Visor David Toscana Recuerdos de la mala literatura página 2 Dalí Corona Cartografía del tiempo página 3 Carlos Rosas Entrevista con Laura Hernández página 8
N.o 468
domingo 17 de junio de 2012
Estudiantes premiados
Concurso Juan José Arreola de Relato Fantástico Breve Página 4 ESPECIAL
MILENIO
Correspondencia inédita
Fernando Pessoa y Mario de Sá-Carneiro Página 6
02 b domingo 17 de junio de 2012
MILENIO
antesala DE CULTO
José Abdón Flores b abdon_@excite.com ESPECIAL
Recuerdos de la mala literatura TOSCANADAS
DEVIANTART
eso nos mantendría fuera del mundo de las drogas o quizás aprenderíamos algunas mañas. Del libro de los supervivientes me quedaron muchas imágenes, del de Alicia no recuerdo casi nada. Como todos, hube de memorizar un poema. Declamé “El seminarista de los ojos negros”. Los versos tenían la requerida carga sentimental, sobre todo ahí donde dicen:
David Toscana dtoscana@gmail.com
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ursé la secundaria en los años setenta, para ser precisos, de 1973 a 1976. Supongo que mi escuela no era muy dada a las artes literarias, pues de las aulas no tengo el recuerdo de Sor Juana o Rulfo u Onetti o Fuentes o García Márquez, sino de algunas lecturas que hoy me darían vergüenza. En 1973 el libro de mayores ventas fue Juan Salvador Gaviota, de Richard Bach. Y ahí estábamos todos leyendo, explicando lo obvio, subrayando frases como “Juan evocó en su pensamiento la imagen de las grandes bandadas de gaviotas en la orilla de otros tiempos, y supo, con experimentada facilidad, que ya no era sólo hueso y plumas, sino una perfecta idea de libertad y vuelo, sin limitación alguna”. Sí, muchachos, nos decía la maestra. Ustedes pueden ser lo que quieran ser, volar alto, ser libres. Y nosotros nos creíamos Juanes Salvadores, cuando no éramos sino la manada. El libro, además de cursi y lugarcomunesco, tenía malas fotografías e ilustraciones ramplonas sin otro propósito que aumentarle páginas. Encima, venía de una editorial española, con esos gachupinismos que nos causaban erisipela: “Para comenzar”, dijo, con una sonrisa seca, “llegasteis todos un poco tarde al momento de juntaros”. Al año siguiente leímos aquel de los supervivientes de los Andes. Y, pese a la queja de algunas beatas, en algún momento nos encargaron Pregúntale a Alicia. Quizás
La niña angustiada miraba el cortejo los conoce a todos a fuerza de verlos... tan sólo, tan sólo faltaba entre ellos el seminarista de los ojos negros.
Pero apenas era para declamarse entre los compañeros. Si uno aspiraba a participar en las asambleas con los padres de familia, eran dos los poemas reglamentarios: “Por qué me quité del vicio” y el de “Mamá, soy Paquito”. Si los respectivos declamadores lloriqueaban, más se les aplaudía, aunque ya les brotara el bigote, aunque nadie entendiera eso de “cubierto de jiras, al ábrego hirsutas” ni mucho menos aquello de “y un cielo impasible despliega su curva”. Y entre todas las obras maestras de la literatura, ¿qué otra maravilla se eligió en mi escuela como lectura obligatoria? El triángulo de las Bermudas, que creo que todavía está de moda entre algunos sobrenaturalistas. A veces pienso que la escuela debería ser el sitio donde la gente se educa; a veces la idea me parece una utopía. Y sin embargo veo que hasta la mala literatura deja alguna huella. Deja recuerdos del libro y de haberlo compartido. Nos deja una frase que evoca algún tiempo. El propio bachiller Sansón Carrasco dice que: “No hay libro tan malo que no tenga algo bueno”. Supongo que es verdad. Mas los malos libros han de servir como escalón; jamás como cúspide. A cualquier lector ha de llegarle el momento en que, como el cura y el barbero, deba enviar ciertos libros a la hoguera. Y ahí donde hubo malos libros, cenizas quedarán. v
Alfredo Gangotena
La lengua exiliada
A
lfredo Gangotena (1904-1944) es uno de esos autores excéntricos por haber desarrollado su obra en dos lenguas y, más precisamente, por haber iniciado y consolidado su obra no en la lengua madre, el español, sino en la adoptiva, el francés. Hijo de terratenientes ecuatorianos, tuvo una formación clásica, que coronó cuando la familia Gangotena Fernández se trasladó a París en 1920. La influencia del padre impidió que se matriculara en la Escuela de Bellas Artes, por lo que optó por la Escuela de Minas para convertirse en ingeniero. Durante estos años entró en la órbita de personajes centrales de la vanguardia como Cocteau, Max Jacob, Jules Supervielle —con quien compartía la lengua española— y sobre todo el poeta francobelga Henri Michaux. Su mala salud sería un elemento central en su obra. En ella se puede hablar del “cuerpo como vehículo de angustia”. Varios son los versos y los poemas en los que Gangotena refiere un cuerpo en permanente corrupción y disgregación (“Tiemblan los muros y las hojas/ Os digo y aseguro:/ Hay alguien que sangra./ Alguien que sangra con gotas gruesas,/ pesadas como el ácido soterrado en el seno terrible de la montaña”). Alfredo Gangotena era el típico autor que, estando en el medio adecuado, podía dar frutos. En 1923 publicó sus primeros poemas en la revista Intentions, con un reconocimiento inmediato de los vanguardistas. En total, publicó 26 poemas
EX LIBRIS
en ocho años de vida parisina y, más importante aún, en ese lapso fundamentó su estilo. A finales de 1927 regresó a Ecuador con su familia. Esto le supuso una ruptura terrible pues de golpe vio truncada una forma de vida. Gangotena habría podido seguir desarrollando su poesía en la esfera de las clases pudientes ecuatorianas pero su "afrancesamiento" le cerró incluso esta puerta. En su reclusión, comenzó a desarrollar un aire de misantropía y una contenida violencia contra la vida (“¡Tierra! Tierra tres veces maldita, esta vez te contemplo animado de todo el odio de que serán capaces un día mis ojos”). Le tocó vivir el exilio en tierra propia. En 1928 publicó su primer libro, Orogénie, el libro de la tierra, compuesto por los poemarios “Orogénie” y “L’Orage Secret”. A éste le siguieron Absence, en 1932, y Nuit, en 1937, todos publicados en París. Tempestad secreta, su primer y único libro en español, fue publicado en Quito en 1940. La poesía de Gangotena se desmarcó de las influencias principales a las que estuvo expuesta —como el surrealismo— y desarrolló una vena hermética, simbólica y mística. Una sombra además lo perseguía: la hemofilia. Michaux refiere que “esa enfermedad lo ponía a merced de un diente arrancado, de una simple infección. Lo llevaba a un miedo continuo, prácticamente fuera del mundo”. Alfredo Gangotena volvió a París en 1937 como agregado cultural y después estuvo en Valparaíso como cónsul. Pocos años más tarde murió de una peritonitis. v Cicerón bEKO
BITÁCORA PSICOTRÓPICA
Xavier Velasco
No comprende el buen gasto las mieles del mal gusto.
