Mitad Doble nº 14, especial "amor postal"

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nĂşmero 14 primavera 2014 mitaddoble.com 3,95 â‚Ź

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Atentamente te desestimo STOP Nunca (más) tuya

Foto: Carlos Bolívar | Texto: Laura Naranjo mitad doble | 3


Editorial

Amor Postal Como mi juventud estuvo desprovista de móviles y ordenadores, atesoro varios hatillos de cartas y postales manuscritas. Las guardo en unas cajas de cartón que se niegan a desprenderse de mí en las mudanzas. Nunca se me ha ocurrido ordenarlas por fechas, personas o circunstancias y se conservan en una suerte de caos despreocupado, pues los recuerdos saben envejecer sin burocracia que les pase lista y añejarse en paciencia y silencio: son cartas y aprendieron a ser vinos de tinta, etiquetados por el sello y el matasellos, que nos indican la procedencia y la fecha de elaboración. Las hay de todo tipo, y volviéndolas a leer (o a beber), uno se reencuentra con el pasado, muchas veces ya lejano. Las cartas de amor en mi colección son escasas, no porque no me haya prodigado en ellas, que redacté un montón, si no porque al haber practicado desde muy joven el vicio de escribir ocurría que yo enviaba cartas a la musa o la novia de ese momento y ellas se sentían agradecidas, pero no obligadas a responderme. Duro es para mí hoy romper tu carta. Pero en cambio, el amor no hay quien lo rompa, y mejor es que dure el amor y que se borre la tinta, escribía Ibn Hazm de Córdoba en El Collar de la Paloma. Y sin embargo, la tinta dura y el amor se borra. Así son las cosas. Por lo anteriormente expuesto, son mayoría en mi colección las cartas de amigos y las postales amistosas. Un buen número de estas cartas fueron escritas por un buen amigo, Pedro García, hoy veterano periodista y hace unos años entusiasta estudiante de Periodismo en la Universidad del País Vasco. Durante el tiempo que estuvo allí, cruzamos una nutrida correspondencia en la que nos íbamos informando 4 | mitad doble

de nuestros anhelos y experiencias. Nos veíamos en verano, pero no pudimos o quisimos dejar de comunicarnos de un modo más sosegado y continuo durante el curso. Releerlas ahora es visitar de nuevo a nuestro amigo, y en sus respuestas -y sus preguntas- uno se ve reflejado, y ésta es otra de las maravillas del género epistolar, ya que se acostumbra a tener la mitad del texto: el reflejo en el espejo. Sólo lo que recibimos perdura, lo que damos no sabemos qué destino ha tenido. Así es la vida. Las postales conforman un universo amable. Si se extienden en una mesa, resulta un mapamundi feliz de lugares y épocas diferentes. Ganan muchísimo con el tiempo, y las más horteras se convierten, poco a poco, en legendarias. Y siempre, y eso es lo más hermoso, una postal es una invitación a viajar. En el espacio y en el tiempo. Ahora hay otras formas. Más instantáneas. Olvidadizas. O no. Porque el correo electrónico y las demás fórmulas de comunicación pueden ser también fascinantes. Nos parecen modernas, novísimas, por ello mismo desprovistas de la magia del papel, del prestigio de lo antiguo. Pero dentro de un tiempo tendrán justo eso, más tiempo encima. Volveremos a visitarnos en las líneas que nos escribieron tiempo atrás y seremos otra vez lo que fuimos, lo que somos: seres precisados de nadar en una caja de recuerdos incompletos e imperfectos. Y nos reconoceremos en las palabras que duran, los amores que se borran y los viajes por hacer. Augusto López


Todas as cartas de amor são ridículas. Não seriam cartas de amor se não fossem ridículas. Mas, afinal, só as criaturas que nunca escreveram cartas de amor e que são ridículas.

Todas las cartas de amor son ridículas. No serían cartas de amor si no fuesen ridículas. Pero, al fin y al cabo, sólo las personas que nunca escribieron cartas de amor sí que son ridículas.

Fernando Pessoa, 1888-1935.

Menú 2-3 Haiku, de Laura Naranjo, fotografía de Carlos Bolívar 4-5 editorial / menú 6-7 Romeo, texto de Bernardino Contreras, ilustración de Omar Janaan 8-9 Dos cartas, texto de Pilar Arijo Andrade, ilustración de Pedro Fernández Ranea 10-11 Communicating Long Distance. Texto de Eric Courtney, traducción de Charly López 12-13 Querida, texto de Nuria Cabello, ilustración de Omar Janaan 15-17 Pequeña Alaska: la letra escarlata, texto de Agustín Sierra, ilustración de Daniel Garralón 19 -30 Cartas de una vida textos de Jonatan Santos, fotografías de Elena Garnés Ortiz 31 Correo electrónico, texto de Juanjo L. Gallego 32-33 Casual, texto de Jéssica Rodríguez, fotografía de Mon Magán 34-35 Glub 2.0, texto de Nikté y Pedro Martínez, fotografía de Mon Magán 36-39 Untergang Zwillinge, texto de Daniela Graf, ilustraciones de Nacho Mayorga 40-41 Cartas para Julia, texto de Ana Guzmán, ilustración de Aintzane Cruceta 42 El tiempo del amor, texto de Álvaro Campos Suárez 43-48 Cápsula Universal, guión y dibujos de Abel García 49 Después de todas las cartas, de Álvaro Peregrina 50-51 Haiku, de Laura Naranjo, fotografía de Sandra Lara

