El alquimista frustrado

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EL ALQUIMISTA FRUSTRADO

Se suele definir la alquimia como el conjunto de especulaciones y experiencias, generalmente de carácter esotérico, relativas a las transmutaciones de la materia y que tiene como fines principales la búsqueda de la piedra filosofal y la panacea universal. Dicho en otras palabras, su finalidad es transmutar los metales llamados inferiores (principalmente el mercurio y el plomo) en los superiores (oro y plata); y por otra parte, conseguir una medicina universal que cure todas las enfermedades y prolongue la vida.

Parece que la alquimia ya se practicó en China en tiempos remotos y que llegó a Occidente a través de la India y Oriente próximo en la época de Alejandro Magno. Los documentos más antiguos que se conservan indican que la alquimia ya se conocía dos milenios antes de Cristo. A pesar de ello, la mayoría de los alquimistas atribuye su paternidad al mítico Hermes Trismegisto, cuya identidad, si es que realmente existió, se pierde en la noche de los tiempos. A él se le atribuye el famoso texto conocido como Tabla Esmeraldina, que mantiene el principio de que hay una correspondencia o interacción entre lo celeste y lo terrestre, y que todas las varias formas de la materia tienen el mismo origen.

La alquimia se extendió por Occidente gracias a la cultura islámica. Los textos de alquimistas árabes, como Jabir o Maimónides, fueron traducidos al latín por los monjes medievales, convirtiendo así la Edad Media en la época dorada de la alquimia. Entre los siglos XII y XV brillaron alquimistas como Alberto Magno, Roger Bacon, Raimundo Llull y otros, pero la llegada del Renacimiento a mediados del XV trajo consigo una renovación de ideas que afectó también a la alquimia. Así, Paracelso mantuvo una actitud crítica hacia la alquimia tradicional, relegando el objetivo de la transmutación aurífera respecto al de la búsqueda de remedios curativos de las enfermedades. El siglo XVI marca la transición entre la alquimia y la química, desequilibrándose progresivamente la balanza a favor de la segunda en los siglos XVII y XVIII. Algunos autores mantienen que el verdadero ocaso de la alquimia comenzó en 1661, cuando el científico Robert Boyle publicó su libro El Químico escéptico. Desde entonces, la ciencia fue la química y los que trabajaban en este campo los químicos.

La alquimia continuó relegada en los siglos XVIII y XIX, pero tuvo un resurgimiento en el siglo XX, publicándose algunos libros y revistas, y surgiendo nuevos personajes, aunque fuera con seudónimos. Este es el caso de Simón H., un alquimista madrileño


autor de numerosas obras y fundador de una escuela alquímica. Otro alquimista convencido debió ser D. Germán Botella, que en los años finales de la década de 1920 se dirigió repetidamente al Consejo de Administración de Minas de Almadén para proponerle poner en práctica de forma industrial la transmutación de mercurio en oro, es decir, el viejo sueño alquimista de transformar un metal de valor bajo o medio en otro de enorme valor.

Los primeros contactos de D. Germán con el Consejo levantan inmediatamente sospechas en algunos consejeros, entre los que hay algunos ingenieros de minas e industriales, que le piden aclaraciones por pecar de oscuridad sus asertos. Además, cuando desean saber las personas que van a intervenir en los experimentos y el laboratorio en el que estos van a realizarse, D. Germán no da facilidades ni tampoco quiere aclarar los fundamentos técnicos de su invento, encerrándose en el secreto que a su entender debe imperar para que persona alguna pueda utilizar en su provecho el procedimiento por él ideado.

Las negociaciones continúan y D. Germán suelta prenda: serán los rayos ultravioleta los encargados de transmutar el mercurio en oro y el experimento demostrará que el procedimiento es industrialmente explotable. Por otra parte, los ensayos se celebrarán en el laboratorio de la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid y a los mismos asistirán varios ingenieros y químicos designados por ambos lados. Antes de llevarlos a cabo, se firmará entre las dos partes un convenio previo en el que se fijarán numerosas cláusulas, como que Minas de Almadén venderá el mercurio que desee transformar en oro al inventor a un precio moderado y que este recibirá 400 pts por cada kilo de mercurio tratado.