MILENIO FRANCISCO A. GONZÁLEZ presidente · JAIME BARRERA RODRÍGUEZ director editorial · MARINA MIRANDA directora general de negocios · JORGE VILLARREAL comercialización · MIGUEL ÁNGEL PUÉRTOLAS jefe de información · ANTONIO NAVARRETE jefe de cierre editores: JORGE VALDIVIA G. ciudad y región · MOISÉS MORA negocios · IGNACIO DÁVALOS cultura · ELDA ARROYO mp · HUGO MERINO diseño · KALIOPE DEMERUTIS ocio · IRENE SELSER fronteras · HORACIO SALAZAR tendencias · JAIRO CALIXTO ALBARRÁN qrr y el ángel exterminador · SUSANA MOSCATEL hey! · FERNANDO TORRES circulación · NOÉ ANAYA producción ·
MILENIO diario b VISOR b Dirección: José Luis Martínez S. Edición: Alicia Quiñones Coedición: Roberto Pliego Arte y diseño: Salvador Vázquez Mejía
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VISOR
antesala
Cartografía del tiempo
Tres del Águila
Algo tan común como el viaje de un padre y un hijo rumbo a la escuela funciona aquí como recordatorio de las separaciones que nos persiguen POESÍA
A SALTO DE LÍNEA TECNOLOGICODEGUAYMAS
Dalí Corona
Los hombres, hijo mío, sí lloran. Eduardo Langagne
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a voz de mi hijo al despertarse no es la misma que al cruzar la puerta de la escuela. Un río que en su viaje lleva peces cuando a las siete en punto se levanta, un páramo sombrío cuando suena la campana que le muestra que es la hora de empezar las clases. Solemos platicar en el camino de la casa hacia la escuela; hablamos de los días pasados y lo que haremos al iniciar las vacaciones. Repasamos, juntos, vocales y alfabeto, corregimos nuestra expresión verbal para las cenas en familia. La voz de mi hijo en las mañanas no es la misma que al cruzar la puerta de la escuela, algo, como un banco de peces, le cruza la garganta y le impide decir “adiós, papá” cuando me marcho.
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n días pasados, el escritor Dalí Corona fue reconocido con el Premio Nacional de Poesía Joven Francisco Cervantes Vidal 2012 por Cartografía del tiempo. El libro propone una mirada paciente del universo cotidiano —comenta su autor— y está dividido en cuatro partes: el insomnio, la casa, la calle y la infancia; cada una de ellas intenta descubrir la maravilla de los milagros domésticos. Dalí Corona es autor de los poemarios Voltario, Desfiladero y Ansiado norte, Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta 2009.
El escritor sonorense Carlos Sánchez
Braulio Peralta braulioperalta@yahoo.com.mx
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arlos Sánchez es un escritor de Sonora que con su libro Matar empieza a conocerse por los rumbos del centro de la República. Ha ganado varios premios nacionales con sus libros, pero no ha tenido la suerte de ser publicado por una editorial de mayor difusión. Se ha especializado en talleres de literatura para presos. Y de ahí ha emanado parte de su obra. Un ejemplo: “Soltó los dedos sobre el concreto del pasillo en el pabellón cuatro. Recogió el dinero de las apuestas; con un once había ganado el Huesito. Levantó la vista para caminar hacia la celda. Sacó de entre su pantalón una punta de acero. Al momento de encajarla en el cuerpo del Chuti, el Luisillo le decía: Yo soy carnal de El Lupe, el bato que mataste en tu barrio”. Directa como la entrada de una daga en el cuerpo, así es la literatura de Carlos Sánchez. Ojalá una editorial piense en este escritor revueltiano, tan necesario. 2. Luis Mario Moncada ganó el Premio Juan Ruiz de Alarcón. Nacido en 1963, el dramaturgo tiene una vida profesional radiante, en activo. Este año su obra Un soldado en cada hijo te dio se estrena en Londres, con la Royal Shakespeare Company, que además se presentará en el marco del Festival Internacional Cervantino. Para quien no conozca su trayectoria, Moncada se dio a conocer entre los jóvenes con Carta al artista adolescente, una versión teatral de la obra de James Joyce, con un éxito y crítica inigualable. El dramaturgo es un excelente
adaptador de clásicos y guiones de cine. Su último montaje, 9 días de guerra en Facebook es un repaso a la polémica vieja y actual sobre la guerra en Medio Oriente, de primera porque nos cronica la historia para pensar y tomar opciones. El jurado que decidió el galardón estuvo integrado por Enrique Singer, Luis Emilio Aguilar y un servidor. Moncada ganó por unanimidad. El Juan Ruiz de Alarcón lo han recibido, entre otros, Sergio Magaña, Vicente Leñero, Elena Garro, Emilio Carballido, Héctor Mendoza, Víctor Hugo Rascón, Sabina Berman, David Olguín y Flavio González Mello. A esos nombres sin duda habrá que añadir en el futuro los nombres de Ximena Escalante, Mauricio Jiménez o Elena Guiochins... 3. “A partir de este año” el Comité Organizador del Homenaje y Premio Nacional de Periodismo Cultural Fernando Benítez, otorgado cada año por la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, “reformulará sus procesos de selección”, escribe a los que han sido miembros del jurado, mismos que han recibido la distinción, la directora general de la Feria, Nubia Macías. No explica más. Pero agradece “sinceramente el tiempo que ha dedicado al mismo en sus ediciones anteriores”. Destacan entre los merecedores del Benítez , y miembros del jurado, los nombres de José Emilio y Cristina Pacheco, Carlos Monsiváis (qepd), Elena Poniatowska, Vicente Leñero, José de la Colina, Hugo Gutiérrez Vega y Guillermo Sheridan, entre otros, con un servidor incluido. (Espero que la carta no me haya llegado sólo a mí.) v
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literatura
Cuentos ganadores El Concurso Juan José Arreola de Relato Fantástico Breve es el segundo certamen organizado por Milenio Jalisco y la Secretaría de Educación Jalisco, el primero fue el Mariano Azuela de Relato Histórico Breve, en 2010. En la primera competición, Renata Mercado ganó el tercer lugar, ahora nuestros jurados la reconocieron con el primero TONATIUH FIGUEROA
Carlos Rosas
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l martes 12 pasado, en el Museo Trompo Mágico, se premió a los autores ganadores del Concurso Juan José Arreola de Relato Fantástico Breve, certamen convocado por Milenio Jalisco y la Secretaría de Educación Jalisco, en el marco de los programas nacional y estatal de fomento a la lectura, y la edición que hizo la propia secretaría del libro Juan José Arreola para jóvenes. Infancia y adolescencia. La competencia, dirigida a los estudiantes de secundaria, fue copiosa, se registraron más de 300 cuentos de 60 centros escolares, aunque sólo 302 fueron lo que compitieron bajo el escrutinio del jurado, integrado por los escritores Juan Manuel Sánchez, Cecilia Magaña, Jorge Orendáin, Rafael Medina, Luis G. Abbadie, Jorge Souza y Eugenio Partida, además del editor Felipe Ponce, y la gerente general de Librerías Gandhi Guadalajara, Judith Venegas. El trabajo de jurados se organizó en dos etapas. En la primera se revisaron todos los cuentos que entraron a competencia y seleccionaron a 25 que, a su juicio, fueron los mejores. Este jurado también seleccionó a la mejor escuela y al mejor docente coordinador. En la segunda etapa de jurados se seleccionó a los tres premiados y las menciones honoríficas. Vale decir que los jueces del concurso reconocieron el esfuerzo de todos los docentes coordinadores, maestros que en las escuelas acompañaron el trabajo de los estudiantes y prepararon los paquetes para entregarlos a Milenio Jalisco. Hoy presentamos los cuentos del primer y segundo lugar; quedamos a deber el cuento del tercer lugar, que aparecerá en la edición del próximo domingo.
