Visor Tony Hoagland La historia del padre página 2 Armando González Torres Urbes literarias página 2 Heriberto Yépez Promesas de 2006 página 8 Avelina Lésper Refundar la educación artística página 8
N.o 463
domingo 13 de mayo de 2012
Escrituras del abismo
Francisco Goñi Página 6 especial
Centenario luctuoso
Los demonios de Strindberg Víctor Grovas Hajj
Página 4
MILENIO
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MILENIO
antesala
La historia del padre La inteligencia del dolor, la manera como atrapa y determina las acciones de los seres humanos, es lo que se cuenta en estos versos
Urbes literarias ESCOLIOS especial
poesía Tony Hoagland
É
sta es otra historia en la que pienso a veces: en la historia del padre
después del funeral de su hijo, el suicida, que llega a casa para quemar las fotos del muchacho ya muerto; que se coloca junto al asador del patio y arroja las imágenes al fuego; que mira levantarse y desaparecer el humo pálido al interior del bochornoso cielo de Mississippi; consciente de que está parado al borde de una inmensa frontera, sin saber que acapara el dolor por completo. Qué tranquilos se encuentran los suburbios en medio de una tarde en la que un hombre está destruyendo evidencias, aspirando la química de Polaroids quemadas, observando los árboles a través de la cerca desvencijada, cómo parecen levantarse y asentir en señal de reconocimiento. Poco después, lo habrá de sorprender la ira de los suyos: la esposa que se cubre el rostro con las manos y la hija diciéndole de cosas, pero él, por ahora, está seguro de lo que hace; ahora parece como un hombre que destruyera alguna religión o hachara las raíces de algún árbol. Sin parar, he llegado justo a tiempo para verlo tomar un alambre oxidado y con él, empujar la última foto del muchacho a la parte naranja de la llama: el rostro que se tiñe de café, el recuerdo que acaba en negativo. No la bastarda lógica del padre, no la piedad por una juventud truncada, sino la inteligencia antigua del dolor, es eso lo que admiro: cómo se mueve en torno suyo, como el humo; cómo sabe qué hacer exactamente con los seres humanos y así permanecer en ellos para siempre. Versión de Hernán Bravo Varela
T
ony Hoagland (Fort Bragg, Carolina del Norte, 1953) ha publicado cuatro libros de poemas: Dulce ruina (1992), El evangelio del burro (1998), Lo que el narcisismo representa para mí (2003) y Personas no censadas en la antigua dinastía Honda (2010, de donde proviene “La historia del padre”), así como un libro de ensayos sobre poesía estadunidense bajo el título, singular y provocador como los anteriores, de Sofistikazión (2010). En palabras del propio Hoagland, la poesía debe reflejar “tanta lealtad a la experiencia como al arte, un amor a la sinuosidad de la voz humana […] y a una cierta insolencia de la imaginación”.
Armando González Torres
E
s posible fatigar las ciudades en caminatas interminables, fijar en la mirada sus entrañas, impregnarle sentido a sus muladares, aunque no es indispensable salir de casa para penetrar en una ciudad, pues muchas de las urbes perdurables se edifican en la literatura y, acaso, algunas de las geografías o construcciones más entrañables están erigidas en la página de una novela o en un verso. Ciertamente, el concepto mismo de lo urbano exige de imaginación y voluntad literaria para unir lo disímil, para integrar tiempos y espacios no simultáneos, para dotar de una personalidad distintiva a lo diverso y para hacer legible como unidad la heterogeneidad de los paisajes físicos y humanos. Porque la efigie de una ciudad suele modelarse no sólo con trazos arquitectónicos y materiales de construcción, sino con arquetipos filosóficos, políticos y literarios. Por eso, a las ciudades reales se sobreponen ciudades ideales que las reconfiguran y les brindan distintas identidades y significados. En Ciudad y literatura en América Latina (Madrid, Síntesis, 2005) José Carlos Rovira ofrece una visión panorámica de ese proceso paralelo de fundación y evolución de las ciudades reales y ficticias e ilustra la forma en que las urbes han sido transfiguradas en distintos textos literarios, desde los cronistas de Indias hasta los escritores contemporáneos, pasando por románticos, modernistas, vanguardistas y demás.
En la fundación de las ciudades latinoamericanas destacan la contraposición de pasado y futuro: la huella de las civilizaciones prehispánicas y el peso de la utopía de Occidente. La relación entre estos rasgos resulta fundamental en la conciencia urbana de sus habitantes y en la construcción literaria de identidad. Por un lado, las ruinas, el pretérito exhumado, reaparecen con frecuencia en la literatura con la inquietante fantasía de las ciudades enterradas y superpuestas y sus realidades fantasmales y oníricas. Igualmente, recorren la ciudad americana un sentimiento y materia utópica, que va desde la ilusión de la profusión y la abundancia (el mito del Dorado) hasta la aspiración de un orden restituido y de una refundación humanista y religiosa en tierras y almas vírgenes. En esta historia sincrónica y sintética de urbanismo y literatura se abordan algunas de las principales representaciones nostálgicas o utópicas que se despliegan en las distintas etapas de las ciudades americanas. En una yuxtaposición de reflexiones, citas e intuiciones, el libro recupera abundantes testimonios literarios en torno a la ciudad prehispánica, las villas novohispanas, las ciudades independizadas y las metrópolis contemporáneas y, aunque su recorrido es amplio, al final se concentra en dos referencias principales, México y Buenos Aires. Se trata de una historia literaria de lo urbano que ilustra las estrechas fronteras entre la utopía y la pesadilla, entre la euforia y el desencanto, entre el mito y la leyenda urbana. L
MILENIO francisco a. gonzález presidente · jaime barrera rodríguez director editorial · marina miranda directora general de negocios · jorge villarreal comercialización · miguel ángel puértolas jefe de información · antonio navarrete jefe de cierre editores: jorge valdivia g. ciudad y región · moisés mora negocios · ignacio dávalos cultura · elda arroyo mp · hugo merino diseño · kaliope demerutis ocio · irene selser fronteras · horacio salazar tendencias · jairo calixto albarrán qrr y el ángel exterminador · susana moscatel hey! · fernando torres circulación · noé anaya producción ·
MILENIO diario b VISOR b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
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VISOR
antesala Mesa de novedades en El Sótano
El lector se lleva
Joel Olmedo 23 años Ingeniero de sonido En El Sótano
sandra salcedo
Tormenta de espadas, canción de hielo y fuego Vol. II George R. R. Martin Plaza & Janés $399
sandra salcedo
Tan humana esperanza Alessandro Mari Seix Barral $399 El Sunset Limited Cormac McCarthy Mondadori $149 Los invitados de la princesa Fernando Savater Espasa Calpe $298 Los ojos azules, pelo negro Marguerite Duras Tusquets/ Random House $89
Purga Sofi Oksanen Almadía $239
Años lentos Fernando Aramburu Tusquets/ Urano $229
Con el agua al cuello Petros Márkaris Tusquets/ Urano $239
El caballero del Titanic Guadalupe Loaeza Aguilar $229
La caída. Trilogía Trylle 2 Amanda Hocking Editorial Destino $198
¿Qué libro compraste? Y colorín colorado este cuento aún no se ha acabado de Odin Dupeyron, Editorial Disidente.
