Visor 22-Ene-2012

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Wendy GuerraBlúmers página 2Marco Antonio Campos Camino a Otavalopágina 3 Braulio PeraltaLetras Libres y La Jornada página 3Héctor Orestes Aguilar Pedroso y Pitol página 6 Milenio

domingo 15 de enero de 2012

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rogelio cuéllar

Correspondencia inédita de Fernando Benítez Jorge von Ziegler

Páginas 4 y 5


02 en librerías

domingo 15 de enero de 2012

Novedades

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Blúmers

Herta Müller

Acongojada, tristemente serena, irrefutable: así es la más reciente novela de la Premio Nobel 2009. Está inspirada en los recuerdos del poeta Oskar Pastior, uno de los miles de alemanes rumanos que en 1945 fueron deportados a los campos de trabajo forzado en la Unión Soviética. Si hay una imagen terrenal del infierno, sugieren sus páginas, es la del monótono fluir de los días: ni siquiera la muerte es capaz de romper la rutina. Alrededor de Leopold, el joven protagonista, gira una veintena de personajes provenientes de las zonas más escarpadas de la miseria humana. Son barberos, sastres, buhoneros, panaderas o cantantes de ópera; son guardias, capataces o fieles criados de Stalin, y no pueden negar su condición de despojos. Uno de ellos, sin embargo, se yergue por encima de los demás, como un heraldo negro de la eternidad, pues tiene el don de la omnipresencia: el fantasma del hambre. Todo lo que tengo lo llevo conmigo punto de lectura Madrid, 2011 268 pp.

David Leavitt Se llamaba Srinivasa Ramanujan y había El contable hindú recibido una educación apenas convenAnagrama cional. Era un oscuro empleado del DeBarcelona, 2011 partamento de Cuentas de la Autoridad 620 pp. Portuaria de Madrás… y un matemático genial, llamado a perfeccionar el teorema de los números primos, uno de esos viejos problemas sin solución. Su leyenda prosperó a partir de 1914, cuando arribó al Trinity College de Cambridge, por cuyos corredores paseaban D.H. Lawrence, Ludwig Wittgenstein, Bertrand Russell. De sus años británicos y de su vida malograda por el aislamiento y la enfermedad se ocupa esta novela de aliento histórico, a la cual sin embargo no le importa confundir la realidad con la ficción, que promete un vivo retrato del choque entre la fría Europa y la India cálida y mística. Tan fascinante como Ramanujan es el doctor G. H. Hardy, siempre dispuesto a declarar que el arte muere pero los conceptos matemáticos permanecen. Stephen King

Autor de novelas como Carrie y El resplandor, que han sido llevadas con éxito al cine, King reúne en su nuevo libro cuatro historias en las que aborda la irracionalidad humana, la maldad, el odio, los secretos terribles que, en ocasiones, guardan las personas más cercanas a nosotros. La primera de ellas es “1922”, en la que un granjero recuerda en una carta cómo, con la ayuda de su hijo de catorce años, asesinó a su esposa, sepultándola en un viejo pozo. En “Camionero grande”, una escritora de novelas de intriga es violada por un hombre gigantesco; tras el ultraje planea detenidamente su venganza, descubriendo sentimientos hasta entonces desconocidos. “Una extensión justa” cuenta el pacto del diablo con un hombre a punto de morir y “Un buen matrimonio” hurga en la intimidad de un matrimonio en el que la casualidad lleva a la esposa a descubrir que su marido es un asesino serial. Todo oscuro, sin estrellas Plaza y Janés México, 2011 439 pp.

Andrés Neuman Treinta relatos en seis apartados, cinco Hacerse el muerto en cada uno, más otro con sus conociPáginas de espuma dos dodecálogos —aforismos sobre el España, 2011 cuento— conforman este nuevo libro 138 pp. de Andrés Neuman, donde se dan cita el humor, el absurdo, la tristeza, el amor. La primera sección, como el libro mismo, toma su nombre de uno de los relatos incluidos en ella y ofrece una mirada burlona, y en ocasiones cruel, sobre la muerte. La segunda, “Una silla para alguien”, resulta especialmente conmovedora y en ella prevalece el dolor ante la ausencia de la madre. “Sinopsis del hogar” es una visión desencantada de la vida familiar; “Bésame, Platón” es un conjunto de historias desternillantes sobre el amor y sus extremos, entre ellas una protagonizada por Sor Juana; “Monólogos y monstruos” son los soliloquios de cinco personajes extraños, y “Breve alegato contra el naturalismo” es una serie de observaciones sobre el lenguaje literario. La puerta de entrada a este número es un texto del historiador británico Hugh Thomas en el que establece relaciones entre las novelas de caballería y la mentalidad de los conquistadores del Nuevo Mundo, quienes encontraron en ellas materia para sus sueños y empresas que quedan en nombres como el de la ciudad brasileña de Olinda, el del río Amazonas o en la palabra California. Juan Tovar, por su parte, celebra la cuarta y definitiva versión de su novela Criatura de un día, ocurrida hace veinticinco años. Geney Beltrán presenta una muestra de poesía y ensayo de once autores de la que denomina “generación de la crisis”, escritores mexicanos nacidos en las décadas de 1970 y 1980, entre ellos Claudina Domingo, Héctor Iván González y Nadia Villafuerte. Textos de Timothy G. Compton, Mónica Lavín, Daniel Cazés, Pablo Espinosa y Sara Poor Herrera son parte de la oferta de la revista universitaria. Revista de la Universidad de México Nueva época, número 95, enero de 2012 112 pp.

Como no llegan las cartas Wendy Guerra terranovamagazine.ca

E

n 1840, la estadunidense Amelia Jenks Bloomer contrató a la diseñadora Elizabeth Miller para confeccionar unas faldas que usaría en Londres para impartir su charla a propósito de “el arte del vestir”. En esa época la ropa interior femenina constaba de unos estrafalarios y largos modelos, amplios, puritanos, con puntillas. Prendas muy poco eróticas, parecidas a tupidos pijamas invernales (bien protegidas se encontraban las damas bajo las faldas). Estaban hechas de muselina y resultaban tan complejas de lavar que cada una se cambiaba poco: las mujeres llevaban puestas las mismas por una o dos semanas. ¡Qué horror! Qué diferencia con nuestros blúmers de hoy. Gozábamos del albergue más iluminado del antiguo Country, con las cúpulas puestas en orden. El césped sesgado y las trompetas conversando por todo el amplio edificio de ladrillos refractarios. Nunca estaba sola. A la hora del baño tenía más público que en la Plaza. La gente te consultaba qué ponerse para escaparse de noche. La intimidad era abstracta. Colocamos una larga soga para tender la ropa en el albergue. Una exposición de arte contemporáneo. Las piezas viajaban de la humildad al dolor, del sofoco a la lujuria, del descaro a la impudicia, y esa manía de limpieza que tiene la cubana: puño y jabón de lavar. La exposición de lencería tenía el mejor ángulo desde la puerta, bordando de colores despintados o exuberantes nuestra casaescuela. Allí se exhibía nuestra vida interior como trofeo de guerra. El semanario de Carmen: unos blúmers blancos de rombos que su abuela le mandaba de Miami, cada uno con el día de la semana. Imprestables porque Carmen decía ser virgen y no quería que le pegaran una enfermedad antes de tiempo. Lázara: usaba blúmers de nylon, regalo de su hermana, casi todos descoloridos y muy limpios. Nadie se los pedía. Yusimí: blúmers rusos de florecitas combinadas con encajes. Onailimixám (Maximiliano escrito al revés): una verdadera enferma de los encajes, se fabricaba a mano sus blúmers con retazos de encaje; cualquier cosa le servía de materia prima —cortinas, forros de lámparas antiguas, vuelos de manteles—, expuesta no se veía nada mal. Yo estaba enamorada de unos calzoncillos negros, usufructo exótico de un compañero de escultura. Su padre los mandaba desde “Occidente”. Eran atléticos y cómodos, de algodón. Tal vez sea lo que ahora conozco como línea básica de Calvin Klein. Me los robaba de noche y dormía con ellos porque mis blúmers eran lamentables, los compartía con mi madre; aquellas piezas búlgaras de jersey que te cocinaban las nalgas y al fin de la tarde te ardía todo de la cintura para abajo. Si no tenía los atléticos calzoncillos negros yo prefería andar desnuda. Ese era mi mayor secreto, colgar en la exposición contemporánea mi pieza de museo, sin ninguna utilidad