Créditos || mitad doble nº 14 || especial amor postal || portada: Javi Martínez Casasola | Texto contraportada: Augusto López || primavera de 2014 || 3,95 euros || © de los autores || director: Augusto López || director de arte: Mon Magán || director de comunicación: Jonatan Santos || envíanos colaboraciones a revista@mitaddoble.com || depósito Legal MA-1137—2005 || ISSN 1888-380X || Impreso en Cómitre, Calle Rafaela, 31, Málaga. || www.mitaddoble.com || mitad doble no se identifica necesariamente con las opiniones de sus colaboradores.

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Romeo

Querida Julieta: Debes saber que no soy quien crees. He intentado serlo, dios sabe como, pero ha llegado el momento de la verdad. No soy alto, ni rubio, ni ingeniero, ni conozco a Bruce Springteen, ni le he compuesto ninguna canción, ni siquiera hablo inglés. La foto que te mandé es de un primo mío. La recorté del álbum familiar. Tampoco tengo negocios, trabajo de dependiente en una mercería. No me gusta mi trabajo, no me gusta mi vida, por eso he sido quien quería ser mientras me comunicaba contigo. He creado una ilusión y me he acabado liando. No se como pedirte perdón. Llevo una semana sin comer, desde que fijamos nuestro primer encuentro. Lo único verdadero es el sentimiento. Te quiero. Me siento culpable y ridículo. Cuando encuentro a la persona de mi vida lo fastidio todo. Ya nada tiene sentido para mi. No acudiré al encuentro. Si te sirve de consuelo te diré que en momento de echar esta carta al correo mi corazón estallará en pedacitos y se desperdigará por el suelo definitivamente. Querido Romeo: He recibido tu carta y la he leído. He vivido en una nube estos últimos meses. Debo confesarte que cada detalle que conocía de ti me ilusionaba más y más, cada palabra era la confirmación de que tú eras mi media naranja. Los días se me pasaban recomponiendo cada centímetro de ti, cada faceta de tu personalidad, te convertiste en lo más cercano a mi príncipe azul. Y ahora esto… Puedo confesarte ahora que algo sospechaba, había un detalle que nunca se confirmaba, tanto adorno, tanta perfección nunca culminaba. Nunca acabaste de ser el hombre ideal. Me escamaba tanta inteligencia, tanta intrepidez, tanto gimnasio, porque algo echaba en falta, algo que tú no querías mostrarme, que nunca llegaba. Pero al leer tu carta lo he comprendido todo. Se han confirmado mis sospechas A todos los adornos de tu adorable persona le faltaba algo, y ahora sé que también tienes un gran sentido del humor.

Ilustración: Omar Janaan | Texto: Bernardino Contreras mitad doble | 7


Ilustraci贸n: Pedro Fern谩ndez Ranea | Texto: Pilar Arijo Andrade 8 | mitad doble


Dos cartas Londres, 15 de Febrero de 1938 Sé que rompo mi promesa al escribirte esta carta, pero no puedo permanecer más en este silencio que me consume día tras día. Hace dos meses que no sé nada de ti, y este mutismo se me hace insoportable, me atenaza de tal forma que apenas me reconozco. Quizás pedí demasiado, quizás fui demasiado egoísta, demasiado inconsciente; admito que me equivoqué, no puedo obligarte a que afrontes una situación para ti tan incómoda, asumo que priorices el dolor que puedas causar en tu entorno, asumo que no desees vivir esta relación sin ningún tipo de máscara, acepto que sigas queriendo mostrar esto que sentimos como amistad, antes que revelar lo que en realidad nos une desde hace tanto tiempo. Con el pasar de los días la esperanza de tu respuesta se ha transformado en un miedo incontrolable, en un temor que me supera. No puedo seguir luchando contra el impulso de verte, no puedo seguir soportando el silencio de tu voz, esta lejanía que me anula. No concibo nada sin ti. Winchester, 23 de Febrero de 1938 Querida Srta. Austin: Supongo, que será la costumbre adquirida durante tan largo tiempo de enviar su correspondencia aquí, la que sin duda le ha jugado una mala pasada, supongo también, que conocerá la actual dirección de Myrian, no obstante, se la escribo a pié de esta carta para que así, pueda enviarle la suya que no dudo la hará tan feliz, como la han hecho todas las que de usted ha recibido. Debo confesarle, que me disgustó tremendamente que no pudiera asistir a la ceremonia, sé que todo fue muy precipitado y que por las exigencias de su trabajo no pudo disponer de fecha libre para acudir al enlace, y conociéndola, y conociendo el cariño que se profesan, puedo adivinar que no ha sido grato para usted que Myrian se marchara sin poder despedirse de ella, pero ya me explicó mi hija los motivos que impedían su presencia. Preparar una boda en algo más de un mes ha sido agotador, apenas hacía una semana que usted se había marchado cuando anunció su compromiso, todo con la impulsividad que la caracteriza; para nosotros fue una gran sorpresa, supongo que para usted no, ya que siempre ha sido su confidente. Sólo espero que pueda ser feliz tan lejos de nuestro cariño, apenas dos semanas desde que se marchó y la echo terriblemente de menos, pero dado los tiempos que corren, casi me alegro que esté tan distante de esta Europa tan agitada. Confío en que pueda venir a visitarnos pronto. Reciba el más afectuoso de los abrazos. Dirección de Myrian: Queen Elizabeth Street, 20 Melbourne (Australia) mitad doble | 9


