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ÁNGELES Y DEMONIOS

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DE PASO

DE PASO

Era como una noche cualquiera, el viento primaveral acariciando su pálida cara, los distintos matices negros de la misteriosa noche resaltaban su ropaje, tan tradicional, de las más altas casas de alcurnia de la hermosa ciudad medieval de Núremberg, la cual estaba sometida a un pleno renacimiento alemán, así que muchas costuras, acabados y demás, se veían ahora en la cultura de los y las señoras de clase alta. Pero como bien se sabía entre familias. No todo es color de rosa, claramente el color oro renacía en los orbes de los padres de familia y en las mujeres, las sedas italianas con los que fabrican los vestidos, esos que adornaban sus cuerpos como si fueran costosas muñecas de porcelana.

Aquel hombre, vestido con su jubón acolchado color negro, de mangas algo tenzadas, dejando ver su camisa blanca, con pequeñas aplicaciones en su pecho y espalda, claramente doradas para pasar desapercibido por el puente Fleischbrühe. Utilizando sus calzas, anchas de arriba, adornadas con oro y terciopelo, se sentía un gran señor millonario, pero bien sabia, que en aquel aspecto, no era más que nadie, pero poseía un don terrorífico que tenía alertada a toda la ciudad.

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Ya que se rumoreaba en las viviendas, en las grandes masas de nativos e inmigrantes ilegales que inundaban sus oídos con sus murmullos inteligibles y a veces, con sus aullidos de terror, eran de los orbes que cambiaban

De sus color natural a uno escarlata por aquel asesino inmortal, podía poseerte, al punto de quedar en una especie de trance espiritual, donde la bestia inhumana lograba seducirte, follarte y luego matarte de la forma más despreciable, sin importarle el género de la víctima en cuestión.

Rubén era un joven que aparentaba unos 25 años, de cabello castaño con reflejos de un degradado rubio, de complexión delgada, alto y comprometido con una bella chica llamada Erina, quien era la hija de un miembro importante del parlamento. Estas cosas al castaño no podrían importarle menos. Lo único interesante en esa podrida comunidad, era el sexo que recibía antes de eliminar a su presa.

Llegando a su pequeña morada, rustica, bien pintada y lo más importante, situada un tanto aislada de la ciudad, esquivando a los malditos católicos con su ridícula idea de que existe Dios y sus arcángeles. Si ese hijo de puta existía ¿Porque no lo detenía? El ojiverde solía creer que solamente existía el mal en este mundo, que los tan conocidos pecados capitales con los que convivía a menudo era un falacia para que los ricos y poderosos quedarán a merced de las humillaciones de sus trabajadores o esclavos como él prefería nombrarlo.

Nadie supo cómo Rubén llegó a la ciudad. Solo tenían el conocimiento de que aparentemente fue desterrado

de su antigua estancia por sus padres, aun así, nadie sabe realmente el motivo por el cual había llegado. Pero en el momento en el que puso un pie en Núremberg, los religiosos creyeron que él era un hombre anormal, alguien de otro mundo, por el hecho de que era realmente hermoso al borde de ser casi irreal y deseable ante las mujeres de la alta sociedad, causando muchas separaciones e infidelidades, de las cuales el castaño alegaba no formar parte o tener algún contacto físico con aquellas mujeres que intentaban retenerlo en contra de sus voluntad. Gracias a ello, salió ileso en varias ocasiones, pero se mantenía alerta, un paso en falso y el maldito cura junto a sus estúpidos notarían su condición y el infierno iba a realzarse en la tierra.

Se recostó en su enorme cama de madera clásica, con un ligero toque rústico, la cual, además de dar elegancia y sofisticación, junto a las finas sábanas color ocre, con un juego de varias almohadas del mismo color.

Pensado en aquel dolor de espalda que martilleaba su espina dorsal por el simple hecho de ocultar esas enormes alas negras para no delatar su verdadero ser. Intentaba recordar el último lugar de la noche anterior, donde había asesinado a una cortesana morena, de muy buen cuerpo, pero insípida en el sexo, la mató antes de terminar el coito, sentir placer alguno. Empezaba a gustarle más la otra parte de la sexualidad que había descubierto hace un buen tiempo atrás. Los hombres, si

bien sabía cómo manejar-los, si sabían cómo follarlo era un plus de sensaciones en su marchito corazón. Le gustaba el sexo, pero era mejor el homicidio, sin culpas, sin presiones. Mata por placer y para no perder aquella humana deseada que lo hacía parecer un ángel, cuando era un bello, espléndido, pecaminoso, seductor y vil demonio.

Al cabo de unas semanas, un nuevo muchacho llegó a la ciudad, su pelo era negro, con una vestimenta oriunda del norte de Europa y una cálida sonrisa que parecía partir el mismo sueño. De unos veintiocho años, acento particular y una complexión robusta, Miguel llegaba a Núremberg con la pequeña esperanza de alimentar su posición en el mercado ganadero. Según había dicho el ojinegro, venía de una adinerada familia del campo en busca de expandir su negocio, intentando conocer nuevas personas y quien sabe, encontrar el amor quizás. Las falacias salían de su boca como cataratas de sílabas que parecían no tener fin alguno, se sentía asqueroso y repulsivo por andar soltando versos sin esfuerzo alguno. Pero todo esto tenía su causa, vino a encontrarla y devolverla de donde vino.

Era un ángel, un Arcángel por llamarlo de una manera. Tenía aún más beneficios que sus demás hermanos allí en el supuesto paraíso al que todos queremos ir el día de nuestra muerte. Aun así no podía excederse, si no sería castigado. Claramente, esta misión otorgada era

algo a lo que estuviese acostumbrado a lidiar, pero el siempre quería más aceptación, logros, que su aureola brillará más que la del resto de ángeles, en pocas palabras, algunas veces, el narcisismo surgía de su puro corazón, según sus propias palabras, no le hacía daño a nadie.

La familia Müller organizaría una reunión en honor a la llegada de Miguel, quien rápidamente con su carisma atrajo varios peces gordos para su supuesto imperio ganadero. Le presentaban varias muchachas, algunas cortesanas que el rechazaba cortésmente porque claramente para él, el sexo era un pecado que no podía cometer en el mundo mortal.

La noche se estaba explayando en licores caros, vodka y los exquisitos perfumes de las mujeres, que danzaban junto al humo de tabaco de los presentes, incluso el mismo Miguel. Todo iba sobre rieles, sin embargo el traje de raso negro comenzaba a apretar y aquel color no era algo de lo que podría estar orgulloso de usar. Cabizbajo, pidió permiso para salir a una especie de balcón que daba vista el jardín lleno de hermosas flores, aunque el amaba por demás las rosas, no importaba el color que fueran, ni las espinas que poseían, como varias personas. Cuando ingresó al gran salón, el cual ahora estaba repleto de personas totalmente desconocidas por

él chico. Joder, como odiaba aristocracia, tantos hombres con mujeres que ni siquiera eran sus esposas.

Cuando se recuperó de las ganas de vomitar que le causaba todo aquello. Notó que demasiado señores con los que había platicado hace unos momentos, ahora estaba con un desconocido que no alcanzaba a ver con claridad. decidió ir hacia allá para que no le quitaran el privilegio de ser el nuevo del ato vecindario, quedó pasmado en cuanto todos abrieron la ronda para que Miguel entablara una conversación. Su rostro quedó hecho una pintura la mejor reacción de asombro.

Piernas largas enfundadas en un traje con tintes beige, adornado con algunos rubíes en la parte del pecho, una camisa blanca de una tela tan fina como la seda, ojos verdes esmeralda, aún más bellos que las mismas joyas, una piel blanca y fina como porcelana, digna de envidiar y unos labios color cereza que resaltaban aquella maquiavélica sonrisa con la que lo miraba de arriba a abajo, como buscando la razón de su asombro. Lo que no sabia Miguel en ese entonces era que en ese momento, era una presa.

—Miguel Ángel, permíteme presentarte a Rubén Gundersen, oriundo del sur futuro esposo de mi única hija. — habló el señor Isasia.

—Un placer conocerlo, señor Miguel Ángel. — Rubén extendió su mano, buscando el saludo cordial, en cuanto Miguel reaccionó, tomó su mano, y la apretó un tanto más, aún pasmado por el ojiverde.

—Bueno chicos, ahora que os he presentado ¿Qué les parece si hablamos de negocios? O de estas hermosas prostitutas que albergan mi casa en búsqueda de hombres jóvenes y ricos como ustedes dos. — Isasia rió y ambos se pusieron nerviosos.

—Creo que buscare otra copa de vodka señores y volveré a mi humilde morada. —Alegó el pelinegro.

— ¿Puedo acompañarle, señor Miguel? —Exclamó Rubén con una sonrisa seductora. A Miguel se le acelero el pulso.

— ¿No será molestia para usted, señor Gundersen?

—Para nada. Dejemos a estos señores festejar tranquilos su nueva ganancia.

