Visor 20-05-2012

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Visor

N.o 464

domingo 20 de mayo de 2012

In memoriam Carlos Fuentes Julio Ortega, Santiago Gamboa, Roberto Pliego, Heriberto Yépez, Magali Tercero Páginas 2, 6-8 LUIS M. MORALES

80 años de vida Elena Poniatowska El amante favorito de Catalina Página 4


02 b domingo 20 de mayo de 2012

MILENIO

in memoriam ROGELIO CUÉLLAR

Fuentes y Napoleón TOSCANADAS ESPECIAL

David Toscana dtoscana@gmail.com

L

eí un periódico del día en que nació Carlos Fuentes. Habían coronado a Hirohito. Se conmemoraban diez años del fin de la Primera Guerra Mundial, que entonces se llamaba la Gran Guerra. Portes Gil estaba próximo a asumir interinamente la presidencia y se preparaba un homenaje para el mandatario saliente: Plutarco Elías Calles. León Toral y la madre Conchita estaban en la cárcel por el reciente asesinato de Obregón. También se daba cuenta del retorno al país de José Vasconcelos como candidato de oposición a la presidencia, en unas elecciones que resultarían fraudulentas y llevarían a Pascual Ortiz Rubio a la silla del águila. En las páginas de cultura se celebraba la aparición de sendos libros de Henry Bordeaux, Tristan Bernard, Philippe Soupault. Quizá lo único que anunciaba la llegada al mundo de Carlos Fuentes eran dos anuncios. Uno de Remington, “La mejor máquina de escribir que el mundo produce”, y otro de Smith Premier “de construcción sencilla, maciza y fuerte… construida para que funcione sin esfuerzo, reduce la fatiga producida por un largo día de trabajo, es la más suave, la más veloz”. No sé si eran tan maravillosas como decía su publicidad. Lo que sí sabemos es que Carlos Fuentes se convirtió en el mejor

y más fiel usuario de máquinas de escribir. Sus índices qwertiados eran la cicatriz de sus batallas con las palabras. Yo estaba en un bar de Bastia, en la isla de Córcega, cuando me llegó la noticia. Carlos Fuentes est mort, me susurró alguien. Sí, le dije, ayer fue García Márquez y mañana será Vargas Llosa. Seguí bebiendo como si nada, aunque me quedé pensando en la muerte. Se confirmó la muerte de Fuentes cuando ya estábamos algo ebrios. Alguien se puso de pie y dijo de memoria: “¡Oh derrota mía, mi derrota, que a nadie sabría comunicar, que me coloca de cara frente a los dioses que no me dispensaron su piedad, que me hicieron apurarla hasta el fin para saber de mí y de mis semejantes! ¡Oh, faz de mi derrota, faz inaguantable de oro sangrante y tierra seca, faz de música rajada y colores turbios!”. Esa noche bajó de las montañas un viento de cien kilómetros por hora. La marcha por la ciudad fue la de un cortejo fúnebre. Lentos, encorvados, sin hablar. Nos paramos frente a la estatua de Napoleón. Ahí, vaya uno a saber la razón, recordé las palabras que Emmanuel Carballo pronunció hace catorce años. “El rey ha muerto,” dijo en aquel entonces. “Viva el rey, que es Carlos Fuentes”. “Tuna incandescente”, alcé una copa invisible. “Águila sin alas. Serpiente de estrellas. Aquí nos tocó. Qué le vamos a hacer”. ¿Al hotel?, sugirió alguien. La respuesta fue un rotundo no. Esa noche había muerto un novelista, un fabulador, un palabrista. Allá en México y ahí mismo, en Bastia y dondequiera que exista un abecedario. Nos habíamos quedado sin vino. A como diera lugar, teníamos que encontrar una botella, así hubiera que romper el cristal de una tienda. Dirigirnos a aquella casona antigua donde Victor Hugo pasó su infancia. Brindar por Fuentes. Más viento, polvo, polen en el aire. Uno del grupo dijo que no podía respirar. Se asfixiaba. Qué le vamos a hacer, dijimos. Y seguimos buscando la botella de vino. v

La risa de Carlos Fuentes

E

n noviembre de 1972, Octavio Paz dio la bienvenida a Carlos Fuentes en El Colegio Nacional. El suyo fue un discurso cálido, lleno de remembranzas pero también, en varios sentidos, profético. Después de recordar cómo se conocieron una tarde del verano de 1950 en una casa de la Avenida Victor Hugo, en París, y de elogiar su inteligencia, su avidez de conocimiento, “la resonancia de su obra”, señaló:

EX LIBRIS

BITÁCORA PSICOTRÓPICA

“Fuentes ha sido y es el plato fuerte de muchos banquetes caníbales… [En México] las bandas literarias celebran periódicamente festivales rituales durante los cuales devoran metafóricamente a sus enemigos. Generalmente esos enemigos son los amigos y los ídolos de ayer. Nuestros antropófagos profesan una suerte de religión al revés y sus festines son también ceremonias de profanación de los dioses adorados la víspera. No les basta comerse a sus víctimas: necesitan deshonrarlas. No obstante, tras cada ceremonia de destrucción, Fuentes reaparece más vivo que antes. ¿El secreto de sus resurrecciones? Un arma mejor que el arco mágico de Arjuna: la risa. Fuentes sabe reírse del mundo porque es capaz de reírse de sí mismo. La risa dispersa a los caníbales y destroza sus flechas envenenadas”.v Carlos Fuentes bEKO

Xavier Velasco

S

i el narrador se va, la historia se detiene. Los personajes no sabemos qué hacer, pues su voz todavía nos acompaña y tememos no ser sino ecos de ecos de ecos de la sonora entraña que nos dio la vida. (¿Y quién no es personaje del libro que le atrapa?) Si el engaño vital del narrador consiste en convencer a quien lo lee de que no sólo es cierta la historia que le cuenta, sino de hecho es la suya en particular, escribo ahora mismo desde la casa de Donceles 815. El narrador se va, pero su voz se queda. Sospecho que es por ella que la historia reanuda su avance despiadado. Gracias, Carlos querido, por traernos hasta la casa de la bruja.

