciones asesinas’ —, ya sea por el abandono de toda lógica sintáctica, dejando algunas frases truncas, creando encabalgamientos fuera de las ilaciones del texto, creando encabalgamientos en el espacio vacante de la página con diversas partes o parcelas de una frase”.10 En el texto en prosa “Escribir: una escucha”, ejemplo emblemático de esta búsqueda, se lee: “la extensión vacía, la noche acribillada . en un jardín de niños . entre las ruinas del pensamiento . los cimientos de la pirámide . y sobre la desnudez de la madera de la mesa”. El papel que puede jugar el corte en un poema versual, es retomado por los signos de puntuación que (se) atraviesan (entre) las palabras, no como un elemento del discurso sino en el discurso. Por eso hay espacios entre palabras y comas o puntos (no es un error el que los signos de puntuación floten entre una y otra palabra). Si cada sintagma se define en oposición y concatenación al anterior y al siguiente, también lo hace de manera individual. El elemento gráfico se impone, portador de sentido, como una puerta abierta al lector que debe decidir qué dirección toma, qué lectura elige de las muchas que hay propuestas.

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Para entender cabalmente la intención de esta búsqueda poética (un sentido a través de su forma), vale la pena citar un fragmento de Jacques Dupin crítico de arte, quien no abandona el rigor poético cuando trata la obra plástica. En un ensayo dedicado a uno de los artistas plásticos que mayor impacto tuvo en él, Dupin afirma que en la obra de Antoni Tàpies: La materia y el objeto han expulsado la forma elaborada y el color expresivo. Han expulsado al mismo artista, o transformado al pintor en operador distante, despersonalizado, de su obra. Su alejamiento deja a la pintura sola con ella misma, y con el afuera más cerca cuyos signos de inmediato son captados, trascritos, llevados a una intensidad que los revela como desconocidos. Por ellos esta pintura, toda la pintura, se cuestiona sobre la situación de su existencia y sobre sus posibilidades de sobrevivencia. Por ellos, los signos, la pintura se conduce hasta su punto de quiebre de donde renace más fuerte, más desnuda, como resultado de su confrontación abrupta con los elementos de la realidad.11

No contemplar o analizar la realidad. Estrellarse con ella, hacerla y hacerse añicos, recuperar pedacería sin perder el norte ni perder de vista que lo que se (re)crea es un poema, y no la vida emisma. El poeta atento no duda en espabilar a su lector, ensimismado en recuperar el sentido de las palabras, para hacerle entender que no es la for-

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ma, si su supuesto sentido, lo que hay que interrogar, sino lo que hay de un salto de un instante al otro. Con el mayor desparpajo posible, Dupin lo interpela burlándose incluso (de todo: de la lengua, del lector, de sí mismo) cuando menos lo espera el lector, es decir, en medio de la mayor seriedad del poema: “Ya no se distingue quién es la serpiente, quién es el triángulo, quién es el sol. La sed de masacrar, la ilusión de destruir reintegran el paisaje. Que nadie se mueva: una sonrisa para la foto. La poesía, lo infinito de la risa y el aliento, encontrar su falla, el instante y el punto de su destrucción —y con el mismo impulso, atinarle sin haberle dado” (el subrayado es mío). *** Vivir la poesía sería, en suma, alcanzar el estado poético, el estado de la poesía, experimentar el asombro del mundo. Corto período, instantáneo, pero que ilumina y fisura la existencia, pues esta se encuentra detenida en las imágenes que vamos acumulando y que utilizamos para comprender(nos). Paradójicamente, a la poesía la anima su misma “rigidez”, permitiéndole atravesar la duración misma del tiempo gracias al lugar privilegiado del encuentro que es el espacio del poema. Jacques Dupin, dice Bonnefoy, está habitado por una “exigencia que nace

