Molino de letras 107: Historieta y comic

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Madre Tierra

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Foto: ŠMareli Marcof


Directorio Director fundador Moisés Zurita Zafra Dirección Juan Jorge Díaz Rivera Edición Patricia Castillejos Consejo Editorial Ignacio Trejo Fuentes Rolando Rosas Galicia Eusebio Ruvalcaba † Estrella del Valle Isolda Dosamantes Minerva Aguilar Temoltzin José Francisco Conde Ortega Arturo Trejo Villafuerte Miguel Ángel Leal Menchaca Marcial Fernández Marco Antonio Anaya Pérez Fabiola García Hernández Refugio Bautista Zane Álvaro González Pérez Alberto Chimal Gildardo Montoya Castro Pablo Ortiz del Toro Pedro Mendoza Diana Areli Jerónimo Romero Valeria Alejandra Ochoa Cruz Corresponsales Mónica Palacios Pedro Cabrera José Luis Herrera Arciniega Raúl Orrantia Bustos Raúl de León Eduardo Villegas Will Rodríguez Adrián Mendieta Moctezuma Samantha Martínez Maya Información David Zuriaga Jiménez Diseño Gráfico Juan Jorge Díaz Rivera José Luis Delgado Mendoza Álvaro Luna Castillejos Fotografía Juan David Sánchez Espejel † Malí Marcof Jorge Enrique Ibarra Sánchez Captura Amaranta Luna C. Publicidad Tel. (01 595) 9556977 Cel. 5519546810 Prácticas profesionales Diana Valeria Molina Almaraz Viviana Patricio Cruz Erika Jaqueline Meza Monsalvo

Portada: Historieta y comic Fotografía: Mareli Marcof Composición: Álvaro Luna Castillejos

editorial Dibújame un cordero

El famoso principito tiene una apertura con la ilustración de un sombrero o un elefante dentro de una boa, ícono inconfundible de la lectura. La imagen, el comic o la historieta tienen antecedentes muy lejanos, pues las pinturas rupestres contaban ya historias; no sabemos si era la crónica de grandes días o un ritual para que les fuera bien en la caza, pero es claro que muchas pinturas rupestres describen la vida cotidiana de las tribus primitivas. Es el arte, las bellas artes, lo que transformó al mono y la mona en hombre y mujer; la propia escritura que usamos hoy viene de hace unos cinco mil años y cada letra viene de la representación de las cosas cotidianas; la A, por ejemplo para los griegos era alfa, que deviene del aleph de los fenicios que significa buey, si volteáramos la A, le pusiéramos un ojito y la inclináramos ligeramente volveríamos a ver la cabeza del buey. Somos muy gráficos, nos gusta ver monitos; todas las culturas antiguas tienen glifos, ideogramas y cuentan historias con imágenes; en el mundo prehispánico se usaban huellas de los pies para indicar que los nativos iban de un lugar a otro. En México, además, tenemos una gran tradición de caricatura política; con especial saña atacaban a Juárez; a Porfirio no tanto porque los mataba “en caliente”. El comic tiene una pléyade de superhéroes que vienen de Estados Unidos, la mayoría rubios y de ojos azules, así como sexis y guapas heroínas de apoyo; de forma reciente se revalora la posición de las mujeres, afroamericanos, homosexuales y otra diversidad. En México la historieta, como el cine, tuvo su época dorada; algunos personajes memorables son el gran Fantomas, Kalimán, la sexi Rarotonga y el afro Memín pinguín, entre otros. De manera reciente ha irrumpido la novela gráfica que en algunos casos retoma personajes del comic, pero que ha tomado su propio rumbo como un nuevo género literario. Moisés Zurita


sumario Fotos: Mareli Marcof

Poesía Alex Sanciprián 6 Gildardo Montoya Castro 7 Víctor Hugo Pedraza 8 Ayulia Lira Grajales 10 Narrativa Deseo concedido – Aída López 11 Adiós a los caballos salvajes – Claudia Yenisey 13 La pantera – Eva Beatriz Cano González 17 Mandamientos – Lucero Peña 20 Lo inexplicable de las rarezas – América Miranda 23 Flor de Tuna (Novela por entregas) – Raúl Orrantia Bustos 25