Uno o dos libros al mes.
¿Por qué? Me recomendaron el libro, nunca había escuchado del libro ni del autor, pero vine a verlo y leí la reseña y se me hizo interesante y dicen que es muy bueno.
¿Por qué empezaste con el hábito de la lectura? Empecé a leer a partir de que trabajé en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), iba a conferencias interesantes y conocí libros y se me hicieron atractivos, y así me dieron ganas de leer.
¿Cuántos libros lees?
¿Y cuántos libros compras? Uno por mes.
la invitación
Mariño González recomienda lorena meléndez
Auxiliar de contenidos en FIL Lorena Meléndez
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eriodista cultural, escritor, autor del libro de cuentos Vietnam (Ediciones Arlequín, Guadalajara), Mariño González nos recomienda tres libros entre sus favoritos. Para comenzar El maestro y Margarita, de Mijaíl Bulgákov (Alianza Literaria, España, 1999), “una de las grandes novelas del siglo XX, con una trama que por una parte opone a los personajes del maestro, un escritor, y a Margarita, la chica que él ama, con una suerte de invasión mefistofélica en Rusia. El diablo, con toda su corte de demonios, llega a causar estropicios mientras que por otra parte se va contando una suerte de historia paralela, en la que los protagonistas son Poncio Pilatos y Jesucristo, todo esto se va unificando a medida que corre esta novela de casi 500 páginas, además es una de las grandes historias de amor de todos los tiempos y por supuesto una obra de gran altura literaria de un autor soviético que es poco conocido, a pesar de que algunas de sus obras se pueden encontrar en librerías, traducidas al español”, señala. Agrega que “algo interesante en esta obra es que hay una suerte de paralelismo de Bulgákov con su personaje del maestro, ya que éste está siempre escribiendo una novela que al final tira al fuego en el borde de la desesperación, pero curiosamente es rescatada intacta por Margarita, quien adquiere alguna clase de poder sobrenatural, y se dice una frase fundamental en la historia de la li-
Entre el cómic y novela imprescindible del siglo XX
teratura y los libros ‘los manuscritos no arden’, esto le pasó al propio Bulgákov , él quemó las primeras versiones de la novela, de hecho este libro se publicó en 1966 y el autor murió en 1940”, afirma. Otro libro es Los cantos de Maldoror, del Conde de Lautréamont
o Isidore Ducasse, (Edición de Manuel Serrat, REI, Letras Universales, México 19991) una obra que trata sobre la rebeldía a cualquier clase de imposición, “de hecho esta obra parte de una frase que menciona el personaje de Lucifer en el paraíso perdido de Milton, que dice ‘Nuestra única delicia será hacer siempre el mal, para oponernos a la voluntad de aquel a quien nos resistimos’; en ese sentido, es una obra que apuesta tanto por la búsqueda del conocimiento como por la oposición a cualquier clase de imposición. Por supuesto que es una ficción y todas las maldades que se detallan a partir de este personaje, un tanto oscuro y siniestro, son totalmente ficción, simbólicamente lo que representa este libro es la resistencia ante las imposiciones del mundo contemporáneo”, afirma. Por último está Black Hole, en español Agujero negro de Charles Burns (nos presenta la versión en inglés, editorial Pantheon Books). Este escritor e ilustrador estadunidense escribió una novela total, que se publicó por entregas en cómics individuales. El libro que presenta Mariño es una recopilación de todas las publicaciones, y “es una obra que trata de un grupo de jóvenes que empiezan a ser víctimas de una enfermedad extraña, de hecho se le denomina la enfermedad o el bicho del adolescente; esta enfermedad empieza a producir mutaciones en los adolescentes, de tal manera que muchos de ellos se van a vivir al bosque porque no pueden vivir con la nueva apariencia que toman, es una metáfora total del cambio, de cómo nos adaptamos a nosotros mismos y cómo vamos reaccionando ante las adversidades de la vida y por supuesto, es una obra de una altísima calidad tanto literaria como en la ilustración para quienes son amantes del cómic y la literatura es un libro infaltable en la biblioteca personal”. V
VISOR
Los demonios de Strindberg Autor de obras que fundaron el teatro moderno como La señorita Julia, La sonata de los espectros y El pelícano, el dramaturgo sueco es impensable sin sus arrebatos paranoicos, su misoginia y su repudio al matrimonio. Ya que el próximo lunes se conmemoran cien años de su muerte, presentamos un acercamiento a su personalidad y a su obra y un breve recuento de su teatro en la escena mexicana Víctor Grovas Hajj
A
ugust Strindberg (1849-1912), quien cumple cien años de haber muerto este 14 de mayo, es considerado el padre de la moderna literatura sueca, un innovador y el precursor de las tendencias teatrales de nuestra postmodernidad. Fue autor de más de un centenar de obras diversas: históricas, naturalistas, experimentales, surrealistas. Experimentó en diversos géneros: la narrativa, la poesía y, sobre todo, el teatro, su principal vocación. Al recibir el Premio Nobel, Eugene O’Neill lo consideró uno de sus referentes más importantes. Kafka lo juzgaba la fuente de la mayor parte del teatro moderno. Y todavía vendrían Artaud y los creadores del Teatro del Absurdo para declarar su gran deuda. Ingmar Bergman, su compatriota, “se peleaba” a veces con Strindberg pero lo llevó al teatro en algunas ocasiones y no dudó en confesar su influencia en sus concepciones fílmicas. Tras vivir una infancia con carencias emocionales y económicas, tras padecer a un padre ausente con quien tuvo un acercamiento temporal luego de la muerte de su madre, e incluso luego de considerar ser sacerdote y estudiar química, se apasionó con las obras históricas de Goethe, especialmente Götz von Berlichingen. De este modo comenzó a realizar esbozos de algunos dramas históricos. De entre ellos, sólo conservó Master Olof, “El Lutero de Suecia”, de 1872. Pudo concluirlo en dos meses gracias a la ayuda monetaria de un amigo, luego de abandonar los estudios universitarios. Este fue un periodo en el que observó la reticencia institucional a incorporarlo al mundo del teatro como dramaturgo. No es de extrañar que se llenara de amargura. En su tiempo libre, sin