Visor
D. Zúñiga/J. Hernández Sacheri y su fútbol página 7 Heriberto Yépez ¿Para qué sirven los encuentros literarios? página 8 Avelina Lésper Malditos página 8
N.o 457
domingo 1 de abril de 2012
Rumbo a FIL. Día Mundial del Libro 2012
Drácula, una novela de culto Roberto Herrera Gallardo Página 2 daniel mordzinski/antonio tabucchi en el río sena, 2004
(1943-2012)
Antonio Tabucchi El dueño de la Tabaquería Página 4
MILENIO
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MILENIO
antesala especial
Drácula, una novela de culto
Las obras no se acaban, se abandonan. PAUL VALÉRY
Nosferatu, el inquietante filme de F.W. Murnau, de 1922
Rumbo a FIL
especial
Roberto Herrera Gallardo
L
os lectores hacen grandes a las novelas o, mejor dicho, contribuyen a afirmar su grandeza original. Esta es la circunstancia que ha determinado a un buen número de obras denominadas “juveniles” (entendiendo aquí el adjetivo “juvenil” como propio de aquellas novelas editadas para lectores inmaduros, neófitos o en formación), que habiendo estado condenadas a la “Serie B” de la literatura por la crítica académica y el mundo editorial, inesperadamente, como un hito, comienzan a ser revaloradas como obras de madurez, como “grandes novelas”, cuando aquellos lectores juveniles se convierten, al crecer, en los lectores expertos, en las voces autorizadas y reconocidas de la literatura. Es cuestión de tiempo, pero también de múltiples relecturas, para que una obra subestimada como “juvenil”, se convierta de repente en objeto de culto. En el caso de Drácula, la popular novela de Bram Stoker escrita en 1897, el plazo fue demasiado largo, casi un siglo, más de tres generaciones de lectores. El propio Stoker, muerto en 1912, no vivió para contar la fama que a la postre tendría su historia sobre vampiros. Hoy Wikipedia nos dice al respecto que fue hasta 1983, es decir, 86 años después de su publicación, cuando Drácula se incorporó a la selecta colección de obras “clásicas” de la Universidad de Oxford. Lo mismo ha ocurrido en periodos distintos, con otras novelas de fantasía, sean éstas del tipo siniestro, como en el caso de la novela de Stoker; o aquellas, conectadas con la ciencia ficción, como son las de Julio Verne o H. G. Wells; pasando también por las de aventuras al estilo de Los tres mosqueteros de Dumas o la saga de Los tigres de la Malasia de Salgari (con D’Artagnan y Sandokán, incluidos). Así, durante cien años, la “alta cultura” literaria del siglo XX, “adulta” y por consiguiente “madura”, condenó a la gaveta de lo “juvenil” a muchas novelas que al tratar de temas fantásticos, se alejaban de la “realidad” en la que –según esta crítica pre-
La versión en cine de Francis Ford Coppola, de 1992
Los lectores decidieron. El Día Mundial del Libro de este año, será leída la obra más reconocida de Bram Stoker en la Rambla Cataluña. Para inscribirse, puede apartar su lugar acudiendo al sitio de la Feria Internacional del Libro, www.fil.com.mx juiciosa - las “grandes” obras literarias se fincan. Afortunadamente, con el nuevo siglo, asistimos a una etapa de revisionismo literario, donde caben nuevos juicios y renovadas interpretaciones sobre los valores sociales, artísticos y culturales de la novela en nuestros días. Sea por el tema, o por el tipo de lectores que
se cierne en torno a ellas, estas novelas de fantasía, para muchos entrañables, han sufrido con mayor o menor justicia de este tipo de “reivindicaciones” literarias o extra literarias a destiempo. Algunas veces, ayudadas por la fama incidental del momento, como una afortunada versión fílmica de la novela, y otras, a causa de una leyenda urbana asociada a su argumento, sobre todo si éste trata de vampiros, viajes al futuro, amenazantes alienígenas o morbosas historias que se debaten entre el mito y la realidad más alterada. En cualquiera de los casos, finalmente el lector termina restituyéndoles su real valor. He querido iniciar estas líneas dedicadas a Drácula, estableciendo esta determinante de revisionismo inacabado a la que ha estado sujeta la novela en los últimos cien años, convirtiéndola al cabo del juicio moderno, en la mejor historia jamás contada sobre los vampiros y base ficcional de la que surgen todos los antihéroes no muertos, los eternos chupasangre del imaginario colectivo popular. Después del personaje de Stoker, será imposible pensar en un vampiro diferente que carezca de los atributos que lo definen en la literatura y el cine: vida eterna, poder hipnótico, fuerza descomunal, juventud y erotismo perennes, y una rebeldía de siglos que parece no tener fin. Así, Drácula, el bello tenebroso, el amante inmortal, parece anidar en casi todos los mitos antiguos del mundo bajo la forma del arquetipo malévolo por antonomasia. Hoy podemos decir con sobrada razón, que vivimos un boom literario del vampiro que lo mismo se presenta de las novelas rosas sobre adolescentes darketos de Stephenie Meyer (Crepúsculo), que en las existencialistas “Crónicas vampíricas” de Anne Rice (Entrevista con el vampiro); igualmente, el legado de Stoker acerca hoy a escritores tan distantes como diversos: Richard Matheson (Soy leyenda) y Whitley Strieber (El ansia); Stephen King (Salem’s lot) y Carlos Fuentes (Vlad); Kim Newman (El año de Drácula) y Elizabeth Kostova (La historiadora); Poppy Z. Brite (El alma del vampiro) y John Ajvide Lindqvist (Déjame