Molino de letras 91.

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Revista de Literatura y Humanidades Año 17 No. 91 septiembre-octubre de 2015 $35.00

Colaboran: Gildardo Montoya Alejandro Arturo Villa Vargas Arturo Trejo Vlllafuerte Miguel Barranco Rolando Rosas Galicia Gonzalo Martré Queta Navagómez Rebeca Edén Delgado Eva Beatriz Cano González María de Lourdes Vlllanueva Saucedo Heraldo Escallx Jorge Ibarra Sánchez Sergio Pravaz

9772007565004

ILUSTRACIONES: Simona Schafter NARRATIVA: El Facilitador - Pablo Carretero / Mire qué hora es - Carlos López Medrano y otros. ENSAYO: La poética de la calle en Compadre Lobo de Gustavo Sainz - Rolando Rosas Galicia / Carlos Pellicer... - Eduardo H. González _____________________________________Reseña del libro El cumpleaños de la Abuela - Gloria Marieta Araiza Méndez y otros. POESÍA: Miguel Ángel Morales Aguilar, Alvaro Luna Castillejos, José J. González y otros.


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e d it o r ia l d ir e c t o r io

Los primeros pasos

Director fundador

¿Por qué somos lo que somos y no más bien otra cosa? Somos producto de nuestra experiencia, de una vida que compartimos con nuestros pares, al menos en la infancia. Las heridas profundas del alma vienen desde esos días en que no comprendíamos qué era el amor o la amistad. El juego es el sello de la felicidad, los relatos de miedo, las muertes prematuras, el miedo a la oscuridad. Infancia es destino -d ice n los naturalistas-, a mayores retos, otras posibilidades. La huella más profunda viene de la madre, del padre, tratamos de sobrevivir a los designios del oráculo, Delfos nos tiene preparadas sorpresas. Contamos cada vez más esos días sin honor y sin gloria, donde la vergüenza se tejía lentamente sobre nuestros recuerdos, ahora somos héroes de nuestros relatos, nuestros amigos han sido devorados por los cíclopes, fueron arrastrados por la Xtabay o han sido sacrificados por la Llorona.

M oisés Z urita Zafra Dirección Juan Jorge D íaz Rivera Edición Patricia Castillejos Consejo Editorial Ignacio Trejo Fuentes Eusebio Ruvalcaba Rolando Rosas Galicia Estrella del Valle Isolda Dosamantes M inerva A guilar Temoltzin José Francisco Conde O rtega Arturo Trejo Villafuerte M iguel Á ngel Leal M enchaca Marcial Fernández Marco Antonio A naya Pérez Fabiola García Hernández Refugio Bautista Zane Álvaro González Pérez Alberto Chimal Gildardo M ontoya Castro Pablo Ortiz del Toro Corresponsales M ónica Palacios Pedro Cabrera José L uis H errera A rciniega Raúl O rrantia Bustos Raúl de L eón Eduardo Villegas Will Rodríguez Adrián M endieta Moctezuma Sam antha M artínez M aya Información David Zuriaga Jiménez Diseño Gráfico Juan Jorge D íaz Rivera José L uis Delgado M endoza Álvaro Luna Castillejos

Revistade Literatura» Humanidades Ano17 No.91 seplienlbte OCÜrt.ieóeZOIS

Fotografía Juan D avid Sánchez Espejel Jorge Enrique Ibarra Sánchez Captura A m aranta Luna C. Publicidad Tel. (01 595) 9556977 Cel. 5519546810

Portada: Infancia Fotografía: Jorge Ib arra Sánchez Composición: Á lvaro Luna Castillejos NAKKAT1VA;BOciblado, - PabtoCarretero/k ENSAYO;Lafotna áelaaikaCompadnUtodeQtiamSaHa-RolandoEos ^m,mbmBcumplemo¡*\ POESIA;MlgudAngelMora)«Aguila

4ACONACULTA U FO N C A


sumario TALON DE AQUILES

Foto: © Rebeca Edén Delgado O rdaz

~Foto: ©Jorge Delgado Mendoza

Poesía

Miguel Ángel Morales Aguilar Alvaro Luna Castillejos José J. González Miguel Ángel Flores Rodríguez Las Garlopas - Selección de Eusebio Ruvalcaba

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Mire la hora que es —Carlos López M edrano 11

La vida impensable

Narrativa

El día del amor llegará —Antolín M artiñón 14 Jacky Boy —Paris Octavio Rojas Broca 16 Soplo de luz —Luriel Lavista 18 Eréndira y su piel —Enrique Iglesias Castillo 19 El Facilitador —Pablo Carretero 20

carbonera

este número:

Simona Schaffer 24

INFANCIA

Vivir, Huivulai —Gildardo Montoya 30 Michelle, el niño de acordeón —Alejandro Arturo Villa Vargas 32 ¿Infancia feliz? —Arturo Trejo Villafuerte 34 Y un poco el ruido de la infancia - Rolando Rosas Galicia 39 'Suando cabalgó Lohengrin alrededor del reloj de Pachuca —Gonzalo M artré 40 Los sapos, Roja filigrana, Largas varas —Q ueta Navagómez 43 E l vuelo de las palomas —Eva Beatriz Cano González 46 Nosotros no, Nunca —M aría de Lourdes Villanueva Saucedo 48 Ginebra y Cheverny —Heraldo Escalix 50 Tríptico de niños —Sergio Pravaz 52 Ensayo La poética de la calle en Compadre Lobo de Gustavo Sainz —Rolando Rosas Galicia 54 E l acontecimiento traumático de la civilización occidental en el pensamiento de Kertész—Jorge Iván Garduño 57 Do de pecho para Mercedes —Sergio Pravaz 59 Carlos Pellicer o el vehemente Larario —Eduardo H. González 61

SOBREMESA

Recomendaciones/Reseñas

Reseña del libro El cumpleaños de la Abuela —Gloria Mariela Araiza Méndez 65 Molino de Novedades Editoriales —Arturo Trejo Villafuerte 67

M o l i n o d e L e t r a s , Año 17, N o. 91, septiem bre-octubre 2015, es u n a publicación bimestral editada por Fortunato Moisés Z urita Zafra. Calle M iguel Negrete 336 L. 15 C. 40, Fraccionamiento Xolache, Texcoco, Estado de México, C.P. 56110, Tel. 5519546810, zurit9@ hotm ail.com . E ditor responsable: Fortunato Moisés Z u rita Zafra. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo N o. 04-2011-062209030200­ 102, ISSN : 2007-5650, am bos otorgados p o r el Instituto N acional del Derecho de Autor, licitud de título: 4769, licitud de contenido: 147, otorgado por la Com isión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de G obernación. Im presa por Imprensel, S.A. de C.V. Av. C atarroja N o. 4 43 Int. 9, Col. M aría Esther Z uno de Echeverría,Iztapalapa, D.F., México C.P. 09860 Tel. 58661835. Este núm ero se term inó de im prim ir el 15 de septiembre de 2015 con u n tiraje de 3 000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Se autoriza la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación si se cita la fuente. molino_de_letras@yahoo.com.mx; zurit9@ hotm ail.com ; zunta@ correo.chapingo.mx; contacto@molinodeletras.org

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TALÓN DE AQUILES

Pacto D esnúdate, mujer, con las ventanas abiertas. Ante el gorjeo del árbol, las briznas parpadean, las estrellas pasan, cual un río que se evapora en peces vehementes de arena clara. Q uítate el corsé, amiga, y haz la luz; debajo de la piel hay un recinto a donde puedes ir, en carne viva, y ser la brasa que el viento bendice. Se sabe más del fuego, quemándose las manos; más del agua, en el desierto. Para llegar a conocerte, tuve que orar peltres en pompas de jabón, clamar en el aceite a la cebolla; con un poco de té y aspirina, hacerme cargo de tu fiebre amada. Gracias, mi amor, por la oportunidad que me das de vencerme en tus prioridades. Ahora entiendo que esas cosas comunes predican una verdad que no sabemos, hasta que nos perdemos el miedo. Algo en mí se mueve y ronronea, con resuelta y flexible dulzura. Tal vez por eso me quedo a esperar al sol, envuelto en la alba sosegada, que es la clave de tus caricias. Porque soy el hom bre de esta casa, hago un pacto con la escoba y la Biblia; que el polvo no vele nuestro sueño, sin haberte leído un Salmo de David.

1 Nació en la ciudad de Torreón, Coahuila en 1967. Ha publicado Celebración del chamán, Círculo de luna, Otra vez el paraíso, entre otros libros de poesía. Es promotor cultural, evangelista de la paz y predicador del bienestar colectivo. Alguna vez deambuló por la Universidad Autónoma Chapingo.

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Miguel Ángel Morales Aguilar1

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Pretextos P ara ti, ojos.

Siempre encuentro en cada noche un pretexto para hablarte. Si mis manos no te buscan más es porque siguen llenas de tu cuerpo. Te tengo desde hace tiempo marcando el ritm o de mis pasos colgada del cuello abrazando por la espalda con los dedos en la nuca y repitiendo quedo: siempre encuentro en cada beso un pretexto para nombrarte. Ya no busco tu som bra en mi sombra ni tu voz en cada voz. No me rindo ni me voy ni te olvido ni me muero... Siempre busco en cada cuerpo un pretexto para amarte. No me mires cuando no estás, no valgo la pena no valgo la gloria, sólo valgo las palabras que rescato cada día y que mueren cada noche en la punta de los dedos en el hum o del cuarto o convertidas en canción. Siempre busco en cada letra un pretexto y en cada pretexto siempre estás tú.

1 Diseñador gráfico y músico, integrante de Muerte Chiquita. Trabaja en el Departamento de Publicaciones de Difusión Cultural de la Universidad Autónoma Chapingo. Colabora en el sitio electrónico: www.labibliotecaestelar.com

Álvaro Luna Castillejos1

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El sello de tu cueipo I

¿Qué hay en tu cuerpo con aroma a canela? Un universo que se deja adivinar en cada paso lento. La noche es muy joven para abandonar a los niños y desgajar el suelo de los parques con el sonido de los patines y la risa de los abuelos que miran el reloj y los árboles. Hay en ese cuerpo que se llama mi deseo una ola de libros de anatomía astronómica, una teoría cuántica de vitaminas y gatos enredados en los cables de teléfonos. El fuego de tu juventud arde en mis manos y el incienso surgido de tu aliento proclama novas parcelas. Hay en ese cuerpo suave y cálido la nostálgica algarabía de una visita de días últimos, sabor a fruta que manan tus labios entreabiertos por mi lengua vampírica. ¿Qué hay en tu cuerpo, diosa? El éter del Universo y la pregunta de los héroes inmortales, un fuego proteico que confi gura las vicisitudes de tu amor y belleza. Orbe de los soles y arrullo entre los mares y las perlas, ¿cuántos siglos hace que no me tomas? Flagelo y minuto cada vez que cierro las pestañas y adentro encuentro tu sombra escrita con números: profecía del encanto y el nombre que no termina de pronunciarme.

XX

¿Qué tienes cuando callas y el mar se estremece bajo tus pies? Suaves tristezas acaban sembrándose en el estómago de las reinas y sus hijas; el tiempo ensancha sus manecillas a las caderas fotográf cas del caleidoscopio, latente corazón vivo entre hierbas aromáticas. El cielo tiene ojos de sol, angustia y algebra del pensamiento. Han fi orecido los cántaros y los besos, liturgias y movimientos corporales. ¿Ríe el universo en el complejo alfabeto griego? Fuego surgido desde la montaña de seda y rubíes hablando solaces metáforas confundidas. ¿Qué tienes cuando callas y en tu vientre se gestan planetas de nombres impensables? Olas chocando contra las armas y el soldado; ángel bajando las escaleras luchando en el loar del tatuaje ríspido de la mandrágora y el cielo. El silencio es unos labios que crecen como besos marinos, calor en el vino de la madrugada antes de la oración, líquido y diorama que se mezclan a mi cuerpo en viernes santo.

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XXVIII Nueve veinticinco p.m. ¿Cuántas nubes he acomodado en el estambre para encontrar el centro de tu universo? Los gatos han marchado ligeros sobre la luna, he podido escuchar sus sombras menearse allá afuera mientras te pensaba. ¿Vendrás a mi encuentro? Cien lentas manos han rodeado la casa que dejas. Hay una necesidad de ti en todo mi cuerpo, una angustiosa desesperación que sucumbe al sabor agrio de la ausencia. El suicidio es una campana que late en los frascos de pastillas: riguroso anatema instalado en mis huesos. ¿Dónde se ha quedado tu aliciente blancura? Callas y la noche crece en mis labios. Siento una tristeza de muerte, quédate aquí conmigo.

X X X II

¡Te amo! Logro acomodarme la sangre en las venas y el espíritu; estoy lidiando con la noche hasta que llegues pronunciada por el viento. No bastan las piedritas que arrojo a los relojes, ¿hace cuántas vidas que no te veo? Cada atardecer encuentro tus ojos en los gorriones que dibujo mientras duermo la hora de los muertos. ¡Qué hermosa eres! Planicies enteras de años abarcan mi columna que crece a destiempo; tierna infanta tus besos me saben a rosarios y vino cuando se da inicio al año nuevo. He traído joyas para adornar tu cuerpo bañado en leche y miel; flores y aves para cuando bailemos. Te he escrito cartas que custodian los ángeles del tarot mientras beben el ámbar de la décima casa. ¡Te amo! Siento la primavera en tu abrazo que sucumbe mis murallas.

JoséJ. González1 (1989) Egresado de la Licenciatura en Letras Latinoamericanas de la Facultad de Humanidades, UAEMéx. Profesor de latín y griego. Artista plástico y escritor.

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Yo conocía el nnai... Yo conocía el final y sin embargo acepté tus consejos; la vocecilla aquella que en las noches me susurraba amarla. Yo conocía el final y aun así acepté los quebrantos; para al final caer en que eres mal consejero. Más no es la culpa toda tuya yo mismo caí en aquel embrujo; la sonrisa, el cabello esos hermosos dientes y sobre todo esa figura estilizada y larga donde las inferiores extremidades en realidad no eran inferiores. Q uién soy yo por culparte amigo corazón, quién soy yo, apenas un guijarro arena, viento que alguna vez intentó llegar a su mejilla viento que ella ignoró, como ignoró el amor que sentiste por ella. Cuánto lo siento por ti y ¿por qué no? tam bién por mí, amigo corazón.

Miguel Ángel Flores Rodríguez1

1 Profesor de Huatusco, Veracruz.

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la s g a rlo pa s

* a p a r t a d o d e l o s in é d it o s

Selección y nota introductoria de

C

uento de

Eusebio Ruvalcaba

C arlos Ló pez M

edrano

Los cuentos se prodigan como manantiales. Brotan donde menos se piensa. Pero de pronto hay algunos que llaman más la atención. Por su lenguaje. Por su trama. Por su trauma. Por el acabado de los personajes. Por la ambientación. O simple y llanamente por su tratamiento. Como este cuento de Carlos López M edrano, joven autor de San Luis Potosí, en el que parece suceder un acontecimiento cotidiano. Pero que a la relectura arroja una visión estremecedora. En fin. Un cuento que luego de sumergirse en él, se queda incrustado en el alma.

Mire la hora que es nrique despertó a la mitad de la noche. La comezón había vuelto para no dejarlo en paz. El problema venía desde tres semanas atrás, cuando sintió por prim era vez una sensación desagradable que recorría su piel sin previo aviso y sin nada que, en apariencia, lo justificara. Era una comezón de intensidad pronunciada que no se aliviaba con rascar. N inguno de sus conocidos lo sabía, en gran medida porque su decisión fue no contárselo a nadie. Será un problema pasajero, pensó, hay otras razones mayores para quejarse. Pero el problem a continuó. Casi a diario llegaba un m om ento en el que la comezón hacía su presentación estelar. Era tal la desesperación, que finalmente decidió ir a una consulta en el hospital. Después de explicarle los síntomas, el médico no pudo darle un diagnóstico. Quizá se trate de una alergia, le dijo, y le recomendó realizarse unos estudios. Enrique no se los hizo. Para ello hubo dos razones. En prim er lugar, la comezón dejó de presentarse durante los tres días posteriores. Parecía que la mera consulta había arreglado el asunto. Consideró innecesario hacerse los estudios, pues tal vez se trataba de algo emocional. No sería la prim era vez que algún detalle de su vida se solucionaba sin hacer nada, sólo con dejar el tiempo

E

* Sombrío burdel de Veracruz.

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pasar. El otro factor para abstenerse de los estudios era el trabajo. Ni siquiera consideraba el faltar una m añana entera a la oficina para ir a un laboratorio de análisis clínicos. La relación con su jefe, sabía, era tan frágil que cualquier desliz, así se debiera a motivos de salud, se convertiría en un factor que pondría en jaque su situación laboral. Y decidió dejar todo tal y como estaba. Al abrir los ojos, lo único que percibió era la tenue luz roja que salía de los números del despertador. Eran las cuatro de la mañana. La de ahora era una comezón mayor que las anteriores, se trataba de una sensación parecida a la de una quemadura. Pasó la mano derecha por su brazo contrario. Aunque sabía que no servía de nada, hizo el intento de aliviar la sensación que lo atacaba. En un episodio previo, descubrió una cosa que le daba cierta ayuda: el hielo. No era que desapareciera la comezón por completo, pero sí le ofrecía un bienestar parcial preferible al ataque virulento que colmaba por entero a su mente. Todavía aturdido por el despertar imprevisto, decidió ponerse de pie e ir al baño. Prendió la luz. Sus ojos tuvieron que cerrarse para soportar la iluminación. Unos segundos después, se acostumbró al ambiente y pudo mirarse al espejo. La imagen lo hizo sentir fatal. Cuando estaba despeinado, Enrique parecía tener menos cabello del que en realidad tenía sobre la cabeza, que era de por sí escaso y que disimulaba gracias a un peinado estratégico. Desvió la mirada, era preferible observar el lavabo. Abrió la llave de agua fría bajo la cual puso la boca. Tomó un sorbo de agua que casi inmediatamente procedió a escupir. A continuación mojó la palma de ambas manos, con las cuales humedeció sus brazos. Luego de quitarse la camiseta, continúo con el abdom en y la espalda. La comezón no cedía. Mientras se sueña algunas cosas se olvidan. Eso pensó Enrique previo a un intento por volver a dormir. Apenas se acostó, se le ocurrió una idea. La cama era lo suficientemente grande para girar sobre ella. Así que lo empezó a hacer. Fue un intento exitoso: la acción le proporcionó un alivio mayor al de la rascadura corriente, y si bien no lograba solucionarlo en su totalidad, producía una sensación de tranquilidad momentánea. Un rato después sintió un mareo que se unió al cansancio, sensaciones que se alegró de tener, ya que por ratos parecían más intensos que la comezón. Entonces decidió detenerse para salir a fumar. Confiaba en otra de sus estrategias: a veces, cuando se distraía, la comezón cesaba. Era como si se olvidara de ella, y ésta, sintiéndose ignorada, regresara a la cueva en espera de aum entar su fuerza para una futura aparición. D orm ir ya era difícil. Su rutina habitual consistía en despertar a las seis de la mañana, tomar una ducha, vestirse, bajar a desayunar, leer el periódico del día anterior mientras tomaba el café y salir hacia el trabajo luego de dejar dinero sobre la mesa de la cocina para que su esposa comprara la comida. Una vez lejos de su cama y fuera de ese cuarto, miró las dos puertas cerradas que conformaban la planta superior de la casa. En una dorm ía su esposa junto a M oni, su hija menor. En la otra se encontraba Daniel, su hijo. Por debajo de esa últim a puerta alcanzó a ver un poco de luz. También se filtraba un sonido ininteligible que lo hizo considerar la posibilidad de que la televisión estuviera encendida. Le preocupó tener a un hijo despierto a esas horas, o a alguien que no tenía el cuidado de apagar los aparatos antes de dormir. Por un m om ento pensó en tocar o abrir la puerta sin previo aviso, pero, ¿qué iba a decir? Ya no podía interferir en los