embargo, se relacionaba con escritores e intelectuales en el “cuarto rojo” del restaurante Berna. Strindberg se consideraba “un autor fallido”. Encima de todo, por un desacuerdo por la herencia, se alejó definitivamente de su padre en 1876 y no asistió a su funeral siete años más tarde. Strindberg escribía para algunos diarios de la época, entre ellos Aftonbladet. Fue editor en dos revistas e incluso organizó una propia —Gazetten— en 1876, que no pasó del primer número. Además de otras lenguas que dominaba, aprendió chino y estudió los manuscritos medievales. Incluso trató de convertirse en telegrafista. Dos años antes, en 1874, obtuvo un puesto en la Biblioteca Nacional con un modesto salario que le permitió sobrevivir, al tiempo que daba clases y publicaba artículos. Fue por entonces cuando, después de tener amoríos sin trascendencia, no pocas veces platónicos con mujeres mayores que él, se sintió fascinado por una mujer casada: Sigrid o Siri von Essen. Dado que no estaba dispuesto a participar en un affaire, marchó a París en 1875. Sufrió mucho por la ausencia del objeto de su amor, de quien después diría: “fue la mujer a la que más amé”. A su regreso, Siri ya se había divorciado del barón Carl Gustav Wrangel. Strindberg y Siri se casaron en diciembre de 1877 con un hijo en camino, que moriría a los dos meses de edad en brazos de la niñera y que sería sepultado en ausencia de los padres. En su nueva vida, Siri audicionaría como actriz en el teatro Real. El trato con intelectuales y periodistas nacionales y extranjeros llevó a Strindberg a escribir su novela El cuarto rojo y a publicarla en 1879. Es curioso considerar que el hombre que ha sido conocido internacionalmente por su teatro tuviera su primer gran éxito con una novela, admirada por su estilo realista, pero también criticada por su cinismo y su amarga crítica de la sociedad. Tuvo cuatro ediciones en dos años. Strindberg, sin embargo, siguió escribiendo teatro e imaginando papeles para su esposa, a quien impulsó como actriz. Siri llegó a tener éxito en escena y, como otras mujeres de Strindberg, interpretó roles protagónicos de sus obras. Ese año, Strindberg se declaró en bancarrota. El primer éxito llegó con una obra infantil, El viaje de Per el afortunado. El matrimonio se mudó al extranjero y así Strindberg pudo huir de las críticas que habían despertado sus obras en prosa, en las que atacaba a los intelectuales y evidenciaba la doble moral de Suecia y de su época. Entre 1884 y 1886 el matrimonio vivió en Francia, Suiza, Alemania,
especial
Dinamarca. Strindberg experimentaba un proceso de desgaste emocional. En Casados, la censura encontró un pasaje que describía a Jesús como un “agitador popular que fue asesinado hace más de 1800 años”. Se abrió entonces un proceso judicial por blasfemia que derivó en una orden de aprehensión y a declarar “inmoral” toda la obra de Strindberg. Arrancaron así las crisis nerviosas que tenían como antecedente dos conatos de suicidio tras el fracaso como actor en la juventud. Strindberg se internó por un breve tiempo en un manicomio de Estocolmo. La paranoia de Strindberg, que se enemistaba con amigos y enemigos por igual y esparcía comentarios cada vez más punzantes contra las mujeres y la condición burguesa del matrimonio, llegó al clímax cuando se enteró de que su esposa consultaba a ciertos
especialistas. Pensó que conspiraba para declararlo loco. Esto se refleja en el texto narrativo Casados y en las obras teatrales Utopías reales y Camaradas. Algunas obras aparecieron en su versión original en francés, que Strindberg ya dominaba (al grado de que, como Beckett, uno de sus grandes admiradores, pudo haber sido también un autor que escribiera en dos lenguas con igual maestría). En medio de la crisis y las carencias, 1886 fue un año productivo. Strindberg escribió las tres primeras partes de su biografía, y la cuarta, “El autor”, en la que, con una manera inédita de concebir el naturalismo, intentaba dar a conocer la correspondencia amorosa entre él y Siri como si fuera un “documento literario” que mostrara, sin artificialidades, una relación de pareja con todos sus detalles e intimidades, aun
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de portada especial
los sexuales. Los editores rechazaron esta iniciativa por su carácter íntimo que ofendía al “buen gusto”. En respuesta, escribió “Alegato de un loco”, un terrible relato sobre su vida matrimonial. Hacia 1889, se montó en París un programa triple con tres de las que después serían favoritas del repertorio teatral strindbergiano: Acreedores, La más fuerte y La señorita Julia. Strindberg descubrió así su creciente popularidad como enfant terrible, sobre todo en Alemania. Se asentó en Berlín justo cuando su competidor, Ibsen, partía para volver definitivamente a Noruega. El dramaturgo sueco se perdía en las noches de juerga en las cantinas de la famosa calle Unter den Linden. Ahí se encontró, entre otros, con artistas escandinavos: Julius Elias, traductor alemán de Ibsen, y Edvard Munch, que años más tarde retrataría al dramaturgo. Strindberg era de igual forma un pintor original —pintaba a modo de terapia y sus cuadros eran expresionistas, casi siempre paisajes marinos. Ingresó en la atmósfera fascinante y transformadora de la bohemia parisiense, en la que brillaban Van Gogh y Gauguin y otros pintores impresionistas. Realizaba experimentos químicos y cargaba instrumentos y matraces. Uno de aquellos casi le cuesta la vida. Aseguraba que la química moderna estaba equivocada y que la Tabla Periódica debía contener menos elementos. De hecho, estaba seguro de que los experimentalistas medievales estaban más cerca de la verdad, tanto que, con pasión insana, se entregó a la transmutación de los metales. Se interesó en el espiritismo y llegó a decir que Edgar Allan Poe, quien murió el año en que él nació, se había encarnado en su espíritu. Aquí comienza a interesarse en el ocultismo de Mme. Blavatski y en la teosofía. Se separa de sus amigos, aunque no deja de pedirles dinero a préstamo. Sentía que existían “poderes misteriosos” que lo habían convertido en ateo y que estaban en su contra. Sufre quemaduras en las manos durante un experimento químico (¿o alquímico?) y, finalmente, se muda al hotel Orfila, en París.