¿Qué me sucede? Pensaba Miguel en sus adentros. Es que jamás tuvo una reacción así ante alguna persona, mucho menos ante un hombre como él. La atracción hacia el mismo sexo claramente estaba mal. Seguramente sería castigado por eso.

Ambos pidieron sus respectivos tragos de vodka y los tomaron de un solo golpe. Miguel encontró un poco erótico la manera en que los labios de Rubén se posaban en ese delicado vaso de cristal, como su nuez de Adán subía y bajaba al tragar el líquido fuerte y se sintió mal. Intentaba comenzar una charla, pero tener a tan precioso ser enfrente suya, las palabras quedaron atoradas en su garganta y la bilis de su estomagó parecía danzar en su propio baile.

—Nunca lo había visto, señor Miguel Ángel. ¿Qué lo trae a esta pintoresca ciudad?

—Por favor, dime Miguel solamente. —Agregó el ojinegro antes de continuar. —Quiero expandir mi negocio, ya sabes, el campo no es algo para mí, me gusta más la parte del escritorio.

—Creo que ambos preferimos el escritorio, pero no creo que con los mismo fines, señor Miguel. — Alegó Rubén, Miguel sentía el nerviosismo en su sistema.

—No lograría imaginarme cuáles son sus modalidades, señor Rubén. —Rió el ojinegro tratando de ocultar su creciente ansiedad. — Dígame señor Rubén, ¿Usted está realmente comprometido con la señorita Isasia? —Preguntó Miguel, un tanto intrigado.

— ¿Erina? Oh si claro, los dos sabemos que es por puro sexo y convivencia familiar. No soy un pobre diablo, pero tengo mis cualidades, mi dinero y mi hermoso rostro. — En esto último ríen ambos, claramente de acuerdo justamente en eso.

—Es una pena que haya tantos matrimonios arreglados no lo cree.

—Me interesa más el poder, el sacrificio y el placer, señor Miguel.

La conversación estaba traspasando los niveles de Miguel y eso debía detenerse. ¿Cómo una simple charla podía ponerlo de aquel modo? Tan nervioso y asustado de sí mismo.

—Me gustaría debatir mi punto de vista sobre sus prioridades, pero debo volver a mi torre. No veremos luego señor Rubén.

— Delo por hecho señor Miguel, nos veremos más de lo que usted piensa.

Eso último descolocó al Ángel. Al salir de aquella gran mansión, noto que el aura que lo rodeaba estaba

un poco tensa, algo fuera de lo normal, como si algo impuro hubiera estado a milímetros de su anatomía. Pensó esto mientras su carroza lo devolvía a su morada al sacarse el traje, noto lo mucho que había transpirado y estaba semi erecto. Jamás en su vida había logrado al menos tener una erección ¿Cómo es que ahora estaba ocurriendo? ¿Y con un maldito hombre? Ya sentía los latigazos por tal ofensa al señor.

Pasó una semana y los banqueros, comerciantes y los sastres viajaban al campo por su rutina de hacerlo dos veces al mes y claramente, Miguel fue invitado. Intentaba regodearse de aquella extraña fama debido a sus mentiras e intentaba también que dejaran de presentar-le mujeres por las cuales no tenía interés alguno. Aun así, dentro suyo sabía que eso estaba levantando sospechas y causaba el rechazo de algunos hombres.

Casualmente, una chica castaña, de aproximadamente unos veinte años, acompañaba a su padre en este viaje y la verdad era muy hermosa. Antes de salir, los presentaron y supo que la bella chica con ese vestido de razo marrón con bordes azules y mangas cortas un poco bombachas, portaba el nombre de Beatriz, era hija de los dueños del banco más grande de Núremberg.

Cautivado por la belleza de la mujer, quedó un poco embobado y no pudo realizar conversación alguna, lo que hizo a la castaña sonrojarse al invitarle a un paseo por sus jardines más tarde, el cual, Miguel acepto gustoso.

Llegando a los establos, todos con la misma idea de recorrer aquellos paisajes a caballo, reconoció aquella silueta magnifica que conoció hace algunas noches atrás. Rubén estaba con su prometida, eso le causo un extraño sentimiento en su interior, algo como la envidia, pero seguro eran alucinaciones. Caminó hace a el y la familia Isasia quienes estaban con Beatriz, la cual estaba muy interesada por el joven Miguel.

—Buenos días caballeros, damas, espero no les incomode mi comentario acerca de lo preciosas que se encuentran esta mañana primaveral. — Saludó Miguel y Rubén arqueo una ceja divertido. Observando cómo mueve los labios al hablar, teniendo uno que otro pensamiento obsceno.

—Miguel querido ¿Nos acompañas con los caballos?—Preguntó la señora Isasia.

—Espero no ser molestia para ustedes. —Acotó Miguel, mientras Rubén sigue observando su mandíbula.

—No se preocupe. Además, lo he visto muy risueño con mi amiga Beatriz, luego os presento como se debe, ¿Sí?—Exclamó Erina y el joven asentó sonriendo. El castaño nunca tuvo tantas ganas de asesinarla como en ese instante.

Todos se montaron en sus respectivos caballos, mientras cabalgaba, los paisajes enamoraban a Miguel a cada segundo que pasaba. Los viñedos, los cultivos, las montañas a miles de kilómetros, dándole un toque rústicos a tal magnifico lugar. De a momentos, veía como la señorita Erina intentaba ser cariñosa con su prometido pero este rehusaba o simplemente le susurraba cosas, las cuales la de cabellos color oro reaccionaba un tanto furiosa pero claramente era una mujer y ellas no pueden no pueden hacer escándalos, ni desobedece a su esposo. Algunas leyes en la tierra, Miguel no lograba entenderlas, pero coincidían con varias del paraíso, un tanto machista en su opinión.

Vio como Rubén paraba su caballo, acariciándolo y guiándolo a una dirección a una dirección distinta que la de todos y Miguel se dispuso a seguirlo, sin saber que ese era el verdadero plan del astuto demonio. Se alejaron bastante de donde estaban, entrando a un bosque un tanto oscuro, con unos cuantos árboles resecos, otros con copas demasiado frondosas, en el suelo de pasto seco y corteza caída de varios troncos, había una especie de plumas blancas casi iguales a sus

alas. Le entró cierto temor al cuerpo y una corriente fría recorrió toda su columna vertebral al ver que había perdido de vista al castaño y que no sabía en donde se había metido. Escucho un galopar a la distancia y golpeó ligeramente su caballo para seguir aquellas pisadas. Allí vio cómo se alejaba de bosque y aquella frialdad se iba lentamente. Salió a una parte del campo un tanto diferente a todo lo visto anteriormente y por más hermoso que fuera aquel paisaje lleno de manzanos, un resplandeciente sol en el cielo, nubes color beige y una brisa cálida, el sentimiento de terror se agolpo en su interior, más aún cuando creyó ver a Rubén con ojos color bermejo, semi desnudo y con una sonrisa poco común. La cabeza comenzó a darle vueltas y simplemente se desvaneció.

—Miguel, vamos chico despierta. —El señor Isasia estaba sacudiendo por los hombros al ojinegro quien no parecía despertar.

Cuando Miguel abrió los ojos vio que muchos pares de ojos lo miraban, incluso aquellos orbes que ahora eran color esmeralda ¿Qué diablo le había ocurrido?

—Q... ¿Qué pasó?— Interrogó el joven en un susurro muy confundido.

—Oh querido, te desmayaste arriba del caballo, hasta creímos que este animal te había arrojado al suelo en una mala cruzada, pero Rubén ha dicho que solamente te has desfallecido— Acotó nuevamente el señor Müller, mientras todos lo miran expectantes.

—Dejemos respirar al pobre hombre señores, está vivo y eso es lo importante. Tráiganle al caballo, algo de agua y volvamos si es necesario. —Grita Rubén y Miguel no puede sentirse más agradecido.

Todos volvieron a la ciudad, Miguel aun seguía totalmente desconcertado. ¿Había tenido alguna especie de pesadilla como los humanos? ¿Porque justamente con Rubén? Ambas incógnita, difíciles de responder. Una especie de mal sueño sobre un extraño universo, el cual no tardaría en conocer ya que, todos los sueños, tienen un mensaje detrás.

Rubén caminaba por las calles de la ciudad buscando alguna diversión momentánea. Había cenado con la familia Isasia y luego de hacer la gran actuación sobre su supuesto amor por Erina, se largó a lo que más amaba hacer: matar.

La comida que naturalmente consumía cualquier ser humano, no lograba satisfacerlo muchas veces, esta comida descomponía a su organismo que era muy distinto al de un simple mortal. La sangre y la carne humana era su dieta favorita, succionarles el alma era lo que lo mantenía aquel hermoso rostro.

