Comunababelia

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Suplemento Virtual del Núcleo de Investigación

ComunBabelia Diseño y Diagramación: Jenny Farías. Correción: Verónica Pirela Centro de Estudios de la Comunicación CECSO. Eje Caqique Mara. UBV

Trampas mediáticas La mediática contemporánea hace viral algunas fechas emblemáticas de la historia de la humanidad. En su juego de divulgar/ocultar, no hay memoria del por qué y del cómo. No se construye un hilo argumentativo que permita el razonamiento y construcción de sentido. La noticia como género informativo es una prostituta o prostituto vil, que da sin dar a cambio de dinero. La noticia exhibe una falsa noción de información que re­genera ciudadanos inmersos en una ilusoria noción de “saber lo que pasa”, luego de re­petir lo que los medios han decidido poner a circular. La crónica permite y brinda otros recursos para quien narra y para quien lee lo narrado. Para quien escribe es un reto mayúsculo hacer crónicas desde un ejercicio periodístico profesional y militante, por eso y por otras razones propias de las rutinas de producción no hay crónicas con frecuencia en los diarios. José Martí nos dejó su ejercicio como periodista de excepción con su trabajo ante el ajusticiamiento de los mártires de Chicago, partiendo de allí podemos quizás hacer una mejor re­lectura de por qué conmemorar el día de los trabajadores hoy como una lucha que debe seguir en ebullición. El proceso de los anarquistas de Chicago, José Martí, Nueva York 2 de Septiembre de 1886.

por Verónica Pirela

Señor Director de La Nación: Aquellos anarquistas que en la huelga de la primavera lanzaron sobre los policías de Chicago una bomba que mató a siete de ellos, y huyeron luego a casa donde fabrican sus aparatos mortíferos, a los túneles donde enseñan a sus afiliados a manejar las armas, y a untar de ácido prúsico, para que maten más seguramente, los puñales de hoja acanalada; aquellos que construyeron la bomba, que convocaron a los trabajadores a las armas, que llevaron cargado el proyectil a la junta pública, que exitaron a la matanza y el saqueo, que acercaron el fósforo encendido a la mecha de la bomba, que la arrojaron con sus manos sobre los policías, y sacaron luego a la ventana de su imprenta una bandera roja, aquellos siete alemanes, meras bocas por donde ha venido a vaciarse sobre América el odio febril acumulado durante siglos europeos en la gente obrera; aquellos míseros, incapaces de llevar sobre su razón floja el peso peligroso y enorme de la justicia, que en sus horas de ira enciende siempre a la vez, según la fuerza de las ramas en que arraiga, apóstoles y criminales; aquellos han sido condenados, en Chicago, a muerte en la horca. Tres de ellos ni entendían siquiera la lengua en que los condenaban. El que hizo la bomba, no llevaba más que unos nueve meses de pisar esta tierra que quería ver en ruinas. Uno solo de los siete, casado con una mulata que no llora, es norteamericano, y hermano de un general de ejército: los demás han traído de Alemania cargado el pecho de odio. Desde que llegaron, se pusieron a preparar la manera mejor de destruir. Reunían pequeñas sumas de dinero; alquilaban casas para hacer experimentos; rellenaban defulmicoton trozos pequeños de cañerías de gas: iban de noche con sus novias y mujeres por los lugares abandonados de la costa a ver cómo volaban los cascos de barco; imprimían libros en que se enseña la manera fácil de hacer en la casa propia los proyectiles de matar: se atraían con

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Edición

Mayo

2015

Crónica de José Martí a propósito del Día del Trabajador

sus discursos ardientes la voluntad de los miembros más malignos, adoloridos y obtusos de los gremios de los trabajadores: “pudrían ­dice el abogado­ como el vómito del buitre, todo aquello a que alcanzaba su sombra”. Aconsejaban los bárbaros remedios imaginados en los países donde los que padecen no tienen palabra ni voto, aquí, donde el más infeliz tiene en la boca la palabra libre que denuncia la maldad, y en la mano el voto que hace la ley que ha de volcarla: al favor de su lengua extranjera, y de las leyes mismas que desatendían ciegamente, llegaron a tener masas de afiliados en las ciudades que emplean mucha gente alemana: en Nueva York, en Milwaukee, en Chicago. En libros, diarios y juntas adelantaban en organización armada y predicaban una guerra de incendio y de exterminio contra la riqueza y los que la poseen y defienden, contra las leyes y los que las mantienen en vigor. Se les dejaba hablar, aun cuando hay leyes que lo estorban, para que no pudieran prosperar so color de martiriro, ideas de cuna extraña, nacidas de una presión que aquí no existe en la forma violenta y agresiva que del otro lado del mar las ha engendrado. Prendieron estas ideas lóbregas en los espírutus menos racionales y más dispuestos por su naturaleza a la destrucción; y cuando al fin, como enseña de este fuego subterráneo, saltó encendida por el aire la bomba de Chicago, se vio que la clemencia equivocada había permitido el desarrollo de una cría de asesinos. Todo esto se ha probado en el proceso. Ellos que, salvo el norteamericano, tiemblan hoy, pálidos como la cal, de ver cerca la muerte, manejan en calma los instrumentos más alevosos que han sugerido nunca al hombre la justicia o la venganza. No fue que rechazasen en una hora de ira el ataque violento de la policía armada: fue que, de meses atrás, tenían fábricas de bombas, y andaban con ellas en los bolsillos “en espera del buen momento”, y atisbaban el paso a los


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