La paranoia de Strindberg llegó al clímax cuando se enteró de que su esposa consultaba a ciertos especialistas. Pensó que conspiraba para declararlo loco Entre 1893 y 1897 Strindberg vivió de la caridad de sus amigos, como un exiliado. De hecho, abandonó la escritura. Fue a mediados de 1897 cuando resumió sus experiencias en la novela Inferno, en la que “considerará su vida —la de un hombre cualquiera—, una mala broma”. Una vez que dejó atrás su etapa crítica, Strindberg se reinventó para sentar las bases del teatro experimental del siglo XX. Finalmente, buscó materializar un sueño que concibió en 1893: crear un teatro con su nombre, donde sólo “Strindberg se escenificara”. Se trataba de un local propio en el que, acompañado de un actor y productor que lo admiraba —August Falck—, nacería el “teatro íntimo” (Intima Teater), con un pequeño escenario de 6 por 4 metros. Strindberg decidió componer ahí su “teatro de cámara”, que sería para el arte escénico lo que la música de cámara era para las orquestas. Al principio se consideró que las obras de Strindberg alternarían con las de otros dramaturgos contemporáneos, aunque él terminó por predominar con 24 estrenos. Strindberg se enfadó cuando agregaron a un “nuevo autor”, Maurice Maeterlinck, en el programa, y rompió finalmente con Falck. Strindberg era director de nombre, pero asistía a pocos ensayos, sobre todo a los generales. Luego de sentarse en silencio, enviaba sus opiniones escritas a los actores. A diferencia de Shakespeare o Ibsen, Strindberg es conocido por sus dramas, pero también escribió novelas y noveletas, textos autobiográficos y crítica de arte. Destacan, por ejemplo, su prólogo a La señorita Julia y su ensayo Sobre el drama moderno y el teatro moderno (1889). También escribió meditaciones filosóficas, históricas y teológicas; falsas entrevistas; libros de viaje; estudios etnográficos, botánicos, geográficos, lingüísticos; un breviario amplísimo acerca de sus últimos años, aderezado con fábulas (llamado por él mismo el Libro azul, para distinguirlo de su Libro rojo, que cuenta sus años de juventud). En la edición sueca más actual sus escritos ocupan 72 volúmenes, a los que hay que añadir unas 10 mil cartas publicadas en 22 volúmenes (que no representan el total, pues sabemos que Strindberg se deshizo de muchas cartas y dramas). Además de las obras ya mencionadas, debemos señalar Camino de Damasco (I y II, 1898); piezas históricas como Carlos XII (1902) y La reina Cristina (1903); las que escribió para el Intima Teater, hacia el final de su vida, como Pascua (1900); piezas fantásticas como Blanco de cisne (1901) y la pieza de tema conyugal La danza macabra (o La danza de la muerte, 1900) que incluye elementos realistas, aunque pareciera que todo sucede en un infierno personal, muy al estilo de las obras de Sartre. Está igualmente la segunda parte de la fase del teatro de estaciones a la que corresponde La obra sueño (1901), la tercera parte de Camino de Damasco (1904), Relámpagos (1907), El solar quemado (1908), La sonata de los espectros (1908) y El pelícano (1908). En este año, se ha realizado un congreso dedicado al genio de Strindberg en Harvard, y habrá otros en La Sorbona, en Moscú, en Yale y, por supuesto, un congreso magno en Suecia. Juliete Binoche hará La señorita Julia en Londres, continuando una tradición de actrices y actores famosos que han interpretado a Strindberg, entre los que destacan Lawrence Olivier, Ian McKellen y Hellen Mirren.
Bajo la lupa mexicana
S
trindberg apareció en los escenarios mexicanos en 1928 con la pionera temporada experimental del Teatro de Ulises. Tres años después, Julio Bracho montó La más fuerte y en 1949 Salvador Novo llevó a escena La danza macabra. En la década de 1960, Alejandro Jodoroswy dirigió La sonata de los espectros y El ensueño, y Xavier Rojas La danza macabra. En años más recientes, el teatro de Strindberg no ha dejado de representarse. Es dado hablar de El pelícano (Rodolfo Obregón, 1989), El padre (Salvador Flores, 1992), Strindberg.com (Juan José Gurrola, 2000), Pascua (Héctor Mendoza, 2009) y Acreedores (Roberto Espinosa, 2011). Desde un breve ensayo de Armando de María y Campos sobre su teatro publicado en el centenario de su nacimiento hace 63 años, en México casi no se han publicado textos académicos sobre la obra de Strindberg. Entre los raros ejemplos se encuentra la introducción del mismo Héctor Mendoza a su versión publicada de la obra de cámara Pascua y un acercamiento clínico por la psicóloga Estela Ruiz Milán, así como Strindberg: el alquimista infernal del teatro (Víctor Grovas, 2012), que será presentado el 15 de mayo en la Universidad Claustro de Sor Juana a las 14:30 hrs.