En la mesa de honor de la ceremonia de premiación: Jaime Barrera, Marina Miranda y Judith Venegas
PRIMER LUGAR TONATIUH FIGUEROA
Renata Mercado López Tercero de secundaria Instituto Pierre Faure La tarde infinita
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is dedos se apoderan de la fría manija de la puerta. Con un certero crujido calla el silencio de la casa. Se abre la puerta. Se estrellan contra mi rostro los suspiros de la calle, arrojado por millones de personas- en esta época los suspiros no cesan- , y se avecinan vientos de tormenta. Cubro mi pecho con el suéter de lana. Camino sobre el mar de pavimento. La calle atrapa mis piernas con un abrazo que amenaza con no liberarme. Me libero de su abrazo y continúo, con mis ojos atados al suelo, fieles a la red infinita de siempre. Una hoja de papel camina por el viento a contracorriente, se lanza en clavado mortal a mis pies. Quisiera ignorarla y sin embargo la atrapo con mis dedos. Miles de escarabajos helados recorren por mi cuerpo mientras leo los jeroglíficos desparramados en el pliego decolorado del papel periódico. -Tormenta de relámpagos siembra al mundo.- Se lee el encabezado en grandes letras oscuras. Las esquinas de la noticia aun exhalan el perfume de las cenizas, las orillas del papel asemejan a la piel de un reptil trazada con tinta de fuego que enmarcan la narración de los hechos. La grabación se quedó detenida en la opción de
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VISOR
literatura “pausa”: Decenas de relámpagos, como cicatrices de un rasguño eléctrico en la espalda de la tarde. Un pequeño recuadro destaca lo esencial de la noticia: “La comunidad científica investiga el extraño fenómeno meteorológico que cimbró varios sectores de la ciudad esta tarde…” Con el eco de la nota del diario repitiéndose en mi cabeza, continúo mi camino. Sin saber cómo y por qué, sé exactamente a donde ir, cuantos pasos dar, como es que jamás debo parar. La ciudad comienza a hundirse bajo un velo oscuro de nubes grises, que rápidamente aparecen arrastradas por trenes de viento a gran velocidad. Llueve sin más aviso que las gotas estrellándose contra mi rostro. Acelero mis pasos para alcanzar el umbral de una pequeña tienda que aparece inesperadamente. No recuerdo haberla visto la tarde anterior ni las muchas otras tardes que he recorrido este camino. Otra vez los escarabajos recorren sus pasos fríos sobre mi cuerpo cuando imagino que esta tienda ha aparecido en este lugar y en este instante para que yo entre en ella. La oscuridad es dueña del local, un susurro de luz a punto de extinguirse me permite observar entre las sombras de las estanterías vacías, sobre las que el polvo se encuentra dormitando. Percibo un hedor electrificado. Escondido al fondo de las filas de estantes encuentro un escritorio viejo, la pintura busca huir de la madera dejándolo semidesnudo. Una gruesa pluma de pasta negra, grabada con jeroglíficos luminosos y molduras doradas de cuerpo de serpiente, camina a pasos largos y cadenciosos sobre una hoja de papel. Mis pupilas no se despegan del extraño espectáculo. Más de cerca distingo que la pluma es sacudida por corrientes eléctricas que desnudan su esqueleto como si fuera sometida a rayos X. La escucho hablar con la luz que emite su superficie. Me llama a que la tome. Temo que en cualquier momento desaparezca. Las cadenas de miedo y prudencia que sujetan mi brazo se rompen. Un terremoto interior sacude mi cuerpo. Mi brazo se extiende lentamente. Una pizca de oscuridad es lo único que la separa de mis dedos temblorosos. Siento que está viva. Sus pasos ahora son largos, lentos y tambaleantes, como a punto de desfallecer. Mi mano realiza su movimiento de ataque y atrapa el espacio invisible. Fallo. La pluma se detiene y comienza a caer lentamente sobre las hojas que cubren el escritorio. Estoy tan cerca que la tenue luz de la pluma me permite observar que una mano de niebla, apenas visible, la coloca cuidadosamente sobre la hoja de papel. Los escarabajos helados ya son dueños de mi piel. Escucho el callado sonido que provoca al caer. Lo hizo cuando terminó la letra última de la palabra final en la orilla de la carta. La frase brilla, pulsa al ritmo de mis latidos desbocados cuando la leo: Todo acaba y comienza cuando un relámpago hiere al cielo. Apenas una milésima de segundo después de leerla, el relámpago hace sangrar al cielo, seguido por cientos que lo apuñalan y hieren. Estalla en pedazos la pluma, gotas de tinta luminosa salpican y se apagan durante el vuelo perdiéndose en la negrura que poco a poco se apoderó del mundo esa tarde. Todo acaba y comienza cuando un relámpago hiere al cielo. Mis dedos se apoderan de la fría manija de la puerta, con un certero crujido cae el silencio de la casa. Se abre la puerta. Se estrellan contra mi rostro los suspiros de la calle. Comienza mi andar por la vereda que estoy condenada a repetir. Temo al relámpago, que anuncia el final y marca el nuevo comienzo. La suerte de repetir esta tarde, todas las tardes de la eternidad.V
SEGUNDO LUGAR
Ernesto de Jesús Zamora Torres Segundo de secundaria Secundaria Anexa a la Normal Superior de Jalisco La estación de la muerte
TONATIUH FIGUEROA
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ra la noche de un día como cualquier otro, Cristian se había quedado en la casa de su amigo Héctor para terminar el proyecto de la clase de ciencias, que irresponsablemente habían dejado para el último día. Ya era tarde, y al día siguiente tenía que levantarse temprano, caminó por las calles que habitualmente recorría, salvo que ahora estaban inundadas por las sombras interrumpidas ocasionalmente por las luces de los autos que pasaban. Cristian llegó finalmente a la estación del metro que lo llevaría a su casa, bajó las escaleras y pagó su pasaje con las últimas monedas que le quedaban, le sorprendió que no hubiera casi nadie en la estación, era la primera vez que la veía vacía. Arribó el tren y subió, había menos pasajeros que de costumbre, incluso asientos vacíos, contrario a lo que normalmente hacía, decidió irse sentado. Miró su reloj, pasaban de las 10; lamentó haber pasado demasiado tiempo jugando con Héctor sin darle importancia a la hora. Lo peor le ocurre cuando recuerda que aún tenía una tarea pendiente del libro de matemáticas. Más trabajo es lo que menos necesito ahora, pensó. Lentamente, comenzó a ser invadido por un profundo sueño, alimentado por el cansancio acumulado, sintió que sus ojos se cerraban mientras pensaba en el regaño que le darían sus padres. Se dio cuenta que se estaba