MORAL Y BUENAS COSTUMBRES
Los superintendentes de las minas de Almadén ejercían simultáneamente el papel de gobernadores y, por tanto, habían de encargarse de velar por la moral y buenas costumbres de los pueblos que regían. A mediados del siglo XVIII, cuando el superintendente y gobernador era Francisco Javier de Villegas, quedó patente la poca piedad del párroco de Almadén, frey Don Bartolomé Ortiz Rojano, del Hábito de Calatrava, más preocupado de mantener sus prebendas que de atender a sus feligreses.
Los más desgraciados de ellos eran los forzados y esclavos, que habían de asistir a misa los días festivos en la Real Cárcel y a los que había que administrarles el sacramento de la penitencia y auxiliarles en el momento de su muerte. Desde 1744 venían ejerciendo esta misión los religiosos franciscanos del convento de San Antonio de Padua, extramuros de la villa de Chillón, pero Villegas ordena que sea el cura rector de la parroquia el que se encargue a partir de abril de 1750 de estos menesteres, a cambio, eso sí, de una cierta cantidad de maravedíes y grano para su casa.
Cuando por esa época se reanudan los trabajos en las minas de Almadenejos, Villegas encarga al prior del convento de San Antonio que envíe a uno de sus religiosos a decir misa los festivos. Como todavía no hay iglesia en Almadenejos, la misa se dirá en la ermita de las casas del Castillo, distante solo media legua de la población. El problema surge porque en esa misma ermita oyen misa los serranos que guardan su ganado en los alrededores, y como ellos la pagan de su bolsillo, la mandan decir a la hora que les conviene. Por ello, Villegas ordena abonar seis reales a los frailes para que digan otra misa cuando la ordene el responsable de los trabajos de Almadenejos y que todos los obreros puedan asistir a ella.
El superintendente también encarga al guarda-almacén de dichas minas que vigile la moralidad de los forasteros que en gran número han acudido a trabajar a Almadenejos:
Respecto de que muchos pobres han concurrido con sus familias a esos trabajos y haber advertido que se recogen en un chozo muchos hombres y mujeres con pretexto de ser matrimonios, hijos y hermanos; tendrá cuidado de que no se admitan mujeres en el sitio sin orden mía y encargará a Juan Tirado Varea, Joseph Becerra, Manuel Trujillo y demás personas que sean de su satisfacción que celen este punto y que de noche hagan visita de los chozos que tengan por sospechosos.
También por esos años la falta de viviendas en Almadén se hace angustiosa. A ello contribuye la mala cosecha del año 1750 en toda Andalucía, lo que ha provocado una fuerte esterilidad en la región y la emigración de muchas familias. Cuando llegan a Almadén en busca de trabajo, no tienen lugar donde vivir, por lo que han de alojarse en chozos y corrales con el consiguiente riesgo de que ocurran nuevos episodios de paludismo y otras enfermedades. También le preocupa a Villegas la falta de moralidad que puede provocar el vivir tantas personas apiñadas, por lo que ordena que un guarda vigile de noche estos lugares para evitar situaciones deshonestas o depravadas.
Es esta circunstancia la que le aconseja en 1752 solicitar a la Corte la construcción de la plaza de toros y sus viviendas, de las que en octubre de 1753 hay construidas ya ocho, aunque sus portales todavía no estén hechos. El superintendente Villegas ordena al maestro Everardo Pavis que fije el valor del alquiler de las mismas a los forasteros, los cuales deberán abonar un mes por anticipado en señal de fianza. El oficial de Contaduría Cristóbal Guerrero
será el encargado de llevar la contabilidad en un libro donde figurarán todos los datos: el número de la casa, el nombre del inquilino, el precio del alquiler, el pago mensual del mismo, etc. Villegas ordena también que
las llaves de las casas se entregarán por ahora a Pedro Miguellón, depositario de granos, respecto de tener su asistencia inmediata a dicha Plaza, a quien mando se encargue de celar los moradores que se recojan en ellas por los inquilinos y el que las traten con aseo y limpieza, de forma que no deje entrar caballerías, cerdos ni otros animales por las puertas de ellas y de que vivan sin nota de escándalo, y en caso de que advierta algún defecto,
le
doy
facultad
para
que
pueda
aprehender a los delincuentes y darme parte de ello.
Ochenta años después, las viviendas de la Plaza de Toros continuaban en alquiler y todo lo cobrado se destinaba al Real Hospital de Mineros. La Tesorería de las minas no se ocupaba ya del cobro mensual, sino que un vecino de Almadén, José Martínez, era el encargado de la recaudación. En junio de 1835, el tesorero del establecimiento minero, Jesús Ángel de Madariaga, recibe de José Martínez la cantidad de 3.320 reales provenientes del alquiler de las casas durante los meses de enero, febrero, marzo y abril de 1835. El tesorero le libra a cambio 199 reales, correspondientes al 6% de lo cobrado por encargarse de la gestión. El resto se ingresa a beneficio del Real Hospital, pues las casas son propias del mismo.
© Ángel Hernández Sobrino