Suplemento Visor 18-Mar-2012

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Visor Juan Gelman Poemas página 2 Rumbo a FIL Autores para el Día Mundial del Libro página 3 Heriberto Yépez No norteños, perros o narquillos página 8 Avelina Lésper Genitalia, frutas y milagros página 8

N.o 455

domingo 18 de marzo de 2012

Conversación con Carlos Fuentes Página 6 -

MILENIO

Margaret Atwood Cuentos inéditos y entrevista Página 4


02 b domingo 18 de marzo de 2012

MILENIO

antesala hcs.harvard.edu

Comentarios

Prosa con ventilación

El amor es una de las obsesiones del poeta de Carta a mi madre, presente aun en conversaciones con figuras como San Juan de la Cruz y Santa Teresa poesía

Escolios ESPECIAL

Juan Gelman

Armando González Torres agonzale79@yahoo.com.mx

Comentario I (Santa Teresa) querido amor que partís como un pájaro acostado sobre los horizontes ¿estará bien darnos todos al todo/ sin ser parte de nada/ ni siquiera del vuelo que te lleva?/ ¿piensan hermanas y hermanos que rodeando se puede llegar/ o partiendo y quedándose a la vez se llega a la unidad buscada como un manjar celeste? dura es la vida o esta salud que cavo para encontrarte como luz/ o palabra/ ramita donde te poses como la mano tuya sobre mi corazón

Comentario XXXIX (San Juan de la Cruz) unido a vos como la vuelo del pajarito al pajarito/ me vuelvo a vos/ aspiro tu aire que me aspira subidamente la misma aspiración que nos iguala/ cambia/ nos adicha/ como noticia de amor suave volando tuyo alrededor de cada mundo que me das/ o claridad/ o rostro puro/ ardiendo como llama contra el dolor mudo de la noche

E

l Fondo de Cultura Económica publicó recientemente en dos tomos la Poesía reunida de Juan Gelman (Buenos Aires, 1930), mil 370 páginas en donde se da cuenta de las obsesiones que lo han acompañado a lo largo del tiempo: “el otoño, la niñez, la muerte de los seres allegados, la justicia social, el amor, la mujer”. También en estos poemas, “el ateo Juan Gelman sabe dialogar dolorosamente —comentar— con Santa Teresa y San Juan de la Cruz”, dice el poeta Marco Antonio Campos, quien agrega: “Perdida la utopía de los años sesenta y setenta del siglo que nos dejó, Gelman ha creído necesario crear una nueva utopía porque sin el orbe de los sueños el paso de un hombre por la tierra es una representación mal armada en un teatro vacío. Si una palabra secreta domina su vida y su obra es fraternidad”.

E

n nuestra pésima (e ingrata) retentiva literaria, apenas se ubica la obra y la figura de José Alvarado (1911-1974), el polígrafo nacido en Nuevo León, gestor de aventuras editoriales, periodista prominente, narrador olvidado y funcionario educativo. Prosa sin que (Universidad Autónoma de Nuevo León, México, 2011) es una antología, preparada por José de la Colina, que recoge 22 artículos de ese virtuoso secreto que gustaba de escribir algunos de sus textos sin la enfadosa conjunción. Por supuesto, este ramillete de prosas es mucho más que una prueba de destreza para no usar el “que” y muestra la escritura periodística de Alvarado como un espacio de conjunción entre el material efímero de la actualidad y el estilo que perdura. Alvarado da testimonio de su tiempo y, sobre todo, brinda una compañía discreta, amena y entrañable, que no busca arengar, ni provocar revoluciones interiores, sino, como en la conversación casual, compartir detalles del clima, llamar la atención sobre el paisaje o evocar un personaje. La prosa de Alvarado deambula entre la conmemoración y la divagación: recuerda a una actriz, habla del transporte, discurre sobre las escaleras o, bien, homenajea a algunos poetas dilectos. Y es precisamente en los textos sobre poesía y poetas, en sus estampas de Miguel Othón Robledo, de Carlos Pellicer o de Porfirio Barba Jacob, donde su gusto refinado y su capacidad narrativa se hacen patentes y sus recuerdos devienen piezas de crítica literaria y mini-novelas de formación, como ésta: “Más de los últimos tres lustros de su vida, Barba Jacob ya no era un poeta, sino un fantasma en lucha contra Satán”. Con la compañía de una lengua limpia, juvenil y fluida, la lectura de Alvarado ofrece un paseo por su época, su urbe y

José Alvarado

su mundo, que orienta la mirada especialmente hacia el detalle excéntrico y menudo. Porque, como advierte Gabriel Zaid en el epílogo: “Hay una infatuación perniciosa de la Historia, con sus Genios y sus Héroes, que lleva a despreciar los trabajos y los días, como si la verdadera existencia fuese una propiedad de ciertas actividades o personas sublimes”. En este sentido, hacer perdurable lo aparentemente nimio, otorgarle permanencia a la inmediatez, reivindicar la dignidad de lo anónimo es una proeza periodística y literaria, pero sobre todo una lección de agudeza perceptiva y de vida, que advierte tanta profundidad (y sacralidad) en lo cotidiano como en lo extraordinario. Como dice Robert Nozik: “Ver la vida cotidiana como sagrada es ver el mundo y su contenido como infinitamente receptor de nuestras actividades de exploración, respuesta, relación y creación, como un ámbito que recompensará ampliamente esas actividades por lejos que lleguen, ora las realice un individuo, ora la humanidad toda en el curso de su historia”. Esta selección de Alvarado redescubre un territorio auténticamente lenitivo, del cual el lector sale renovado, con una vista más aguda y con mejor ánimo. V

MILENIO francisco a. gonzález presidente · jaime barrera rodríguez director editorial · marina miranda directora general de negocios · jorge villarreal comercialización · miguel ángel puértolas jefe de información · antonio navarrete jefe de cierre editores: jorge valdivia g. ciudad y región · moisés mora negocios · ignacio dávalos cultura · elda arroyo mp · hugo merino diseño · kaliope demerutis ocio · irene selser fronteras · horacio salazar tendencias · jairo calixto albarrán qrr y el ángel exterminador · susana moscatel hey! · fernando torres circulación · noé anaya producción ·

MILENIO diario b VISOR b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


domingo 18 de marzo de 2012 b03

VISOR

antesala Rumbo a FIL 2012

Dickens, Stoker y Tolkien, a votación

El Día Mundial del Libro se leerá la obra de alguno de estos tres autores de habla inglesa. La decisión la toma el público y la elección se cierra el 23 de marzo Dalia Zúñiga Berumen

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ESPECIAL

ara celebrar el Día Mundial del Libro el próximo 23 de abril, la Feria Internacional del Libro de Guadalajara lanzó su convocatoria para su lectura masiva: El hobbit, Drácula y Grandes esperanzas. Obras de tres escritores, cuyos lectores este año los recuerdan especialemente: el 120 aniversario del natalicio de John Ronald Reuel Tolkien; 100 años de la muerte de Bram Stroker (que se cumplen precisamente el 20 de abril, tres días antes del Día Mundial del Libro); y los 200 años del nacimiento de Charles Dickens. La votación se cierra este viernes 23 de marzo y, además del portal de Internet de la FIL, en diferentes puntos de la ciudad habrá urnas para depositar los votos de la manera tradicional: en papeletas. Hoy, por ejemplo, el punto es la Vía RecreActiva, antes de entrar al túnel de Juárez y calzada Independencia, entre las 10:00 am y las 14:00 horas.