Por uno segundo pensó en como seria poseer a Miguel. Estuvo observando su anatomía, una un tanto robusta, seguro podría utilizar su fuerza para que lo follara al punto de sentir sus huesos crujir. Miro sus cabellos, aquellos que podría jalar, buscando besos desesperados, cargados deseo. Su cuerpo sintió una inexplicable sensación de impudicia y en el momento justo, se cruza una bella mujer en su camino.

—Hey, ramera, ¿Cuánto quieres?—Pregunto Rubén.

—Doscientos ducados.

El castaño sacó una pequeña bolsa llena de monedas para entregarla con desgano a la prostituta, la cual estaba rebosante de alegría. Fueron hasta una especie de prostíbulo de mala muerte, con poca iluminación y personas teniendo sexo en los sillones, algunos pobres, algunos ricos, en aquellos lugares no existía la diferencia de clases. Algunos sosteniendo su botella de ron añejo,

tabaco, opio y alguna que otra cosa extraña, traída seguramente de la India.

Entraron a una pequeña habitación, muy alejada del resto, pedido exclusivamente por Rubén porque según él no se excitaba con tanto bullicio y gente, cortando el ambiente. El lugar tenía una enorme cama rustica a punto de romperse, con sabanas desgastadas color carmín, había muchas velas prendidas para su gusto, además de que las paredes desbordaban humedad. Rió por lo tétrico del lugar y cínico por lo que le iba a hacer a la bella mujer.

Vio el cuerpo desnudo de la mujer y canalizó su mente para lograr tener una erección porque esa muchacha no le provocaba nada en absoluto. Sentía como ella lo tocaba y recorría su cuerpo hasta llegar a su miembro, hasta que empezó la relación sexual, ella obviamente fingía placer y Rubén lo sabía no era estúpido, pero él podía hacerlo mucho mejor.

Sintió como la prostituta estaba al borde del clímax, con la respiración irregular y sus uñas clavándose en el pecho del castaño, con sus ojos cerrados y en ese momento, Rubén aprovechó. Cuando ella abrió los ojos, quedo perpleja al ver como las orbes de su cliente se transformaban de color esmeralda aun rojo granate muy intenso, al mismo tiempo que su cuerpo se hizo al menos 5 centímetros más alto, sus uñas se tornaban

negras y cada vez más largas, se le formo una macabra sonrisa con ahora un centenar de dientes, estaba aterrorizando a la mujer. Era el tan famoso demonio del que se rumoreaba por las calles y ella era la próxima víctima. Quiso gritar, moverse, pero el momento en el que el demonio desplegó sus enormes alas negras, se inmovilizó y supo que había llegado su hora.

Sintió como aquellas enormes garras arrancaron sus cabellos y delinearon sus pechos de forma tal que percibió la manera juguetona que tenía aquel anticristo de asesinar. No se dio cuenta el momento el momento en el que estaba siendo sostenida, levantada del suelo hasta que voló al otro extremo de la habitación, soltó un grito desgarrador, ya que aquel golpe le había quebrado una de sus piernas, dejando el hueso a la vista.

Rubén camino rápido hacía ella, no tenía ganas de alargar esto como otras noches, estaba sediento y hambriento. Con una de sus garras, acarició la mejilla de la mujer para después clavar-le cuatro de sus cinco garras en el estómago, desgarrándolo lentamente, sintiendo la sangre salpicar sus tétrico rostro, palpando la carne viva entre sus dedos, deleitándose con la mirada casi sin vida de la mujer que tuvo la desgracia de caer en sus pútridas manos.

Se irguió más para comenzar a comer aquella carne casi muerta, clavando sus colmillos en toda la zona que

Se irguió más para comenzar a comer aquella carne casi muerta, clavando sus colmillos en toda la zona que encontraba apetecible: brazos, piernas, pecho y el mismo estómago que perforo al inicio, bebiendo la sangre que emanaba de todas aquellas heridas profundas de ese cuerpo ya inerte. Engulló cada órgano a la vista. Abrió aún más la anatomía sin vida hasta la garganta, para comerse hasta su corazón. Y con lo poco quedaba de lo que fue ese ser humano, succionó su alma, sintiendo rejuvenecer miles de años, sintiéndose aún más vivo, más maléfico, aún más demoníaco.

Dejó el cuerpo casi irreconocible para volver lentamente a su figura humana, sin guardar sus alas, lavando sus manos e intentando de sacar la sangre de sus ropas. Al terminar tomo un tapado de la víctima como trofeo, riendo cínicamente. Abrió la ventana, inhalando el aire nocturno que aquella hermosa noche estrellada le regalaba y sin más salió volando alto, sin dejar huellas, sin testigos, sigiloso para que no lo descubran al volar, una sonrisa se formó en sus labios, otra víctima más a su lista.

Esa misma noche, Beatriz estaba con Miguel bebiendo varias botellas de vino costoso, junto a varios dueños de los campos por los que había cabalgado hoy. Todo estaba saliendo muy bien que hasta le asustaba.

La castaña intento robarle un beso que este esquivo caballerosamente, explicándole que era muy bella y que todo debía ser a su debido tiempo, dándole una oportunidad sin percatarse. Aun así, eso seguramente le servirá más adelante.

Cuando era trasladado en una carroza hacia su torre, halló con una extraña sensación. Sentía como si el aire hubiera sido contaminado por alguna asquerosa creatura del infierno, eso solo significa una cosa. Realmente había sido enviado a la ciudad correcta y demonio que debía capturar estaba cerca. No obstante, no sabía cuan próximo estaba.

Ya en su recamara, al desvestirse, un desconocido frío entro por su ventana y por muy chocante que fuera su pensamiento en la mente en ese instante, se sentía observado. El aire se tornó un poco más intenso de lo normal y comenzó a sudar. Una ola de raciocinios irrelevantes cruzaban por su cabeza. Un hermoso cuerpo blanco el cual sus manos estaban tocando, unos labios desconocido que besaban todo su cuello. Se estaba excitando y estaba... ¿Soñando despierto? Corrió hacia el baño, abrió la canilla para lavarse la cara mientras se daba algunos golpes en ella, intentando devolverlo a la realidad. Al segundo que mira su reflejo, el espejo estaba totalmente oscuro, como si una presencia estuviera detrás suyo y con terror, volteo bruscamente y descubrió que no había nadie allí. Reviso cada cuarto

disponible para su persona, ya que era una torre muy grande y habitaban en los pisos de algunos metros más abajo, varios señores importantes de varias partes de la gran Alemania.

Saliendo de la demencia que le provoco un simple espejo, se abofeteo mentalmente por sentirse tan acosado y/o amenazado en el baño y se acostó, descansando para mañana, sería día definitivo, el día que encontraría a ese maldito anticristo. Recostó su cabeza en aquella blanca almohada, siendo invadido por el sueño y rápidamente se quedó dormido.

Mientras unos ojos escarlata lo observaban con deseo, desde la ventana.

Miguel estaba exasperado, no lograba encontrara al demonio y su paciencia se estaba agotado. Decidió de noche vigilar algunos de sus principales sospechosos, pero solamente veía como se gastaban el dinero en mujeres y licor barato. Habían pasado tres días desde aquella extraña alucinación frente a su espejo y la noche estaba cargado de lluvia y relámpagos, algo que, personalmente le daba mucho miedo. Peor aún fue la frialdad que palpo su cuerpo del miedo cuando sintió golpes en su puerta ¿Quién carajos seria a estas horas

de la noche? Se colocó una especie de túnica negra gruesa sobre su cuerpo para cubrir su desnudez y abrió con un trinche agrícola en la mano, dejando en la pared la antorcha en su respectivo lugar. Sus sentidos se alteraron al ver a Rubén con una expresión de susto, completamente empapado y temblando del frío. Lo ayudo a ingresar, y lo sentó en una de esas viejas mecedoras que conservaba en su salón. Mientras intentaba cerrar la enorme puerta, el castaño sonreía maliciosamente y siguió con su acto. Joder, la noche que vivirían ambos hoy.

—Siento molestarlo señor Miguel, pero usted es el único hombre que me ha inspirado confianza y no he podido volver a mi hogar debido a la tormenta. Como vera no vivo cerca de Núremberg. —Dijo Rubén, simulando temblores.

—Nos conocemos hace ya varios días Rubén, dime solo Miguel. —Le sonrió al joven y este sintió algo extraño en sus ojos. —Sin embargo solo dispongo de una habitación. ¿Podrás con eso?

—Claro Miguel, no es que tuvieras la peste sobre tu cuerpo. Solo una pregunta ¿Dormiremos en la misma cama? —Interroga Rubén con una expresión que el muchacho no logra comprender, o mejor dicho no quiere entender.

—Hay una más pequeña disponible, solo que debemos armarla, no nos tardaremos, ¿Esta bien? Déjame traerte rompa seca y esta la podremos cerca de la chimenea.