doméstica. Una amiga sí usaba blúmers de grandes marcas, unas marcas inglesas que jamás he vuelto a encontrarmenienlasimportantes cadenas de tiendas. Todos sabíamos que aquello era caro, pero pocas podían ser identificadas por nuestro ojo entrenado sólo en la ropa socialista. Adriana llegó a confeccionar unos tiquetes para prestarlos, y para lavarlos cada quien aportaba un poquito de su champú. Yo nunca me los puse, pero decían que ir con ellos era como caminar por el cosmos. Hombre que te viera con “los Blubritish” era hombre muerto. Adriana era la dueña de los Blubritish. Le pusimos La Inglesita. Era rubia y todo en ella también lo era, rubio, rubio cuerpo, rubio modales. Agarraba las estaciones en inglés como si transmitieran desde La Habana. Oficialmente era de fiar; por ejemplo, si venía una visita que hablara la lengua del enemigo, la sentaban a su lado para que les tradujera. Tenía un don, el de aparentar opulencia desde la sencillez. Adriana flotaba hablando inglés, cruzaba sus piernas con prestancia dejando ver un filo que parecía asomar la sofisticada prenda. Ella pronto sería embajadora, o mujer de “alguien lejano”; era un producto de exportación. Nosotros conocimos la pre-nostalgia con Adriana, cada vez que salíamos de vacaciones se despedía como en las películas. Desde la parte trasera de un Lada blanco, la rubita dejaba caer sus lágrimas como si se fuera para siempre. ¿Y sus blúmers? Adriana,lahijadelcosmonauta, siempre volvía con blúmers de otro mundo, ése era su mecanismo de control: apretarnos las nalgas y hacernos dependientes de sus ideas desde el cielo hasta el mismísimo centro terrenal del compañero Freud. nv

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Milenio Diario

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Dirección José Luis Martínez S. Edición Alicia Quiñones Asistente Erick Baena Arte y diseño Alejandra Saavedra


domingo 15 de enero de 2012

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Camino a Otavalo

varia 03

Letras Libres y La Jornada

La naturaleza, los lugares, las reflexiones que aparecen en este poema inédito surgen de un viaje por carretera desde Quito hacia un lugar lleno de historia

Poesía

A salto de línea nicholsoncartoons.com.au

Marco Antonio Campos

A Xavier Oquendo y Gabriel Chávez Casazola

C

Braulio Peralta

¿Por qué en América Latina los árboles parecen cuellos cortados en el piso? ¿Pero acaso seremos siempre un país sin país? Dios migró de aquí hace mucho y se fue por el camino de la niebla donde nadie vuelve ¿Para qué esperar al que estuvo lejos y no quería volver a contemplar lo que hizo?

a confrontación de ideas y opiniones entre los medios impresos Letras Libres y La Jornada me hizo recordar el año de 1997: 1.CarlosPayánhabíadejadoladirección del diario; un periodo terminaba. Carmen Lira, la nueva directora, me mandó de corresponsal a España. Fue el año en que la organización armada ETA,quepugnabaporlaindependencia vasca, secuestró y asesinó a Miguel Ángel Blanco Garrido, concejal del Partido Popular en la comunidad de Ermua, Vizcaya. Mi cobertura no fue del otro mundo: la de un simple redactor que brinda la información del día, desde Madrid, cubriendo todos los aspectos posibles. Cuando la nota se publicó, nada tenía que ver con lo que había escrito. Mandé una carta a “El correo ilustrado” para exponer que eso que yo firmaba no era mío. No se publicó. Mandé una carta personal a Carmen Lira, molesto. Ninguna respuesta. Hablé con ella. Le conté la historia. Me dijo que lo vería. Después me llamó el entonces jefedeinformación,ManuelMeneses, para tratar de explicarme diplomáticamente que me ocupara de otros asuntos y que ellos, desde México, cubrirían el tema de ETA. Me negué. Después supe que Blanche Petrich estaba en el País Vasco para realizar un reportaje sobre el caso. Fue cuando solicité mi renuncia al diario. Para finales de 1997 dejaba un trabajo de casi quince años en un periódico del que fui cofundador. 2. No me interesa platicarles mi historia profesional sino intentar comprender, por difícil que resulte, que un diario tiene derecho a una línea editorial, nos guste o no. Es cuando uno toma decisiones, políticas y personales. Seguir o no seguir. Como dije a mis compañeros en su momento: “Están equivocados si quieren informar de ETA desde México. Sería sano que viniera a España Josetxo Zaldúa para que comprenda los cambios que este tema tan delicado ha provocado entre los independentistasvascosyelgobierno español”. Pero no cambiaron. Tuve que renunciar. 3. Todo esto no quiere decir que Letras Libres tenga la razón. La razón fue de la Suprema Corte de Justicia

asas en quebradas, casas mordidas por la roña, casas de tejas sin color

braulioperalta@yahoo.com.mx

L

De Carapungo a Calderón se alza una parroquia para que el nómada y el solitario recojan la hierba seca Un momento, les digo: la caída azul de una golondrina pequeñísima es una herida en el paralelo cero Tremolan y espejean las hojas de los árboles con el aire y sol de junio Cactus elevados, manchas de hierba, piedra calcárea en las montañas, arbustos ásperos que espinan Se huele la quemadura del rastrojo A veces la vida es tranquila como un punto y aparte No sigas a Ibarra. ¿Para qué? Desde lo alto Otavalo te parece un cuadro en miniatura Es tal la claridad del lago que se reflejan intactas las casas en las aguas La niebla, con pies blancos, sube despacio al cráter del volcán Uno ignora, o apenas si percibe, que la mayor parte de la vía la anduvo a ciegas ¿Pero cómo vine aquí?

