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La vida en Barranco
LA VIDA EN BARRANCO
Corrían los primeros años de la década de 1920. Gobernaba por entonces Augusto B. Leguía, considerado como una «alternativa política viable y diferente al civilismo y al orden “señorial”» (Contreras & Cueto, 2013, p. 242). La propuesta de Leguía era de una «Patria Nueva», cuyo propósito sería romper con el control político de las élites para incorporar a las clases medias al mismo tiempo que apostaba por la modernización del Estado (Contreras & Cueto, 2013, pp. 244-245). Esto le valió la simpatía de muchos jóvenes profesionales, entre ellos Eduardo Granda y San Bartolomé. Lo cierto es que, cuando regresaron a la capital, Eduardo, Isabel e Isabelita encontraron una Lima moderna, una ciudad que se había embellecido con la construcción de nuevos edificios —como el hotel Bolívar en la plaza San Martín, el hospital Arzobispo Loayza y el Castillo Rospigliosi—, así como nuevas y amplias avenidas —como Leguía, Camino de la Magdalena, El Progreso, La Unión y Circunvalación— 6 que anunciaban el crecimiento austral de la ciudad.
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Al llegar, la familia Granda y Larco se hospedó en el hotel Maury-Richmond antes de mudarse a su primer domicilio, ubicado en la cuadra 2 de la calle de Aldabas (Granda, 1983, p. 2), actual cuadra 2 del jirón Azángaro, cerca de la iglesia de San Francisco; una casa construida en 1918, donde, el 16 de febrero de 1924, nació el tercer hijo de la familia, Eduardo (Ardiles, 1981, p. 320). También en dicha casa tuvo Isabelita una primera experiencia «mística». Inquieta debido a una reunión familiar que no quería perderse, su prima, Cecilia Pazos Granda, le advirtió: «Ahí se va tu angelito de la guarda»; Isabel volteó y juró haberle visto «las patitas» mientras se escapaba (Ardiles, 1981, p. 320; Mundaca, 1983, p. 1). Delataba ya una imaginación inquieta muy despierta que no paraba nunca de crear. Por ello, no fue de extrañar que, al año siguiente, la niña comenzara a asistir al colegio cuando contaba con tan solo cinco años. Para ese momento, la familia se había mudado al barrio La Colmena, entre las avenidas Nicolás de Piérola y Tacna, a una casa en un tercer piso desde donde se veía el patio del colegio Sagrado Corazón7, conocido entonces como «León de Andrade» por la calle homónima en la que se ubicaba —hoy es la cuadra 5 del jirón Moquegua—. La niña obtuvo un permiso especial para ir con ama y entrar por la puerta trasera, ubicada en la calle Colmena, además de recibir la «mamadera a la hora del té»
6. Hoy son las avenidas Arequipa, Brasil, Venezuela, Argentina y Alfonso Ugarte, respectivamente. 7. En 1942, este colegio se trasladó a la avenida Salaverry y cambió su nombre por el de Sagrado Corazón Sophianum, como se le conoce hasta hoy.
Chabuca Granda de niña en Lima, lista para una fiesta de carnaval.
Chabuca Granda vistiendo su uniforme escolar.
Chabuca creció dentro de una familia musical. Su padre tocó instrumentos desde pequeño como parte de la Orquesta de los Hermanos Granda y San Bartolomé. Primera fila, sentado con el clarinete en la mano, 1887.
que enviaba su madre, a quien la niña agradecía con reverencias teatrales desde el patio del colegio (Mundaca, 1983, p. 2)8 .
Debido a una enfermedad a los bronquios que afectó a Isabelita, en el verano de 1926 Eduardo e Isabel decidieron mudarse con su familia a una casa en la quebrada de la bajada de los baños en el distrito de Barranco9, para «tomar temperatura» (Mundaca, 1983, pp. 2-3). En esa casa, el 7 de mayo de ese mismo año, nació su hermano José (Granda, 1983, p. 2). Crecía la familia y crecía también la niña Isabel, libre en la quebrada y con muchos amigos (Ardiles, 1981, p. 321). En seguida, trabó amistad con Esperanza, hija de doña María, a quien nuestra niña artista llamaba «La Viejita», que le contaba cuentos a cambio de que estuviera «formalita» (Mundaca, 1983, p. 3); con Zoila, hija de la lavandera que se molestaba cuando jugaban con la batea; con Gloria, hija del conductor del tranvía; con los García Ronceros y también con los Bahamonde —en cuyo colegio jugaba pelota—; e incluso con un señor que todos los sábados llegaba cojeando a rezar a la gruta, hasta que, al fin, se curó, razón suficiente para que la niña lo diera por «santo porque había convencido a la Virgen» (Mundaca, 1983, p. 3).