entrar). Nadie se sustrae en la actualidad, como lector y particularmente, como escritor, al poder de esta literatura de colmillos afilados, ya sea para seguir vigente en el mercado editorial, ya sea para vender libros en tiempos de crisis o quizás, por qué no, para llegar a nuevos y anhelantes lectores ávidos de estas historias, el nuevo gran público que aún espera retar su cada vez más exigente capacidad de asombro, con sorprendentes y fantásticas historias sobre estos seres. ¿Pero qué tiene Drácula, la novela de Stoker, que la hace tan importante e imprescindible como fuente de otras historias vampíricas? La respuesta no es fácil pero trataré de delinearla rápidamente. Drácula posee tres elementos que casi todas las grandes novelas tienen: 1. Una historia sólida asociada a un mecanismo narrativo eficiente; 2. La capacidad de probabilidad y verosimilitud que le confiere su forma epistolar a través de la cual el lector cree en la veracidad de las
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MILENIO diario b VISOR b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
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VISOR
antesala anotaciones que sobre el vampiro aparecen en los diarios, las notas periodísticas y las cartas que la integran; y, finalmente, 3. La documentación histórica detrás del cruel y misterioso personaje central, transformado en un mito de increíbles posibilidades como actante. Como en las grandes novelas románticas, o mejor dicho góticas, la trama argumental en Drácula guarda una relación perfecta de equilibrio entre la temperatura moral de los personajes y la geografía literaria, situación que sólo es posible ver en otras novelas oscuras como Cumbres borrascosas de Emily Brontë o Frankenstein de Mary Shelley. Esta unidad, consolida el efecto macabro y desolador de los escenarios y las trágicas situaciones descritas por Stoker con la vivacidad fulgurante de un lenguaje elegante pero dispuesto a la celeridad trepidante de la acción. La narración y la descripción guardan así una asombrosa armonía que le confiere a la historia un ritmo interior cadencioso pero preciso, ajustado a los fines de la novela y del plan narrativo, en donde nada falta ni sobra. Como novela epistolar de voces diversas, Drácula posee diferentes registros e impresiones desde diversas ópticas y perspectivas, las cuales incrementan el misterio en torno al vampiro. El conde Drácula, por ejemplo, se nos presenta en su mundo de lobos y vampiresas a través las notas de Jonathan Harker; en las cartas de Mina Murray, aparece como una perturbadora amenaza que se acerca; en el diario de Lucy Westenra, se muestra como un seductor irresistible; y, en el registro fonográfico del doctor Seward, como un monstruo, como una criatura perversa y pervertidora, a la cual sólo Van Helsing puede enfrentar. Estos acentos sobre el personaje nos permiten conocer al conde transilvano desde distintos ángulos y a través de la naturaleza de los otros que lo acompañan en la historia. La novela registra, además, toda una visión de la época victoriana afectada por una hipocresía moral que se trasluce en la caprichosa Lucy o por una resignación femenina casi anónima en Mina. Además contribuye a ofrecer ciertos estereotipos que quedarán para la posteridad: uno de ellos, el del caza-vampiros; y otro, el del médico que desde los límites de la ciencia explica la posibilidad de lo fantástico, encarnados ambos en el doctor Van Helsing. Se dice que para documentarse adecuadamente, Stoker, sin salir de Dublín (al estilo Verne), realizó una acuciosa investigación en varias bibliotecas y con diversos viajeros irlandeses para acercarse a las tradiciones y los temas rumanos y orientales. Esta investigación incluía rutas ferroviarias y marítimas, aspectos jurídicos en el terreno de los bienes raíces, cambios y paridades monetarias, folclore oriental y obras tan populares en su tiempo sobre los vampiros, como las que provenían de los textos de Calmet o del propio Voltaire. Muchos biógrafos completan estos datos relacionando la temática de la novela con los conocimientos herméticos y de magia y mitología celtas que el autor aprendió como miembro de la sociedad secreta del Harpa Dorada, la famosa “Golden Down”, a la que pertenecieron también los escritores irlandeses Arthur Machen (El gran dios Pan) y Joseph Sheridan Le Fanu (Carmilla), así como el mago negro Aleister Crowley, tan influyente en la contracultura del rock de los sesenta y setenta. Algunos otros dicen que mucho influyeron en la conformación del personaje las largas charlas que sobre la historia del príncipe Vlad Draculea de Valaquia sostuvo Stoker con el historiador húngaro Arminius Vámbéry. Más allá de las fuentes, más allá de las influencias generadas por la novela, la grandeza de Drácula radica en las nuevas lecturas que hoy se hacen de la obra. Sin duda es una gran novela. Pero vuelvo a mi frase inicial: los lectores hacen grandes a las novelas o, mejor dicho, contribuyen a afirmar su grandeza original. V
*Roberto Herrera Gallardo es profesor investigador en el Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara, tiene a su cargo la cátedra de Novela Negra y se ha especializado en literatura de misterio, terror y horror. Entre 2008 y 2010 fue coordinador del Foro de Novela Negra, realizado anualmente por la misma Casa de Estudios.