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hábitos de un chico de veintiún años, así que bajó las escaleras y se enfiló rum bo a la cocina donde tenía una cajetilla de cigarros. Encendió uno. Dio una calada con la esperanza de que el humo en sus pulmones produjera una reacción que eliminara el escozor. Abrió el refrigerador de donde sacó un bote de jugo de naranja. Quedaba poco, así que lo bebió directo del envase. En el congelador, ya había visto, no quedaba nada de hielo. Tuvo que sacar un paquete de verduras congeladas que procedió a pasar por su cuerpo. La escena, supo, era exactamente del tipo que uno desea pasar a oscuras y sin que nadie lo vea, tal como él hacía. Cuando se acercó al fregadero para lavarse las manos, escuchó un ligero ruido en el exterior. Por la ventana, vio al otro lado de la calle a un viejo conocido. Era don Germán, un vecino de setenta años que vivía en la colonia desde mucho tiempo antes de que Enrique y su familia llegaran. Fuera del alumbrado público, la iluminación dominante recaía en la luna, pronto dispuesta a desaparecer. Antes de salir al patio delantero a que le diera el aire fresco, Enrique se mojó el pecho y la espalda, todavía desnudos. Tenía que aprovechar la situación. U na vez afuera, la mirada de los dos hombres se cruzó de inmediato. don G erm án se acercó a Enrique. Se saludaron. — Por un instante me ha asustado, amigo. ¿Qué hace sin playera a estas horas? — Salí a regar las plantas. En los últimos días las he visto medio secas. También me extraña verlo afuera tan temprano. Para su edad lo veo m uy fuerte, pero cuídese, hace frío y usted ya no está para andar tan quitado de la pena con un pants tan delgado. — Tenía que pasear a Romino, se la pasó rascando la puerta toda la noche. M i mujer no sabe qué le pasa. D on Germ án llamó al perro. “Ven, hijo”, gritó. El animal salió en medio de los arbustos, traía una paloma m uerta en el hocico. — Mira lo que has hecho, Romino, no te vuelvo a sacar. Ay, vea usted cómo son los perros, señor Enrique. Se ven muy nobles y tiernos, pero no tienen empacho en matar a un pobre pájaro. — Parece que el pájaro lleva ya un buen tiempo m uerto, está muy sucio. Y mire la hora que es, nadie vuela a estas horas. Lo más seguro es que su perro sólo se lo haya encontrado tirado por ahí. — Tiene razón. El pájaro está lleno de lodo. Un pequeño desgraciado, eso es. A saber qué es lo que le ocurrió. Com o sea... mejor lo dejo en paz, platicaremos en otra ocasión. Ya no tarda en amanecer. ¿Tiene que ir al trabajo, no es así? — Sí, lo s é . pero espere. Una cosa antes de que se vaya. ¿No sabrá usted de un remedio para aliviar la comezón? — Le recomiendo un buen baño con agua helada. Use hojas de sábila en lugar de jabón. Verá que le ayuda con cualquier salpullido. — No es para m í . era una pregunta nada más. — Ya veo. En fin. Salúdeme a su esposa. Voy a meter a este perro a la casa. Q uién sabe qué otra cosa pueda traernos. Q ue descanse. Enrique se quedó solo en el patio. Se dirigió a uno de los rincones donde estaba la manguera. Abrió la llave y empezó a regar; primero el pasto seguido de las plantas. El sonido de unos grillos, unido al del chorro de agua, lo reconfortó. Si cerraba los ojos, podía imaginar estar en medio del bosque. Por un impulso, dirigió la manguera a su pecho. Siguió con la espalda para finalizar con la cabeza. Los m inutos pasaban y todavía tenía que desayunar.

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La vida impensable

El día el amor iilegará Antolín Martiñón1

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ero el día del señor llegará como ladrón en la noche; en el cual los cielospasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas, estas palabras mencionadas por la voz apaciguada del cura, hicieron que Libia se transportara a un tema que le rodeaba a diario, el amor, pues tenía 16 años y su mente era un hervidero de deseos y preguntas sobre ese tema, por un m om ento su mente se escapó de la misa para contemplar la iglesia, ahora la veía como un escenario amoroso, le encontró más sentido que nunca a la escultura de San Antonio que permanecía en una repisa a su lado izquierdo, a la pintura de M aría Magdalena, en pose de piedad frente a Jesucristo crucificado, que para ella se había convertido en el acto más sublime de amor; ahora le encontraba más sentido a una frase momentos atrás mencionada, que resonaba vivamente en su mente “.lle g a r á como l a d r ó n . ” frase que le cambiaba totalmente su concepción del amor, pues ahora pensaba que el amor era un asalto de emociones, un robo de sentimientos que llegaba como ladrón, tal vez por la noche como lo mencionaba la Biblia, ahora pensaba que aquel hombre que llegaría a su vida, tenía que llegar como un ladrón, tan astuto, tan intempestivo, con un peso de galantería poco ortodoxo, tan misterioso. Pensaba que en adelante se declararía enemiga de aquellos cortejos en el que el enamorado lucha incansablemente por agradar a su amada,

1 Ingeniero agrónomo egresado de la UACh; autor del poemario Versos de pasión, editado por Molino de Letras. Obtuvo en 1995 y 1996 1o y 2o lugares en concursos de cuento en la UACh y Mención Especial en el II Concurso de Haikú del Taller de Escritores de Barcelona en 2011.

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por meses o tal vez por años con armoniosos detalles, con ramos de flores ostentosos acompañados de una carta de amor, eso en su mente transm utaba a puras cursilerías. Unas notas melodiosas hicieron que reorientara su atención, esas notas tan místicas y al mismo tiempo espectrales del armonio, el cual miraba fijamente; veía como aquel instrum ento francés del siglo xix, gastado, pero con unas notas tan vivas que resonaban por toda la iglesia, sentía como el aire emanado por el ir y venir de los pedales alimentaba las notas que el pianista armonizaba apasionadamente una y otra vez, al mismo tiempo que el Osana en el cielo, era coreado por todos los feligreses. El tema del amor se apoderó nuevamente de sus pensamientos y se preguntaba ¿Cuáles serían las señales que la guiarían a creer que tendría enfrente al hom bre de su vida?, eso era lo más atractivo de sus pensamientos. Si bien en la Biblia hablaba de señales precisas “. los cielos pasarán con gran estruendo, y los elementos ardiendo serán desechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas”, para Libia no había certeza de las señalas que le indicaran el verdadero amor, tal vez serían esas cascadas de emociones que sembrarían su cuerpo al sentir la presencia de aquel hom bre desconocido, o tal vez la arrogancia o petulancia de aquellos hombres presumidos, tal vez una historia secreta de algún pretendiente anónim o o simplemente amor a prim era vista, aunque dudaba de esta frase ya trillada, aun así no descartaba esta última posibilidad. Justo atrás de ella se encontraba Ladino, un hom bre pícaro que había recreado en su mente todo lo que la mujer estaba imaginando, esa frase de “Pero el día del señor llegará como ladrón en la n o c h e . ” realmente lo había transportado a imaginar lo que la chica de enfrente podría estar pensando y cómo no iba a pensar eso, si él se había convertido en un ladrón de primera, pero no un ladrón como todos, él se había especializado en robar historias de chicas hermosas, siempre imaginaba lo que ellas estarían pensando, ese era su pasatiempo favorito, donde sea que él estuviera. De pronto la voz tierna y preocupada de su madre fragmentó su historia. Ladino, hijo, pon atención a la misa, no te distraigas. C on una voz de enojo y resignada Ladino contestó, ¡Ay amá estoy poniendo atención!

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La vichi im p en sa b le

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Jacky Boy Paris Octavio Rojas Broca1

á t a l a . ¡Mátala te digo! — No, no. Córtale un dedo y envíalo por paquetería, esso dejará una marca y noss traerá máss dinero. — (Jadeo) D... ddd... Debemos aprovechar el m om ento (Jadeo) quita... quítale la ropa, quiero verla. — No debemos seg bagbagos. El detalle es lo impogtante (Pasos).

M

(Se abre una puerta) (Se cierra una puerta con cautela) (Se abre con violencia la puerta y la azotan) — ¡Estúpido francés! M ira Jack, Jacky, hijo mío, viejo amigo... debemos matarla, quiero sentir su corazón palpitar en mis manos. — Idiota. No podemoss negociar ssin cuerpo... Un dedo y gritoss, ess lo que necessito. — ¿Q... qqq... Q ué hay de de de mmmmíí... m m m... mí? ¿Y mi placer qué? — Tartam udo pervertido, eso lo puedes hacer con un muerto (Risa sonora). — Sssangre y gritosss. — ¡Cállense inútiles! ¡La mato ya! (Chiflido) — Tan vicegales como siempgue. Podemos haceg todo eso y más. Sólo necesito que Jack haga la llamada y podguemos haceg lo que quiegan...

1 (1990), estudiante del séptimo semestre de la licenciatura en Letras Latinoamericanas en la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma del Estado de México. Ha sido ponente en encuentros académicos en esta institución, como el coloquio “Literatura musical y música literaria” y el “Necroloquio de putrefacción múltiple”.

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— Está bien. — S... sss... de acuerdo. — Puedo essperar unoss minutoss más. — Decidido, Jack, paga cuando gueguesemos quiego que la llamada ya esté hecha ¿De acuegdo? — Así me gusta Jacky boy, tan obediente como siempre (Pasos) (Se abre una puerta) (Pasos) (Se cierra la puerta) (... ) — (Suspiro) (Pasos acercándose) — Te voy a quitar la venda de los ojos y los amarres también; en la sala a tu derecha está un teléfono, llama a la policía... (Comienza a quitar la venda) Edificio B número 13 calle psiquiatría... es el edificio abandonando. (Pasos corriendo, la silla cae) — (grito ahogado) — (suspiro) — ¿Policía? (...) (Sirenas) , — ¡Carajo! ¡Jack! ¿Qué diablos hiciste? — hay que largarnoss de aquí. — M m m m m m ... me... m emmmemememee lleva. — Jack, Jack, Jack, Nos laggamos, pego no te pgeocupes, no estagás solo. — ¡Ya! — Hasta pgonto Jacky boy.

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(Rompen la puerta) — ¡Policía! ¡Salga con las manos en alto! (... )

— Espere oficial, él me liberó — Lo sentimos, pero fue al único que encontramos... — Jefe, no hay rastros de los otros — ¿Segura que eran otros cuatro? — Sí (...) (Cierran la celda) — Hola Jacky boy — No nosss olvidesss — Jjjj... jamás... jam... jamás solo — Siempgue estaguemos juntos Jack, siempgue — ... N unca solo...

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Soplo de luz Luriel Lavista1

yer esperaba d esglosar para Iris un mensaje, se me d urm ió el tacto al levantar pequeños vidrios que arrojé al mirador. Lo despejad o de la tarde no me dejaba partir. Revisé las hojas que levanté en la mañana. No era posible que tuviera m arihuana en los bolsillos, la he de haber d espedazado para que no me la encontraran los puercos del vecindario. No im porta ya estaba rescatado. La gen te ya de nada se espanta cu an d o el asesinato aq u í es de to d o s los vías. C u an d o me dispuse a forjar el faso varios se acercaron. Fum é y com partí, al p oco rato alguien quería arrojar un gato peq ueño al precipicio. Su m ezquindad se co n tagió a los dem ás. Si me acercaba protestando me sacudirían a golpes, así que les e scu p í d esde mi lugar. El gato aprovechó la situación y dio un gran salto para huir. Tam balee al deslizarm e para seguirlo. Se divirtieron arrojándonos piedras que nos rebasaban. Cu an d o llegam os a la esquina pude ver que cruzaba la larga avenida. Corrí sobre la acera hasta perderm e, recuerdo que al calm arm e me detuve en una vinatería y me tu m b é en el suelo a beber una cerveza. Los oídos aún me zu m b ab an . Pensé en la vez que alguien me contó que asesinó a uno de ellos desde una ventana de su habitación con su rifl e e sco n d id o en la noche porque agredía al de su casa. Me reí im agin an d o sus ojos m uertos en el am anecer. Ahora me lim pio la espum a de la boca con mi brazo que no deja de tem blar, suena justo por aquel indefenso que salvé. A los pocos días que volví lo encontré en serenidad con los restos de la basura. Era el m ism o con sus orejas descoloridas. Le pregunté por lo que había su ce d id o a un niño que pasaba por ahí. Me dijo que nadie lo quiso. D escub rí que eran varias crías que de noche aullaban m ucho Los vecin o s decidieron arrojarlos a todos. Recuérdenm e algún día que pinte la escena que vi.

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1Oriundo del Estado de México, Autodidacta, Dibujante ocasional y Limpiaparabrisas. Gus­ ta de la música concreta y reflejante.

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Eréndira y su piel

Enrique Iglesias Castillo1 réndira conoce bien los alcances de su voluptuosidad. Se recuesta en la cama y lleva mi mirada a sus piernas. Levanta su vestido negro y las deja al descubierto para mi re­ godeo. Las acaricia y me dice que le gustan. Veo sus piernas y las acaricio con los ojos antes que ha­ cerlo con las manos. Pide que las toque. Lo hago y le pregunto si puedo besarlas. Bésalas, dice. Tam­ bién deja que retrate sus piernas desnudas para llevarlas conmigo en todo momento. Me aparta de sí. Se levanta y pone en­ tre ella y yo la distancia justa. Con movimientos estudiados se quita el vestido, a la velocidad y ca­ dencia precisas. Las formas de su cuerpo invitan a perder la cordura y volcarse sobre ella. No sé cómo pero me contengo. Ha de ser que me pe­ trifica el encuentro con sus ojos oscuros, con esa mirada que al placer puede transformar de pene­ trante a una llena de amor. Observa mi reacción. Sólo confirma su impacto en mí. Después acerca su cuerpo al mío. Dice: bésame. Dice: cógeme. Yo obedezco. Paso mis dedos por su rostro, lo acaricio hasta que mi memoria táctil no pueda deshacerse de su recuerdo. En su cuello las caricias también son con mis labios. En sus senos me detengo más tiempo, aunque nunca el suficiente. Ella los considera pequeños. Yo sé que son perfectos. Es menester tocarlos, besarlos, lamerlos y morder un poco sus pezones. La piel de Eréndira me conduce hacia su vientre y sus caderas. Intento besar sin prisa. Ro­ zar apenas con mis labios y mis dedos. El camino de su piel me lleva a sus nalgas, que aprieto ya sin dominio de mí mismo. Beso de nuevo sus piernas y las separo para llevar mi boca a lo que hay en

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1 Nació en el D istrito Federal en 1983. Ha publicado cuentos y relatos en la revista Los bastardos de la Uva y en el periódico E l Financiero. Desde hace algunos años tiene un blog titulado Lo que hace el ocio que, por fortuna, nadie revisa.

medio de ellas. Acerco todos mis sentidos a su sexo para retener su sabor y su olor. Con fruición la ex­ ploro. Ella gime, se revuelve. La atraigo hacia mí lo más posible. La abrazo para que desaparezca el espacio entre ambos. Me rodea con sus piernas. Con su mano toma mi verga enhiesta. Busca. Buscamos. Son movimientos más frenéticos que calculados pero logramos lo que queremos. Una vez así no me suelta hasta que me vacío dentro de ella. Abro los ojos y ahí están los suyos, a una distancia apenas existente. De nuevo su mirada, esta vez mucho más cercana y en ella me veo re­ flejado. Una visión se desliza. Una certeza. Alcanzo a vislumbrar el abismo que me separa de Eréndira. No sé si ella lo ve también. Es entonces cuando comprendo que nuestras vidas estarán unidas sólo por un momento y pronto comenzarán a alejar­ se. Es pasión fugaz. Y es inevitable. Lo mejor será extender ese instante y convertirlo en un presente perenne. Me resulta difícil apartarme de su cuerpo. Quiero que el olor de su piel permanezca impreg­ nado en mí. También que quede alguna cicatriz que delate su presencia en mi vida: una herida abierta en el pecho, una cortada en el rostro o la espalda la­ cerada, lo que sea para que quien me mire diga: no hay duda, ese hombre amó a Eréndira como debía hacerse: sin esperanza y sin miedo. Después tenemos instantes de tranquili­ dad en los que Eréndira acaricia sus senos mientras charlamos, ambos desnudos en la cama. Yo obser­ vo el movimiento de sus manos y el movimiento de sus labios. Nuestra plática va sobre Vallejo y las palabras insuficientes, sobre Lautréamont y la des­ esperanza, o sobre los rusos que ella adora, o tal vez hablamos del pasado inmediato o de los días por venir (no me atrevería a mencionar el abismo, la le­ janía inevitable), pero ella no deja de acariciarse. De pronto, deja de hablar y crea un silencio sostenido por varios segundos. Me observa y sonríe. Sabe -y yo no tardo en darme cuenta- que soy suyo.

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El facilitador Pablo Carretero1

torm consulta el reloj y se impacienta, ojos verdes, mirada de búho. Rojo, mierda... El auto se detiene ante el semáforo. Storm baja la ventanilla y la brisa alborota su cabello rubio ceniza, m ediana edad. Ricardo, el chófer, se retrepa en el asiento: -M ala hora, patrón. Limpiabotas, olores dulzones, porquerías fermentadas, vaharadas, celajes de frituras, una mujer en cuclillas, recogida la falda, un reguero de meada escurriendo calle abajo. -S o n del peor de los rastros... -dice Ricardo, asqueado. La mujer se aproxima a la ventanilla, mirada lacerante, rostro exhausto y macilento, paisaje calizo. Abre su destartalada boca, la mano extendida, picaduras de óxido, descolgadas las greñas por el blusón teñido de mugre. -Ándele, ándele -aprem ia Ricardo mientras escancia una calderilla en el cuenco de su mano. La mujer sonríe, inmóvil. Verde. Ricardo arranca el auto, fingida mansedumbre, sondeando a través del retrovisor, conversación para el patrón: -Ya tiene su racioncita, tortillas con Coca Cola, buen provecho. Storm resopla y consulta el celular. Marca el teléfono del Facilitador mientras se frota la barbilla perfectamente rasurada: -H o la , llego tarde, lo l a m e n to ., sí, sí, un atasco desde el W orld Trade C e n t e r . estoy en la Avenida de los P resid en tes. U na avanzadilla de coches asoma el hocico perpendicularmente por el Eje. Algunos coches los sortean, hasta que la avanzadilla alcanza

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1 E scritor de origen español con form ación científica, autor de artículos en revistas especializadas, y de una novela publicada el año pasado, titulada P atios traseros, que estuvo a la venta en las principales librerías de Barcelona.