A la entrañable estadía en la quebrada del distrito de Barranco pertenecieron los primeros acercamientos a la música, como el encuentro constante con el ícono de la música popular peruana del momento —a quien iba a escuchar los sábados junto con su ama, María Cuadros—, el celebrado pianista Carlos Alberto Saco. Cuando lo escuchó tocar una de sus composiciones, la pieza instrumental Rosa Elvira10, aunque todavía no le gustaban ni los platos de comida criolla, «por lo picantes», ni la música criolla misma, nuestro vals limeño la cautivó para siempre (Mundaca, 1983, pp. 3-4). Gustaba, también, de las sobremesas con su padre, mientras su madre tocaba, en la guitarra o el piano, «las canciones peruanas que estaban de moda en esos tiempos» (Mundaca, 1983, p. 4), tiempos modernos que avanzaban al ritmo de los tangos y foxtrots que llegaban a Lima a través del cine y los discos provenientes de los Estados Unidos de América (Borras, 2012, pp. 59, 110-121); se sumarían a estas influencias musicales las rumbas y boleros cubanos, las marchinhas brasileñas y los pasodobles españoles, los cuales, aunque cambiaron para siempre el paisaje sonoro
8. En el colegio, uno de sus placeres más grandes era tomar los nísperos de la huerta, hasta que un día fue descubierta trepada en un árbol por la madre Carballo, una monja chilena «de duro carácter, pero muy buena». Esta le gritó: «¡Cielos! ¿Qué haces ahí, Granda?», a lo que la creativa niña respondió: «Estoy haciendo retiro, madre» (Mundaca, 1983, p. 2). 9. Barranco se creó como distrito en 1874, pero en 1892 se fusionó con Surco en el distrito denominado San José de Surco. Recién en 1929 (Ley 6644) se creó el distrito de Santiago de Surco y se separó a Barranco de su área. No obstante, el nombre de San José de Surco se mantuvo hasta 1971, cuando, mediante la Ley 19001, se restituyó formalmente el nombre de Barranco al distrito. 10. Conviene anotar que la letra con la que se canta actualmente este vals fue escrita por Pedro Espinel tras la muerte de Saco (Mejía, 2012).
de Lima y el devenir de su música popular, no pudieron quitarles nunca su lugar a la marinera y el tondero (Santa Cruz, 1989, pp. 73, 79).
El culto por la música corría ciertamente en la familia: por el lado materno, tuvo un tío que fundó y cantó en la agrupación coral Orfeón de Chiclín, creada en 1924 en dicha ciudad, donde la familia Larco poseía tierras y haciendas; por el otro lado, su padre, Eduardo, formó parte de un conjunto de cámara con todos sus hermanos, en el cual tocó el clarinete desde los tres años y, más adelante, el saxofón. Quizá por todo eso se le hizo tan natural a la niña Isabel expresarse con arte desde tan temprana edad.
No son pocas las anécdotas que dan cuenta de sus dotes histriónicas y musicales, que tan bien se complementaron con su espíritu inquieto y travieso. Ante la prohibición, por parte de sus padres, de comer raspadillas —temerosos de que enfermara de tifoidea—, la niña tuvo la idea de salir a bailar junto con su hermano Eduardo al ritmo de la música que tocaba el raspadillero, para que, así, al atraerle más clientes, este les pagara con la más dulce y refrescante recompensa. Sin embargo, para que la coreografía funcionara, dado que ella era la hermana mayor y, por ende, más grande que su hermano, lo convenció de intercambiar ropas, con lo que ella quedó en el papel del chico y Eduardo, en el de la chica. El baile escogido fue el charlestón, y el éxito de la empresa fue tal que el vendedor terminó debiéndoles raspadillas ese verano (Ardiles, 1981, p. 322).
De igual manera, cuando la visitaban sus amigas más íntimas, preparaba la pianola con un rollo cuya música había memorizado y las hacía pasar en el momento justo en que comenzaban a sonar las notas, mientras sus dedos recorrían las teclas sin tocarlas. Al terminar la pieza, las hacía salir de la habitación con el pretexto de tener que «prepararse emocionalmente», pero, en realidad, era para cambiar el rollo y hacerlas pasar nuevamente a que «disfruten del concierto». Asimismo, ponía en el fonógrafo un disco de Amelita Galli-Curci, una célebre cantante lírica con registro de soprano, a quien terminó por imitar tan bien que llamó la atención de la madre María, profesora en el Chalet (Mundaca, 1983, p. 4)11. Esta adelantó un año su primera comunión para que pudiera participar en la misa de celebración del sacramento, el 11 de diciembre de 1926 (Ardiles, 1981, p. 323), cuando debutó cantando el solo del Ave María (Granda, 1983, p. 4).
