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CAPÍTULO X CAMBIO EN LA CONTINUIDAD EN LA CIENCIA Y LA TECNOLOGÍA
EL HOMO SAPIENS -DE LA CURIOSIDAD CREADORA A LA CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA-
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EL HOMO SAPIENS -DE LA CURIOSIDAD CREADORA A LA CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA-
La ubicación de las creaciones técnicas no basta identificarse con el tiempo de su aparición, pese a que constituye un momento de singular importancia.
El entendimiento del proceso del desarrollo de las técnicas que acompañaron el avance de los pueblos en las diferentes etapas de su ascenso civilizatorio tiene origen y desenvolvimiento a diferentes niveles en muchos lugares. Estos hechos y circunstancias evidencian que el esfuerzo de mejoras y transformaciones del ambiente de convivencia representan un espíritu característico del hombre en distintas latitudes y momentos epocales.
De allí que precisar el “invento” de manera aislada del contexto universal pudiera significar apreciaciones inexactas e injustas.
Por ejemplo, “algunas civilizaciones alcanzaron un alto grado de aprovechamiento técnico sin ser por lo visto, profundamente influidas por los métodos y objetivos de la técnica. Todos los instrumentos críticos de la tecnología moderna –el reloj, la prensa de imprimir, el molino de agua, la brújula, el telar, el torno, la pólvora, sin hablar de las matemáticas, de la química y de la mecánica– existían en otras culturas. Los chinos, los árabes, los griegos, mucho antes que los europeos del norte, habían dado la mayor parte de los primeros pasos hacia la máquina.”195
Pueblos hubo que crearon técnicas para construir maquinarias, pero que no acertaron para agregar valores o sea no tuvieron la creatividad para modificar lo que encontraron establecido por no poseer la cultura técnica suficiente. Otros aprovecharon las realizaciones de diversas comunidades e incluso, en ocasiones, les agregaron innovaciones.
Así, “aunque las grandes obras de ingeniería de los cretenses, los egipcios y los romanos fueron realizadas principalmente sobre una base empírica, aquellos pueblos disponían claramente de una gran pericia técnica. Tenían máquinas; pero no desarrollaron <<la máquina>>. 196
En esta cooperación no concertada, pero presente misteriosamente en la ebullición mental de los pueblos de encontrar instrumentos auxiliares para la realización de sus faenas, “correspondió a los pueblos de Europa occidental llevar las ciencias físicas y las artes exactas hasta un punto que ninguna otra cultura había alcanzado, y adaptar toda la forma de vida al paso y a las capacidades de la máquina.”197
En las páginas de la vida humana, se transmiten hechos, ideas e interpretaciones que testimonian las formas y mecanismos diseñados por el hombre en atención a visiones, estudios o a sorpresas, es decir, encontrarse con situaciones jamás imaginadas ni cultivadas ni perseguidas.
En el ambiente de incierta nebulosa y panorama claroscuro de la indagación motivada por la curiosidad transformadora sometidas a la claridad de objetivos perseguidos “la técnica y la civilización en conjunto son el resultado de elecciones, de aptitudes y de esfuerzos, tanto pensados como inconscientes, a menudo irracionales cuando al parecer, son de lo más objetivo y científico; pero incluso cuando son incontrolables no son externos. La elección se manifiesta en la sociedad por pequeños incrementos y decisiones instantáneas, así como en ruidosas luchas dramáticas; y el que no vea el papel que juegan las decisiones en el desarrollo de la máquina pone de manifiesto su incapacidad para observar los efectos acumulativos hasta tanto no estén tan arracimados conjuntamente externos e impersonales.”198
Observando el pasado a través de este trazado, fundamento del presente, se detecta que “a mitad del siglo XVIII la revolución industrial fundamental, la que transformó nuestra manera de pensar, nuestros medios de producción, nuestra manera de vivir, ya se había cumplido, las fuerzas externas de la naturaleza estaban dominadas; y las fábricas, los telares y las hiladoras trabajaban afanosamente en toda Europa occidental. Había llegado el momento de consolidar y sistematizar los grandes avances que se habían realizado.” 199
195 L.J. Lebret. Op. cit., p. 50 196 Ibídem 197 Ibídem 198 Lewis Mumford. Op. cit., p. 24 199 Lewis Mumford. Op. cit., p. 171
EL HOMO SAPIENS -DE LA CURIOSIDAD CREADORA A LA CIVILIZACIÓN TECNOLÓGICA-
“En resumen, estamos tratando de un complejo técnico que no puede situarse estrictamente dentro de un lapso de tiempo, pero si se toma el año 1700 como principio, 1870 como punto máximo de la curva ascendente, y 1900 como comienzo de un movimiento aceleradamente ascendente, se consigue una imagen bastante aproximada de los hechos. Sin aceptar ninguna de las implicaciones del intento de Henri Adams de aplicar la regla de las fases de la física a los hechos de la historia, se puede conceder un incremento del ritmo del cambio a los procesos de invención y de progreso técnico, al menos hasta el momento presente, y si ochocientos años casi definen la fase eotécnica, deberíamos esperar un plazo mucho más corto para la paleotécnica.”200
En este estadio de las transformaciones logradas por el desarrollo cultural expresado a través de la ciencia mecánica, “el régimen eotécnico estaba sacudido hasta sus cimientos. Apareció un nuevo movimiento en la sociedad industrial que se había estado concentrando progresivamente casi inadvertido desde el siglo XV, después de 1750 la industria llegó a una nueva fase, con una fuente de energía diferente, con materiales diferentes y objetivos sociales diferentes. Esta segunda revolución multiplicó, vulgarizó y extendió los métodos y los bienes producidos por la primera; ante todo, iba dirigida hacia la cuantificación de la vida, y podría calibrarse su éxito solamente en términos de la tabla de multiplicar.”201
Todo el empeño de épocas pasadas revela el testimonio del continuo relevo generacional en la construcción de la civilización. “Durante todo un siglo la segunda revolución industrial, a la que Gedes llamó la edad paleotécnica, ha disfrutado del crédito de muchos progresos que se habían conseguido en siglos anteriores.” 202
Como reitera la historia, la ruptura ocasionada por la evolución transformadora, no deja un vacío pronunciado, que invita a un nuevo comienzo, sino que deja incólumes columnas del progreso anterior, a partir de donde se anexa lo nuevo, en una especie de cambio y renovación en la continuidad.