El 9 de octubre de 1931, el Consejo, a pesar de sus dudas, prefiere elevar un informe al ministro de Hacienda con carácter urgente y reservado, indicando que debía recabarse el dictamen de la Dirección General de lo Contencioso y, en su caso, del Consejo de Estado:

Desde hace varios años Don Gemán Botella viene gestionando del Consejo de Administración de las Minas de Almadén y Arrayanes y del Ministro de Hacienda la formalización de un convenio en el que, a cambio de asegurarse un precio fijo para el mercurio que pudiera comprar procedente de las Minas de


Almadén, ofrece la implantación de un procedimiento que afirma haber descubierto, mediante el cual podría obtenerse oro por el desdoblamiento del mercurio, considerado hasta ahora y a juicio del inventor erróneamente como cuerpo simple. El inventor supone además que el rendimiento de su procedimiento permite su aplicación industrial, que se obtiene con él un kilo de oro por cada dos kilos de mercurio tratado, y que el precio de obtención es inferior a 1.500 pts por cada kilo de oro obtenido. Por último, persona de tanta autoridad como D. Juan Usaliaga, catedrático de la Escuela Central de Ingenieros Industriales y hoy director general de la Casa de Moneda, ha librado un certificado, fecha de 5 de febrero del corriente año, proclamando la prioridad del invento del Sr. Botella en una patente sobre descomposición del mercurio en oro por los rayos ultravioleta y por el arco voltaico sobre los que han publicado trabajos los profesores Miethe y Nagaoka; que todo ello arranca de una memoria de gran interés científico presentada por el Sr. Botella en el año 1923 a la Academia de Ciencias, titulada “Ondas eléctricas producidas por una corriente de átomos”, y que entendía el certificante que deberían realizarse las experiencias que el Sr. Botella propone para demostrar la transformación, por vía química del mercurio en oro.

Al parecer, nadie fue capaz en el Ministerio de Hacienda, donde también había en plantilla varios ingenieros industriales y de minas, de detener esta absurda propuesta, pues aunque la naturaleza de esta predispone en contra de la misma y el ánimo más crédulo se siente inclinado a calificarlo cuando menos de fantasía, hay que valorar la convicción del inmenso campo inexplorado por los conocimientos humanos. Las negociaciones entre D. Germán y el Consejo continuaron a lo largo de 1932, pues aquel solicitaba comprar anualmente nada menos que 10.000 frascos de mercurio, dando por hecho no solo que el experimento sería un éxito, sino que permitiría una explotación industrial del mismo, mercurio que él se encargaría de retirar de la estación del ferrocarril de Almadenejos. El Consejo se decide por fin a llevar a cabo el


experimento y se nombran las personas que compondrán la

Comisión de

experiencias de la transformación de mercurio en oro:

- D. Enrique Hauser, académico de Ciencias y presidente del Consejo de Minería. - D. Joaquín Monserrat, ingeniero de minas con destino en la Dirección General de Propiedades. - D. Manuel Puyuelo, ingeniero industrial afecto al Laboratorio Central de Aduanas. - D. Enrique Moles, catedrático de la Facultad de Ciencias de la Universidad Central.

Semanas después, dicha Comisión eleva un informe en el que refleja el resultado de los ensayos llevados a cabo, que ha sido negativo. Además, se ordena que el mercurio sobrante de las pruebas se entregue al Consejo. A pesar de ello, D. Germán Botella insiste, en un informe fechado el 29 de julio, en que los ensayos deben continuar, pues los experimentos fueron interrumpidos antes de finalizar, como consecuencia de una información periodística. Afortunadamente, ahora el Consejo se muestra firme y desestima dicha petición.

© Ángel Hernández Sobrino.


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