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la masa crítica y estrangula la avenida. Ricardo detiene el auto, embragues, traqueteos, frenazos que arrancan goma, barullo de cláxones y óxidos nitrosos. Algún valiente se introduce por entre los coches y alcanza la otra orilla. Otros le siguen, hasta que alcanzan la masa crítica, una turbam ulta que irrum pe en la carótida y detiene los autos. Llego antes andando... Storm baja del auto y recorre a paso rápido la últim a milla, enjuto, larga zancada, traje a medida, cimbreantes palmeras, el exoesqueleto de los rascacielos reflejando amenazantes cumulonimbos. Alcanza el Eje, sembrado de tiendas de campaña, pancartas de reclamo, decenas de despojados protestan por la construcción de la línea de metro. Un inconforme sostiene un balde mientras se ducha desnudo en m itad de la acera. Storm avanza entre la m uchedum bre vociferante, ruido de megáfonos rebotando contra las torres acristaladas, puestos ambulantes, aceras salpimentadas de grasa y deyecciones. Dobla la esquina y alcanza el restaurante. Sentado en una esquina, reconcentrado y con cara de tedio, aguarda el Facilitador. -L o lamento, siento hacerte esperar no imaginaba yo este tráfico -S torm se disculpa, el Facilitador plisando la corbata sin mostrar irritación-. Bueno, pedimos a l g o . El Facilitador hace una seña, el mesero acude: -¿Te gusta la parrilla, Storm? Es carne argentina, la reciben a diario. El mesero asiente complaciente. Porta un plato lleno de carne de res, espaldilla, vacío, lomo veteado, rollo y aguja, cuadril, ojo de bife, tiernos magros, diferentes tipos de cortes. Storm mira alternativamente las carnes sin decidirse. -Tráiganos un surtido -tercia el Facilitador, abreviando la indecisión. -¿M uy hecha, señor? -S í por favor -m usita Storm carente de entusiasmo. -L a mía al arrebato -aclara el Facilitador. El mesero inclina la cabeza y desaparece con decisión. -N o estoy acostumbrado a ver así la carne -se disculpa Storm -. He sentido un poco de repugnancia. - B u e n o . ¿qué tal el congreso de tecnología? -M ucho ruido y pocas nueces. —¡Ya! -asiente el Facilitador-, vete acostumbrándote al país -A quí todo el m undo come c a r n e . -reprocha Storm. Oye, qué es eso tan im portante que tenías que contarme -inquiere el Facilitador, rubicundas manos recolocando los cubiertos. -Verás, me ha llamado un gerente de Abson Dynamics, me ha citado, quiere que le pasemos una p ro p u e s ta . -¿Lo conocías? -N o , la otra vez hablé con otra persona de Abson. -U n prestanombres. - ¿Q ué? -U n tipo que da la cara, pero que no es decisorio. A veces hasta tienen firma. -¿Q ué opinas?

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-U n cuento -replica el Facilitador, cráneo rasurado y contundente, mejillas rotundas, enterrados los ojos, perilla de chivo, experimentado cabildero. -Estás muy seguro -Llevas en el país apenas tres semanas, Storm, y ya tienes tu primera propuesta sobre la m e s a . -e l Facilitador reposa la servilleta sobre el regazo y aplaude con desgana. El resto de las mesas se gira, miradas inquisidoras-. ¿Sabes lo que van a hacer con tu propuesta? Enviársela a sus proveedores de siempre e invitarlos a ofertar. El mesero irrum pe con los platos y la parrillada de carnes crepitantes. Una escuadrilla de limosneros observa el festín y abre la formación. Uno de ellos se arrima a la ventana próxima a la mesa y suplica, quejosa letanía. El Facilitador levanta la mano con autoridad, gesto preciso, la retahíla decae, aventado menesteroso. -M ira, S t o r m . -e l Facilitador trincha una tajada y la descuartiza-, entiendo que esta situación no es fácil para ti -eficaces movimientos de matarife, instinto depredador-. Te envían aquí y te ponen un facilitador. Yo tam bién me mosquearía, es como si no confiasen en t i . Pero no va de eso, en serio. -¿D e qué va entonces? -S torm rebusca con el tenedor entre las carnes, pómulos marcados, asqueado vegetariano-. Diría que te divierte -V a de influencias, de relaciones políticas, de padrinos y recomendados ¿Lo coges? -L o dices como si fuera la única manera de entrar en este m e rc a d o . Eso te convertiría en indispensable -replica Storm irritado, mirada dura, lanzando un uppercutJ- Te encantaría tener una cartera de proveedores tecnológicos y hacer lobby con la propiedad, hoy le damos esta limosna a este suministrador, mañana al o t r o . ¡Qué bien te lo montas! -Escúcham e bien, aquí el mérito y la cultura del esfuerzo no tienen valor -e l Facilitador esquiva el golpe-. Muchos de esos gerentes y ejecutivos creen que pertenecen a una casta superior, una élite que nació para im prim ir en la sociedad su visión del m undo -trazando una finta, rápido de reflejos-. Aquí de poco sirve una cabeza bien puesta con una propuesta de valor bajo el b r a z o . estás muerto al amanecer -cam bia de pie y suelta un certero crochét,2 impecable cadena cinética-. ¿Entiendes? -Y en esa ciénaga te mueves con soltura. -¿Prefieres ser un resentido? Oye, no son sólo los de arriba, este sistema clientelar progresa porque a toda la sociedad le conviene -g ru ñ e el Facilitador apuntando con el tenedor, am enazante-. La corrupción fluye por todo el cuerpo social, porque gota a gota, hasta el último coco se llena de agua, entérate. - O sea, que si persisto en mi actitud me quedaré sólo -infiere Storm, sarcástico-, ¿es eso lo que quieres decirme? -Exacto, amigo, no es un fenómeno marginal, todos participan de esta mierda, es una enfermedad social. -Según tú, Facilitador, ¿qué debo hacer? 1En lenguaje de boxeo, golpe que se dirige de abajo arriba buscando la barbilla o el plexo solar del oponente, tam bién conocido como “gancho” 2 En lenguaje de boxeo, golpe lateral con trayectoria paralela al suelo que se dirige al rostro del rival.

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-M ovim iento, dejarte llevar como una columna de h u m o . Q ue roben, pero que salpiquen, amigo -vibra el celular del Facilitador, alza la mano, una llamada esperada. Se levanta y abandona la mesa. Storm chasquea los labios, fastidiado, la carne intacta. De pronto un pequeño disfrazado de payaso capta su atención. Se pasea por entre los autos pidiendo limosna, no más de seis años, ojos maquillados, un pedazo de poliuretano por nariz de payaso. El semáforo se pone en verde y el crío corre veloz hacia la banqueta, pequeñas zancadas, antes de que los hum m er y todoterrenos se le echen encima. Storm silba, el pequeño acude presto, mirada azabache, voz lastimera: -Señor, ¿me da una moneda, por favor? -¿C óm o te llamas, pequeño? -pregunta Storm, asomado a la ventana del restaurante, rebuscando en el bolsillo. -Javier, me llamo Javier. -¿Y qué haces, Javier? -Trabajar.


Nagual: el animal que llevas dentro... Muestra de algunos dibujos realizados por Simona Schaffer Reflexión y contexto El lado Indomable, salvaje y animal del ser hum ano ha causado tanta fascinación com o temor. Éste se ha enfrascado en una eterna lucha por dom inar todo lo que hay de salvaje en sí mismo y a su alrededor. La pregunta es: ¿Hasta qué punto ha sido capaz de doblegar el instinto? ¿Dónde acaba lo salvaje y dónde empieza lo hum ano y viceversa? Más allá de la educación recibida en la familia, el grado en que expresamos nuestros sentimientos e inquietudes en el contexto social depende de la cultura de la sociedad en la que hemos crecido. Lo que parece cierto es que tarde o tem prano nuestra parte más animal acaba saliendo, ya sea progresivamente y con poca intensidad, o repentina y salvajemente. El ser hum ano siempre se ha considerado superior a los animales, y lo animal se ha vinculado con los aspectos más oscuros de la persona. Sin embargo, si miramos el com portam iento de las diferentes especies, animales y humanos en el fondo no somos tan diferentes. Lo que llamamos "civilización" ha ido en nuestra contra en muchos sentidos y a muchos niveles. Irónicamente una de las luchas de las sociedades occidentales modernas es recuperar su vínculo con la naturaleza y tratar de reencontrar el equilibrio natural, lo que genera

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una gran industria y un sector de actividad económica.

¿Quién es Simona Schafíer y qué ha hecho? Es artista plástica que estudió en la High School for Performing and Visuals Arts en Houston, Texas. Regresó a México a estudiar en la Escuela Nacional de Artes Plásticas y se graduó en la licenciatura de Artes Visuales. Estudió la maestría en Artes Visuales en Barcelona, España, donde radica actualmente. Ha participado en exposiciones individuales como: Los danzantes (2014), instalación pictórica, que consistió en seis figuras danzantes que colgaban sobre la fachada posterior del Casal del Pour de la Figuera, en el Born en Barcelona; A estas alturas del cam ino... (2009) exposición de obra realizada entre 2006 y 2008, en Galería Red03, Barcelona; Exposición de pinturas y grabados (2008) en el Bar Zappin de Valencia, España. Horas de espera (2006), grabados y pinturas, cuyo tema son los traslados en los transportes públicos, Instituto Mexicano del Petróleo, Ciudad de México; Micrópolis, exposición docum ental de la instalación del mismo nom bre en Galería Polvo Art Studio en Chicago, Illinois, Estados Unidos; Aceras (2004), que retrata ciertos aspectos de la vida en la ciudad, com o los largos periodos de traslados en el transporte público, las fi las interminables para realizar cualquier trám ite y la inmensa soledad que se percibe entre la gente,

Centro Cultural José Martí, Centro Cultural

C om unitario Lagunilla-Tepito-Peralvillo y Alianza Francesa de San Ángel. Ciudad de México; Micrópolis (2003), proyecto de escultura/instalación con el tema de la vida cotidiana en las unidades habitaciones de bajo presupuesto, Fábrica de Artes y Oficios de Oriente ( f a r o ), Teatro Legaria, Universidad del Claustro de Sor Juana y

Carbonera Molino

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U A M -Iztapalapa,

Ciudad de México.


Silla 1 Acuarela sobre papel


Pajaro ca ido Acuarela sobre papel


Sirenito Acuarela sobre papel


M ono______ Acuarela sobre papel



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Vivir M ira atrás de tu voz, el columpio que llama, más allá de tu voz.

11 Huivulai ¿De dónde vienen los pasos con los que incursiono por este enarenado infinito? Carezco de memoria para hallar el tesoro que dejé en esta isla. ¿Qué fue de los niños de la celeste guitarra? Persiste eco descalzo de balones en sudoroso tropel, jugando con las aves a retener la tarde; extraño alicaídos pelícanos, gaviotas de antigua incertidumbre. Me detengo en el frío abandono de piedra. El océano esconde el rostro en la botella adivinatoria... arremeten agobios de otros pasos. ¿Será que quieren despojarme de aquella algarabía con que hicimos la playa? ¿Acaso en mi ínsula están también ocultos tesoros de otros hombres, ausentes de memoria? Llega el viento, como pozo de agua dulce. Muerde el cangrejo mi mano, y yo soy distinto, trazando mi esqueleto con los holanes del mar.

Gildardo Montoya1 wfl 1 Periodista y escritor que trabaja en la U niversidad A utónom a Chapingo.

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Vivir / Huivulai



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Michelle, el niño del acordeón Alejandro Arturo Villa Vargas1

Todos hemos visto alguna vez algún niño en situación de calle (cosa que no es rara en México). Cam inando por el centro histórico de nuestro amado Distrito Federal, nos podemos encontrar con muchas personas —niños, jóvenes y adultos—en esta condición, pero me llama la atención un niño en especial cuando paso por la calle de Madero, un niño en situación de calle tocando un acordeón rojo. Cada que paso por ahí, al mirar al niño recuerdo tantas cosas de mi infancia y me pregunto qué habrá sido de aquel amigo llamado “Michelle” un niño de mi barrio con el cual iba a jugar “fut” a las canchas que estaban por el barrio del Mercado del Sonora. Les contaré sobre Michelle: era un niño que vivía en una vecindad cerca de las “vías” (una calle atrás del mercado del Sonora), sus padres, bueno su padre era un hom bre que estaba en el reclusorio por varios delitos, y su madre cuidando la casa con cuatro hijos: un niño (Michelle) y tres niñas (María, Lupita y Jenny). Sus padres eran dependientes a las drogas, eran m uy pobres pero “trataban” de salir adelante, Michelle era un niño de excelencia académica a pesar de la situación económica en su casa, siempre con una sonrisa y buenas calificaciones, su gran sueño era ser un gran futbolista de la talla de Cuauhtém oc Blanco, Ronaldo y Pelé. Siempre había problemas en el barrio y dos o tres veces tuvimos que soltar los puños, pero él era m uy tranquilo, prefería irse o reaccionar diferente, antes que recurrir a los golpes, siempre lo molestaban con que era un mugroso, niño de la calle y vago sin qué hacer, pues Michelle andaba con su uniforme roto y sucio porque

1Estudiante de la carrera de Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón u n a m .

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su mamá no lo lavaba ni se preocupaba por comprarle otro. Levaba sus cuadernos sin forro y maltratados. Todo el día se la pasaba en las canchas de las vías jugando fut. Pasado tercero de prim aria me cambié de casa y le perdí la pista, ahora que tengo unos ocho o nueve años de haber regresado al barrio no lo he visto y lo último que supe fue que su madre se encuentra en Santa M arta ¿y Michelle? Se perdió, nadie supo de él después. Este niño del acordeón me recordó mucho a él, se parece bastante aunque estoy seguro de que él no es. Un día iba con mi cámara y le tomé una foto. El niño me hizo seña de que me acercara a él, y al hacerlo me dijo:”Oye amigo son veinte pesos por la foto”. En seguida le contesté: “¿esos veinte son para ti? Y negó con la cabeza, de un de repente miró con un miedo a dos chicos como de unos diecisiete años, y me dijo:”Vete por favor no pueden verme platicando o si n o ...” ¿O si n o . qué? —le pregunté. El niño estaba asustado, miré alrededor y había una mujer de reboso con otros dos niños de una edad como de nueve a diez años con cajas de mazapanes que nos miraban, bueno me miraron con una cara de “Q uítate de ahí”, así que no quise causarle problemas al niño, me levanté y me fui. Pasaron como dos semanas para volver a ver al niño del acordeón, ya no quise incomodarlo y seguí mi camino. En mi cabeza aun gira la indignación de la explotación hacia los menores y que las autoridades no hagan nada por solucionarlo, pues muchas veces las autoridades están coludidas. ¿Cómo ayudarlos? ¿Cuántos como Michelle están en esa situación, en donde no hay otro “m odo de vida”? Hace unos días me enteré que Michelle está en el Reclusorio N orte por asesinato. M ató a un hom bre que abusó de sus hermanitas y golpeaba a su madre. Un día Michelle llegó a su casa y lo encontró abusando sexualmente de las chiquillas, tom ó un cuchillo y, a sus 14 años, asesinó al violador. Estuvo en la correccional para menores y al cumplir los diecinueve lo trasladaron al Reclusorio Norte. La vida de muchos niños en situación de pobreza está ligada al m undo de las drogas, la prostitución, las armas y la muerte, y pocos salen bien librados. La base de la sociedad, de la transformación de México, está en nuestros niños, ellos no deberían trabajar, ni tendrían por qué pasar hambres, ni penas, ellos deberían disfrutar la vida, jugar, reír, v i v i r .

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¿Infancia feliz? Arturo Trejo Villafuerte1 Para Josefina, m i amor. Para todos mis detractores y amigos, con afecto sincero. Para mis alumnos que pasaron por esos bretes.

¡Que nadie se atreva a decir, frente a mí, que la infancia es la etapa más feliz o bella del ser humano! Lo agarraría a golpes o a rasguños, según fuera mi estado de ánimo o enojo. Es probable que lo sea porque el niño no sabe, lo ignora todo, es ingenuo e ignorante. Debo de distinguir dos espacios vitales en mi vida: la casa y la calle. Hasta los casi cuatro años era yo el amo y señor, el príncipe, de ese castillo medieval llamado casa donde reinaba don Francisco Villafuerte, un emperador a todas emes. Ahí yo me tiraba en el patio y extendía mis ejércitos de normandos, vikingos, apaches, soldados de las dos guerras mundiales y de la guerra de secesión gringa, además de armar fuertes y castillos, ríos y mares. Tenía mi caballo de madera, mi triciclo que luego me robaron en la calle, mi carro de pedales y mi bicicleta con rueditas, porque todavía no sabía andar solo en ella. Pero tenía que salir a la calle y ahí pasaban cosas que me hacían sumamente infeliz, como es el caso del robo de mi triciclo “Apache”. En el yo iba de la casa — ubicada en M arina del Golfo— hasta la esquina de M arina Nacional donde estaba la tintorería “La Toluqueña” — después llamada Oriente 101 y ahora Ángel Albino Corzo— y luego hasta la otra esquina de Marina Mercante — ahora Oriente 95— y precisamente en la esquina de “La Toluqueña” un sujeto se acercó y me dijo: “Niño, te anda buscando tu mamá. Me dijo que dejaras aquí tu triciclo y te fueras a tu casa”. Nada me sonó lógico, pero era un niño, era ingenuo, era (de)pen diente de

1 Profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo y miembro del IISEHMER de la misma institución. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) El tren de la ausencia (cuentos, antología, 2012), Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, 2012), Árbol afuera (poemas, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013. 124 pp.), Amar es perder la piel (antología, 2013), Lámpara sin luz (novela, Fondo Editorial Mexiquense, México, 2013. 267 pp.), Árbol afuera (poemas, antología, Cofradía de Coyotes, México, 2013. 108 pp), Abrevadero de Dinosaurios (antología de minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp.) y Cartas marcadas (antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 112 pp).

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los mayores y no vi a mi tía Ángela cerca, por lo que dejé el triciclo encargado al señor y me fui a la casa. Y cuando se supo todo, que ya no tenía triciclo “Apache”, me llamaron la atención por el descuido pero no pasó a mayores. Ahí aprendí que la calle era peligrosa y te robaban tus cosas. Pero en la casa también había peligros, como el que representaba la sobrina de mi tío — el esposo de mi tía Ángela “La Chata”— , una niña güerita y pequeña, aunque era más grande de edad que yo, a quien apodaban “Alpiste” por eso. Recuerdo una vez que nos pusieron una tina de peltre con agua caliente para que jugáramos, estábamos felices pero de pronto ella quería el juguete que yo tenía y no se lo quise dar, forcejeamos y ante su fuerza mayor que la mía, me fui sobre uno de los costados de la tina y me rompí el labio, dejando un rastro sangriento por todos lados. A partir de ahí tuve dificultades con la güeras y las rubias. Los niños somos ingenuos, no sabemos de las cosas del mundo y poco a poco abrimos los ojos. La calle es la gran escuela y luego sigue la escuela que es una prolongación de la calle pero concentrada. Tan no sabemos que cuando el padre llega borracho a la casa y golpea a la madre, el infante piensa que están jugando, como cuando él lo hace con sus amigos “a las luchitas”.