P

ara José Emilio Pacheco, Marco Antonio Campos

(Ciudad de México, 1949) “es un hombre de letras en toda la extensión de estas palabras, con su pluralidad de géneros y obras importantes en todos ellos”. Poeta, narrador, ensayista, ha incursionado además en la crónica y en la entrevista literaria. Es también traductor, entre otros, de Baudelaire, Rimbaud y Munier. Es autor de libros como Dime dónde, en qué país, Viernes en Jerusalén, El forastero en la tierra y El café literario en la Ciudad de México en los siglos XIX y XX. Entre los premios que ha recibido se encuentran el Xavier Villaurrutia, en México; Casa de América, en España; y la Medalla Presidencial Centenario de Pablo Neruda, en Chile.

pascual borzelli iglesias

que, en realidad, no le dio el triunfo a ninguna de las partes, aunque parezca un éxito de la revista. Les dijo lo que todos sabemos a partir delamulticitadafrasedeFrancisco Zarco: “La prensa se combate con la prensa”. Ideas y opiniones contra otras ideas y otras opiniones. Discutan.Queelpúblicoelija.Decir más es echarle mucha crema a los tacos. Lo cierto es que La Jornada nuncadebiódemandaraunmedio que, lo sabe, no piensa ni trabaja comoellos,yviceversa.Es,enpleno siglo XXI, una guerra abierta, de papel, que aún no termina. Ni La Jornada ni Letras Libres son tan democráticos,no,comopresumen. Lo expuesto por Letras Libres en su último número, y lo publicado por el diario antes y después de la resolución los desnuda a ambos. Poresolagentepensanteseapartó de esa polémica ideologizada. Letras Libres debería saber que hay millonesdepersonasenelmundo que creen en la independencia del PaísVasco.Delasformasdelograrlo, muchos disensos. De ETA: a pesar de todo, miles de vascos los siguen. La Jornada atiende esa parte de la opinión. Es su derecho. Como lo fue el mío abandonar ese barco que tanto quise. Años después me dieron la oportunidad de escribir en Milenio, sin restricciones. ¿Fui censurado por aquella nota del 97? Más bien imperó una idea del diario que, legítima o no, le correspondía en su línea editorial, de izquierda. Esa misma línea editorial —liberal, dicen—quesustenta LetrasLibres. No se trata de medirle el agua a los camotes de la revista para saber de qué carecen. La gente lo sabe. Nadie es inocente. En ambos casos la gente sabe qué medio es qué. Por eso cada quien escoge qué leer, según su punto de vista. No neguemos ese debate posible que tanto quiere o dice buscar Letras Libres. Viva la pluralidad. Hoy, el mundo intelectual e informativo es algo más que sólo dos medios impresos.

Coda Desde entonces ni mi nombre ni mi foto aparecen en La Jornada. Con todo, respeto a ese diario y a su gente, que me permitió crecer profesionalmente. nv


Visor reymundo juárez / biblioteca fernando benítez

El archivo de

Fernando Benítez

Para conmemorar el centenario del autor de El rey viejo, quien nació en la Ciudad de México el 16 de enero de 1912, aunque otras fuentes también consignan los años de 1910 y 1911, presentamos tres cartas inéditas que ilustran el proceso creativo de su libro La ruta de Hernán Cortés y un texto que valora y describe las maravillas —libros, fotografías, cuadernos de notas, recortes periodísticos, expedientes personales, piezas de arte prehispánico— que conserva su biblioteca asentada en la ciudad de Monterrey Jorge von Ziegler*

E

ntre las mejores celebraciones de los cien años ya transcurridos desde el nacimiento de Fernando Benítez, está sin duda la organización de sus papeles y sus libros. Las reediciones de sus títulos diversos, los recuerdos y comentarios en conmemoraciones y homenajes, los números monográficos de suplementos y revistas, los nuevos ensayos y estudios sobre su personalidad y su trabajo, aun cuando aporten nuevos juicios y perspectivas, abundarán sobre algo que pertenece ya a la historia de la literatura mexicana: su obra. Pero el ordenamiento de sus papeles personales pone a salvo y saca a la luz un cúmulo de testimonios y de textos enteramente desconocido y expuesto hasta ahora a la pérdida definitiva o el olvido. Este suceso para las letras de México se debe a la afortunada conjunción del deseo de la familia de Benítez de asegurar la conservación de su biblioteca y del propósito de un grupo empresarial regiomontano de hacer de ese patrimonio la punta de lanza de un proyecto de cuidado y recuperación de acervos documentales mexicanos. A diez años de la muerte del escritor, con la aceptación de la familia, dicho grupo se comprometió a conservar íntegro y en México su legado documental y constituyó, para hacer viable la tarea, una asociación civil, la Fundación Dr. Ildefonso Vázquez Santos, depositaria y responsable del acervo en la ciudad de Monterrey. A mediados de 2010, sin pensarlo demasiado, acepté la propuesta de Jorge Vázquez González de iniciar el proyecto: el solo nombre de Benítez bastaba para garantizar una experiencia intelectual y literaria irresistible para cualquiera. Pero había aún más, la singularidad de la biblioteca de Fernando Benítez ante la de otros escritores mexicanos: el hecho de que fuese, más que una biblioteca de bibliófilo o coleccionista, una biblioteca de trabajo, y de que incluyera el extenso acervo de documentos personales y una enigmática —“asombrosa”,

la ha llamado Carlos Fuentes— colección de arte prehispánico. Que se trate, en el caso de Benítez, de una biblioteca de trabajo, no es rasgo menor: hace de los libros una extensión del archivo, y no dos colecciones paralelas. Benítez escribió sobre ellos como lo hizo en el papel de sus cartas, sus cuadernos de notas, sus manuscritos o sus originales mecanográficos, y dejó así escrita su historia como lector. El libro anotado, subrayado, adicionado con comentarios y reflexiones, adquiere en él, a diferencia del libro apenas tocado del bibliófilo, la condición de documento. De un documento tan íntimo o personal como los otros y también tan revelador y profundo. Sumemos a eso el que Benítez, siguiendo una costumbre poco aconsejable en la que muchos lectores nos reconoceremos, les dio a muchos la función de verdaderos cartapacios en los que guardaba —y perdía— fotografías, cartas, tarjetas, recibos, notas, recortes de prensa y aun documentos personales. Este solo hecho describe o sugiere la naturaleza de su archivo, que no lo era, en el sentido técnico de la palabra: apenas un conjunto, un vasto conjunto, de documentos y grupos de documentos que, como los libros, respiraba vida, la vida con sus azares, sus prisas, su organizado descuido, su dispersión, su desenfado y sus indefinidas postergaciones. Es el archivo de un hombre más ocupado en hacer sus cosas que en documentarlas, registrarlas o contarlas; de un hombre que anota una dirección o un teléfono en la carta que acaba de recibir de un presidente o de un autor célebre y la deja olvidada en la novela que está leyendo, despreocupado de la historia —él, que casi sólo se ocupa de ella— y de los coleccionistas y las casas de subastas del futuro. La idea de llevar un archivo personal parece haber surgido muy temprano en Benítez, pero también muy pronto fue abandonada, cuando verdaderamente se convirtió en escritor y más se justificaba. Al principio, a sus veinticinco años, empezó a llevar un registro cuidadoso de los numerosos artículos sobre temas históricos y