Communicating Long Distance: It’s all smoke and mirrors

These days long distance communication can’t be perceived without thinking of smartphones, satellites or Skype, but humans and the other species on the planet have for millennia communicated perfectly adequately over amazing distances. The whale, for example, sings and groans its messages to everything in the oceans and some believe to outer space. How long distance is that? There is no doubt that information communication technology (ICT) has made distances seem smaller and the low technology of messages in a bottle, jungle drums, smoke signals and flashing mirrors, although capable of working still, has been superseded by electronics. Wouldn’t messages like, ‘I’m lonely come and get me’, ‘Send food and medicine’ and ‘I love you’ still get through? I spent almost all my working life in ICT, but look back with more than mere nostalgia on the days when I looked forward to letters from pen pals in America and Japan. At the same time the value of high technology cannot be ignored. Another example from my childhood was hearing, on our radio at home, a telephone conversation between my mother and father, who was on board a ship, being patched through the ships radio to our telephone at home. Recently, the greatest example of long distance communication, Voyager I, left the solar system and flies on towards the unknown. One of its goals is to communicate with other possible life forms and describe the diversity of cultures and life on Earth. Whale song is one of the examples included. Maybe the people who believe whales have been communicating beyond earth think this high technology message in a bottle is surplus to requirements. Personally, I believe communication is so important that every little bit will help. Maybe the whales got the message through a long time ago that we need help. I hope our long distance friends don’t arrive to see the smoke and flashing mirrors of our dying planet. EC (September 2013)

Texto: Eric Courtney | Traducción: Charly López 10 | mitad doble


Comunicación a larga distancia: todo es apariencia

Hoy en día la comunicación a larga distancia no puede ser percibida sin pensar en smartphones, satélites o Skype, pero durante miles de años había especies que han sabido comunicarse perfectamente desde enormes distancias. Por ejemplo, la ballena canta y emite un sonido, cuyos mensajes llegan a todos los océanos e incluso se cree que hasta el espacio exterior ¿ A qué distancia llegan realmente ? No hay duda que la Tecnología para la Comunicación de Información (ICT), ha acortado distancias y otros tipos como son los mensajes en una botella, tambores de la jungla, las señales de humo o el de los espejos reflectantes,aunque permanezcan ahí, han sido desbordados por la electrónica ¿Mensajes como “ Estoy solo, acompáñame ” “ Traer comida y medicinas ” o “ Te quiero ” , no se usarían ? He pasado gran parte de mi vida trabajando en la ICT, pero sin olvidar con cierta nostalgia los tiempos en los que me comunicaba con amigos de Estados Unidos o Japón. No se puede ignorar el valor de la alta tecnología. Otros ejemplos: durante mi infancia escuchaba la radio, las conversaciones entre mi madre y mi padre, ya que navegaba, siendo parcheadas a través desde el barco a nuestro teléfono. Recientemente, el mayor ejemplo de comunicación a distancia, el Voyager I, dejó el Sistema Solar rumbo a lo desconocido. Uno de sus logros fue comunicarse con otras formas de vida y describir la diversidad de culturas que hay en la Tierra. El sonido de la ballena es uno de los ejemplos que se incluyen. Puede que haya gente que crea que el canto de las ballenas va más allá de lo terrestre y piense que un mensaje en la botella sea alta tecnología ,requisitos que no serían necesarios. Personalmente, creo que cualquier tipo de comunicación ,aunque sea un sólo bit, ayudará. Puede que el lenguaje de las ballenas nos haya ayudado hace tiempo. Espero que nuestros amigos en la distancia no alcancen a ver ni el humo ni los espejos reflectantes de este moribundo planeta. EC ( Septiembre 2013 )

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Querida

Te traigo un mensaje que ha nacido de la tierra y del agua, marcado en el barro. Se impregnó en los juncos y el arroz, se ha tallado mil veces en los árboles, en la madera que hace el papel con el que se escriben las cartas; las que se enviaron trazadas por largas plumas, selladas con lacre, escritas en las trincheras, en los abismos de la destrucción. Lo que te vengo a decir ha viajado desde el primer paso de las agujas del reloj, por tierra, por mar, por el aire y las ondas; las letras que han nacido en los dedos de una mano y van a parar a unos ojos ansiosos que las leen en la distancia gracias a aparatos jóvenes en la historia. El mensaje no reside donde habita sino en él que lo escribe y lo recibe. Son sólo dos palabras que para transmitirte puedo prescindir de todo y apenas juntar tus labios con los míos.