quedando dormido, y decidió no reaccionar, ni fijarse en qué estación estaba. De repente, una sensación de preocupación invadió su cabeza, tan fuerte que logró despertarlo, rápidamente miró hacia la ventana y disgustado contempló cómo el tren se alejaba de la estación terminal, no sin antes haber oído la molesta alarma que anuncia el cierre de las puertas. Se metió en un verdadero problema. Por lo que sabía, cuando el último tren terminaba su ruta, era mandado al depósito donde permanecía hasta iniciar el recorrido del día siguiente. Intentó llamar a sus padres, pero no tenía señal. El tren siguió avanzando a través de un oscuro túnel, hasta que se detuvo en un paradero. Cristian vio sorprendido como se abrían las puertas y sin pensarlo dos veces bajó del tren y subió las primeras escaleras que vio, las cuales lo condujeron a una calle oscura y desolada; a lo lejos había una vieja casona. Caminó hacia donde creía estaba su casa, pero no conseguía orientarse, súbitamente notó que una niña se acercaba a él. —Buenas noches —saludó cortésmente. —Buenas noches —respondió la niña. — ¿Qué calle es ésta? —No conozco el nombre. ¿No eres de por aquí, verdad? —No Sin más ella se dirigió a la casona, de donde salía una pequeña luz. Cristian la siguió con la esperanza de que los padres pudieran ayudarle. La niña descubrió que lo seguía. —No deberías entrar, en esta casa viven dos señores gruñones que obligan a los niños a trabajar para ellos. Por alguna razón decidió hacer caso y volvió sobre sus pasos, continuo caminando por la calle hasta llegar a la plaza de un templo que no reconocía. Las puertas estaban abiertas, entró y vio una anciana sentada en un banco. —Disculpe, señora — preguntó intentando no incomodar — ¿Qué se te ofrece? — ¿Me podría decir cómo se llama esta calle? — Ya veo, tú no eres de por aquí. Sorprendido por la respuesta, salió del templo. Estaba muy confundido, y aún no sabía cómo volver a casa. Regreso a la calle y continuó caminando. El ambiente se ponía más oscuro, y comenzó a creer que no estaba nada cerca de su casa y que lo mejor sería regresar a la estación. Pero recordó que ya no tenía dinero, así que siguió caminando hasta llegar a una zona en donde había muchas tiendas, sólo que estaban cerradas. Prosiguió hasta llegar a lo que parecía una cantina, había música y muchas luces, pero al entrar sólo encontró a un hombre sentado en una mesa, con un cigarro y una botella de tequila. Cristian se acercó al señor, que parecía estar viendo a un cantinero invisible. Esta vez, el hombre habló primero. — ¡Muchacho! ¿Pero qué haces tú aquí?, ¿te apetece un trago? —
el hombre carcajeó un poco. — No, gracias señor — respondió. — ¿Qué te trae por estos bares, niño? — Sucede que me equivoqué de estación en el metro y ahora no sé como pueda regresar a mi casa. — ¡Ja, ya veo! Entonces no eres de por aquí — Cristian se alarmó ante estas palabras. —. Niño, si quieres volver a tu casa, deberás avanzar por esta calle, hasta llegar al molino. Cristian agradeció y se despidió. Pero sintió, mientras el hombre hablaba, que ya lo conocía de antes. Retomó el camino siguiendo las indicaciones. A medida que avanzaba, la calle se volvía más y más oscura, y el pavimento se convertía en un empedrado. Divisó a lo lejos un molino en la cima de una pequeña colina, atravesando un arroyo. Al fin comprendió que no estaba nada cerca de su casa. En el camino encontró un letrero que decía “Miquiztepectli”, quizá el nombre de la calle. Al llegar al molino tocó la puerta y salió un hombre alto vestido como ermitaño. —Buenas noches, señor. El hombre con un ademán invitó a seguirlo. Bajaron por unas escaleras de caracol. Al llegar al fondo, había una chimenea y el hombre se dispuso a alimentarla. Cristian vio unas monedas sobre una mesa, y discretamente las tomó. No obstante el hombre se dio cuenta y tomó un cuchillo. Asustado, subió las escaleras apuradamente, pero el hombre le seguía de cerca. Volvió a la calle y comenzó a correr. El hombre tomó un caballo y lo siguió, pero se detuvo ante el templo. Agitado, Cristian se escondió en un callejón. Retrocedió y cuando volteó, estaba de nuevo en la estación. En ese momento llegó el tren y lo tomó. Mientras reflexionaba, cayó en cuenta que las personas que conoció eran familiares suyos difuntos: su prima Clara, su abuela Griselda y su tío Juan. Al siguiente día aún muy impresionado averiguó que “Miquiztepectli” significa Calzada de los Muertos. V
Cartas de Fernando Pessoa y Mario de Sá-Carneiro*
Fragmentos de una vida Nacidos con dos años de diferencia, los autores del Libro del desasosiego y de Céu em fogo (Cielo en fuego) compartieron el proyecto renovador de impulsar la vanguardia literaria en Portugal a principios del siglo XX. Fueron, pues, amigos y compañeros de ruta, como muestra el material que ofrecemos en estas páginas, parte de un volumen en preparación de Miguel Ángel Flores en torno al recibimiento de la obra de Fernando Pessoa en España
A
sombra en Fernando Pessoa (18881935) la gran energía que desplegó en el orden de la escritura. Su vida fue breve, sólo vivió 47 años, pero pareciera que en ese lapso se resumieron muchas existencias. Tuvo tiempo para escribir sus poemas, que fueron abundantes; sus ensayos, que abarcan muchas páginas; ocuparse de las tareas que le imponía su vida profesional; reunirse con sus amigos en las míticas tertulias en los cafés de la Baixa y el Chiado, los dos barrios más emblemáticos de Lisboa; de leer sin pausa, y, si eso no bastará, de mantener una abundante correspondencia. La revista Orpheu fue su máxima aventura literaria y quiso con ella ubicar a Portugal en el mapa de las vanguardias europeas. Se reproduce ahora una muestra de su correspondencia con Mário de Sá-Carneiro (1890-1916), cuyos poemas estuvieron en la misma sintonía que los de Pessoa y alcanzaron el rango de excelencia propio de su amigo. Ambos compartieron intereses comunes y a ambos toca la distinción de haber sido los más importantes actores de la vanguardia literaria en las letras portuguesas. A pesar de las afinidades literarias, sus personalidades fueron muy distintas. Respecto a las cartas cruzadas entre Pessoa y Sá-Carneiro, sólo se reproducen las que sobrevivieron del primero, quien conservó copias de éstas. Sá-Carneiro se suicidó en París en un cuarto de hotel. El autor de la Oda marítima hizo esfuerzos por recuperar todos los papeles de su amigo, pero los dueños del hotel se negaron a sus requerimientos. Pessoa dirige la última carta a Armando Côrtes-Rodrigues, dándole noticia de la muerte de Sá-Carneiro.