MILENIO FRANCISCO A. GONZÁLEZ presidente · JAIME BARRERA RODRÍGUEZ director editorial · MARINA MIRANDA directora general de negocios · JORGE VILLARREAL comercialización · MIGUEL ÁNGEL PUÉRTOLAS jefe de información · ANTONIO NAVARRETE jefe de cierre editores: JORGE VALDIVIA G. ciudad y región · MOISÉS MORA negocios · IGNACIO DÁVALOS cultura · ELDA ARROYO mp · HUGO MERINO diseño · KALIOPE DEMERUTIS ocio · IRENE SELSER fronteras · HORACIO SALAZAR tendencias · JAIRO CALIXTO ALBARRÁN qrr y el ángel exterminador · SUSANA MOSCATEL hey! · FERNANDO TORRES circulación · NOÉ ANAYA producción ·

MILENIO diario b VISOR b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía


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VISOR

antesala MIRIAM PULIDO

Nunca un autor póstumo ENTREVISTA ESPECIAL

Mesa de novedades en Gandhi El diamante de los Tudor Will Whitaker Ediciones B $230 Años lentos Fernando Aramburu Tusquets $229 Una esposa de fiar Robert Goolrick Salamandra $235 El escritor de epitafios Hernán Rivera Letelier

Alfaguara $159

La librería de las nuevas oportunidades Anjali Banerjee Lumen $249 Yo confieso Jaume Cabré Destino $548 Las colinas del tigre Sarita Mandanna Salamandra $285

Eva Braun. Una vida con Hitler Heike B. Görtemaker Debate $299 La pulsión de muerte Jed Rubenfeld Anagrama $416 El ladrón de tiempo John Boyne Salamandra $275

EL LECTOR SE LLEVA MIRIAM PULIDO

L

¿Qué libro compraste? Azul, de Rubén Darío (Tomo). ¿Por qué? Porque en la preparatoria leímos unos pequeños fragmentos sobre

Marco Islas-Espinosa

P

ilar del Río conoce como nadie la obra de José Saramago, fue su traductora. Pilar del Río conoce como nadie la vida de José Saramago, fue su esposa. Pilar del Río conoce como nadie el último libro de José Saramago, ella lo preparó para su publicación. Desde esa triple condición de traductora, esposa y editora nos habla la española Pilar del Río sobre Claraboya (Alfaguara, 2012), la más reciente novela publicada del Nobel portugués.

Claraboya parece ser la puerta de la catedral que ya es la obra completa de José Saramago, ¿podemos decir entonces que su hogar literario se ha completado al fin con la puerta? Es efectivamente, una puerta de despedida; pero también una puerta de entrada, no sólo para los que no lo conocen, sino para los que lo han leído y que se sentirán iluminados, van a entender esta obra con la luz que inició la obra de Saramago.

Jazmín Morales Estudiante 19 años En Gandhi a librería Gandhi es una de las más atractivas para los jóvenes lectores. Ahí encontramos a Jazmín, entusiasmada por su libro clásico de Darío.

"Lo que fue malo para Saramago fue bueno para nosotros", afirma

este libro de Rubén Darío y me gustó mucho. Hoy vine, se me presentó la oportunidad y lo compré. ¿Con qué frecuencia vas a las librerías? Cada vez que tengo tiempo, porque como estudio, no me queda mucho, pero me encanta leer. Y siempre busco ver qué de nuevo ha llegado y qué puedo comprar.

¿En qué basas tus compras de libros? Yo soy muy abierta en cuestiones de qué leer, pero me gustan mucho las novelas vampíricas y eso es en lo que me baso. También me gusta que el libro te llame, el texto de la contraportada que te llame y también me gusta mucho la literatura clásica porque es parte de nuestra historia. V

A diferencia de Tierra de pecado, la obra publicada en 1947, esta es una novela escrita con mayor soltura, con más maestría, ¿cómo es esto posible? Es que no es una novela de juventud, es una novela escrita por un hombre joven con una gran maestría narrativa. Los personajes están descritos en dos líneas, pero no se nos confunden, casi no se dice nada de ellos y nos resultan entrañables. Es un libro complejo, la voz de Saramago no está completamente lograda. No está el estilo que desarrollaría después, pero está el autor completo. Sirve muy bien para

entrar en su universo literario. El libro lo escribió antes de los treinta, pero la maestría y el dominio de la técnica ya despuntan en él. Todo aquello que va a desarrollar a lo largo de su vida de escritor ya está presente. Después guarda un silencio de treinta años… Ese silencio no fue voluntario. La vida le jugó una mala pasada, pero a nosotros nos jugó una buena, porque ahora nos encontramos con un libro nuevo. Lo que fue malo para Saramago, fue bueno para nosotros. Póstumo es una palabra que nunca relacionaría con Saramago. Si este libro se publica ahora, es porque así lo quiso el escritor. Me parece interesante que la editorial [a la que Saramago le envió Claraboya] no lo publicó porque es un libro osado, arriesgado para la época, pero sí lo guardó con extremo cuidado. En entrevista con Antonio Skármeta, a José Saramago le era solicitado un consejo para un escritor joven. Y el respondía algo así como: paciencia. El silencio no es malo. Él era más concreto incluso. Decía: ‘no tener prisa, pero no perder el tiempo’. Pero sobre todo, recomendaba leer. Esa conexión con los jóvenes que siempre tuvo Saramago, ¿Claraboya la reafirmará con la generación de los indignados? Este libro es actual, si se hubiera publicado en los ochenta no habría tenido el mismo eco, porque no había una sensación de posguerra, una dictadura ominosa. Hoy no tenemos una dictadura fascista, pero sí una dictadura especulativa financiera. Fue escrito en los cincuenta para ser leído en este siglo. V


VISOR

Poniatowski El amante favorito de Catalina *

Elena Poniatowska celebró este sábado 80 años de edad. Muchos libros han pasado desde que en 1953 inició su carrera en el periodismo. Lilus Kikus (1954) fue su primera novela y Leonora (2011) la más reciente. Por estos días escribe, también bajo el influjo de la ficción novelística, su historia familiar, una saga con apasionantes episodios en las cortes europeas. El lector tiene en sus manos uno de sus capítulos medulares, el que narra justamente el flechazo amoroso entre el conde polaco, su antepasado, y la princesa de Rusia Elena Poniatowska