El cine, el gran vehículo Los tres autores, además del habla inglesa, tienen un punto en común que los conecta con las nuevas generaciones: han sido llevados al cine. Grandes esperanzas (Great expectations, publicada por entregas entre 1860 y 1861), la historia del huérfano Pip, tiene una gruesa colección de adaptaciones no sólo a la pantalla, sino al teatro y a la televisión. La más reciente es de 1998, el filme dirigido por el mexicano Alfonso Cuarón con un toque muy contemporáneo, protagonizada por Ethan Hawke y Gwyneth Paltrow, hecha en Estados Unidos. Una versión más apegada a la época de la novela es la de 1946 del director David Lean, con John Mills, Valerie Hobson y Tony Pager en su reparto, filmada en Inglaterra. Por su parte, Drácula es el personaje que ha trascendido la novela de Bram Stoker, ya que es el icono más sobresaliente del culto al vampiro. La versión de Francis Ford Coppola es el filme contemporáneo (1992) que más pretende apegarse al libro de Stoker, y el propio director ha señalado esa búsqueda hacia el lado humano y apasionado que hizo en el texto sobre el vampiro, lo que reflejó con la ayuda de los actores Gary Oldman, Winona Ryder y Keanu Reeves. Innegable el impacto masivo a través del cine, por las adaptaciones ala pantalla grande de El señor de los anillos, de JRR Tolkien. Su obra fantástica es la representación de una sangre nueva de lectores en busca de historias complejas, cargadas de héroes milenarios. Creador de una mitología personal, El hobbit es el título publicado en 1932, es decir, una docena de años antes de su saga de El señor de los anillos, que fue escrito entre 1954 y 1955 en tres tomos. En esa misma estructura, Peter Jackson arrancó en 2001 su propia saga fílmica en Estados Unidos, si bien existe una película anterior de Ralph Bakshi de 1978, también realizada en el país vecino. No hay duda del valor histórico y estético de cada una de la obras puestas a votación por parte de la FIL para celebrar este Día Mundial del Libro próximo, pero no es de extrañar que a la altura de los tiempos vividos, regidos por la tecnología y la gran conexión del cine y la literatura, los lectores votantes se inclinen por El hobbit, cuya versión del propio Jackson se estrenará en pocas semanas. Para votar en línea, busque el link en www.fil.com.mx

Bram Stoker

¿Por qué leer a Tolkien?

JRR Tolkien

Los lectores opinan

Testimonio a puño y letra de tres estudiantes de Letras Hispánicas, alumnos del doctor Marco Aurelio Larios López, catedrático de la Universidad de Guadalajara. Ellos ya emitieron su voto.

¿Por qué leer a Dickens? Nada hay que pueda comparársele al genio de Charles Dickens en su tiempo. La fama que gozó no pudo desbordarse más cuando Inglaterra entera fue atravesada como por un relámpago de vértigo, al saber que el propio escritor leería sus relatos, que su sombra al fin sería revelada años después de mantenerse oculto a los ojos del público que lo admiraba. La sociedad victoriana atestó las salas de lectura para verle, oírle, resultando así todas las salas pequeñas para tan gran multitud. Él había hecho la expresión poética más alta que alcanzó la tradición inglesa. No había nada más grande que su visión. La mirada de Dickens se abría presurosa para colarse por las grietas y alcanzar la luz. Nada escapaba a esta mirada. Era un genio visual, talento que explotó y lo llevó a ser un genio literario que formaba de la contemplación, realidad. En su fulgor opacó a Walter Scott y menguó Theckeray durante toda su vida.

en cada ser un alma colectiva. El individuo deja de ser. Sus pensamientos y actos están supeditados a la tribu. Un hombre que forma parte de la colectividad carece de personalidad propia; los actos que él considera conscientes son producto de una secreción inconsciente heredada. El individuo que carece de la capacidad de tomar decisiones propias vive en el oscurantismo. La multitud ruidosa inhibe la expresión del espíritu. El individuo abandona su yo absoluto por el yo ideal que ve reflejado en la masa. Esta dicotomía provoca una oscilación en el estado de ánimo, se duda, aparece el miedo y no se decide a actuar por cuenta propia. La culpabilidad y el deber son los condicionantes del animal gregario, la manada impone normas para mantener el equilibrio del grupo pero a expensas del sacrificio de la identidad y autonomía de los miembros que la conforman. Drácula representa el retorno de lo reprimido que configura en su máxima expresión la experiencia de lo siniestro; las prohibiciones han logrado separar de forma afectiva al hombre de sus pasiones volviéndolo un ser atormentado. El vampiro de Stoker es el arquetipo de la liberación que se logra por medio del mundo de lo dionisiaco en donde el instinto, la pasión, el caos y lo irracional se fusionan para lograr la experiencia estética; el levantamiento de la prohibición es el acto religioso por excelencia. El hombre alcanza la divinidad y se encara de frente con el creador. El vampiro del escritor irlandés practica el rito de la sangre, la muerte se revela y lo seduce, lo prohibido se manifiesta y lo induce a un viaje en donde el contacto con su yo animal es inminente. El desencadenamiento del deseo de matar, de beberse el alma de los otros rebasa en conjunto el ámbito de lo establecido, es una liberación. Arturo Macías Ortiz

Charles Dickens

Para que un escritor triunfe y su influencia sea tal, es necesario que se conjuguen dos elementos que muy rara vez se cumplen: “la conjunción del hombre genial con la tradición de su pueblo y de su tiempo”. Dickens lo logró, trascendió a su pueblo y a su tiempo. Todavía hoy la muerte no ha marchitado la fama ni ha enfriado el amor conquistado por el inglés. Aun ahora, en una época lejana –posmoderna- y en este país -ajeno a su lengua-, se sigue convocando a la lectura en voz alta. Razones y explicaciones sobran para pensar que el maestro y genio de la época victoriana habrá de llenar una vez con su narrativa las salas de lecturas. Raquel Martí Arellano