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de la convicción de que, a pesar del sinsentido de la vida, hay mucha verdad en juego en nuestras transacciones con nosotros mismos, o con los otros”.12 ¿Cuál es esa verdad? ¿Qué encierra la contradicción de que una verdad sea posible a pesar de que la vida carezca de sentido (sin-sentido)? El sendero (figura de lo que conecta una cosa con otra, del hilo de Ariadna), adquiere entonces todo su valor. El viaje de ida y vuelta que imagina el poeta, el que es consciente del Otro y de la Alteridad, instaura un espacio en donde, y por el cual, se puede entrar en contacto — primero consigo mismo, luego contigo. Es decir, con todos. El penúltimo libro de sus libros, donde se recopilan ensayos y notas críticas, define por su solo título la envergadura de su apuesta literaria y vital: Introducirme en tu historia. En el múltiple juego de sentidos, no se sabe quién se introduce (se inmiscuye) en la historia, en la vida de quién. Él, autor, que se inmiscuye en la obra y la intención de las obras que comenta; yo, lector, que se inmiscuye en el pensamiento del que ha escrito y accede a su “intimidad”; él, autor (de nuevo), inmiscuyéndose en mi vida, en mi historia al hacerme partícipe de sus obsesiones y sus afecciones. ¿Se trata de una pregunta, de una orden, de un deseo, de una afirmación? Todas las hipótesis son justas, siempre y cuando se

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entreteja un lazo y resulte una textura que acabe por imbricar(nos). En la actualidad, quizás el único punto de apoyo y referencia que nos queda, y del que apenas podemos desconfiar, es el de nuestra propia experiencia. El ser humano, ese animal indefectiblemente social, a veces descubre “verdades” al ²contacto con los otros. Después de la desaparición de todos los destinos que nos han ido trazando e imponiendo, acaso la última posibilidad de comprender la maravilla y la inmensa dificultad de estar vivos, sea la de descubrir la poesía en un breve contacto con el otro, en “la descrispación de la muerte, reconocida, escrutada…”; y tal vez de hallar el sentido de la vida en nuestra existencia común, pues esta, como bien dice Bonnefoy, “es un camino que entre muchos vivimos”.13 Entre el lector y Jacques Dupin existe, ahora, una línea tenue, un sendero frugal hecho de palabras: una posibilidad. Notas Dominique Viart, L’écriture seconde. La pratique poétique de Jacques Dupin, Paris, Editions Galilée, 1982, p. 14. Las traducciones de los textos citados son mías. 2 Yves Bonnefoy, “Jacques Dupin », p.13, in 04.03. Mélanges pour Jacques Dupin, Paris, P.O.L., 2007. 1

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Jean-Michel Maulpoix, “La voix brusque”, p. 33, in L’injonction silencieuse. Cahier Jacques Dupin, editado por Dominique Viart. Paris, La table ronde, 1995. 4 Georges Raillard, Jacques Dupin, Paris, Poètes d’aujourd’hui-Seghers, 1974, p. 47. 5 Dominique Viart, L’écriture seconde, p. 57. 6 Michel Brophy, Voies vers l’autre, Amsterdam, Rodopi (série Chiasma), p. 18, 1997. 7 Esther Tellermann, “Dans la seule divination de la matière”, p. 148 in 04.03. 3

Florence Tellier, « Jacques Dupin : de l’éclisse à l’écharde », pp 76-77, in L’injonction silencieuse. 9 Esther Tellermann, p. 149. 10 Dominique Viart, L’écriture seconde, p. 35. 11 Jacques Dupin, “Tàpies aujourd’hui”, p. 111, in L’espace autrement dit, Paris, Galilée, 1982. 12 Yves Bonnefoy, p. 18. 13 Yves Bonnefoy, p. 20. 8

Iván Salinas | México, 1977. Lector de español en la Universidad de Poitiers, ha publicado varios poemas y relatos en medios impresos y electrónicos en México, Francia, España y Argentina. Del francés ha traducido distintos autores publicados en revistas y libros, entre los que sobresalen J-M. G. Le Clézio, H. Michaux, V. Larbaud, J. Echenoz, J.-Ph. Toussaint y A. Volodine. Actualmente traduce El Prometeo encadenado de André Gide y una antología de relatos del suizo Charles-Ferdinand Ramuz. Director del dossier de literatura bilingüe franco-español Hispanophonies/Hispanofonías, también participa en el Taller de Narrativa del Instituto Cervantes de París.

