CUANDO VAGAR ERA DELITO En la Baja Edad Media no había diferencia entre pobres y vagabundos, y a ambos se les debía dar limosna, pues eran los seres preferidos por Dios. Su falta de bienes terrenales estaba más que compensada por su riqueza espiritual, de la que los ricos carecían. No obstante, éstos podían alcanzar la salvación a través de la purificación de la limosna. La crisis económica del siglo XIV convirtió a los vagabundos en delincuentes y se les obligó a trabajar o a abandonar los pueblos y ciudades donde ejercían la mendicidad, «so pena de setenta azotes y los echen de la villa». Durante el siglo XVI la situación de los necesitados se agravó, pues se precisaba cada vez más mano de obra, de modo que la limosna dejó de ser el pasaporte de los ricos para ganarse el cielo y se convirtió en fomento de la ociosidad de los holgazanes. Ya en el siglo XVII, Cristóbal Pérez de Herrera, en su libro Amparo de pobres, mantenía que debía distinguirse en los pobres de solemnidad y aquellos pobres fingidos que prefieren la mendicidad al trabajo. Pérez de Herrera propuso la creación de una serie de albergues en las principales villas del Reino, donde se ingresaran a los menesterosos y
se examinaran y distinguieran a los verdaderos de los fingidos.
Aquellos eran víctimas de la sociedad y debían ser mantenidos, mientras que estos últimos eran pícaros a los que se debía educar para convertirlos en hombres de bien. La población española continuó en crecimiento y a mediados del XVIII la política social de los ministros de la Ilustración se dirigía a incrementar la utilidad de la población para conseguir el crecimiento de nuestra nación. Había que conseguir que «vagos, ociosos y malentretenidos» trabajasen por las buenas o por las malas. La Real Instrucción de 25 de julio de 1751 ordenó que «los individuos, que por la sola calidad de vagabundos y sin sentencia de determinado delito, se apliquen al servicio de los arsenales por cuatro años; igual tiempo al que se señaló para el destino de las armas, con el fin de establecer la quietud de los pueblos y la seguridad de los caminos». A raíz del motín de Esquilache, 23 de marzo de 1766, la persecución de los vagabundos se incrementó, pues se les responsabilizó de la revuelta. Tras el motín, se publicó un bando en Madrid, de tal manera que solo en la Corte fueron encarcelados 1.000 vagos en dicho año y 4.970 en los dos siguientes1. La persecución continuó en
1
Pérez Estévez, Rosa María. El problema de los vagos en la España del siglo XVIII. Confederación Española de Cajas
de Ahorros, Madrid, 1976.