Rubén asintió y con la mirada le pidió privacidad porque su idea no era poseer-lo ahí mismo, tal vez más tarde. Lo que le extraño al demonio es que jamás había visto esta torre por ahí, sino en sus pesadillas, aquellas donde lograba sentirse humano sin necesidad de asesinar o fingir alguna emoción. También le extraño lo enorme del lugar para ser una simple torre, pero los alemanes amaban las grandes edificaciones, algo cómodo si se pensaba de cierta forma. Notó que en el salón de Miguel a lo que se le llamaba chimenea era un pequeña, pero bien acomodada abertura en la pared, conectada al punto más alto de la torre, con varias piedras de color extraño, parecen traídas del mismísimo paraíso, y eso lo llevo a querer investigar. Sin embargo, Miguel había vuelto con las nuevas prendas y su cara de exaltación al ver a Rubén desnudo fue algo que el ojiverde quería repetir mil veces por lo divertido que el joven se veía en ese momento.

—Oh vamos hombre, no es como que tenga algo que tu no tengas. —Rió Rubén.

—Lo...lo sé e... e... es solo que... Oh joder olvídalo, vayamos a armar esa cosa, así dormiremos en paz.

Ambos fueron hacia el cuarto de Miguel con el material utilizaron las herramientas con la luz de las pocas velas que disponían, aprovechan para hablar de banalidades varias, obviamente, todo era mentira. Miguel mentía sobre su familia y su buen negocio con la lana de oveja, el ganado vacuno y la gran variedad de sedas, mientras Rubén alegaba tener procedencia de la más alta clase en otros lados de Alemania y se casaría felizmente con una mujer rubia como lo era Erina. Esto último molesto a Miguel, sin saberlo. Pero intento entenderlo cuando la imagen de su ahora compañero de cuarto temporal desnudo asalto su cabeza. Que solo lo vio de espaldas, pero la luz nocturna hizo resplandecer esa curvilínea figura y no pudo evitar mirar su trasero. Mañana rezaría mínimo diez mil Ave Marías para dejar de sentirse impuro.

Ambos se desearon buenas noches con sus respectivas vestimentas para dormir. Miguel fue el primero en quedarse dormido.

Pasadas unas tres horas, Rubén decidió actuar. Se levantó de la cama, flotando en el aire hasta el enorme aposento donde dormía su víctima y en voz baja recito unas palabras en latín, evocando una especie de trance

diferente al que utilizaba en los demás. Este, simplemente haría olvidar todo a Miguel la mañana siguiente y si tenía suerte, podría hacerlo las veces que quisiera, no obstante, se conformaría con algo simple, básico y común para cualquier ser humano.

Quitó con furia las sábanas que tapaban al joven y este despertó un tanto adormilado, sintiendo unas manos que tocaban su cuerpo, pero este no lograba reaccionar tan fácil, estaba atemorizado porque no entendía la situación. Al abrir los ojos se encontró con Rubén, con una mirada oscura y penetrante. Se recorrieron ambos con la mirada, mientras el demonio acomodaba las manos de Miguel en su fina cintura, para incitar que tocara un poco más allá de las telas que lo cubrían y este hizo unos pequeños movimientos con sus pulgares, con timidez, sin querer que nada vaya más allá, Rubén se maldijo mentalmente, el hechizo no había funcionado y no lograba adivinar el motivo. Dejo los rodeos a un lado y rozó las comisuras de los labios del otro, sentándose a horcajadas de aquel cuerpo que tanto había fantaseado, mientras se cobraba la vida de una simple prostituta, la cual no se comparaba con ninguna de las antes ya asesinadas.

No se besaban, no se animaban, pero Rubén quedo totalmente aludido e impresionado cuando Miguel atacó su cuello, mordisqueando y besando las oscuras marcas que estaba dejando, las cuales eran algo doloro-

sas por la fuerza con la cual el ángel lo mordía y lamia, el castaño podría estar más excitado en ese momento. Pero el tiempo se le terminaba y sus ojos comenzarían a cambiar de color en cualquier momento y no dejaría a Miguel tan fácil, el cual movía sus cadera, haciendo fricción en amos miembros semi erectos.

Rubén acallo un gemido ahogado para levantarse y arrastrar con su vigor inmortal a Miguel hacia el borde de la cama, cuando lo logró, el anterior mencionado alzó una ceja bastante desconcertado, todo aquello desapareció cuando sintió mojado en el área de su miembro. Si, el castaño está jugando con su lengua, al escuchar los gemidos del ángel, comenzó a hacerle sexo oral, sin dejar de mirarlo a los ojos.

Miguel no podía con todas esas nuevas sensaciones que estaban contaminando su persona. ¡Era un ángel por el amor de Cristo! Pero no le importaba sentirse sucio y exclamar las maldiciones que en su inmortalidad creada hace doscientos años no le habían permitido decir, logrando contacto visual con esos ojos verdosos que no paraban de mirarle mientras movía su cabeza, utilizando su mano izquierda para cubrir lo que su boca no lograba sacar. Estaba a punto de llegar a su clímax, los dedos de sus pies se contraían y su mano derecha fue a enredar a aquellos sedosos cabellos castaños.

Lanzó un gemido ahogado que resonó en las paredes, sumado a un estado de adormecimiento para quedarse dormido nuevamente. Rubén sonrió ante su buen trabajo, tragando el resto de esperma que había quedado al costado de sus labios. Quedando aún pasmado del tamaño de su ahora, derrotada nueva presa. Lo que haría ahora sería volver al inframundo y buscar pruebas de porque carajo el embrujo no había funcionado en Miguel. Dejo una especie de nota sobre el cuerpo profundamente dormido y salió lloviendo en la lluviosa noche.

Rubén se encontraba en su leviatán en medio de aquel tortuoso lugar, más conocido como el infierno. Rebuscaba en los antiguos libros, el motivo por el cual un simple humano según sus razones, no había caído del todo en su trampa. Sin darse cuenta, tres de los secretarios del mismo líder, entraron a reírse de la estupidez del demonio.

—Pierdes tu tiempo si sigues buscando en esas hojas viejas, el Señor quiere verte.

—Betzabeth, porque no te largas a chupar alguna pobre alma por ahí y me dejas en paz. —La bruja rió junto al nigromante Geryon y el mismísimo príncipe de las tinieblas, Balan.

—Rubén, mi padre quiere verte ahora mismo, las has cagado en grande, como siempre. —Exclama el príncipe, sosteniendo un fino cáliz, lleno de sangre hasta el borde.

El castaño alzó su ceja izquierda, no comprendía lo hechos y refunfuñando, siguió a los tres idiotas que menos soportaba en ese lúgubre lugar. Caminaron por un sendero lleno de calaveras acompañados con los tan apreciables gritos y lamentos de toda alma que caía en ese sitio, tan temido por los religiosos, tan ansiado por los pecadores y tan lamentable para quienes realmente querían su pase al paraíso. Por primera vez en sus miles de años, el fuego del infierno estaba calentando su cuerpo, sentía el ardor en su piel nuevamente marchita y la cabeza empezó a doler-le tan pronto entraron al lugar donde el mismo Satán gobernaba todo aquel antro de maldad. Cuando los cuatro llegaron ante la figura con su mirada expectante, su enorme cuerpo desfigurado y garras listas para asesinar. Se inclinaron, haciendo una leve, pero educada reverencia, Rubén odiaba hacer eso cada maldita vez que debía verlo, detestaba firmemente al Señor y todo aquel a quien debía rendir-le órdenes.

—Mi pequeño Rubén, o debería llamarte por tu verdadero nombre... Eurinomos. —Sonrió malicioso el enorme demonio, haciendo un ademan con su mano

para que los demás se retirasen. — Si... Eurinomos, concebido en estas ardientes llamas que rodean nuestros cuerpos por tu madre Naama y tu padre Asmodeo. Has cometido lo único que aquí está prohibido y tus malditos instintos te han fallado esta vez, maldito imbécil. ¿Qué no te has dado cuenta de que esto podría desatar una guerra contra el maldito paraíso? ¿Debo encerrarte nuevamente Rubén? Hasta tu nombre humano es ridículo como tú.

—No entiendo de qué carajo me hablas Señor. — Rubén se alza un poco más para quedar a la altura del Diablo, rozando su repugnante rostro. — ¿Porque mierda debería importarme el paraíso?

—Sucede hijo de puta, que los malditos arcángeles están dándote caza para devolverte aquí y arruinar mis planes nuevamente. No me quejo de tu trabajo asesinando a esos pobres infelices. Solo que has cometido un grave error. —Satanás estaba realmente enojado y en Rubén se originó un pequeño miedo atacando su vientre.

—Sigo sin entender a donde va esto, ¿Puedes dejar de insultarme y explicarme porque carajo me has mandado a llamar? —Interroga Rubén, un poco fastidiado.

—Sé que has estado buscando porque ese mortal. — Hizo comillas en la última palabra. —No ha caído bajo tu trance. ¿No te has preguntado si ese bastardo es realmente un mortal, Rubén?