L e ng ua de s as t re

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Š Kijano


Rubén Arenas El discreto encanto de la ironía

José Ángel Leyva

Tere | Óleo sobre tela

© Rubén Arenas

E

n su más reciente exposición, “Sones para turistas y cantos para soldados”, en la galería de la Fundación Sebastián, del 10 de enero al 2 de febrero de este 2013, Rubén Arenas recupera la presencia humana de manera explícita. Esta serie representa en apariencia un golpe de timón en su búsqueda plástica si atendemos a la trayectoria de su pintura, en la que predominaba el paisaje y los animales. En la obra de Arenas la figura del hombre estaba prácticamente desaparecida, no así su presencia. Es decir, los efectos de la acción civilizatoria estaban allí, con su registro devastador o pernicioso, con su paso torpe y desafortunado, pero en la escena sólo había lugar para el silencio y el ruido ambiental, para el movimiento animal y las plantas. A Arenas no lo mueve una intención hiperrealista o fotográfica sino un impulso de ensamble de ámbitos visuales que en diversos momentos de su discurso han emergido con mayor o menor evidencia. En exposiciones como “La travesía del salmón”, “Especies”, “La zoología acosada”, “Diversos y semejantes”, por mencionar algunas, el artista, originario de la Ciudad de México, ha hecho patente su preocupación por la Naturaleza y ha ventilado sin contemplaciones la acción de esa cadena alimenticia en donde se ejerce la ley del más fuerte. La bestialidad del hambre convive con la apacible dinámica de la floresta y el mundo submarino; en cada cuadro habita la fuerza de la sobrevivencia. Una mirada de apariencia infantil en la que los elementos naturales se disputan el lugar y el tiempo. El juego sería sólo cosa de niños si no existiese la ironía con que el pintor dota a sus imágenes. De algún modo la zoología de Arenas representa su visión de la humanidad sin que ésta sea explícita. No hay ingenuidad en su obra aunque pueda parecerlo a ratos, hay, sí, mundos en movimiento plástico, formas que dialogan o se comunican entre sí, que ex-

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ponen sus diferencias morfológicas, sus distintos volúmenes y pesos, sus dimensiones, sus ferocidades. Resonancias quizás de la escuela oxaqueña, de manera específica de Francisco Toledo o Sergio Hernández para señalar dos referentes esenciales. Pero la paleta de Arenas se mueve con otra energía y otras motivaciones. Con certeza éste, el artista capitalino, se ve más afectado por la vorágine de la megaurbe que habita, por la noticia diaria, por la violencia cotidiana, la estridencia y la irritabilidad callejeras, la contaminación visual y sonora. La ironía da la clave del humor. Si en “La zoología acosada”, por ejemplo, la ironía se desdibuja ante el tránsito animal en riesgo de extinción y los gigantes como ballenas y elefantes sufren tanto como las pequeñas criaturas, pájaros, ratones, serpientes, liebres, hay un sedimento burlón en ese drama, un gesto de sarcasmo en esa marcha hacia la nada. No hay causa aparente, sólo la noción, la intuición de que es obra humana, porque no se ve al personaje, sólo se advierten sus efectos, las consecuencias de su nociva presencia, o la devastación que es su ausencia. En la serie “Perro que muerde no ladra”, el humor es frontal, sin ambages, casi al borde de la historieta. El cromatismo y la imagen buscan al espectador desde otra perspectiva formal. La zoología y los objetos se animan en un territorio dominado por el consumo y la apariencia. Son más elocuentes los impulsos figurativos del pintor, que deja atrás la tentación abstracta. El perro sirve de recurso humorístico y conmovedor en ese ámbito donde la cultura es de origen televisivo, de valores asumidos más allá de necesidades básicas o apetitos como el saber, el hambre, el vestido, el afecto, el techo: la fantasía de la hamburguesa o el sueño de la marca.

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En “Sones para turistas y cantos para soldados”, el discurso pictórico de Rubén Arenas fraterniza con la paleta y los temas que motivan a otros artistas plásticos mexicanos, como es el caso notable de Gustavo Monroy. En el caso de Arenas la representación de la violencia no se deja llevar por el exceso de la metáfora, sino por el ensamble de realidades que contrastan por sus diversas temperancias, sus circunstancias, sus tensiones. Los personajes posan, aparecen, figuran, se exponen, en contextos de desastre, de crueldad, de violencia, de caos, de irracionalidad, de fenómenos naturales incontrolables, como si nada pasara. La temperatura ciudadana no corresponde con lo que hay a sus espaldas o en su entorno. Hay una mueca de sarcasmo en estas pinturas que desconcierta, incomoda o deja helado al espectador. La familia o el individuo son víctimas de la indolencia o el disimulo. El “no pasa nada”, es la constante. La negación de la realidad es convertida en metáfora visual. Si la figura humana reaparece en la obra del artista es para incorporarla en medio de ese paisaje, de esos fondos, como si se tratara de dos mundos distintos, uno inmediato, tangible y cálido, convencional y amable; otros distantes, de apariencia irreal, casi espectáculos de cine o de televisión que no nos involucran. En ello radica la fuerza expresiva de Rubén Arenas, en esa paleta sin complacencia que nos confronta con la disociación del ojo, con la fractura emocional de un espectador que no ve lo que mira sino lo que le conviene, lo que no lo compromete. Técnicamente, se trata de una obra resuelta con oficio y el discreto encanto de la ironía.