¡

Qué bonita aparición! —Poniatowski sonríe. Dentro de un vestidito de satín blanco, bordado de encaje en el que se asoman delgados listones rosas, la joven de veintiséis años lleva como único adorno una rosa roja en el hombro. Como la rosa, sonríe envuelta en un halo de blancura. —Majestad, le presento al conde Estanislao Poniatowski recién llegado de Varsovia. Catalina le tiende una mano desprovista de anillos, tan fresca y blanca como su atuendo y pregunta al embajador de Inglaterra, sir Charles Hanbury Williams: —¿Es parte de su séquito? El embajador se enorgullece: —Quisiera que fuera mi hijo. No, sólo es mi secretario, pertenece al Parlamento polaco y tiene acceso a todos mis documentos. Su madre es la princesa Constanza Czartoryska. —¡Se ve de estupendo humor, sir Charles! —Es que nada me hace tan feliz como la confianza de este joven noble y promisorio. Por su cultura y su ingenio, sir Charles es una figura en la corte y los nobles se lo disputan aunque sólo puedan hablarle en francés. Aclaman sus giros de pensamiento, lo esperan en los pasillos para escucharlo, sus dotes le dan un aplomo desconcertante. Hay que seguirlo, hay que escucharlo, él atrae, él sabe su juego y seguir a quien sabe su juego es tomar buen camino. El caballero inglés tiene el suyo: corteja a quien hay que cortejar, reparte cumplidos y sobre todo pone libras esterlinas en las manos señaladas por el viejo zorro Bestujev. Hanbury Williams aleccionó a su protegido y Estanislao se cuida de llamar la atención. A mayor discreción, mayor confianza de la corte que es un nido de víboras. Sir Charles le cuenta a Catalina que Poniatowski es hijo de un noble de Cracovia. “Antes de venir aquí, viajó a Viena, a París, a Berlín y a Londres. A su regreso, lo hicieron stolnik de Lituania. Es un hombre apasionado y protestó en la Cámara por la presencia de un extraño en la Cámara que no era ni polaco ni noble y por poco y lo atraviesa con su espada”. —¿Así es de que su hijo adoptivo es temerario —ríe Catalina—? Eso me encanta. Los invito a Oranienbaum al cumpleaños de mi esposo, el próximo 29 de junio. —¿Cómo es su esposo —le pregunta Estanislao a sir Charles en la intimidad del carruaje? —Es el heredero al trono de Rusia pero ojalá no llegue al poder. Cuentan que durante los primeros siete años de su matrimonio, los dos permanecieron vírgenes. Si la observas, su mirada arde. —Yo le vi ojos alegres y confiados. —Estanislao, ya te dije que la ingenuidad es la más imbécil de las virtudes. Hanbury Williams es el maestro, Poniatowski el aprendiz. Una es la llamada “joven corte”, la del heredero al trono, el gran duque Pedro Ulrico, y Catalina, su esposa, y otra “la vieja corte”, la de la emperatriz Isabel Petrovna y su amante en turno, Alejandro Chuvalov, que vive en San Petersburgo. La joven corte se reúne en Oraniembaum. Es tan evidente la separación de Catalina y el gran duque que cuando

ESPECIAL

Estanislao Poniatowski


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homenaje Pedro se hace oír en el jardín de los tulipanes, Catalina se confina a uno de los salones iluminado por mil velas. El círculo de cortesanos en torno a Pedro Ulrico es ruidoso. Vestido de casaca azul y pantalón blanco —el uniforme de granadero prusiano—, el futuro zar grita en vez de hablar y el coro de carcajadas se dispara a balazos. El otro grupo congrega a embajadores cuyos buenos modales contrastan con los del futuro zar. Alaban a Catalina, esta noche cubierta de joyas pero con ojos iguales a los del primer encuentro. —Sir Charles, le ruego sentarse a mi derecha. Durante la cena, Poniatowski se pregunta qué hace una mujer tan bien educada con un hombre que se sienta mal a la mesa, la interpela groseramente cuando no la ignora y vocifera para hacerse notar. Sus desplantes, los tics que recorren su rostro picado de viruela lo ridiculizan. ¡Qué pareja tan desigual! Su vecina en la mesa, la princesa Dashkova, le confía que Catalina guarda las apariencias pero es desgraciada, los jóvenes esposos duermen en distintas alas del palacio desde el nacimiento de su hijo. Ser la nuera de la emperatriz tampoco es un privilegio: se llevó en brazos al pequeño zarevich Pablo y sólo le permite verlo una vez a la semana. Catalina observa al conde Poniatowski bailar un minueto. Una reverencia hacia atrás, el sombrero a tierra, el joven camina dos pasos, se inclina y estira el brazo para recogerlo, ya de pie mece su cuerpo y gira con una gracia lúdica que entusiasma a Catalina:

Poniatowski no sólo es un buen amante, tiene el don de reírse de los demás y de sí mismo —¡Ver un minueto tan bien ejecutado es algo raro! ¡Con cuánta gallardía se puso el sombrero! Los aplausos de la corte dejan confuso al polaco. En este muchacho, Catalina encuentra una finura natural que le llega al corazón. Nada en él es fatuo, mira en torno suyo con ojos de niño que escucha un cuento de hadas. —Me gusta mucho su polaco —le confía a sir Hanbury Williams. ¿Cuántos años tiene? —Veintitrés. Estanislao guarda su distancia. Constanza, su madre, le dio una educación severa; llamar la atención es cosa de seres corrientes que buscan venderse. —Vuelvan pronto —sonríe Catalina. Poniatowski no se lanza a pesar de que Hanbury Williams lo empuja. Las consecuencias políticas de un flirteo entre Catalina y Estanislao serían favorables para Inglaterra pero el polaco se retrae. Incluso, cuando el caballero Williams lo insta a volver a Oraniembaum, se niega. “Se ve a leguas que tú la atraes” —insiste. A Catalina le cuenta que Poniatowski vivió en París y la señora Geoffrin lo llama Stani. —¿Es posible que madame Geoffrin lo haya recibido en su salón junto a Voltaire, Grimm, Diderot, D’Alembert? Catalina no cabe en sí de la sorpresa, el nombre de la francesa es una carta de presentación, sólo los más grandes intelectos son requeridos y lo primero que le pregunta a Estanislao es por Voltaire. A pesar de la intención en su mirada, Poniatowski finge no ver nada hasta que el joven Lev Naryschkin, que es un celestino nato, le pregunta por qué no le envía un billet doux a la gran duquesa. Cuando en respuesta Catalina manda llamar a Estanislao al Palacio de Invierno, Naryschkin exulta: “Ya lo sabía, la conozco bien porque la recibí cuando llegó a Rusia y la acompañé parte del viaje. Es una seductora, recuerdo cómo se le hincharon los tobillos, pobrecita, y cuando la saqué del carruaje me echó los brazos al cuello. Todavía era una niña y lo que más le gustó fueron catorce elefantes que el rey de Persia regaló a la emperatriz. Al día siguiente, salimos a Moscú donde tú la ves ahora”. Después de maullar como un gato fuera del palacio, Naryschkin conduce a Estanislao por una escalera secreta a la recámara de Catalina pero, una vez adentro, el polaco sólo conversa. Se atreve

a aventurar que la corte en Oraniembaum es “un poco bárbara”. Lo dice con tanta timidez que ella ríe y le responde: “Tienes razón, los rusos, hombres y mujeres, son imprevisibles”. Le cuenta que la vida de las damas de honor y de los cortesanos depende de los caprichos de la emperatriz Isabel Petrovna a quien todos temen porque con la edad se ha vuelto más agria que el vinagre. —Sí, la vejez es terrible, a mi anciano tío Augusto Czartoryski los años lo han amargado y las ambiciones le salen como gusanos por la boca. Catalina es mayor que Estanislao; tiene veintiséis años. Su piel es de porcelana y para Poniatowski sus ojos ríen. A Catalina, sentir la admiración de su enamorado la exalta. ¿Por qué no se acerca? ¿Qué no se da cuenta de lo que está sucediéndole? Lo que no imagina es que ese joven pendiente de cada uno de sus movimientos nunca ha conocido mujer. Sus ojos intensos la devoran pero no hace un solo gesto. Ella toma la iniciativa. Estanislao, cordero, se deja guiar y desvestir. Iniciar a un mancebo es igual a ganar una batalla y a ella le sientan bien las victorias. La respiración del polaquito se acelera, su pecho es un fuelle, todo su cuerpo se contrae y sus músculos son un sólo impulso hacia ella. Al mismo tiempo que la abraza, ahora él es su asta bandera. A punto de decirle que nunca antes le había sucedido nada igual, la gran duquesa se muerde la lengua. Él solloza. Esa noche deja marcado a Estanislao. “No sabía quién era yo antes de ti”. —Tu corazón late demasiado fuerte. Si yo me dejara, el placer sería el centro de mi vida —le dice con dureza. Al amanecer, Lev, que conoce los recovecos del castillo, lo conduce a la puerta de salida. ¿Así es que su amante conoció a Luis XV y conversó con María Leszczynska? Estanislao disfrutó la compañía de mademoiselle de Charolais, la princesa solterona, hija del duque de Borbón. Estanislao la hace reír cuando imita la voz cascada de mademoiselle de Charolais, pidiéndole que “le traiga su culo” para sentarse en una banca del jardín. Poniatowski agrega: “Dejaba su culo en cualquier parte” y le explica que es un cojincito. Catalina le envía una invitación a montar a caballo y Estanislao descubre a una mujer vestida de hombre, con su casaca azul y plata y sus botas. —Altesse, vous montez a califourchon ou en amazone? —Al pueblo le gusta verme de amazona pero monto a horcajadas con mis amigos. Aunque los oficiales del séquito se precipitan, nadie tiene que ayudarla. En un santiamén ya está en la silla, los talones hacia abajo. Espolea al caballo y sale al galope, bien sentada, la cabeza en alto. De veras que esta soberana es una amazona mayor. Pocos la alcanzan. A veces utiliza el uniforme de un joven teniente. “Es temeraria”, se dice Poniatowski. Entre más violento el ejercicio, mejor. El sonido de los cascos corresponde a la música que trae adentro. El séquito de Catalina deja atrás al del gran duque Pedro que trota al lado de su amante. Nada que ver con su hermana menor, la princesa Yekaterina Vorontsova Dashkova, que vive entre libros. ¡Ah, cómo ama Catalina el riesgo! Estanislao se pregunta si esta cabalgata no será una continuación de la noche anterior. El atuendo masculino le da una gallardía que supera a la de los esbeltos soldados. Poniatowski no sólo es un buen amante, tiene el don de reírse de los demás y de sí mismo. En la corte, se mueve como pez en el agua y su savoir faire subraya su elegancia. A Catalina, el amor la embellece; en cambio, el gran duque se afea cada día más. Ostenta el uniforme prusiano en vez del ruso. Pedro Ulrico entrena varias veces al día su regimiento de juguete venido de Holstein. “Yo no nací para Rusia, no quiero morir aquí”. En las casernas, los rusos lo maldicen. Pedro Ulrico declara a quien quiera oírlo que es heredero del trono de Suecia y puede irse en cualquier momento. Su tía Isabel lo trajo a un país de mierda: Rusia. v