especial
El culto al vampiro ha tomado fuerza entre los jóvenes
Mesa de novedades en la Joseluisa
alejandra leyva
Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica
1. David Foenkinos La delicadeza Seix Barral Editores Precio: $198.00
Traducción de Aurora Echeverría Editorial Nórdica Libros Precio: $110
2. Honorato de Balzac Tratado de la vida elegante Traducción de Lluis Todó Impedimenta Colecciones Precio: $300
5. JIS Verbos para comenzar Sexto Piso Precio: $299
3. Dan Simons Fría revancha Océano Precio: $260 4. Leonard Michaels Luna de miel
6. Amanda Hocking Hado. Lazos de sangre Editorial Destino Precio: $198 7. Tomas Tranströmer Deshielo a mediodía Editorial Nórdica
Precio: $370 8. Patrick Mediano Trilogía de la ocupación Editorial Anagrama Precio: $555 9. Jessie Conrad Joseph Conrad y su mundo Editorial Sexto Piso Precio: $319 10. Sergio Ramírez La fugitiva Editorial Alfaguara Precio: $239
El lector se lleva alejandra leyva
Pedro Ramírez Nuño Arquitecto 29 años
En librería Joseluisa ¿Qué libros compraste y cuál fue la razón de las adquisiciones? Compré varios. Uno es el Manual del arquitecto descalzo (editorial Pax, México). Mi interés particular fue el de poder rescatarlo, lo presté y jamás volvió. Los movimientos sociales urbanos, de Manuel Castells (editorial Siglo XXI, España). Es una base teórica que debo llevar en mis lecturas. 20 mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, el cual en una mudanza se perdió. Es un libro al que inevitablemente un lector debe volver. Por último, adquirí Titanes de los cuentos, una recopilación de cuentos infantiles en los que
se incluyen escritores como Oscar Wilde, Los Hermanos Grimm y algunos más que desde que era pequeño mi madre me los leía y que ahora que ya crecí, puedo leérselos a los más pequeños de mi familia, tradiciones narrativas (estos dos títulos son de Editores Leyenda SA). ¿Cómo es que eliges los libros que lees? Normalmente no tengo una ruta crítica. Por ejemplo, en esta ocasión me di un tiempo libre, vine con la intención de observar exclusivamente y terminé comprando libros que, de alguna u otra forma,
en algún momento los necesitaré. Ya sea para mi desarrollo profesional como el literario, ambos son importantes. ¿Qué títulos lees actualmente? Estoy actualmente leyendo De paso de Paco Ignacio Taibo II, comenzaré a leer La sucesión presidencial de Ignacio Madero y de arquitectura, continuaré con los apuntes de Abrahám Zabludovsky. ¿Cuántos libros lees al mes? No tengo una cifra exacta ni predilección. A veces leo cuatro al mes. En algunas ocasiones son variadas las elecciones. V
VISOR
héctor téllez
El dueño de la
Tabaquería
*
Su obra ha sido reconocida en más de 40 lenguas y fue concebida bajo el signo de Saturno. Es melancólica, sutil, ingrávida. Es también un cruce de caminos donde concurren la tradición italiana y la portuguesa, como da fe el texto, inédito en español, que presentamos a nuestros lectores Antonio Tabucchi
E
n su lección inaugural en el Collège de France del 7 de enero de 1977, Roland Barthes afirma: “La literatura trabaja en los intersticios de la ciencia: siempre se le adelanta o se le retrasa, semejante a la piedra de Bolonia que irradia durante toda la noche lo que ha almacenado durante el día y gracias a esta luz indirecta ilumina el día venidero. La ciencia es burda, la vida es sutil, y para corregir esta distancia es que la literatura nos importa”. La vida es sutil, es verdad, pero yo agregaría que también es insuficiente: “La literatura, como el arte en general, es la demostración de que la vida no basta” (Fernando Pessoa). La literatura ofrece la posibilidad de un plus respecto a lo que la naturaleza nos concede. Y en este plus está incluida la alteridad, el pequeño milagro que nos es concedido en el viaje de nuestra breve existencia: salir de nosotros mismos y devenir “otros”. De la heteronomía de Fernando Pessoa ya se ha posesionado esa cultura middlebrow promovida por ciertos medios que privilegian el escándalo y el sensacionalismo, tratándola con el mismo rasero de un caso clínico, yo diría, de un “efecto especial”. Y divulgando al poeta como un fenómeno de circo callejero, una especie de “desviado”. Naturalmente, la poética de Pessoa, aun en su radical impostación, es intrínseca a la literatura de siempre. Cual comedia humana, en versión moderna y plasmada en poesía, es la misma de Shakespeare, Cervantes, Balzac. Cervantes dijo de sí mismo que él era, a la vez, don Quijote y Sancho Panza. Sabemos que Shakespeare no fue príncipe de ninguna Dinamarca. Flaubert sostenía que Madame Bovary era él, pero nada nos impide imaginarlo como la vieja sirvienta Félicité de Un corazón sencillo. Baudelaire escribió: “Como almas errantes que buscan un cuerpo, él puede entrar, cuantas veces lo desee, en cualquier personaje”. La literatura no es estable, es nómada. No sólo porque nos hace viajar a través del mundo, sino sobre todo porque nos hace atravesar el espíritu
humano. Además es correctiva, porque es la única posibilidad que nos es permitida de modificar los acontecimientos y de corregir la Historia más madrastra. Porque es el territorio de lo posible, de la libertad absoluta. Encerrado en el fuerte de Taureau, en Morlaix, Auguste Blanqui, luego de la derrota de la Comuna, quiso tomar revancha de los acontecimientos que lo devastaron. Partiendo de las teorías acerca del universo de Laplace, y, por lo tanto, con un rigor absolutamente científico, aunque aplicando pura hipótesis, él retoma la idea del infinito del Universo, del Tiempo y del Espacio, inscribiendo su hipótesis en una infinidad de mundos posibles, con una infinidad de historias posibles, cada una, en el fondo, igual a sí misma, pero con variables de las que se obtenían resultados diversos. Así, por ejemplo, en un lugar indeterminado del tiempo y del espacio, anywhere, los mismos comuneros habrían ganado la batalla y afirmado sus ideales, y el propio Blanqui, idéntico a sí mismo pero en una de sus posibles variantes, en lugar de sentir la profunda amargura de la derrota, vería el triunfo de sus ideales. L’eternité par les astres, libro singular y extraordinario de un no-literato, en realidad es gran literatura y, sin duda alguna, uno de los libros más revolucionarios de finales del siglo XIX; sin el cual, agrego, un gran escritor como Jorge Luis Borges acaso jamás hubiese existido.