Tendría qué decir y reiterar que estoy a disgusto con mi vida desde cuando era bebé — yo era un niño muy bello y me mejoré con los años— , porque mi padre y mi madre me alquilaban como “Niño Dios” en los meses de diciembre y enero. A partir de entonces comencé a padecer de los bronquios y enfermedades respiratorias, lo que significó una operación de amígdalas a los 10 años en el Seguro Social. A los casi a los 40 días de nacido comenzó mi calvario: me echaron agua fría, que digo fría, helada, a la cabeza y yo sin poderme defender, ya que estaba maniatado de brazos y piernas con una cobijas, bautizándome con el nombre de “José Arturo” — nombre que yo no escogí, definitivamente— , según el rito de la iglesia Católica, cuando yo nunca, ni por asomo, hubiera escogido semejante religión llena de muertes y martirios, y, claro, no me podía defender de semejante agresión, que bien lo fue. ¿Alguien pensó en mis derechos como niño? Nadie, absolutamente nadie, ni mi querido y santo abuelo Pancholín, a quien años después, a él que era anarquista, lo convencí de que profesara la religión Jarocho-Mahometana que hasta la fecha yo sigo profesando. Mi vida intelectual comienza a los tres años, cuando me presentan al templo, veo las fotos y no me dicen gran ¿Infancia feliz?

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cosa, todas eran en blanco y negro, pero de pronto como una iluminación divina, le comento a mi santa madre varias cosas que no podía saber yo: “Mamá, me acuerdo que mi traje, el chaleco y el short era azul pastel y mi camisa amarilla. El buró donde me subieron era dorado con guinda, mi pastel blanco con azul y me hicieron caireles. Estaba mi papá y llegaron mis tíos Memo, Isidro, Isidrín “Chilín”, Ramón y, claro, mis abuelos Pancholín y Coquito”. M i madre dudó y me dijo: “No te puedes acordar de eso, porque eras muy chiquito”, aunque sí lo era, lo tenía muy presente en mis recuerdos, en mi mente, y me di cuenta que recordar ciertas cosas también es peligroso y “difícil de creer”. No me pude defender cuando mi abuela Coquito —abreviatura de Juana Juliana Socorro—me llevó, de todo corazón, a los tres años a que ayudara “a la misa” los domingos, vestido de monaguillo. Por fortuna me llevó con un sacerdote llamado Jorge y no con el de apellido Maciel. Ayudé durante muchos domingos a la, como ellos decían, “Santa Misa”, hasta que mi abuelo riñó con mi abuela y le comentó: “Ya ni la amuelas Socorro, levantas al niño desde las siete de la mañana para que vaya a misa y se malpasa, ni siquiera desayuna bien. Un día se nos va a desmayar en plena ceremonia”. Y como yo oí la perorata, un día hice como que me desmayaba porque, de verdad, el aroma de incienso, la mirra y la cera derretida causaban estragos severos en mi olfato. Santo remedio: dejé de ser acólito para, años después, convertirme en alcohólico. Gracias a mi gran abuelo Pancholín — ¿cómo pagarle todo lo que hizo por mí? — , anarquista de hueso colorado, dejé de ir a ayudar a misa, aunque eso no nos libraba de asistir a las mismas, pero nos sentábamos en las filas últimas, en las bancas de hasta atrás, y nos salíamos inmediatamente que empezaba la liturgia a la paletería “La primavera”, frente al templo de Nuestra Señora de La Luz, a disfrutar de una espléndidas paletas de fresa que nos dejaban con los labios y las lenguas coloradas, además de ser la más deliciosas que he disfrutado en mi vida. M i pobre abuela siempre preguntaba: “Cómo oyeron el sermón del padre Jorge”,

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y mi abuelo siempre contestaba: “Suavena con su arroz” — traducción: muy suave y emotivo— , aunque luego mi santa abuela hacía la pregunta de rigor: “¿Y por qué traen las lenguas y los labios colorados?”. Ya tenía la edad de entrar a la etapa académica llamada pre-escolar o kínder. Ignoro de dónde salió la idea, pero como tenía unas primas — las grandiosas Trejo Barrón, sobre todo Laura, Juanita-Marcela y Malena— en una escuela católica llamada “Luz del Tepeyac”, para allá fue a dar mi hum anidad a partir de enero que era cuando empezaba el curso, a partir de los cuatro años de edad. El autobús de la escuela pasaba por mí casi a las 6.30 de mañana, hacíamos un recorrido por toda la zona norte de la Delegación Gustavo A. Madero, recogiendo alumnos de la escuela y el problema es que yo traía pantalón corto y hacía un frío de los mil demonios — frase impronunciable en la escuela— , por la época del año en que estábamos: invierno. Ahí, debo decirlo con todas y cada una de sus letras, los dos meses que estuve fue un auténtico y real martirio. Acostumbrado a estar en la casa, recorrerla libremente y hacer lo que yo quisiera, de pronto me ponían límites en muchos de mis recorridos por la escuela: no podía ir al patio de tierra, no podía ir al baño cuando yo quisiera. Las cosas que hacía cotidianamente en la casa ahora estaba prohibido: prohibido recorrer los patios, prohibido meterme a la cocina, prohibido ir al baño cuando yo quisiera y sólo cuando me dejaran. Todo lo que yo hacía para las monjas era indisciplina y entonces, como castigo, me formaban en la fila de las niñas y eso, para un niño de cuatro años, era una auténtica y real afrenta (si lo hubieran hecho cuando tenía doce o más años, ni digo nada). En conclusión: “en el colegio Luz del Tepeyac” enseñaban puras madres: sor Tilegio, sor Riana, sor Rita, sor Presa, sor Yeye y la única monja a toda madre que tuve: sor Juana Inés de la Cruz — juro que así se llamaba— , quien siempre me leía poemas. Y en uno de esos días en que llegó el autobús del colegio por mí, me negué a abordarlo, me agarré de una columna


de la casa, de donde mi padre y mi madre me jaloneaban, y lloré lo necesario hasta que llegó mi abuelo Pancholín para poner orden: “Si no quiere ir, déjenlo. Yo lo voy a llevar a la primaria Miguel Lanz Duret, donde tengo a una amiga: la maestra Estela, y ahí estoy seguro que lo van a dar de alta”. Santas y sabias palabras. Me dejaron de jalar — creo que crecí de cuatro a diez centímetros por eso— y quedé como asilado poético bajo la custodia de mi queridísimo abuelo Pancholón, Pancholín, o Frank, como le decía de cariño mi santa abuela Socorro. M i abuelo me llevó al otro día a la escuela primaria diurna “Maestro Miguel Lanz D uret”, ubicada a cinco calles largas de nuestra casa, a la que podíamos llegar cómodamente caminando. La maestra Estela nos atendió con mucho gusto — ella era del mismo pueblo del papá de mi abuelo Francisco: M oroleón, Gto. — y cordialmente. Hicimos los trámites respectivos y quedé inscrito en una escuela pública a la que entraría formalmente al otro día. Y en efecto así lo hice: llegué puntual, al cuarto para las ocho de la mañana, con calcetas y camisa blanca, el suéter azul marino, mis pantalones impecables pero cortos, color azul marino, mis zapatos negros recién boleados, aunque había una pequeña discrepancia que a nadie se le ocurrió poner en claro en mi casa: en esa escuela primaria todos venían vestidos de soldaditos, con el pantalón normal, camisa y cuartelera, acompañados de una corbata, todo del mismo color: beis. Y resulta que cuando crucé el patio, con el atuendo de mi vieja escuela, todos me empezaron a chiflar y a gritarme como a un personaje de la televisión de aquel entonces y muy famoso, porque salía en un programa llamado “Los Juguelotes del tío Gamboín”: “Chabelo, Chabelo, Chabelo”. Hijos de su re-puta Claro que no me sentí nada bien y sufrí mucho. Y luego llego al salón y sigue la misma burla y comenzaron con lo mismo, por fortuna ahí había un vecino mío que se llamaba Eduardo Cortés Ordaz, quien además tenía de amigos al “Güero” Sergio Villalba y a José Luis Sánchez, aparte de otros más, quienes hicieron causa común

con ellos y entonces me dejaron de molestar. Uf, qué alivio, siquiera hasta la salida, porque ahí un chaparro de tercero, apodado “El Chicote”, me la hizo de flatulencia y tuve que darme unos chingadazos con él. Le gané, pero me dijo que al otro día, a la salida, me iba a esperar. Yo, de verdad, estaba espantado, con miedo, nunca en tan poco tiempo había pasado por tantas penalidades y para apenas tener un día en la escuela, sentía que la vida entera estaba de más. ¿Esa es la infancia feliz? ¿Madrizas por todos lados? Pensé en comentarle a mi abuelo todo lo que me había pasado en ese día, pero en la tarde, cuando fui a comprar mis cuadernos para la escuela en la librería “La Pequeña Lulú”, me encontré con Eduardo Cortés Ordaz, “Lalo” para los cuates, quien era vecino de mis tíos, los Trejo Villeda: Mario, Enrique, Margarita y David — este último mejor conocido como “El Piteko”, un personaje de una tira cómica de aquel entonces— , además de Jesús Delfino, quien era hijo de mi tía Catalina y primo hermano de ellos, con una amplia fama de desmadroso y madreador. Lalo sencillamente me dijo que les comentara a mis tíos lo que estaba pasando y que ya no habría problema, puesto que ellos, más los hermanos de Lalo — Luis, Adolfo, Olga y sus otros hermanos— , eran casi los caciques de la escuela. Después de comprar mis (in)útiles escolares en “La pequeña Lulú”, pasé a la casa de mis tíos Margarita y Román, para preguntar por “El Piteko”, llamado en la vida real David, a quien le comenté que “El Chicote” me quería madrear. Me dijo que no me apurara, que los chavos de su grupo y él ya le tenían ganas a ese chaparro y que, al otro día, ahí estarían para poner todo en claro. Eso me dijo, pero yo quedé a oscuras, porque “El Piteko”, no estaría conmigo toda la mañana ni toda la vida. Entonces recordé las nociones de boxeo que me había dado mi tío Jesús (Chucho) Hernández (Villafuerte), “El gorilita de Tepito”, quien recién se había coronado campeón nacional gallo: los ganchos, los rectos, los upercut, los piquetes de ojos y otras triquiñuelas más. Ya no me sentía tan desamparado y pensé que “El Chicote”

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me iba a hacer lo que el viento a Juárez: nada. Y así pasó. Al otro día “El Piteko” y mi tía Margarita, quien ya había reprobado tres veces tercero, estaban con todos sus amigos en la puerta de salida, esperando a ver qué pasaba. Yo salí tranquilo y sereno, actitud que hasta la fecha me caracteriza, y entonces vi que venía “El Chicote” con su flota sobre mí y que me tira el clásico descontón — el cual después supe que se llamaba “cabaretero”— , que esquivé con garbo, con gracia, haciendo un giro de cabeza para el otro lado de donde venía el mandoble. Le tiré un recto de derecha, que no se esperaba, a la quijada y se fue de nalgas, entonces uno de sus compinches — más pinches que com— , se fue sobre de mí, pero entonces — venían llegando— , intervinieron Mario — que era de sexto— , Enrique —que era de quinto—y Margarita — que ya tenía como tres años repitiendo tercero— , además de los amigos de segundo del Piteko, más Lalo, Villalba, José Luis y otro niños de mi salón que se portaron con “héroes”. ¿Alguien piensa que una infancia con pleitos así es feliz? Fuchi. Y esa fue casi toda mi infancia: sostuve casi todos los años, hasta sexto, pleitos con “El Chicote” y sus amigos. Aunque ya no estaban mis tíos — Mario, Enrique, Jesús y Margarita— , siguió siendo mi apoyo el querido “Piteko”, o el “Lápiz con goma”, como también se le llamaba. Como ironía de la vida, debo decir que el condenado “Chicote” se volvió muy mi amigo a partir del sexto año de primaria. Escribo únicamente de la primaria ahora y, aunque me pasaron muchas cosas terribles, señalo sólo algunas significativas, no todas. Una costumbre m uy salvaje y que ahora pomposamente se llamaría “Bullying” era cuando estrenabas zapatos y te daban el remojo: más de 50 escuincles te pisoteaban tu calzado resplandeciente, incluso tus amigos, y tu pies quedaban como de pato: aplanados. O tro sufrimiento que se me hizo eterno era que me discriminaran por ser güero, en toda la escuela sólo habíamos cinco: El Güero Villaba, Emilio, el Güero Pomar, el Güero Casi Miro —le decían así porque era albino y fue casi ciego con la luz del día—y yo. Invariablemente, en una escuela popular, de gobierno y llena de niños morenos, prietos y negros, nosotros

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éramos una minoría y así nos iba y así nos trataban: con insultos soeces, con apodos terribles y siempre confundiéndonos con los huevos de pípila, la leche — incluso mi amigo Zacarias— y, claro, siempre fuimos los “Cara pálidas”. Ahí precisamente en la primaria me enamoré de una niña flaca y sin ningún chiste cuyo nombre ni siquiera puedo recordar. Lo cierto es que para el vals de la salida de sexto, mi madre y la mamá de la Reina de la Primavera de aquel entonces, llamada Araceli Pomar, hicieron todo lo posible para que yo bailara con ella, pero como siempre ha pasado en el transcurso de mi vida, hice berrinche, mi abuelo me apoyó y bailé con esa niña flaca quien pasó sin pena ni gloria por mi vida — aunque hay fotografía de esos momentos— , mientras que ahora que las veo, comprendo que Araceli Pomar era una auténtica beldad a pesar de sus apenas 11 años. La niña flaca, cuyo nombre ni siquiera recuerdo, la veo sin ningún chiste posible pero era ella la que me gustaba ¿por qué? Lo ignoro. Bailé con ella el vals, que duró tres minutos, me pisó como cuatro veces y luego de cinco minutos de convivio se perdió para siempre, como se han perdido otras tantas cosas de mi infancia ahora ya muy lejana ¿Alguien piensa que todo esto es una infancia feliz? Ja.

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Y un poco el ruido de la infancia Sueña el niño a ser grande y crece como un pez río arriba sin mirar hacerse agua su niñez. * Ganosa cruje el agua desde el fondo, sube en círculos ciegos, trasparentes, se anuda al borbotón que no regresa y duerme el sueño repetido y tierno de esa infancia distante donde el juego era ahogarse sin tragar el agua. C on la paciencia del gambusino, como en la infancia cuando se juega un juego borroso y de memoria. C on las uñas uno cava febrilmente el hoyo por donde asomarse a este pedazo de vida. Luego un palo y al golpe sobre el hueco y a donde caiga corre y mide, corre y multiplica y si alguien gana será el difunto Ángel, quien se aleja, pinta su raya, arroja el seco sonido del cobre en la vibración de la rayuela. Era la calle Morelos y oscurecía a eso de las seis

Hilar de tres en tres sin que se note la cifra de lo real. Hilar la imagen de la mujer pespunteando la luz a eso de las tres, la manera de hilar con diestras manos el manojo de cabello y trenzar. Restirar el cuero cabelludo para que la niña se vea hermosa. Algo más en el nudo de tiras multicolores de tres en tres. Hilar la traba el trabajo de escarmenar la comezón. Que huya el piojo o truene al tallón de las uñas. Hilar

Rolando Rosas Galicia1 1 N ació en San G regorio A tlapulco, X ochim ilco, D.F. H a publicado Víbora de dos cabezas, antología personal. Es profesor de tiem po completo en la U A C h. R adica en Texcoco. Y un poco el ruido de la infancia


Cuando cabalgó Lohengrin alrededor del Reloj de Pachuca Gonzalo Martré1

M i madre, la profesora Sofía, acostumbraba llevarnos a mi hermanita Licha y a mí a pasear los domingos, hacíamos del corazón tambor militar y marchábamos a paso redoblado cuando el oro y la plata extraídos por siglos de las minas era pura quimera. A veces íbamos de visita a casa de las profesoras López quienes vivían en Fernando Soto, otras íbamos a la casa de mi madrina Chona y otras a la Plaza del Reloj, yo no sabía el nombre correcto de la plaza porque por lo general, la gente decía “vamos al Reloj” y eso bastaba, Reloj M onumental sólo había uno en Pachuca, en el estado y en el país. De haber otro, no sería ni tan monumental ni tan bonito como el nuestro, con la luna abierta de brazos entre sus cuatro carátulas y ocho manecillas puntuales y muy modositas. Me gustaba mucho ir al Reloj porque en una de las esquinas existía un gran puesto de periódicos, revistas y hasta libros infantiles. Yo tenía entonces unos 6 años y ya sabía leer de “corridito” casi desde los 4. Me gustaba mucho leer no tan solo historietas sino también libros infantiles, corría el año de 1934, mi madre me los compraba cuando íbamos al Reloj. Dábamos unas vueltas alrededor de la plaza y cuando llegaba la hora de que comenzara su audición la Banda del Estado, íbamos al lugar donde ponían sillas y nos sentábamos a escucharla. Los mineros salían de entre las bancas en furgonadas de cohetes que estallaban en lo alto de los cerros circundantes, alumbrando como si fuesen lámparas de carburo deslizándose sobre rieles plateados en el suelo. Cierta tarde, lo recuerdo con nitidez, escuché una música que me impactó como ninguna antes en tardes similares. Me sacudió, me cimbró de pies a cabeza, en ese momento no tenía las herramientas intelectuales necesarias para expresar lo que sentí, pero ahora, 78 años después puedo

1 Escritor originario de Pachuca, autor de gran cantidad de libros, entre los cuales destacan sus novelas: Los símbolos transparentes (1978); E l cadáver errante (1993); E l Pornócrata (1978) y E l Címbalo de Oro (2001). Molino de Letras publicó el libro de relatos y cuentos Los líquidos rubíes en 2007.

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definirlo: era música de fuego para incandescer los bordes de la vida; lengua de fuego, incendio de trompetas que me pusieron a las puertas de la gloria; música y ya, la frente en alto con la tolvanera del carillón del Reloj deslumbrándome los oídos que la prolongan, y la persiguen, música mezclada con el carillón dando las 7 de la noche, estofándose con el oro y vino de sus metales igual que los pedazos de deleite en que saltaría al roce más leve de sus alas; música que contrae al tiempo, transparencia a la medida de mi azoro, esfera mágica, en que cualquier nota es el caleidoscopio vital; Wagner, pozo de las antorchas flameando, de los luceros que se descuartizan en busca de mis oídos, notas y corcheas en el principio de las Galaxias, explotando, enrollándose en un puño apretado de diamante, eso fue para mí el Preludio al Acto Tercero de “Lohengrin”, menos de tres minutos y el pulso de lentejuelas y plenilunio, de la vida y la muerte, del ser y no ser, contienda entre la noche y la luciérnaga, en que la noche huye y la luciérnaga ronda en el tiempo y en el espacio dejando una cauda de esplendor musical, así fue como decidí que

esa era la música que me gustaba, que oiría para siempre porque era la síntesis de una ponencia de luz. Algunas tardes más la profesora Sofía nos llevó a Licha y a mí a disfrutar de esa música celestial, luego cambiamos de residencia y nos fuimos a Jasso, cerca, muy cerca de Tula. Ahí, ni Reloj, ni carillón, ni Banda del Estado. Fue unos años después, cuando ya vivíamos en el DF y teníamos radio, que otra tarde descubrí la x e l a , esta vez irrumpió en la salita de la vivienda de vecindad —que constaba de dos cuartos, minúsculo baño y cocina liliputense— la Q uinta de Beethoven y de ahí en adelante todo se fue poniendo de colores, la lista de los amigos, la lista de los hermanos, la lista de las muchachas esquivas cuando el arcángel de la música clásica petrificó el ardor de su galope bajo una cúpula de azur, el gran dador de la alegría hizo sobre la ciudad un aspersorio de palomas. Y ahora, ya cerca del crepúsculo, ya viendo al frente la negrura del túnel, al menos durante una hora diaria me entrego al deleite de los dioses: la gran música.