La familia pasó así unos años dichosos en el distrito de Barranco, que dejaron una huella indeleble en nuestra compositora. Había sido, en definitiva, una buena década para la familia Granda y Larco; luego de desempeñarse como concejal de la Municipalidad de Lima, el ingeniero
11. Debido a la mudanza, Isabelita tuvo que asistir al Chalet, nombre con el que se conocía a la sede del colegio Sagrado Corazón —«León de Andrade»— en el distrito de Chorrillos, que funcionaba también como pensionado.
Chabuca, en la primera fila, al centro, en una fiesta sorpresa, abril de 1936. Chabuca Granda en un lonche con sus amigas de colegio de primaria, tercera de derecha a izquierda.
Equipo de básquetbol del colegio Sagrado Corazón —«León de Andrade»—, 1936. Chabuca Granda es la primera de la derecha de la fila delantera. Chabuca Granda, segunda de la derecha, junto a compañeras del equipo del Lawn Tennis.
Eduardo Granda y San Bartolomé asumió el cargo de diputado nacional por la provincia de Grau, Apurímac, en 1929 (Trazegnies, 1948, p. 159).
Al iniciarse la década de 1930, la «Patria Nueva» cayó tras el levantamiento del teniente coronel Luis M. Sánchez Cerro. Leguía fue tomado prisionero y confinado en el Panóptico12, donde moriría, enfermo, al poco tiempo. El hostil ambiente político se vio agravado por la guerra civil que se vivía, sobre todo, en el centro y el norte del país, y se inició un caótico periodo de inestabilidad y crisis económica (Contreras & Cueto, 2013, pp. 267-268). Esta misma intensidad se vio reflejada en todas las artes, tanto negándolas como exacerbándolas: desde las vanguardias literarias y el indigenismo hasta la canción popular, la cual por entonces abandonaba los ideales estadounidenses modernistas, y hasta vanguardistas, que habían caracterizado a la producción de los felices años veinte —ejemplificadas, mejor que nadie, en la figura de Felipe Pinglo (Sarmiento, 2018, pp. 131-132)— para adoptar, más bien, rasgos identificados con los llamados géneros nacionales de las distintas regiones latinoamericanas —como el tango argentino o el samba brasileño—, transformando por completo el paisaje sonoro urbano en la década de 1930.
Al mismo tiempo que cambiaba el país, lo hacía también la familia Granda y Larco, al mudarse de Barranco a la plaza Dos de Mayo, al número 100, nuevamente en el barrio La Colmena, y terminar al fin de conformarse nuclearmente con el nacimiento, el 16 de julio de 1931, día de la Virgen del Carmen, del último de los hijos, César. Fue también en esa casa donde la familia sufrió un duro golpe económico tras ser víctimas de un robo que significó la pérdida no solo de sus grandes ahorros, producto de los años de servicio en la Cotabambas Auraria, sino también de sus regalos de bodas, así como otros objetos de valor. Pero lo que perdió la familia por un lado, lo ganó por otro la joven Isabel al descubrir que desde su cuarto se podían escuchar, durante las noches, las guitarreadas y serenatas que se daban en los solares y callejones, aunque ello le significara asistir al colegio con «unas ojeras de estribo» porque se había quedado en vela oyendo esos aires «perfectamente cantados por señores a la antigua, por “cantores de pecho” [...], los tonderos, las marineras y los valses criollos de entonces» (Ardiles, 1981, p. 323), que afinaron su oído con lo más tradicional y popular del repertorio urbano limeño.
A pesar de las desveladas13, terminó muy bien el colegio, participando siempre en toda velada o festival artístico que se organizaba. Sin embargo, inquieta y traviesa, como ya se sabía que era,
12. La famosa Penitenciaría de Lima fue construida durante el gobierno de Ramón Castilla y demolida en la década de 1960. Se ubicaba en donde actualmente se encuentran el Centro Cívico y el hotel Sheraton. 13. Además de las desveladas provocadas por las guitarreadas, Chabuca sufría de insomnio, que se remontaba a su niñez, durante la cual fue necesario que tuviese una ama nocturna que jugara con ella y la acompañara durante el desvelo. Este