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Visit Mexico | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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Turista gringa en chiapas | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012 Recuerdo de familia | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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Acuérdate de Acapulco | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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Cantos para soldados | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012


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De paseo en el Popo | Óleo sobre tela | 180 x 120 cm | 2012 120

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© Rubén Arenas

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Fair play | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

La foto familiar | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012 A rt es P l ás t ic as

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Cantos para soldados II | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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La última y nos vamos | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

Circunstancias | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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© Rubén Arenas © Rubén Arenas

Visit Mexico II | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

© Rubén Arenas

Benicio y todo lo demás | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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Vivir mejor o mejor vivir | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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¿Y ahora, quién podrá defendernos? | Óleo sobre tela | 120 x 180 cm | 2012

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Hombre elefante| Óleo sobre tela | 120 x 180 cm

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© Rubén Arenas

Migraciones | Óleo sobre tela

Rubén Arenas | Nació en la Ciudad de México. Estudió Pintura y Grabado en La Esmeralda y la licenciatura en Pedagogía en la UNAM. Ha realizado 15 exposiciones individuales y ha participado en más de 120 colectivas en galerías y centros culturales del país. Ha sido distinguido con diversos reconocimientos, entre los que destacan el premio del Salón de Dibujo del INBA, la Beca para Jóvenes Creadores del FONCA, el Premio Plural en Viñeta. Con dicha beca realizó la serie que aquí presentamos.

José Ángel Leyva | Durango, México, 1958. Poeta, periodista, narrador y editor. Fue codirector de la revista de poesía Alforja (1979-2008). Obtuvo el Premio Nacional de Poesía Olga Arias con el libro Entresueños (1990). En 1999 recibió el Premio del Certamen Nacional de Periodismo, en el área de reportaje cultural, otorgado por el Club de Periodistas. Ha publicado más de 15 títulos de poesía, narrativa, reportaje y artes. Libros suyos han sido traducidos al francés, italiano, portugués e inglés.

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l a c o c ina de l a rtista

El mejor bocado Enzia Verduchi

se lo lleva el cocinero

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evisando el recetario de mi madre, ciertos títulos me hacen sonreír: “Piernitas fingidas de pollo de buen ver”; “Chimpachole de camarón para la cruda del Club de Toby” (me imagino que se refería a los amigos de mi papá); “Pastel de novia. Ojo, jamás llevárselo de regalo a una señorita o solterona”; “Rosca de almendra y miel para los días tristes”... Su letra manuscrita, menuda, con algunas faltas de ortografía por las prisas o en los nombres en maya de algunas especias y chiles, me remite a la historia de mi familia. Hay otras anotaciones en esa libreta encuadernada y cosida en pasta dura, de hojas cuadriculadas, salpicadas con algunas manchas de aceite o mantequilla por su uso constante. Anotaciones hechas para sus hijas y para los nietos que no conoció, ora serias, ora ocurrentes: “Por nada del mundo vayan a cocinar enojadas… eso se nota en el sabor y qué necesidad tenemos los comensales de ingerir su disgusto”; “A la hora de inventar un platillo hay que tomar en cuenta que si mezclas puras cosas buenas, entonces sale algo bueno”; “Si te dedicaste toda la mañana a cocinar, deben poner una mesa acorde con el esfuerzo”; “Enzia, este es el croquis del orden de los cubiertos: a la derecha primero va el cuchillo de pescado, luego el cuchillo para la carne … me preocupa tu dislexia, hijita”.