La literatura no es estable, es nómada. No sólo porque nos hace viajar a través del mundo, sino sobre todo porque nos hace atravesar el espíritu humano ¿Por qué se escribe? La pregunta, inevitable, retorna siempre, aunque se trate de evitar, semejante a ciertas señoras pías dedicadas a su catequesis y que todos los domingos implacablemente llegan a tocarnos a la puerta. Pero incluso la respuesta más radical como la de Beckett (“porque no soy bueno
para otra cosa”), evidentemente es insuficiente e inspirada por una modestia que, junto con el autoescarnio, no resuelve el problema. Conozco a decenas de personas que no son “buenas para otra cosa” y que en vida jamás han escrito una sola línea. Además, todas las respuestas son plausibles sin que ninguna en verdad lo sea. ¿Se escribe porque se tiene miedo de la muerte? Es posible. ¿O, más bien, no se escribe porque se tiene miedo de vivir? También esto es posible. ¿Se escribe porque se siente nostalgia de la infancia? ¿Porque el tiempo ha pasado demasiado aprisa? ¿Porque el tiempo está pasando demasiado aprisa y queremos detenerlo? ¿Se escribe por lamento, porque hubiéramos querido hacer ciertas cosas y no las hemos hecho? ¿Se escribe por remordimiento, porque no hubiéramos querido hacer ciertas cosas y las hemos hecho? ¿Se escribe porque se está aquí pero se quisiera estar allá? ¿Se escribe porque se ha ido allá pero después de todo hubiera sido mejor quedarse aquí? ¿Se escribe porque sería en verdad hermoso poder estar aquí donde hemos llegado y al mismo tiempo también estar allá donde estábamos primero? ¿Se escribe porque “la vida es un hospital en el que cada enfermo quisiera cambiar de cama. Uno preferiría sufrir junto al calentador, y el otro está convencido de que se restablecería junto a la ventana” (Baudelaire)? ¿O no se escribirá también por juego? Pero no por el puro juego, como pretendía la vanguardia de los adelantados en Italia y de otras partes, es decir, la literatura entendida como palabras cruzadas que es tan útil para matar el tiempo. Naturalmente, tiene que ver el juego, pero es un juego que no tiene nada que ver con las guasas con las que sobresalen ciertos jugadores, los prestidigitadores del domingo que saben cómo deleitar al respetable público. Acaso es un juego parecido al de los niños. De una terrible seriedad. Porque cuando un niño juega, pone todo en juego. Coge una piedrita y sentado en el escalón de la
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de portada wordpress.com
casa, mientras se va haciendo de noche, y sosteniendo la piedrita sobre la palma de la mano, dice que esa piedrita es el mundo. Subrayo: no sólo lo piensa, sino lo expresa, porque solamente cuando lo dice, el sortilegio sucederá y la piedrita se transformará en el mundo: es el pacto absoluto. El niño sabe que si esa piedrita se cayese, el mundo se precipitaría, el universo en el que el mundo gira se perturbaría, los astros se volverían locos y avanzaría el caos. Él sabe que hasta que su juego dure, tendrá en sus manos la suerte del mundo. Hasta el momento en que su padre aparece en el umbral de la puerta sonriendo, la cena está en la mesa, hace frío, mañana es día de escuela, y ahora es necesario entrar en la casa. El dueño de la Tabaquería ha sonreído. Sin darme cuenta he llegado al punto culminante de un sublime poema del heterónimo de Fernando Pessoa, Álvaro de Campos. Tabaquería, en el cual hay una analogía con la risible y angustiosa dialéctica baudelariana entre el calentador y la ventana. En lugar del calentador hay una silla en el fondo de la habitación donde cada tanto el poeta va a sentarse para reflexionar, saboreando ciertas intuiciones (sus epifanías) que se le suscitan mirando desde la ventana de su buhardilla hacia la tienda de tabaco al otro lado de la calle, donde la gente entra y sale, y donde está la vida, como en la vida. Pero he aquí que: “Pero un hombre ha entrado en la tabaquería (¿a comprar tabaco?),/ y la realidad plausible cae de repente encima de mí./ Me incorporo a medias con energía, convencido, humano, y voy a tratar de escribir estos versos en los que digo lo contrario”. “El hombre ha salido de la tabaquería (¿metiéndose el cambio en el bolsillo de los pantalones?)./ Ah, le conozco: es el Esteves sin metafísica./ (El dueño de la tabaquería ha llegado a la puerta.)/ Como por una inspiración divina, Esteves se ha vuelto y me ha visto./ Me ha dicho adiós con la mano, le he gritado ¡Adiós, Esteves! , y el Universo/ se me reconstruye sin ideales ni esperanza, y el dueño de la tabaquería se ha sonreído”. Pero, ¿quién es el dueño de la Tabaquería? Éste es el problema. ¿Y además, por qué sonríe, acaso lo hace de una manera irónica o con bondadosa suficiencia, casi como señalándole al poeta que resulta vano plantearle preguntas a la vida y al mundo, que es vano pedirle a su Tabaquería que nos revele el misterio de todo?
La literatura ofrece la posibilidad de un plus respecto a lo que la naturaleza nos concede Si me apuran, en esa sonrisa se esconde algo de leonardesco, como si se tratase de lo inescrutable de las cosas, del límite de la conciencia humana que el genio de Leonardo ha representado en forma de sonrisa sobre los labios de La Gioconda y de San Juan, algo que Ortega y Gasset definió inefable. Te ha sido concedido el privilegio de conocer hasta un cierto punto, no puedes ir más allá, parece decir esa sonrisa. Como el dueño de la Tabaquería, el dueño del circo, saludando al público, sonríe. El espectáculo ha terminado. La literatura se detiene aquí, comienza el misterio de la vida. Y la literatura se pone de nuevo a trabajar. V