CARBONERA Óscar Adrián Romero Fernández 28 este número:

HISTORIETA Y COMIC

Operación Matrioshka – Alejandro Ordóñez 34 Las historietas me hacen gozar – Eduardo Villegas Guevara 38 El peso de Judecca – Valeria Alejandra Ochoa Cruz 43

Historias de Ciencia no ficción Mitopoeia: la suspensión de la incredulidad – Pablo del Toro 49 Ensayo Teresa y la pesada búsqueda de su alma – Alejandro Pardo 54 Nowhere: Carlos Fuentes, exégeta de Luis Buñuel – Moisés Elías Fuentes 58 Recomendaciones/Reseñas Molino de Novedades Editoriales – Arturo Trejo Villafuerte 62

Encuentra también en www.molinodeletras.org en nuestra edición digital: POESÍA: Federico García Lorca visits the sephardic cementeries of New York – Poema de Stephen Bluestone (version bilingüe) Traducción de Jennifer Rubí Trujillo Santiago. ENSAYO: Una cantera lírica: Tres jóvenes poetas mexicanos – Marisa Martínez Pérsico / La mujer como cumbre de la evolución del ser humano – Adán Echeverría.

M  L, Año 19, No. 107, mayo-junio 2018, es una publicación bimestral editada por Fortunato Moisés Zurita Zafra. Calle Miguel Negrete 336 L. 15 C. 40, Fraccionamiento Xolache, Texcoco, Estado de México, C.P. 56110, Tel. 5519546810, zurit9@hotmail.com. Editor responsable: Fortunato Moisés Zurita Zafra. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2011-062209030200-102, ISSN: 2007-5650, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, licitud de título: 4769, licitud de contenido: 147, otorgado por la Comisión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Imprensel, S.A. de C.V. Av. Catarroja No. 443 Int. 9, Col. María Esther Zuno de Echeverría,Iztapalapa, D.F., México C.P. 09860 Tel. 58661835. Este número se terminó de imprimir el 15 de mayo de 2018 con un tiraje de 3 000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Se autoriza la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación si se cita la fuente. molino_de_letras@yahoo.com.mx; zurit9@hotmail.com; zurita@correo.chapingo.mx; contacto@molinodeletras.org

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Tan necesaria y distante Miro la luna y pienso en ti. Su sola presencia dilata mis temores. Ella tan brillante… de rutilante estampa. Ella tan recurrente, imprescindible. Ella y tú se parecen: tan necesaria y distante. Ella el gran ojo de la noche. Tú... energético motor detrás de mis palabras.

Otra luz de luna Eres sanadora de infinitas refulgencias, cadencias, y risas. Recreas cielos rojos, auroras. Furores inconclusos salvaguardas. Eres tiempo esquivo. El otro lado del río. Tu voz en el umbral de mi llanto. Tus manos: relámpagos en racimo. Húmedos en mi frente tus labios serenan y aquietan fatigas: son sello sin tacha de tus prodigios. A la vuelta de los días soy otro costal de huesos viejos reciclado: olvidado eco lastimero.

Alex Sanciprián1

Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM. Ejerce el periodismo y es editor del portal todotecoco. com 1

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En mis dedos Muchas noches toco, timbro, acaricio los pliegues, los límites de tu sueño. Pero: ¿vives? ¿viajas en olvido? Aparece en mis dedos... el miedo.

Un pájaro verdadero Voy a construir con tu voz, con tus piernas, con tus senos, un pájaro verdadero; voy a edificar, oírme en ti; allá hacia donde voy; pero alégrate; no viajas conmigo. Alégrate o insúltame, prefiero una verde anforita, un dragón escupiendo, ardiendo en mis tripas... Eso elijo: SOY UN PERFECTO CABRÓN CON CARÁCTER.

Gildardo Montoya Castro1

Periodista y escritor. Trabaja en la Universidad Autónoma Chapingo.

