9 Poemas de Leopoldo Castilla de su libro Gong (Canto al Asia) Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora
LEOPOLDO CASTILLA nació en Salta, noroeste de Argentina, en 1947. Sus primeras ediciones de poesía datan de 1968. Se exilió en España, a raíz de la persecución de la dictadura cívico-militar que asoló a su país a partir de 1976. Lleva publicadas alrededor de treinta obras, entre poesía, narrativa y ensayo. Poemas suyos están traducidos al alemán, chino, francés, inglés, italiano, macedonio, portugués, ruso, sueco y turco. “Antología poética” fue publicada en Venezuela, en 2008. Su cuento “La Redada” fue llevado al cine como largometraje, con dirección de Rolando Pardo. Obtuvo el primer Premio Municipal de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, 1998-1999, y el Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, de Argentina, en 2000. La Universidad de Carabobo, de Venezuela, lo condecoró por el conjunto de su obra. Por su libro “Gong (Canto al Asia)” recibió en 2012 el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora.
Selección de los poemas Fredy Yezzed
De Baniano (Poema V)
¿Quién puede decir que estuvo en lo desencadenado en estas tierras de mutación donde los cadáveres brotan de sus flores? Como el inmortal baniano ese árbol pariéndose a sí mismo, deudo y difunto simultáneo así el muerto come y bebe en la fiesta de sus funerales.
Aquí la unidad es el laberinto y no hay un solo nacimiento en tanta resurrección. Número contra número he visto, no más caer, mi semen devorado por las hormigas, en el fondo del mar a los corales detenerse en el rayo
y en un río de la jungla al agua suicidarse vomitando fuego.
Todo extinguiéndose para salvarse de esta plenitud, de esta alegría que con delicadeza ovula el exterminio, mientras los árboles olfatean la fiebre de la transmutación, su largo día, y suenan altísimos de modo que no toque tierra la noche.
Esas fosforescencias somos nosotros viviendo en la distancia que hay entre el pez yendo a ser hombre entre el hombre yendo a ser pájaro
todos con su verdadero cuerpo ausente como la arteria suelta de la libélula roja o el Phra Ruang el pez transparente de Sukhotai
ánima en el agua donde pestañea su esqueleto.
Nadie puede decir que estuvo sino suspenso en el lenguaje de la selva igual que un ciego en una jaula de mariposas.
Ni siquiera este muerto podrá partir aunque le ofrenden gotas de agua para que vuelva por las claridades aunque suene el gamelán para que escuche la forma de la tierra o le prendan fuego al toro negro y dorado que lo contiene. Cada llamarada trazará un tigre quemándolo, una víbora que salta como un nervio entre dos luces por la hoja del banano y se iguana en un río se martiriza en una garza
hasta que la jungla la disuelva en sonido.
La selva se encierra con huidas. De la forma del muerto s贸lo queda este humo que entra en los pulmones como un cielo que se descerebra
Y un ausente que ha florecido el fuego.
(Poema XVII)
Esa niña que en Chian Mai me arranca la comida y huye devorándola con los vidrios de su demencia, al fondo de sus ojos acecha una piraña demasiado sola.
A veces la realidad destila estas gotas de pánico un error del conjunto que nos borra
una trampa hecha de un destrozo de olfatos de espinas adelgazando el oído y de la usura de las uñas de las bestias donde envejece un hambre del pasado.
Nadie ha visto las ruinas de la naturaleza
ni la miseria de los animales y hasta la locura es incorp贸rea porque sucede en otro lado. El caos, se supone, no puede corromper al caos.
Eso dicen y sin embargo yo le he dado una limosna a un mono manco.
De Baniano, India (Poema IV)
Frente a frente, absoluto el toro mira al dios ese falo de piedra. En esa línea está el mundo sin velocidad, tenso amamanta la demencia sagrada y el estupor de la bestia.
Nada pasa en el recinto vacío el aire palpita como un mudo. La caverna desalojó al planeta.
La recta vacía la naturaleza ya ni el lingam es dios ni el toro toro sino todo el deseo frente a su tiniebla.
De punta a punta cuelga el universo y se derrama afuera.
De Baniano, India (Poema V) A José María Parreño
Desimantándose:
La anciana dormida bajo dos paraguas como en el oído de la muerte; la vaca transparente que se va, celestial, a su niñez antigua; el peluquero cuyas manos trinan; la única víscera que cuelga de la carnicería su reloj de sangre; los ciclistas que huyen de sí mismos como un número perseguido por sus ceros y las ventanas donde se hunden, veladas, las mujeres, las de órbitas desnudas hasta la luna, desimantándose.
A mitad del aire:
El santón que no sabe a dónde ir a nacer; la comida que sobrevuela la ciudad de cuervo en cuervo, igual que la arquitectura
de mono en mono se desarticula y se dispara y el elefante, sí, el elefante en el aire de tanto que no ha muerto y el sándalo, ese perfume descalzo y el tambor de flores hilvanando mujeres, pétalos, camiones, dioses y caballos y en el aire también la tormenta que hipnotiza los cabellos del anciano toda la ciudad colgando de las cometas y del alarido del muecín, náufrago en el viento.