—Siendo sincero, no se me había ocurrido. Ahora, explícame que tiene Miguel y el maldito momento de placer que le he dado hace unas horas, es mi condenado trabajo. —Gritó el castaño.

—Presta mucha atención, porque ya estoy harto de tu mierda Eurinomos. Ese tal Miguel es un maldito arcángel que te ha estado buscando, pero aún no sabe que eres tú, se muy cuidadoso y termina con él antes de que te descubra ¿De acuerdo? No quiero contratiempos o te torturaré hasta que hayan pasado diez mil vidas.

Esa fue la última sentencia de Lucifer, Rubén tuvo que volver a venerar al demonio enfrente suya para salir huyendo de ahí y volver al mundo de los humanos. ¿Cómo es que Miguel era un ángel? ¿Cómo es que no se había percatado de su esencia angelical y repulsiva? Se sentía asqueado en muchos sentidos. Dejo que un arcángel tocara su cuerpo y aún peor, la había hecho sexo oral. Debía matarlo claro está, pero antes jugaría un poco con él.

Miguel estaba en el paraíso, dándole amablemente la bienvenida a los recién llegados, acomodándolos en sus respectivos lugares con una enorme sonrisa, el cual ocultaba la enorme angustia que había en su pecho. Al despertar aquella mañana, no había rastro alguno de su compañero temporal, solamente encontró una nota de agradecimiento y que volverían a verse en cualquier momento, solo eso nada más. No obstante, algo no andana bien. Anoche había tenido un sueño erótico que lo percibió tan real, no se arrepiente de aquella experiencia pecaminosa para su desgracia. Fue como conocer un universo distinto, otros colores en su cabeza más oscuros, tonalidades horripilantes pero excitantes. Se obligó a quitar ese descarado pensamiento de su cabeza.

Sin embargo, la cosa se puso todavía más extraña cuando algunos de sus compañeros lo miraban con repulsión, otros con curiosidad y el resto, con lastima. Aun sin entender lo que estaba pasando, buscó a su mejor amigo Samuel, quien se encontraba junto con Abraham, un mandatario de Cristo y hermano de toda su vida. Ambos murieron juntos en el mismo hospital el cual fue asaltado por bandidos, intentando violar a las cuidadoras y asesinando al único experto disponible a esas horas.

Removió también ese pensamiento de la cabeza, y fue hacia ella, quienes igualmente, lo miraron con rostros empapados en preocupación.

—Amigos, alguno puede explicarme porque todos me miran así. —Exclamo Miguel.

—Mi amigo, los chismes rondan aquí como el pan caliente cuando estábamos vivos. —Ríe Abraham abrazándolo. —Se han enterado de los pequeños disturbios que has tenido sobre bueno, sueños no tan agradables para nuestro señor Jesucristo y temen del castigo que pueda darte. No te preocupes, se les pasara.

—Aja, ustedes han tenido la misma expresión, no soy incrédulo. Suéltenlo ¿Qué ha pasado en mi ausencia?

—Será mejor que lo averigües por ti mismo hermano. —Susurro Samuel en voz baja. —Miguel, Harahel te está esperando en el recinto.

Esa última respuesta no le había agradado a Miguel y sin perder un minuto más, se dirigió al despacho de Dios. Harahel era un arcángel muy superior a él y la gran mayoría eran considerados como dioses.

A Miguel aun le faltaba un largo camino para llegar a ese nivel. Este dios era considerado el que “lo sabía todo” y nada bueno podía esperarse de eso, después de lo que soñó la noche anterior.

Al llegar, la fría mirada de sus superior junto a varios otros, lo atacaron y de nuevo es estrepitosa sensación en el vientre, la cual no lo dejaba dormir tranquilo por las noches desde que había bajado al mundo de los humanos.

—Miguel, más conocido como Anauel. Te hemos estado esperando hijo mío, debemos platicar algunas cosas. —Exclama el espíritu.

—Asumo mi responsabilidad por caer en la tentación en el mundo mortal. —Miguel baja la cabeza sintiendo se apenado e impuro.

—No, no es eso Anauel. Pensamos que tu tarea ha sido muy difícil para ti, y necesitamos a alguien más capacitado que tú para realizar esto.

—No, esperen. Lo estoy haciendo bien, solo he tenido un pequeño percance. —Ruega el ángel. Siente las miradas apenadas de todos.

Todos los presentes se miraron a los ojos, no tenían el valor para decirle que ese no era el motivo verdadero de su espera. Sino que Miguel estaba en un enorme peligro, ya que había encontrado al demonio y no había sido capaz de percibirlo, peor aún, había caído en sus redes y claramente no se podía pasar tal flaqueza entre sus arcángeles. Lo más tedioso, es que aun confiaban en él, y antes de seguir lo sacaron de ahí por cinco minutos.

—Harahel, el pobre está en un enorme peligro ¿Qué pasara cuando Eurinomos lo mate? O peor, que termine siendo una presa sexual para él. Anauel aún es muy inocente para eso. —Habla uno de los presentes.

—Qué Dios nos perdone. Pero el chico debe de aprender solo. No podemos estar bajo sus alas Umabel, el solo se las ha ganado, ahora debe cumplir su misión. ¿Todos confían en él?

Decidieron dejar las cosas tal y como estaban. Era cierto, Miguel se había ganado su nombre y alas, ahora debía rendir-les honor, cumpliendo la tarea que se le había asignado. Le relataron que todo estaba bien y que se fuera a terminar lo que empezó y que no volviera hasta haber devuelto a ese demonio al inframundo. Con muchas dudas de que lo pudiera lograr, Lo dejaron volver al mundo mortal. Cometiendo así, el más grande

error jamás causado entre ellos, guardando un fuerte y oscuro secreto, incapaces de sostener toda esa culpa, pidieron ayuda a Dios, como cualquier estúpido haría.

Pasó un mes, en el que ambos, sin saberlo, tuvieron esas juntas en sus respectivos mundos, además de que sentían un vacío, es como si se extrañaran el uno al otro, ambos no podían de dejar de pensar en el otro. Rubén no tuvo oportunidad de volver a ver a Miguel y viceversa por ocuparse de su matrimonio con Erina y de paso, no morir de inanición, Miguel por su parte, estuvo visitando frecuentemente a Beatriz, creando un lindo vínculo con la muchacha, la cual resulto tener poco interés en el joven y este la ayudaba con varias tareas del hogar cuando la visitaba, algo que a los señores Alonso apreciaban mucho.

Casualmente como las familias Alonso e Isasia se llevaban tan bien por los negocios, las prostitutas y sus hermosas hijas, ambos clanes decidieron hacer un viaje a Furth, para descansa unos días de la vida exaltan-te que todos llevaban, más aún los hombres de la casa, quienes Rubén y Miguel en secreto odiaban, cada uno por su lado. Para su desgracia y suerte, los dos fueron invitados a aquel viaje a la ciudad vecina, les venía muy bien cambiar de aire más aun Rubén, quien necesita cazar en otros lados distintos de donde venía.

Cuando Miguel y Rubén volvieron a cruzar miradas luego de tantos amaneceres, el mundo se detuvo para el de ojos oscuros, es increíble como el de ojos esmeraldas era un más hermoso cada día y su sonrisa era más resplandeciente luego de no haberla visto en casi un mes, el cual sintió como un milenio. Miguel siempre fue curioso y le gustaba admitir que el castaño tenía un aura muy misteriosa, la cual ansiaba descubrir y quien sabe, tener un buen amigo en un mundo distinto al suyo. Claramente se estaba engañando así mismo, lo que sentía por el de ojos esmeraldas era una fuerte atracción. Los sueños eróticos se hicieron más frecuentes luego de su vista al cielo, y otros, eras más románticos. Soñaba con llevar al joven de día de campo, a cabalgar y de reír de una forma extenuante para terminar besándose debajo de algún árbol. Soltó un suspiro al recordar todo eso, aunque sus esperanzas cayeron cuando recordó que el ya no puede sentir amor por nadie.

Compartieron la misma carroza junto a todo su equipaje, este sería un largo viaje. Se saludaron con un abrazo y Rubén en ese momento sintió un extraño sentimiento que nunca había sentido por alguien, sintió como su corazón se aceleró un poco, no entendía lo que le pasaba, además le pidió disculpas por haberlo abandonado así en su propia casa, algo que no pasó desapercibido por su prometida a cual la hizo callar antes de subirse al carruaje.

— ¿Cómo has estado Miguel? —Preguntó Rubén con una cálida sonrisa.

—Atiborrado de quehaceres, negocios, cosas que realmente no me interesan. ¿Tú?

—Igual que tu hombre. Esto de fingir un amor no es para mí sabes. —Rubén apoyó su mano en el muslo de Miguel, el cual se estremece pero no quita la mano y lo observa para que continúe el relato. —Mira, sé que sonara horrible pero... solo me caso con Erina para no perder mi fortuna, es una muchacha hermosa y no tengo nada contra ella, pero ya no me siento bien haciendo todo este show.