literarios que publicaba en El Nacional, en 1937 y 1938, y más tarde, en revistas como Nosotros; los recortaba, los pegaba en hojas tamaño carta y anotaba la fuente y la fecha, en ocasiones en varias copias. Es muy notable el número de recortes que hizo de las reseñas y comentarios que aparecieron de su primer libro, el volumen de cuentos Caballo y Dios, editado en 1945, a sus treinta y tres años, al que más tarde olvidaría y no volvería a reeditar. Cuando, después, se publicaron las traducciones al inglés de La ruta de Hernán Cortés (1950) y La vida criolla en el siglo XVI (1953), pareció revivir el entusiasmo juvenil por lo que debió considerar logros importantes y guardó las copias de las reseñas que le enviaban de periódicos y las revistas especializadas de Estados Unidos. Pero es muy claro que cuando su prestigio de escritor se consolidó, la resonancia que lograban sus libros empezó a excederlo y a hacer inútil cualquier intento de mantener su registro puntual. Fue recogiendo un poco al azar, aquí y allá, algunas entrevistas y artículos, suyos y sobre él. Algo semejante ocurre con su correspondencia y sus expedientes personales. Sus inicios como director de publicaciones periódicas quedaron bien documentados en el expediente que conservó de la etapa en que dirigió El Nacional (1947-1948) y que lo muestra dueño ya de la audacia y la concepción de la prensa y del periodismo cultural que más tarde desplegó a placer en sus legendarios suplementos culturales. Pero después, los largos periodos ocupados por éstos se vuelven imposibles de abarcar y de testimoniar, más allá de los números publicados de los suplementos mismos. Sólo formará expedientes de su extenso periodo como profesor de la Universidad Nacional y, particularmente, como embajador de México en la República Dominicana, de 1990 a 1994. Y un significado íntimo, personal, habrá tenido el que conservara las decenas de telegramas de condolencias que recibió a la muerte de su madre, coincidente casi con su salida del suplemento México en la Cultura en 1961.

El resto de la correspondencia, que abarca un periodo de más de sesenta años, de 1936 a 1999, resume un itinerario diverso y azaroso de afectos, amistades, vínculos artísticos y literarios, asuntos editoriales y quehaceres, en el que sólo la cercanía de algunos escritores como Carlos Fuentes, José Emilio Pacheco y Carlos Monsiváis, o artistas como Vicente Rojo, José Luis Cuevas y Juan Soriano, tiene lugar aparte. Como conservador de su propio trabajo y sus documentos personales, Fernando Benítez parece haberse concentrado más en sus libretas y cuadernos de notas y en los originales mecanográficos de sus libros. Testimonio sorprendente de su disciplina, su capacidad de trabajo, su fecundidad y su permanente reflexión, esta ingente masa de manuscritos es el paso intermedio entre los libros que utilizó, anotándolos y comentándolos, y los libros que publicó con su nombre. En ella es posible reconstruir, paso a paso, el proceso de ideas, conocimientos y estilo que llevó a la forma definitiva de obras como Los indios de México, Los demonios en el convento y Lázaro Cárdenas y la Revolución Mexicana. Inimaginable en la era de las computadoras, extraña ya en la de la máquina de escribir que a Benítez le tocó vivir, esta extraordinaria colección de manuscritos es un genuino festín para los practicantes de la crítica textual y la crítica de fuentes. Todos conocimos, gracias a las imágenes de fotógrafos como Daisy Ascher y Rogelio Cuéllar, esta biblioteca, donde Fernando Benítez aparece escribiendo o posando junto a sus esculturas prehispánicas. Los libros se ordenan en la alta estantería; los ficheros guardan tarjetas bibliográficas y apuntes; en sitios que escapan a la mirada descansan centenas de documentos como huellas de la vida de Fernando Benítez. Es una buena noticia que estos papeles, que fueron la materia de creación del escritor, pasen a formar parte, ahora, de las fuentes esenciales de la historia de la literatura mexicana. nv *

Escritor y director de la Fundación Dr. Ildefonso

Vázquez Santos.


domingo 15 de enero de 2012

de portada 05 reymundo juárez

D

espués de los cuentos de Caballo y Dios (1945), su primera obra, La ruta de Hernán Cortés (1950) es el primero de esos libros híbridos, mezcla de literatura y periodismo, crónica y reportaje, relato y ensayo histórico, que darían fama a Fernando Benítez. Al mismo tiempo, es uno de los clásicos dentro de su bibliografía. Estos testimonios epistolares pertenecientes a su archivo, publicados por primera vez, sacan a la luz parte de la intimidad de su escritura; de la estrecha amistad de Benítez con Arturo Arnáiz y Freg y Héctor Pérez Martínez; de la ética y la estética de esa generación y de su literatura, hechizada por la historia y fundida con el periodismo. Revelan también la dura “prueba” que Benítez tuvo que enfrentar antes de convertirse en uno de los autores mexicanos más fecundos y de más admirable disciplina de la segunda mitad del siglo XX. (Jorge von Ziegler)

De Arturo Arnáiz y Freg a Fernando Benítez Austin, 12 de julio de 1943.

Muy querido Fernando: Recibí hoy tu carta y la contesto sobre la marcha. Gracias por tus indicaciones siempre constructivas. Me conoces, y sabes decir las cosas. Tienes razón: hay que precaverse de esa casi inevitable tendencia a la dispersión. Es necesario que estemos en comunicación directa y que manejemos en colaboración el lápiz rojo. Mora¹ ha avanzado bastante y pronto empezaré a escribir en firme. ¿Qué te parece si el próximo día 25 de julio te envío el primer capítulo por vía postal? Espero tus primeras cuartillas sobre la ruta de Cortés. No importa sobre qué

Correspondencia inédita

parte del camino sean, lo que interesa es que las escribas. No hay derecho a que una gente con tu estupenda inteligencia y tu capacidad de trabajo —sobre la que pocas veces se insiste— tenga que guardar silencio, mientras el gremio próspero de cagatintas y grafómanos hace cada día más gorda la lista de sus esperpentos. Urge que tengas un libro y yo sé bien que puedes hacer un “Señor Libro”. En La Ruta de Cortés tienes todo lo que necesitas, hombres y paisajes, y lo histórico en lo que lleva de hermoso y de vital, despojado del olor de las exhumaciones hechas por manos torpes y a destiempo. Los días de Tonantzintla te abrirán muchos caminos: El Popo y la Pirámide; el Indio y su religiosidad confusa; la huella feudal de la Colonia. Todo adquirirá en tus manos la vida nueva que sabes dar a tus cosas.

Te ruego que a lo que pueda yo enviarte, le des el tratamiento que habitualmente hemos dado a nuestros borradores. Tacha, enmienda, limita, amplía, sugiere. Dame tu impresión personal, entre más severamente la expongas será mejor. Deberíamos escribirnos cartas llenas de improperios. Sólo con la más severa autocrítica podremos ayudarnos verdaderamente. Castro Leal —que ha dejado por aquí una impresión muy grata— me ha dado una receta estimulante (y hay que oír a las recién paridas): —“Hacer un libro es como comer alcachofa, hoja por hoja”; y Alfonso Reyes agregó: —“Sí, y tirando lo demás”. (…) 1 Se refiere a su Estudio biográfico del doctor José

María Luis Mora (N. de la R.).

De Fernando Benítez a Héctor Pérez Martínez (borrador) (Sin fecha, ¿1943?)