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L a C o c i na del Art i sta

Apenas dio a luz, volvió a su negocio de los banquetes. Entré a la secundaria, escogí la asignación de mecanografía como materia opcional; la maestra pidió que llevara —evidentemente— una máquina de escribir portátil a la siguiente clase. Llegué desanimada a la casa, sabía que mis padres no podían comprarme una máquina de escribir. Mamá, que siempre encontraba una solución, comentó: “Llevo semanas pensando en crear un pay salado, pero de verduras de origen mediterráneo, con un poco de tocino que le daría un sabor delicado…” Así surgió la receta de su pay hojaldrado con zucchine. “Bueno, yo inventé la

© José Ángel Leyva

A la edad de nueve años aprendí a cocinar, mas por necesidad que por gusto. Como he narrado en otras ocasiones, mi padre sufrió un infarto masivo al miocardio. El dinero de la pensión no era suficiente. Mi madre se percató de que lo único que sabía hacer era cocinar y bordar. Así, empezó a hacer comidas corridas y banquetes que vendía desde la casa; la ayudábamos mi hermana Izela y yo. A los cuarenta años mi madre se embarazó de Alessia, fue un embarazo difícil. Recostada en el sillón de la sala, como lo aconsejó el ginecólogo, me daba instrucciones a mi regreso de la escuela. Entonces sacaba la carne del refrigerador y la pesaba, picaba el ajo, la cebolla y las verduras, se las llevaba en un recipiente así como el aceite de oliva, la pimienta, la sal y una varita de romero, para que viera lo que estaba haciendo, y escuchaba: “dos cucharadas de sal…, una pizca de pimienta, un chorrito de aceite…” De regreso a la cocina, acercaba un banquito a la estufa y ponía a fuego lento la olla. No sé cuántas veces subí y bajé de aquel banquito para vigilar y darle vuelta al guisado con un cucharón de madera. Años después mi madre me confesó que esos meses fueron los más angustiantes de su vida, no sólo porque realmente se sentía mal sino porque pensaba que en cualquier momento la olla caliente podría caerme encima.

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© José Ángel Leyva

receta, ayudo con los ingredientes y tú consigues la máquina de escribir” —me dijo. Le habló por teléfono a sus amigas y colocó alrededor de sesenta pays. Todo el fin de semana estuvimos amasando, estirando la masa, guisando las calabacitas y horneando pays. Aún conservo la Olivetti Lettera 32 que compramos gracias a su original receta. La cocina se convirtió en el centro de nuestras vidas. En ese espacio, mientras rellenábamos volovanes de pollo con nuez, le comenté a mi madre de mi primer novio a los quince años. Haciendo empanadas de coco con camote Izela nos dijo que se iba a estudiar a Guadalajara. Parados alrededor de esa mesa italiana con plancha de granito que se trajo en la mudanza, Dalva

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nos anunció su embarazo. Mientras machacaba la albahaca y los piñones para el pesto en el mortero, Alessia nos avisó que se iría a trabajar a Londres. Muchos años después, durante el velorio de mi madre, el fogón de esa misma cocina nos cobijó en nuestra orfandad. En cada cumpleaños usamos las ollas, las sartenes y los cucharones con los que mi madre cocinó para seducir a mi padre, a sus hijas y amistades a lo largo de su vida. A principios de los años ochenta, mis padres abrieron al final del malecón de Campeche la pizzería “Pino”, llamado así en honor a mi padre. Los primeros meses fueron una locura: mi madre manejaba la caja y la administración; mi padre era el pizzero auxiliado por un ayudante; mi nana Teresa era la encargada de los espaguetis; Izela, Dalva y yo, con el apoyo de unos primos, éramos los meseros. Más que pizzería era una especie de tratoria. Nos dimos cuenta que venía gente de todo el Sureste a degustar el menú, especialmente viajaban al puerto para probar la pizzanucho y la lasaña. El secreto de la lasaña, más allá de la salsa, el bechamel y el queso, que por supuesto son importantísimos, es elaborar a mano las láminas de pasta. La encargada era mi nonna María, otra excelente cocinera que, entre otra cosas, me enseñó a elaborar todo tipo de mermeladas para la crostata, el conejo

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mida peninsular e italiana. Quizá pocos sepan que fue en la caótica cocina de la pizzería “Pino”, cerca de las fiestas patrias del 16 septiembre de 1982 o 1983, que mis padres pensaron en la tortilla de la pizza como un panucho sin freír y que en vez de salsa llevara frijol negro colado, encima la cochinita pibil o el pavo escabechado y la cebolla curtida.

