LA LUCHA DE LOS MINEROS DE ALMADÉN POR SU SALUD A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX

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LA LUCHA DE LOS MINEROS DE ALMADÉN POR SU SALUD A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX Desde antiguo son conocidas las enfermedades producidas por las actividades mineras y metalúrgicas, casi con seguridad las primeras de origen laboral en cuya lucha se emplearon prácticas médicas y quirúrgicas. En las principales minas de Europa Central fueron creados, ya en el siglo XVI, centros asistenciales dedicados a cuidar de la salud de los operarios; este modelo fue introducido en la minería española por los Fugger, que a mediados de dicho siglo crearon hospitalillos y enfermerías, no solo en Almadén sino también en Guadalcanal (Sevilla), donde explotaban una mina de plomo con abundante plata. Pero no fue únicamente en la minería donde se fundaron estos espacios asistenciales, pues, por ejemplo, los hombres del mar eran atendidos de sus dolencias por la Cofradía y Hospital de Mareantes de Sevilla, fundada en el barrio de Triana en 1555.

Aunque en principio la atención médica en las minas de Almadén se restringía a los forzados y esclavos, posteriormente se extendió al resto de los operarios. La fundación del Real Hospital de Mineros a mediados del XVIII supuso un avance extraordinario en la lucha contra las enfermedades y los accidentes padecidos por los obreros de Almadén. En cambio, el siglo XIX conllevó un considerable retroceso en el dispositivo asistencial, pues los rectores del establecimiento minero consideraron que era más rentable la contratación de nuevos operarios que la curación de los enfermos. A ello contribuyó sin duda el contingente laboral disponible, consecuencia del crecimiento demográfico de Almadén.

Así transcurre lamentablemente el siglo XIX, en el que los mineros enfermos y accidentados son sustituidos por otros más jóvenes y fuertes, y estos a su vez por la siguiente hornada. Los accidentes en la mina no son frecuentes, pero es más debido a la estabilidad natural del propio macizo rocoso que se excava, que al cuidado en conseguir unas labores subterráneas más seguras. Aún así, entre 1860 y 1888 hay 37 accidentes mortales y 129 accidentes graves, que parecen no preocupar mucho a la Hacienda, que dispone de 3.784 operarios, de los cuales 573 son muchachos que desde muy jóvenes empiezan a trabajar en los hornos y en el interior de la mina.

La situación empieza a cambiar a finales del XIX, cuando D. Ricardo Gómez de Figueroa, médico del Hospital de la Beneficencia de Madrid, visita Almadén durante quince días. Consecuencia de este viaje es la comunicación presentada en el XIV


Congreso de Higiene y Demografía, celebrado en abril de 1898, cuyas conclusiones son: 1. La población de Almadén es bastante insalubre por su proximidad al establecimiento minero. 2. La mortalidad de la población es excesiva. 3. La villa de Chillón es más saludable. 4. La mina es causa de enfermedades en los obreros y en los habitantes. 5. Los operarios que más enferman son los de interior, después los de los hornos y después los de exterior. 6. Las enfermedades más comunes son anemia, hidrargirismo y pulmonía crónica.

A principios del siglo XX, los representantes de los trabajadores reclaman ante las Cortes y el Ministerio de Hacienda mejoras laborales, pues como obreros del Estado merecen un justo y prudente reparto del trabajo y del presupuesto del establecimiento minero. El 1 de julio de 1908 dirigen una instancia al administrador general de las minas, D. Waldo Ferrer, en la que se quejan de los numerosos puestos de trabajo que se han creado para personal de oficinas, que consumen una parte importantísima del presupuesto, con perjuicio de nuestros derechos y con privaciones y hambre para nuestros hogares y familias.

En cambio, los obreros del interior y de los cercos reciben vergonzosas retribuciones y cuando enferman y salen a los jornales de saneamiento, se les niega un aumento de dos reales, con lo que deben mantener a sus familias con el miserable jornal de seis reales. Los catorce

obreros firmantes del escrito de protesta encuentran como

respuesta a sus reivindicaciones la pérdida de sus puestos de trabajo y no se les permitirá en lo sucesivo penetrar en el establecimiento minero. Con mucha sensatez, los representantes obreros recurrirán a instancias superiores para anular sus despidos, mientras que piden a sus compañeros que mantengan el orden y que cumplan con su deber en el trabajo, pues con estos actos de fuerza lo que se pretende es amordazarnos e impedir que sigamos pidiendo justicia, a la vez que se provoca a la clase obrera a terrenos que nosotros no deseamos ni queremos emplear. Unión y orden es nuestro lema y esto es lo que os piden y recomiendan vuestros compañeros.