De Mario de Sá-Carneiro a Fernando Pessoa Brasserie Universelle 31, Avenue de l’Opéra París, 21 de enero de 1913 Mi querido amigo, Ya va siendo relativamente largo su silencio —subrayo, relativamente. Y como a mi disposición de espíritu se le antojan en este momento algunos minutos de conversación con un amigo doblemente querido —por la amistad, por las “ideas”—, me acordé de escribir esta carta banal, sin interés y rápida. Vivo como de costumbre, observándome mucho, soñando “con lo más allá”, para después, escépticamente, encogerme de hombros y para después seguir soñando… el eterno ajetreo… símbolo mezquino, pero, ay, muy real de la existencia. Al menos de mi existencia. Ajetreo o veleta. No lo sé. Y todo esto es tan triste, tan triste… Ramos —no recuerdo si ya se lo dije — me escribió de Río, va a regresar a Lisboa en febrero. ¿Sabe que Santa-Rita descubrió un Fernando Pessoa aquí? Y yo estuve de acuerdo con el descubrimiento. Ayer se sentó junto a nosotros en un café del Barrio
Latino. Por cierto, no lo conocemos. Porque este Fernando Pessoa se resume en un muchacho que nos hace recordar a usted. Nos hace recordarlo mucho. No tanto por los rasgos fisionómicos detallados como por cierto “aire” en la expresión, cierta mueca de actitud inmóvil, rostro apoyado en el brazo, muy característico de usted. ¿Comprende? Así creo verlo. Porque fluidos simpáticos y saudosos fluctúan envolviéndolo —porque su presencia me hace recordar, en fin, a un amigo querido—. Y estas evocaciones, niñerías, son muy gratas, créamelo. ¿Qué ha sucedido por allá, recientemente? ¿La Gran Ave quebraría sus alas ungidas de misterio, ebria de luz? Disculpe la palabrería, que esa, en verdad, es la de un borracho. Aunque usted sabe bien que detesto el alcohol. Tal se deba a la lluvia —exceso de agua—. Porque hoy llueve mucho. Un horror. La gran ave en cuestión, seguro ya se dio cuenta, es A Aguia, que creo que está paralizada. ¿¡Por qué!? ¿Y la gente? Los Lacerdas, Beirões, Santa-Ritas, Ponces, Ferros... (¡mezcla heterogénea!), Castañés y Cía, caricaturizables. Dígame algo. Abomino del alcohol. No fumo. No juego. No me inyecto cocaína ni morfina. El ajenjo me sabe mal. Ceno todos los días a distintas horas en restaurantes diferentes. Como platos variados. Ora me acuesto a las 3 de la mañana, ora a las 9 de la noche. Soy incapaz de tener un horario para cualquier actividad, de tener hábitos. Y eso se debe a que no fumo, que no juego, etc. Los vicios son hábitos, aunque son malos hábitos. Soy tan repelente a los hábitos que estoy acorazado con acero fantástico contra los vicios. Nunca podré ser un vicioso de la misma forma que nunca seré un hombre disciplinado… Pero francamente, al escribir esta carta, parezco abismado en un Atlántico de carraspera… En mi psicología de veras enmarañada hay cosas interesantes que le detallaré de vez en cuando, con minucia, en pago de sus estudios. Mire, por ejemplo: la imposibilidad de renunciar. Escuche: Decidido a correr hacia una probable desilusión. Y una mañana recibo en el alma un latigazo más —prueba real de esa desilusión—. Era el momento de retroceder. Pero yo no retrocedo. Sé ya, positivamente, que sólo hay ruinas al final del callejón y sigo corriendo hacia él hasta que los brazos se me rompen en el muro espeso del callejón sin salida. Y no se imagina, mi querido Fernando, adónde me ha llevado esta manera de ser. Hay en mi vida un muy lamentable episodio que sólo así se explica. Aquellos que lo conocen, en el momento que lo viví, lo llamaron locura y disparate inexplicable. Pero no, no lo era. Es que si yo empiezo a beber un vaso de hiel, he de beberlo forzosamente hasta el final. Porque, ¡extraña cosa!, sufro menos agotándolo hasta la última gota, que arrojándolo apenas empezado. Yo soy de aquellos que llegan hasta el final. Esta imposibilidad de renuncia, yo la veo artísticamente bella y hasta he de tratarla en uno de mis cuentos, pero en la vida es una triste cosa. Los actos de mi existencia íntima, uno de ellos casi trágico, son resultantes directos de este triste fardo. Cosas que parecen inexplicables, se explican así. Pero nadie las comprende. O muy pocos… Si así divago es porque me encuentro actualmente en circunstancia análoga. Corrí hacia una ilusión dorada —¡pobre ilusión!—, ella pudo entretanto ser una realidad. Pero anteayer recibí una vez más un latigazo en el alma. Y sigo corriendo… Después me siento tan pequeño, tan débil, tan poca cosa… Y siempre un escalofrío en la columna, horripilante, esterilizador… En estos momentos aun así —¡oh miseria!— encuentro un poco color de rosa la vida. Literatura… ¡No! ¡No soy culpable de ser así! “Triste producto”, así me llamó, una noche lluviosa de otoño, un querido amigo —hoy muy lejos.
