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LOVE’S GAME

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I WANNA BE YOURS

I WANNA BE YOURS

Sandra.

Decir que no dolía tan profundamente, que sentía que mi corazón podría desquebrajarse en cualquier momento, era mentir completamente, pero por un segundo, tan solo por un instante, dejé eso de lado, ya que... ¿Qué importancia puede tener que algo que yo he provocado inconscientemente, duela tanto que desee morir? Nada, verdaderamente nada.

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—¿Estas bien? — Escuché un susurro, un bajo sonido de voz quebrada. Claro que no lo estaba. ¿Como sentirse bien, al fin y al cabo?

—Si. —Reí, de esa forma rota que sale cuando tan solo quieres llorar, noche tras noche hasta que acabe tu vida.

—Yo no te veo bien. —Quería gritar en ese momento. Decirle que me importaba una mierda lo que el pensase o cómo me viese, pero me calmé a mi mismo, recordándome que todo era mi culpa. Mi maldita culpa, por haberle dejado marchar, por haber jugado con el amor.

—Ya bueno... —Conteste simplemente a la par que suspiraba. Deseaba salir de allí, o en cualquier momento me vendría abajo delante de ella, y esto posiblemente lo empeoraría mucho más.

—Me iré a casa. —Esa simple clase, desató el caos dentro de mi, no sabía si podría soportarlo.

Me recordé a mi mismo tiempo atrás, con mejillas sonrojadas por sus indirectas, hasta qué yo ya no podía más y acababa arrastrándolo a mi departamento para entrenarme en cuerpo y alma; me quise voltear para suplicarle que viniese conmigo, pero recordé que ella ya no era mía, así que solo seguí caminando por aquella oscura calle de Madrid, mientras sentía como mi corazón se rompía a cada diminuto paso, como las fuerzas abandonaban mi cuerpo, como mis ojos quemaban cada vez más, como mi alma, el aura que me rodeaba, se disipaba lentamente, dejándome desgarrada por el dolor. Me lo merezco, porque todo fue mi culpa.

Dolía de una manera tan indescriptible. Allí estaba yo, una mujer derrotada llorando en su almohada, mientras suplicaba como una niña pequeña, que ella volviese a mi lado. Mientras deseaba volver a tener sus labios chocando con los míos, recorriendo cada parte de mi cuerpo, haciendo que me volviese loca, pero no. Porque una maldita estúpida lo había arruinado todo, una maldita imbécil que no sabía lo que tenía hasta que lo perdió. Y que tras saber que lo había perdido, lo dejó ir sin poner resistencia alguna, porque ya la había cagado lo suficiente. Suspire mientras me incorporaba en otra posición, para que mi rostro no se mojase por culpa de la humedad de la almohada.

¿Cuantas veces me había perdonado? ¿Cuantas veces me había dicho que no pasaba nada, y se marchaba a su habitación a llorar y llorar, sufriendo en silencio? ¿Cuantas veces me mostró una sonrisa tan llena de dolor, miedo a no ser suficiente, una sonrisa verdaderamente rota, por mi culpa? ¿Cuantas veces vi sus ojos dejar de brillar cuando yo llegaba con una nueva marca bajo mi ropa, color rojiza o morada, o me susurraba suavemente que olía distinto, como a perfume? Mas el nunca me objetó, solo me daba un beso en la frente y se marchaba a su habitación, para llorar toda la noche, o así lo sentía yo.

Yo estaba acostumbrada a jugar el famoso juego del amor , ir de flor en flor pues no da dolor, pero todo cambio cuando ella, Leslie, apareció en mi vida. Aquella distracción, aquella manera de jugar, aquella forma de sentirme poderosa ante las personas, mientras yo fingía que amaba a alguien para después ver como se quedaban derrotados por mi partida, todo eso desapareció al ver como sus ojos brillaban al verme. Poco a poco fui queriendo más de ella, no sólo su cuerpo como usualmente solía pasar. Primero era físicamente, quizá curiosidad, ya que yo nunca había tratado con una mujer, fue por eso que me dije a mi misma que saciarme estaba bien, culminar mi curiosidad de la mejor manera.

—Jugar cambiando las reglas es lo más normal del mundo. —Me tranquilicé.

Y lo disfruté. Realmente lo hice. Aunque también me dolió, mayormente al sentir como ella invadía todo mi ser sin que yo hiciera algo.

Tiempo después, me encontraba a mi misma preguntándome que estaría haciendo, donde estaría, con quién. De alguna forma u otra, ella siempre estaba en mis pensamientos. —Esta bien Sandra, solo es porque fue la primera mujer en tu cama. —Me repetía una y otra vez, cuando el pánico me golpeaba como una ola con gran fuerza. Pero no era así, y ya era hora de me dejase de engañar.