—Mira Rubén, lo único que puedo decirte es que sigas a tu corazón. Puedes empezar desde cero si te lo propones. — Dijo Miguel intentando consolarlo.

—Lo sé, a veces solo tenemos que hacer estupideces que podrían costar-nos hasta la vida ¿No es así? — Rubén sonrió cínico ante esto último, Miguel volvió a sentir las mismas vibras que sintió en su baño. —Agh, no importa. Dime Miguel, ¿Quieres ir a montar cuando lleguemos a la enorme mansión donde nos dirigimos?

El de ojos negros asiente ante la petición, pero queda pasmado ante tal cambio de tema, Hablaron de lo último que estuvieron haciendo en el último mes.

Supuestamente Rubén había estado fuera por asuntos familiares. Tomó la historia que contaban en el pueblo de que fue desterrado de su antigua ciudad, pero que sus padres aun le permitían ver a su hermanita de casi seis años. Miguel también parafraseo una que otra mentira acerca de visitar a sus abuelos en su pueblo natal y lo mucho que ansiaba conocer España, lo cual impresionó al castaño, quien raramente tenía el mismo deseo de su acompañante, aunque seguro, no para los mismos fines.

El tiempo se les fue volando. La posición del sol indicaba que era plena tarde y el día estaba perfecto para cabalgar. Pidieron permiso a las familias, ya que claramente eran invitados y cuando obtuvieron un “no necesitan preguntar” hicieron una carrera como si volvieran a ser niños, más bien como si realmente estuvieran vivos, hasta la caballería y cada uno eligió el caballo que más le convencía y simplemente iniciaron otra carrera hasta perderse en las enormes hectáreas.

Llegaron a un lugar donde un enorme Secuoya reinaba en medio del paisaje verdoso que les regalaba a ambos, junto a varios otros árboles que parecen un insulto al inmenso árbol que se situaba en medio de todo. Bajaron de los caballos para tirarse debajo de este. Rubén se sentía ajeno así mismo. Era como revivir una de sus peores pesadillas en donde se creía humano. Lo desagradable para él, es que parecía disfrutarlo.

Ambos seres sobrenaturales, desconociendo sus descendencias verdaderas, se encontraban sobre el césped observando las nubes, encontrándoles formas y sintiendo la brisa chocar en sus rostros, inundando sus pulmones de aire totalmente puro. En un pequeño momento el de ojos negros notó que el de ojos esmeralda estaba mirándolo y ambos se observaron por unos momentos. Inspeccionaban cada facción del otro, el color de sus ojos, investigando lo que cada uno de ellos ocultaba, buscando imperfección alguna en sus apariencias, las cuales no existían, al menos para Miguel porque por el amor a todos lo bendito, Rubén era una hermosa creatura con los pómulos firmes y algo filosos, como su hubiesen sido tallados a mano, una sonrisa más que perfecta con esos dientes blancos, esos ojos verdes que eran la ventana hacia un mundo desconocido, en el cual se quería adentrar, Eran las facciones de un ángel las que el castaño lucia y no pidió estar más perdido ante tanta belleza.

Impulsos, eso era lo que dominaba en sus anatomías. Lentamente fueron acercando sus rostros para rozarse los labios que quemaban ante esta fina acción. Rubén alzó su mano, acarició la mejilla de Miguel para besar-lo dulcemente, embriagándolo con su veneno, haciéndolo caer en el pozo donde bien sabía que caerían ambos. Intensificó el beso, ingresando su lengua en la cavidad ajena, quien reacciono a los poco segundos y sintió como Miguel apoyaba las manos en su cintura, tomán-

dolo fuertemente de un momento a otro, como si estuvieran conteniéndose, como si quisieran reprimir sus sentimientos hacía el otro. Lo sabía, estaba intentando caer en la tentación de ir más allá.

—E... espera Rubén, detente por favor. —Miguel pide clemencia al sentir crecer su hombría.

—Mira, esto no es nada diferente a lo que no hayas hecho alguna vez. —Rubén quería incitarlo a pecar en ese momento, no podía con la sensación de deseo creciéndole por dentro.

—Esto es malo Rubén, es pecado, por favor detente

—No te compres aquellas blasfemias de la iglesia. El amor es amor ¿No es así? ¿No hay que amar a nuestro prójimo como nuestro señor manda?, Además yo siento algo por ti Miguel.

Miguel al escuchar sus palabras, callo a Rubén con otro besos aún más apasionado, intentando grabarse en la mente magreo indecente que estaba dando paso a un camino desconocido para él y uno que el castaño conocía perfectamente bien y no tenía problema alguno de guiar al arcángel.

—Te veré en la noche en tu recámara, espero que estés en la más alejada de la casa, porque no te olvidaras de mi tan fácilmente Miguel. —Susurro Rubén sobre sus labios, para luego levantarse, volver al caballo y por consiguiente a la mansión.

El resto del día fue demasiado incómodo para el ángel. La facilidad que tuvo Rubén para hacer que nada había ocurrido anteriormente le impresionó y al mismo tiempo le ocasionó un cierto sentimiento de tristeza, el cual fue acompañado de cierta molestia al ver a Rubén abrazando a su prometida, esto debía parar. estaba comportando-se como un humano hormonal incapaz de controlarse.

El atardecer era un hermoso paisaje el cual Miguel admiraba todos los días desde su torre, ahora lo contemplaba desde un enorme balcón, situado en la parte posterior de la vivienda. Naturalmente el ocaso purificaba su alma y rezaba ante su omnipotente presencia, hoy era una excepción. No estaba tranquilo, no estaba pensando racionalmente y no quería que el día acabara, las palabras del otro joven aún resonaban en su cabeza. Lo grave de la situación, es que ciertamente, anhelaba que este le concediera el honor de vivir alguno de sus sueños en carne propia. Seguramente lo encerrarían después de esto.

La cena estaba pasando dolorosamente rápido. Entre anécdotas, risas y juegos de palabras, Miguel se sentía indebidamente mal por todo lo que estaba pasando por su mente con tan solo ver a tan hermoso ser como lo era Rubén o más bien, lo que creía él que era.

Escuchar reír a los demás siempre fue música para sus oídos. Contando chistes malos y haciendo caras graciosas, el ángel recordó con tristeza, cuando lo hacía con su familia y toda estallaba en carcajadas, justo como ahora sus anfitriones. No se esperaba la pregunta que le hicieron a continuación.

—¿Y tienes algún apodo Miguel? —Interrogó Beatriz con una copa de vino en sus manos.

—Uh, es decir, si, si lo tuve alguna vez. —Rubén notó la incomodidad del chico y le dio una mirada afectiva, de la cual, hasta el mismo demonio se impresionó.

—Entonces dilo. Que decirte Miguel todo el tiempo se me hace muy formal. — Incita la joven, mientras todos ven el chico.

—Mi abuela. —Sonrió por el recuerdo de esa hermosa señora con la cual cocinaba y jugaba en el enorme jardín de la residencia donde está trabajaba. — Ella solía decirme Mangel, es una combinación de mis

dos nombres. Es algo tonto, pero no lo he dicho desde el día en el que ella murió. —Mintió, pero su tristeza era tan real que le dolía el corazón al recordarla.

—Lo siento si te he forzado. Lamento oír eso. —Dice la chica en voz baja.

La conversación siguió con una que otra interrogante para Miguel, las cuales Rubén frenó alegando que estaban poniendo incómodo a su invitado y que este no tenía que responder de más si este no lo deseaba. Miguel suspiro aliviado, y le dio una mirada de agradecimiento a Rubén quien le guiñó el ojo como respuesta y con esos largos y finos dedos, tomó su copa, bebiendo rápidamente. Verdaderamente intento no su garganta al ingerir el vino pero no lo logró. Todos fueron a sentarse en unos enormes sillones de color musgo, frente a una mesa de tamaño reducido que solamente estaba para colocar su tabaco y sus bebidas.

Después de un rato de más charlas y malos chistes. Llego un momento en el que observo como Erina iba hacía los brazos de su prometido, Miguel se disculpó con los presentes diciendo que necesitaba asearse y dormir, porque el viaje había sido muy largo y habían estado muy activos en ese hermoso lugar. Todos se despidieron amablemente deseando-se las buenas noches y siguiendo el mismo camino que el joven, quien

recordó las palabras susurradas en sus labios, la noche se tornaba pesada y por más extraño que sea, parecía que el destino tenía todo planeado. Su habitación era la mas alejada del resto, Rubén dormía solo a petición de los padres de Erina, mientras que ella dormiría con Beatriz en una habitación. El infierno estaba a punto de desatarse.