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La biznaga Inframundo velado entre ocres sueños. Majestuoso altar a la muerte, decolorado por tenues silencios difuminados entre recuerdos y natura desértica. Recorrer tus historias decrépitas, oscuras, resulta un camino solemne al interior de mis entrañas, al cosmos del canto en la vida de un cenzontle. Reconozco en él matices de una vida pasada, ya muerta. Reconozco en ti Biznaga el lugar confuso de mis pensamientos: algunos coloridos, regularmente sórdidos, como las huecas y roídas arterias de tu vientre. Mictlán

hecho mundo de voces apagadas por la simple silueta del yo, sin memoria, sin miedo.

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Cansino, cansado, estoy aquí Biznaga, sentado en esta desvencijada silla, bebiendo tu alucinante elixir, mirando tus ires y venires, cual observador tenebroso, fuera de lugar, alucinando un sinfín de universos, de rostros, de muertes. Acongojado por la incertidumbre de un destino que no llega, por un amor que se vacío en el silencio, en la mentira de un bienestar, en la hipocresía de un te quiero. Tus múltiples preguntas Biznaga, se estrellan contra mis pupilas, derrotan toda razón y se convierten entonces en susurros voraces, en vientres vacíos. Estoy aquí Biznaga, en este cosmos perdido. ¡Aquí Biznaga de nuevo en esta silla desvencijada!

Víctor Hugo Pedraza1 Originario de Naucalpan, Estado de México (21 de septiembre de 1977); estudia el séptimo semestre de la licenciatura en Lengua y literatura hispánicas en la UNAM; trabaja como barista en su cafetería: “Travesía, Café”. De manera independiente publicó un poemario titulado Poesía; colabora en la revista electrónica Sombra del aire; en 2010 escribió un guión radiofónico para el programa Reacción qu`e se transmitió en la estación Reactor 105.7 FM. del Instituto Mexicano de la Radio; de forma amateur practica la fotografía y las carreras de fondo (10K). 1

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He perdido un planeta He perdido un planeta este día un planeta lejano casi Plutón que giraba inclinado hacia la gota de la hoja boca de pétalo que despliega olorosas fracciones de recuerdos: la reja, la espina, el amor maternal, la ausencia Recuerdo los gusanos la cola de libélula enredada en el hilo el abrazo sobreprotector del narcisismo la caída al vacío los brazos fríos del abandono Recuerdo los cuentos de princesas y caballeros en aquellos tiempos cuando la lluvia a cada tarde me dolía como duele la tierra en las encías a humedad a inexistencia a no ser…

Licenciada en Lengua y Literatura Hispánicas de la Universidad Veracruzana. Actualmente da clases en el Estado de México y ha publicado en algunas revistas culturales. Ha ganado becas de poesía como la de fomento a la cultura del IVEC. 1

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Ayulía Lira Grajales1


Reseñas

Deseo concedido Aída López1

La

luz del sol me molesta. La falta de sueño de varias noches ha dejado marcas en mi rostro cada vez más envejecido. Hoy es la quinta vez durante el mes que falto al trabajo a causa de las fiestas de cumpleaños que celebran en la oficina. Eso de los abrazos, regalos y felicitaciones me enfada. Quizá cuando vuelva me digan que estoy despedida, pero es lo que merezco por ser tan incumplida. Mi mejor aliada es la cama que sin reparo soporta mi mermado cuerpo. El refrigerador está vacío, pero no siento hambre. En el trabajo mis compañeras envidian mis escasos kilos, no saben que la comida apenas la tolero. En muchos años no he logrado tener una pareja que entienda mi mala suerte, dicen que exagero cuando me quejo. La vecina de enfrente ha tocado la puerta tres veces, siempre lo hace cuando no me ve salir para ir al trabajo, dice que la busque si necesito algo, pero en realidad no quisiera ver a nadie, no tengo deseos de hablar, prefiero estar sola con mi silencio y Coco, un gato siamés que venía todos los días a comer hasta que en uno de esos se quedó. Se acerca la fecha de mi cumpleaños, pero cómo piensa mi familia que voy a celebrar un año menos de vida, eso es para entristecer a cualquiera. El año pasado me hicieron una fiesta sorpresa que terminó frustrándolos porque no llegué. Luego vinieron 1 Nació en 1964 en Mérida, Yucatán. los reclamos, pero nunca he sido una buena Estudió psicología en la Universidad Autónoma de Yucatán. Cursó el Diplomado hermana y menos una buena hija, no sé qué de Creación Literaria en la Sociedad les extraña. Creen que me divierte eso de que General de Escritores de México (SOGEM) te cantan el pastel y luego te entierran la cara Guadalajara y en la Escuela de Escritores en él, mientras que la pobre gente tiene que de Yucatán Leopoldo Peniche Vallado. comérselo por educación. Seguro el día que me Ha publicado sus trabajos en antologías y revistas de varios estados de la república.

