SOBRE LA UTILIZACIÓN DEL YODURO DE POTASIO Y LAS CORRIENTES ELÉCTRICAS PARA CURAR EL TEMBLOR MERCURIAL A mediados del siglo XIX no existían alternativas terapéuticas eficaces contra la intoxicación mercurial y todavía se seguía usando el método de siglos atrás, consistente en retirar a los operarios de sus puestos de trabajo. De este modo, dejaban de estar expuestos a los vapores de mercurio, con lo que, si la intoxicación mercurial no era muy grave, pasado un tiempo, podían volver a sus tareas. Así que cuando se conoció que el ioduro de potasio podría curar el temblor mercurial, se pusieron todas las esperanzas en este nuevo remedio terapéutico. Lo mismo ocurrió unos años después, cuando la utilización de corrientes eléctricas se creyó que era una solución eficaz para combatir el hidrargirismo. El 7 de abril de 1845, el director general de Minas, D. Rafael Cavanillas1, se dirigió al superintendente de Almadén para comunicarle que la Academia de Ciencias de París había hecho una honrosa mención en su sesión anual del remedio terapéutico de los Sres. Melsens y Guillot contra los temblores metálicos. Sus observaciones no fueron publicadas en ninguna revista científica, por lo que Cavanillas encargó al comisionado de la Dirección General de Minas en París que contactara con los citados señores para invitarles a hacer algunas experiencias en el establecimiento minero de Almadén. El citado comisionado contactó con el Sr. Melsens, quien le indicó que «él comunicaría los medios para comenzarlas sobre una base conveniente, concluyendo que no puede menos de ver en su método un medio preservativo de la enfermedad, neutralizando sus efectos, aunque tiene la confianza de que sea un curativo completo». En opinión de los Sres. Melsens y Guillot, el yoduro de potasio era un curativo o antídoto de las intoxicaciones producidas por la absorción de mercurio o de sus compuestos, debido a que todas las combinaciones dobles o triples que hubiera formado el mercurio en los organismos de los intoxicados, eran destruidas o convertidas en solubles bajo la influencia del yoduro de potasio; también ocurriría lo mismo con el mercurio metálico, pues según sus experiencias de laboratorio, se volvía alcalino en presencia del yoduro de potasio, pasando al estado de una sal doble de mercurio y potasio. Los químicos franceses propusieron que el médico del hospital de mineros, D. Gervasio Sánchez Aparicio, eligiera a tres operarios que quisieran someterse de forma voluntaria al tratamiento; uno de los operarios se encontraría totalmente sano, o sea,
1
Rafael Cavanillas había sido cadete en la Academia de Minas de Almadén (curso del año 1831).
que no hubiera tenido contacto con el mercurio, otro que tuviera síntomas de azogamiento, pero capaz de trabajar todavía, y un tercero que hubiera tenido que dejar de trabajar por los temblores que sufría. La dosis diaria de yoduro de potasio sería de dos gramos y se tomaría mezclado con los alimentos, y el tratamiento debía durar entre 75 y 100 días. Los obreros podían llevar entretanto una vida normal, pero debían abstenerse de cualquier exceso. D. Gervasio consultó a dos de sus profesores de Madrid acerca del uso y dosis del yoduro de potasio y a finales de febrero de 1846 solicitó la adquisición de una libra de dicho producto a un laboratorio de Madrid para comenzar la administración del mismo a los mineros. No sabemos los resultados de los ensayos clínicos y ni siquiera si llegaron a realizarse, pues no hemos encontrado más documentación sobre este asunto. Lo que sí podemos afirmar es que en la actualidad el yoduro de potasio se utiliza para impedir que la glándula tiroides absorba el yodo radiactivo, que podría ser liberado durante una emergencia de radiación nuclear y, en absoluto, en la curación de los temblores producidos por la intoxicación mercurial o de otros metales, como, por ejemplo, el plomo. A comienzos de la década de 1860 se introdujo en Almadén un nuevo tratamiento para aquellos operarios azogados por el vapor de mercurio, siempre
presente en las
labores mineras y en los hornos de tostación del mineral. El método consistía en este caso en aplicar corrientes eléctricas a los obreros intoxicados y era conocido desde finales del XVIII, cuando se había utilizado en operarios que utilizaban el mercurio para el dorado de retablos e imágenes, etc. También se había usado en las enfermedades producidas en los obreros que manipulaban otros metales, como el plomo o el cobre. En 1855, la Revista Minera aludía a un artículo publicado en Francia sobre un nuevo procedimiento terapéutico para combatir los llamados temblores metálicos, es decir, los envenenamientos producidos en los operarios que trabajaban con diversos metales, como el mercurio, el estaño, el plomo, etc. El nuevo método curativo había sido presentado en la Academia de Ciencias de París como un remedio eficaz para extraer de los cuerpos de los obreros las partículas metálicas, «por más incrustadas que se hallen en los tejidos internos». La electroquímica iba a ser la panacea, entre otros, de todos aquellos mineros y doradores que cotidianamente absorbían vapor de mercurio para ganar su sustento. Cuando la noticia llegó a Almadén, todavía el Dr. Sánchez Aparicio ejercía de médico del hospital minero y se dispuso, con el beneplácito del director de las minas, a incorporar la terapéutica eléctrica en el tratamiento del hidrargirismo. El método tuvo
tanto éxito que todavía a finales del siglo XIX se continuaba usando. No solo eran los mineros los que reclamaban con insistencia el tratamiento, sino también sus esposas, las cuales tenían derecho a la atención hospitalaria, a pesar de que los responsables de la Hacienda Pública intentaban transformar el hospital de mineros en un asilo, donde residirían hasta su muerte los mineros pobres con enfermedades incurables. Cuando en 1888, D. Ricardo Gómez de Figueroa, médico del hospital de la Beneficencia de Madrid, visitó el establecimiento minero de Almadén y su hospital, observó que el método de las corrientes eléctricas se usaba «en aquellos mineros enfermos atacados de temblores en menor grado de intensidad que los otros, y que vienen al hospital a ser tratados por la electricidad». La media del número de sesiones por paciente con el aparato eléctrico era de diez y disminuyó con el paso del tiempo, de modo que los operarios afectados de azogamiento en menor grado eran enviados a reponerse a sus casas, donde el médico los visitaba. Hoy en día, la electroterapia se sigue utilizando en medicina para el tratamiento de lesiones y enfermedades, siendo especialmente útil en fisioterapia. Nada parece indicar por tanto que las corrientes eléctricas eliminaran de los organismos de los mineros el mercurio absorbido en su trabajo, pero al menos hacía que se sintieran mejor, pues disminuía su atrofia y espasmos musculares, así como la irritación del sistema nervioso y el dolor en general.
©Ángel Hernández Sobrino