Mi muy querido Héctor: Aquí me tiene Ud. convertido en un verdadero salvaje. Mi barba, una barba inédita, prospera con gran contento de mi parte. He cambiado de piel varias veces y voy recobrando fuerzas perdidas en años de estúpido desgaste, a pesar de que tomo café y fumo en exceso para conservar siempre una presión satisfactoria. El libro avanza aunque no tanto como yo quisiera. He concluido los capítulos de Tlaxcala y Cholula que hacen un total de 50 cuartillas y he tomado un buen núme-

De Héctor Pérez Martínez a Fernando Benítez Campeche, julio 1° (1943)

Muy querido Fernando: Perdóneme que no le escribiera. No ha sido descuido. Me pidieron de México, con urgencia, unos datos sobre chicle, que me obligaron a hacer todo un estudio económico, y eso me ató las manos. Pero aquí me tiene usted reanudando nuestro diálogo. No sabe usted con qué gusto me entero de sus noticias sobre el libro de la Ruta de Hernán Cortés. Estoy seguro de que hará usted una cosa redonda y cumplida. El hecho de que se publique en la colección Austral, es mucho más importante de lo que a primera vista parecería. Va usted a codearse con los indudablemente consagrados. Y a consagrarse también. Las notas que usted me

enseñó son prometedoras de un libro que encerrará, quiéralo o no, gajos de nuestra tragedia y nuestro destino. No será sólo el descubrimiento de México, sino el de un mundo extraño, nuevo todavía y maravilloso. Efectivamente, Lázaro es Campeche. Fue Campeche. Después se llamó Salamanca de Campeche. Estos dos nombres son ya un símbolo. ¿No lo cree usted así? DelCuauhtémocnohehechosinoreunir materiales. Me he encontrado un plano casi contemporáneo del viaje a Hibueras, en el que se marca, sobre un río, el dato de que allí existen vigas de maderas de “una puente que hizo el marqués”. Conseguí copias del lienzo de Tepechpan, donde se muestra la muerte del joven rey azteca; conseguí, igualmente, copia del Códice Aubin, con referencias a Cuauhtémoc. Y mañana me llegarán de México otros documentos relacionados con Pax Bolon. He reunido todas las referencias a la muerte, y datos sobre

ro de notas. Muchos son los problemas a que me enfrento. Quise hacer un libro terso, apacible y se me está volviendo un libro apasionado. ¡No hay remedio! No puedo permanecer indiferente frente al feudalismo y la barbarie de nuestro campo. Las manifestaciones del arte religioso, la atmósfera mágica que me rodea, tienen un alcance social del que no quiero desentenderme. Por otro lado, ¡cuántos problemas estéticos apenas tocados, cuántas dificultades de expresión, qué número infinito de temas complican la aventura! Mi falta de método me ha obligado a andar tres veces el camino, como los perros, y he terminado por seguir su sistema. No escribo ya sobre tres o cuatro temas de acuerdo con

Tabasco. Tengo, pues, por ahora, sólo un informe montón de materiales, listos para ordenar, meditar, elaborar y escribir. No sé si haré una biografía, o un relato exclusivo de su muerte. Mi viaje lo haré a mediados de agosto. Antes no pues como es el último año que pasamos aquí, y es santo de María el 15 de ese mes, le van a hacer una fiesta en la que por necesidades protocolarias debo estar presente. Pero si puedo salir el 16, lo haré. Estaré en México hasta la lectura del mensaje del Presidente, para volver de carrera a entregar el Gobierno. Presenciará usted, pues, ascenso y bajada. Ojalá esta carta le alcance todavía en México. Me gustaría que se llevase usted a esa exploración preliminar estas palabras mías de confianza en su obra. Reciba un fuerte abrazo de quien le profesa hondo afecto. Héctor

el humor, sino que copio lo ya hecho y lo continúo aunque me atraiga más abordar un nuevo asunto. La próxima semana iré a Veracruz, la última y más difícil etapa, y luego regresaré a Tonantzintla para terminar los capítulos de la ruta, dejando los de la ciudad de México y los iniciales para mi regreso. Es mi esperanza llevarme 150 cuartillas terminadas. El resto —unas cien más— podré darle fin en uno o dos meses. No tenía idea de lo que es escribir a destajo. Me acompaña siempre la preocupación de no estar a la altura de la prueba y es esta preocupación la que me sostiene, pero después de una semana, el cansancio me rinde, y tengo obligación de descansar. En este (…)


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Pedroso y Pitol: dónde, cuándo y cómo empezó todo

Fue en 1950 cuando el autor de El arte de la fuga, Premio Cervantes en 2005, puso un pie en la Ciudad de México, donde habría de trabar contacto con los intelectuales heterodoxos españoles, uno de los cuales dejó una huella profunda en su pensamiento y en la cultura mexicana Perfil Héctor Orestes Aguilar disparoenlaniebla@gmail.com

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Para Rafael Segovia Canosa

sta es una “historia” dentro de la historia de vida de un escritor raro, tan raro, que ha estado en países fantasmas y oficiado de médium;quehapublicado tres veces el mismo libro bautizándolo con distintos nombres; que ha sabido volver del futuro al pasado o, mejor dicho, ha sabido muy bien cómo transitar el “futuro del pasado”; olvida idiomas y manuscritos que luego regresan a él sin avisarle; construye imponentes casas para sus libros y levanta jardines exquisitos para sus amigos. Es la historia de una enfermedad sin cura; de una aventura que no termina nunca. La biografía irrepetible de Sergio Pitol merece por sí sola un gran tributo, una admiración universal sin más como la que presenciamos hoy, cuando a partir del otorgamiento del Premio Cervantes en 2005 su nombre dejó definitivamente de ser una contraseña para iniciados y alcanzó su merecido lugar como uno de los más altos referentes de la literatura en español de nuestro cambio de siglo. Ningún entusiasmo es suficiente para celebrar a un autor que ha hecho de su existencia un extraordinario ejercicio literario, que ha sabido impregnar la mayoría de sus actos con una pulsión creativa difícil de calificar. Redacto mi historia e imagino la mirada finamente maliciosa de Pitol, que comienza ya a preparar su primera ironía o de plano su primera broma a costillas de estas líneas, en el caso de que llegue a leerlas o de que alguien se las cuente, ese semblante risueño que disimula una mordacidad temible, desalmada, ante el mínimo dejo de retórica, pomposidad o engolamiento. La antisolemnidad con que se vio, elegantísimo él, leyendo el discurso de agradecimiento del Premio Cervantes en la Universidad Alcalá de Henares. Pitol es un “raro” porque no tuvo elección. No redundaré en los remotos orígenes de su vocación ni en las circunstancias que definieron su compromiso con las letras, pero sí quiero insistir en un aspecto que, en alguna entrevista que sostuvimos en los años noventa, ya habíamos comentado puntualmente: su profunda deuda con los intelectuales heterodoxos españoles, sobre todo con los refugiados del franquismo en México.

De todos ellos, me referiré sólo a uno porque la cultura mexicana contemporánea le debe mucho y la cultura contemporánea de España haría muy bien en dimensionar, como se dice ahora, el legado de su inteligencia.

Su nombre en el silencio La leyenda que cobija el nombre de don Manuel Martínez de Aguilar y de Pedroso, conde de Pedroso y Garro, quien pasó a la posteridad como el profesor universitario Manuel Pedroso, es tan vasta como llena de inexactitudes. Descendiente de una familia de hacendados que poseían fincas azucareras en Oriente de Cuba, Pedroso nació en 1883 en Santiago, aunque seguramente fue registrado en La Habana, porque sus semblanzas dan por buena la capital cubana como su ciudad natal. Contaba que la familia había obtenido el título que él ostentaba cuando uno de sus antepasados obsequió a Carlos III con un avío de línea entero con azúcar, ron y esclavos. Cuando tuvo oportunidad de escoger un terruño, una matria, en la Península, Pedroso precisamente escogió Sevilla, de cuya universidad llegaría a ser connotado catedrático de Derecho Político e incluso vicerrector. Pedroso compartió sus años de aprendizaje universitario con una generación fundadora de académicos peninsulares que recalaron en el Berlín del cambio de siglo XX, una ciudad en plena efervescencia cultural, donde coincidió en la misma pensión para estudiantes del barrio de Schöneberg con el filólogo, historiador y arqueólogo Pere Bosch i Gimpera y con los filósofos Julián Besteiro Fernández y Manuel García Morente, por citar sólo a tres de los más notables. La escena cultural berlinesa de esos años era sencillamente prodigiosa, tanto por la cantidad de artistas, intelectuales, académicos y periodistas alemanes que podía encontrarse como por los diversos núcleos de creadores y estudiosos extranjeros que se reunieron allí por esos tiempos. Si a un origen familiar de suyo excéntrico se agrega una instrucción universitaria y una intensa educación sentimental en ese “laboratorio de revoluciones” que fue el Berlín postguillermino y weimariano, podrá vislumbrarse entonces que la de Pedroso es una biografía con suficientes elementos para fascinar a cualquiera. Sin embargo, aquello que lo hizo verdaderamente arrebatador fue que era hombre de un pensamiento y actitudes