La Poni Carlos Fuentes

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a vi por primera vez disfrazada de gatito en un baile del Jockey Club de México. Toda de blanco, rubia como es, con antifaz y joyas claras, parecía un sueño bello y amable de Jean Cocteau. Como toda buena gatita, tenía un bigote que surgía de la máscara. Pero en ella el obligado flojel de los gatos no era, como el salvaje bigote de Frida Kahlo, una agresión sino una insinuación. Era una, varias antenas que apuntaban ya a las direcciones múltiples, a las dimensiones variadas de una obra que abarca el cuento, la novela, la crónica, el reportaje, la memoria… Salimos juntos hace muchos años, yo con un libro de cuentos, Los días enmascarados, ella con un singular ejercicio de inocencia infantil, Lilus Kikus. La ironía, la perversidad de este texto inicial, no fueron percibidas de inmediato. Como una de esas niñas de Balthus, como una Shirley Temple sin hoyuelos, Elena se reveló al cabo como una Alicia en el país de los testimonios. […] Descendiente de María Lesczinska, la segunda mujer de Luis XV de Francia, del rey Estanislao I de Polonia y del heroico mariscal de Napoleón, José Poniatowski, es una Pasionaria sonriente y tranquila de las causas de la izquierda. No siempre estoy de acuerdo con ella en sus juicios. Siempre admiro su convicción y su valor […]. Lo importante de Elena es que sus posiciones en la calle no disminuyen ni suplantan sus devociones en la casa: el amor a sus hijos, la fidelidad a sus amigos, la entrega a sus letras. Amigo de Elena desde más años de los que quiero o puedo recordar, hoy le envío un inmenso abrazo, tan juvenil como nuestros primerizos. v Tomado de Elenísima. Ingenio y figura de Elena Poniatowska, de Michael K. Schuessler, Editorial Diana, México, 2003. ESPECIAL

Retrato de Elena Poniatowska en su juventud

Con Carlos Fuentes ¿Qué piensa de Elena Poniatowska? Es una muy vieja amiga; somos amigos desde la adolescencia, yo siempre la he querido y respetado mucho y nos seguimos viendo a cada rato para decir: “Hey, estamos vivos todavía”. En poco tiempo ella festejará sus ochenta años. ¡No me diga! Qué bien lo oculta, ¿verdad? De una entrevista con José Luis Martínez S.

*Título de la Redacción.


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MILENIO

in memoriam

Carlos Fuentes en tiempo futuro Pocos tan arriesgados como él y tan conscientes de que la libertad está siempre por hacerse. Desde la memoria personal, dos autores celebran esta elocuente divisa ARTURO FUENTES

En el Centro Histórico de la Ciudad de México, abril de 2012

Julio Ortega

L

a primera noticia que recibí sobre la muerte repentina de Carlos Fuentes fue dudar de su verdad. Pero si Carlos nunca creyó en la muerte, me dije, protestando. Como si también morir fuera un verbo del futuro, sin lugar en el presente. Enseguida, pensé: lo que pasa es que Carlos no se demoraba en el tema, quizá por escrúpulo, o tal vez porque en su formación norteamericana la muerte no es un tema de conversación, y es más bien un tabú y, por lo mismo, un gran tema literario. Por

lo demás, concluí, buscando el consuelo que nos conceden las palabras, la muerte bien pudo ser una pérdida de tiempo, literalmente dado que nos arranca de la temporalidad, pero también verbalmente porque, al final, bien visto, sobre ella no hay nada que decir. Y todo queda por ser dicho, literariamente. Después de todo, Fuentes ha escrito el obituario más largo de la literatura: La muerte de Artemio Cruz, que toma 350 páginas. Y del horror de la muerte más allá de la vida, Aura, en la que la Francia antigua se alimenta del joven México apoderándose de su escritura, del hilo de vida de la letra.

Diccionario personal Entre 2008 y 2012, en Laberinto dialogamos con Carlos Fuentes acerca de sus libros, sus autores favoritos, su rutina de trabajo, de México y su futuro político. A manera de reencuentro, que no de despedida, ofrecemos esta selección de sus ideas. Amistad La amistad es el grado superior del amor. Byron dijo que la amistad era el amor sin alas, yo digo que la amistad tiene alas también. Cultura popular Yo crecí fuera de México. Para mí, regresar en los veranos con los abuelos y entrar en contacto con mi país era muy importante, y una de las formas de ese contacto era a través del cine, a través del teatro, del vodevil, de las carpas que existían entonces. Yo

llegué a ver a Cantinflas en teatro popular, haciendo bromas políticas muy rudas, que luego abandonó. El mundo popular ha existido siempre, está en el fondo del Quijote —representado por Sancho Panza—, viene de Rabelais, donde la cultura popular es prácticamente la protagonista de Gargantúa y Pantagruel. Es decir, la cultura popular siempre ha estado ahí y depende del escritor cómo la emplea —aunque hay escritores que no la utilizan—. Yo sí. La región más transparente está llena de diálogos de cantina, de burdel, y he seguido empleando esas modalidades a lo largo de mi obra. La cultura popular se basta a sí misma, pero en literatura se convierte simplemente en referencia a otra cosa. Divinidad Nunca he visto a Jesús como una figura divina, sino como un extraordinario ser humano, que incorpora

