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Una larga noche
UNA LARGA NOCHE
Ha empezado el final entre yo y yo... Mi cuerpo ya se vence y el alma, exhalo... con la infinita tristeza rosa, en sus colores idos, y perfumes, que he perdido... —Chabuca Granda, 1972.
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Luego del infarto, no podía ser la misma. Postrada por su quebrada salud y dependiente de una medicina que a las justas aquietaba lo suficiente su alma para que no sintiera el dolor, poco importó a la artista que las posibilidades de éxito de una operación le hubieran sido anunciadas como nulas. Ante la opción de someterse a una intervención quirúrgica en Houston, que prometía siquiera la oportunidad de «operar lo inoperable», no tuvo que pensarlo dos veces. Si no podía ni soñar, ¿qué era lo que prolongaba?
No logró llegar a Los Ángeles, Estados Unidos, donde la esperaba el Dr. Subiate: el mal tiempo la obligó a desviar su destino a Miami. Se internó en el Florida Medical Center de Fort Lauderdale para ser operada a corazón abierto por el Dr. Janke, el 3 de marzo de 1983. Lamentablemente, una mala praxis durante la intervención quirúrgica ocasionó que la presión arterial de Chabuca bajara a cero durante veinte minutos, contra lo cual no había nada más que hacer (Mundaca, 1983, p. 15). El martes 8 de marzo de 1983, a las 00:13 horas, murió María Isabel Granda y Larco (Bulnes, 1990, p. 90).
Su cuerpo fue velado los días 8 y 9 en Coral Gables, antes de embarcarse, en la madrugada del jueves 10, en un avión de AeroPerú rumbo a Lima, a donde llegó casi a las 8 de la mañana. Fue recibida por miles de personas, entre las que sobresalieron Carlos «Caitro» Soto de la Colina, Augusto Polo Campos, Luis Abanto Morales, Manolo Salerno, Daniel Camino y Eusebio «Pititi» Sirio, quienes cargaron el féretro. De ahí, fue trasladada al Convento de los Descalzos, donde había sido muy querida y siempre recibida, y se rompió la tradición de cuatrocientos años de no haber
velado nunca a una mujer allí (Bulnes, 1990, pp. 90-91). Luego del servicio, celebrado por el padre Javier Ampuero, acompañado de monseñor Graziani para la homilía, y musicalizado con su propia misa criolla, el féretro partió hacia su destino final, pero se detuvo en Palacio de Gobierno, donde el presidente Belaunde, junto con todo su gabinete de ministros, le rindió un homenaje. Tras pasar frente a la casa de Victoria Angulo, llegó al cementerio El Ángel, donde habría de descansar al lado de sus amados padres (Bulnes, 1990, pp. 92-95). Durante el entierro sonó Bello durmiente, en la afinada voz del niño Mariano Huaychillo (Fuller & Rodríguez, 1989, p. 70), antes de que «Caitro» Soto entonara, sin ningún acompañamiento, Me he de guardar, ante el silencio de todos.
La propia Chabuca había escrito, un poco más de diez años antes, en su inédita autobiografía, un final que sensiblemente denota este último tramo de su vida. Al leerlo, sus palabras estremecen a quienes aún nos sentimos afectados por su partida y guardamos la esperanza de que esos tres puntos suspensivos no sean un final, solo una reticencia más de su verbo:
mi rosa duende, muerta incomparable... desde mi huaico, mía... rosa rosa, en la que he muerto de fatiga, de ausencia, de distancia... (Granda, 1972).