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La incertidumbre: camino a la oportunidad

Los pasados meses han sido de enorme adaptación, conciliación y amoldamiento en la búsqueda de aquel pasado “normal” previo al 2020. A ello se le suma la percepción de una fuerza laboral líquida, un consumidor vigilante a los aumentos en los costos de vida y negocios en búsqueda de soluciones ante el inevitable aumento salarial del año en curso (así como del 2023) y, por tanto, de los costos operacionales. “Profetas” que viven de vender visiones tétricas hablan de un futuro oscuro. Sin embargo, aunque en efecto podemos reconocer que las circunstancias del mercado son un tanto inciertas, ausculto una gran oportunidad. La ocasión promete la posibilidad de recalibrar aquellos elementos donde, como dueños de empresas, tenemos cierto control.

Ante todo, la industria de los alimentos posee unas peculiaridades que la hacen únicas. Entre estas se encuentra su rol vital en la estabilidad de la vida en sociedad. Posee, por su propia naturaleza, eso que un buen mentor (hace un tiempo) clasificó como “stickiness”. Esto significa que nuestra realidad social, familiar e individual depende en cierto grado de la constante oferta de dicha industria. En otras palabras, el consumidor no puede prescindir en su totalidad del sector.

En segunda instancia, es menester el reconocimiento de una trasformación profunda (a nivel agregado) en el sector de alimentos. El ocupante (deseado o no) fue la acelerada transición al escenario digital. Esto trajo consigo una dinámica novel entre la interacción de los negocios y los consumidores, ampliando la experiencia de usuario de la góndola, al bit y el byte (pantalla del celular).

Asimismo, si consideramos lo antes mencionado y se sopesa la preocupación agregada del alza en precios de los establecimientos, queda por cuestionar: ¿cuáles son las posibles soluciones? ¿Qué podemos observar para aumentar la competitividad del negocio? De cierta manera, los negocios y sus marcas quedan reducidas a lo que llamamos “valor añadido”. En el pasado, ha quedado documentado vía múltiples investigaciones que en circunstancias similares a las del presente, son los factores cualitativos aquellos que tienden a determinar la decisión final del consumidor. Es por esto que, como se reseñó en una pasada edición, el mejor barómetro de la salud económica de un negocio es el propio negocio.

Para poder llevar a cabo una evaluación de lo antes mencionado, es necesaria la recolección y el análisis de datos de nuestro negocio. La parte positiva de esta solución es que todos los negocios tienen el control de tomar dicha determinación, independientemente de las condiciones del mercado. Es medular, no opcional, aspirar a tener una cultura de datos. Es una excelente vacuna contra la incertidumbre. Incluso, aunque los datos agregados o macroeconómicos son esenciales, la granularidad de análisis es fundamental. A modo de ejemplo, como se pudo apreciar en una pasada publicación de la Radiografía del Consumidor, existen diferencias geográficas en los patrones de consumo. De igual forma (si tomamos el perfil demográfico y segmentamos por grupo generacional, niveles de ingreso, etc.), veremos que la definición de ese valor añadido del cual se habló anteriormente puede ser distinta.

Nos encontramos y se asoman mayores momentos de múltiples transformaciones que se salen del espacio de esta edición. No obstante, más que una “crónica de una muerte anunciada”, es el momento perfecto para asimilar circunstancias, planificar estrategias y crear oportunidades que generalmente nacen de momentos de alta inquietud.

Por: Eduardo Burgos-Suazo, COO de ABEXUS Analytics y Profesor en UPRCA

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