Pero no podía llamarla. Porque ambas acordamos que solo iba a ser una vez, porque ella no era lesbiana, ni yo tampoco, solo era curiosidad, solo una atracción momentánea, solo un juego como cualquier otro.

—¡Que tonta fui! —Me grite mientras me levantaba de la cama. Me estaba ahogando con mis propias lágrimas, en mi propio dolor. Quería parar, pero cada vez que lo hacía, el corazón se volvía pequeño, el nudo de la parte superior de mi estomago volvía y la respiración se me dificultaba.

“La jugadora cayó empicada en su propio juego, y no pudo hacer nada para evitarlo.”

Al final de aquel día en el que las dudas me invadían, decidí salir a la discoteca donde la encontré, con la esperanza de que ella estuviese allí, aunque no fuese buscándome a mi, sino a alguna otra persona con quien divertirse.

“¿Porque aquella idea de repente lo hacía sentir pequeño? ¿Por qué me parecía tan horrible cuando yo era la primera en hacerlo semana tras semana?”

Fácil. Fácil y escalofriante. Esta tirando mi juego abajo por Leslie, por aquella pelinegra de ojos negros.

Corrí por aquellas transitadas calles de Madrid hasta llegar a aquella famosa discoteca. Entre sin dudar, con la respiración agitada por toda la corrida dada anteriormente.

Y allí estaba ella, besando a un imbécil, Suspiré decidida a darme la vuela y alejarme, sin decir palabra alguna, sin hacer nada.

“Un juego, solo eso”, mas cuando estuve apunto de hacerlo, ella vino por mi, y antes de que me pudiese dar cuenta, estábamos ambas en el asiento trasero de un taxi camino a su casa, ella mascullando cosas sin sentido y que no entendí, seguramente por la cantidad tan grande de alcohol. Llegue y sin dejarle hablar la arropé.

–“¿Que carajo había pasado conmigo, en vez de estar disfrutando una buena noche de sexo, de experimentar, de jugar, estaba arropándola?”–

Negué incrédula. Realmente esto dejaba de ser un juego de pasos agigantados, esto se me estaba saliendo de las manos.

Fui a la cocina en busca de alguna pastilla para el dolor de cabeza que seguramente tendría el día de mañana, y es que la chica de pelo negro estaba a una cuba de una congestión alcohólica. Puse un vaso de agua, junto con la pastilla en la mesita de noche, y un balde en el lado derecho de la cama por si vomitaba, que era lo más probable.

–¿Cómo he acabado en esto? –Había ido a buscarla a la maldita discoteca, vestida prácticamente con una pijama, había recorrida media ciudad en un taxi con ella y ahora estaba en su casa, cuidando de ella ¿Qué había pasado con mi antigua yo?

Me decidí a abandonar la habitación, pero me detuve cuando ella susurro algo como un –Te haría mía. Pero mañana. Hoy todo la vueltas y... juraría que veo estrellas. – Yo solté una carcajada estrepitosa, y esta bien si abandoné la casa. Le había dejado un nota , corta y concreta, esperando que la vea.

Una parte de mi, se sentía feliz, radiante; mientras tanto, la otra, se sentía vacía y con demasiado temor.

Al día siguiente me llamó, para agradecerme de que hubiese cuidado de ella cuando a penas podía mantenerse en pie por sus propios medios. No sé como, pero ambas acabamos en un café en mitad de Madrid charlando de trivialidades, como si fuéramos amigas de toda la vida, olvidando que ambas éramos un simple juego de la otra, aunque por mi parte, llevaba dudándolo desde prácticamente el primer encuentro.

Apenas y sin darme cuenta,Lisy, como ahora le llamaba, paso a ser una de las personas más importantes de mi vida, por no decir la más importante. Nuestra relación era extraña, por no decir más. Nos tratábamos como mejores amigas que pasaban prácticamente todo el día juntas, pero cuando la noche alcanzaba su punto máximo, buscamos desesperadamente contacto con la otra. El roce de nuestros cuerpos, el choque de nuestros labios, el encuentro de nuestros ojos era algo que necesitábamos día tras día. En cambio, por la mañana actuábamos como si nada pasara. Y eso estaba bien. Al fin y al cabo solo era un juego, Porque si, me había jurado a mi misma que esto solo sería un juego, y ahora con mucha más razón, porque no dejaría que mi amistad, esa tan extraña que tenía con ella, se esfumase por nada en el mundo.

—Pero la cague. —Me reproche a mi misma, mientras me tallaba los ojos. Seguramente estarían hinchados y rojos, pero... ¿Que importaba? Me volví a tumbar, mientras que con la mirada perdida en mi negra gata, divagaba de vuelta a mis recuerdos.