*Fragmento del discurso que Antonio Tabucchi leyó en la Universidad de Aix-en Provence tras recibir el doctorado honoris causa. Texto tomado de La Repubblica. Traducción de María Teresa Meneses
Antonino
el lusitano María Teresa Meneses
E
l hado de la casualidad siempre nos revela el sentido misterioso que nos lleva a nuestras inevitables pasiones, a nuestro inevitable destino. En 1964, Antonio Tabucchi se matriculó en la Facultad de Letras de la Universidad de Pisa (nació en Vecchiano, en 1943). Y un día, por casualidad, entró a la clase de Luciana Stegagno Picchio que leía un antiguo poema del medioevo portugués. La lengua lusitana se le revelaría en toda su magnificencia y con todas sus evocaciones de lejanías y nostalgia, y comenzó a estudiar ese periodo de la literatura portuguesa (se graduó con una tesis sobre la poesía surrealista portuguesa). Al año siguiente, con una beca de estudio, Antonio Tabucchi partió a Portugal y conoció un país, conoció a escritores y a poetas perseguidos por el régimen y conoció a Maria José de Lancastre, que luego se volvería su esposa. “Reconocí”, como diría en un artículo, “en el Portugal de los años sesenta a la Italia de la que me hablaba mi abuelo: un país orgulloso que el régimen policiaco no había logrado sofocar. Paradójicamente, en un régimen totalitario logré entender mejor el valor de la democracia y a apreciar lo que tenía y que a aquel país le hacía falta. Portugal había entrado prepotentemente en mi vida”. Catedrático de la universidad de Siena y de numerosas universidades extranjeras; autor de novelas (algunas de ellas llevadas a la pantalla como Sostiene Pereira), libros de cuentos, ensayos, obras de teatro y artículos periodísticos traducidos a cuarenta lenguas, Tabucchi
ha sido el principal difusor de la literatura portuguesa en Italia (cuidó la edición de la obra de Fernando Pessoa). Desde el año 2000 había sido propuesto por el Pen Club italiano a la Academia Sueca como candidato al Premio Nobel. La importancia de su obra literaria era tan grande como su compromiso civil con la realidad de su país. Antiberlusconiano a rabiar, siempre denunció sin miramientos a los políticos italianos que habían reducido a Italia a mero show televisivo, y había escogido el exilio en Lisboa y en París al no encontrar una ética colectiva que le devolviera a esa Italia por la que había luchado su abuelo. Su más grande preocupación ética de los últimos años fue su compromiso político en el frente antiberlusconiano. “El compromiso de todo artista”, decía, “es el de decir la verdad sobre sus propios sentimientos”. A ese hombre que odiaba la crema, a los perros (porque le daban miedo), el deporte, la nouvelle cousine y a los charlatanes transformados en políticos, tuvimos la suerte de conocerle un día, cuando vino a México en 2001. Lo entrevistamos para Milenio Semanal Arturo Mendoza Muciño y yo, y conocimos a un hombre generoso y abierto, que me dijo que Meneses era un apellido marrano, y con el que incluso recorrimos el mercado de Sonora, en el que se dejó fotografiar con el remedio contra la gastritis (recién se había publicado su libro La gastritis de Platón). Antonio, el lusitano, murió en Lisboa, su patria de elección, con la dignidad y la discreción de los hombres grandes. Murió un magnífico día de marzo, soleado y ventilado, y Lisboa centelleaba. V
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MILENIO
en librerías
Saramago y Tabucchi Las similitudes entre una obra de teatro del escritor portugués y la novela Sostiene Pereira del escritor italiano, aparecidas con quince años de distancia, son más que evidentes. ¿Homenaje, plagio, coincidencia? ensayo cosme
José Antonio Lugo jalugog@prodigy.net.mx
E
n 1979 fue estrenada A noite (La noche), obra de teatro de José Saramago. La acción de la obra transcurre en Lisboa en la noche del 24 al 25 de abril de 1974, en que dio inicio la Revolución de los Claveles en contra del dictador Salazar. El autor señala: “Cualquier semejanza con personajes de la vida real y sus dichos y hechos es pura coincidencia. Evidentemente”. La pieza nos relata cómo Jerónimo, el jefe de tipografía; Torres, el redactor de provincia; y otros miembros de la Redacción, se rebelan contra el director y el administrador del diario, que quieren cambiar lo que ya se ha escrito sobre lo que está pasando en las calles, para que la gente no se entere. La obra termina cuando el director afirma: “Los militares están en las calles. Contra el gobierno. Contra nosotros”, mientras Jerónimo dice: “La máquina [la rotativa] está en marcha”. Se enfrentan los coros, el del administrador y su grupo (“¡Ha de parar! ¡Ha de parar!”), y el del grupo de Torres: “¡Anda! ¡Anda!” Tengo la segunda edición en portugués. La obra fue publicada en 1979 por la editorial Caminho. Lo increíble de esta historia es que, quince años después, Antonio Tabucchi publicó Sostiene Pereira. La historia es exactamente la misma, si bien la primera es una obra de teatro y la segunda una novela, y en la primera hay un ánimo colectivo —“el grupo de Torres”, “el grupo de Pinto”, “el director y el administrador”—, mientras que en la obra del escritor italiano sólo un hombre, Pereira, es el héroe. Es inverosímil pensar que nacieron como
obras independientes, aunque el escritor italiano afirma que “El señor Pereira me visitó por primera vez una noche de septiembre de 1992”. El plagio implica la apropiación de una obra sin citar la fuente. Generalmente se trata de la transcripción de párrafos idénticos. Ahora bien, en este caso ¿es plagio, es homenaje, es coincidencia?