Ilustración: Omar Janaan | Texto: Nuria Cabello

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Pequeña Alaska: la letra escarlata

Un colegio en la ciudad de Natos. Durante el recreo MARGA y RUTH se encuentran un sobre. Se acercan con él hasta JORGE y EDUARDO. JORGE: ¿Qué traéis ahí? MARGA: Lo hemos encontrado en el patio. MARGA extiende la mano y deja ver un sobre blanco desgastado por los bordes. Está lleno de nombre escritos con bolígrafos de varios colores; también a lápiz y rotulador. EDUARDO: Se le habrá caído a alguien. RUTH: Lo han dejado a propósito. JORGE: ¿Cómo lo sabes? MARGA: Estaba entre dos piedras. JORGE: Quien sea el destinatario no lo va a encontrar. EDUARDO: Quien sea tiene muchos amigos. MARGA: Un momento, estamos suponiendo que es una persona. JORGE: Los animales no leen. EDUARDO: Mi tío Julio tenía una tortuga que movía la cabeza cuando le leía El libro de la selva. MARGA: Madura, Jorge. RUTH: ¿Qué habrá dentro? JORGE: Tengo doce años, el varón siempre tarda más en… MARGA: Schhhh. Cállate. ¿Qué decías? (mirando a Ruth) Los cuatro se quedan mirando el sobre. MARGA: La carta podría estar dirigida a todas esas personas. EDUARDO: Ya lo decía yo, muchos amigos. JORGE: Eso es imposible. mitad doble | 15


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MARGA: ¿Se te ocurre algo mejor? JORGE: Está claro que quien la dejó ahí no quería que la encontráramos nosotros, nuestros nombres no aparecen. Ruth pone cara de asombro. RUTH: ¡Es un libro de firmas! JORGE: Eso no lo sabemos. EDUARDO: Como los que dejan en los velatorios. MARGA: ¡Muy bien, Ruth! JORGE: Si abriéramos el sobre nos enteraríamos. MARGA: ¿Y romper una promesa? EDUARDO: Vaya, seguramente ese sobre lleva años circulando, y lo hará para siempre. Minutos después, los cuatro se dirigen al tronco de un viejo roble y en una abertura introducen el sobre. JORGE: Con la primera lluvia se echará todo a perder. MARGA: La cadena no se rompe con el agua. EDUARDO: Tu nombre ha quedado muy bien, Ruth. El rojo le da importancia. RUTH: Gracias. MARGA: Al fin y al cabo, fuiste la primera en coger la carta.

Ilustración: Daniel Garralón | Texto: Agustín Sierra

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mitaddoble@.com

CORREO ELECTRÓNICO

Estoy fatigado. Mi pecho aún jadea; he corrido por la playa como alma que persigue el diablo y después remé hasta el velero. Ahora, reúno todas las fuerzas que me quedan delante del ordenador. Sé que es absurdo; debería luchar por salvarme o hacer algo para defender este barco; pero, estoy cansado, no tengo tiempo y de alguna forma he de contar lo que ha sucedido. Aquí no hay buzones de correos; nada de sellos ni de bonitas postales. Uso mi ordenador portátil con la conexión inalámbrica a Internet para escribirte, y debo hacerlo rápido. Ya oigo los tambores. Hace dos semanas que encallamos en este maldito lugar. La sonda se equivocó y quedamos atrapados en un banco de arena, frente a una isla: una extensión verde y frondosa, abandonada en mitad del océano; una maravilla que albergaba algo detestable y sanguinario. Cuando bajamos a tierra, en la playa, fuimos bien recibidos por los nativos. Son gente pequeña, de piel cetrina, visten casi desnudos y hablan de forma confusa y atropellada. Todos mis intentos de comunicarme para que nos ayudaran fueron en vano. Se limitaban a mirarnos con atención. ¡Qué estúpido fui! No me di cuenta del interés que habían despertado nuestros machetes. Sebastián desapareció el sexto día. Me dijo que había encontrado una especie extinguida: una rana de colores muy llamativos. Se internó en la selva y no he vuelto a verle. Llevo solo desde entonces, sin hacer otra cosa que esperar. Al principio, con ademanes serios y respetuosos, los hombres me invitaban a comer en su compañía. No tenía motivos que levantaran sospechas y entendía que mi presencia en el poblado era bien aceptada. Todo cambió con aquella muchacha. Te juro que no la forcé; ella se ofreció a mí. Era una mujer salvaje; diferente a las demás. Nada que ver con esas mulatas afrancesadas de Tahití. Tenía unos pechos voluptuosos, un pubis poblado y una figura contorneada. Si la vieras desnuda, estoy seguro que mis amigos de Málaga y Gibraltar me habrían envidiado. Lamí su sexo y la penetré. Parecía incansable. A la vista de todos, me interné en su choza y disfruté de su cuerpo. Debo escribir más rápido. Escucho los tambores. Estoy seguro que me siguieron. Al día siguiente me planté en la misma choza de paja y no la encontré. Gesticulando, pregunté por ella a la gente del poblado. No obtuve respuesta. Hoy, los niños han comenzado a tirarme piedras y las mujeres que me han visto no paraban de reír. Mi descubrimiento ha sido atroz. En un lugar sombrío, protegido por los árboles y la vegetación, he encontrado a la muchacha. Yo había disfrutado de su piel y allí, pude ver su corazón, el hígado, las vísceras esparcidas sobre las plantas, las nalgas fileteadas, las piernas troceadas colgando de una rama, y la cabeza, una cabeza con ojos cerrados y cabellos arremolinados, reposando en el suelo, como si estuviera admirando el desmembramiento. Sin mirar atrás he corrido hasta llegar al barco. Sigue encallado y no puedo moverlo. Los tambores han parado; creo que ya están aquí. Texto:mitad Juanjo L. Gallego doble | 31