Fernando Pessoa en la Plaza de Figueira en 1928; a la derecha, Mario de Sá-Carneiro
Tenía razón… en cuanto a mí, en todas las almas hay cosas secretas cuyo arcano se guarda hasta la muerte. Y son guardadas, hasta en los momentos más sinceros, cuando nos abrimos, nos exponemos, muy adoloridos, en un lance de angustia, ante los amigos más queridos —porque las palabras que las podrían traducir serían ridículas, mezquinas, incomprensibles al más perspicaz—. Estas cosas son materialmente imposibles de ser dichas, la propia Naturaleza las encerró —no permitiendo que la garganta humana pudiese conseguir sonidos para expresarlas, tan sólo sonidos para caricaturizarlas—. Y como esas ideasentraña son las cosas que más estimamos, nos falta siempre el valor de caricaturizarlas. De aquí viene lo “aislados” que somos todos nosotros, los hombres. Dos almas que se comprendan enteramente, que se conozcan, que sepan mutuamente todo cuanto en ellas vive —no existen—. Ni podrían existir. En el día en que se comprendiesen totalmente —¡oh ideal de los enamorados!— estoy seguro de que se
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de portada FOTOS: ESPECIAL
De Fernando Pessoa a Mario de Sá-Carneiro Lisboa, 6 de diciembre de 1915
fundirían en una sola.. Y los cuerpos morirían. ¡Literatura!... He aquíí la l idea id de d otro t cuento… t Es curiosa esta función del cerebro-escritor. De todo cuanto en sí descubre y piensa hace novelas o poesías. Más feliz que los otros para quienes las horas de meditación sobre sí mismos son horas perdidas. Para nosotros son horas ganadas, sólo que menos nobles. El desperdicio es noble. El interés, vil; y el artista es más interesado que el judío. ¡Todo —escenarios, pensamientos, dolores, alegrías— es transformado en materia de arte! ¡Gana siempre! ¡Tristes cosas! ¡Grandes cosas! ¡Qué orgullo! ¡Qué orgullo! Perdóneme este caos, perdóneme de corazón y escríbame, pronto, muy pronto, ¿si? Hable de lo que le digo, haga referencia a esta borrachera. Un gran abrazo de su muy, muy amigo Sá-Carneiro Gran Hotel du Globe ¡Escriba! ¿Recibió El Mercurio?
Mi querido Sá-Carneiro: Como le escribo esta carta, antes que todo, por tener necesidad psíquica absoluta de escribirla, Usted disculpará que deje para el final la respuesta a su carta y postal recibidos el día de hoy, y entre inmediatamente en aquello que será el asunto de esta carta. Soy presa una vez más de todas las crisis imaginables, pero ahora el asalto es total. En una coincidencia trágica, cayeron sobre mí crisis de varios órdenes. Estoy psíquicamente cercado. Renació mi crisis intelectual, aquella de la que le hablé, pero ahora renació más complicada, porque además de haber renacido en las antiguas condiciones, nuevos factores vinieron a enmarañarla del todo. Estoy por eso en un desvarío y en una angustia intelectuales que usted apenas si imagina. No soy dueño de la lucidez suficiente para contarle las cosas. Pero, como tengo necesidad de contarlas, iré explicándolas conforme pueda. La primera parte de la crisis intelectual, ya usted sabe lo que es; la que apareció ahora deriva de la circunstancia de que haya yo tomado conocimiento de las doctrinas teosóficas. La forma como las conocí fue, como usted sabe, demasiado banal. Tuve que traducir libros teosóficos. Yo nada, absolutamente nada, conocía del asunto. Ahora, como es natural, conozco la esencia del sistema. Me sacudió a tal extremo que yo juzgaría hoy imposible, tratándose de cualquier sistema religioso. El carácter extraordinariamente vasto de esta religión-filosofía; la noción de fuerza, de dominio, de conocimiento superior y extrahumano que rezuman las obras teosóficas, me perturbó mucho. Algo idéntico me sucedió hace mucho tiempo con la lectura de un libro inglés sobre Los Ritos y los Misterios de los Rosacruces. La posibilidad de que allí, en la Teosofía, eesté la verdad real me “asombra”. No me juzgue juzgu usted en el camino de la locura: creo que no lo estoy. Esto es una crisis grave de un espíritu felizmente capaz de tener crisis de éstas. Si usted medita en que la Teosofía es un u ssistema ultracristiano —en el sentido de contener los principios cristianos d elevados al punto donde se funden no el sé en qué más allá de Dios— y pensar en lo que hay de fundamentalmente incompatible con mi paganismo esencial, inc tendrá usted el primer elemento grave tend que se añadió a mi crisis. Después fíjese: la Te Teosofía, al admitir todas las religiones, tiene un carácter enteramente parecido con eel del paganismo, que admite en su panteón a todos los dioses. Usted tendrá pante el segu segundo elemento de mi grave crisis de alma. La L Teosofía me aterra por su misterio y por la grandeza ocultista, me repugna por su huma humanitarismo y proselitismo esenciales (¿comprende usted?), me atrae por parecerse (¿compr tanto al “paganismo trascendental” (este es el nombre nombr que yo doy a la forma de pensar a la que he llegado), me repugna por parecerse tanto al ccristianismo, que no admito. Es el horror y la atracción del abismo realizados en el más allá del alma. Un pavor metafísico, ¡mi querido id Sá Sá-Carneiro! ¿Me siguió bien en todo este laberinto intelectual? Pues bien. Fíjese que hay otros dos elementos que aún más vienen a complicar el asunto. Quiero ver si consigo explicarlos lúcidamente…
De Fernando Pessoa a Mario de Sá-Carneiro Lisboa, 14 de marzo de 1916 Mi querido Sá-Carneiro: Le escribo hoy por una necesidad sentimental — un ansia afligida de hablar con usted—. Como se desprende de esto, nada tengo que decirle. Sólo esto —que estoy hoy en el fondo de una depresión sin fondo—. El absurdo de la frase hablará por mí. Estoy en uno de aquellos días en que nunca tuve futuro. Hay sólo un presente inmóvil con un muro de angustia alrededor. La orilla de aquel lado del río nunca, mientras esté allá, estará acá; y es ésta la
razón íntima de todo mi sufrimiento. Hay barcos para muchos puertos, pero ninguno para que la vida no duela, ni hay desembarco para el olvido. Todo esto sucedió hace mucho tiempo, pero mi amargura es más antigua. En días del alma como hoy siento bien, con toda la conciencia de mi cuerpo, que soy una criatura triste a quien la vida golpeó. Me pusieron en un rincón desde donde se oye jugar. Siento en las manos el juguete roto que me dieron por una ironía de hojalata. Hoy, día catorce de marzo, a las nueve y diez de la noche, mi vida de veras lo sabe. En el jardín que entreveo por las ventanas silenciosas de mi secuestro, fueron impulsados todos los columpios hacia arriba de las ramas de donde cuelgan; están allá en lo alto; y así ni la idea de que haya huido puede, en mi imaginación, tener columpios para olvidar la hora. Poco más o menos esto, pero sin clase, es mi estado de alma en este momento. Como la que vela en el “Marinero” me arden los ojos de haber pensado en llorar. Me duele la vida poco a poco, a tragos, por intersticios. Todo esto está impreso en tipo muy pequeño en un libro con el lomo descosido. Si no estuviera escribiéndole, tendría que jurarle que esta carta es sincera, y que las cosas de nexo histérico que ahí van, salieron espontáneas de lo que siento. Pero usted sentirá bien que esta tragedia irrepresentable es de una realidad irrisoria —llena de aquí y de ahora, y que sucede en mi alma como el verde en las hojas. Por esta razón el Príncipe no reinó. Esta frase es enteramente absurda. Pero en este momento siento que las frases absurdas dan unas enormes ganas de llorar. Puede ser que si no deposito esta carta en el correo mañana, releyéndola, me demore en copiarla a máquina, para insertar frases y giros en ella del Libro del desasosiego. Pero eso nada le quitará la sinceridad de la que escribo, ni la dolorosa inexorabilidad con que la siento. Las últimas noticias son éstas. Hay también estado de guerra con Alemania, pero ya antes de esto el dolor hacía sufrir. Del otro lado de la Vida, esto debe ser la leyenda de una caricatura casual. Esto no es bien la locura, pero la locura debe otorgar un abandono a aquello con que se sufre, un gozo astuto de los sobresaltos del alma, no muy diferente de éstos. ¿De qué color será sentir? Miles de abrazos de su siempre muy suyo. Fernando Pessoa. P.S. Escribí esta carta en un rapto. Releyéndola, veo que, decididamente, la copiaré mañana, antes de enviarla. Pocas veces he tan expresamente escrito mi psiquismo, con todas sus actitudes sentimentales e intelectuales, con toda su histeroneurastenia fundamental, con todas aquellas intersecciones y esquinas en la conciencia de mí mismo que de él son tan características… Usted me da la razón, ¿no es verdad?