Tres días antes de que abandonara el lenguaje, me habló por teléfono para hablar de un próximo encuentro en Cartagena, en octubre, de donde iríamos a Lima, mi ciudad, donde la Universidad de San Marcos le concedería un doctorado honorario. Quedamos, como siempre, en hacer alguna conversación pública en torno a la literatura más actual, la venidera. Todos los tiempos estaban llenos de futuro en estas conversaciones con Fuentes. La muerte de un escritor tiene el significado de su vida, que seguramente hace más definitivo. En el caso de Fuentes uno sólo podía concebirlo plenamente como vivo, de modo que su desaparición nos deja más bien un vacío que, bien visto, nadie podrá llenar. Es imposible otro Fuentes. En primer lugar, un autor privilegiado por la atención de sus padres, por una educación liberal y abierta, y por una juventud vivida entre Washington, Santiago de Chile y Buenos Aires. A los 16 volvió a la Ciudad de México. Fue el primer escritor internacional de la lengua, traducido a todos los idiomas, militante de izquierdas y conciencia crítica contra el poder corrupto en México. Prohibido de entrar a Estados Unidos, fue cronista del general Cárdenas, el último revolucionario mexicano, estuvo en La Habana el día en que Fidel y sus barbudos tomaron el poder, y fue abanderado de la revolución sandinista, lo que le costó la amistad de Octavio Paz. Los Kennedy tuvieron que cambiar la ley para que pudiese visitar Estados Unidos. Fue amigo cercano de Arthur Miller, Kenneth Galbraith y William Styron. Profesor en Harvard, Princeton, y desde los últimos quince años en Brown. Nunca escribió dos libros iguales, renunció tanto al Estado como al Mercado, y creyó en la literatura más que nadie, al punto que Gabriel García Márquez dice que fundó la utopía de los escritores como una república de amigos. Su inventiva es cervantina: todas sus novelas están escritas sobre el futuro, aun las históricas, porque creyó que el futuro estaba por hacerse y nos haría más libres. Fue un escritor antitraumático, optimista de América Latina, y capaz de una visión crítica pero también generosa en el otro, en los demás. Y sobre todo en los nuevos escritores, a quienes les dedicó una atención puntual. Tengo la impresión de que nunca creyó en la muerte, la consideró, me parece, una pérdida de tiempo. Se debía por entero al presente, a la vida, al trabajo, a la ética del bien común. Pero sobre todas las cosas creyó en la literatura, en la creatividad del lenguaje español, y en hacerlo cada vez todo de nuevo, gracias al poder de las palabras. Fuentes hizo del riesgo y la exploración su horizonte porque, creo yo, nunca dio por ganada libertad alguna y toda la vida creyó que la libertad, esa virtud mayor de su obra, estaba siempre por hacerse. Nos hará falta esa demanda por recomenzar que nos hacen sus libros, esperándolo todo de nuestro turno en las palabras.v

la historia de los hombres y las mujeres. Me niego a darle rango divino. El otro Dios es objeto de debates perpetuos sobre su existencia o inexistencia, es el personaje perpetuo de una película de Buñuel. Todo el mundo debate si existe o no, usa argumentos teológicos, escribe libros, pero en el fondo sabemos que está ausente, porque no existe o porque no nos quiere, porque ha decidido olvidarnos para no amargarse la existencia en la eternidad. Sabe que además vamos a desaparecer y él no, él va a durar. (Entrevista con Xavier Velasco) Enemigos Una vida sin enemigos sería un fastidio, aburridísima. Escribir Nunca he tenido la intención de decir: “Ay, ya hice tantas cosas y me retiro”. No, siempre digo: “Ay, ya viene mi primer libro, que es el próximo; ojalá me resulte bien, ojalá le vaya bien”, porque lo escribo como si fuera el primero. En México vivo las novelas pero [en Londres] las escribo. México es para vivir novelas, pero no las puedes escribir. No te lo permiten los horarios, los cuates, las comidas, la política, nada... En Londres […] tengo una vida muy ordenada, que me permite escribir mucho porque me levanto a las seis de la mañana, aquí me acuesto a las seis de la mañana. (XV)


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VISOR

in memoriam BORZELLI IGLESIAS

Ya a la distancia Santiago Gamboa

F

ue una periodista de la agencia EFE, de Bogotá, quien el 15 de mayo, a las 21:02 horas de Roma, me escribió lo siguiente: “Ha muerto Fuentes y no es un rumor. Imagino que estarás impresionado, más aún después de la muerte ficticia de Gabo ayer”. Me quedé atónito, agarré el teléfono y llamé a Jorge Volpi, a Madrid. ¿Lo confirmas?, le dije, y Jorge, con voz apagada, respondió, sí, desgraciadamente sí. “Entonces soy yo quien te da las condolencias”, le dije. Cruzamos abrazos y colgué, aunque estuve mirando el teléfono un rato, recapitulando, intentando comprender qué venía ahora, cómo podía uno imaginar lo que sigue con una ausencia como esa. La vida siempre es más fuerte, claro, y un rato

después pensé que cualquiera debería envidiar la suerte de Fuentes: vivir como él, tan intensamente, tan impregnado del mundo, tan cercano a todo lo importante del mundo, un escritor de los de antes, de los que eran percibidos como pequeños jefes de Estado de países (nunca mejor dicho) imaginarios, y sobre todo, a pesar de esa enorme, elegante y kilométrica figura de escritor, en el fondo, ser tan sólo alguien apasionado por la escritura: alguien para quien escribir era mucho más importante que ser escritor. Fuentes murió, según intuyo por la información, en plena conciencia y de un modo intempestivo, como siempre he creído que uno debe morir (¡qué privilegio!): sin deterioro, sin dolores prolongados, sin lástima. Se levantó ese día y se murió, como si tuviera una cita inamovible con La Pelona. Ya lo dijo Carmen Balcells: “Pasados los ochenta

Infierno Yo creo que [Dios y el diablo] son la misma persona, con dos caretas. Son Dr. Jeckyll y Mr. Hyde en rango divino. Se cuenta un chiste de un tipo que se muere, lo mandan al infierno, con el diablo, y cuando llega lo que encuentra es una playa maravillosa, soleada, llena de chicas en bikini que se le ofrecen, cocteles con hielo, parasoles, una vida a todo dar. Así que duda: “¿Esto es el infierno? A mí me habían dicho que era un lugar espantoso”. Viene entonces el diablo y le pide que venga un momento: abre una puertecita y aparecen las llamas, gente asándose y gritando, condenada para la eternidad. “¿O sea que ese sí es El Infierno?” “¡No!”, le responde el diablo, “eso está reservado para los católicos”. (XV)

prohibido; no se podían decir malas palabras, no se podía hablar de ciertos asuntos políticos, no podían mencionar algunos nombres. [Ahora] existe una gran libertad para expresarse, para nombrar, para investigar; es un cambio de la noche a la mañana, es una avanzada de la democracia mexicana el periodismo actual.

Memoria La amnesia cultural es una falla terrible, quienes la aprovechan son los pillos. Los políticos pillos se aprovechan de que la gente “ya no se acuerda”.

[Los suplementos culturales en México] son indispensables, pero no están a la altura de lo que se hacía antes. El gran suplemento fue el de Fernando Benítez, México en la Cultura, que luego pasó a la revista Siempre! como La Cultura en México cuando nos corrieron de Novedades. Benítez sabía darle una gran dimensión a la noticia cultural, convertirla en noticia, además de que tenía muchas páginas a su disposición. Ahora, dado el desarrollo del país, creo que se está acercando el momento de tener suplementos culturales tan importantes como el que en su momento dirigió Benítez.