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Casual Me senté en la parte trasera del autobús, mientras escuchaba a Avril Lavigne en el reproductor de MP4. El transporte cerró las puertas y me fijé en mi acompañante: un hombre de unos cuarenta años, atractivo, con traje, de esos que cuando los ves piensas “qué madurez”. Pero tuve la mala suerte de llevar mi atención al teléfono móvil, que descansaba en sus manos algo temblorosas. “Yo también te quiero”. Oh, qué bonito, me dije. Grandioso invento el programa de chat gratis del móvil, que acerca a los que se aman. Solo faltaba que fuese 14 de Febrero y empezaran a llover pétalos de flores sobre la cabeza del tipo. “Lo sé. ¿Cuándo nos vemos? Te echo de menos”. “Si pudiese ahora mismo... Hasta que no solucione el asunto con mi mujer, hay que aguantar”. Se me borró la sonrisa de la cara. Observé de reojo al hombre. ¿Quedando con otra estando casado? ¡Será cerdo! “Pues no lo soporto más. Hace mucho que no estás conmigo en casa, bajo las mantas...”. Anda, que ella tampoco se queda atrás, me sorprendí. Rodé los ojos. No quería seguir leyendo. Estuvo mal desde el principio, sí, ¡pero no ha-

bía podido evitarlo! Tenía náuseas. ¿Cómo podían dos adultos hacer una cosa así? Me levanté, alejándome del hombre y yendo hacia las puertas. Bajé del autobús con el estómago revuelto, esperando que se me pasara en unos minutos. Ver, oír y callar, aunque sobretodo en ese caso, olvidar. Había quedado con mi madre en su restaurante favorito para comer, así que dejé la mochila en casa, me cambié de ropa y fui a toda prisa, feliz, pues sabía que iba a decirme algo importante. Llevaba anunciándolo desde la noche anterior. Intrigada, me reuní con ella en el restaurante. Estaba radiante. Tomé asiento en la silla de enfrente y sonreí. Tenía suerte de que mi madre fuese una persona cuerda, responsable, cariñosa. Me sentía orgullosa de que se hubiera separado de mi padre y mantuviese los pies en la tierra. Hasta que lo vi aparecer: hombre, de unos cuarenta años, atractivo, con ropa de calle igualmente elegante. —Cariño, quiero que conozcas a mi nueva pareja: Luis —dijo mi madre, que se aferró al brazo del susodicho cuando estuvo a su vera. Luis me tendió la mano, sonriendo de oreja a oreja. —Es un placer —saludó. Le estreché la mano, blanca como el papel, recordando el chat del maldito móvil. Mierda, pensé.

Fotografía: Mon Magán | Texto: Jessica Rodríguez mitad doble | 33


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Glub 2.0 Bilbao Carta del amante ocioso y enfadado Mi amada, pongo a tus pies las flores de mis mentiras preferidas y enciendo velas de colores, quemo incienso, quemo mis calcetines amarillos con agujeros, quemo tu última carta y me como los sellos, amenazo al cartero y no es bueno acusar al mensajero pero dime, mi bien, ¿cuándo me escribes? que no puedo vivir sin leer de ti tus desvaríos, tus caricias al aire, tus inventos de atarme a la cama y tatuarme con los labios, con saliva, una fábrica de pasión, con obreros que salen y que entran, con sirenas anunciando el fin de la jornada, con ejecutivos ejecutándose a sí mismos con corbatas al cuello que cuelgan de clavos en el techo. Ojalá que las termitas de la duda jamás devoren la viga maestra de amor que sostiene este edificio donde nos cobijamos, ateridos de otros fríos, selenitas, arrobados en el fuego de mirarnos, cormoranes de aquel cielo, también nuestro, inventores, cuenta cuentos, poetas de un solo verso, acróbatas de nuestros cuerpos retorcidos, vencedores del concurso de jadeos, sutiles artesanos de los dedos que viajan de las uñas al extremo de tus cabellos de color indefinible, quizás porque siempre nos vemos en penumbras, peces de lo más profundo, batiscafo barriendo la oscuridad submarina con linternas, con faroles chinos, con cerillas, con aliento nublando las ventanillas desde donde se ven vacas pastando, brutos temporeros de pechos fáciles, o