¿Por qué leer a Stoker? La masa pide el sacrificio del alma personal, introduce

Razón suficiente es que el autor británico es considerado el padre de la fantasía del siglo XX. Pero si los títulos “nobiliarios” no son suficientes para convencer al lector, entonces es necesario informarle que se trata de un escritor meticuloso que dominaba más de diez idiomas y creó otros más, que dedicó más de diez años a la construcción de uno de los mundos más complejos y cautivadores de la literatura, y que se dio tiempo además de reflexionar sobre las aportaciones de un género que, por lo general, es despreciado como literatura infantil. Con el riesgo de caer en la cursilería, confesaré que para mí el arte es magia, en el sentido de la ilusión que genera un sentimiento de asombro inexplicable. La fantasía me parece el más mágico de los géneros literarios porque puede desarrollar los escenarios más disparatados y mantener una lógica interna que la hace verosímil. Tolkien mismo sostuvo que los “cuentos de hadas” tenían el mérito de ser congruentes de manera interna y ser relevantes para el mundo real. Tolkien no escribe sobre elfos, hobbits y magos, sino que los utiliza como herramientas para plantear reflexiones sobre la sociedad. La fantasía es, después de todo, una metáfora de la realidad. Así, por ejemplo, critica la industrialización que consideraba un peligro para el individuo al presentar al mal de la Tierra Media como una fuerza destructora que se impone a través de la mecanización. La diversidad de razas en el universo tolkeniano, inspiradas en los conocimientos mitológicos del creador, es el punto de partida para desarrollar temas universales como la lealtad, el valor, la redención, la corrupción, la ambición. Pero, quizá, el más importante de los valores planteados en la obra de Tolkien es la voluntad, y por ello pone el destino de la Tierra Media en los que parecen ser sus más insignificantes habitantes: los hobbits. Berenice Gutiérrez

En las librerías de la ciudad Si no los ha leído, puede buscarlos ya. Gandhi tiene Grandes esperanzas (De Bolsillo, México, 2008, 559 pp. $149); el mismo título está en Gonvill (Tomo, México, 2004, 410 pp. $89), y esta misma librería cuenta con El hobbit (Booket, España, 2011, 310 pp., $168), misma que está disponible en El Sótano. En la Joseluisa del Fondo de Cultura Económica, Gonvill y El Sótano, tienen la misma versión de Dácrula (Editores Mexicanos Unidos SA, México, 2010, 204 pp. $28). Lorena Meléndez


VISOR

hcs.harvard.edu

Margaret Atwood

“La esperanza queda como un premio de consolación” Con autorización de su autora, publicamos dos de los relatos incluidos en el libro inédito en español La carpa (The tent) en versión de Mónica Lavín, quien también escribe una reseña de esta obra. Asimismo, presentamos una entrevista en la que Atwood habla de la memoria y la necesidad de una sociedad más balanceada, más justa Alicia Quiñones

D

e Margaret Atwood (Otawa, 1939) se dicen muchas cosas; entre ellas, que sabe imitar el canto de las aves y que en su adolescencia deseaba dedicarse al diseño de modas. Hoy, a los 73 años, con más de cuarenta libros publicados y premios como el Príncipe de Asturias 2008, atraviesa una edad en la que —con su habitual sentido del humor— comenta: “Todos te ven como una anciana benévola o como una bruja maldita”. Margaret Atwood viste de negro. Resaltan sus cabellos rizados y blancos, y sus ojos grises. Camina despacio con una bolsa negra de tela en la que lleva papeles y una libreta donde anota sus observaciones. Está sentada en un jardín, es baja de estatura y su espalda se encorva levemente. Pero cuando habla, algo parece enderezarla, como si hablar de literatura fuera una pócima rejuvenecedora. Ella siempre ve, con una mirada dulce y poderosa, fijamente a los ojos de su interlocutor. Son las doce del día y la escritora canadiense ha terminado sus actividades en San Miguel de Allende, Guanajuato, donde leyó el texto “Writing and hope” (“La escritura y la esperanza”) dentro de las actividades del San Miguel Conference & Literary Festival. Ahora recibe a la prensa. Invariablemente, los reporteros sueltan una carcajada mientras se entrevista con ellos. ¿Qué tanto dice Margaret Atwood?

Los autores tienen esperanza por el simple hecho de escribir. Creemos que la comunicación humana puede darse a través del espacio y del tiempo y para eso es la escritura La conferencia estuvo llena de sentido del humor, pero sobre todo enmarcada en el significado de la esperanza frente al acto de la escritura. Fue un recorrido de su vida literaria, que comenzó formalmente a los 23 años de edad con la idea de que toda historia, por compleja que fuera, tuviera alternativas. “Los autores —dijo la escritora— tienen esperanza por el simple hecho de escribir. Creemos que la comunicación humana puede darse a través del espacio y del tiempo y para eso es la escritura”. La esperanza para Atwood es un reto, un nombre, una cualidad en cada libro: “Es una constante en el ser humano y también es una constante en la literatura. En la mitología, después de que todos los males del mundo fueran esparcidos por Pandora al abrir la pequeña caja […], después de todos esos días, la esperanza ha quedado como un premio de consolación”. Es también un desafío a su entorno. Double Persephone (1961), su primer poemario, marcó no sólo los temas y los tonos de una gran parte de su trabajo literario. Bajo la influencia de William Blake, ahí aborda el mito

de la diosa de la naturaleza, y aunque no es evidente el tratamiento de temas medioambientales, sociales y políticos que después desarrollará prácticamente en toda su obra literaria, Double Persephone pone la mirada en un ser mítico y en las formas en que la sociedad adopta para dominar la naturaleza. “En la década de los años sesenta yo era conocida como poeta; sólo había publicado poesía. Resultó que en esos años las poetas se suicidaban. Recordemos a Sylvia Plath y Anne Sexton. La pregunta que me hacían entonces era: ‘¿y tú, cuándo te vas a matar?’ En defensa a eso publiqué mi primera novela: La mujer comestible”. Es un libro escrito en 1965 y editado en 1969, que toca la libertad sexual de la mujer y las iniciativas para el control de la natalidad. Aunque su publicación coincidió con los primeros movimientos feministas, su autora dice que no es una historia “pro”, sino “protofeminista”. Le pregunto por su interés de llevar la política a la ficción. Su respuesta es el punto de partida para hablar de la memoria y la desigualdad social que tantas veces desemboca en violencia. “No me interesa demasiado la política en cuanto a los partidos o cosas de ese tipo. Pero sí estoy interesada en los balances y los equilibrios de todo tipo: económicos, sociales, etcétera. Por ejemplo, no es sano en una sociedad que exista un grupo de personas que tiene mucho más que los otros; ese tipo de desigualdad no es algo positivo. Tampoco es un buen balance cuando un solo género tiene todo el poder y el otro no tiene nada. Eso tampoco le agrada demasiado a la naturaleza. Tales desigualdades o desbalances se corrigen unas veces de manera violenta y otras de forma más bien sutil. La Revolución francesa fue una corrección violenta de un desbalance, la mexicana también. Si se hubieran corregido esos desbalances antes no hubiera existido tanta violencia. Normalmente los que ocupan los lugares de arriba no quieren corregirlos, porque significaría una pérdida de poder. Pero, o suprimen este empuje para balancear la situación, o se explota desde arriba. Un volcán en erupción es la corrección de un desajuste. No sé si esto es política o no, pero así veo las cosas”. ¿La literatura es balance? Escribí un libro sobre la deuda, que se llama Payback (pago o repago), al que hicieron película y se acaba de estrenar en el Festival de Sundance. No es sobre