Nuevos conceptos, como seguridad laboral e higiene industrial, comienzan a desarrollarse en la sociedad y las incipientes organizaciones obreras están dispuestas a luchar por la vida y salud de sus representados. La posición de los responsables del


establecimiento minero se hace insostenible y surgen voces por doquier exigiendo un cambio radical. El Ministerio de Hacienda reacciona por fin y decide crear el Consejo de Administración de Minas de Almadén y Arrayanes en 1916, si bien no comenzará a actuar hasta 1918. Antes de que pueda empezar sus reformas técnicas, que implican un incremento de la productividad de los operarios pero también una disminución de los riesgos laborales, las Federaciones Obreras inician un período de huelgas en 1919.

El conflicto entre el Consejo y los representantes laborales está servido y el campo de batalla será la salud de los mineros, que estos quieren defender a toda costa, mientras el Consejo desea conseguir una mayor implicación laboral de los operarios en los puestos en que no haya riesgo de intoxicación. La Junta Directiva de la Federación Local Obrera prepara un informe, cuyos principales puntos son: 1. El régimen de trabajo en el interior de la mina debe ser el que figura en las Ordenanzas del año 1865, es decir: un mes de mina por cada dos de exterior para los operarios con más de 30 años de servicio; un mes de mina por otro de exterior para los de más de 20 años; y tres meses de mina por uno de exterior para los restantes. 2. Higienización de tajos y trabajadores. 3. Mejorar las condiciones del hospital de mineros, que se ha convertido en un asilo para mineros viejos e incurables. 4. Instalación de botiquines de urgencia en las distintas dependencias del establecimiento minero. 5. Instalación de evacuatorios para hacer sus necesidades fisiológicas. 6. Establecer prevenciones para la fundición y manipulación del mineral y URGENTEMENTE (sic) agua potable en abundancia.

Como se puede ver, el contenido de los puntos anteriores atañe a demandas razonables para un centro de trabajo de la importancia de Almadén y de la época que se trata. Hay que tener en cuenta que a principios del siglo XX las minas de Almadén producían una media de unos 36.000 frascos de mercurio al año, que a un precio de 235 pts/frasco suponían unos ingresos netos de 8.460.000 pts; el total de gastos, incluyendo los propios de la explotación, el transporte del metal a Londres y la comisión de ventas, era de 2.519.992 pts, con lo que la renta líquida era de 5.940.008 pts. Así es que Almadén daba beneficios de sobra para convertir el establecimiento minero, el amigo más antiguo, generoso y consecuente del Estado, en un moderno centro productivo.


A la vista del panorama que se presentaba, el Gobierno ordenó realizar una inspección sanitaria oficial de las minas. La comisión estaba formada por los médicos D. Ángel Pulido (presidente del Real Consejo de Sanidad), D. Leonardo Rodríguez y D. Ramón García (inspectores de Sanidad Interior). La comisión visitó Almadén el 9 y 10 de julio de 1920, y el 9, 10 y 11 de marzo de 1921, y durante su estancia comprobaron de primera mano el lamentable estado en el que se encontraba el establecimiento minero. De las conclusiones de su informe destacamos algunas que llaman poderosamente la atención: no hay un médico higienista que retire a los obreros de las minas o de los hornos a los primeros síntomas que manifiesten de hidrargirismo; la ventilación de las labores subterráneas debe mejorarse, pues falta oxígeno y sobra ácido carbónico; tanto los pozos de extracción y sus jaulas como el interior de la mina deben ser vigilados con más esmero para evitar accidentes; las dependencias del exterior deben tener vestuarios, duchas, lavabos y retretes para el aseo del personal; en los hornos deben utilizarse mascarillas o caretas protectoras impregnadas de hiposulfito sódico; abastecimiento de agua para las minas y la población, y red de alcantarillado; clausura de los cementerios anexos al recinto del hospital de mineros y dotar a este de nuevas instalaciones, como sala de operaciones y curas, en condiciones.

Almadén está en boca de todos y no para bien. Las críticas son feroces y los buenos propósitos del Consejo de Administración tardan en ser puestos en práctica, pues en 1921 ya lleva tres años funcionando pero todavía no se ven resultados papables. Entretanto, un nuevo médico higienista, el Dr. Fernández Aldama, se interesa por la salud de los mineros de Almadén. Él es el secretario general del Primer Congreso Médico Nacional de Accidentes de Trabajo, que se va a celebrar en Zaragoza del 15 al 19 de enero de 1922, donde va a presentar una ponencia en la que propondrá que la intoxicación mercurial de los obreros de Almadén es una enfermedad profesional. La propuesta del Dr. Fernández Aldama es aprobada por aclamación por el pleno de dicho congreso y el pueblo de Almadén, agradecido, le nombró hijo adoptivo. Nuestro doctor había permanecido durante tres años en Almadén como médico libre, lo que le había permitido una observación directa, continuada y diaria de un gran número de pacientes. Cuando se dirigió al Consejo de Administración para plantearle el gravísimo problema de salud existente, algunos de sus miembros contestaron con evasivas; otros, negando la intoxicación mercurial; otros, que con el nuevo método de trabajo que pensaban establecer, se acabaría con el problema; y otros más, por fin, que economías y no higiene era lo que se proponían implantar. Las citadas economías consistían al parecer en jubilar con una peseta diaria o poco más a los obreros


incapacitados por intoxicación mercurial; en suprimir los oficios sedentarios que permitían a los obreros intoxicados recuperarse de la fase aguda del mercurialismo, ganando un pequeñísimo jornal; y en obligar a los obreros dar 24 jornales más de mina al año y 96 de exterior.