Periodismo cultural [El periodismo mexicano actual] tiene un avance enorme sobre el periodismo de mi juventud, cuando todo estaba

Risa El demonio es el personaje divertido, el que nos permite divertirnos. (XV)

es como si la policía le avisara a uno que va a ser detenido en cualquier momento”. A Fuentes le tocó el 15 de mayo, y entró a la muerte por la puerta grande. Aparte de su obra, impregnada de un lenguaje tenso y violento que no tendrá problemas en perdurar, uno de los aspectos de su carácter que más me impresiona (me impresionaba, sic), es su generosidad. Hay algo misterioso en ella. Pongamos el caso de García Márquez, que llegó a México en torno a 1963 en un carro destartalado, procedente de Nueva York y sin trabajo, con su esposa y dos niños pequeños, sin un peso, y que había publicado un par de cuentos en la revista que Fuentes dirigía. ¿Cómo conociste a Gabo?, le pregunté una vez, y Fuentes respondió: “En una fiesta en la casa de Álvaro Mutis. Desde ese día nos hicimos amigos”. Fuentes era famoso, rico, aristócrata, pertenecía al jet set capitalino, estaba casado con la actriz de moda (Rita Macedo), era guapo y elegante, en fin, lo tenía todo. ¿Cómo se hizo tan amigo de un inmigrante colombiano recién llegado? Por supuesto que García Márquez debía tener un aura poderosa, pero intento imaginar hoy a un joven de 30 años mimado por la fama y el dinero, políglota, amigo de Arthur Miller y Buñuel, que tenía amoríos con actrices de Hollywood, y la verdad me impresiona su apertura de mente, su gran intuición. Algo similar pasó con José Donoso, quien por esos mismos años llegó al DF sin plata en el bolsillo, con problemas de todo tipo, y que Fuentes acogió en su casa durante varios meses, dándole una especie de cabaña al fondo de su jardín donde Donoso (junto a su esposa María del Pilar) pudo terminar su novela El lugar sin límites. Y fue él, con sus contactos y amistades, quien dio un primer impulso al boom, y el que escribió ensayos dando a conocer las virtudes de la literatura de América Latina que estaba por conquistar el mundo. Ni hablar de su generosidad con los más jóvenes: con los novelistas del Crack, con autores latinoamericanos de Chile, Colombia o Perú. Conmigo mismo, debo decir. No olvido el vértigo que sentí al recibir una inesperada invitación a su ochenta cumpleaños, y luego, tras aterrizar en el DF, el modo en que me saludó y celebró. No olvido un viaje en carro del DF a Jalapa con parada en Cholula, como en Cambio de piel, por la “supercarretera a Puebla”: su entusiasmo al hablar del mundo prehispánico, su deseo de que el novelista chileno Arturo Fontaine y yo reviviéramos todo aquello. En una ocasión le pregunté si no le interesaría escribir sus memorias, y me dijo: “No, ¿qué voy a escribir? Mi vida dejó de tener interés a los 22 años. A partir de ahí sólo podría decir: me senté y escribí un libro”. En otra charla, cuando volví a poner el tema, sentenció: “Las memorias sólo sirven para molestar a tu mujer y pelearte con tus amigos, ¿no?”. Sin embargo, la idea acabó por seducirlo y estaba escribiendo textos biográficos que me propuso leer antes de publicar. Un honor que no alcancé a tener. v

Rutina Le doy su valor a las cosas. Lo mío es levantarme en la mañana y escribir, empleo el ochenta por ciento de mi tiempo en escribir. Lo demás son accidentes de ruta, cosas que pasan, como irte a tomar unas enchiladas a Sanborns’. Te suceden cosas en la vida, ¿pero cuál es el criterio de valor que le das a los actos de tu vida? Nadie me obliga en Londres a levantarme a las seis de la mañana, hacer ejercicio, prepararme el desayuno y a las siete estar escribiendo, cuatro o cinco horas, ni a decir en las tardes: “No voy al cine o al teatro antes de las siete de la noche, porque tengo que leer tres horas”. Porque me gusta, es mi placer, es mi vida, y no es que sea una obligación, no es un deber. Es lo que quiero hacer, es lo que me gusta hacer, y lo demás es la espuma. L’écume des jours, diría Boris Vian. (XV) Silvia Lemus Silvia es mi mujer, es el amor. Tiempo El tiempo es el que creamos nosotros, el tiempo es presente siempre. v


08 b domingo 20 de mayo de 2012

in memoriam SATURNINO HERRÁN

ESPECIAL

Nuestros dioses

Carlos Fuentes y el PRI

Los pintores amados

ARCHIVO HACHE

GUÍA VISUAL

Heriberto Yépez hyepez.blogspot.com

L

a dupla Octavio Paz (1998) y Carlos Fuentes (2012) ha terminado. La dupla fue posible por el PRI. Son irrepetibles. Aunque gane el PRI, despertará otro dinosaurio. Lo dijo Marx: la historia sucede dos veces, una como tragedia, otra como farsa. Paz y Fuentes son dos variantes de un mismo tipo de intelectual hegemónico: autores cosmopolitas y, al mismo tiempo, nacionalistas, que poetizaron la Historia de México creada por el PRI. Autores revolucionarios —de estética vanguardista— e institucionales —apoyados por el aparato del Estado—: Vanguardistas Tradicionales, son la Literatura Revolucionaria Institucional. Paz y Fuentes probaban que México era “moderno”. Pero Fuentes murió criticando duramente el regreso del PRI; y Paz, elogiando a Salinas, Zedillo y Televisa. Esto no se dice en México porque Paz designó sucesores que cuidan su imagen de Mesías Anti-Tropical. ¿Qué hizo posible el poder de los intelectuales revolucionario-institucionales? Representar a la aristocracia mexicana. Su escritura, oralidad, vestimenta, modo de ser, eran elegante espiritualización de las clases altas de la Ciudad de México. Por eso la constante alusión a lo seductor e integral, al Aura de estas figuras que nos pusieron al tú por tú con lo más “bello” y “moderno”. La cultura alta —universal, simultánea y refinada— soñada por la aristocracia mexicana. En su inicio, los hizo posibles el apoyo estratégico del Fondo de Cultura Económica