ajenas a toda regla estéril, a todo ordenamiento adocenado y vacuo. Su salida de España fue producto de uno de los capítulos más siniestros de la Guerra Civil: la “depuración” que tuvo lugar en todas las universidades, que en su caso significó la confiscación de empleo, sueldo y propiedades, entre ellas una selecta biblioteca de 500 volúmenes incautada por funcionarios franquistas e incorporados al acervo de la Facultad donde dictaba clase. La razón por la cual fue depurado, como han aclarado investigaciones recientes, entre otras el bien documentado El atroz desmoche, de Jaume Claret, es delirante: Pedroso (quien ya había sido expulsado de dos logias masónicas por no pagar sus cuotas) fue procesado y condenado a dejar su cátedra porque debía dinero a su sastre. Por si fuera poco, al año siguiente, el juzgado de paz de Tetuán le procesó en rebeldía como traidor a la patria y le impuso una multa de un millón de pesetas (de 1937), equivalente a casi cinco millones de euros en nuestros días.

Las acciones políticas de Pedroso constituían razón suficiente para ser perseguido por los franquistas El registro fugaz de algunas de sus hazañas alcanza para esbozar apenas las razones reales que convirtieron a Pedroso en ejemplar enemigo del franquismo. Don Manuel fue el primer traductor al castellano de El capital, años antes que otro catedrático español de Derecho, republicano y también exiliado en México, Wenceslao Roces Suárez (1897-1992), realizara la versión que fue canonizada como la traducción príncipe del libro de Marx entre nosotros. Mucha mayor suerte tuvo Pedroso como introductor de Hermann Heller, cuyo tratado Las ideas políticas contemporáneas tradujo para el Fondo de Cultura Económica (FCE). Vertió también a nuestra lengua una serie de los Cuadernos de viaje de Heinrich Heine. Muy difíciles de encontrar son ahora sus versiones de obras de Leonhard Frank y Frank Wedekind, de quien tradujo Despertar de primavera, pero bien puede considerársele como el importador a nuestro ámbito cultural de estos autores. Más inquietantes que las traducciones de

esos títulos, las acciones políticas de Pedroso constituían razón suficiente para ser perseguido con saña por los franquistas. Su vínculo con la República era profundo y su paso por puestos de representatividad internacional había sido muy visible: fue embajador republicano en Polonia(dondeleconfirieronlaOrdendePolonia Restituta) y la Unión Soviética, asesor jurídico de la delegación española en la Conferencia de Desarme de Ginebra y representante en el Comité del Consejo de la Sociedad de Naciones y diputado en Ceuta por el PSOE en 1936. No es necesario hilar fino para deducir que un aristócrata, republicano, germanófilo, docto en marxismo y traductor de escritores expresionistas, autoridad en teoría del Estado y relaciones internacionales, políglota, socialista, masón y, encima, antisolemne y “cubano”, daba el retrato ideal del traidor a la Patria del Generalísimo. Ser un heterodoxo de sus dimensiones le costó a Manuel Martínez de Aguilar y de Pedroso desaparecer por completo de la memoria del siglo XX en España. Su discretísima rehabilitación en los anales de la Universidad de Sevilla y en la historia cultural española no tendría lugar sino hasta 1982, veinticuatro años después de su muerte.

Un hilo entre generaciones Esta historia sería incomprensible de no ser por un hecho crucial: la efectiva vindicación de figuras extraordinarias como Pedroso tuvo lugar en el México que acogió a los exiliados republicanos españoles. A pesar de no haber publicado una obra propia que lo convirtiera en autor o firma conocida para el gran público, él ejerció un magisterio axial. No creo exagerar que, al menos en lo que respecta a la enseñanza del Derecho Internacional y la Teoría del Estado, formó a por lo menos cuatro generaciones de juristas, abogados y políticos e influyó como muy pocos en la promoción de intelectuales mexicanos conocida como la “Generación de Medio Siglo”. Pedroso fundó además la serie Ciencia Política. Cuestiones del día, en el FCE. Para no ir más lejos, en virtud de sus aportaciones jurídicas México recuperó la posesión de la Isla de Guadalupe en el Océano Pacífico, la más grande del país, a la altura de Ensenada, debido a que en 1957 el gobierno mexicano logró el reconocimiento de la ONU ante la Corte Internacional de La Haya en la disputa por ese territorio.


domingo 15 de enero de 2012

Sergio Pitol se ha encargado de relatar muchas veces el resultado de su trato, tanto en lo académico como en lo personal, con Pedroso. Su mejor remembranza está contenida en las líneas de su autobiografía precoz: “A principios de 1950 me trasladé a la ciudad de México para proseguir los estudios de abogado […]. Mis cinco años de estudio en la Facultad de Jurisprudencia de hecho se reducen al curso de teoría general del Estado que impartía don Manuel Pedroso. Nadie como él fue tan decisivo en mi formación intelectual, y me ocurre que ahora, quince años después, mis experiencias europeas y asiáticas se me aclaran gracias a las observaciones que entonces le escuché. Es hoy cuando he venido a apreciar con claridad la validez de sus puntos de vista en materia política que a veces en aquel tiempo me parecían algo oscuros. El curso de Pedroso tenía lugar de diez a once de la mañana. Hablaba espléndidamente. Exponía a Platón, Marx, Hobbes, Montesquieu, Bodino y a muchos teóricos sin un programa determinado […]. A mí y a algunos amigos aquello nos entusiasmaba, pues estábamos hartos de la burocracia mental y la absoluta falta de imaginación que imperaba en la mayoría de los cursos […]. Pedroso daba la impresión de saberlo todo y de poder coordinar todos sus conocimientos en un solo haz de ideas. Cualquier comentario suyo, el más banal, me resultaba cargado de significaciones culturales […]. Poseía un humor cuya causticidad e impertinencia eran tan perfectos que, paradójicamente, no le valían muchas malquerencias […]. Pedroso nos estimulaba no solamente como manejador de ideas, sino también vitalmente. Su vida novelesca, su juventud en Alemania, su independencia de pensamiento, su excentricidad, nos ayudaban a quitarnos muchos pesos de encima y a que kilos de telarañas se desvanecieran frente a nuestros ojos”. Puede imaginarse que la forma misma en que Pedroso impartía sus cursos de Teoría General del Estado implicaba ya un reordenamiento lúdico y asimétrico, en el que la historia del Derecho, la jurisprudencia, la materia legal de las cosas no ocupaba necesariamente el centro de su cátedra sino que oficiaba como trampolín o pasaje hacia cuestiones que poseían la virtud de ser formuladas con la elegancia, la erudición, la gracia y la experiencia de alguien quien, como Pedroso, venía de regreso de muchas cosas, sobre todo de la batalla perdida en contra de los franquistas. Abrevar en los seminarios de Pedroso fue un consciente y pertinaz esfuerzo por apropiarse la combatividad de los exiliados. A las enseñanzas de éstos correspondió íntegramente un ímpetu modernizador, el ánimo de un grupo importante de jóvenes notables que sabía que, de no arriesgarse por una fulminante transformación de sus propios valores y horizontes estéticos, de no ponerse al día en todos los órdenes de la vida, el país podía acabar como la España de Franco.