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muera hasta hacen fiesta. Desconecté el teléfono desde anoche, si habla mi madre pensará que estoy en el trabajo, lo bueno es que no sabe cuál es el último que tengo. De tanto mirar la alfombra beige hasta parece que se forman figuras rojas, ha de ser por lo sucia, no me terminan de reparar la aspiradora; luego dicen que no es mala suerte que se te descomponga la misma semana que venció la garantía y peor aún, que no haya la pieza. Tiene sus ventajas que nadie te visite. La última vez que me confesé el cura se escandalizó cuando le dije que tenía deseos de matarme, que Dios no me lo perdonaría, como si Dios estuviera cuidando lo que hago, pero es lo que siento cuando amanece, me miro al espejo y solo veo canas, arrugas y los ojos hundidos como de una calavera, incapaces de soltar una lágrima que les devuelva la vida. Tantos medicamentos que he tomado para la tristeza han vaciado mis ahorros, ahora sí que no tengo dónde caerme muerta a menos que camine por el aire desde el octavo piso donde estoy. El día que lo haga lo haré de noche, odio el sol. Hay que ser valiente para cortarse las venas y aguardar a la muerte pacientemente o para soportar el envenenamiento de cientos de píldoras enloquecidas corriendo por tu sangre. Si consigo una pistola será más fácil, con solo mover un dedo dejo de ser una carga para la familia y dejo una vacante en la oficina. Hace unas horas mi familia y mis conocidos estaban tristes como yo, seguramente ya los contagié. No entiendo cómo entró mi madre a mi departamento y soltó un grito que cortó el silencio, decía que la alfombra estaba teñida de rojo, enseguida vinieron personas con guantes que decían que aparentemente la causa era arma de fuego, pero que no definirían nada hasta después de la autopsia. No tengo hambre… no tengo sueño… no quiero fiesta…

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Adiós a los caballos salvajes Claudia Yenisey1 « You told me, I’ve seen it all before I’ve been there, I’ve seen my hopes and dreams lying on the ground. I’ve seen the sky just begin to fall... He said, all things pass into the night». Q. Lazzarus

La

luz, como el agua, chorrea sus tonos de colores sobre mí, sobre esta piel abrillantada por el sudor, resaltando mi larga cabellera negra y ondulada, que parece danzar a su propio ritmo con cada nota oscura que suena esta noche en el bar. Al mismo tiempo, luces destellantes contraen las pupilas de la multitud al chocar contra sus ojos en una cadencia cegadora de estrobos y sonidos como de tambores antiguos. Los cuerpos se mueven, tan ardientes, que un vapor se desprende del cuerpo a través de la ropa. — Afuera, la noche es fría y quieta. Apenas se escuchan los tacones de alguna sombra que pasa de largo, el ladrido de un perro. Ensordecidos, los cuerpos adentro se encienden con cada canción que reconocen; se adueñan de su letra con cada palabra que corean: la vuelven suya por completo, y así la pista de baile, y así mismo la noche. Mi momento se acerca. Comienzan a sonar los primeros acordes de una melodía que tengo adherida a la memoria, a la piel que me sitia y que se electrifica al reconocer su ritmo. Está aquí, ya es hora. El tiempo se detiene unos segundos mientras me pierdo en el sonido tenue de los sintetizadores, en la calidez de los golpes de la batería que suenan como un arrítmico corazón galopante. Goodbye horses… Delirantes, todos corean mi canción y aplauden a cada figura de baile que hago sobre la barra: movimientos lentos, donde por instantes me petrifico, como una estatua que renueva su postura cada que le place, variando luego hacia movimientos repentinos, casi bruscos, aleatorios, y la

Traductora independiente. Estudiante y practicante de letras (UACM). Adora el petricor y le gusta tomarle fotos a casi todo.