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Foto: ©Jorge Ernesto Delgado Mendoza

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Los sapos A mi casa, al igual que mis risas y mi infancia, al igual que tormentas y relámpagos, penetraban los sapos.

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Oscurecidos frutos del verano saltaban las losetas como enlodadas piedras en busca de refugios. Les temía a sus ojos prominentes desde donde acechaba lo invisible, a la tristeza atávica que pesaba en sus párpados, al enojo que los hacía hincharse y estallar como bombas de tiempo. Por las noches, de algún lugar propicio, salía su eructo oscuro a exacerbar mis miedos. Desvelados desvalidos los descubrían mis gritos y una lámpara. Algo querían decirme sus bocazas, sus gargantas infladas por el bocio, sus lenguas ateridas... algo que nunca supe. La escoba los lanzaba hacia el diluvio. Bubosos m onum entos a la lluvia, en sobresaltados saltos se alejaban rodando el oxidado cascabel de su croar sobre los charcos.

Queta Navagómez

Los sapos / Roja filigrana / Largas varas

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Roja filigrana Hasta el húm edo abrazo de los ríos voy a robar sandías. Delirio en espirales, aferran los zarcillos a la luz derramada del verano. Hermanas del melón, parientes del pepino, pelotas tropicales que me aguardan adormecidas por sonatas de agua. Fruto feliz, fresca esfera a mordidas inmolada, rojo escándalo devorado bajo la incandescencia de la tarde, pulpa dulce en filigranas de perfume y agua. Satisfecha la lengua y sus papilas ensaya repiques mi corazón pequeño. Entre el sopor del aire se desliza mi infancia. O ndulante y verdoso sigue su rum bo el río. La tarde es un instante transparente, la vida es un pedazo de sandía.

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Los sapos / Roja filigrana / Largas varas


Largas varas Largas y flacas varas de mis piernas equilibrando mis párvulos asombros. A modo de blasones, ostentan arañazos y van de charco en charco persiguiendo a la lluvia. Varas que bailan sones en tarimas de lodo y corren tras azules papalotes en el oro oxidado de la tarde. Cómplices de los árboles, primaverales frutos hermanados al albo transitar de la savia, cuelgan entre el ramaje mientras los bruñe el sol.

Queta Navagómez1

1 N ació en Bellavista, Nayarit. Profesora de Educación Física. E scribe cuento, poesía y novela. Tiene publicadas tres novelas, cinco libros de cuento y cinco de poesía. Prem io N acional de Novela José Rubén Romero, B ellas A rtes 2008. Sus cuentos se han traducido al inglés y al francés. Los sapos / Roja filigrana / Largas varas


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El vuelo de las palomas Eva Beatriz Cano González1

Me gusta jugar con Lilí. Ella siempre está descansando, no tiene que ir a la escuela ni estudiar, sólo se entretiene correteando ratones y cuidando a sus bebés. Les da de comer leche, como mi mamá le daba a mi hermana cuando era chiquita, y les lame el pelo de la cabeza para peinarlos. A veces también lame la palma de mi mano y me hace cosquillas. A doña Mari no le gustaba que Lilí lamiera sus manos. Doña Mari cuidaba a la gata, pero nunca le puso nombre. Sólo le decía así: “gata”, hasta que a mí se me ocurrió llamarla Lilí, como la gata que tuve en mi otra casa, antes de que mamá me trajera a vivir a este pueblo. Doña Mari nunca salía a la calle, no lo necesitaba porque una muchacha iba todos los días muy temprano a llevarle la comida y sacudir la casa. Por eso yo pensaba que Lilí no tenía dueño, pues siempre la veía salir y entrar a la casa siempre cerrada y silenciosa. Un día, quise seguir a Lilí, y así fue como conocí a doña Mari. Me dio mucho miedo al verla, con cara de enojada, el cabello alborotado y blanco y toda vestida de negro. Me acuerdo que ese día me regañó mucho por haberme saltado la barda para entrar a su patio y no quise volver a ese lugar. Toda la semana no vi a la gatita por ningún lado y pensé que su dueña la había castigado por mi culpa, pero entonces encontré a Lilí acurrucada junto a los zapatos viejos que mamá acomoda detrás de mi casa. Se veía como enferma, parecía dolerle algo y estaba más gorda. Me armé de mucho valor y decidí llevarla de regreso con su dueña para que estuviera bien. Recuerdo que ese día mamá había salido, así que no se dio cuenta de que tomé la leche de mi hermanita y se la di a la gata enferma. La envolví en una

1 Tiene 17 años. Es originaria de Papantla, Veracruz. Es alum na de alto rendim iento en la Universidad A utónom a Chapingo.

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cobija pequeña -tam bién de mi hermana- y la llevé con doña Mari. Así conocí realmente a la señora solitaria y triste que se hizo mi amiga muy pronto. “¿Y tú quién eres, jovencito?” “Me llamo José. Siempre me dicen Pepito, pero a mí no me gusta porque a la gente le da risa”. Soltó una carcajada fuerte, pero esta vez no me molestó. Esta vez a mí también me dio risa mi nombre. La siguiente tarde regresé para ver cómo seguía Lilí. “¿Quién es Lilí?” “¡Ah! Así le digo a su gatita. ¿No le gusta?” “Yo sólo le digo ‘gata’, llegó sola hace tiempo y nunca se me ocurrió ponerle un nombre. Pero está bien, muy bien.” Lilí seguía echada, me acerqué a ella y vi que había tres gatitos acurrucados entre sus patitas. A partir de ese día, se me hizo costumbre visitar todas las tardes a doña Mari, a Lilí y los gatitos. Mi mamá dice que soy muy chismoso, pero la verdad es que tenía muchas preguntas que hacerle a doña Mari y siempre que iba se me ocurrían más: “Usted es la señora de esa foto?” “¿Y quién es ese señor?” “¿Por qué nunca abre la puerta de la casa?” “¿Por qué vive tan sola?” “¿Por qué toda su ropa es negra?” Ella casi nunca me respondía, creo que yo le molestaba mucho, pero siempre me recibía muy amable. - A mí me gustan mucho las palomas, ¿a usted no? -Sí, me gustan mucho. Cuando yo era pequeña me gustaba verlas volar. Ese era mi deseo, poder volar como las palomas. Pero nosotros no nacimos para eso. Nosotros sólo logramos volar cuando ya somos muy viejos... -¿Usted ya sabe volar? -A ún no, pero pronto lo haré. Hay cosas que todavía no entiendo de todo lo que ella me contaba. Me contó que tuvo un esposo que quería mucho y un hijo que vivía muy lejos. Se casó muy joven, a los quince años, y a los diecisiete tuvo a su hijo. Sus papás la dejaron sola cuando era pequeña porque hubo una guerra y se fueron a pelear. Vivió en muchos lugares diferentes con su marido, pero regresaron hace varios años a vivir en este pueblo, que es donde ella nació. Y desde hace tiempo, no sé cuánto, no salía a la calle porque ya no reconocía ese lugar. Ya no era el mismo de antes.

No sé cómo, pero yo la convencí de salir al parque. Me dijo que ahí le gustaba jugar a las escondidas con sus hermanitos cuando era pequeña. Entonces yo me escondí y ella me buscó mucho tiempo hasta encontrarme. Después nos sentamos a ver a las palomas volar asustadas cuando pasa la gente. Ese día me divertí mucho. Me divertía mucho siempre que estaba con ella, y creo que ella también. La siguiente tarde también salimos al parque, y la siguiente y la sig u ien te. La última vez encontramos una paloma herida de un ala. Se veía muy triste, así que la llevamos a casa para curarla. Ella le dio de comer y le puso una pomada para que sanara su herida. Rápidamente, la paloma, que llamé Lulú, se mejoró, aunque aún no podía volar. -M añana estará bien, ya verás. Pero ya es hora de que vayas a casa, hoy estoy muy cansada. Al día siguiente fui a verla, pero nadie me abrió. Creí que había decidido salir sola y me dio un poco de miedo, porque hace tiempo que no lo hacía. Entonces fui a buscarla al parque, pero la banca donde siempre nos sentábamos estaba vacía. La busqué un largo rato, como lo hacía ella cuando jugábamos, pero no la encontré. Esa tarde las palomas no querían volar. Mamá me preguntó por qué estaba triste, yo le conté todo. Ayer, mamá me despertó muy temprano, tenía entre sus manos a Lulú, pude reconocerla en seguida por el listón rojo que doña Mari le puso en la patita. Estaba sana, pero al parecer no quería volar. Mamá me entregó a Lulú y yo la acaricié suavemente. También traía en una caja a Lilí y sus bebés. Dice que doña Mari aprendió a volar. Por la tarde fui al parque, y entre todas las palomas que volaban, solté a Lulú, que se despidió picoteando mis dedos y después se fue a volar con los demás. Un palomo parecía esperarla. Hoy regresé al parque, no es lo mismo si estoy solo. Espero que pronto regrese doña Mari y me enseñe a volar como ella.

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Los niños aquí no se portan mal. Los de cara sucia, que no se quieren lavar, los de uñas mordidas, los de las agujetas sin atar, los rompetodo, los manchaparedes, aquellos de las ropas descosidas, viven más allá. Aquí lo que pasa, seremos sinceros, es que cada día nos abraza el polvo, nos despeina el viento, somos muralistas, pintam os con arte, creamos, cortamos sin usar tijeras. Usted se ha equivocado, señor ropavejero, aquí no hay mal portados, ni se cambian niños por dinero.

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Nunca N unca me voy, la infancia me atrapa bajo la cama. Alguien cuenta hasta veinte. M i corazón a mil por hora como un loco reloj teme que me encuentren. De nuevo la abuela se asoma, me hace un guiño y finge no verme. Luego los zapatos de mi padre pasan lentos. Tras ellos mi madre arrastra los pasos. N unca me voy. Se cierran las puertas, las ventanas. Cae la noche. U na araña teje su tram pa atrapamoscas. Mis dedos hacen dibujos con el polvo. Los buscadores se pierden en el tiempo. M i escondite es el mismo. N unca me voy.

M aría de Lourdes Villanueva Saucedo1

1Nació en la Ciudad de México. Es profesora de Educación Primaria. Ha publicado en la revista Siembra. Nosotros no / Nunca

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Ginebra y Cheverny Heraldo Escalix1

Ah, sí. Cómo olvidar a esos dos... Ginebra siempre fue muy alegre y vivaz. Llegó desde muy pequeña a la colonia y en cuanto se dejo mostrar fuera de su casa no hubo nadie que no se enter­ neciera ante su lindo rostro. Conforme fue creciendo floreció con una gran silueta y un esbelto cuerpo, pero aquellas no eran las características que más le granjearon la compañía de los vecinos de la colonia: eran su cálido corazón y su gran disposi­ ción lo que más le admirábamos. Jugaba con los niños, los cuidaba, acompañaba a los viejos, cualquier cosa que uno le pedía la cumplía desinteresadamente, siempre con una expresión de humildad en su cara. Todos la queríamos. Y a pesar de que su familia la colmaba de cuidados siempre había alguien dispuesto a invitarla a comer o a pasar tiempo con ella, pues su presencia era de aquellas cosas que podías atesorar sin jamás poder llegar a ver. Y desde luego que semejante belleza tuvo muchos pre­ tendientes. No faltaba quien se le acercara gustoso a enamorarla, pero ella siempre los rechazaba a todos de manera dulce, alejándose con una sonrisa. Hasta en eso era única: no había forma alguna en que Ginebra no te alegrara el día. Era la joya más brillante de la colonia. Entonces, según se cuenta en la colonia, una tarde lluviosa llegó Cheverny. Nadie sabe exactamente de donde salió, pero el doctor de la otra cuadra asegura que él lo vio primero: llegó presuroso a refugiarse bajo los alerones de su consultorio, con una sonrisa confiada a pesar de lo mojado que estaba. El recién llegado se quedó con el doctor varios días, durante los cuales todos llegamos a verlo, pues se paseaba por el mercado, el parque, la farmacia, la taquería y las tiendas, volviéndose especial amigo del carnicero, del sastre y de los taxistas. Fue exactamente durante aquella estancia que en una visita de paso Ginebra lo encontró. Los dos cruzaron miradas en la entrada. Ella volteó apenada y él se acercó galante, con un contoneo que des­ bordaba confianza. El doctor dice que bastó sólo esa mirada para que ambos queda­ ran profundamente enamorados. Cheverny acompaño a Ginebra hasta su casa. Esta pretendía ignorarlo, pero no podía negar que su corazón latía fuertemente con la presencia de aquel vago trotamundos, cuya sonrisa la ponía nerviosa. Y él, testigo de

1 N ació en 1992. E studia la L icenciatura en L etras Clásicas en la u n a m . En 2013 obtuvo el prim er lugar en el Concurso de Creación L iteraria en la categoría cuento, convocado por el XI Coloquio de Estudiantes de L etras Clásicas.

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tantas tierras y aventuras, la seguía a donde fuera que ella marchara. Pronto fue muy común verlos jun­ tos: ella, con un rubor alegre en el rostro, él, con andar gallardo y despreocupado de la vida. Pese a todo, los vecinos le tomamos ca­ riño a aquella pareja. Sin importar de don­ de viniera, Cheverny parecía amar más que cualquiera a la hermosa Ginebra. Pero había alguien que no soportaba aquella situación: doña Elvira, la loca de la colonia. Cuando llegaba a encontrarlos maldecía y se marcha­ ba gritando insultos, siempre con algo de su ira reprimida. Su descendencia será una bola de vagos, decía con frecuencia al mirarlos. Nadie tomaba en serio sus palabras, pero en algo tenía razón: la familia de Ginebra po­ siblemente no vería con ojos optimistas al amante de su más grande orgullo. Después ocurrió la tragedia: los amantes murieron, uno al lado del otro. La colonia se paralizó cuando se hizo pública la noticia. Hubo lágrimas, gritos, lamentos y mucha confusión. El doctor lo dijo después, cuando todos estuvimos reunidos para saber qué les había pasado. Los envenenaron, nos dijo con la cabeza baja. Al principio nos asal­ tó la pregunta: ¿Qué ser tan despiadado, tan frío de corazón podría haber terminado con la vida de esos dos felices y jóvenes enamo­ rados? La respuesta llegó casi sola, pues en la junta faltaba alguien: doña Elvira. Fuimos a buscarla a su casa, pero se negó a abrirnos.

Foto: ©Jorge Ernesto Delgado Mendoza

Al final la misma policía tuvo que sacarla de allí. Creo que no fue a la cárcel, pero si a un asilo, donde tuvo que estar en rehabili­ tación. La familia de Ginebra le lloró por días. La colonia adoptó a Cheverny como si fuese uno de sus hijos y, mediante una coo­ peración, se le enterró junto a su amada, la cual nos enteramos después, estaba encinta al momento de dar su último respiro. Doña Elvira logró su cometido: jamás sabríamos cómo llegarían a ser los hijos de Ginebra y Cheverny. ¿Cuál fue el arma homicida? Bisteces llenos de veneno para ratas. ¿Puedes creerlo? Qué forma más vil de darle muerte a alguien que ofreciéndole algo de alimen­ to. Seguro que ninguno de los dos lo supo hasta que fue muy tarde. Me imagino que en sus últimos momentos prefirieron estar juntos, sin importar nada más. Como dos enamorados. A veces en la colonia hablamos de ellos, recordando los viejos tiempos: de la hermosa y amable Ginebra y su galante no­ vio, el viajero Cheverny, cuyo origen nadie supo con exactitud, pero con una manera de ser que se ganó el corazón de la colonia, y más aún, el de su amada. Sí, a veces los echamos de menos. Eran un par de hermosos perros.

O Ginebray Cheverny


F A

Tríptico de niños ese viento los niños sólo piensan que los grandes sacuden sus problemas com o ese viento que se com e la ropa por la tarde siguen con sus juegos y no atienden la realidad desordenada de los gritos m iran el viento y piensan en un nuevo juego con las bolsas y los trapos que ya levantan vuelo

cartelito viaja la tristeza dibujada en la cara de Sofía sus manos llevan marcas de la ferocidad del m undo desiertos en el alma los ojos se esconden sin refugio la lotería es un cartelito que denuncia la luna sabe de la niña pasa entre las mesas el cartelito sin refugio el poem a se apaga com o un café viejo

Tríptico de niños


#

1 Poeta y periodista argentino.


ÁNGELUS

La p o é t i c a d e la calle en C o m p a d r e de

G

u stavo

Sa

lo bo

in z Rolando Rosas Galicia1

p a ra G eo, Viky, R icardo. Sylvia. G uadalupe, N o rm a, Isabel, M aricela, M an u el, T o ñ a ...

# Era la década de los setenta. Mientras iniciaba la función m atutina en el cine Prado en la avenida Juárez, sentado en una banca de la Alameda Central, hojeaba Compadre Lobo, y junto con el Compadre, al final de la función recorría sitios del Centro de la Ciudad de México en busca de los cines César, Aladino, Ritz, Goya, Díaz de León, Morelos, Máximo, Victoria, Bahía, Acapulco, Cosmos, Ó pera (a los que ya conocía, y donde M alena —mi novia de entonces— abusaba de mi inocencia); sitios como la Merced y El Cuadrante de la Soledad, calles de la colonia Guerrero y sus hoteles de putas; cabarets como el Gusano, el Caracol, el Bremen, el Golpe, la Burbuja, la Camelia, el Barba Azul, el Infierno, el Java, que supongo estaba en la calle de C uba junto a otro de nom bre Las Cavernas, los dos igual de sórdidos. Algunos aún eran reales y otros

1 Poeta y escritor, originario de San Gregorio A tlapulco, D.F., que radica en Texcoco desde hace m ás de treinta años. E s profesor investigador de la Preparatorio A grícola de la U A C h.