Unas líneas sobre La señorita Julia, la obra que fue más allá de Ibsen y situó una tragedia no sólo en una sala burguesa, sino en la cocina. Para que la audiencia quedara con la sensación de tener un pedazo de realidad —escribió Strindberg en su introducción a La señorita Julia— no debía haber intermedios ni interrupciones en la representación. La cocina debía ser tridimensional; también el escenario, concebido en un sentido asimétrico para estimular la imaginación del espectador. Strindberg pedía eliminar las candilejas y el maquillaje excesivo y subrayar la iluminación lateral para acentuar la expresividad de los actores. La señorita Julia, como la quería el Strindberg director (lo que lo hace un precursor de un lenguaje casi cinematográfico), debía ser un drama de reacciones sutiles, miradas más en el rostro que en los gestos o el sonido de la voz. El actor debía ignorar a la audiencia y realizar las acciones olvidando el foco del escenario. Con esto Strindberg fortaleció la cuarta pared y sin embargo apuntó a un postnaturalismo con los elementos del vestuario (ropa elegante que se ha
convertido en garras, conversación casual a la Chejov y alusiones en el prefacio a la composición musical). El caso del montaje de El padre en 1908 es muy paradigmático. Strindberg le pidió a August Falck, que interpretaba al capitán y dirigía, que montara la obra de forma abstracta y simplificara la escenografía con mallas negras para que los personajes parecieran como de otro mundo, cosa que el director siguió en muy poco.Es imposible resumir el estilo de Strindberg en dos palabras, porque incursionó en el naturalismo (y se declaró más naturalista que Zolá, quien apreció su teatro, así como Nietzsche), luego creó un teatro expresionista y hasta fue antecesor del surrealismo. Incluso, su teatro antihistórico nos hace pensar en Brecht. Strindberg, un hombre de vida y obra comprometidas con la innovación, que siempre esgrimió un reto, una sorpresa, una idea que confrontaba nuestra visión cómoda y burguesa, se atrevió a asomarse al abismo y hasta a recrearlo para encontrar algo genuino. Creó un teatro propio que ahora es el teatro de todos nosotros. v
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MILENIO
literatura especial
Escrituras del abismo La escritora y periodista Leila Guerriero convocó a diecisiete autores latinoamericanos para que trazaran las vidas al límite de diecisiete malditos y periféricos, parias del canon oficial, entre los cuales destacaron Martín Adán, Teresa Wilms Montt, Gustavo Escanlar y Jorge Cuesta Ensayo Francisco Goñi
Alejandra Pizarnik especial
L
a historia es despiadada y caprichosa. No son los mejores hombres quienes logran ganar la inmortalidad. No basta con ser un gran escritor, tener destellos de genialidad, ni dejar un notable legado literario para marcar al rojo vivo el cuerpo plástico del tiempo. Mientras en la superficie se va construyendo un canon literario a la vista de todos, en el periodismo, en las editoriales y la academia, en las librerías y círculos de lectura, en las mesas de café y charlas de pasillo existen subterráneamente naturalezas incandescentes que escriben su obra como solicitaba Nietzsche: con espíritu y sangre. Mirar hacia la periferia, donde yacen en silencio las obras paralelas a la cultura oficial, ha sido un ejercicio muy rico y de frutos palpables. Rubén Darío denominó a los otros protagonistas de la literatura como “los raros”, abriendo senda para hacer justicia y quitar algo de olvido. A finales del siglo XIX, se inauguraría la categoría “escritor maldito” cuando Paul Verlaine escribió Los poetas malditos, un conjunto de ensayos que agrupa a personalidades extremas, geniales e incomprendidas por su época como Tristan Corbière, Arthur Rimbaud, Stéphane Mallarmé... En este mismo tono, la periodista argentina Leila Guerriero, siguiendo una idea de Matías Rivas, director de publicaciones de la Universidad Diego Portales en Santiago de Chile, diseñó el proyecto Los malditos (2011), convocando a diecisiete escritores latinoamericanos a crear perfiles de literatos raros, orillados, periféricos. Más que ensayos eruditos o de corte académico, lo que se persigue es la pista y el detalle, los rasgos complejos de personalidad que propiciaron la autodestrucción psicológica e intelectual, y al tiempo hicieron posible la configuración de textos radicales de profunda calidad y belleza. Los perfiles ahí reunidos plantean “una mirada en primer plano sobre los trabajos y los días, los maridos y los hijos, los tíos y las bibliotecas, los armarios, los libros, los poemas, los viajes, los amantes, las manías, las píldoras, los electroshocks”. Todos los escritores abordados están muertos. Pero no los une la muerte: todos son dueños de una obra proteica y olvidada. Su enfrentamiento con el mundo y el tiempo fue letal. Fueron despedazados por la fragilidad que llevaban expuesta. El ambiente fue hostil y duro. El desprecio y la incomprensión minaron sus vidas. Respondieron a su manera, algunos con el suicidio, otros con adicciones o con insondables angustias… y todos creando: a veces una obra mayor y vasta, a veces una obra dispersa y escasa. Comenta Leila Guerriero en el prólogo: “El malditismo es quizás una categoría difusa y evasiva pero, en todo caso, no está reservada para siglos viejos: no es una categoría en extinción”. La escritura volcánica siempre ha de existir. Por muy tarde que los creadores malditos lleguen a la cita con la historia, la obra sale de los sótanos oscuros de la indiferencia.