En este sentido, “lo que se llama ordinariamente la revolución industrial, la serie de cambios industriales que empezaron en el siglo XVIII, fue una transformación que tuvo lugar en el curso de una marcha mucho más larga.”203
La carga epocal de la creación e innovación técnica, manifestada con ímpetu transformador de escala superior, apuntó “a la mitad del siglo XVIII la revolución industrial fundamental… las fuerzas externas de la naturaleza estaban dominadas; y las fábricas, los telares y las hilanderas trabajaban afanosamente en toda Europa occidental. Había llegado el momento de consolidar y sistematizar los grandes avances que se habían realizado.”204
En este proceso de rompimiento o astillamiento de lo existente, se construye entre las rajaduras, ralladuras o intersticios para de ahí hacer las oportunas conexiones para permitir la continuidad y comprensión del progreso.
Así, “la máquina ha invadido nuestra civilización en tres olas sucesivas. La primera ola, que entró en movimiento hacia el siglo X. acumuló fuerza e impulso al tiempo que otras fuerzas de la civilización se debilitaban y se dispersaban: este temprano triunfo de la máquina fue un esfuerzo para conseguir orden y potencia con medios puramente externos, y su éxito se debió en parte al hecho que eludía muchos de los problemas auténticos de la vida y se alejaba de las graves dificultades sociales y morales que no había ni afrontado ni resuelto. La segunda ola se lanzó adelante en el siglo XVIII después de un largo estancamiento durante la Edad Media, con sus perfeccionamientos en la minería y el trabajo del hierro: aceptando todas las premisas ideológicas del primer esfuerzo para crear la máquina, los discípulos de Watt y Arkwright aspiraban a universalizarlas y a aprovechar las consecuencias prácticas. Durante este esfuerzo, varios problemas morales, sociales y políticos que se habían dejado de lado por el exclusivo desarrollo de la máquina, se presentaron entonces nuevamente con redoblada urgencia: la misma eficiencia de la máquina fue radicalmente disminuida por el fracaso de alcanzar en la sociedad un conjunto de fines armoniosos e integrados. La regimentación
200 Lewis Mumford. Op. cit., p. 175 201 Lewis Mumford. Op. cit., p. 171 202 Lewis Mumford. Op. cit., pp. 171, 172 203 Lewis Mumford. Op. cit., p.22 204 Lewis Mumford. Op. cit., p. 171
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externa y la resistencia y la desintegración internas iban de la mano: aquellos afortunados miembros de la sociedad que estaban en completa armonía con la máquina lograron dicho estado solamente cerrando varios caminos importantes de la vida. Finalmente, empezamos en nuestros propios días a observar las crecientes energías de la tercera ola: detrás de ésta, tanto en la técnica como en la civilización, hay fuerzas que fueron anuladas o desviadas por el temprano desarrollo de la máquina, fuerzas que se manifiestan ahora en todos los sectores de la actividad, y que tienden hacia una nueva síntesis del pensamiento y a una fresca sinergia en la acción. Como resultado de este tercer movimiento, la máquina deja de ser sustitutivo de Dios o de una sociedad ordenada; y en vez de que su éxito se mida por la mecanización de la vida, su valor se hace cada vez más mensurable en términos de su propia aproximación a lo orgánico y lo vivo. Las olas de retroceso de las dos primeras fases disminuyen algo de la fuerza de la tercera ola: pero la imagen sigue siendo exacta en cuanto que sugiere que la ola que ahora nos está transportando se está moviendo en una dirección opuesta a las del pasado.”205
205 Lewis Mumford. Op. cit., pp. 22-23