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sólo existían en la herrum brosa nostalgia. Yo quería ser amigo del Com padre Lobo y que Margot, una de las putas, bailara conmigo e ir al California Dancing Club a gastar suela, que hasta me compré en la Lagunilla varios pares de zapatos de charol y de dos colores. Me enamoraba de todas las muchachas empezando por mis primas, de mis vecinas, de algunas compañeras del grupo “C ” de mi escuela, de las profesoras guapetonas y afirmaba como en Compadre Lobo: “Lo malo de la vida es que de cien mujeres tienes que escoger a una y vivir con la nostalgia de las otras noventa y nueve”. Yo, además les dedicaba poemas a todas esperando que con alguna pegara la intención. Una noche en el bar Dos Naciones leía unos versos a una de las ficheras del lugar, me paró en seco y me dijo: “Déjate de versitos, a mí dame 500 pesos y me voy contigo”. Yo también quería encontrar a mi Amparo, Carmen, Teresa, Yolanda. Y sentir como los personajes de Compadre Lobo: “Siempre las mujeres, las nalgas y los senos de las mujeres nos inspiraban una alegría diabólica”

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Si el narrador-personaje de Compadre Lobo de forma indirecta oía las radionovelas de Mimí Bequelani o Félix B. Caigner, yo escuchaba Kalimán: el hombre increíble o Chucho el Roto y compartía la afirmación de que : “No sabíamos pero ya sospechaba que mi historia y mucho más las historias de quienes me rodeaban, eran infinitamente más impresionantes y más desgarradoras que aquellas que pasaban por el radio, y bailando en mi lugar dentro de la fila, como un fauno, agobiado por las bocanadas de aire caliente de la tortillería, empezaba a decirme: “-Seré escritor. Algún día llegaré a escribir todo esto que veo y hablarán de mí como ahora exaltan a Félix B. Caignet, y mi padre, y Lobo, y Amparo Carmen, Teresa Yolanda y las ficheras de los cabarets y los amigos de la calle hablarán a través de mí y la gente nos escuchará” Como el Retrato delArtista adolescente de James Joyce, Rojo y Negro de Sthendal, Compadre Lobo es una novela de iniciación luminosa, en el sentido de que por su lectura es posible encontrar alguna vocación. Sus

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personajes son seres que transitan por la cuerda floja del existir. Y uno se identifica con ellos, quisiera estar con ellos, ser ellos, correr los riesgos, transgredir las buenas maneras y vivir la estética de la existencia. “Era la época de Luis Castillo, el acorazado de bolsillo, del Canelo Urbina, de Fili Nava, de Manuel Ojeda, de Memo Diez, del Ratón Macías. A veces los boxeadores subían al ring borrachos de pulque (...) Empezaba la televisión y comenzaban a hacerse populares el Santo y Gori Guerrero, el Cavernario Galindo y el Murciélago Velázquez. Crecieron juntos, compartieron la infancia y adolescencia con el festejo de las primeras comuniones, sus travesuras, fiestas, ensayos de bacanales, broncas, albures, arriesgues, expropiaciones, madrizas, simulaciones, pero siempre solidarios, (. ) listos a estallar de risa, con los ojitos brillantes de adolescencia perenne y poderosa”. ¿Quién no ha pensado que su vida tiene importancia y merece ser contada? ¿Quién a la luz de unos buenos tequilas no ha contado anécdotas, fragmentos de su vida,

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que considera significativos, ejemplares o representativos de la existencia? ¿Quién no ha escuchado la solicitud de que se escriba su vida? Ejemplos hay muchos. También hay otras preguntas y una de ellas es ¿Qué tanto de autobiográfico hay en la escritura de un autor? Yo creo que poco, pero cuando leo mis poemas un torrente de lágrimas escurre de mis ojos. Pero también ¿Cuánto se ha ficcionado de la experiencia propia? En Compadre Lobo el escritor narrador afirma: “De pronto siento que estoy escribiendo un libro falso: que esas no eran las palabras, ni esa precisamente la situación y que mi impericia narrativa me lleva a buscar efectismos sin nombre.” -L a escritura no es nunca un reflejo de la realidad -m e leería años después un anciano librero. O es reflejo de la única realidad: los nervios... La escritura es un reflejo nervioso...” Crecieron juntos: el Ratón Vaquero, Mapache, Ganso, Grapa, Sarro, el Escritor narrador. Lobo y la siempre presente Amparo Carmen Teresa Yolanda. Crecieron juntos, pero un día como dice el dicho: Aquí se rompió la jerga y cada quien decidió su vocación. El rumbo fue el mismo pero los personajes cambiaron, ahora entre la realidad, la ficción y la representación: Katuflin, el Gran Caruso, Farfonflas, el Escritor narrador, Compadre Lobo, Patricia, Amparo Carmen Teresa Yolanda, funcionarios de la cultura, Covarrubias, Francisco de la Maza Compadre lobo también es un homenaje a Polo Duarte, aquel librero sabio, dueño de la librería “Libros Escogidos”, mención aparte a la cantina “El Golfo de México” donde muchas veces Lobo palió la sed y el hambre. Las páginas de la novela están permeadas por la sabiduría del librero: aforismos, citas, certezas. Sus palabras son iluminaciones que guían la poética del existir de Lobo. Compadre Lobo finaliza el 13 de septiembre de 1968. Lobo ha realizado la exposición de su obra pictórica. La crítica será favorable. Afuera, en la calle la multitud camina silenciosamente. Compadre lobo concluye con una afirmación en plural, el narrador personaje se ha trasformado y afirma: “No sabía que escribir era una forma de delación. Afirma Eugenio

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Trías que escribir es una forma suburbial, sustitutiva de copular; que el alma del escritor es claramente vampírica, ya que se alimenta de la vida corporal, aún a costa de resecarla. Por eso escribimos no en razón de que queramos comunicarnos con ningún tú ni con ningún ustedes. Se escribe para alcanzar por los pelos esa unidad sustancial de alma y cuerpo que, por razones oscuras, ha sido retirada de partida. Por eso escribir es un acto de amor” “No sabíamos que escribir era un acto de amor, ni tampoco que el amor podía ser ese punto que llega a vivirse como instantánea fugaz, y en el cual carne y espíritu son absorbidos por un acto que los trasc ie n d e.” Miro una fotografía. Por Avenida Chapultepec, caminan varios jóvenes lobos: Emiliano Pérez Cruz, José Buil, Ignacio Trejo Fuentes, Víctor Manuel Navarro, Arturo Trejo Villafuerte, Francisco Conde Ortega y algunos más. Es posible que procedan de CU en donde han tomado clases con Gustavo Sainz y buscan la cantina más cercana para saciar su sed. Beberán, discutirán, celebrarán, y acaso planearán los hijos que ha engendrado Compadre Lobo. Al paso de los años verán la luz libros como: M i vida con las mujeres, Carta a los Romanos, Borracho no vale, Práctica de Lobo y otros. Cuarenta años después y veinte kilos de más he vuelto a leer mi vieja y casi deshojada edición de Compadre Lobo y me estremezco. Sé que hizo agradable mi adolescencia y mi juventud. Que siempre hubo un Compadre lobo cerca, a veces se llamaba Arturo, Nacho, Rafael, Eusebio, Emiliano, El Capi o El Eddy Tenis Boy, con quienes la poética de la calle, sus alcoholes y sus broncas fueron menos duras.

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El a c o n t e c im ie n t o t r a u m á t ic o d e l a c iv il i z a c ió n o c c id e n t a l , e n

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p e n s a m ie n t o

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K

e r t é s z

Jorge Iván Garduño1

Durante casi ya siete décadas, la sombra fría y alargada que proyectan los campos de concentración nazi y Auschwitz, persisten en recordarnos lo cruel e intolerantes que podemos llegar a ser los seres humanos con nuestros iguales, ya que definitivamente en la historia de la humanidad ésta ha sido la constante. Y es que así como el siglo x v i i i es recordado por la Revolución Industrial que se sucedió en Inglaterra, el siglo x x fue cruelmente marcado por dos guerras mundiales, pero muy en especial por las armas y métodos de destrucción masiva que fueron utilizados a diestra y siniestra, con tanta naturalidad como si de un día de campo se tratara. Tan profundo y hondo se ha arraigado en la disertación del hombre posterior a la segunda mitad del siglo pasado la eliminación masiva del pueblo judío, que la cantidad de tinta vertida en papel por pensadores, intelectuales, escritores y filósofos con respecto a la “gran catarsis” que esto representó, serviría para llenar sin dificultad el Mar Mediterráneo. 1 Fotógrafo, escritor y periodista mexicano jorgeivangg@ hotmail.com

Y un pensador que ha contribuido con su tinta a las disquisiciones filosóficas a este respecto es el húngaro Im re Kertész —dejando a un lado las invenciones poéticas con la finalidad de narrar sus vivencias de m anera vital y profunda-, quien a la edad de quince años fue deportado a los campos de concentración de Polonia y liberado un año más tarde de Buchenwald, un campo de exterminio nazi. Kertész es una de las pocas voces que gozan de la mayor autoridad en los corredores literarios sobre el tema del holocausto, sus ensayos, novelas, discursos, ponencias, guiones y artículos periodísticos así lo demuestran, ya que su trabajo provoca a la reflexión, causando un estremecimiento en el corazón, pues nunca deja al lector indiferente. Su prosa ensayístico-filosófica emplea los elementos de la vida y los acontecimientos más acuciantes para desbordarse de forma plena en lo que más le interesa: su inquietud existencial y la tensión intelectual que ha de lograr con ella, magistralmente enfrenta la vida y su “yo judío” que, afortunada o desafortunadamente le tocó vivir. En su experiencia como escritor Kertész aprendió a separar la realidad de la

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lengua, el concepto de su contenido, o si se quiere, la ideología de la experiencia, puesto que es una cuestión crucial para el escritor, incluso desde la perspectiva de su oficio, de la técnica literaria; y se ha obligado a constatar que esta realidad no sirve ni para el objetivo de la forma artística ni para el de la transmisión artística, entre otras razones, porque es más pesadilla que realidad. Kertész parte de la idea de que en la sociedad los valores son falsos, los conceptos incomprensibles, la existencia arbitraria, su continuidad depende de oscuras relaciones de poder, y mientras la vida domina de manera total, en su interior carece de la misma. El género humano se pone a escribir una y otra vez y no puede liberarse de la sensación de carencia; Imre Kertész reconoce que en el que se vive es un mundo ideológico,

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lleno de secuelas y en el que él eligió, el exilio intelectual y a pesar de ser poseedor de una carga literaria avasalladora, al final de todo su discurso sólo muestra una caricatura de nuestros verdaderos pensamientos. Como lo dice el también galardonado con el Nobel de literatura 2002: “Nuestra mitología moderna empieza con un gigantesco punto negativo: Dios creó al hombre y el ser humano creó Auschwitz”, esto habla muy mal de la humanidad y nos deja pocas alternativas para el futuro. Imre Kertész, un pensador que va dejando constancia de que Auschwitz no es en absoluto el asunto privado de los judíos esparcidos por el mundo, sino el acontecimiento traumático de la civilización occidental que algún día se considerará el inicio de una nueva era.

violino f h Le tra s


D o de p e c h o para M ercedes Sergio Pravaz1

El ancho de su voz tuvo la apertura de un horizonte completo; fue capaz de mostrar todo eso que la distancia sabe esconder tan bien. En cuanto a la profundidad, textura y alcance de ese sonido inigualable que por la base de su lengua salía sin antes dejar de acomodar cada ondulación con el paladar y la caverna de su garganta, bueno, allí habría que estar en los zapatos de un buen surrealista como para poder imaginar sin pudor un extenso collar de cuentas maravillosas, sonoras, aromáticas y celebrantes. Porque así fue ella. Su do de pecho tuvo potencia suficiente como para romper los vidrios de todas las ventanas del barrio San Ramón, lo que le aseguró un destino holgado en el distrito de la lírica pero ella se animó a más, abrió su poncho y le metió tremendo beso a la canción popular como para dejarla tiritando ante tanta emoción desatada. Fue desde ese momento en que la pobre tonada se dispuso a correr en camiseta a su lado como lo hace un perro detrás de un carro, solícito y alegre a la espera de que le tiren un hueso y le acaricien la cabeza. Y ella siempre lo hizo; le tiró el mejor puchero hecho pieza por pieza y le untó manteca en la frente porque así es como te dejaba ella cuando comenzaba a cantar; listo para la transparencia, que es como decir, listo para el amor, la nostalgia y también para la bravura, claro. 1 Periodista y escritor argentino.

Mercedes Sosa tenía esos dones que sólo les llegan muy de tanto en vez a unas pocas personas porque cuando se decide la repartija allá en el cielo el ángel encargado de la encomienda tropieza con una lata de aceite cocinero y así los deja caer a todos juntos en la cabeza de una sola persona. Por eso aún no se gana sus alas el pobre aunque luego de ver la vida de ella los jerarcas del paraíso bien que se las podrían entregar, sobre todo luego de escucharla cantar. Dicen que si Antoine de Saint Exupery la hubiese escuchado se le habría ablandado aún más el espíritu y le hubiese arrimado dos o tres discos al Principito a fin de mitigar un poco su endemoniada soledad. Y quién sabe, tal vez el niño rubio hubiese sido más feliz, no sólo por la anécdota con el zorro, sino porque ambos podrían haber escuchado juntos “Gracias a la vida” y “Canción con todos”. La Señora Sosa también tenía lengua para opinar sobre política porque su sentido común era grande y poderoso como el corazón de diez abuelas juntas y no le sacaba el cuerpo al compromiso ni a la discusión. Fue por eso que varias de las plagas de Egipto le cayeron de repente y así le llovieron amenazas, bombas, papelitos envenenados y rabiosos, hasta que se tuvo que subir a un avión para irse muy lejos a repartir su arte magnífico como se reparten los panes y los peces a cada uno de los afortunados países que tuvieron la dicha de verla pisar su tierra.

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Con ella se dio lo que a nosotros con el canto en inglés para el rock, el italiano para la ópera, o el francés con la Edith Piaf; llegaron a delirar por su música y sus canciones gentes que no entendían ni jota de lo que decía. Y eso sucede porque felizmente para el arte no hace falta la comprensión ni el razonamiento, alcanza con la complicidad y la emoción; esas son prendas suficientes para que uno se enamore de alguien a quién jamás le entendió ni una de la cantidad de palabras que pronunció, sobre todo si es de la familia del canto. Pero la tristeza fue tan grande para Mercedes Sosa, estar así, obligada a la lejanía, errando entre fronteras, solita con su determinación pero también con su angustia, que a pesar de los tarritos de miel que le regalaban a cada paso, ella estaba con el alma deshilachada, le tiritaban los huesitos y le lloraba a cada rato esa capacidad extraordinaria que tenía para largar la voz y echar a volar las notas; tanto así que el metrónomo que siempre tuvo entre sus cuerdas vocales le puso toda esa congoja a su arte, lo que la hizo brillar como a una reina única a pesar del desaliento y esa agonía que la invadía como si le hubiesen arrancado gran parte de su vida de un solo golpe. Todo eso la hizo sabia, porque asombrosa ya lo era antes de que la corrieran. Ella siempre supo que debía elegir su repertorio como se elige el alimento, y ahí se hizo visible

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otro de sus dones porque nunca dejó de hacer centro en la elección de su cancionero. Y esa enseñanza suya pasó derecho a la enciclopedia de la música popular, capítulo uno, porque es lo que debe saber, como si fuera respirar, todo aquél que intente dedicarse con nobleza a esta disciplina del arte. Pero hay que escucharla cantar, la de la primera época o la del final, moderna y audaz como nadie, capaz de abonar las comarcas musicales más insólitas para horror de los puristas, y siempre segura porque su disciplina de trabajo se mantuvo hasta su última etapa, tiqui tiqui solfeo con la profesora lunes, miércoles y viernes; observen e incorporen chicos, si se quieren dedicar a esto hagan como la Mecha Sosa, amor, constancia, obstinación, osadía y mucha práctica. Por eso esta cantora de América hizo que el mundo se postrara a sus pies. EUA, Europa, Israel, Asia o Latinoamérica le ofrecían entradas triunfales más grandes que la de Elizabeth Taylor haciendo de Cleopatra. Cuando murió Mercedes el mundo tuvo disfonía, se aquietó un poco por el estupor y aunque luego siguió funcionando fue notable ese momento en que en todas las latitudes nos dimos cuenta que ya no estaría más entre nosotros. Pero alguien gritó: ¡quedan sus discos! y yo que siempre dudo pensé que sólo por ese motivo es posible que Dios exista.

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Carlos Pellicer o el v e h e m e n t e l a r a r io Eduardo H. González1

... Hálito egregio es aquél que sobre el semblante, cual corpóreo céfiro, reconforta la travesía; desmiembra el abatimiento. Plegaria notoria y asible. Culto del ser hum ano por la esencia purísima del espíritu. Dicha aura, sonora como la mar, sosegada como rogativa, audaz como riada de versos conformando la inspiración sugerente y reflexiva, es el argumento dando sentido a la admiración por la naturaleza; pináculo en que germina el sitial munífico: la poesía. Atributo acaeciendo notoriamente en la expresión recóndita y distintiva del ser concibiendo elementos melódicos del lenguaje; urdimbre de palabras germinando como pétalo de prosapia indiscutible: el poeta. Dicha distinción — meritoria exclusivamente en algunos— proviene de 1 México, D.F., 1975. Ha publicado poesía, cuento y ensayo literario en E.U.A., Chile, Argentina, España y México. Obtuvo el 3er. Lugar en el Certamen Nacional de Poesía “Francisco Javier Estrada”, 2008, convocado por Casas del poeta A. C., mención en el Certamen Internacional de Poesía convocado por Latin Heritage Foundation, E.U.A, 2011. Fue finalista en el Certamen Internacional de Poesía “El mundo lleva alas”, E.U.A, 2011, convocado por la Editorial “Voces de Hoy”. Es director del Festival Nacional “Que no callen los poetas” Palabras por la Fraternidad y Promotor Literario. Actualmente se dedica a la docencia e imparte talleres de creación literaria.

la vigorosa privativa: la contemplación convierte lo ordinario en vórtice sacro. Arquetipos imprescindibles son la naturaleza y las jaculatorias (no plañideras, sí, articuladoras del ser hum ano en correspondencia con el entorno donde la fe trasciende la nimiedad de la moralina). Bajo el amasijo de tales privativas el poeta adquiere talantes probos conformando la celebración del hábitat, la estancia del lumen donde la plegaria, inquebrantable, certera, consuela al Dios omnipresente. Viento, agua, tierra, fuego y maitines conforman el impulso fervoroso y a la vez panteísta. Tal pulcritud enalteciendo el arquetipo de creación temática y profusa sensibilidad, es el poeta de raigambre inconfundible, su mexicanidad colige su sentimiento nacional y lo convierte en evidente apego benéfico: Carlos Pellicer (Tabasco, México, 1897 — Ciudad de México, 1977). Poeta de carices literarios meritorios. Égloga voz de estirpe dominante donde se descubre la inspiración; encuentro de la cosecha y el regocijo recibiendo el sacramento de la existencia. Aserto perfecto realzando la filigrana de Pellicer resultan las palabras de Rimbaud: «Es el afecto y el presente, porque ha hecho la casa abierta al espumoso invierno y al murmullo del verano».