No hay referencia alguna de Tabucchi a la obra de Saramago; sin embargo, es improbable que no la conociera. Ahora bien, en sus Cuadernos de Lanzarote, Saramago afirma: “Antonio Tabucchi no me perdonará nunca haber escrito El año de la muerte de Ricado Reis. Heredero, él, como se presenta, de Pessoa, tanto en lo físico cuanto en lo mental, vio aparecer en las manos de otro aquello que habría sido la corona de su vida, si se hubiese dado cuenta a tiempo y hubiera tenido la voluntad necesaria: narrar, en verdadera novela, el regreso y la muerte de Ricardo Reis, ser Reis y ser Pessoa, por un tiempo, humildemente, y después retirarse porque el mundo es vasto en demasía para estar siempre contando las mismas historias. Como si ya no fuese suficiente carga tener que llevar a las espaldas la envidia de los portugueses, me sale ahora al camino este italiano que yo tenía por amigo, con un airecito falsamente ausente, desviando los ojos, fingiendo que no me ve”. Las simpatías, las envidias y los rencores entre literatos son cosa común, aquí y en China, y no merecen ser objeto de una nota o un ensayo. En este caso lo que importa es otra cosa: la gran similitud entre una obra de Saramago poco conocida y Sostiene Pereira, quizá la novela más conocida de Tabucchi, llevada al cine por Roberto Faenza y protagonizada por Marcelo Mastroianni. No tomo partido ni escribo con dados cargados. Creo que es una “similitud” que vale la pena analizar con seriedad. V
Reseña
Tan pálida y ojerosa Roberto Pliego robertopliego61@gmail.com
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sa criatura salvaje que ha dado en llamarse novela autobiográfica suele presentarse bajo la apariencia de confesiones íntimas que debemos tomarnos muy en serio, a riesgo de mostrarnos indiferentes ante lo que significa ser humano. Se supone que el autor se juega la vida en ella o, sería mejor decir, su propio yo, aunque el arte pueda parecerle una presencia incómoda. En algunas ocasiones, la experiencia puede resultar el pariente rico de la forma literaria. Sí, ante una novela autobiográfica el lector corre el riesgo de interesarse más por la vida privada del autor que por los encantos de la ficción. Resulta que el poeta Julián Herbert debuta en la novela a lomos de esa criatura salvaje... y que ha salido indemne, al menos como escritor: ha domado a la bestia. El protagonista de Canción de tumba es él mismo, no un alter ego como, por ejemplo, Philip Roth, un experimentado visitante del género, acostumbra ofrecerse a su público. Acordemos pues que el Julián Herbert que habita Canción de tumba es el mismo que se inclina sobre el teclado de una laptop para consignar su historia, que es además la de Guadalupe Chávez, su madre, “una india ladina y hermosa que tuvo cinco maridos”. Dice el narrador de Canción de tumba que rechaza la consigna de Wilde según la cual escribir desde la biografía empaña la experiencia estética. ¿Y si sólo en la vecindad e impureza de ambas zonas, pregunta, es posible elevarse por encima de la vulgaridad de la vida? ¿Y si un anecdotario sólo adquiere sentido cuando se somete al ritmo de la escritura? Ah, la vulgaridad de la vida: mientras
Guadalupe Chávez yace en la cama de un hospital abatida por la leucemia, Julián Herbert vuelve sobre sus pasos, sin amargura ni melancolía. Guadalupe Chávez ha sido también Lorena Menchaca, Vicky, Juana, Marisela Acosta, una prostituta trashumante que lo mismo ha oficiado en congales apestosos, cantinas a la orilla de un camino que en la dorada Huerta de Acapulco. ¿En qué se ha convertido?: en una mujer de 65 años secuestrada por la medicina y la quimioterapia. Contemplándola de esa manera, Julián Herbert inicia una suerte de fuga hacia el niño y el joven que fue, tratando de hacerse de una identidad. Al mirar cómo se anuncia la muerte, intenta llevar a cabo la más afortunada tarea de trascendencia artística: conferirle estructura a la vida. Ya que la vida no basta, es necesario escribirla. Ante nosotros se yergue un hombre que carga consigo un largo historial de abandonos, reveses, maltratos, adicciones; alguien que no ha reflexionado demasiado acerca del funcionamiento del mundo sino hasta la hora en que el mundo ha resuelto volverle definitivamente la espalda; alguien, sobre todo, que sabe cómo ha de comportarse un hijo con una madre. A pesar de ello, Herbert está muy lejos de sonar melodramático y sentimental. De hecho, como no confunde su propósito con una sesión de psicoanálisis, logra crear una voz de
Julián Herbert Canción de tumba Random House Mondadori México, 2012 206 pp.
auténtica espesura, llena de matices insólitos y sobradamente preparada para la pelea callejera. Me refiero a la dureza con la que se describe a sí mismo y a la falta de escrúpulos con la que despacha a la institución familiar: “lo malo de ser el hijo de una puta es que, cuando eres niño, muchos adultos actúan como si la puta fueses tú”. Canción de tumba es también una novela acerca de la paternidad. Como personaje (qué importa si también como autor), Julián Herbert es testigo al mismo tiempo de la proximidad de la muerte y de la inminencia de la vida. Dos semanas después de que Guadalupe Chávez ofrenda un último gesto de pánico a la muerte, Leonardo, el hijo de Mónica y Julián Herbert, que “no quería salir”, nace para devolverle al abismo una canción de cuna. Herbert golpea… y duro, pero lo hace con una atemperada solvencia lírica. Nada más difícil que extraer la belleza del horror cotidiano. “Mi madre no es mi madre”, leemos. “Mi madre era la música”. Ah, la vida, cuando deja de serlo para transmutarse en literatura.V
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VISOR
en librerías diego sandstede
Uno usa al fútbol para vivir: Sacheri entrevista Dalia Zúñiga Berumen dalia.zuniga@milenio.com
L A Pittilanga lo han abandonado los goles reseña Jesús Hernández Téllez
¿Qué presenta de distinto esta novela en el tema futbolero, al que regresa ya en un relato más largo, respecto a sus trabajos anteriores, qué vamos a ver distinto?
Twitter: @jhernandez83
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ue al Mundial Sub 17 de Indonesia. Era un elegido. Estaba entre los 20 mejores jugadores de toda la Argentina menores de 17 años. No había ninguna duda que Mario Juan Bautista Pittilanga sería un delantero fijo en cualquier equipo de la Primera División. Pero no, algo falló. Creció cinco centímetros más o le faltaron cinco centímetros, ganó peso y perdió el olfato. Hizo todas las básicas en Platense desde la Novena División y antes del Mundial de Asia el Mono, un futbolista frustrado que terminó liado a los sistemas computacionales, compró su pase al cuadro blanco por 300 mil dólares con la fe inmensa de que tras su actuación en la justa juvenil podría triplicar su precio y acomodarlo en un club grande de Argentina o Europa y dedicar el resto de su vida a la compra y venta de jugadores de fútbol. Pittilanga, 17 años y de selección: negocio redondo. A los pocos meses la vida les hizo una gambeta y los vino a mal traer. El Mono muere intempestivamente, Pittilanga dejó de hacer goles y los 300 mil dólares quedaron en el aire. En Sudamérica es muy natural comprar y vender jugadores a edades que siguen viendo caricaturas y aún reciben beso antes de dormir, Lionel Messi, por ejemplo fue fichado por el Barcelona cuando el rosarino tenía 13 años. A la muerte del Mono su hermano Fernando y dos de sus mejores amigos el Ruso y Mauricio, quedan como dueños del pase del delantero juvenil y tratan de hacer toda clase de pericias para recuperar la inversión. De esto trata Papeles en el viento, tercera novela del argentino Eduardo Sacheri donde el fútbol se cuenta desde una óptica sucia,
uego de la pausa que le valió un Oscar, al llevar al cine la novela La pregunta de sus ojos (El secreto de sus ojos en cine, dirigida por Juan José Campanella, Mejor Película Extranjera en 2010), Eduardo Sacheri retoma el tema futbolero en una entrega más robusta. Autor de libros como Esperándolo a Tito y otros cuentos de fútbol (2000), Te conozco, Mendizábal y otros cuentos (2001), Lo raro empezó después, Papeles al viento es una novela que de nuevo explora ese mundo con la pasión que sólo los argentinos saben imprimirle, por encima de otros países que también viven y respiran de este deporte. “Seguro que el Oscar influyó para que esta nueva entrega sea bien recibida, al menos en Argentina desde agosto del año pasado cuando salió, las ventas se han comportado muy bien”, confiesa.
