Desmontando la leyenda negra

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Desmontando la leyenda negra En 1914, Julián Juderías acuñó el término leyenda negra como “el ambiente creado por los relatos fantásticos que acerca de nuestra patria han visto la luz pública en todos los países, las descripciones grotescas que se han hecho siempre del carácter de los españoles como individuos y colectividad, la negación o por lo menos la ignorancia sistemática de cuanto es favorable y hermoso en las diversas manifestaciones de la cultura y del arte, las acusaciones que en todo tiempo se han lanzado contra España”. Aunque la leyenda negra comenzó al parecer en Italia en los siglos XIV y XV, fue a partir de mediados del XVI cuando se desarrolló con toda su virulencia en Centro Europa bajo el efecto de la herejía protestante, las guerras de Flandes y la Inquisición. Lutero llegó a decir que todos los españoles éramos “ladrones, falsos, orgullosos y lujuriosos”. La terrible imagen de la Inquisición española en Europa fue en realidad una guerra de propaganda orquestada por diversos países extranjeros. La revuelta holandesa contra Felipe II y la campaña de los ingleses ante la proyectada invasión de la Armada Invencible constituyeron los ejes centrales de la batalla contra España. La verdad es que la mayoría de las naciones europeas tenían su propia maquinaria para dar cuenta de los herejes y así los Países Bajos tenían una Inquisición de la que el mismo Felipe II tuvo que confesar que era más implacable que la española. Teniendo en cuenta la reducida cifra de protestantes ejecutados por los tribunales españoles, la campaña contra nuestra Inquisición es más bien un reflejo de temores políticos y religiosos que de una reacción lógica ante una amenaza cierta. En realidad, las principales víctimas de los tribunales inquisitoriales españoles no fueron los protestantes, sino los judíos y musulmanes.

Aunque a mediados del siglo XVI la imprenta ya llevaba un siglo en funcionamiento, la difusión de las noticias por toda Europa se hacía todavía por avisos manuscritos generalmente anónimos. Estas gacetas fueron el sistema de información rápido y preciso de las élites europeas, quienes recibían la crónica de los sucesos diarios. Los centros de este incipiente periodismo de avisos manuscritos se situaron primero en Venecia y Roma, y a partir de la segunda mitad de la centuria del XVI también en Amberes y Colonia. La mayor parte de estos informes eran anónimos y tampoco se dirigían a una persona en concreto, sino que como encabezamiento se usaba el lugar y fecha de su redacción. Los destinatarios de los avisos no fueron solo reyes y nobles, sino que muchos de aquellos iban dirigidos a grandes banqueros y comerciantes. Un ejemplo


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