el dinero, que es sólo una forma de expresar el desbalance. La película comienza con una pelea de sangre en Albania, ya que hay muchas otras maneras de expresar el balance. Un miembro de una familia comete una falta con otra familia y, desde el punto de vista de esa sociedad, eso sólo puede remediarse por medio de la muerte del otro. Un ejemplo más es el de los mexicanos que recogen jitomates en Florida, que están prácticamente encerrados en su lugar de trabajo, que no reciben buenos sueldos; de ellos también se sigue su historia. De alguna forma, la literatura muestra los desbalances. ¿Cómo relaciona sus preocupaciones políticas y sociales en un mundo contemporáneo, con la mitología griega, ejercicio que realiza en la mayoría de sus libros? La literatura es como la historia que cuenta Penélope en el inframundo después de muerta. Su idea es contar su propia historia, que no es la misma que la que gente decía sobre ella. Así que eso hago en mis libros, y para ello he leído extensivamente la Ilíada y la Odisea, así como otros libros sobre esa época. Por ejemplo, la niñez de Penélope no se encuentra ni en la Ilíada ni en la Odisea, pero sí en otras representaciones literarias de la mitología griega. Esas cosas me han interesado desde los 16 años. Yo soy vieja, y en mis tiempos aprendíamos latín en la escuela. ¿Qué significa para usted la memoria? Yo escribo sobre la gente. Las personas existen en el mundo. El mundo contiene muchísimas cosas. Como todo lo que hay aquí: esta grabadora, estas galletas. Como todas las cosas que en este momento nos rodean. Es mi vocación, es lo que yo hago. ¿Considera tener buena memoria? Sí, tengo una memoria muy particular. No es muy difícil para mí volver hacia el pasado y tener una memoria casi perfecta de cómo eran las cosas en aquel entonces: qué tipo de calzones, sombreros o zapatos se utilizaban. También recuerdo el tipo de comida, pues la comida cambia. Érase una vez que nadie en Canadá comía helado, y donde tampoco había máquinas de expreso. Así que, si estás escribiendo sobre un mundo futuro y particular, debes ser igualmente específica. ¿Qué come la gente?, ¿con qué se viste, dónde consigue su ropa? Todo eso es parte del mundo. v


domingo 18 de marzo de 2012 b05

de portada

Nuestros gatos van al cielo

y otro cuento Margaret Atwood

Dios estaba mirando sus elegantes y largos bigotes. De rien, dijo Dios. ¿Sería posible que yo te ayudara a atrapar a algunos de esos ángeles?, dijo nuestro gato. Nunca te gustaron las alturas, dijo Dios, estirándose a lo largo de la rama en la luz del sol. Olvidé decir que había luz de sol. Es verdad, dijo nuestro gato, nunca me gustaron. Había algunos episodios desconcertantes que preferiría olvidar. Bueno, ¿qué tal algunos de esos ratones? No son ratones, dijo Dios. Pero atrapa todos los que quieras. No los mates de inmediato. Hazlos sufrir. ¿Te refieres a jugar con ellos?, dijo nuestro gato. Solía meterme en líos por ello. Es una cuestión de semántica, dijo Dios. Aquí no te vas a meter en líos por eso. Nuestro gato prefirió olvidar ese comentario, pues desconocía lo que era “semántica”. No quería parecer un tonto. Si no son ratones, ¿qué son?, dijo. Ya se había abalanzado sobre uno. Lo retuvo bajo sus patas. Aquello pateaba, y emitía grititos. Son las almas de los seres humanos que han sido malos en la Tierra, dijo Dios entrecerrando sus ojos amarillo verdosos. Si no te importa, es hora de mi siesta. ¿Qué hacen en el cielo entonces?, dijo nuestro gato. Nuestro cielo es su infierno, dijo Dios. Quiero un universo balanceado.

Voz

M

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M.

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Nuestros gatos van al cielo

N

uestro gato fue llamado al cielo. Nunca le gustaron las alturas, por lo que intentó hundir sus garras en cualquier serpiente invisible, mano gigante, o águila que lo estaba elevando de esa manera, pero no tuvo suerte. Cuando llegó al cielo, era un campo vasto. Había varias cosas pequeñas y rosas desperdigadas que al principio pensó eran ratones. Luego vio a Dios sentado en un árbol. Los ángeles volaban por aquí y por allá agitando sus alas blancas, hacían sonidos de cisnes. Cada tanto, Dios extendía su gran zarpa peluda y arrebataba uno al aire y lo aplastaba. El suelo bajo el árbol estaba cubierto de alas de ángel mordisqueadas. Nuestro gato se acercó cortésmente al árbol.

Miau, dijo nuestro gato. Miau, dijo Dios. En realidad era más como un gruñido. Siempre pensé que eras un gato, dijo nuestro gato, pero no estaba seguro. En el cielo, todas las cosas son reveladas, dijo Dios. Esta es la forma en que elijo aparecer ante ti. Me alegro que no seas un perro, dijo nuestro gato. ¿Crees que podría recuperar mis testículos? Claro, dijo Dios. Están detrás de aquel arbusto. Nuestro gato sabía que sus testículos debían estar en algún lado. Un día había despertado de un sueño bastante malo y no estaban. Los buscó por todas partes —debajo de los sofás, bajo las camas, en los clósets— ¡y todo el tiempo estaban aquí, en el cielo! Fue al arbusto y, por supuesto, estaban allí. Se reinsertaron de inmediato. Nuestro gato estaba muy complacido. Gracias, le dijo a Dios.