El mismo que canta y baila En 1968, más de quince años después de haber cursado los seminarios de Pedroso, Sergio Pitol terminó a todo vapor una tesis en Derecho que ya desde el título rendía homenaje a una obsesión íntima de su maestro: El status jurídico de las utopías del Renacimiento. Ese trabajo le sirvió, sobre todo, para acreditarse con un grado universitario y ser asimilado al Servicio Exterior Mexicano, en el que se regularizó tiempo después, en 1980. Hasta donde hemos averiguado, la vida de abogado de Pitol se redujo a un solo caso: el divorcio de una amiga que litigó junto a su inseparable cómplice Luis Prieto. Adivinen el resultado. Sin embargo, no fue en aquel ensayo académico sobre las obras de Tommaso Campanella y Jean Bodin (por lo demás, un escrito hoy inaccesible) donde puede apreciarse la impronta del heterodoxo español en la obra del escritor mexicano. Han tenido que pasar años y escritos memorialísticos de varia intención –como los que la editorial Almadía recoge ahora en el volumen Una autobiografía soterrada— para que este lector haya descifrado, así sea parcialmente, los guiños del homenaje que Pitol le ofreció a Manuel Pedroso: el relato “Un hilo entre los hombres”, incluido en el volumen de relatos Los climas, publicado por primera ocasión en abril de 1966 por la editorial Joaquín Mortiz.

“Un hilo entre los hombres” es una de las narraciones más íntimas y afectivas de Sergio Pitol Es muy llamativo que ese texto lleve como epígrafe, en aquella edición original, unos enigmáticos versos del poeta chileno Efraín Barquero (nacido en 1931), contemporáneo estricto de Pitol, quien también ha tenido una vida nómada, diplomática y excéntrica: “Soy algo más que un hilo entre los hombres/ Soy uno entre todos, pero aún no he elegido”. El relato, fechado en “Peitajé, julio de 1963”, fue escrito cuando nuestro escritor veracruzano ya se había establecido en Polonia y habían pasado cinco años de la muerte del profesor Pedroso. Quedamos advertidos que estamos ante lo que puede ser la historia de una transición, ya sea entre épocas o estados de conciencia, y también lo que puede ser un recuento de elecciones y rupturas, suerte de brevísima novela de educación sentimental. Se trata de una pieza narrativa ejemplar, donde están contenidos todos los elementos que han vuelto inconfundibles a los libros de Sergio Pitol y que los lectores de nuestros días pueden reconocer y cursar sin mayor dificultad, para su gran fortuna, toda vez que ya contamos con un abundante arsenal de referencias biográficas en torno suyo y con obras que hacen

literatura 07

muy explícito su ars poetica, como El arte de la fuga y El mago de Viena. En “Un hilo entre los hombres” aparecen dos protagonistas, que a las claras son trasuntos parciales de Sergio Pitol y Manuel Pedroso: Gabriel, joven estudiante provinciano de Derecho y su abuelo, don Antonio, erudito profesor septuagenario, experto en Bodin, El capital, Thomas Hobbes y Niccolò Machiavelli, Fiodor Dostoievski y Wolfgang von Goethe, Honoré de Balzac y Paul Valéry. Un excéntrico que va aturdiéndose frente al inminente cambio de época, sobre todo ante acontecimientos que preludian la ruptura generacional y el ambiente de revuelta juvenil que desembocaron, en nuestro caso, en la masacre de 1968. El relato es asimismo una visión muy sutil —si no paródica al menos benévolamente maliciosa— de los primeros años de Pitol en la ciudad de México, cuando Gabriel (que en el texto es de Oaxaca en vez de Veracruz, estado donde creció Pitol) descubre junto a sus compañeros de clase el stream of consciousness y se entrega a la desordenada y voraz lectura de clásicos antiguos y modernos, a la pasión de la lectura y a la certeza de un futuro literario. Gabriel, de acuerdo al narrador omnisciente, va por las librerías de la ciudad, donde “conocía de memoria la colocación de los libros […], sabía muy bien en qué rincón estaba el Fausto editado por la Universidad de Puerto Rico, y la colección de clásicos de Espasa, dónde una edición bellamente encuadernada en piel flexible de color vino añoso de la Muerte sin fin y otra, algo tosca, en verde pasta rígida de la Antología de Cuesta […]. Al primer golpe de vista sabía qué libro era nuevo en los aparadores; buscaba sobre todo las traducciones de novela inglesa, italiana y norteamericana contemporánea, en las que apasionadamente se sumergía durante tardes enteras, atisbando, con avidez, diversas zonas de experiencia de las que le interesaba en especial poder descubrir afinidades y discrepancias con la suya; porque no cabía duda […] de que su mundo constituía un perfecto escenario que en el futuro habría de plasmar en un drama o novela; un día describiría al abuelo con su sed infatigable de saber, de aprender, de vivir por sobre el lastre que le imponían sus setenta años”. “Un hilo entre los hombres” es una de las narraciones más íntimas y afectivas de Sergio Pitol. Además de ser un cifrado homenaje a Manuel Pedroso, sus veinte páginas son una perfilada y sintética autobiografía de los días que decidieron una vocación literaria inquebrantable y una actitud moral y política que, desde entonces, no sólo no ha variado sino que se ha robustecido y vuelto cardinal para todos sus lectores contemporáneos. Como sucede con muy pocos autores, no puede saberse si este cuento fue compuesto por un joven casi desconocido con una capacidad prognóstica extraordinaria o por el prestigiado autor que vuelve sobre sus pasos y, ya en la madurez, recuerda dónde, cuándo y cómo empezó todo. nv Montevideo, 2006-Ciudad de México, 2011 tatic.diario.latercera.com


08 en librerías

domingo 15 de enero de 2012

Sacudidor de almas

Visor

Conjugar el pasado en presente

Reseña

Reseña

Ernesto Jiménez Olín

Noé Cárdenas

a anciano, el afamado escritor Lukas se da cuenta de que algo extraordinario está sucediéndole cuando el elevador en el que va ascendiendo para dirigirse a una conferencia de prensa rebasa los pisos registrados. Él recuerda que la misma experiencia le había ocurrido en su niñez. Lukas no lo sabe, pero su vida está llegando a su fin y lo que pasa es que la película de sus recuerdos comienza a ser exhibida en su mente. F.J. Koloffon (Ciudad de México, 1976) en El trompetista, su segunda novela, presenta la vida de un personaje excepcional desde el punto de cierto romanticismo para el cual desde la niñez ya se prefigura la rareza. Porque en esa experiencia en el ascensor que Lukas rememora, conoce a la gente de “arriba” la cual siempre va a estar vigilándolo. Como puede adivinarse, él pertenece a esa extirpe de niños solitarios que tiene más amigos imaginarios que reales, niños que como lo quiere el también romántico Wim Wenders en Faraway, so close! puede hablar con los ángeles. En este sentido, la parte más entrañable de la novela sería ésta porque ahí se gesta su futura personalidad; pero Koloffon no idealiza tanto la infancia y hace que Lukas tenga la experiencia de la muerte a través de una de sus almas gemelas: su amiga Luli, quien va a morir de cáncer. Su otra alma afín es su abuela Tita, quien le enseñará por qué la trompeta hace la diferencia: “Un trompetista sacude almas, despierta conciencias, le habla a los corazones y ayuda a que se muevan; es un especialista en el lenguaje de los niños que los adultos perdemos”. Lukas es de los afortunados que mantendrá ese lenguaje. El tono más fantasioso que fantástico que predomina en la primera parte se vuelve realista en la segunda. Lukas crecerá, conocerá gente que lleva vidas fantásticas y a pesar de estar protegido no estará exento de padecer luchas internas antes de alcanzarse a sí mismo. Esto le sucederá en un lugar llamado El Destino. Ahí conocerá los placeres del sexo y se enamorará. Un momento clave en su