Abajo, al fondo:
Sólo el mendigo su número quebrado
y el ojo del cocodrilo que mira cómo se ha volado todo y no queda nadie sobre la línea de flotación.
De Bambú, INVOCACION ENTRE LUCIERNAGAS
Han vuelto el padre y la madre, y peregrinan entre luciérnagas.
Será siempre así, construir como ellas, de muerte a luz, de luz a muerte, la casa vagabunda, mientras nos movemos como agua instintiva dentro de las habitaciones; con el ojo suspenso entre el abismo y el cóncavo humano, perdiendo y salvando todo: la combustión, las formas que pierden la memoria, la carta que falta en los fractales, el futuro, ese desterrado, y las breves especies que se esfuman dentro de un sueño que no ha soñado nadie.
Vengo a pedir la lluvia, abuela del bambú; las cuevas donde el dios se guarece
y se desampara la guerra; la anunciación de la garza; la piel que deja, porque no hay nadie en la serpiente; el aroma del sándalo, templo del templo, y la nieve, pido, sobre las nubes, en esa cordillera, cadáver del cielo; y la mariposa, latido de su semejanza, y vamos con los elefantes y su dormida manada de planetas, con el murciélago y su patíbulo, con el loto, beso de su sombra, con un colibrí y un cuervo y un pétalo y una ofrenda,
vamos al mar que no sabe morir, vamos, padres, a verme, como en la infancia, persiguiendo instantes, detrás de las luciérnagas.
DANZA DE LOS DIABLOS EN WELIGAMA
El averno es de palma, de palma las llamas tiernas donde bailan los diablos de Weligama.
Vienen a curar a un viejo que larva su última luz. Horas y horas danzan en el patio desclavado del mundo por el golpe de los atabales. Las raíces del anciano se mueven en el aire, olfatean la música que le oriente la sangre y le devuelva la sensación de ser que, antes que en los cuerpos, estuvo en el sonido.
Por eso el alarido de los diablos: también el sonido es la longitud del infierno.
Los cingaleses rodean la casa,
como escarabajos miran desde su oscuridad, la escena que está allí y sucede muy lejos.
Los diablos traen el fuego, giran en el fulgor, lo atacan, uno salta y la enfermedad se incendia, otro bebe su antorcha y le escupe los ojos, y, bailando, ovillan el hilito de alma del anciano, hasta que el mal se desimanta y huye perseguido por los vacíos carnívoros de los cascabeles.
Danzan toda la noche. Al amanecer se van, humanos.
Un trino llaga el aire, vuelve al infierno, sobre los árboles de Sri Lanka.
ARRIEROS CHINOS A Héctor Berenguer
Siglos van que no llegan que la misma polvareda y una misma hora los persigue, en Laos, camino a Natha, lejos de este mundo, desencadenados del jardín mudo de la edad media y de la voluntad del emperador, libres por la sierra arriando rumbo a la antigua China.
Ahí van, el presente inmortal, airado, en el penacho de plumas que corona a las mulas; enarbolando un bastón, y en la punta del bastón un papagayo, flor carnicera de los resucitados.
Fuera de la historia, pasa la historia, invicta, viuda, prodigiosa.
De Durián, LA ANCIANA Y EL GALLO
La anciana en cuclillas tiene la misma altura que el gallo que tienta un paso, cerca, sin saber si ella es gente o leña.
Todo se ha derrumbado en la mujer, menos los ojos clavados en un antiguo porvenir.
Algo ha emboscado al tiempo que no cesa ni mueve esa balanza. Algo espantó la naturaleza de estas dos criaturas feroces y exactas.
No queda nadie en el mercado de Rantepao. La noche no oscurece al gallo, su hora alerta. Ni a su enemiga: la vieja que está y no está allí fija
mirándolo desde el último día.
POSESION DE UNA DANZA BALINESA
Los músicos traen en la frente el udang, el pañuelo adornado con el oro homicida de las cobras y una flor en las sienes.
Graniza el gamelán brama el gong y emerge el dios protector, la llama que carga como a una ira vieja y tras él, a la altura de los milagros, las dos adolescentes chispeando agua, pétalos para que hagan pie los espíritus que vagan distraídos en la noche de plata de la isla de Bali.
Nada, ni la hora y su mariposa negra, pueden entrar a tanta excitación del aire, cuando atacadas por los instantes las bailarinas pestañean en los espacios sorprendidos del caos.
Hasta que irrumpe, dragona, la alegría y todo lo que existe riela por su desequilibrio las palmeras, la música, la lluvia.
Es la armonía del pavor, descoronando. Y es dios que huye expulsado por la comedia por el perverso y la máscara que le ríe dentro del cuerpo.
El mundo, entonces, velocísimo junta sus pedazos gira sobre sí y recomienza como un colibrí intacto irreal detrás del primer sonido
el mundo clamando por su nombre, recién nacido.
Gong (Canto al Asia) Editorial La Letra Impar Colecci贸n Palabra y Actitud
Buenos Aires, 2012, 204 p谩gs.