Papeles al viento Eduardo Sacheri Alfaguara, México, 2012 413 pp. truculenta, donde en ocasiones lo que menos importa es la pelota, donde los goles no son necesarios y no sólo por los fallos ante el arquero de Pittilanga, sino por la avaricia que ronda el deporte. No hay más pasión, no hay más potrero, no hay más códigos. Para narrar esta historia Sacheri se hizo ayudar de un centro delantero letal, que dista de Pittilanga, el Colorado Facundo Sava, ex Racing de Avellaneda, quien ayudó, y mucho, con los términos y detalles que se viven en torno a una venta de un jugador. El tercer tiempo en el fútbol suele ser el más ingrato. Es la hora de los triunfadores y la soledad de los perdedores. De esos que no llegaron porque crecieron cinco centímetros más o sólo porque el gol los abandonó como una novia cruel y despiadada. El desenlace de la historia es de guión de cine y puede ser que sea un éxito, aunque se ve difícil que encuentren un centro delantero más malo que Mario Juan Bautista Pittilanga. V
Esta novela habla mucho, explora cuestiones muy hondas de la vida de cualquiera de nosotros como son la muerte de nuestros seres queridos, los conflictos con quienes fueron nuestros amigos, y qué hacer con la palabra empeñada y las deudas morales que podemos tener con quienes se han ido, con quienes han muerto. Lo que ofrece el fútbol es un vehículo, al parecer neutro, que no lo es, para hablar de esas cosas más profundas sin que se note tanto, sin que los personajes lo noten tanto. A los personajes les pasa lo que creo que nos pasa a muchos hombres, varones quiero decir, me parece que somos bastantes remisos a hablar de frente las cosas importantes, me parece que el fútbol nos da un buen vehículo para vivir esas cosas, sin darnos cuenta, porque aparte te ofrece una matriz de comportamiento, de interpretación de las acciones de los otros, y de vos mismo, uno no sólo usa el fútbol para jugar al fútbol, lo usa para vivir y eso es lo que les pasa a esos personajes de la novela.
¿Cómo llega usted al tema futbolero? Creo que parte de mi interés es por retratar mi propio mundo, mi mundo suburbano de la provincia de Buenos Aires, de pueblo chico, casas bajas, a
En Argentina lo jugamos desde chicos, lo miramos desde chicos, nos hacemos bromas, nos peleamos por el fútbol; cuando empecé a escribir cuentos de esa gente, a menudo los cuentos tenían al fútbol como telón de fondo para hablar de otras cosas mí me gusta contar historias de esa gente, que es la que me rodea y soy yo mismo, y esa gente tiene una vida también suburbana y de casas bajas, y el fútbol está muy presente en esas vidas.
¿Por qué cree que la tradición literaria futbolera es tan fuerte en Argentina y no tanto en otros países, donde la pasión también es fundamental? La verdad no tengo una respuesta del todo precisa, te puedo decir un par de ideas que se me ocurre, me parece que hubo dos autores, Roberto Fontanarrosa y Osvaldo Soriano, que como eran grandes escritores, pero también les gustaba el fútbol, de vez en cuando escribieron buenas cosas, pero eran buenas porque las habían escrito ellos, no porque fueran de fut. Creo que ellos son padres de esa tradición si es que la hay. Hay otra cosa, me parece que no pasa sólo en Argentina, en los últimos 15 o 20 años el fútbol se ha puesto muy de farándula y de cámaras de televisión y millones de pesos, y de periodistas famosísimos, y se ha alejado mucho de su esencia, se habla del mediático, hablamos de faranduleros, yo creo que no me parece casual que la literatura vinculada con el fútbol haya crecido precisamente en la misma época que al fútbol le pasó lo mismo: es refugio de los que amamos al fútbol de verdad, no el que lanzan los millones de dólares, es la literatura de los que seguimos jugando en el potrero y seguimos disfrutando, es de nosotros los anónimos, no de las súper estrellas.
¿Como Messi? Ojo, que para mí Messi es maravilloso, creo que lo es a pesar de la época que le ha tocado jugar, es tan bueno que hasta tolero ver el fútbol aquel con tal de verlo a él, que si jugara en un potrero, jugaría igual de bien y feliz. V sebastián etcheberry eche
Sacheri es un fiel reflejo de la pasión futbolera que se vive en Argentina
08 b domingo 1 de abril de 2012
varia especial
especial
Obra de Matias Faldbakken
¿Para qué sirven los encuentros literarios? archivo hache Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
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urante unos cinco años de mi vida asistí a una docena de encuentros literarios en México. Luego me hice odioso a mis colegas, y me dejaron de invitar y yo de aceptar invitaciones. ¿Para qué sirven los encuentros literarios? Hay razones genuinas. Los escritores son personas poco comunes. Una minoría en un mundo que casi no lee. Estas personas gustan de reunirse. Abrir unos días de su vida para interrumpir la rutina, reencontrar amigos y promover la literatura. Eso es valioso y entrañable. El problema es que eso casi nunca impulsa los encuentros literarios en México. O, en general, en Latinoamérica. Los escritores latinoamericanos casi no tienen lectores. Buscan sentirse confirmados, entonces, por otros escritores. Otros escritores que también buscan sentirse confirmados por otros escritores. Los encuentros literarios son consuelos. Los organizan casi siempre escritores o funcionarios que quieren ganar redes y favores de un montón de invitados que luego les ayudarán en su carrera. Disculpen que diga estas cosas tan abiertamente. Pero antes de ser escritor, yo era un mesero que levantaba adolescentes norteamericanos borrachos y los sacaba a la acera para poder irme a casa, y esa y otras experiencias me prepararon para entender al mundo literario. Uno de los ingredientes infaltables de los encuentros es el alcohol. De hecho, muchos se tratan exclusivamente del alcohol, es decir, el miedo que tienen los escritores.