La mirada ácida de Margaret Atwood en La carpa Mónica Lavín

L

os textos que Margaret Atwood reúne para deleite de sus lectores en La carpa (The tent. Nan A. Talese/ Doubleday, 2005) un volumen de apenas 155 páginas ilustrado con viñetas de la propia autora, y que pronto serán publicados en español son una suerte de varia invención desde ficciones de un párrafo, apuntes, cuentos de mayor extensión, descripciones fotográficas y algunos

e fue dada una voz. Eso es lo que la gente dijo de mí. Cultivé mi voz, porque sería una pena desperdiciar ese regalo. Imaginé esta voz como una planta de invernadero, algo lujuriosa, con follaje brillante y la palabra tubérculo en el nombre y un olor almizclado por la noche. Me aseguré de que la voz tuviera la temperatura correcta, el grado de humedad correcto, el ambiente correcto. Consolé sus miedos, le dije que no temblara. La nutrí, la entrené y la observé trepar por mi cuello como una viña. La voz floreció. La gente dijo que yo había alcanzado la altura de mi voz. Pronto me buscaban, o más bien mi voz era buscada. Fuimos a todos lados juntas. Lo que la gente veía era a mí, lo que yo veía era mi voz, inflándose frente a mí como la membrana verde y traslúcida de una rana en plena vibración. Mi voz fue cortejada. Le arrojaron ramos de flores. Le lanzaron dinero. Los hombres se le hincaban. Los aplausos volaban a su alrededor como una parvada de pájaros rojos. Las invitaciones para actuar nos caían en cascada. Los mejores lugares nos solicitaban, y de pronto, pues, la gente lo decía —aunque no a mí—, mi voz sólo prosperaría por un cierto periodo. Luego, como hacen las voces, comenzaría a marchitarse. Finalmente se caería, y yo me quedaría sola, desnuda —un arbusto muerto, un pie de página. Ha comenzado a suceder, el marchitamiento. Hasta ahora sólo yo lo he notado. Allí está el descarado estiramiento en mi voz, la descarada arruga. Me ha entrado el miedo, una jeringa llena de éter, constriñendo lo que en cualquier otro sería el corazón. Ahora es de noche, se encienden las luces de neón, la excitación se acelera en las calles. Nos sentamos en este cuarto de hotel, mi voz y yo; o más bien en esta suite de hotel, porque todavía no es nada más que lo mejor para nosotros. Estamos recuperando nuestras fuerzas juntas. ¿Cuánto queda de mi vida? Cuánto me resta, eso es; mi voz ha utilizado la mayor parte de ella. Le he dado todo mi amor, pero es sólo una voz, no me puede amar de regreso. Aunque ha empezado a decaer, mi voz es tan ambiciosa como siempre. Ambiciosísima, quiere más, más y más. Más de lo que ha tenido hasta ahora. No me va a dejar fácilmente. Pronto será tiempo de irnos. Asistiremos a una ocasión luminosa, las dos, encadenadas como siempre. Me pondré su vestido favorito, su collar favorito. La envolveré en una piel para protegerla de las corrientes de aire. Luego descenderemos al vestíbulo, refulgiendo como hielo, mi voz atada como un vampiro invisible a mi garganta. v

poemas narrativos. Textos hilvanados por esa malicia que Atwood esgrime juguetona y desparpajada en esta singular colección, tan pronto una alusión al tiempo, como a los tiempos o al propio oficio de la escritura; realidades cotidianas y pesadillas de ciencia ficción; diálogos con Hamlet, Horacio, Salomé, Scherezada o con los cuentos de hadas. Mitos y mentiras. Ironía, incorrección política, ciencia ficción, nostalgia son los tonos donde la venta de tramas o los argumentos de novela se ridiculizan, o los niños huérfanos resultan suertudos y envidiables. La carpa, con sus paredes de lona, resguarda de la intemperie textos precisos en los que converge el gusto narrativo con el filo poético de

una escritora que constantemente pone al mundo bajo la lupa. Hija de un entomólogo, observadora de aves ella misma, su escritura parece nutrirse de esa capacidad de mirar incisivamente sin que el otro lo advierta. Margaret Atwood es quizás la voz más notable de la anglofonía canadiense; merecedora del premio Príncipe de Asturias en 2008 y frecuentemente mencionada para el Premio Nobel es una inteligencia luminosa en tiempos sin asideros. Con esta muestra brevísima de La carpa, un libro muy personal que encara con sabiduría y humor ácido la negrura de los tiempos y la decadencia de la propia escritura, la voz de la autora nos resulta entrañablemente cercana.v


06 b domingo 18 de marzo de 2012

MILENIO

literatura Carlos Fuentes

“El día en que no trabajo me siento un güevón miserable” A cincuenta años de su publicación, Aura y La muerte de Artemio Cruz son ya dos clásicos de la literatura mexicana frecuentados sobre todo por jóvenes como los que en este espacio arriesgan un comentario. Iniciamos esta entrega con una conversación con el escritor mexicano de más presencia y reconocimiento internacionales en nuestros días Conversación especial

El autor de Gringo viejo

José Luis Martínez S.

E

n su casa de San Jerónimo, Carlos Fuentes habla de Aura y La muerte de Artemio Cruz, recuerda al sociólogo Charles Wright Mills, al que dedicó la segunda de estas novelas, y a Luis Buñuel. Afirma que siempre estuvo abierto a una reconciliación con Octavio Paz, su amigo por más de tres décadas, expresa su interés por los jóvenes escritores latinoamericanos y sostiene que a su edad —83 años— no piensa retirarse, porque escribiendo no sólo aplaza a la muerte, sino que se mantiene “más o menos joven”. Se cumplen 50 años de la publicación de Aura y La muerte de Artemio Cruz . ¿Cómo celebrará la aparición de estas novelas? Con nuevas ediciones y esperando que haya nuevos lectores. Es muy halagüeño que libros publicados hace tanto tiempo se reediten constantemente y sean leídos por los jóvenes —cuando hago firma de libros, la mayoría de quienes acuden están entre los 16 y 25 años—. Esta vitalidad es algo que un escritor nunca espera, uno espera que los libros se mueran muy pronto y éstos han vivido bastante. ¿Tiene algún significado especial para usted el año de 1962, cuando fueron publicados? No, porque no quiero atorarme en conmemoraciones. Lo que sí tengo presente es mi trayectoria, mi vida, que está llena de momentos gratos y de algunos muy amargos. He perdido dos hijos, a mis padres. Esto duele eternamente pero trato de valorar lo bueno que me ha ocurrido. En la dedicatoria de La muerte de Artemio Cruz, escribe: “A Ch. Wright Mills, verdadera voz de Norteamérica y compañero en la lucha de Latinoamérica”. ¿Cómo recuerda al autor de La imaginación sociológica, que este 20 de marzo cumplirá 50 años de muerto? Como un hombre íntegro, muy valiente. Era muy impopular en el medio universitario y político de su momento porque siempre decía