baratos, de liquidación, aprovéchate que estoy de vacaciones, ocioso, ausente, que nadie puede llamarme porque ni siquiera sé donde estoy, este paisaje no es el mío, no me han presentado a las moscas y el gavilán fuma sin parar y bien, seamos serios, este torpe fluir surrealista tiene truco, esconde la pura realidad, que es tan difícil, tan llena de clavos, de cristales, de macetas que bostezan, de maletas en el tope de los trenes. Estoy enfadado, absolutamente, amada mía no resisto ni un segundo más sin ti. Por cierto ¿cómo decías que te llamabas? Esthersícole. blogspot Málaga Respuesta a ese amante ocioso y enfadado Me extirparon las amígdalas ¡A estas alturas! Ahora que empecé a amarte como un Geppetto a su Pinocho; y es que te crece con demasiada frecuencia la nariz; aunque corras en las mañanas de los días sin lluvia, por los mismos tránsitos donde yo solo pude caminar ¡Y a Dios gracias! Ya ves, echo mano de los dedos, ya que la voz se me fue. Y te podría hablar de caracoles que sacan sus cuernos al sol; incluso me atrevería a cantártela- si pudiera- pero tú te los comerías acompañados de un buen Rioja; a los mismos con los que juego. Y preguntas por mi nombre (prescindible) cuando aún (incomprensiblemente) sigo atada a ti.

Fotografía: Mon Magán | Texto: Nikté y Pedro Martínez mitad doble | 35


Ilustraci贸n: Nacho Mayorga | Texto: Daniela Graf

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Untergang Zwillinge

Der kleine Mann saß auf dem Balkon und versuchte wie so oft den prächtigen Sonnenaufgang in all seinen wunderbaren Farben zu malen. Er genoss die frühmorgendliche Stille, das Eins-werden mit Natur und Zeit, die von Frische geschwängerte, feuchte Luft. In der Ferne zwitscherten vereinzelt Vögel, die ihm vielleicht einen guten Morgen wünschten. Leidenschaftlich schwang er den Pinsel, zeichnete filigrane Baumäste und erfreute sich der Farbenpracht seiner Leinwand. Der kleine Mann zündete sich eine dünn gedrehte Zigarette an und betrachtete sein noch nicht ganz vollendetes Werk. Etwas fehlte, wie so oft. Normalerweise schlief seine Frau noch um diese Zeit und er schlich in die Wohnung um sie nicht zu wecken. Sie bereicherte sein Leben nun seit über fünfzehn Jahren und trotz ihrer permanenten Morgennörgelei konnte er sich ein Leben ohne sie nicht mehr vorstellen. Der kleine Mann setzte Kaffeewasser auf und durchforstete den Kühlschrank nach Laktoseprodukten jeglicher Art, goss Milch in eine Schüssel und nahm sich dazu Cornflakes, die noch vom Vortag auf dem Küchentisch standen. Sein Blick blieb auf einem Briefcouvert mit den Worten „Für dich“ haften. Eigentlich schrieb ihm seine Frau keine Briefe. Neugierig und verwundert öffnete er den Umschlag und las ihre Zeilen: „Mein Liebster, ich verlasse dich. Wir haben uns auseinandergelebt und von meiner Seite gibt es nichts mehr zu sagen. Alles Gute!“ Er fühlte wie sein Herz einen kurzen Moment stillstand, sein Blut einen kleinen Augenblick stockte. Der kleine Mann atmete kurz durch. Vielleicht hatte er es auch im Innersten geahnt. Seine Liebe war gegangen und sein Leben mit ihr. Der kleine Mann holte die Whiskyflasche, Jahrgang 1950, für besondere Anlässe aus der Minibar und bediente sich im Badezimmerschrank wahllos diverser Tablettenpackungen. Anschließend setzte er sich auf den Balkon, nahm in kurzen Abständen beinahe genüsslich kleine Schluck Whisky, gefolgt von je einer Pille, zu sich. Erneut griff er zum Pinsel und vollendete sein Werk. Endlich. Nach Jahren hatte der kleine Mann etwas Großes geleistet. Die Sonne der Leinwand schien greller und greller. Er musste die Augen schließen um nicht geblendet zu werden. Dennoch verebbte das Leuchten nicht, verwandelte sich in angenehmen, gelblich gleisenden Nebel. Er spürte zuerst seine Beine, dann seine Arme nicht mehr. Der kleine Mann nahm einen letzten großen zufriedenen Atemzug. Ankunft durch Verlust und nein, es tat nicht mehr weh.

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Ilustraci贸n: Nacho Mayorga | Traducci贸n: Daniela Graf