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melena jugando al protagónico cuando me cubre el rostro por completo. Y me acaricio el pecho sobre el chaleco de seda, desabotonado hasta la mitad. Y luego de un giro, termino en cuclillas, y me toco las piernas que se marcan a través del pantalón. Y todo el recinto vibra, y se estremece al unísono entre cuerpos aletargados por el alcohol, cuerpos que buscan el encuentro furtivo —para liberarse un poco al liberar a otros—, en un beso jadeante, donde no importa un carajo quién esté del otro lado de la boca, siempre y cuando la embriaguez y la media luz así lo permitan. Todo esto lo imagina él mientras se viste y se arregla un poco antes de irse. *** Es sábado por la noche: hoy toca. Lo que sea toca. El fin de semana es su santuario. Él está seguro, como siempre, de que la oscuridad puede traerle algo que lo hará sentir distinto, es decir, único, vivo. Sus expectativas son siempre altas. Y para eso se prepara, con la precisión de un ritual en el que no debe fallar ningún elemento, se prepara: un pantalón imitación piel, ajustado; calcetines a rayas, desgastados; botas altas con estoperoles; chaleco de animal print sin nada más debajo; guantes calados de cuero, sin dedos; cinturón de calaveras. Se contempla en el espejo mientras se acicala. Con cada minuto que avanza, él se va convirtiendo en otro. En otro que gusta de sí, cada vez más y más. Se mira y se maquilla: lo hace todo en silencio, para crear, como se ha hecho su costumbre, ese preámbulo que tanto lo excita. Sabe también que estará inmerso en la multitud acariciante, ya pronto. Se mira de perfil, por ambos lados. Contempla su figura esbelta. Saca el pecho, se siente listo, seguro de sí mismo. Lleva los ojos delineados en color negro, por fuera de la comisura, como intentando imitar unos ojos orientales, pero mal dibujados; el cabello embadurnado con cera para estilizar, acomodado de tal forma que cubra sus amplias entradas en la frente. Y aunque su exterior no ha cambiado demasiado, por dentro él se siente cada vez más intenso. A punto de salir, enjuaga sus dientes con el último sorbo de cerveza. La traga. Toma las llaves del departamento y unos billetes que encuentra maldoblados encima de la mesa, sobre los documentos que tuvo que llevarse para hacer trabajo en casa luego de una soporífera semana dedicada al papeleo; a perder la vista en cómodas mensualidades frente al brillo de la pantalla de una computadora ajena; al ir y venir de una oficina enmohecida por la rutina del sinsentido; a trabajar para alguien que jamás conocerá, que nunca le dirá ni gracias por entregarle a manos llenas la vitalidad de su juventud al malgastar su tiempo entre horarios de oficina y café de segunda. Con aliento alcohólico y el mareo de un par de litros de cerveza que empezó a beber desde la tarde, se contempla en el espejo antes de salir hacia su noche. Sus amigos lo llaman Billy porque lo encuentran semejante a Buffalo Bill —el asesino en serie que bailaba mostrando sus partes íntimas al ritmo de la canción que ahora él había elegido como himno personal. Y lo apodan en diminutivo por no ser más que un bailarín improvisado y extravagante en vez de infundir temor como el asesino serial de la película.