lo que pensaba. En una ocasión lo acompañé a la Universidad de Columbia, donde era profesor, y cuando entramos al salón todos le voltearon la espalda, una cosa horrible, porque estaba a favor de Cuba y había criticado a los norteamericanos. Murió muy joven, tenía 46 o 47 años, pero dejó una obra de una magnitud enorme. Usted lee los libros de Charles Wright Mills y parece que fueron escritos el día de ayer; son de una actualidad extraordinaria. Hace medio siglo predijo todo lo que sucede en Estados Unidos. A Octavio Paz y Marie-Jo les dedicó Zona sagrada. ¿Cómo fue su amistad con Octavio Paz, quien por cierto escribió el prefacio de Cantar de ciegos? ¿Por qué no hubo reconciliación con él, su amigo de tantos años? Yo no sé, fuimos amigos treinta años y un buen día dejamos de serlo por la voluntad de él. Habría que preguntarle por qué, pero ya no está. Se ha dicho que usted fue quien no quiso la reconciliación. No, no, no, yo siempre estuve abierto. Lo quería mucho y fuimos amigos mucho, mucho tiempo. Treinta años es una larga amistad. En Las buenas conciencias usted escribe: “A Luis Buñuel, gran artista de nuestro tiempo, gran destructor de las conciencias tranquilas, gran creador de la esperanza humana”. ¿Cómo fue su amistad con Buñuel? Fue muy intensa. Si él estaba en México, me reservaba de las cuatro a las siete cada día para visitarlo. Hacerlo era visitar a una gente no sólo extraordinariamente generosa, inteligente y creativa, sino al siglo XX. Participó en las grandes batallas culturales de su siglo, estuvo en la Residencia de Estudiantes de Madrid con García Lorca y Dalí, formó parte del grupo surrealista, estuvo en el Museo de Arte Moderno de Nueva York, y luego en el cine mexicano, en el cine español, en el francés. Tenía una carrera brillante, con grandes logros. Para mí fue uno de los grandes privilegios de mi vida tener su amistad y poder contar con él esas tres o cuatro horas preciosas en que iba a verlo. En Adán en Edén, usted dice: “Padre mío, no dejes que lo sacrifique todo a la influencia y a la gloria literarias; dame un rincón, madre mía, en el que pueda darle yo más valor a un hijo, a una esposa, a un amigo, que a todos los laureles de la tierra”. ¿Cree realmente en eso? Sí, absolutamente; no sólo lo creo, lo practico. Mi mujer, mis hijos, mis amigos, cuentan mucho, son realmente propiamente mi vida.

En La gran novela latinoamericana, en sus artículos, en sus conferencias, siempre ha manifestado interés por las nuevas generaciones de escritores. ¿Por qué? Porque si no me vuelvo viejo. Desde que comencé a escribir me ha importado el pasado de la literatura en lengua castellana, pero también su presente y su futuro. El futuro está en manos de los jóvenes. Si no los leo no me entero de lo que es o va a ser el futuro. Actualmente tenemos escritores excelentes, y creo que vivimos un buen momento de la literatura latinoamericana a pesar, por ejemplo, del desinterés de los editores norteamericanos que antes aceptaban muy bien nuestra literatura y ahora no; le tienen grandes reservas. De los nuevos escritores mexicanos, ¿a quiénes considera los más destacados internacionalmente? No quiero olvidar a nadie, pero sí quiero mencionar que han sido traducidos y editados en el extranjero Jorge Volpi, Ignacio Padilla, Juan Villoro… Mire, hace dos años fui a la Feria del Libro de París, que estuvo dedicada a México, y estaban invitados 42 escritores mexicanos. ¿Cuál era la condición?, que estuvieran publicados en francés. ¿Usted se imagina?: ¡42 escritores mexicanos publicados en Francia!, ¡esto es la locura! Durante mucho tiempo sólo estuvimos publicados Paz, Rulfo y yo. De manera que hay una literatura muy potente y si a lo que se hace en México usted añade lo que se escribe en Argentina, Chile, Perú, Colombia, es un batallón de nuevos escritores latinoamericanos muy importante, como nunca lo habíamos tenido antes en nuestra historia. ¿Qué opina de Cristina Rivera Garza? Cristina tiene un talento enorme, su libro Nadie me verá llorar es una de las grandes novelas de la generación joven de México. En ella logra que el personaje [Matilda Burgos] transite del burdel al manicomio, abarcando toda la historia de México y recordando lo que olvidamos. Es muy interesante en esa novela el uso de la memoria para denunciar la falta de memoria. En un momento determinado ella es un número nada más. En La Castañeda [en donde está internada] no tiene nombre siquiera. Este es un apunte muy importante de la condición femenina y de nuestra historia: la facilidad con que olvidamos lo que ya hicimos; por eso lo repetimos, y mal. La novela de Cristina es una novela de primer orden para el México actual. ¿Qué nuevos libros suyos vienen en camino? Estoy terminando un libro que se llama Personas. Son mis recuerdos de gente como Alfonso Reyes, Luis Buñuel, Fernando Benítez, William Styron, Pablo Neruda, Julio Cortázar, Mario de la Cueva, gente que he conocido y ya no está con nosotros. Son veinte capítulos —cada uno de alrededor de veinte cuartillas—, veinte personalidades a las que quiero recordar. Y luego un libro que saldrá para la FIL de Guadalajara que se llama Federico en su balcón. Es sobre Nietzsche, ya está terminado pero no quiero amontonar demasiados libros porque el director [de Alfaguara] va a decir “y éste qué se trae”. Con tantas cosas por vivir, con tantos proyectos, ¿piensa en la muerte? La aplazo constantemente. Tengo dos hijos que murieron, y claro que la tengo presente. Pero escribo en nombre de ellos, y de esa manera la aplazo o creo que la aplazo. Aquí me tiene usted a mi edad todavía escribiendo libros, no me he retirado ni pienso retirarme. Su pregunta es muy ambivalente porque le puedo decir sí y le puedo decir no. Pero yo pienso escribir hasta el último día, y trabajar hasta el último día. El día en que no trabajo me siento enfermo, me siento mal, me siento un güevón miserable. El trabajo lo mantiene a uno más o menos joven. Además de que, como decía Fernando Benítez, usted siempre escribe como si estuviera haciendo su primer libro. Tiene razón. Nunca he tenido la intención de decir: “Ay, ya hice tantas cosas y me retiro”. No, siempre digo: “Ay, ya viene mi primer libro, que es el próximo; ojalá me resulte bien, ojalá le vaya bien”, porque lo escribo como si fuera el primero. Tiene usted toda la razón, y por eso creo que voy a vivir muchos años a pesar de la voluntad y la fortuna. v


domingo 18 de marzo de 2012 b07

VISOR

literatura

El cauce desconocido Reseña ESPECIAL

Vicente Alfonso

*

D

esde que se publicó La región más transparente, en 1958, la crítica destacó la destreza de Carlos Fuentes para construir una historia a partir de muchas voces. En esa primera novela el coro incluye personajes tan distintos como Federico Robles (banquero y ex revolucionario), Norma Larragoiti (clasemediera torreonense) o Teódula Moctezuma (habitante de vecindad). En La muerte de Artemio Cruz, publicada cuatro años más tarde, Fuentes dejó claro que esas voces no tienen por qué provenir

forzosamente de una multitud, pues con frecuencia habitan dentro de nosotros. A medio siglo de su aparición, esta novela sigue dando cátedra sobre el arte de narrar: Artemio Cruz, un moribundo que se desdobla en el momento de hacer el balance final, es narrado gracias a tres voces que se alternan y que se dirigen al protagonista de forma distinta: yo, tú, él. Cada una de ellas cuenta el pasado a su modo: lo reconstruye, lo adapta a sus conveniencias o sencillamente lo inventa. De ese modo nos sitúan en los instantes decisivos en la vida de Artemio Cruz: de teniente del ejército revolucionario se