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Untergang Zwillinge

El hombre se sentó en el balcón y trató de pintar el hermoso amanecer con todos sus colores maravillosos. Le gustaba el silencio de la madrugada, la unidad con la naturaleza y el tiempo, el aire embarazada de frescura. A lo lejos, a veces cantan los pájaros que quizás le deseen un buen día. Apasionadamente agitó el pincel, dibujó ramas intrincadas y disfrutó del esplendor de colores en su lienzo. El hombre encendió un cigarrillo enrollado y miró su trabajo que todavía no estaba terminado. Algo faltaba, como tantas otras veces. Normalmente, su esposa seguía durmiendo en ese momento y fue de puntillas por la casa para no despertarla. Ella enriquecía su vida desde hace más de quince años y a pesar de sus constantes quejas no podía imaginarse la vida sin ella. El hombre puso el agua para hacer café y buscó la nevera de productos lácteos de cualquier tipo, hecho la leche en un bol y se tomó los cereales que estaban el día anterior en la mesa de la cocina. Su mirada permaneció en un sobre con las palabras “Para ti”. En realidad, su esposa no le había escrito ninguna carta. Curioso y perplejo, abrió el sobre y leyó sus líneas: “Querido, voy a dejarte. Nos hemos distanciado, y por mi parte no hay nada más que decir. Te deseo todo lo mejor!” Sintió como su corazón se detuvo por un momento, su sangre encalló por un breve instante. El hombre respiró. Su corazón ya lo sospechaba. Su amor se ha ido y su vida con ella. El hombre cogió la botella de whisky, la cosecha de 1950 para las ocasiones especiales del mini bar y se sirvió en el gabinete del mueble del cuarto del baño al azar paquetes de varios tipos de pastillas. Luego se sentó en el balcón, tomando en distancias cortas casi sin saborear pequeños tragos de whisky, seguidos por una píldora cada vez. Una vez más, cogió el pincel y completó su trabajo. Por fin. Después de muchos años el hombre había hecho algo grande. El sol pareció brillar y eliminar el lienzo. Tuvo que cerrar los ojos para no ser deslumbrado. Sin embargo, las luces no menguaron, se convirtieron en agradable niebla brillante y amarillenta. Primero no pudo sentir sus piernas, luego los brazos. El hombre dio un último y grande suspiro, satisfecho. Había llegado al fin y no, no le dolió más.

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Cartas para Julia 25 de Agosto de 2009 Mi querida Julia: ¿Cuántas veces habré escrito esta frase para ti? Cientos, miles tal vez, y nunca como formalismo de frase hueca. Estoy sentado, escribiéndote con pulso tembloroso, entre las risas de los niños que juegan chapoteando en el río. Me presta su sombra el roble desde el que hoy me parece contemplarte, como lo hice por primera vez jugando con tu grupo de amigas, siendo aún niños, en esta ladera. Todo mi mundo infantil empezaba en tus piececitos y terminaba en aquellos rizos en los que se enredaba el sol para tomar su resplandor. Dos o tres días después te escribí mi primer poema, empeñando mi corazón con él. Trepaba por la enredadera, empujaba el postigo de tu ventana para dejar caer cada domingo, mientras tú rezabas en la iglesia, una carta sin firmar o un poema anónimo. Descubrí con apenas diez años lo grandioso del amor gracias a ti, mi querida Julia. Fuimos creciendo, y mis sentimientos hacia ti jamás apreciaron el más mínimo desvanecimiento. Mis manos acariciaron las tuyas, cuando en aquella verbena de pueblo, te pedí que bailases conmigo. Tu sonrisa tímida, el tacto de tus frías manos, tu frágil cintura, tu voz melodiosa, el rubor de tus mejillas del que las amapolas robaron el color... Guardé cada detalle. como el mejor de los tesoros. Mientras duró el baile no me atreví a formular palabra alguna. Me contentaba con tu cercanía, el olor de tu pelo y el roce de tus manos en las mías. Y mis cartas, palomas mensajeras que cada domingo volaban incesantes para posarse en tu ventana. Después, esa horrible guerra. En el frente sólo tu recuerdo me alentaba. Seguí escribiéndote, cada domingo, aunque no pudiera enviarte las cartas.

Julia mía, mi amor. mi único amor. Jamás me importó tu mutismo, era feliz amándote, sin esperar nada a cambio, pues en eso radica el verdadero amor. Me bastaba contemplarte pasear por la calle Mayor, del brazo de tu madre, o con cruzar una mirada, o con aspirar el olor a jabón que desprendía tu nívea piel, o con ir a verte salir del taller de modistillas y escuchar tu risa que todo lo llenaba. Mi dulce flor, mi amor silencioso y ahora se por qué. Ayer, estuve en el cementerio a llevarte una gardenia y mi carta de domingo. Te la dejé como siempre, debajo de una piedra hasta que el viento decida llevársela a cualquier lugar, -quizá de nuevo a tu ventana-soñaba, cuando al girarme, me encontré con tu hermano. Me preguntó sorprendido, que si a pesar de los años seguía queriéndote. Le respondí que nunca dejé de hacerlo, aun no siendo correspondido. Por que yo, soy feliz así, queriéndote, no necesito más. Me contó que tú creías que dejé de amarte al casarme con otra mujer. Sin embargo, créeme vida mía que, fuiste mi único amor, y que mi boda con Mercedes fue fruto de un matrimonio de conveniencia de dos solterones que rehuyen la soledad. Me aseguró que tú llevaste siempre contigo todas mis cartas, atadas con un lazo púrpura, y que en tu último suspiro, ya consumida por tu enfermedad, apretaste con fuerza las cartas añejas contra tu pecho. Me emocioné tanto al saberlo, amor mío, que tuve que acallar la lágrima que luchaba por abrirse paso. Le pregunté, con la serenidad que dan los años, que si tú me correspondías ¿por qué jamás respondiste a mis cartas? Y él me lo aclaró: - Julia nunca aprendió a leer.Siempre tuyo.