Leila Guerriero (editora) Los malditos Universidad Diego Portales Chile, 2011 475 pp. ◆◆◆ “Una cadena parece tironear de mí hacia el vacío”. Fue el estado de ánimo que permeó la vida de Jorge Baron Biza, el hombre del subsuelo. El escritor argentino Alan Pauls hace un retrato escalofriante de Baron Biza. Habla de un hombre consumido por la historia familiar, llena de suicidios, exilios, viajes, fortunas derrochadas. El apellido fue una carga pesada que llevó a cuestas para conseguir empleos de segunda, siempre modestamente pagados. El alcohol fue su refugió; bebía lo que se encontraba: cognac, whisky, licores baratos, incluso alcohol para quemar. No encajó nunca en la vida. Desde el subsuelo, en su “departamento-cueva”, escribió y publicó con su propio dinero un libro único: El desierto y la semilla. Pensaba que con esta novela de tono autobiográfico lograría conseguir lo que nunca tuvo: “inventarse un lugar en el mundo”. Sin embargo, sirvió de debut y destrucción. Baron Biza depositó tanta catarsis en su manufactura que se quedó sin nada, las palabras desaparecieron. Su vida ya había sido diseñada, escrita por otros. Jorge Baron Biza fue condenado a ser un parásito. Agotado, después de su última visita a la clínica psiquiátrica, decidió arrojarse al vacío desde su balcón. ◆◆◆ Escribió a contrapelo. Odiaba obedecer y subyugarse a las normas sociales y familiares. Su vida fue una canción de muerte, “un palacio de piedra donde habitan los ausentes”. Era hermosa, amante de la música, tempestuosa. Decía que la noche era para charlar, el día para dormir, la tarde para escribir. Vista por Alejandra Costamagna, su compatriota chilena, Teresa Wilms Montt, alma enferma de tristeza, ahogada por la melancolía, le arrancó material a sus días para escribir sobre encierros, muerte, divorcios, culpas, deshonras, tumbas, amores perdidos. Adicta a los somníferos, viajó de Chile a Argentina, de Nueva York a París y Madrid, y ganó el aprecio de Vicente Huidobro y Ramón de Valle-Inclán. Perdió a su amante más querido y fue despojada de sus hijas. Escapó del claustro impuesto por defender su fuerza creadora. Hasta el tercer intento logró acallar su existencia: “Mi alma es un campo devastado donde el rayo quemó hasta las raíces, y donde no puede florecer ni el cardo”.
Jaime Sáenz
◆◆◆ Talento, alcohol, homosexualidad, pobreza y locura son señas que cualquiera puede dar sobre Martín Adán. Su leyenda, dicen, lo rebasó. A los dieciséis años escribió La casa de cartón, un libro con el que obtuvo reconocimiento. No obstante, dejó de escribir y comenzó a recluirse en el manicomio Larco Herrera por voluntad propia. Alejado del mundo, decía: “Soy un animal acosado por su ser”. El periodista, también peruano, Daniel Titinger arma las piezas de la historia de Rafael de la Fuente, quien por huir de todo inventó una vida literaria bajo otro nombre para permitirse un poco de libertad: Martín Adán. De la insulinoterapia al electroshock, del alcoholismo extremo a la ardiente soledad, Martín Adán, recordado por Vargas Llosa y Allen Ginsberg por su evidente calidad literaria, nunca terminó de saldar la gran promesa que representaba para la literatura peruana. ◆◆◆ Obsesionada con el peso, consumía sedantes y anfetaminas durante todo el día. El miedo la habitaba por las madrugadas y amigos poetas y familiares tenían que tranquilizarla. Enamorada de su profesor de literatura y después de muchos escritores, su voz poética se levantó con estrépito. Alejandra Pizarnik fue querida por Cortázar, Olga Orozco y Octavio Paz. En Buenos Aires y París disfrutó de la compañía de los surrealistas. Amaba el papel, los cuadernos y los lápices. Judía, tartamuda, nerviosa, escribió: “¿Cómo no me extraigo las venas/ y hago con ellas una escala/ para huir al otro lado de la noche? […]. ¿Qué haré con el miedo?” Mariana Enríquez, periodista argentina, sigue las huellas de esta mujer talentosa, atrapada por los fantasmas de la infancia: “Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos”.
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VISOR
literatura especial
El declive comenzó tras la sentida muerte del padre. A pesar de que sus libros ganaron reconocimiento y ella se convirtió en una poeta respetada, una sobredosis de barbitúricos la llevó al hospital. Experimentó vivencias eróticas sin límite, incluso lésbicas. En el lenguaje poético también transgredió las fronteras. No encontró el retorno ni la mesura y se quedó sin nada. Finalmente, consumió 50 pastillas de Seconal. Sus ojos se cerraron. ◆◆◆ “Fui tras un escritor y volví salpicado de sangre, con la historia de un hombre ciego por los focos, el maquillaje pastoso, la droga dura, la orina propia, la farándula mal iluminada y berreta, el cotilleo, el morbo, y con la sensación de que un huracán había azotado a la gente que lo había conocido”. Así fue la experiencia de Alberto Fuguet al reconstruir la vida del uruguayo Gustavo Escanlar. Fue conductor de televisión, colaborador en prensa y radio, querido y odiado por el público, cocainómano, amante del cine y la música, mujeriego, provocador. Gustavo Escanlar tenía prisa por consumir lo que se cruzara en su camino. Devoró a pedazos su vida hasta atragantarse. Sus cuentos y novelas denotan una ansiedad por innovar, criticar, incomodar. Integró la cultura pop y el humor negro a la escritura, así como referencias de tono popular. Se atrevió a cuestionar y dejar públicamente en ridículo