transforma en hacendado, más tarde en legislador, en hombre de negocios, y finalmente en dueño de un periódico que utiliza para presionar a sus rivales políticos y comerciales. Muchos han señalado a Artemio Cruz como un personaje profundamente humano en sus contradicciones. Pero bien visto, no tiene más contrapuntos internos que cualquiera de los personajes que le rodean e incluso que cualquiera de nosotros. “¿Quién no será capaz, en un solo momento de su vida, de encarnar al mismo tiempo el bien y el mal, de dejarse conducir al mismo tiempo por dos hilos misteriosos?”, se pregunta en su lecho de muerte. Pongo como ejemplo el caso de Catalina, la esposa de Artemio: a pesar de odiarlo se casa con él. Se siente dividida al ignorarlo de día y por las noches gozar con él en la cama. Entonces se pregunta: “Dios mío, ¿por qué no puedo ser la misma de noche que de día?”. No sólo es dual y contradictoria, admite que se desconoce. Ese desconocimiento de uno mismo es uno de los puntos medulares de la novela: casi a la mitad, en un pasaje narrado con maestría, una voz le recuerda a Artemio que, aunque existen partes de él mismo que no conoce, eso no quiere decir que no existan: “Esa arteria correrá manchada, espesa, encarnada, durante setenta y un años, sin que tú lo sepas. Hoy lo sabrás. Se va a detener. El cauce se va a secar”. Como ocurre en el resto de sus novelas, Fuentes abre una brecha entre los personajes y el lector. ¿Cómo lo hace? Estableciendo un desafío: con frecuencia existen distintas explicaciones para el mismo hecho, lo que nos obliga como lectores a pensar y a cuestionar lo que aparece frente a nuestros ojos. Allí, en el salto de lo individual a lo colectivo, nos hace recordar que tal como el cuerpo no se compone sólo por aquellas partes de las que estamos conscientes, tampoco los laberintos del poder y de la historia se limitan a lo que vemos y oímos. Hoy que estamos en la antesala de una nueva elección presidencial, releer La muerte de Artemio Cruz es una excelente forma de afinar el pensamiento crítico. v *Vicente Alfonso (Torreón, 1977) es autor, entre otros libros, de la novela Partitura para mujer muerta

Reseña

Las tres edades de Aura Paola Gómez*

L

a primera lectura fue en 2001. Vi una noticia en la televisión: un libro, una escuela de monjas, una maestra en apuros. Mi madre me comentó algo sobre el autor: Carlos Fuentes. El libro le faltaba el respeto a la religión y por eso fue censurado, comentó. La palabra censura sonaba diferente. En la biblioteca de mi tía encontré el libro censurado y, como si estuviera a punto de realizar un acto muy peligroso, me aventuré a leerlo. No me escondí físicamente, aún recuerdo el sillón que hoy ha sido tapizado. Sabía que si me escondía sería más sospechoso. Escogí una hora en la que todos estuvieran lo suficientemente ocupados como para no enterarse de lo que hacía. De esa primera ocasión recuerdo los sueños que tuve esa noche: una atmósfera húmeda y una oscuridad peculiar inclusive para las pesadillas. Todo eso resultado de la casa lúgubre de Donceles 815, una casa que se quedó a oscuras porque los edificios poblaron los alrededores. Cuando cerré el libro sabía un poco de nada: Consuelo de Llorente había contratado a Felipe Montero (¿o a mí?) para escribir las crónicas del capitán Llorente y tenía

una sobrina, Aura (que servía riñones, nada más), un conejo llamado Saga (ici Saga), y sus ojos eran peculiarmente verdes.

A

ura aparecía en el plan de estudios del primer año de preparatoria. Como muchos libros leídos en ese periodo, fue olvidado; comprado por todos porque la lista lo indicaba pero leído por casi nadie. Si a esto le añadimos la rebeldía adolescente, había un deseo ansioso por preguntar: “Carlos ¿quién?” El cuerpo tan hormonal y un canon impuesto eran como para volverse locos. Al leer la novela cuatro años después logré entender las razones de la censura. Mi mente adolescente leyó convencida las escenas eróticas, tan repugnantes por la presencia de unos ojos que miraban. Sin embargo, Aura no logró impresionar a mis nada impresionables compañeros. No, ni el sexo, ni siquiera por sacrílego. La presencia de la religión en la novela era una razón muy grande como para mantenerse alejados de ella.

D

iez años después de la primera, una tercera vez. Aura vuelve a protagonizar una pesadilla ansiosa. La viuda de Llorente me parece aún más repulsiva y tenebrosa con su sensualidad latente en su cuerpo infértil. Lejos de racionalizar aquel miedo infantil que me dejó sin dormir aquella noche, ahora entiendo por qué Aura no envejece: el que tú seas el protagonista de la novela genera una intimidad con la casa donde no hay tiempo y al parecer tampoco lugar. El miedo y el morbo la legitiman: los santos que observan, la fotografía de Consuelo y el gato, un edredón lleno de migajas, las ratas. Fuentes juega

con la mente del lector y eso prolonga el efecto y lo evoca tantas veces como Aura sea leída. Hay algo diferente en Aura esta última vez. Se lee diferente: el libro no posee esas letras apretadas de la segunda vez, ni el olor a viejo de la primera. Hace un mes salió de la imprenta la primera edición ilustrada que cambia una vez más la sensación generada. Dos colores: rojo y morado, no por nada colores litúrgicos. Ilustraciones que tienen mucho encaje: yo no imagino a Consuelo cubierta de encaje, yo sólo pienso en sus arrugas. El capítulo del clímax de la historia, aquel que generó la noticia (y censura) que me motivó a leer el libro, está en hojas moradas: lector, aquí está lo interesante, no leas más, aquí está el sexo. Hoy no me parece necesario mencionar el nombre del autor de la novela, muchos como yo sólo hemos leído Aura. Lo que sí no hay que olvidar es el nombre de ella, de Aura, ¿o de Consuelo?, ni mucho menos que la belladona genera un delirio muy parecido a la vida. v * Paola Gómez (Ciudad de México, 1990) es directora de la radio universitaria por internet Elocuencia 8080.