Malditos Casta diva
Los tragos o drogas los hace sentir más valientes, desmadrosos o fuertes. Más hombrecitos. Desreprimidos por un ratito. Y no llegar a las lecturas o llegar tomados. Nadie debe molestarse porque yo diga esto. Esto lo sabemos todos los escritores. Los encuentros literarios en México casi siempre se hacen con dinero público, por cierto. Entonces una buena forma de ayudar a tu trayectoria es organizando encuentros literarios y participando en ellos, y quedándote con la boca cerrada de la casi absoluta mediocridad de lo que ahí sucede. Afortunadamente, los encuentros literarios tienen poco público. Eso ayuda a que la sociedad (sobre todo la juventud lectora) no crea que eso es la literatura. Existe, además, una relación directa entre los encuentros literarios organizados por institutos o fondos públicos, y quién es luego publicado en revistas o editoriales oficiales. Como lector y amante de la literatura, reviso índices, reviso libros y digo, ¿cómo carajos quieren hacerme creer que esto es la nueva o mejor literatura de este momento? Lo que sucedió es que se hicieron “amigos” en un encuentro literario y eso lo explica. Propongo que suspendamos definitivamente los encuentros literarios. Por nefastos. Y gastemos ese dinero en libros para los niños, ellos son lo único valioso de este país tan jodido y corrupto. v
Avelina Lésper www.avelinalesper.com.mx
M
alditos por crear de la nada una obra. Malditos por pintar con maestría. Malditos por dibujar con obsesión. Malditos por trabajar sin descanso. Malditos por rayar la placa con cicatrices perfectas para imprimirse. Malditos por buscar su propio estilo y tema. Malditos por estudiar los materiales para tratar de dominarlos. Malditos por recrear cuerpos desnudos plenos de placer. Malditos por pintar y dibujar cadáveres y vísceras humanas como naturalezas muertas. Malditos por no imitar la mediocridad de designar sin hacer. Malditos por demostrar que el talento aún existe. Malditos por no rendirse ante una obra fallida. Malditos por fallar una y otra vez, por insistir una y otra vez. Malditos por ser diferentes a los artistas oficiales. Malditos por no hacerse llamar artistas y tener un oficio de pintores, escultores, dibujantes, grabadores. Malditos porque su obra es más potente que el discurso de un curador. Malditos por pintar cuando los teóricos afirman que la pintura ha muerto. Malditos por demostrar con su obra que el arte no ha muerto. Malditos por crear y no sublimar la holgazanería creativa y la estulticia. Malditos por no creer en un dios con forma de mingitorio y con rezos de falso erudito. Malditos por no creer en la muerte del genio. Malditos por no hacer de la basura un gesto artístico. Malditos por no acusar a la pintura de burguesa. Malditos por no rendirse y obstinarse en comenzar otra vez. Malditos por no destruir la creación con un readymade. Malditos por no ocultar el vacío de ideas y la mediocridad con un texto curatorial. Malditos por su libertad creativa. Malditos por no explotar el escándalo y la zafiedad para llamar la atención. Malditos por empeñarse en hacer su obra mientras otros las mandan hacer. Malditos porque no consienten en llamar arte a una obra mediocre. Malditos porque se arriesgan con imágenes y lenguajes. Malditos por crear obras que se expresen y signifiquen por sí mismas, no con retórica. Malditos por imaginar y no apropiarse las ideas de
otros. Malditos por perfeccionar cuando la mediocridad está validada y consentida como expresión de libertad. Malditos por buscar resultados y no estancarse en procesos onanistas. Malditos por buscar la belleza cuando está prohibida y proscrita. Malditos por negarse a uniformar su obra en las repetitivas, sumisas y efímeras modas que imperan. Malditos por inspirar emociones con su obra. Malditos por ser indispensables cuando el artista es prescindible y el curador omnipotente. Malditos por crear obras originales. Malditos por no mitificar ideas irrelevantes. Malditos por concentrarse en la factura. Malditos por concentrarse en el movimiento del color y la composición. Malditos por no llamar a cualquier cosa arte. Malditos por no culpar al arte de sus propias mediocridades. Malditos por ser ambiguos. Malditos por ser explícitos. Malditos por ser misteriosos. Malditos por no ser obvios y creer que el objeto sustituye a la recreación. Malditos por dibujar un zapato a pesar de que el zapato ya existe. Malditos porque no tienen miedo de fracasar cuando cualquier obra tocada por un curador es exitosa. Malditos por buscar la poesía. Malditos por rechazar la modernidad a cambio de la trascendencia. Malditos por cargar un cuaderno con dibujos a todas partes. Malditos por destruir su obra y volverla a hacer. Malditos por defender su obra. Malditos por no llevar sus filias al escenario de la galería y llamarles arte. Malditos por no llevar excrementos y detritus al escenario de la bienal y llamarles arte. Malditos por no ponerle precios estratosféricos a sus desechos. Malditos por rebelarse con su trabajo a un sistema dictatorial. Malditos por no necesitar un aparato burocrático que le dé existencia a su obra y a su personalidad artística. Malditos porque se negaron a ser absorbidos por la moral y la ideología de una modernidad puritana, infantil y vacua que se hace llamar arte. Malditos por hacer obras, no eslóganes políticos, o de género. Si es tan fácil estar bien con el sistema y pasar por artista, si es tan fácil entregarle la obra al curador, ¿por qué insisten en crear? ¿Por qué son necios y pelean por su libertad? Por eso, hoy, ustedes son los nuevos malditos. v