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*** En unos momentos, Billy abordará un taxi hacia el centro de la ciudad. No le harán falta más de veinticinco minutos para llegar a su destino. Hundido en el asiento trasero del auto, poco antes de llegar, inhalará discretamente una línea de coca. Pagará con un billete, casi el monto exacto, y saldrá de ahí sin esperar el cambio. La droga comenzará a hacer su efecto cuando ya se encuentre inmerso entre la multitud acariciante. Y lo tomará por sorpresa, haciéndolo sentir la sincronía entre espacio, música y tiempo, y llegará frenético al centro de la pista, para empezar a hacer su baile. La mirada perdida, arriesgados manoteos y patadas arrítmicas ayudarán a distinguirlo entre la gente. Y esta vez, la luz, como el agua, sí chorreará sus tonos de colores sobre él, sobre su piel abrillantada por sudor, y hará resaltar su cabellera negra, larga y ondulada, que parecerá danzar a su propio ritmo con cada nota de música oscura sonando en el recinto. Estrobos pulsantes contraerán las pupilas al chocar contra ojos abiertos en una cadencia, mezcla de luz y ritmos como de tambores antiguos, pero Billy no bailará voluptuosamente sobre la barra como lo había imaginado en casa. Sin embargo, estará ahí, sintiendo cómo la música le va llenando las venas de adrenalina y excitación. Buscará refugiar un beso en cualquier boca espléndida y dispuesta, y sus manos tocarán las partes íntimas de su cómplice en perversión. Las siluetas se moverán ardorosas, desprendiendo un cierto vapor a través de la ropa… Al centro del salón, la gente empezará a formar un círculo y el DJ sabrá que ha llegado la hora del slam. Irá preparando algunas de sus mejores canciones, y Billy, sus mejores pasos, sus mejores golpes para intentar, como cada fin de semana, lucirse y ganar la contienda. Irá rondando con la cara en alto, el pecho erguido, los brazos extendidos hacia abajo y las palmas de las manos hacia fuera. Caminará cerca de la gente, haciendo que la valla humana se repliegue para conseguir más espacio. Invitará con un gesto, con un breve y ascendente movimiento de cabeza, de manera retadora, a que pasen a la pista los que serán sus contrincantes. La oscuridad se inundará de música estrepitosa latiendo más rápido que un galopar de caballos desbocados, y Billy comenzará a ejecutar, cada vez de un modo más dramático, su extraña danza, pronta a convertirse en violentos movimientos de combate. Entre el juego de luces y sombras, las siluetas se unirán, todas, formando una densa medusa enmarañada, que poco a poco irá dejando caer al suelo alguna de sus extremidades. Billy irá sacando, uno a uno, a sus ebrios rivales en un duelo injusto, en desigualdad de sustancias y condiciones. Creerá dar hermosas piruetas. Se despojará de su chaleco y se lo pondrá a un costado, afianzándolo con el cinturón de calaveras. La seda al aire le dará un mayor efecto de movimiento a su danza destructora. Con el torso enconchado, guardia arriba, golpeará como en cámara lenta y de manera aleatoria a quien se vaya acercando. Impactará con furia desmedida cuerpos ajenos, sin rostro. A diestra y siniestra, tratando de atinar lo más posible y discreto, lastimará al mayor número