De Mário de Sá-Carneiro a Fernando Pessoa París, 4 de abril de 1916 Mi Querido Amigo: En este enredo formidable de cosas trágicas y hasta picarescas, no sé cómo hacer para contarle ciertos detalles. Mire, chillidos y cabriolas siempre —y siempre, al final, la buena Estrella para encontrar personas que están allí para soportarme. El milagro no se produjo, pues no se podía producir —mi Padre no recibió el telegrama, ya lo sé—. Así que ayer en la mañana dejé tranquilamente al personaje femenino de estos enredos durmiendo, seguro de que al mediodía regresaría a su casa con mil francos… Salí para escribir un telegrama larguísimo en el que contaba todo y anunciaba mi suicidio a las 2:30 en la estación de Pigalle (Nord-Sud). Y que le dejaría mi “pluma fuente” en la caja de cierto café, como último recuerdo. Efectivamente, preparé todo para mi “muerte”. Le escribí una última carta a usted, otra más a mi Padre —y a ella otro telegrama—. Después fui a dejar la pluma… Y me dicen que Mlle. fulana muy afligida andaba buscándome (por lo demás le he dado una cita antes de “morir” a las 2 en otro café)… Camino y camino, y todos los cafés entre la Plaza Pigalle y la Plaza Blanche me llaman… f
08 b domingo 17 de junio de 2012
MILENIO
varia f Decidí entonces —aunque ya había comprado el boleto— esperar hasta encontrarla… De modo que cuando la pobre muchacha una vez más afligidísima me buscaba, me encontró tomando una cerveza y consultando un Almanaque en un café… Eran las 4 de la tarde… Me contó entonces que había enviado a la hermana a la estación Norte-Sur, y que fuera al consulado portugués, mientras tanto, desde donde regresaba… Ahora aquí aparece, cuando menos me lo esperaba, ¿quién? Orfeu —mi amigo—. ¡Orfeu!... Los cónsules la recibieron risueñamente… que no hiciera caso… que sabían muy quién era yo… que cierta revista de locos de la cual yo era el jefe, etc… y que un desquiciado, de un grupo de tarados, embrutecidos por la cocaína y otras drogas… ¡Ah, ha de estar de acuerdo que esto es de primer orden! En fin… Quedó muy contenta por encontrarme —me regañó, por supuesto— y fue a conseguir dinero puesto que yo no lo tenía… Antes de eso hice otra escena: quise romperme un vaso, yo, en la cara. Ella detuvo a tiempo mi mano. No obstante me corté un labio… Una lindura como usted ve… Me consiguió también dinero para mandar un nuevo telegrama a mi Padre —y en suma, hasta recibí la respuesta—, será ella que —no sé cómo: así es: además lo sé…— me conseguirá el dinero. Vea usted qué cosa tan opuesta a mi suerte, a mi psicología… Ahora ya no es una broma decir que yo viví a costa de una mujer… Lindo, ¿eh? Un encanto… El final de todo esto: Misterio… Tal vez incluso el metro… Pero no haga caso… ¡Huy, qué maldición! Perdone todos los sustos que le hice pasar (vengo, por demás, de ponerle un telegrama para sosegarlo). Imagine que la muchacha tuvo que conseguir 60 francos que gastamos en dos días en un restaurante y en un café pues el lunes yo le prometí que conseguiría dinero (no se fijó los gastos porque de lo contrario me hubiera matado)… Estará usted de acuerdo que tengo la suerte de topar siempre con criaturas que no me mandan a paseo —y que en el fondo gustan de mí por mi pachorra… Pues la verdad es la siguiente: y es la única que me hace interesante. ¿No cree usted? Supe que mi Padre no recibió el telegrama pues muy afligido pidió noticias sobre mí en la legación… Pero ésta no telegrafío la respuesta… pues no hay fondos para tales imprevistos. Usted escriba. Ríase: pero en el fondo tenga mucha pena —mucha, de su, su Mário de Sá-Carneiro
De Fernando Pessoa a Armando Côrtes-Rodrigues Lisboa, 4 de mayo de 1916 Mi querido Côrtes-Rodrigues: No le he escrito. He atravesado por una enorme crisis intelectual. Y ahora estoy mucho peor, con la enorme tragedia que nos sucedió a todos. Sá-Carneiro se suicidó en París el día 26 de abril. No tengo cabeza para escribirle, pero no quiero dejar de comunicarle esto. Claro está que la causa del suicidio fue su temperamento, que fatalmente lo llevaría a eso. Hubo, por supuesto, una serie de perturbaciones que fueron las causas ocasionales de la tragedia. Se suicidó con estricnina. Una muerte horrorosa. Ya había intentado suicidarse tres veces —un 3 de abril la primera. ¡Una gran desgracia! Naturalmente Orpheu publicará una plaquette, con textos sólo de sus colaboradores, en memoria de Sá-Carneiro. En cuanto usted pueda —cuanto antes mejor— mándeme algo breve (lo más esmerado posible) en su memoria. No se olvide. Lo mejor sería si lo mandara en el próximo vapor. Y déme noticias suyas. No las he tenido. Mis respetos para su Padre. Un gran abrazo del Siempre y muy suyo Fernando Pessoa En la casa A. Xavier Pinto y Cía. Rua de S. Julião, 101, 1.° Lisboa L *Las cartas que escribió Fernando Pessoa se han tomado del libro en dos volúmenes que preparó la estudiosa de la obra de Pessoa, Manuela Parreira da Silva, para la editorial Asírio & Alvim, con el título Corrêspondencia (1999). Las cartas que Sá-Carneiro le envió a Pessoa desde París pertenecen al libro que elaboró Teresa Sobral Cuhna con el título Corrêspondencia com Fernando Pessoa, y que apareció en 2009, bajo el sello editorial Relogio d’água. Nota y traducción de Miguel Ángel Flores.