En la oscuridad de la noche,estaba un semi desnudo Miguel, cubierto solo con una fina sábana color ocre, mirando hacía la luna resplandeciente , iluminando pobremente la habitación. Probablemente era media noche y cuando por fin esta conciliando el sueño, totalmente convencido que las palabras de Rubén habían sido solamente un juego y que todas aquellas alucinaciones sexuales en el salón fueron producto del alcohol. Sintió la puerta abrirse y cerrarse delicadamente, volteó y se sentó en el colchón, se quedó totalmente sin aire ante la vista.

Era Rubén sin camisa, utilizando solo un pantalón de seda negro, que se ajustaba en su cintura pero se holgaba en sus piernas, con una sonría socarrona, acercando se hacia donde estaba él. Miguel sentía desmayarse ante tanta perfección.

—Espero que no te hayas olvidado de lo que te he dicho Miguel, y no te atrevas a abrir esa boca para de-

cirme que todo esto es pecado. Ese hijo de puta al que todos llaman Dios, es nuestro prisionero en el infierno y nosotros solo somos almas que deben vivir hasta lo magníficamente prohibido, para luego no sentir culpas por preguntase que pudo haber pasado. —Aquel pequeño discurso descolocó un poco al ángel, pero no tuvo oportunidad de responder.

En cuanto Rubén terminó de hablar, no iba a dejar que lo replicarán, empujo un poco más a Miguel sobre la cama aun sentado y se subió a horcajadas sobre él, mirándolo fijamente a los ojos, invadiendo a esos ojos de obsidiana, aun mas hermosos que la misma piedra preciosa. El castaño estaba fascinado con ese negro en los ojos del ángel, un matiz nunca antes visto, ni siquiera en la oscuridad que lo rodeó durante años.

Miguel intentaba mantenerse quieto, pero el leve movimiento de caderas del cuerpo sentado encima de sus muslos se lo estaba impidiendo un poco. No contuvo el impulso se posar sus manos sobre las caderas del castaño y sentir 4esa piel blanca con llama de sus dedos. La piel de Rubén era fría perlo delicada, suave pero misteriosa. Lo acarició suavemente, provocando que los ojos esmeralda se oscurecieran en deseo, Miguel al notar esto abrió y cerró la boca, como intentado decir algo, más nunca salió. Sus ojos volvieron a caer en sus labios color sandía del castaño y agarró su nuca para iniciar un beso hambriento, bebiendo de esa necesidad

tóxica de continuar, de contaminar su cuerpo con lo más impuro y prohibido que cualquier ángel podría hacer, como lo era el sexo.

Mordió el labio inferior del castaño, arrancándole algunas gotas de sangre, la cual era aun más oscura de lo normal, pero seguro era ideas suyas. Rubén lamió su propia sangre, pasando su lengua por su labio, haciéndole sentir latigazos imaginarios a Miguel. Este corto el contacto visual para empezar a morder el cuello del joven dejando grandes marcas que no se irían en días, marcando su territorio sin importarle las consecuencias, enamorándose de sus clavículas, donde pensaba podría morir mientras acariciaba los pezones sensible de Rubén.

Dolor y placer, es lo que sentían en ese momento donde la ropa empezaba a irse, Rubén estaba solamente con su pantalón y Miguel solamente con la ropa interior, no fue muy difícil quedar completamente desnudos bajo la luz de la luna. Rubén empujo a Miguel hacia la cama para subirse sobre el y estimular ambos miembros, el ángel volvió a sujetar las caderas del castaño, guiando sus movimientos para crear esa lenta tortuosa fricción que los volvía locos.

Los ojos negros del ángel estaban mas brillosos que nunca, los del demonio se estaban tornando oscuros, estos se camuflajeaban con la noche. Se besaban con

demasiada intensidad, sin importarles nada, ni siquiera si se estaban lastimando o si alguien los podía escuchar y descubrirlos en cualquier momento.

—Recuéstate en la cama. —Habló Miguel con una voz tan ronca, que estremeció a Rubén, dejándolo inmóvil y cautivado.

Este le hizo caso, cerró los ojos y simplemente se dejo hacer cuando sintió el robusto cuerpo sobre el, mordiendo y acariciando sus pezones, esos puntos erógenos que hacían enloquecer al castaño, nunca había tenido un encuentro tan intenso. Miguel inició un camino de besos y mordidas por el pecho de Rubén, los cuales iban bajando, acercándose a sus partes íntimas.

Los gestos de Rubén, era algo que planeaba guardar toda la vida. El sentido de dominancia estaba consumiendo la poca cordura que tenía.

—Puedes...—Rubén no quería pedirlo, Miguel quería escucharlo.

—¿Hacer que?

—Deja de jugar y hazlo de una vez. —La voz del castaño se entrecortaba ya que el otro estaba acariciando su intimidad, para después empezar a utilizar su boca.

Rubén tenia un sabor adictivo, innato, deseoso, como si hubiese sido sacado del mismo infierno. Mientras jugaba el joven con el castaño, empezó a tocar la entrada del otro, haciéndolo que se tensará un poco. Miró sus ojos, pensándolo si lo haría bien, si no lastimaría a aquel hermoso ser que estaba bajo los efectos del pre-coito.

Sin embargo, no iba a detenerse por eso, acerco dos dedos hacia la boca del chico, este empezó a chuparlos con una destreza que hacia sentir placer al ángel. Espero unos segundos y empezó a besar apasionadamente a Rubén y empezó a introducir sus dedos en el castaño. Los dedos entraban y salían, causándole espasmos en todo el cuerpo, que su respiración se fuera a omentos y su orgasmo fuera inminente. Gemía, gritaba y maldecía. Miguel palmeó el muslo izquierdo de Rubén, y este no pudo sentirse más excitado, le gustaba que lo maltrataran un poco en el acto.

El orgasmo golpeó a Rubén. Miguel al verlo, mentalmente pensó que algo había logrado, ya que estaba hecho un desorden, con las mejillas rojas y ojos acuosos por la culminación. Sin esperar a recuperarse, rápido y con una fuerza sobrenatural, Rubén acostó a Miguel en la cama para comenzar trabajar nuevamente.

Sin previo aviso, Rubén empezó a jugar con su boca con la hombría del otro haciendo que Miguel se retorciera de placer. Escuhar gemir al ángel, provocando

que este se volviera a excitar y en su pecho crecía una sensación de orgullo por tener a un arcángel de esa manera, a su merced, para poseer-lo sin necesidad de utilizar sus técnicas. Lo único que deseaba Rubén en ese momento, era que su parte demoníaca no saliera al acabar definitivamente.

Entonces Miguel tomo al joven del pelo y lo subios hasta su boca para besar-lo apasionadamente y ponerlo bajo de él, después de unos segundo el de ojos negros empezó a introducir sus dedos en la cavidad del otro como ya lo había hecho. Rubén ya no aguantaba más, quería algo más que los dedos.

—Miguel, por favor hazlo, ya no aguanto más. — Dijo Rubén entrecortado por el placer.

Miguel, sabía a lo que se refería y eso hacía excitarse más, este se puso entre sus piernas y empezó a introducirse dentro de Rubén, este soltó un pequeño gemido que el otro chico ahogo con un salvaje beso, el ángel empezó dando suaves embestidas que poco a poco se fueron intensificando. En la habitación solo se podían escuchar sus gritos de placer. Los dos estaban en un estaban en un estado de éxtasis.

Rubén estaba experimentando una extraña mezcla de sensaciones, entre el gran placer que sentía y una

extraña sensación como ¿Afecto?, estaba muy confundido, la excitación no lo dejaba pensar, lo único que tenía claro es que quería el control. Entonces en un rápido movimiento y con una gran fuerza, puso a Miguel debajo de él sin dejar que saliera de él, el ángel se sorprendió ante esto, pero eso desapareció al sentir los movimientos de cadera del castaño, que cada vez se intensificaban más, estaban embriagados por el placer. El problema empezó cuando sus espaldas empezaron a picar, sus atributos reales empezaron a aparecer, las uñas largas de Rubén, su notorio aumento de tamaño, y la aureola de Miguel comenzó a aparecer.

Cerraron los ojos y soltaron un gemido tan gutural que sintieron al mundo colisionar y las alas de ambos salieron ante tal majestuoso clímax, lo cual al abrir ambos su ojos, se separaron como si fueran seres totalmente horribles. Asustados se miraban el uno al otro, inspeccionándose, el más asustado era Miguel. Rubén era el tan maldito demonio que estaba buscando, no sabía como sentirse, estaba confundido, lo había conducido por el camino del pecado y no sentía una pizca de arrepentimiento.

Rubén miraba el verdadero cuerpo del ángel, se dijo a si mismo que no estaba nada mal. sus alas pseudo grises, aquella aureola y los ojos con matices blancos, era un arcángel digno de corromper, algo que ya había hecho y no podía sentirse más soberbio y vanidoso ante

tal hazaña. Cuando el demonio estaba por decir palabra alguna, demonios y ángeles aparecieron por arte de magia en la habitación. Balan y Harahel, encabezando sus respectivas tropas.