08 b domingo 18 de marzo de 2012

varia Peter Paul Rubens

especial

Descendimiento de la cruz (detalle)

Jacob Jordaens

La adoración de los pastores (detalle)

No norteños, perros o narquillos

Genitalia, frutas y milagros

archivo hache

Casta diva

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

E

n este restaurante, sólo atendemos a postnorteños”, reza el letrero a la entrada de la crítica y literatura mexicanas actuales. La narrativa (50’s y 60’s) se norteó. Y la generación siguiente (70’s) quiere desnortearla. En tal pronóstico de precanon, una palabra clave es “postnorteño”, que Carlos Velázquez (Coahuila, 1978) popularizó desde Tierra Adentro y Sexto Piso. Postnorteño —digámoslo sin tapujos— significa que eres un norteño no tan molesto como los que “invadieron” y “abarataron” la literatura mexicana. Para tal efecto, hay que jurar los mandamientos postnorteños: “la narcoliteratura es una basura”; “no acostumbro costumbrismos”, “agringado (pero Herraldeano)” y, claro, ironizar, parodiar o estereotipar lo norteño o —la otra gran estrategia— “pulir”, depurar, rulfear lo norteño, quitarle lo naco-bárbaro, ¡estilizarlo! Volverlo presentable, limpio; palomeado por Lemus y Miklos. Estas dos estrategias postnorteñas son recetas codiciadas para obtener pase de entrada al gusto de críticos —guardaespaldas del precanon— de Nexos o Letras Libres. (Y esto aplica a los escritores de otras regiones. Nos reservamos Derecho de Admisión. Siga las reglas de etiqueta: nihilismo o Elegancia, Ud. elija). Básicamente lo postnorteño dice al centro lo que quiere oír: la ruptura cultural causada por la literatura norteña de la generación anterior no tendrá continuación. ¡Viva lo pro-defeño, perdón, lo postnorteño!

Los postnorteños se distinguen de sus antecesores en que no ejercen resistencia cultural al poder literario de la Ciudad de México. Son norteños que no tocan al establishment . Ni entran en conflicto con la “República de las Letras”. Los postnorteños a veces son “malditos” y a veces “puristas”. Chistosones o Pulcros. Pero siempre Buen Salvaje. Lo postnorteño —centrípeta— ya comienza a ser utilizado en la crítica y academia (en México y Estados Unidos) para contrarrestar fuerzas centrífugas. El secreto de lo postnorteño es que, en realidad, es una literatura intermedia entre Norte y DeFe. Tiene signos —vocabulario y temática— norteños pero estructuras —valores y poéticas— defeñas. Crosthwaite remasterizado para la Condechi. Esta literatura postnorteña, metronorteña, norteñanga o centronorteña es una mezcla re-mesoamericanizada que tiene mucho de pastiche: es menos innovadora que su predecesora, orgullosamente chichimeca. Pero si esta literatura asume su condición de ser defeña de clóset y norteñaretro —con los ojos puestos ya no en el norte sino en el centro—, podría generar una estética chalino-chilanga y, por otro lado, narcoexquisita. Y eso, obviamente, sería interesante. Por ahora, sin embargo, postnorteños y postregionales, en general, preparan el Regreso de la Tradición Nacional. v

Avelina Lésper www.avelinalesper.com

L

a adoración de un seno que se ofrece como un fruto colectivo. Jacob Jordaens concibió la composición de La adoración de los pastores para centrar la atención de la pintura en el seno de la virgen, redondo, pesado. La luz emana de él, los pastores vouyeristas rodean con avidez a la virgen que presiona y dirige su pezón a la mirada del espectador, de ese ser que a través del tiempo contempla esta pintura con la impudicia de la primera vez. Jordaens trabajó a las órdenes de Rubens y es perfectamente visible su influencia: ilumina la carne, la piel, los músculos, con ese hedonismo que invita a tocar, a imaginar la indolencia con que se prodigan esos cuerpos para saciar sus apetitos. En La adoración de los pastores hombres y mujeres se extasían ante la belleza de la generosidad con que la virgen comparte su seno, cómo presiona para que la leche brote. Una mujer no resiste y acerca la mano para sentirlo. La escena invoca a la maternidad sensual, la que es consecuencia de un coito apasionado. La virgen se descubre como amante que amamanta, como fuente de alimento y seducción: el lazo imborrable de nuestros primeros apetitos, saciados con órganos sexuales, erógenos. El claroscuro es un lenguaje en sí mismo, nos dice qué debemos mirar. Ante un portento inexplicable la luz dorada crea una intimidad tibia, se proyecta de abajo hacia arriba y desde la madre, dando a los rostros definición y temperatura a la piel. Es ya un lugar común confundir perfección o virtuosismo con realismo. En esta escena, en la que todo es creíble por su fidelidad a nuestra naturaleza, no hay realismo, todo es inventado: la composición, la caverna iluminada por una fuente de luz sobrenatural que nace de seres que son opacos, el atrevimiento de la virgen al mostrar su seno con mirada inocente y las sombras en los pliegues de las telas. Una anécdota tan simple como la de una mujer que está a punto de alimentar a su hijo se convierte en una historia fantástica en la representación. La pintura flamenca, con la presencia de Rubens como un canon estético, se volcó en la sensualidad cotidiana: si el tema era religioso o una naturaleza muerta la atmósfera exudaba la necesidad de gozar. Las frutas en

Arte flamenco del siglo XVII Colección del Museo Real de Bellas Artes de Amberes. Museo Nacional de Arte Hasta el 22 de abril del 2012 la mesa, derramándose, con profundidades genitales, de colores maduros, casi putrefactos, dulces; el fondo oscuro de la habitación cerrada, de la privacidad que exige el libertinaje. El Descendimiento de la cruz de Rubens es un homenaje al cuerpo masculino del ideal griego, de los esclavos que conseguían la libertad en una gesta olímpica y de la desnudez de sus dioses. La luz de Rubens se desliza por una tela blanca que forma un aura que se desvanece y que cubre con delicadeza lo que los pliegues denuncian. El falo de los dioses también hace del misterio su verdadero poder. El rostro de un hombre está al nivel de los genitales del héroe. El peso del cuerpo que se vence complica la composición, es una coreografía desesperada que evita que el cadáver quede expuesto, que su deífica condición se vea tan cercana a la humanidad. El rostro conmueve por la boca abierta, los ojos cerrados, los rasgos relajados; es la pequeña muerte, la placidez del que ya se entregó, del que ya gozó. Rubens hace de la sangre y la musculatura la verdadera mística de la imagen, la santidad del cuerpo desnudo, del origen profanado por heridas. Sacrifica lo que debería seguir existiendo para ser adorado, poseído, dejándonos la desolación del deseo. En sus sonetos, Shakespeare trata de convencer a su amante de que su belleza lo obliga a dejar descendencia. La descendencia estética de Rubens es la aventura lúdica de disponer de parábolas religiosas para celebrar al cuerpo. No existen placeres discretos: para Rubens y Jordaens cada pintura es una bacanal de color, forma, composición. Un platón de uvas, con una granada que es un orificio genital; los culos suaves del Sueño de Venus de Jordaens después de una orgía agotadora en medio de un bosque; los contrastes de humedad, penumbra y luz de Rubens son una invocación al epicúreo, libertino y sofisticado barroquismo de la sexualidad que se promete en la convicción de que no hay más que una condición y es física, temporal y egoísta. v


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