a Mario Benedetti, máxima autoridad intelectual del momento. En Montevideo era un personaje referente. Se ganó un lugar tanto en el periodismo como en la literatura. Sus opiniones servían de voz punzante para todos aquellos que no se atrevían a criticar, sobre todo a la izquierda. Se le compara a un gato porque estuvo a punto de morir varias veces. Las adicciones fueron su talón de Aquiles: una sobredosis de cocaína detuvo su corazón. Después de su muerte, algunos de sus amigos confesaron que al fin podían sentirse tranquilos. ◆◆◆ Le gustaba cambiar repentinamente de residencia e identidad. De nombres exclusivos pasaba a apropiarse de nombres comunes. En realidad, ¿quién era?, se pregunta el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez, quien eligió al poeta Porfirio Barba Jacob. Contradictorio, liberal y conservador, Barba Jacob escribía de cualquier tema. Con elegancia ejercía el periodismo, que Alfonso Reyes admiró, y decantaba la poesía con incandescencia. Sin embargo, no pudo concretar la edición de sus libros. Fue acusado de homosexual, periodista vendido al poder, adicto a la mariguana y al mezcal. Se convirtió en persona no grata en varios países latinoamericanos por sus artículos políticos. Considerado un tipo ambiguo, de gustos vulgares y exquisitos, buscó la esencia de la vida, a sabiendas de que “buscar lo complejo y lo difícil de la vida real es caminar hacia la neurosis y el suicidio”. Por su talento y personalidad ganó amistades eminentes: visitaron su habitación mexicana Octavio Paz, José Revueltas y Alfonso Reyes. Una enfermedad pulmonar lo invadió hasta aniquilarlo: “Mis pulmones ya son una pobre cosa que se deshace”. Murió de tuberculosis en la Ciudad de México, donde logró sentirse como en casa. ◆◆◆ De niño alguna vez quiso quemarse vivo y suicidarse bebiendo agua. El boliviano Jaime Sáenz, visto por los ojos de Edmundo Paz Soldán, tenía el talento fatal de las personas que sondean el lado profundo de la existencia. Padeció delirium tremens, empató con la ideología antisemita, robó el pie de un cadáver para llevarlo por doquier y asustar a sus amigos; Jaime Sáenz grabó su nombre en los anales literarios gracias a Felipe Delgado, una novela de tono autobiográfico que sugiere el consumo excesivo de alcohol como medio para llegar al conocimiento último de la vida. Como si la embriaguez fuera una especie de mística. Siempre con el aura de los incomprendidos, Sáenz escribió: “Nunca me sentí en el mundo como si fuera mi casa; siempre me sentí quisquilloso, susceptible y desasosegado, como un intruso o, en el mejor de los casos, como un mero visitante”. Acabó fulminado por una broncopulmonía bilateral.
Gustavo Escanlar especial
Teresa Wilms Montt especial
Cuesta fue una estela de luz extraña, “una figura mitológica” de las letras mexicanas que será recordado por ser un hombre de ideas, crítico de los modelos nacionalistas, detractor de los poetas grises. Hoy en día no queda rastro suyo en los lugares que vivió. No obstante, Elías Nandino y Octavio Paz registraron su presencia magistralmente: “su cárcel molecular quedaba borrada ante la fuerza de su irradiación”; “prodigioso mecanismo mental”. Oscilando entre el clasicismo y el romanticismo, Cuesta simbolizó el manifiesto de su generación, dando pauta para recuperar la tradición y al mismo tiempo ver hacia adelante. Tal vez su supuesta locura no fue otra cosa que la rebelión de su naturaleza contra el tiempo que le tocó vivir.
jorge Cuesta
◆◆◆ No se trata de un escritor maldito, “más bien es un personaje trágico”, porque siempre fue aplastado por su destino, aclara Rafael Lemus al despejar todos los fantasmas imaginados en torno a Jorge Cuesta. “Me pareció poco suicidarme una sola vez”. La frase fue encontrada entre las notas que Cuesta escribió durante su última estancia en el hospital psiquiátrico. Tal vez se refería a los modos que empleó para alejarse de la vida: desde las sustancias enzimáticas que elaboraba y consumía y el exceso de razón hasta la automutilación de sus genitales. Considerada la mente más brillante de su generación, atributo notable, sobre todo perteneciendo al grupo Contemporáneos,
◆◆◆ El conjunto de diecisiete perfiles puede leerse como una historia natural del desorden psíquico en la literatura, a varios niveles, en múltiples voces. El ser maldito parece que proviene de una conjugación de factores de época, de carácter y sucesos determinantes en la vida personal que encaminan irreversiblemente hacia el abismo. Hay vidas malditas que engendran obras luminosas, sin perder las peculiaridades de lo extraño, oscuro, vertiginoso. En el bello poemario El padre zoológico, de Pascal Petit, se dice que no basta con tener una vida lastimera y compleja para hacerse notar como escritor. El verdadero arte es la sublimación del dolor a través del arte. Así, la obra nacida de la lucha contra los demonios adquiere un temperamento ígneo, estremecedor e inquietante. Los perfiles, o vidas minúsculas, por usar un concepto de Marcel Schwob y Pierre Michon, permiten asomarse en unas cuantas páginas al precipicio personal y ver en cámara lenta, de principio a fin, las caídas y aniquilaciones de escritores que quizá no tuvieron la oportunidad de conocer más de cerca el territorio de Eros y beber algo más que aguas envenenadas.V
08 b domingo 13 de mayo de 2012
varia juan francisco de goya
nelly salas
Los disparates
¿Cumplió Calderón sus promesas de cultura 2006?