—Debías matarlo Eurinimos, no dejar que te violara. Ahora tendremos problemas por esto. —Grita el príncipe, avergonzado.

—Y tú Anauel, dijiste que podrías con esto. Confiamos en ti. Los esperamos mañana a ambos en la Alta Corte, donde serán juzgados.

—¿Y que pasara con la bola de idiotas que nos trajo aquí? —Interrogó Rubén enojado.

—Los dejaremos en una especie de sueño profundo y los devolveremos a sus casas, dándoles una amnesia temporal hasta que sepamos que vamos a hacer con ustedes dos. —Contestó el arcángel.

—Entonces, querubines los dejare apalear a su hermoso hermano quien me ha dejado como nuevo. Los veré mañana.

Miguel no sabia si alegrase por el cumplido o desear morir por todo lo ocurrido. Fue conducido por un sendero donde no había salida y sería cruelmente castigado por la cámara. Realmente estaba perdido y

ningún milagro iba a salvarlo. Reparo en el hecho que se enteró por uno de los secretarios de que Rubén ya sabía lo que era y que si no fuera por esta brutal intromisión, iba a matarlo. Miguel sintió como su corazón se marchitaba, por un momento pensó que sus sueños románticos junto a Rubén se harían realidad, sobre todo porque Rubén le había dicho que sentía algo por él, los besos, las caricias, todo fue parte de un perverso plan del demonio, había jugado con su corazón y no solo eso dejó que lo corrompiera. Se le encogió aun más el corazón y siguió a sus hermanos, sin poder mirarlos a la cara. Solo le queda esperar su destino.

En el purgatorio se encontraba la Alta Cámara, donde los ángeles y demonios podían convivir en paz, sus poderes ahí no servirían de nada, perdían fuerza y sus instintos de combatir se tranquilizaban. Quienes eran los líderes no era Satanás ni Dios Padre, los malditos decían que no tenían tiempo para sus seguidores. Más tarde, se decidió que tres representantes de cada mundo, hablaran por Eurinomos y Anauel.

Rubén sería defendido por Balan, Betzabeth y Humtaba, un demonio de aspecto horrible que vomitaba llamas ardientes. Miguel sería defendido por el mismo Harahel, Aniel, el arcángel de las virtudes y Haziel, arcángel misericordioso.

Los seis tenían una especie de estrado gigante donde se sentaban uno a lado de otro, con expresiones de asco, aun así tenían que debatir el destino de Rubén y Miguel. Entró un enorme nigromante a clamar silencio.

—Estamos aquí para la sentencia de estas dos criaturas que han atentado contra las leyes de sus respectivos mundos. Por un lado tenemos a Eurinomos, alias Rubén, acusado de tener sexo con un arcángel y desobedecer las ordenes de su líder. Por el otro tenemos a Anauel, alias Miguel Ángel, acusado de tener sexo con un demonio y pecar ante todo lo inculcado en su cultura, sin contar que las relaciones sexuales sostenidas fueron con un hombre. Ahora que inicie el juicio. — Dijo el nigromante en voz alta.

—Miren ángeles, nuestro Rubén solamente debía realizar un trabajo como el de todos nosotros aquí presentes. El único jodido en este lugar es el arcángel. — Exclamó Humtaba.

—Y por eso debe recibir un castigo. —Exclamó la bruja.

—No castigaremos a nuestro Miguel, solamente tendremos misericordia y volveremos a encaminarlo por el camino de Dios. — Dijo Haziel.

—Me temo que no es tan fácil angelito. —Exclamó Balan. —Tu ángel ha cometido tres pecados capitales, ademas le ligeras inclinaciones hacia la homosexualidad, algo que para ustedes esta relativamente prohibido ¿No es así?

—Eso no hubiera pasado en primer lugar, si su demonio no estuviera en la tierra, fingiendo ser un humano y viviendo la vida de uno, independientemente que sea por un trabajo, que supongo yo no es nada bueno, y en segundo lugar, nuestro Anauel no hubiera desarrollado esas inclinaciones si su demonio no lo hubiera seducido. —Exclamo firmemente Harahel.

Miguel se encontraba en la parte de abajo escuchando como decidían su destino, se sentía avergonzado, destrozado, sobre todo porque tenían al demonio a lado suyo. Miguel quería hablarle a Rubén, quería saber porque no lo mató en el instante en el que supo lo que era.

—¿Porque lo hiciste? ¿Porque jugaste conmigo si ya sabías lo que era?—Dijo Miguel en voz baja para que no lo escucharan.

—¿No es obvio?, Solo quería divertirme un rato contigo, y vaya que me divertí. —Dijo Rubén.

—¿Y eso incluía, ser amable conmigo y hacer que te quisiera?¿Ilusionándome diciendo que sentías cosas por mi? ¡Me corrompí por ti! Estaba dispuesto a dejar de ser un ángel y estar contigo. ¡Te llegue a querer!— Dijo el Miguel con un nudo en la garganta y con los ojos cristalinos por las lágrimas.

Rubén cambio esa sonrisa cínica por una cara de seriedad, sabía que ese no era su plan, el solo quería tenerlo en la cama, divertirse y matarlo. Además el también escondía ese raro sentimiento que nunca había experimentado, ese que lo hizo sentir como un humano, y eso solo lo sentía cunado estaba con Miguel.

—¡Contéstame y mírame a la cara! Cierto, que los malditos demonios no sienten una pizca de nada, podrán verse como un humano pero jamás va a llegar a sentirse como ellos. —Dijo el ángel con una voz más desgarrada y lagrimas en las mejillas.

—No, no era parte de mi plan ¡Así como tampoco lo era que contigo me sintiera como un humano sin matar a uno! Tal vez to también te llegue a querer. —Dijo Rubén enojado, casi gritando. Miguel se quedó frío ante esta respuesta, sintió un alivio en su roto corazón, tal vez podrían hacer algo juntos para evitar el castigo y hablar claro sobre sus sentimientos, justo cuando iba a hablar aparecieron todos.

—¡Silencio! Hemos tomado una decisión, pero antes de decirles sus sentencias, tenemos una pregunta que hacerle a ambos.

—Anauel, quiero que contestes con sinceridad. —¿Llegaste a sentir algo más o querer al demonio, antes y/o después de saber su naturaleza? —Preguntó Aniel.

Ambos se quedaron halados ante aquella pregunta, se quedaron unos segundo en silencio, para después ambos tener una respuesta.

—Si. —Contestó el ángel con un poco de temor, pero con confianza hacia el demonio. No sabía lo equivocado que estaba.

—Y tú Eurinomos, también quiero que contestes con sinceridad. —¿Llegaste a sentir algo más o querer al ángel, antes y/o después de saber su naturaleza? —Preguntó Betzabeth. Este se quedo en silencio unos segundos, mientras que Miguel confiaba en su respuesta.

—No. —Contestó Rubén con un semblante serio.

No lo podía creer, Miguel no podía creer en la respuesta del castaño, sintió como su corazón dejaba de latir, lo había engañado otra vez.

—Entonces está decidido, Eurinomos, estas sentenciado al encierro por todo un siglo, sin posibilidades de regresar a tu vida humana. —Decretó el príncipe.

—Y tú Anauel, se te revocara tu cargo de arcángel, por caer en los engaños de un demonio, además de que te arrancaremos tus alas, seras un ángel caído y no tendrás posibilidades de regresar al paraíso. — Decretó Harahel, con un grado de tristeza y decepción.

Miguel no lo podía creer, todo su mundo se derrumbaba ante sus ojos, había dado todo por un demonio que solo lo sedujo y juego con el, se sentía enojado con todos y con él mismo.

—Hermanos, ya saben que hacer... —Dijo Harahel con aun más decepción.

Los arcángeles se dirigieron hacia el podre ángel destrozado y lo tomaron con fuerza de los brazos. Ninguno de los dos quería hacer pero era ordenes. Ambos se disculparon con Miguel.

—No por favor! ¡No me hagan esto, no me lo merezco!, ¡Mis alas no! ¡Encierren-me a mi también por favor! —Rogaba Miguel, mientras sus rodillas temblaban hasta que cayó al suelo, este imploraba piedad con lagrimas en los ojos.

—Rubén, arráncale las alas, solo así se romperá el vinculo afectivo contigo. —Ordenó Balan.

Rubén se quedo estático por uno segundos, después se dirigió hacia el pobre ángel destrozado, sin verlo a la cara.

—Rubén, no ¡Por favor no lo hagas! ¡Ayúdame! —Le rogaba el aun ángel al demonio.

El demonio hizo oídos sordos ante sus suplicas, tomo con fuerza sus hermosas alas, y en un abrir y cerrar de ojos las jaló con una gran fuerza, haciendo que eras se desprendieran de la espalda de Miguel. Un grito desgarrador, cargado de mucho dolor y tristeza salio de la garganta de Miguel. Y así es como termino un inocente ángel con un corazón puro, condenado a ser un ángel caído, sin derecho de regresar a su hogar.

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