Entretanto, la industrialización de Almadén continuaba por hacer, pues todavía no se habían electrificado los servicios, no se habían instalado los ventiladores en el interior de la mina, no se habían adquirido las mascarillas contra el polvo y los gases, y, por supuesto, la intoxicación mercurial no estaba reconocida como enfermedad profesional. Además de presentar su ponencia, el Dr. Fernández Aldama invitó a varios mineros intoxicados a viajar a Zaragoza, donde los propios congresistas escucharon en primera persona el relato de su trayectoria profesional y humana.

Uno de los mineros invitados es Ignacio Cabrera Murillo, de 68 años de edad. Su trayectoria profesional empieza a los 14 años, cuando comenzó a trabajar de barrenero; a los 18 contrajo hidrargirismo, por lo que tuvo que abandonar las labores subterráneas durante cuatro meses, hasta que se atenuó la intoxicación aguda que padecía; a los 27 años, un nuevo episodio de hidrargirismo y seis meses de descanso; a los 31 años, otra agudización de la enfermedad y año y medio de retiro; y, por último, a los 49 años, otra intoxicación mercurial, tan intensa, que le obligó a retirarse definitivamente. En los períodos de descanso debidos a la gravedad de la intoxicación no percibía ningún jornal ni pensión, y en abril de 1921, cuando se retiró, se le concedió una pequeña pensión. En cuanto a su vida personal, se casó a los 21 años y tuvo seis hijos, que murieron a los pocos meses o años de nacer; enviudó y volvió a casarse, teniendo tres hijas, de las que solo le queda una, pues las otras dos murieron también en la primera edad.

Las conclusiones elevadas por el Dr. Fernández Aldama al pleno del congreso de Zaragoza fueron las siguientes: 1. La

intoxicación

mercurial

crónica

(hidrargirismo)

es

una

enfermedad

profesional y debe ser incluida en la futura ley a debatir en las Cortes. 2. El estado de higiene del establecimiento minero es lamentable, no existiendo medios preventivos, por lo que el Estado debe dotarlo de baños, duchas, inhaladores, vestuario, ventiladores de mina, agua en abundancia, etc. 3. Los obreros afectados de intoxicación mercurial profesional aguda tendrán derecho a las tres cuartas partes de su jornal o al desempeño de oficios


sedentarios compatibles con su estado, con el jornal que ganasen anteriormente. 4. Los cercos minero y metalúrgico deben ser dotados de botiquines de urgencia y el hospital minero debe merecer el nombre de tal y no permitir el estado actual, que es vergonzoso.

Ante la fuerte presión ejercida desde los diversos ámbitos políticos, sanitarios y sindicales, el Consejo de Administración reaccionó por fin, contratando al Dr. Guillermo Sánchez Martín, médico de las minas de plomo de El Centenillo (Jaén). En el año 1923, el Dr. Sánchez Martín llevó a cabo un completo estudio médico del hidrargirismo en los mineros de Almadén, en base al cual al año siguiente el Consejo elaboró un nuevo reglamento laboral. En el estudio de D. Guillermo se presentaban entre otras las siguientes conclusiones: 1. Hay obreros que tienen intoxicación mercurial crónica. 2. Esta intoxicación es de marcha lenta y disminuye cuando los intoxicados se sustraen a la influencia del vapor de mercurio. 3. De los 1.917 individuos a los que se han efectuado reconocimientos clínicos, hay casi un tercera parte que presenta síntomas de hidrargirismo. 4. El hidrargirismo de los mineros de Almadén procede de los vapores mercuriales que respiran en la mina, en los hornos y en el almacén de azogue. 5. Para variar el actual régimen de trabajo hay que implantar procedimientos preventivos de higiene industrial y prácticas de profilaxis individual. 6. El hospital minero debe ejercer una tutela constante sobre los obreros que trabajan en presencia de vapor de mercurio, sometiéndolo sistemáticamente a baños de aire caliente; además, se curará a aquellos que presenten ya manifestaciones de hidrargirismo.

A partir de entonces, tanto el Consejo como las Federaciones Obreras disponían de argumentos higiénicos y sanitarios para discutir jornales y horarios, mas las huelgas y conflictos surgidos a partir de 1919 desaparecieron o, al menos, quedaron larvados durante la dictadura de Primo de Rivera. Los enfrentamientos surgieron de nuevo con renovado ímpetu en 1931 al proclamarse la Segunda República Española, pero esa ya es otra historia. ©Ángel Hernández Sobrino


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