Ilustración: Aintzane Cruceta | Texto: Ana Guzmán mitad doble | 41


El tiempo del amor

¿Tiene el amor fecha de caducidad? Antiguamente, en aquella época oscura en que no existía Internet, algunos escribíamos cartas para mantenernos en contacto con amigos y amantes. Para el remitente, el envío resultaba misiva de un único trayecto, pues no era frecuente conservar copia, de forma tal que sólo una persona, la receptora, podría rememorar las líneas transcurridos los años. Una práctica que, a toro pasado, considero muy higiénica si lo analizamos desde el otro extremo, en la contemporaneidad ultranarcisista de blogs y redes sociales que recogen testimonios digitales sobre estados de ánimo de largo caducos. El amor ensobrado, en ese nocaut inexorable, efectúa un tránsito al otoño de las letras, donde crece la semilla de la epístola furtiva y traicionera. En mi poemario Buda en el Bolshói, le canto: L’AMOUR FAUX Esquivo cual amante y rojo, no sincero, siendo intenso, escupe llama, cuando amado, no es amor.

Texto: Álvaro Campos Suárez | Cómic: Abel García

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Después de todas las cartas no podía evitarlo. Sus ojos azules con retazos grises como la profundidad de las nubes en las tardes de otoño me habían mirado desde las fotografías y me habían tocado el alma tantas veces… Cuando recibí su invitación para ser amigos en una red social no podía creerlo. Ese joven apuesto, elegante y con ese aire interesante, indudablemente parisino, quería ser mi amigo ¿Por qué? Evidentemente no dude un segundo en aceptar la invitación y, naturalmente, le dije que no le había visto nunca, que no sabía cómo había llegado a mí y que me extrañaba que se hubiera fijado en mí si es que pretendía en realidad algo más que una simple amistad. Él me decía que no podía creer que pensará de aquella manera de mí mismo, que yo a él le había parecido muy guapo cuando me encontró por casualidad a través del perfil de otro amigo y que, viendo mi perfil en la red social, le había parecido una persona muy interesante. No me había convencido, pero entablamos una relación de amistad a través de internet. Él había estado viviendo a tan sólo dos kilómetros de mi trabajo justo hasta una semana antes de enviarme la invitación desde Paris, de donde era, y a donde había vuelto por motivos familiares ineludibles. Ya con ser de Paris casi me había ganado por completo. A pesar de ser un malagueño orgulloso de mi tierra, Paris significaba y significa mucho para mí. Cuando visité sus calles me parecieron llenas de recuerdos que no consigo recordar y la sensación constante de “he vuelto” me acompañaba en mis paseos por la Rue de Foyatier, mi calle, cuando bajaba de Montmartre, mi barrio, dejando que la llovizna parisina me empapase la ropa aquella primavera. Casi se me para el corazón al ver una foto publicada por Sebastien, mi amigo en la distancia, para enseñarnos las vistas de su nuevo domicilio: la cúpula de la Basílica del Sacre Coeur. De coincidencias como ésta, que se mudara a mi barrio favorito de Paris, fueron creciendo invisibles lazos que se iban trenzando entre nosotros y que sin conocernos, y aun estando a mil ochocientos kilómetro,

le sintiera a él más cercano que a otras personas a las que podría visitar caminando cinco minutos desde mi casa. Nos enviábamos cartas en las que nos íbamos contando nuestro día a día, lo que nos preocupaba, lo que nos alegraba, lo que esperábamos de la vida. Casi desde el comienzo de recibir sus cartas sentía mucha alegría y, al leerlas, me parecía que estaba allí con él, viviendo lo que él vivía, que le conocía perfectamente y pensábamos exactamente igual sobre el mundo. Imaginaba sus caras de sorpresa, su risa, su mirada perdida esperando el metro o el olor del bocadillo que se comía en Place des Vosgues leyendo el periódico mientras el sol hacía brillar sus cabellos dorados. Cuando me decidí a encontrarle en Paris, cogí un avión sin avisarle. Pensé que el destino actuaría sólo, y vaya si lo hizo. Recorrí todos los rincones en los que “habíamos estado” durante varios días. Nada. A veces me parecía reconocerle en otros jóvenes pero no eran él. Al final me di por vencido. Paris era muy grande y no era posible encontrarse con alguien tan fácilmente. Fui a buscarle en la red social para enviarle un mensaje y decirle que estaba en Paris, que quería conocerle. Cuál no sería mi sorpresa al descubrir que no había rastro de él en internet. Ni siquiera la evidencia de haberle enviado e-mails o de que él me los hubiera remitido a mí. Al preguntar a los amigos comunes me decían que no conocían a ningún Sebastien. No entendía nada y pensé que debía ser algún tipo de broma macabra. Me sentía confundido, triste y desorientado. Decidí dar un paseo por el cementerio de Pere Lachaise, que me transmitía mucha paz cada vez que lo visitaba. Mis pasos me guiaron entre las tumbas, los ricos panteones, los jardines asilvestrados. Llamó mi atención una lápida medio oculta entre unas ramas de madreselva. Al apartarlas caí de espaldas y mis ojos se llenaron de lágrimas. En la lápida había un nombre y unas fechas. Las fechas sumaban exactamente mi edad y la fecha de la muerte coincidía con mi fecha de nacimiento. Como única reseña del difunto se podía leer su nombre: Sebastien Texto: Álvaro Peregrina mitad doble | 49


Querido nadie: Si nunca te esperé, ¿por qué te vas?

Texto: Laura Naranjo | Foto: Sandra Lara 50 | mitad doble


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