Un día como otro cualquiera, donde salimos a beber en aquella discoteca en la que nos habíamos encontrado, acabé enredándome un muchacho, y sin darme cuenta, acabé en su casa. A la mañana siguiente no pude evitar sentirme la peor mierda del mundo, y es que... ¿Como había podido hacerle eso a Leslie? Sorprendida ante mi pensamiento y asustado ante mi comportamiento, fui a mi casa, donde la pelinegra me esperaba sentada en el sillón. En el camino a casa, estuve pensando qué era lo que podía decirle, u es que... en realidad solo éramos un juego el uno del otro en el ámbito “amoroso-sexual”, en cuanto a la amistada, era mi mejor amiga. La que siempre permanecía conmigo, la que siempre me hacía reír por muy mal que estuviesen las cosas, la que aguantaba mis tonterías, era Leslie, simplemente ella.

No obstante, todo lo que pensé no pudo ser pronunciado, ya que cuando Leslie estuvo frente a mi, miró atentamente las marcas que había en mi cuello, aquellas que el chico de pelo azul tan extraño me había dejado la noche pasada. Una mueca, seguramente un intento de sonrisa, apareció en su rostro.

Fue la primera vez que vi que sus ojos, perdían el brillo ante esto. La primera ves que vi que su miraba reflejaba tantas cosas... y todas al cual peor que la otra. Simplemente, vi a Leslie derrotada, por mi culpa. Una punzada atravesó mi pecho... quería que me gritara, que me dijera que era la peor mierda que había tenido frente a sus ojos, que era un mal amigo, que era una horrible persona, incluso que me pegara, para sentirme un poco mejor. Y de verdad creía que lo haría, pero no. Solo se acerco lentamente a mi, me besó la frente y retrocedió un paso. Medio una última mirada con esa mueca caída y se marcho a la habitación de invitados, aquella que poco a poco, después de muchos meses, se había convertido prácticamente en su habitación.

Y así, una y otra vez. Realmente no sé porque lo hacía ¿Por qué me entregaba a todas esas personas que no tan siquiera me atraían? Aparte, ¿Porque se sentía tan culpable cuando pensaba en Lisy, engañándola, algo más de la amistad?

La respuesta me daba miedo, pero ya la había aceptado, yo quería a Lisy. Y no, claramente no como una amiga.

Por eso es que me aterraba aquello, porque yo jamás había querido a nadie, yo estaba acostumbrado a jugar, a ir de flor en flor, ya que eso no causa dolor. Así nadie puede romperte el corazón, hacer añicos tu inocencia,

hacerte trizas. Pero llegó Lisy, ella lo cambió todo. Y yo, como una tonta, caí por ella. Y ahora estaba tan asustada que no había palabras para describirlo.

–Y eso me lleva a donde estoy ahora. –Suspiré acariciando lentamente el lomo de mi linda gatita, quien ahora se encontraba en mi cama.

Al final, y como no era de extrañar, Leslie acabo cansada de mis tantos “engaños”, aunque sinceramente no se le puede denominar así, ya que yo ella eramos solo un juego. Y si, eso no era novedad, pero era lo mejor para mi, pero era lo mejor para mi pensar en esa gran mentira.

Nada de esto interfirió en nuestra amistad directamente, nos seguíamos viendo prácticamente todos los días, pero en las noches todo cambió. Quizá ella se quedaba a dormir, pero siempre lo hacía en la habitación de invitados, aunque ya prácticamente le decía su habitación, además cerraba la puerta con seguro. Eso me dejaba claro que todo aquel juego entre nosotros había acabado. Aquel juego que poco a poco se convirtió en un me gustas. Aquel que después de meses de atracción, placer y gusto, se convirtió en un te quiero. Un te quiero que de igual medida me asustaba, también embargaba todo mi ser.

Finalmente, después más o menos en tiempo actual Leslie había encontrado a alguien. Y aquello claramente no era un juego. Como yo había sido. Como ella había sido para mi, aunque solamente, un muy corto periodo de tiempo antes de ser la razón por la que sonreía todos los días.

Y desgraciadamente, no tenía mejor opción que contárselo esta noche. Con esa maldita sonrisa suya en su rostro. Con aquel brillo de determinación en sus ojos.

“Todo fue mi culpa”

Me tapé hasta la cabeza, queriéndome esconder del mundo, mientras me volvía a gritar a mi mismo que lo mejor que podía hacer era resignarme. Yo había perdido a Lisy por creerle un juego, cuando ya había ganado solo por conocerlo, cuando se convirtió en la razón de mi sonrisa. Yo lo había dejado ir.

“Y es que verdaderamente, lo que empieza jugando, acaba gustando” Pensé sarcásticamente. –O en mi caso enamorado. –

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