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posible de oponentes. Sus codos serán arma y escudo frente a cada uno de sus adversarios. La naturaleza de slam permitirá que al final su furia sea justificada y todo termine sin resentimientos. Al quedar solo en la pista, antes de reanudarse el baile para todos, él caminará alrededor de círculo hasta que todos se hayan replegado hacia las orillas. Altivo, se proclamará vencedor indiscutible golpeándose el torso con ambas manos, elevándolas luego en señal de triunfo. Aunque con el pecho bastante lacerado, permanecerá ahí de pie, como un minotauro que custodia su laberinto. *** Él es Búfalo. El sábado es su santuario. Él sabe que sólo la noche entrada en horas puede traerle algo que lo hará sentirse distinto: ojalá único, o vivo. Durante la semana, su vida no es más que una rutina que parece inalterable, tantas veces repetida. Incesantes días de lo mismo lo consumen y lo enajenan más de prisa que los papeles de colores que se lleva a la boca y en la saliva deja disolverse bajo reflectores parpadeantes que funden realidad y sueño en un mismo espacio vibrante por pulsaciones de sonido, o que las líneas que inhala entre otros cuerpos que, como el suyo, por voluntad propia no se mantendrían en pie para llegar al puerto de luz del día siguiente. Por eso contiene la emoción. Desea que llegue la madrugada de los sábados, por eso sus expectativas son altas y para eso se prepara: se echa a volar sobre sus aires de grandeza, hace valer cada hora nocturna pues sabe que cada minuto transcurrido lo acerca irremediablemente al momento de tornar de sus figuraciones hacia la vida deslucida y sosegada en la oficina. Pero en vez de rendirse ante la indiscutible certeza, prefiere perderse, olvidarse por completo de sí mismo justo en el umbral del día siguiente. Y así, como tantas otras veces, alumbrado por el sol en las primeras horas de luz — sin saber cómo o con la ayuda de quién— él regresará a casa la mañana del domingo. Y será como siempre, como la primera, como la última ocasión: al girar la llave estará solo. Apenas dé un paso dentro se despojará de sus ropas, y al hacerlo se estará quitando de encima toda la humedad de la noche, de su propio cuerpo, de los otros cuerpos ajenos a su intimidad. Y aunque en sus cabellos permanezca seca la sal del sudor colectivo, él se dirigirá a rastras hacia su dormitorio, dejando una por una las prendas en el suelo, sin voltear la mirada ni una sola vez, como las orugas que avanzan dejando atrás un rastro de sí cuando mudan de piel. Parecerá como si Búfalo hubiera calculado con antelación la distancia exacta que tardaría en quitarse lo que llevaba encima para llegar sin nada al final del recorrido —de la entrada del departamento hasta su cama, renunciando a todo vestigio de una noche desbordada de goces clandestinos, para disponerse a entrar desnudo, y de un modo casi ingenuo, en el capullo de cobijas malolientes que lo aguardan para recibir a la crisálida, tan dispuesta a dormir y soñarse un rato más entre luces destellantes y placeres secretos, antes de despertar en otra mañana de lunes, desgastado y tembloroso, pero redimido, para convertirse de nuevo, durante toda la semana, en Manuel.

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La pantera Eva Beatriz Cano González1

Los

ojos brillantes se mantienen fijos en la niña, el monte susurra alrededor, un poco de luz atraviesa los árboles, mientras se mantiene el contacto de dos mundos a través de los ojos de un felino muy negro y una pequeña caminante. Pasa lo mismo todos los días, cuando Lucía atraviesa por el arroyo que separa el pueblo de la parcela donde vive con su hermano menor y su papá. A ella le toca salir al pueblo a buscar algo para la cena todos los días, porque en la casa no hay mucho que comer. Hoy fue otra vez con la señora del molino. –Por favor me podría dar un poco de masa, mi papá le vendrá a pagar. –Chamaca, tu papá nunca ha venido a darme un peso y ya me cansé de darle de comer –responde la señora. –Yo le voy a decir que pase mañana, pero por favor deme un poco, que mi hermanito tendrá hambre –insiste Lucía. –Mejor vente a trabajar, y trae a tu hermano si quieres, pero ya no te puedo dar fiado. –Mi papá no me va a dejar. –Pues no le preguntes. –No puedo, doñita, muchas gracias. Después va con el tío panadero, pero no, “ya no da el negocio y encima ustedes quieren más, no se puede mija”. Después va con el de la tienda, con la costurera, con el carnicero. “No hay nada que te podamos dar niña, hazle caso a la molendera y ponte a trabajar”. La pequeña pasa frente al molino otra vez, vacilando, pensando si el niño podrá portarse bien en esa casa, si será cierto que la señora tiene un humor espantoso y si podrá convencer al padre de dejarla trabajar. Entonces la molendera le llama y le entrega un puño de masa. Vete a tu casa chamaca, pero ya sabes que puedes venir a ayudarme.

Tiene 20 años, es estudiante de 5º año de Fitotecnia en la UACh, originaria de la comunidad de Llanos de San Lorenzo, Papantla, Veracruz. Ha obtenido reconocimientos por mérito académico desde la Preparatoria Agrícola.