Refundar la educación artística
archivo hache
Casta diva
Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com
R
ecordemos los compromisos de política cultural que Felipe Calderón hizo en su campaña en junio del 2006, a modo de diez puntos para “mantener, cuidar, proteger y enriquecer la cultura del país”. Veamos qué prometió y qué cumplió. “1. Consolidar una política cultural a largo plazo que garantice el derecho a la cultura de todos los mexicanos. “2. Fortalecer el sustento jurídico y el marco normativo de las diversas instituciones culturales, así como la coordinación interinstitucional entre los tres niveles de gobierno. “3. Fortalecer una política cultural descentralizada e incluyente a partir de las diversas vocaciones regionales. “4. Vincular la formación de la sensibilidad y la creación artística con el proceso educativo. “5. Extender los programas culturales a aquellos sectores de la población que en su momento no tuvieron oportunidad de integrarse al desarrollo cultural del país. “6. Impulsar al sector cultural, subrayando el importante papel que juega en nuestro desarrollo como generador de empleos y de beneficios económicos. “7. Redimensionar la importancia de la promoción y difusión de nuestra riqueza multicultural en México y en el extranjero, de manera especial en los medios de difusión. “8. Lograr un manejo eficiente y transparente de los recursos asignados con rendición de cuentas. “9. Integrar la participación ciudadana en el proyecto cultural del país. “10. Conmemoración del bicentenario del inicio de
nuestra independencia y del centenario de la revolución”. Más palabras huecas que compromisos concretos. Pero hagamos el balance. 1. No se trazó una política cultural de largo plazo que garantizara derechos culturales. Más bien se entregó Wirikuta a empresas mineras trasnacionales. 2. Sigue sin existir una Secretaría de Cultura. 3. No se hizo esfuerzo profundo por descentralizar programas culturales; al contrario, el centralismo recrudeció. 4. No sólo no se integró la cultura a escuelas sino que Vázquez Mota sacó la filosofía de la educación media superior. 5. La marginación aumentó, incluyendo el acceso a servicios culturales. La narcoguerra se volvió el nuevo metarrelato cultural. 6. El sector cultural no fue impulsado: está en fuerte crisis y engrosando el subempleo. 7. La multiculturalidad de México no fue respetada. La discriminación sigue rampante, el duopolio de la industria cultural y el fundamentalismo religioso crecieron. 8. El sexenio no hizo progreso real en rendición de cuentas en las instituciones de cultura. 9. Al operar sin mecanismos de consulta, la política cultural fue vertical. 10. El fiasco de La Estela de Luz es el mejor símbolo del Bicentenario calderoniano. Vienen ya las promesas culturales de JVM, EPN, AMLO y Quadri. Antes de distraernos con esta nueva demagogia, es necesario recordar los diez compromisos rotos de Calderón. Tenemos memoria. Exigimos respeto. V
Avelina Lésper
L
a educación artística, como la conocemos hasta ahora, no tiene sentido. Los planes de estudio están de espaldas a la realidad de los aspirantes a vivir de su talento artístico. No cumplen las expectativas de los jóvenes interesados en crear dentro de las disciplinas que exigen niveles de calidad y desempeño como la pintura, el dibujo, la escultura y el grabado, y tampoco satisfacen las de los “artistas”. La misión de una escuela de arte es darle al alumno las herramientas teóricas y prácticas para que pueda desarrollar sus capacidades. Este aprendizaje no termina nunca y de hecho comienza al concluir la escuela, en el trabajo diario, con la experiencia y la implantación de metas. Pero estamos en el siglo de la devastación del arte y sucede que todos son artistas y cualquier cosa es arte. Esta noción demagógica, fantasiosa e irresponsable, democratizó la mediocridad. Ya no hay que desarrollar talento, ni aprender técnicas de ningún tipo y tampoco hay que trabajar. El artista y su obra están dados. Seamos realistas, la teoría del arte ha exterminado al proceso educativo. En esta utopía del arte todos los alumnos ya son artistas y deben ser aprobados, promocionados y premiados. Masticar comida y escupirla, grabaciones del ruido de la calle, una manguera enrollada: summa cum laude. El error y el acierto, fundamentales dentro del proceso cognitivo del aprendizaje, están nulificados. ¿Cómo un maestro va a reprobar o corregir a un alumno por la calidad de un trabajo si todo es arte y la obra es infalible? No existen parámetros o criterios de evaluación y el maestro no tiene autoridad para hacerlo. La misión de adquirir conocimientos también es obsoleta. Si ya la obra está dada, qué le enseña el maestro al alumno. Para los jóvenes que desean ser pintores, escultores, dibujantes, grabadores, la escuela actual se queda corta. Las materias ya no profundizan y por incorporar las nuevas tendencias se quitan clases y horas de trabajo. La pedagogía de la no frustración, paternalista y condescendiente, niega la
autocrítica indispensable en el desarrollo artístico. Materias fundamentales como dibujo al desnudo, técnicas pictóricas y escultóricas se dan con un barniz superficial. Estas disciplinas exigen el perfeccionamiento para alcanzar, con libertad, un lenguaje y estilo. Por esto, la solución es dividir a la educación artística, siguiendo el criterio de selección y marginación de los museos de arte contemporáneo, que sólo admiten obras realizadas con discos usados de vinilo, montones de hamburguesas y pegatinas con mensajes xenófobos. Por un lado, en la escuela de Artes Plásticas los alumnos aprenderían con profundidad historia del arte, las distintas técnicas plásticas, utilización de materiales, el formato monumental, entre muchas materias que hoy se abordan con superficialidad. Y, por otro, hace falta crear una escuela de Educación Interdisciplinar para “artistas” con un año de duración. Esta escuela sería un trámite burocrático que permita a los estudiantes acceder a instituciones y becas. Las clases se avocarían a sus búsquedas creativas: llevarlos a basureros a recolectar objetos; clase de reflexión, retórica y jerga curatorial para que la obra tenga una explicación; sesiones con psicólogos que motiven los interiorismos existenciales de sus performances; de apropiación de obras y que los mismos alumnos usurpen sus trabajos; de readymade y las diferentes categorías en las que se puede dividir y un etcétera que se actualizaría según los caprichos de la moda. A diferencia de las escuelas de artes plásticas, que requieren de espacio para talleres, hornos, tórculos y piezas escultóricas, esta escuela de Educación Interdisciplinar para “artistas” se conformaría con un aula con sillas, archiveros y máquina para café. Tal vez así mejore nuestro nivel artístico y deje de traumarse la sensibilidad de los jóvenes “artistas” obligándolos a estudiar el demandante y muchas veces frustrante proceso de la creación de las artes plásticas, cuando lo que quieren es exponer muebles rotos y bolsas de plástico y buscarles una reflexión. Mención honorífica, todos son artistas, la utopía ha llegado, el abismo de la estulticia se abre infinito. Hay sitio para todos. V