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Carlos Pellicer otea la existencia del ser hum ano en los dos vértices enunciados. En él, la naturaleza y la fe acompañada del paliativo emanado del rezo, corresponden a un nivel conspicuo donde la estancia del poem a trasciende al ser. Sobra decir que la temática fundamental del creador es una concepción concienzuda, proveniente del recogimiento en el cual, se visualizan escenarios maravillosos y la admiración por existir semeja un latido arrebatado del viento. Pellicer asume este acto desde el paradigma de la elocuencia. Jamás recurre al corcel del silencio. El poeta dispone de la naturaleza para crear el poema, de los maitines para fundirse en ella. Pellicer es la poesía misma y la naturaleza misma; armoniosa agitación volcando en los ... hilos que arrenglonan la zona de lo decirpoético. H abrá que decir respecto de la contemplación — parangón innegable de misticismo— : es acontecimiento transformando el decir ordinario en la obra literaria, en el cual, como sucede en m uy pocos casos, acaece una circunstancia extraordinaria: el poeta irradia belleza en la contemplación del universo. Así, la naturaleza vuelca indagando la creación del verso. Es en esta relación donde Pellicer representa un panegírico al hábitat. Su creación es toda certeza de com unión entre el ser hum ano y el albornoz circundante. Es el convite a congeniar en el sendero donde ambos, se renuevan para coexistir diáfanos. Pellicer alude a dicha aproximación como una primordial ofrenda recíproca. Sentencia el deber de Invitar alpaisaje a que venga a mi mano, ... darle de beber el sueño . en la mano espiral del cielo humano. Sin duda, antes de Pellicer no se oía un canto de acercamiento a la sencillez religiosa (no de la futilidad con que hoy se percibe a la religión que dom ina inicuamente), una convicción de entendim iento sobre

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la naturaleza, un escudriñamiento de la ventura del ser hum ano. La manifestación vigorosa de un dios asible y dador, es ante todo un bosque de palmeras para llegar al mar y en el camino el ave de un trino. . el llamado oportuno de la abeja y del mar, de la palmera y de la esmeralda y el río... Pellicer concurre en los sonidos, ilusiones, soledades y especialmente en las virtudes del trópico como brizna fidedigna. Resplandecen en su obra dichas privativas. Es Pellicer al natural o la naturaleza con apelativo de Pellicer. En esta incógnita prevalece el triunfo de la poesía: La oda tropical a cuatro voces podrá llegar... a beber en mis labios, a amarrarse en mis brazos, ... a que yo sea a vuelta de palabras, palmera y antílope, ceiba y caimán, helecho y ave-lira, tarántula y orquídea, zenzontle y anaconda. U na vez suscitada la simbiosis del poeta con la naturaleza, acaece otra particularidad im portante en su existencia: la certidumbre por el Salvador. Desbocada en puntillosas pruebas declaratorias: el retiro de la ordinaria estancia anulatoria, la muerte como aseveración de la fe y viceversa, Pellicer clama sonoramente en una sucesión de lúcidos sonetos su devoción y conflicto ante la imagen dadora lo mismo que insatisfecha. Se presentan en este encuentro tres momentos trascendentes: el primero, la súplica ante lo incierto. Saberse desamparado representa un conflicto emocional y gesticulatorio: Tu tempestad de luz busco... con limpia desnudez. hasta elprimer escalafón del cielo. Canté y mi voz estremeció mi muerte. El poeta escudriña y al hacerlo discierne

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también su muerte. Los versos definen la búsqueda; luz tempestuosa y ascensión al canto final. Versos límpidos los anteriores, desnudan no sólo la voz, sino al mismo cielo como epidermis cubriendo la congoja. Pellicer acucia la tempestad luminosa que dará sentido a su existencia. Esta asunción hacia el estremecimiento decanta la voz oportuna como lenitivo espiritual; circunstancia esplendente de armonía entre el que escucha y el que reivindica el estatus vigoroso, que evita el constante hundim iento del alma. Pellicer cata la religiosidad saboreando el néctar del afecto. El segundo m om ento es la solicitud del perdón. Pellicer es, obviamente, un ser sensibilísimo. Sin embargo, no es sólo la señal de éste la afirmación recurrente ante la incertidum bre que ciega el tránsito apacible. Es el ser hum ano habitando a profusos seres en zozobra ordinaria. Es el ensueño hincado ante el quid de Dios. Sí, el Dios de Pellicer es todo su entorno, tortuoso, incomprensible y vital. Pellicer no calla, exterioriza la petitoria en niveles literarios notables:

Por su placer en las contradicciones, perdónalo, Señor.

La contumacia solicita el perdón y hace de los versos, nuevamente, la jaculatoria del ser. Náufrago de sí mismo, desboca en los estragos del tránsito por la existencia. Pellicer es juicioso respecto a esta situación y pide por aquel que es él mismo. De esta forma el poeta acaece en la creación del poema como la raíz acaece en el vientre de la tierra. Ambos, poem a y raíz conforman la poesía fidedigna y confidencial. La cordura del ser hum ano ante el lum en recóndito es la conservación del espíritu. Ante tal circunstancia, sapiente el poeta del Dios supremo, y sapiente de sus posibilidades, versa en torno de una aclaración. Pareciera que la petitoria esconde una tenebrosa verdad: el hom bre esgrime el abatimiento de ambos creadores (el poeta y Dios), sus pasos son el desbarrancamiento hacia la urdim bre del horror. Dice el poeta decantando el desplome: En un trueno se hundió la empobrecida grandeza de los cielos.

Señor, tenmepiedad, bajo el escombro

Cunde la muerte repleta de vida.

desta noche de púas y venenos. Relampaguea, mírame en que cienos pudro la voz con que a l azul te nombro.

Ya la estrofa, ostensible, puntualiza lo mismo petición que embestida. Las exhalaciones auditivas del poeta son el vínculo; sánscrito epítome de misericordias oscilantes. Vuelcan hacia uno y hacia otro. Pellicer, al concebir sus versos semeja una partitura bien concretada, excluye el vínculo tambaleante y la posibilidad de sucumbir bajo la aguja del veneno: ¡Dios mío! Ten piedad de aquel hombre que llevaba estrellas en las manos y un jardín de lujuria en la cara. Por su soledad llena de estrellas, perdónalo, Señor. Por su atormentada ansiedad de ternura, perdónalo, Señor. Por la noble mujer que lloró tanto a su lado.

Se vislumbra una época devastadora. El paraíso cercano (la certidumbre de los pasos sobre la tierra), antes cristalino, será únicamente una reminiscencia desoladora, vertiginosamente abatida. La muerte acogerá con su manto exorbitante cada uno de los pasos (la obra misma) del poeta. Ya en un trance ulterior, los versos postrimeros de Pellicer acucian de la rogativa mutua. Dios, ante la expectativa de acoger el ruego, es, del mismo modo dador. Es un niño menesteroso y retraído. Es abundancia turbulenta y silencio inllevable. La poesía es en este m om ento el atenuante indispensable para sobrellevar la angustia, promueve el reencuentro en grado superlativo. Pellicer concluye la indagatoria (o al menos eso parece) otorgando su conmiseración al Creador de la naturaleza pródiga; creador del ser hum ano y de la piedad, creador de la poesía, creadores solos, creadores recíprocos:

perdónalo, Señor.

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H az que tenga piedad de ti, Dios Mío. Huérfano de m i amor, callas y esperas.

Pellicer es el poeta de maitines recónditos y sibilina devoción, de proezas literarias admirables. Es, invariablemente, un im púber aletargado ante la magnificencia de la naturaleza y el ser hum ano otorgando a una vez, rogativa e indulgencia. Es quien, en palabras de Octavio Paz: «Nos enseñó a mirar el m undo con otros ojos y al hacerlo modificó la poesía mexicana. Su obra, toda una poesía con su pluralidad de géneros, se resuelve en una luminosa metáfora, en una interminable alabanza del mundo: Pellicer es el mismo de principio a fin». Potestad absoluta merecen las palabras de Paz. Su rango de literato universal y docto creador le permite verter a forma de paremia lo anterior. Su pronunciam iento, concilio del suceso esplendoroso, representa la revivificación del verso que como niño ante la aparición del afecto materno se asombra de ser el personaje amado. La poesía de Pellicer promueve el resurgimiento del hálito. Es parangón de mesura; riada de versos ahuyentando las caquexias del espíritu...

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SOBREMESA

Reseña El

del libro

c u m p lea ñ o s d e la a b u ela

de r o l a n d o rosas

G a l ic ia y c o l a b o r a d o r e s

Gloria Mariela Araiza Méndez1

Publicado por Molino de letras y el Instituto Mexiquense de Cultura, este libro es una compilación coordinada por Rolando Rosas Galicia, Georgina Florencia López Ríos, Igmar Rosas López, Ulises Y. Rosas López y Armando López Ríos. E l cumpleaños de la abuela consta de 27 historias de familia. Las anécdotas son entretenidas, divertidas, sumergen en un m undo de imaginación. De ellas las que me han cautivado son: “Memorias y milagros que me hizo el Señor”, ’El peor día”, “Sin edad”, “La protagonista” y “Nostalgia”. “Memorias y milagros que me hizo el señor”, narra acerca de una niña que comienza a contar su infancia, llena de carencias, soledad, tristeza; conforme pasan los años su situación mejora: se convierte en una buena madre y esposa. Dice que a lo largo de su vida Dios siempre estuvo con ella para protegerla y cuidarla, le brindaba su apoyo. “El peor día”, nos relata el sufrimiento que enfrentó ella y toda su familia por la muerte

1 N ació en Texcoco. E studia en la Preparatoria A grícola de la U A C h.

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de Max, su hijo. Él era una persona alegre, divertida, entusiasta y m uy trabajadora, amaba a su familia, se desvivía por ellas (sus 3 hijas y su esposa). Días anteriores ella tenía sueños muy extraños, todo le indicaba que ocurriría una gran tragedia; así fue, murió Max, su querido hermano. “Sin edad”, cuenta la historia de dos hermanas pequeñas. Una de ellas, la mayor, murió a causa de la explosión de un tanque de gas mientras jugaba, era una niña obediente y seria. La m enor lo observó todo desde lejos, aún tiene el vivo recuerdo de aquella tarde, tan dolorosa, triste y amarga, aunque sólo fuera una pesadilla. “La protagonista” es una linda historia que describe los sueños de una niña, ella amaba bailar; al estar en el escenario se convertía en la protagonista pero cuando volvía a la realidad, veía la falta que sus padres le hacían, deseaba tener una familia. Años más tarde, cuando tuvo a su hija dejó de ser la protagonista del escenario para convertirse en protagonista de su vida. Finalmente, “Nostalgia” hace mención al lugar donde nació y vivió a los 20 años. Describe detalladamente el bello lugar, su paisaje, su aroma la alegría que ahí se vive. Después de haber viajado y visitar lugares extraordinarios, ella ama a su pueblo y dice “No existe lugar alguno como el hogar”.

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Estas historias son extraordinarias, auténticas y se escriben día con día. Los personajes que se mencionan en cada anécdota, son reales, son mujeres sencillas y sensibles, especiales. H an pasado por muchos sufrimientos, injusticias, pero siempre pueden salir de sus problemas, parece que Dios nunca se olvida de ellas. Su forma de expresarse es clara, con lenguaje común. Describen de manera detallada los sucesos ocurridos, el ambiente, el paisaje, sus sentimientos y emociones. Es cautivante la forma en que narran las historias, comenzamos a imaginar y nos transportamos en ellas convirtiéndonos en personajes, en los protagonistas. Es divertido y emocionante, entretenido. Hace reflexionar acerca del amor que se tiene en la familia, la unión, el respeto, el cariño que tenemos a nuestros padres, hermanos, primos y sobre todo de la abuela; la persona más adorable,

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consentidora, bromista que puede existir. Es muy im portante que valoremos todas las cosas que ellos nos brindan, debemos disfrutar de cada día a su lado. El libro es también, una muestra clara de esfuerzo, lucha, de frutos a largo plazo que debemos ir formando día con día. Es ejemplo claro de la forma de vivir en México hace algunos años. Rolando Rosas Galicia y col., E l cumpleaños de la abuela, Universidad A utónom a C hapingo-M olino de Letras - Instituto Mexiquense de C ultura, México, 2014, 117 páginas.

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IM / olino o de Novedades Editoriales A rturo Trejo Villafuerte* Fallecieron tres escritores m u y queridos p ara qu ien esto escribe: Gustavo Sainz (Ciudad de México, 1940 - 26 de Jun. 2015), E. L. Doctorow (Bronx, NY, 1931-Nueva York, 21 Jul. 2015) y Marco Aurelio Carballo (Tapachula, Chiapas, 1942-Ciudad de México, 1 Ago. 2015) además de un personaje del periodismo mexicano que no era m onedita de oro: Jacobo Zabludovsky (Ciudad de México, 1928-2 Jul. 2015). Gustavo, en su curso de Literatura y Sociedad dedicado a la literatura en lengua inglesa ponderó mucho una novela, Ragtime (1975), ubicada en la primera y segunda década del siglo xx, de un escritor que no conocíamos: E. L. Doctorow, en la cual, al lado del personaje principal, un pianista negro que se comenzaba a abrir camino en medio hostil para los músicos de color, aparecían personajes históricos como Em m a G oldm an luchando por los Derechos de las Mujeres y Emiliano Zapata pugnando porque la tierra fuera de quien la

* Profesor investigador de la Universidad Autónom a Chapingo y miembro del i i s e h m e r de la misma institución. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) E l tren de la ausencia (cuentos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Arbol afuera (poemas, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013. 124 pp.), A m ar esperder la piel (Ed. Molino de Letras-UAch, México, 2013. 194 pp.), Lámpara sin luz (novela, Fondo Editorial Mexiquense, México, 2013. 267 pp.), Arbol afuera (poemas, antología, Cofradía de Coyotes, México, 2013. 108 pp), Abrevadero de Dinosaurios (antología de minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp.) y Cartas marcadas (Antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 112 pp).

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trabaja y muchos otros más, pero en realidad atrás de todo estaba una historia de amor. Ya después por nuestra cuenta leímos otras novela de este autor. Luego la novela fue llevada al cine por Milos Forman y el tem a musical, un “ragtime”, se volvió m uy popular durante mucho tiempo. Otras novelas importantes de este autor son Billy Bathgate, The March, Welcome to Hard Times y El libro de Daniel, entre otros. No tengo palabras p a ra describir lo que sentí al saber que m i querido m aestro Gustavo (Adolfo) Sainz (Reyes) había pasado a mejor vida. Él apoyó a muchos miembros de mi generación de manera amplia y desinteresada, desde la Academia, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la u n a m y después en diversos trabajos. Excelente escritor por desgracia poco valorado, persona generosa a más no poder, siempre tuvo el acierto de distinguir a la gente con chispa y los apoyó, sabiendo que lograrían buenos resultados. Gazapo, Obsesivos días circulares, Compadre Lobo, La princesa del Palacio de Hierro, Fantasmas aztecas y La muchacha que tenía la culpa de todo, son algunas de sus novelas que vale la pena leer. Allá nos vemos Gustavo. E n cu an to a Jacobo Zabludovsky, lo conocí desde que ten ía yo seis años, en la tienda de artículos de lana de los hermanos Issa. “Lanas M erced”, en el barrio del mismo nombre, y donde él nació —precisamente en la calle de Cruces—. Él llegaba ahí a comprar bufandas, suéteres, chales y chalecos, artículos que confeccionaba mi abuelo en su fábrica de la colonia Bondojito y que maquilaba para los árabes. Yo lo veía casi a diario en la televisión desde que conducía su prim er noticiero con don Pedro Ferriz, “El noticiario Nescafé” y ya después casi eternamente en “24 Horas”. Tengo muy grabadas sus diatribas contra los estudiantes en el 68, su defensa apasionada de los obreros —pero polacos—mientras los de Refrescos Pascual eran asesinados. Lo volví a encontrar como director de diario Ovaciones, donde yo colaboré durante algún tiempo haciendo crónicas urbanas y colaborando en un suplemento cultural llamado “Athenea”. Nos presentaron en el elevador y unas semanas después, durante un aniversario más del diario, en la terraza del mismo, me saludó afablemente y por mi nombre. Tenía una memoria prodigiosa. Él, durante muchos años, era una especie de verdad absoluta: “Lo dijo

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Jacobo” o “Lo dijo Zabludovsky”, era lo que señalaba la gente al hacer ciertas afirmaciones. La primera idea e imagen que tuve de lo que podría ser un periodista era la de él, cierto, yo era un niño. Después fui descubriendo los entresijos del sistema y de lo que se trataba la televisión y la prensa, y lo analicé de otra forma: fue siempre un profesional y cumplió como tal. Ya después cuando Televisa lo desechó, se volvió crítico y un mejor comentarista de las cuestiones políticas del país, sobre todo a partir de la libertad que daba la radio, cosa que no se podía hacer en la T V Descanse en paz. Se celebró con gran éxito la versión del 23 C ongreso In ternacional de la C rónica Texcoco 2015, del 21 al 24 de mayo de este aciago 2015, donde de nueva cuenta nos volvimos a encontrar con la generosidad inmensa del maestro Alejandro C ontla y la organización y disciplina de la maestra M artha Ortega Cantabrana, además de muchos otros cronistas que hemos conocido a lo largo de estas sesiones de buena calidad y nivel. El contingente de la Universidad Autónom a Chapingo estuvo conformado en esta ocasión por Lenica Santiago Hernández, Pablo Ortiz del Toro, Marco Antonio Anaya Pérez, Refugio Bautista Zane, Alvaro González Pérez, Moisés Z urita Zafra, Rolando Rosas Galicia, Luis Manuel Román Cárdenas, Miguel Angel Leal Menchaca, Eduardo Villegas Guevara y quien esto escribe. Ese C ongreso tam b ién sirvió p a ra el reencuentro con u n querido y viejo am igo, en mi caso con A ntonio Avila-Galán, y con V iridiana Blanco Anzurez, quienes además traían bajo el brazo sendos libros: Recuerdos y desmemorias. Antología de crónicas (Plan de Pájaros Ediciones-Consejo de la C rónica y la Historia de la Cuenca del Papaloapan, México, 2015. 282 pp.) del primero y En lo oscuro del vientre (Sría. de la C ultura y las Artes de Oaxaca, Col. Parajes, México, 2012. 88 pp.) de la segunda. Así como Egipto no se puede explicar sin el Río Nilo, así tam bién Tuxtepec no se explica sin el Río Papaloapan, crónicas mezcladas con Historia, historias que se vuelven crónicas. No hay desperdicio en este libro querendón, donde se muestra el gran amor de Avila-Galán por su terruño y en el tom o nos hace desfilar a los clásicos personajes arquetípicos y prototípicos que siempre andan por ahí. Estas crónicas casi nos pusieron en esos instantes y con esos personajes.

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Libro rico y celebratorio que me gustó mucho precisamente porque va a la esencia de la gente. M ientras que Viridiana va a la otra esencia: la de los humores, sudores, dolores que produce el amor, sus imágenes son plenas de sensualidad y conmueven e incitan. Buen libro de esta joven autora nacida en Veracruz (1985) pero afincada en Tuxtepec, Oaxaca. Bien por ambos dos, dijera el ex-presidente alto y vacío. E n u n a reciente com ida con m i querido am igo José A rnulfo D om ínguez C ordero, tuve la fortuna —siempre me parece así— de recibir un libro: la novela Bohemia. El canto de la soledad de Ernesto Cervantes M artínez (S/E, México, 2011. 288 pp.), a quien recuerdo vagamente de la FCPy s de la u n a m , quien bajo el seudónimo de Esteban Palmero, ha escrito este texto donde el personaje “consciente del tiempo que vive, de la edad de plenitud que lo aproxima a la muerte, decide emprender el camino de la felicidad. Atrás quedaran los restos de tantos amores perdidos, muertos, enterrados, olvidados. Su nueva vida... la vive intensamente, más ahora con plena conciencia de su yo: reconoce los dones recibidos y el propósito de amar a las mujeres a su manera, sin depender de ninguna para ser feliz, pues la felicidad está dentro de él... ” U n historia que, aunque está escrita de manera y forma decimonónica, porque predomina más la descripción que la narración —parece mentira, pero eso en Literatura y Sociedad con Gustavo Sainz era lo primero que no enseñaban: las formas del discurso, y creo que la mayoría de los que estuvimos con el maestro y nos dedicamos a escribir lo aprendimos m uy bien—, se deja leer porque la historia que está atrás es lo suficientemente fuerte y sólida, más no tanto los personajes, tampoco las anécdotas secundarias. “La Bohemia” es un término ambiguo para muchas cosas y situaciones, es m uy fuerte, y sobre todo en los años setenta del siglo pasado subsistía y era muy usada por muchos y casi para todo. Recuerdo que a Renato Leduc siempre le molestaba bastante que le dijeran que era “El último Bohemio”, y siempre contestaba enfadado: “oígame usted, yo si trabajo”. Y ahora, en los años 2000 y feria del siglo xxi, se le ha llamado “El último bohemio” al periodista texcocano Alex Sanciprián, por desenfadado, tom ador y desmadroso, pero él tam bién se defiende diciendo que sí trabaja.