© Pascual Borzelli Iglesias

alla cacciatora y la torta umbra, uno de los mayores milagros para el paladar. Sé que en este mundo globalizado hay una vasta gama de pastas para lasaña en el supermercado, pero sigo haciendo mi pasta a mano. Por su parte, la pizzanucho fue un invento de mis padres. Actualmente, tanto en Campeche como en Mérida es muy popular esta pizza, fusión de la co-

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La aventura familiar de la pizzería “Pino” duró más de una década. En esa pizzería hice amistades entrañables, pero también recibí reclamos de algunos clientes; ahí hice mis tareas de la prepa y redacté en servilletas mis trabajos de la licenciatura que luego pasaba en limpio; en esos años descubrí la literatura pero también a catar quesos, tomates, jamones, lechugas y salamis; a discutir con los proveedores sobre la cantidad y la frescura de los ingredientes. Recuerdo ese tiempo con alegría y por momentos —lo menos— con pesar. Me imagino que mi padre deseaba que siguiera con el restaurante, pero pudieron más mis sueños y a los veinte años me dejó partir de su cocina. El cocinero es un ser paciente y generoso, no espera nada, sólo la satisfacción de observar en los rostros de los comensales el placer por medio de los sentidos. Trasmitir sensualidad a través del orden de los detalles

que componen una mesa: el mantel, las copas, los cubiertos, la vajilla..., un delicado rompecabezas para plasmar una acuarela. Compartir el erotismo de un platillo por su color, textura y aroma. El cocinero no espera nada, sólo conocer y departir con su convidado. Elena Poniatowska señala que “uno aprende mucho sobre el carácter de un ser humano con sólo ver lo que come y cómo lo come. Comer es un movimiento del alma, refleja un modo de ser”. Aprender del otro para saber de sí. Cada vez que cocino pienso en la generosidad de mis abuelas, de mis padres, de mis hermanas; en los guisos que creó mi madre para una fiesta o un banquete en especial, en las conversaciones alrededor de una mesa con propios y extraños que han enriquecido mi vida; porque al final, como reza un dicho italiano: “El mejor bocado se lo lleva el cocinero”.

Enzia Verduchi | Roma, 1967. Poeta y editora mexicana, estudió Periodismo y Ciencias de la Comunicación en el Instituto Campechano. Entre sus libros publicados destacan: Cartas de usurpación, 1992; El bosque de la hormiga, 2002.. Ha ocupado cargos en la Administración Pública y ha recibido becas del FONCA y del Sistema Nacional de Creadores.

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Pulpos borrachos para celebrar los 50 años de Pino 6 porciones 1 kilo de pulpo ¾ kilo de tomate 2 dientes de ajo 2 cucharaditas de aceite de maíz ½ taza de brandy o ron 1 cebolla chica 3 cucharadas de aceite de oliva 1 taza de vino tinto 1 taza de aceitunas negras o verdes (deshuesadas) 50 gramos de alcaparras sal y pimienta negra al gusto

Se pide al pescadero que quite las piedras y las babas de tinta y golpeé los pulpos. En casa, se lavan muy bien los pulpos, se ponen a reposar en el brandy o ron con un poco de sal durante una o dos horas. Después, se ponen a cocer junto con el licor y agua en una olla con tapa a fuego lento aproximadamente durante dos horas. Se retira la olla del fuego y se deja enfriar. Ya fríos, los pulpos se cortan en trocitos, y el líquido de la cocción se guarda. Se pelan los tomates, se les quita la semilla y se pican en cuadritos pequeños. Aparte se mezclan los aceites en una olla de doble fondo con tapa, se sofríen la cebolla finamente picada y el ajo pasado por el exprimidor (si no tienen exprimidor de ajos, los pican los más que puedan) hasta que se acitronen. Se agregan los tomates picados y se sofríe, luego se agregan los pulpos, una taza de la cocción anterior y el vino tinto, y se sazona con la sal y la pimienta. Se deja a fuego lento hasta que la salsa se espese ligeramente y entonces se agregan las aceitunas deshuesadas y las alcaparras, ambas picaditas. Este guiso se acompaña con arroz blanco, con espaguetis o fettuccine.

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E c lipse s

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Juan Gelman

Cuántos rostros en el vacío que Dios dejó. El que amarra el ocaso a su designación equivoca el revés de su sombra. Autonomías personales aran los territorios de la equivocación, repeticiones que vendrán con instantes que entiendan sus heridas. Hay lavanderas del futuro en lagos resignados y confidencias el presente. Un hermoso peligro brilla en cada prisión, la libertad en la puerta con alas que hay que hacer. De Hoy.

Juan Gelman | Buenos Aires, Argentina, 1930. Una de las voces principales de la actual poesía escrita en español. Premio Cervantes, 2007; Premio Reina Sofía, 2005; Premio Iberoamericano de Poesía Ramón López Velarde, 2003; Premio Juan Rulfo, 2000, entre otros. Vive desde hace más de 20 años en México.

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