Hay que ventilarlo para que sane la herida ENTREVISTA TONATIUH FIGUEROA
abuelo tenía esa magia. Realmente este libro es un homenaje no sólo a mi abuelo sino a todos aquellos que lucharon, creyeron y tuvieron una fe en Dios, en sus creencias, en sus valores, una fe en la familia. Usted prometió escribir este libro en 1969, ¿cómo se ha transformado desde entonces? Yo considero que lo más importante pasa por la universidad, tener maestros extraordinarios, como Guadalupe Zuno, Ladrón de Guevara, Murià –el papá de José María Murià-, me enseñaron a hacer investigación histórica, a hacer precisamente la búsqueda del hecho histórico en su momento, nunca juzgarlo a la distancia. Eso me sirvió muchísimo para regresar siempre al momento en que mi abuelo platicaba y luego, a través de la lectura de los autores que han investigado, como Jean Meyer -que para mí es el de culto-, y también, Luis Rivero del Val, que escribió Entre las patas de los caballos, fue lo que me ayudó a entender el momento histórico. Sobre todo, entender a mi abuelo, por qué había sufrido tanto.
Laura Hernández, autora de Cristeros
Carlos Rosas Laura Hernández Muñoz es licenciada y maestra en historia, su vocación por la promoción de la lectura la llevaron a dar vida a la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de México (ALIJME). Ahora, su trabajo profesional ha tomado nuevos bríos y rumbo, al ser autora de Cristeros. Realidad y mitos, libro que rescata la memoria de Refugio Hernández Navarro, alteño que vivió la guerra como soldado cristero. El libro es un homenaje de la nieta a su abuelo, muerto en 1969; ante el deceso, Laura hizo la promesa de escribir las historias que le contó don Refugio Hernández, en Atotonilco. ¿A qué retos se enfrentó al escribir Cristeros? El mayor reto fue el de la memoria. Este libro lo comencé a escribir cuando tenía 12 años de edad, en Atotonilco, cuando íbamos a las vacaciones de verano; mi abuelo me platicaba lo que había sido la guerra cristera. Desde muy pequeña empecé a escribir, desde los siete años, entonces empecé a hacer apuntes en una máquina grande que me regaló mi papá, creo era Remington, empecé a escribir las primeras impresiones de lo que me contaba mi abuelo. Ahora, ya traía la inquietud de publicarlo; hace unos seis meses me encontré las hojas que escribí a los doce años, toda la memoria se me vino, ese fue el principal reto, la congruencia de la memoria, que esa magnificación que hacemos del abuelo maravilloso, con la parte histórica, real. ¿Qué pesa más, la parte histórica o el homenaje a su abuelo? Yo considero que se fueron entrelazando, considero que, como la voz de mi abuelo es el que narra el hecho histórico, de alguna manera di ese homenaje a ese hombre callado, taciturno, dolido, ese hombre del que yo no podía comprender que no fuera más allá de dos o tres cuadras de la casa, siempre inmerso en sus pensamientos, pero cuando se sentaba en su silla de descanso a platicar, nos abría un mundo. Yo podía visualizar a los cristeros a caballo, podía visualizar los campos de San Julián, de Atotonilco, de Tepatitlán. Cuando él me platicó la batalla de Tepatitlán, yo lo conozco, de ahí es mi madre, y de niña también iba mucho, podía visualizar las calles, podía imaginarme al padre Vega, a los generales entrando, porque mi
Ante la tragedia familiar, ¿cómo afronta la conciencia de la traición de los pastores? Este punto, en el libro, trato de ser objetiva. Mi abuelo hablaba de traición, pero ya viéndolo bien, la iglesia jamás tomó partido. La iglesia católica, partiendo desde el Vaticano, nunca tomó partido por la guerra cristera. Fue como quien dice, algo sobre entendido: no lo apruebo, pero no lo prohíbo. Los curas apoyaban desde el púlpito, después del cierre de las iglesias, en la clandestinidad, apoyaban dando misas, sermones, dando apoyo espiritual. Los curas que tomaron las armas, como Pedroza, y más, era tanta su vehemencia por la defensa de la libertad religiosa que sí se lanzaron a la lucha; y por eso los cristeros, cuando hablaron de traición, fue por esto, y lo quiero aclarar muy bien, fue porque cuando los obispos pactaron con Dwight Morrow, el embajador norteamericano, y sobre todo con Plutarco Elías Calles y después con Pascual Ortiz Rubio, la famosa amnistía, ellos sabían que estaban siendo condenados a muerte, porque Plutarco Elías Calles no los iba a perdonar, entonces ahí es donde mi abuelo sintió esa traición. Los obispos no fueron lo suficientemente hábiles en las negociaciones, para dejar asentada, digamos, la inmunidad. Los obispos, en primer lugar, no ganaron nada con los famosos arreglos, simplemente se permitió abrir el culto en determinadas iglesias, con determinados sacerdotes, pero toda esa cantidad de vidas perdidas, no ganó en cuestión de política. Además, estaban concientes ellos, cuando entregaron las armas, que iban a ser asesinados. ¿Cuál considera el beneficio de esa tragedia? Beneficio, el haber recuperado la libertad, la libertad que es un derecho inalienable del ser humano, en derechos humanos la libertad de creer en lo que tú quieras, practicar lo que tú quieras. ¿Considera que las heridas sociales de esa guerra ya sanaron? No, porque quedan estos malos entendidos, queda la palabra traición, queda ese resentimiento. Yo considero que debe llegar el conocimiento a nuestros niños y jóvenes, de este conflicto, lo que fue realmente, abrir las puertas para que entre el conocimiento, entre el estudio de los hechos y entonces el joven pueda ver a distancia qué sucedió, cómo se desarrolló y precisamente responda: ¿existió traición? Recuerde que una herida para sanarla hay que abrirla y limpiarla. Hay que ventilarlo para que sane la herida. v