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La L iteratura C ubana creo que es u n a de las más vigorosas de Latinoam érica, sobre todo su narrativa, destacan muchos de ellos por luz propia -a u n estando aislados por ese absurdo bloqueo de Estados U nidos- y sobresalen en casi todas las latitudes donde se habla y escribe en español. A mí en lo personal me gusta mucho Pedro Juan Gutiérrez, he disfrutado muchos sus volúmenes Sabor a m í-títu lo de san Alvaro Carrillo, el único compositor oaxaqueño nacido en Cuba, según el decir del cantante cubano Armando Garzón-, El nido de la serpiente y Nada qué hacer, con las cuales pinta muy a fondo la atmósfera subterránea de La Habana, por lo que me atrevo a pensar que bien podría ser considerado el Charles Bukowski cubano -o al revés: Bukowski puede ser considerado el Pedro Juan Gutiérrez de EUA-. Y claro que Leonardo Padura, el creador de una saga donde es el personaje principal es Mario Conde, un detective de la policía, quien a veces se porta cínico y a veces muy sensato, sereno, que descubre los enigmas -algunas de sus novelas son de la vieja escuela: hay un enigma por resolver, según pedía la querida maestra María Elvira Berm údez- y que de la misma forma nos ubica en La Habana actual, con todas sus contradicciones, todos sus vicios y virtudes. Recién le otorgaron el Premio Princesa de Asturias de las Letras 2015, el cual le será entregado en la ciudad de Oviedo, España, ante la presencia de los Reyes de ese país. Muchas Felicidades a Padura, sin ninguna duda un Premio muy bien merecido. E n la Feria In tern acio n al del L ibro del Palacio de M in ería, una de las más importantes de Latinoamérica y del país, celebrada en el pasado mes marzo, pude encontrar una gran cantidad de libros que, si no es ahí, sería muy difícil ubicarlos. Tal es el caso del Fondo Editorial de Baja California y su Stand respectivo que tam bién tiene los libros de Sinaloa, Sonora y Baja California Sur. De Baja California, mi querido amigo Francisco Franco -n a d a qué ver con el fascista español-, tuvo a bien obsequiarme dos volúmenes que nos muestra el grado de evolución que han logrado los autores norteños: Topos en bisel de Raúl Fernández Linares (Mexicali, BC, 1973), Premio Estatal de Literatura en Poesía 2012 (2014, el jurado estuvo integrado por Ernesto Lumbreras, Rocío Cerón y Jair Cortés), de quien señala en la cuarta de forros el poeta cubano José Kozer: “... ejemplifica una escritura poética de máximo riesgo, incrustada en el misterio mismo del

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lenguaje en cuanto dificultad...” y La vida simple de Óscar Angeles Reyes (ciudad de México, 1970, aunque de padres hidalguenses), Premio Estatal de Literatura en novela 2012 (2014, el jurado lo integró Juan José Rodríguez, Eduardo Antonio Parra y O rfa Alarcón), en cuya cuarta de forros se dice que “Esta novela es de amores y desamores en diferentes espacios y tiempos, de la vida en estos años que se dicen perros, de las multitudes pero también de los interiores hum anos, del pensamiento errante, del afán de integrarse a la colectividad desde el silencio y a veces desde el escándalo. La historia de un desencuentro, de la ridiculez de cada día. La brom a es la soledad misma, cabrona, contundente, veloz como ave que oscurece el cielo”. Y en ese mismo local encontré un libro que me gustó mucho y es sumamente interesante: Últimos apaches en Nácori Chico de Rodolfo Rascón Valencia (Aribabi, Hauchinera, Sonora, 1942), (Programa Editorial de Sonora, México, 2012. 140 pp. Col. “Estudios”), con material m uy valioso sobre ese grupo de indígenas que asoló las fronteras México-Estados Unidos y que fue víctima de una auténtica guerra de exterminio. El recopilador de esta información dice que quiere intentar llegar a la verdad, pero en el texto no se ve así: se presentan como depredadores que llegaban a esos pueblos de la sierra a robar y secuestrar, cuando en realidad eran víctimas de las circunstancias, ya que les habían quitado sus tierras en el gabacho y, como pueblo, tenían que sobrevivir y subsistir de cualquier forma y modo. Los méritos del libro son otros: es una microhistoria que nos permite ver cómo se vivía en la frontera y la sierra de Sonora durante los últimos años del siglo xix y principios del xx. Qué bueno que existan personas que hagan este tipo de trabajos. Le agradezco de todo corazón a Rascón Valencia su trabajo que me permitió ver muchos detalles de esas épocas. A mí en lo personal me interesan muchos los Apaches, como grupo social y cultural, y aquí descubro que ese apelativo es de origen Opata, “aapachi”, y significa todo aquel que viene de fuera, que es odioso, malvado o desconocido que les causará perjuicio. Y p o r ese m ism o cam ino y ru m b o de la m icro h isto ria va el trabajo de Leticia López Cruz y Sergio M iranda Rodríguez, amigos de Ixmiquilpan, Hgo., quienes tienen un modesto pero im portante folleto titulado Documentos para la historia del pueblo y la capilla del Tephé,

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Ixmiquilpan, Hidalgo, México, editado por el Parque Acuático Tephé y el Colectivo Social Üemakú, AC, en el cual, con documentos en manos, nos presentan los ires y venires, las distintas etapas de la evolución de este pequeño pueblo o República de indios, quienes han defendido sus usos y costumbres y siguen ahí, con sus tradiciones y cultura, ahora como administradores de un centro turístico de nivel —y me atrevo a decir—mundial, porque la fama de sus aguas termales ha traspasado fronteras de Hidalgo y de México. D e la m ism a form a m i am igo José A ntonio Z am brano, en una visita a Tepeji del Río, De Ocampo, Hidalgo, me entregó un folleto de Peregrinación de Tepeji del Río a la Basílica de Guadalupe (1948-2012), el cual fue editado por el Com ité Guadalupano de Tepeji del Río, y contiene una información valiosa sobre un rito muy popular y lleno de fervor: las peregrinaciones. Siempre será bueno que alguien escriba sobre este tipo de manifestaciones ya que, por desgracia, el recuerdo basado en la oralidad es m uy volátil y traicionero, mientras que lo escrito, escrito queda y refuerza siempre los recuerdos Tam bién en la F eria del L ibro de M inería encontré por parte de Universidad Veracruzana muchos títulos muy buenos y a precios totalmente accesibles: tres títulos por sólo cien pesos: Poesía pan de los elegidos de Octavio Paz (antología poética a cien años de su nacimiento) con un prólogo de José Luis Rivas; Memorias de mis tiempos de Guillermo Prieto y, claro, siempre lo compro, E l retorno de Casanova de A rthur Schnitler; luego en el local del Gobierno de Veracruz libros clásicos a sólo 10 pesos ¿quién dice que los libros son caros? La cuestión es buscar y ahí encontré La cruzada de los niños de Marcel Schwob —tengo una versión de Jorge Luis Borges que me regaló mi amigo Xorge del Cam po— en la colección escritores del siglo xx. Joyas de la Literatura Universal y Nacional por tan sólo 10 pesos ¡qué maravilla! Por cierto debemos de resaltar el texto “Biblioteca del Universitario” de Sergio Pitol, el cual aparece como introducción a todas las obras de la U de V, y que merece ser considerado y estudiado, porque todas las universidades públicas deberían de tener su propia biblioteca, según sus fines y las materias que lleven en sus planes de estudio.

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El D o c to r E duardo E. P arrilla Sotom ayor visitó n u estra U niversidad A utónom a C hapingo, él es un escritor puertorriqueño, catedrático del Tecnológico de Monterrey, con títulos obtenidos en la u n a m y en Universidad de Stanford, quien dictó una conferencia magistral, invitado por la maestra Beatriz Balcázar. Tuvo a bien dejarnos el doctor varios libros de suyos muy interesantes y que hemos disfrutado: Discurso y conflicto en la novela (Tec. de Monterrey-Conacyt-Plaza y Valdés Editores, México, 2012. 224 pp.), en donde hace un análisis literario del discurso en varias novelas latinoamericanas destacando los elementos de las mismas: Descripción, Narración, Argumentación y Tematización; su libro es Carnaval y Liberación. La estética de la resistencia en Figuraciones en el mes de marzo (de Emilio Díaz Valcárcel) (Universidad de Puerto Rico, PR, 2007. 364 pp.), la cual, como buen ensayo, nos hace crecer el deseo de conocer la obra de este escritor y, sobre todo, la novela aquí mencionada, ya que conocemos a m uy pocos escritores puertorriqueños en realidad. Y el tercero es Imaginando elparaíso (Ed. Eón, México, 2007. 94 pp.), donde nos presenta unos poemas pulcros y bien logrados, algunos nos conmueven con sus sencillez y otros nos transm iten una sensación de desasosiego e inquietan. Es un buen libro de poemas y digno de lectura, al igual que los dos libros citados anteriormente, aunque por desgracia casi nadie lee libros de ensayos. P or fo rtu n a nos llegan m uchos libros, sobre todo de mis amigos y de conocidos que saben que no dejo de hacer algún comentario sobre sus volúmenes. Algunos son libros en estricto sentido, pasan de las 64 páginas respectivas y con pasta dura, según señala el catálogo de los mismos, otros son modestos “plaquettes” —a los españoles no les gusta ese mexicanismo pero a nosotros nos vale madre lo que piensen ellos—, hechos con mucho amor y por editoriales modestas o universitarias. Tengo enfrente el libro titu lad o Al día siguiente de N edda G. de A n h alt (Hospital Reforma, Oaxaca-EUA, 2013. 222 pp.) es un bello volumen de poemas que de verdad tienen lo vital que es la poesía. Si bien es cierto que el verso, el poema, es un objeto verbal, en esas palabras debe de existir el elemento mágico y sagrado —la poison, la posesión, el venenoque nos conmueve y deleite, que nos tira o nos

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levanta: la poesía. Y aquí lo hay, aquí existe. No tendría caso citar aquí un poem a completo ya que éstos se defienden solos y lo único que haría al hacerlo sería mostrar mi sensibilidad. No es con pensamientos con lo que se hacen los versos sino con palabras cargadas de sentido y nuestra autora lo logra con formas mesuradas pero intensas. La sensibilidad cubana y europea de Nedda están presentes en su versos, y obvio la síntesis que deslumbra como en “Recuerdo luego existo”: La verdadera vida/ interior/ del amor comienza/ con la ausencia final/ del ser amado”. Verdad profunda para quienes han perdido un amor físicamente o por mera ausencia. En caso de que se quiera comprobar lo anterior dicho de la poeta N edda (La Habana, Cuba), pueden llamar, sin costo, al 01-800-288-2243, gratis desde México. P or su p arte Embosques de Ileana R odríguez (México, DF., 1969), es publicado por la Universidad Autónom a de la Ciudad de México (2013. 82 pp.) en una edición m uy digna, fácil de manejar y con letras legible. Lo primero que me llamó la atención del título es que morfológicamente es m uy parecido el título del volumen a la palabra “Emboscada”, la cual se ha vuelto sinónimo de traición o esperar al otro para cazarlo, pero no, se trata del bosque y lo que contiene éste, el cual desde la tradición del Romanticismo, significa el misterio, lo sobrenatural, lo que no es claro sino oscuro. Y los poemas de Ileana se dejan leer, fluyen y nos dan palabras para interpretar y dilucidar porque en estos textos encontramos corderos, ciervos, miradas, ríos, sueños, agua, senderos, por donde todo fluye y se gana o se pierde en el recuerdo: “... C anta el gallo y previene la mem oria./ Sí, tres veces, sí,/ el fruto llama./ en cada grano, un nom bre;/ en cada nombre, mi delirio./ Y como abrí los ojos,/ las letras se borraron” (“El fruto”, pág. 67). Es un libro abierto a la interpretación, como deben ser los libros de poemas que se respeten y éste lo es. M ientras que la C o frad ía de C oyotes sigue au llan d o a través de sus nuevos títulos y este reciente se llama M anzana nocturna (México, 2014. 62 pp.) de Erika Flores García, la cual lleva en su haber un buena cantidad de títulos publicados. En este poemario hay deseos, caricias, ansiedades, pecados, todo esto bien asumido de manera pletórica, lúdica, gozosa. No hay medias tintas y es un acierto de la autora hacer la

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analogía entre los versos y las oraciones religiosas, ya que ambas tienen en com ún la plegaria que es la invocación a la divinidad, como en el “Padre nuestro” -a q u í sentimos la influencia de Alí Chumacero y su “Yo pecador” - , que la autora asume como “Yo pecadora” donde hay “muros que ahogan gemidos/ converge la ansiedad y el tiempo... para que bebas en mi pozo/ agua bendita de las entrañas.. he tocado el cielo entre tus piernas/ para mojar mi lengua entre tus rezos... ” Hay partes del libro que son profundam ente carnales, vivas, cachondas, como esas manzanas que nos llevan irremediablemente al pecado y a los actos de la concupiscencia -¿cóm o me quedó esta frase?-. M anzana nocturna es un libro que se deja leer a una sola mano, la otra está muy ocupada pasando a la siguiente foja, perdón, hoja. E n el C en tro C u ltu ra l L a C arm elita se presentó Circuito Descompuesto (Indeleble Ediciones, México, 2015. 38 pp.) de Israel González. Aquí los poemas tienden a la conciencia, a la presencia física de lo que nos rodea y que nosotros mismos somos una parte del todo - y no precisamente la más esencial-. El autor nos grita, nos señala, nos manifiesta que no podemos pasar por alto que la medida de todos nosotros somos nosotros mismos y que nada tampoco está por arriba de nosotros: “Quizá no sea del todo inútil/ escribir/ Quizá si pongo ésta para aquí/ y otra allá/ alcance a decir algo/ Quizá si digo ay/ alguien escuche/ Quizá si escribo llaga/ a alguien le duela/ Quizá si digo amor/ no me derrum be”. Palabras profundas y emotivas que nos permiten reconocernos en ellas. Nuestro autor nació en Chiapa de Corzo, Chiapas, en 1961 y es profesor de Lengua y Literatura en la Preparatoria “José Revueltas” del ie m s del DF. P or angas o p o r m angas se nos h a b ía pasado escribir sobre un súper libro m uy meritorio por su contenido y diseño: Elogio al oficio. 13 carteles de poesía (UAM-Azcapotzalco, DesyH, México, 2013. 236 pp. Compilación, prólogo y selección de Carlos Gómez Carro), donde se reúne una colección de carteles de poesía, rememorando una serie tam bién de carteles - “El cartel de poesía”que durante algún tiempo realizó la Dirección de Difusión Cultural de la u a m bajo el cargo de Carlos Montemayor. Aunque se retom aron a los autores, esto es otra cosa y es prodigioso el resultado: un libro donde coexiste pacíficamente

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el diseño y la palabra, las palabras y las líneas que forman lo gráfico, cosa que no es sencilla: muchas veces la palabra gana, en otras la imagen. Lo dice m uy bien el maestro Alberto Híjar en las solapas de libro y bajo el título de “Dialéctica de las palabras y las cosas”: “La narración pictórica es un recurso ancestral tanto para los poderes del saber como para los adoctrinadores”. ¿Cuántos carteles del cine, de las luchas y éstos de poesía se quedaron entere nosotros? Los trece autores aquí reunidos son Tomás Segovia, Gérard de Nerval, Jorge Luis Borges, Samuel Beckett, Renato Leduc, Constantino Cavafis, José Juan Tablada, Oshim a Ryata, Paul Valéry, César Vallejo, e. e. cummings, Fracesco Petrarca, José Emilio Pacheco y Cuicapicque y los acercamientos se los debemos a Ram ón Córdoba, Tomás Segovia, Enrique López Aguilar, Adriano Rémura, Gonzalo M artré, G unnar Backstrom, Gloria Josephine Hiroko Ito Sugiyama, Roberto López M oreno, Ezequiel M aldonado, Myriam Rudoy C., Fernando Martínez, Miguel Ángel Flores y Carlos Gómez Carro, quienes en poco texto nos ilustran mucho sobre los autores seleccionados. Un súper libro, de verdad, además bellamente diseñado por un grupo de especialistas en la gráfica. L ázaro (AMEICAH, Col. El vuelo de Ícaro, M éxico, 2015. 40 pp.) es una pieza de teatro inquietante debida a la autoría de Jaime Jorge Prado Zavala, la cual nos hace y pone a reflexionar sobre muchas inquietudes propias del ser hum ano: ¿qué hay más allá de la vida? En el caso de Lázaro ¿qué vio y que no vio? Si partimos del viejo dicho de que “el arrimado y el muerto, a los tres días apestan”, Lázaro es la dos cosas: ya no es de esta vida sino de la otra y ya es (o fue) un m uerto y por lo tanto un “apestado”. M ontada por prim era vez en la biblioteca de la Preparatoria Iztapalapa 1 del ie m s del DF y luego grabada para T V - u n a m , es una obra vigorosa donde se involucra al espectador y donde nuestro autor aprovecha todas las enseñanzas que le han dejado sus correrías como actor y director de muchas obras. Es una obra que vale la pena ver escenificada y leer también, sin ninguna duda. E n u n nú m ero an terio r señalam os que G onzalo C elorio (México, 1948) se ganó el Premio Mazatlán de Literatura con su novela E l metal y la escoria (Tusquets, México, 2014), a la cual próximamente le meteremos ojos. Pero

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se nos pasó manifestar que Celorio es también autor de ensayos y hay uno que destaca por su importancia, sobre todo para los estudiosos de la literatura: El surrealismo y lo real maravilloso americano (sEP-Setentas, México, 1976. 174 pp.). Por lo pronto hemos disfrutado mucho de otra novela de su autoría: Tres lindas cubanas (Maxi Tusquets, México, 2009. 382 pp.), en la cual relata la zaga familiar de su familia por el lado materno y todas las vicisitudes que vivieron las tres hermanas al hacer su vida como mujeres casadas: una en Cuba, otra en Miami, Florida, Estados Unidos, y la madre de Celorio en México. Si algo tiene los libros de Celorio, repetimos, es la sólida narración, la contundencia de sus párrafos y las anécdotas m uy interesantes. Sin ninguna duda un premio muy bien merecido a un narrador eficiente. Se qu ed an sobre n u estra m esa en espera de la lectu ra y del com entario: el volumen que mi m uy querida amiga N edda G. de Anhalt tuvo a bien enviarme, su padrísimo libro de relatos Déjame que te cuente. Colección de cuentos 1980­ 2009 ( f c e , México, 2013. 428 pp.), el cual contiene textos impactantes; La falsa esposa de Maritza M acín (Editorial praxis, México, 2014. 228 pp.), novela que se antoja por el contexto que presenta: la muerte de Trosky; José Revueltas: escritura y disidencia (Publicaciones Cruz O, México, 2014. 288 pp.), nos conmueven los párrafos donde escribe de la cárcel; y Abrevadero de Dinosaurios (minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp.), del Coyote Mayor, Eduardo Villegas, quien sigue aullando con m ucha fuerza y con muchas obras. Y p o r cierto desde estas páginas, reitero mi apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas y a los trabajadores de Mexicana de Aviación, porque les asiste la razón, y repudio las políticas antipopulares, rapaces y mezquinas del Estado Mexicano: ¡No a la nueva ley laboral, a la Reforma Educativa y Energética!, ¡la Patria no se vende!, ¡no a la privatización de la energía eléctrica y del petróleo!, ¡ya basta de gasolinazos! Igual sigue mi protesta por la desaparición de los 43 normalistas de la Norm al de Ayotzinapa, Gro. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos”.

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