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Autora y compositora
Aunque la relación rápidamente anunció un quiebre del que no se recuperaría, por consejo de su padre, la joven Isabel no se rindió y luchó por su matrimonio. Luego de tres años, regresaron a Lima, a una casa en la avenida Hipólito Unanue21 n.º 130, en el distrito de Lince. En 1947, el 27 de mayo, nació su segundo hijo, Carlos Enrique, y poco más de un año después, el 6 de octubre de 1948, Teresa María Isabel Emilia, la última de sus hijos y la única mujer22. Aunque se casó con la ilusión de que su vida sería feliz, como la de sus padres, luego describiría su matrimonio como un periodo en el que vivió «diez años con la sonrisa ausente» (Ardiles, 1981, p. 324).
AUTORA Y COMPOSITORA
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Pese a la niebla gris que opacaba su luz, la vida de Chabuca estaba por dar un maravilloso giro. Habían pasado apenas cinco años desde que se casó con Enrique Fuller y ya el matrimonio estaba deshecho. Fuera de sus hijos y familia, solo encontraba refugio en la música, eterna compañera de sus desvelos y travesuras. Sin embargo, salvo hermosas excepciones, el cancionero popular de la época estaba poblado en su gran mayoría por canciones que hablaban trilladamente de amor, y a ella le «daba vergüenza cantar semejantes extravagancias» (Ardiles, 1981, p. 325). En realidad, la razón para no hacerlo era mucho más importante aún: Chabuca no estaba dispuesta a entonar ni una sola sílaba que Fuller pudiese interpretar equivocadamente como una dedicatoria hacia él. Así, tras escuchar a la cantautora venezolana Conny Méndez y descubrir que «una mujer podía componer canciones», comenzó a «contar sobre todo y sobre todos, pero cantadito» (Rodríguez Villar, 1995, p. 27). Aún no podía saberlo, pero de estas canciones, que ella misma calificaba como «muy pequeñas [...], que eran juglaría, únicamente» (Ardiles, 1981, p. 324), saldría a relucir esa estrella que cambiaría completamente su destino.
En 1948, unos queridos amigos de Chabuca, el matrimonio colombiano conformado por Armida Cárdenas Moreno y Simón Arboleda, retaron a la neófita «juglaresa» a componer un «tradicional vals criollo», mientras que ellos harían lo mismo con un bolero (Bulnes, 1990, p. 41). Nació, entonces, el primer vals de Chabuca, Lima de veras, cuyos versos iniciales dicen así:
Vieja ciudad, calma ilusión, bella verdad, mi inspiración, la Lima antigua que se va;
21. Actualmente avenida César Vallejo. 22. Sus tres hijos fueron bautizados por el padre Constancio Bollar en la iglesia Virgen del Pilar de San Isidro (Granda, 1983, p. 2).
el señorío de su ayer nos dice adiós desde un balcón disimulando su desdén.
Tus siluetas recortadas quitan luz al paredón, la callecita engalanada cede paso a la ilusión; sombras que ocultan miradas, celos de inmensa pasión, coqueterías desgranadas en jaranas de cajón.
Aunque no había decidido darlo a conocer, su letra evocativa y melodía cautivadora encantaron a Armida y Simón, quienes lo aprendieron de memoria para que luego Graciela Morales, hija de la notable música peruana Rosa Mercedes Ayarza, lo transcribiera al pentagrama (Mundaca, 1983, p. 8)23. Con la partitura lista, y a escondidas de su autora, la canción fue presentada por su íntima amiga María Isabel «Maricucha» Sánchez-Concha a un concurso organizado por la Municipalidad del Rímac, en el cual, para sorpresa de Chabuca, resultó victoriosa (Bulnes, 1990, pp. 41-42). Al asistir a la ceremonia de premiación, conmovida, recibió el premio frente a los aplausos de un encendido público: 1.000 soles de oro, que dieron inicio a su carrera profesional como autora y compositora (Mundaca, 1983, p. 8).
23. Nacida en Lima en 1881 y considerada la continuadora de la «práctica folklorística de sublimación artística» de Rebagliati (Raygada, 1954, p. 128), Ayarza no solo recopiló tonadas peruanas para incorporarlas en composiciones académicas a manera de piezas o suites, sino que se entregó también a la magna tarea de transcribir sus letras, para lo cual «se valió de su hermano —el famoso Karamanduca—, quien, de tarde en tarde, llevaba a su casa viejos negros y zambos cantores y guitarristas, copleros y bailarines» (Zanutelli, 1999, p. 21).