—editorial del Estado— cuya distribución canónica les aseguró ser leídos como voceros cumbre del Espíritu Nacional. Luego Televisa y empresarios que veían en ellos Paz y Progreso. Su aristocracia cultural (ideológica) estaba ligada a la clase política, que necesitaba su compañía, distinción y photo-op para darse baños de cultura alta, y que a intelectuales aseguraba vaso comunicante político. Su prestigio fue impulsado por funcionarios de alto nivel como prueba de no ser representantes de un régimen vulgar. Unos a otros se legitimaron. Los intelectuales revolucionario-institucionales tuvieron como causa y efecto servir de instrumento de ascenso de clase cultural. El régimen les dio las condiciones para que ellos fueran Caciques-Quijotes a cambio de promover Democracia Dulcinea, en páginas donde por fin fuésemos “contemporáneos de todos los hombres” (en pleno subdesarrollo y desigualdad). Sin embargo, Fuentes acumuló tanto poder que terminó independizándose del régimen en mayor medida que Paz, hasta el grado en que esta simbiosis hubiera tenido un giro en el sexenio de Peña Nieto. Al ocurrir su sorpresiva muerte en el umbral del retorno fársico, el PRI hubiera llegado con el último líder de los intelectuales revolucionario-institucionales en su contra. Peña Nieto se salvó por una agripina aspirina. Puede el PRI descansar en espectral Paz. v

Magali Tercero http://magalitercero.arteven.com

La pintura existe porque la miramos Viendo visiones de Carlos Fuentes, publicado en 2003, es un auténtico libro de escritor. Ahí la imaginación verbal envidiada por Luis Buñuel (Fuentes dixit) es instrumento para una increíble puesta en escena del mundo. “¿Cómo se armonizarían en el cine la libertad y la tecnología?”, pregunta un joven Fuentes a Buñuel. “La cumbre de la realización cinematográfica será alcanzada cuando podamos tomar una píldora, apagar las luces, sentarnos frente a una pared desnuda y proyectar, directamente desde nuestra mirada, la película que pase por nuestras cabezas”. Me maravilla hallar este párrafo al abrir el grueso volumen sobre pintura que toma su título de un párrafo resplandeciente del primer capítulo. Advertencia y reconocimiento No continúo hasta citar las primeras palabras de Viendo visiones: “Como el lector pronto advertirá […], este libro se inspira en dos modelos recurrentes: los frescos de Arezzo y Sansepolcro de Piero della Francesca y Las meninas de Diego de Silva Velázquez. Casi no hay pátina en la que estos artistas y sus obras no aparezcan en el centro de la escena […]. De todos modos, grazie Piero y gracias Diego. [Firma] Carlos Fuentes, San Jerónimo, México. Febrero de 2002”. Nadie puede expulsarme La invitación a leer sobre sus pintores amados es nítida: “La película viene de mis ojos, y nadie puede expulsarme del teatro. El mundo y todo lo que hay en él empezaron hace veinte minutos, y nadie puede decirme lo contrario”. Luego despliega un abanico y aparecen Jacobo Borges, Juan Soriano, Juan Martínez, Brian Nissen, Francisco Zurbarán, Eduardo Chillida. Antonio Saura, Pierre Alechinsky, Valerio Adami, Armando Morales, Saturnino Herrán, José Luis Cuevas, Frida Kahlo y Fernando Botero. Los cuatro capítulos restantes los dedica a revisar el grabado, “De Rembrandt a Posada”, la estética mexicana, los artistas latinoamericanos y los abstractos brasileños. Aquí está el escritor apasionado por la existencia visual del espíritu o de la mente. La aventura humana, pues. No sólo eso: Luis Buñuel atraviesa páginas habitadas por François Godard tanto como por Bette Davis, “actriz que quiere la sepamos sorprendida en el acto de actuar, como sorprendemos a Velázquez en el acto de pintar”. El autor, fanático del cine y

Carlos Fuentes Viendo visiones Fondo de Cultura Económica México, 2003 512 pp.

muy disgustado por la banalidad del medio, escribió “Muñeca reina”, cuento sobre una niña muerta. Después descubrió que Gustave Courbet y Juan Soriano habían pintado lo mismo. En un acto de pentimento, Courbet cubrió esa escena con otra de una novia y sus damas: la vida usada para ignorar que sabemos lo que tan bien sabemos. En este breve homenaje a un señor que marcó mi vida con Aura, Las buenas conciencias y La región más transparente, no puede faltar una última cita sobre Zurbarán y “las mujeres que rehusaron casarse […], que prefirieron el martirio al sexo […], el cristianismo como sucedáneo erótico”. Toda pintura alude al origen, diría María Zambrano. Con Carlos Fuentes comienza a desvanecerse una época fijada en mi retina en una visión (real) de 2005 cuando, por una calle próxima a La Alameda, pasé junto a un Carlos Fuentes que discutía seriamente con el político Manuel Bartlett. Ninguno, enfrascados como estaban, era consciente de la cantidad de peatones que los esquivamos en silencio para continuar nuestro camino. Iba con prisa pero alcancé a sentir que el azar me obligó a viajar brevemente al México de mediados de los años cincuenta del siglo XX. Ese México del Centro Histórico que ya casi dejó de existir y que no pienso añorar. El ojo encrucijado Así se llama el capítulo sobre Saturnino Herrán, fallecido a los 31 años. Fuentes dice haber conocido a Artemio de Valle Arizpe, “el cronista de la ciudad colonial [con] su olor a naftalina, musgo y alpiste”. Y afirma que Herrán se posa entre la decadencia y la decoración. Podría citar las frases más brillantes y sin embargo: ¿no es mejor que cada cual decida a partir de su propia lectura del volumen que hoy comento en modesto homenaje a un hombre contradictorio, a un escritor longevo que dio lo mejor demasiado temprano para él aunque a tiempo para México? v


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