l volumen de entrevistas Profetas del pasado. Quince voces de la historiografía sobre México, de Christopher Domínguez Michael, es un acontecimiento editorial muy destacable por diversos motivos: porque reúne a los principales historiadores mexicanos o extranjeros que han dedicado sus horas a la historia de México desde los albores prehispánicos hasta prácticamente nuestros días; porque los expertos entrevistados ofrecen puestas al día de las interpretaciones historiográficas que manejaron en sus obras respectivas, cuyos postulados centrales desfilan sintéticamente a lo largo de las conversaciones gracias a que el entrevistador domina el corpus de obras que se ponen en juego en este libro; porque asuntos aún por resolver —como el muy sonado “¿realmente existió una Revolución mexicana?”, o si los sacrificios masivos de los aztecas tenían fines proteínicos— atraviesan como luces vivamente polémicas la totalidad de estas páginas; porque pocas veces el lector tiene la oportunidad de acercarse a la persona de estos eruditos, reticentes a hablar de sí mismos, que suelen estar encerrados en sus cubículos (entrañables resultan las anécdotas de Miguel León Portilla sobre su maestro, el padre Ángel María Garibay). Domínguez Michael, que se estrena en este libro como entrevistador, llevó a cabo esta tarea por encargo de Letras Libres con motivo de reflexionar sobre historia de México durante el año de las fiestas del Centenario y del Bicentenario, de modo que los resultados no son completamente inéditos, pero reunidos cobran una dimensión atlántica y establecen una metaconversación inusitada. Creo no exagerar, pues uno de los trasuntos de las entrevistas es ver la historia de México —y la de Hispanoamérica en general— no como una excepción o una rareza, sino como parte de la historia universal, desde que los españoles ensancharon el mundo al reducir el tamaño del Atlántico, como lo resaltan David Brading, John H. Elliott y Alan Knight. Una de las cosas que más llama la atención de este volumen es su condición orgánica y viva, pues no pretende pontificar sino decir bien la importancia de lo que es y debe ser provisional. Las interpretaciones de la historia son criticables y removibles porque cada generación interpreta con nuevos ojos y herramientas científicas los acontecimientos del pasado. En este libro, por ejemplo, conviven —y se contrastan nutriciamente— interpretaciones nacidas en las décadas de 1960 y 1970 aún bajo el cartabón marxista con otras que ya se han abierto al postestructuralismo, al “giro lingüístico”, como las de Eric van Young, que abreva en las manifestaciones culturales todas y no sólo en las fuentes y los procedimientos ortodoxos. Otro rasgo destacable de este libro: mostrar las tradiciones, escuelas, capillas, tendencias del gremio de los historiadores. La cocina de la historiografía. Se antojan destacables los sesgos que varios de estos especialistas ofrecen acerca de la Conquista. Cortés, por ejemplo, ya no es más el verdoso sifilítico del célebre mural de Rivera, como lo muestra Christian Duverger: Cortés era “un hombre de guerra y a la vez […] un supertintelectual, un personaje de una inteligencia absolutamente excepcional”

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F.J. Koloffon El trompetista Sonidos Urbanos México, 2011 373 pp.

tránsito a la madurez es cuando se convierte en padre. En ese momento, él decide que va a abandonar los sueños que lo han guiado en su vida, pero su pareja le recrimina. Para ella, más que la herencia material que puede dejarle al hijo, lo que importa es lo que llamaríamos la herencia espiritual. Como dicen algunos pedagogos, lo mejor que un padre le puede dejar a un hijo es el ejemplo de una vocación asumida. En la elaboración de El trompetista, Koloffon ha hecho uso de citas de libros, como El principito, y asimismo de canciones. Radiohead, Caifanes, Rubén Blades y Willie Colón, Queen, Pearl Jam, Pink Floyd, Gustavo Cerati y Café Tacvba, entre otros, conforman el variopinto soundtrack de esta novela. Pero hay que apuntar algunas cosas: el CD que se incluye vale como regalo para los lectores, pero no le añade ningún valor, en términos de construcción literaria, a la novela. El apropiarse de materiales ajenos es parte de la historia literaria —no importa si se hace o no la referencia concreta — y su uso per se no significa nada. Descubrirle al lector otros autores es celebrable, el lector podrá admirar la melomanía del autor, pero si esos recursos no están integrados orgánicamente a la historia, reiteremos, muy bien pudieron no haber estado. Anunciar la inclusión del disco para vender más ejemplares no es cuestionable, pero el autor está comprometido a hacer un uso más imaginativo de él si ese va a ser un recurso que lo singularice. nv

Christopher Domínguez Michael Profetas del pasado. Quince voces de la historiografía sobre México Era/ UANL/ Conaculta México, 2011 444 pp.

que concibió y fundó el México mestizo al erigirse como heredero de Moctezuma. Pese a que para lord Hugh Thomas la Malinche sigue siendo una traidora (aunque la absuelve, pues era una mujer “amargada” que “carecía de lealtades”), para otros autores, como Eduardo Matos Moctezuma, no lo es más, ya que era víctima de la dominación mexica. Y Moctezuma II también comenzó a librarse de la fama de blandengue supersticioso, pues acaso su reacción —apunta Elliott— se debió no a la cobardía sino a la arrogancia: acostumbrado a derrotar pueblos enteros habría subestimado la fuerza de un puñado de hombres. El incitante mundo novohispano que pinta Guillermo Tovar y de Teresa; la idea de “la bola” en la guerra de Independencia planteada por Van Young; los motivos de haber escrito el monumental Orbe Indiano expuestos por Brading; la búsqueda primero de los villistas —y hermanarlos con los cosacos— y luego de Villa explicada por Friedrich Katz en la que acaso sea la última entrevista que concedió; la novelesca apertura de caminos que el sino le brindó a Jean Meyer hasta dar con los accesos inexplorados a la Cristiada, son ejemplos de la enriquecedora experiencia de conjugar el pasado en presente que este libro ofrece al lector —homenaje vicario, también, a Luis González y González. Profetas del pasado es un libro de historiografía, de disfrute y consulta permanentes no tanto para especialistas —aunque por supuesto también lo es— como para legos en esta materia, y que, en sí mismo, cumple una misión urgente que deja bien despejada Enrique Krauze: sacar a la historia de los cubículos académicos y difundirla literaria, críticamente. También conforma un catálogo razonado que funge como introducción a las obras esenciales de historiografía sobre México. nv


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