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Se está haciendo tarde y va de regreso a la casa, tiene miedo, pero sabe que su hermanito tiene hambre y su papá se va a enojar mucho. Camina casi a tientas en el monte cerrado que se alza subiendo del arroyo, salta de piedra en piedra para no hacer ruido con las hojas secas del suelo, contrae la respiración en el pecho a más no poder, pero no sirve de nada, ahí está, como siempre, con los ojos brillantes bien abiertos, quieta, esperándola, mirando fijamente, vigilando sus pasos. Se detiene y se quedan así durante un largo rato, sólo el correr del agua muestra que no ha dejado de pasar el tiempo. Una escena larga, que termina con un salto suave de retirada, y entonces la niña echa a correr. Pero en casa, para el padre los minutos han estado pasando normalmente y el hambre reclama las tortillas. –¿Dónde te has metido ahora? –reclama el papá. –De nuevo me encontré a la pantera. –Ya no digas burradas, ponte a hacer las tortillas. El olor a aguardiente de papá le hace entender que lo mejor es darse prisa. Los tres cenan lo poco que se pudo conseguir y después los dos pequeños se van a dormir. –Hoy lo encontré otra vez, y es hembra –dice Lucía a su hermano antes de dormir. –¿De veras es cierto? –Sí, a veces me da miedo, pero nunca se acerca. -Papá dice que son burradas tuyas. - Mañana te voy a llevar a que lo veas también. -Vamos. –Sí pero nos vamos a levantar tempranito porque tengo que pasar a la casa de la señora del molino. –¿Para qué? –Me dijo que la vaya a ver. –Ah bueno. Es de noche y empieza a llover a chorros, con relámpagos que iluminan la tierra, como destellantes ojos de pantera en la oscuridad. Antes de salir el sol, los dos hermanos salen en silencio. Llegan a la casa de la molendera. –Ya le vine a ayudar doñita. –¡Qué bueno que viniste hija! Hoy hay mucho que hacer, el niño que se ponga a jugar con los puercos. Habrá que cocer mucho nixtamal hoy, los señores tienen fiesta y mucha gente va a venir a comer. Pero el molino se quemó con el rayo de anoche vas a tener que moler a mano, mija. –Sí doñita. –Pero apúrate que ya es tarde. –Sí doñita. Camino de regreso, ya de tarde, ahí está de nuevo, como siempre. Otra vez han llegado tarde a la casa, pero papá no se molesta porque han traído hasta comida de más. –¿Quién les dio esto? –pregunta el papá. –Hubo fiesta con la señora del molino –contesta Lucía.

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Y mientras la niña piensa qué tanto se enojaría papá si supiera lo que hace, el pequeño recuerda los ojos brillantes que lo miraban fijamente sin parpadear. Una semana más y es como si aquel felino los protegiera, como si compartieran un lazo secreto tan fuerte como la sangre misma. Siguen yendo al molino todos los días y en la casa se come mejor, pero un día todo cambia de repente. Al regresar, el felino no se quedó quieto, se acercó haciendo temblar a los niños, pero no hizo más que frotar una nariz húmeda, robando el olor de los niños y dejándoles a cambio su olor a monte. En casa, el padre espera furioso, se ha dado cuenta del engaño y no lo puede aceptar. El aguardiente lo ha hecho sordo a las explicaciones de la niña. Un golpe seco hace que la Lucía caiga al suelo lastimándose las rodillas, y después el niño recibe un golpe de cincho en cada mano. Los hermanos son perseguidos con cinturonazos y maldiciones. No hay refugio, no hay nada que hacer ante el verdugo. Salen corriendo, buscan dónde ocultarse y no encuentran más que el monte negro que los envuelve como cobija. Corren, perseguidos por los gritos y sin darse cuenta, llegan al lugar de siempre, pero su amiga no está ahí. Se esconden entre los arbustos, cansados de correr, lastimados y asustados, cuando de pronto un aliento suave se acerca entre la oscuridad y como un trapo áspero y caliente pasa por las rodillas de ella y las manos de él, limpiando la sangre que ha brotado, aliviando el dolor de las heridas. La noche se detiene en ese momento, el monte calla, quizás el agua dejó de correr, sólo un hombre jadeante se atreve a interrumpir el misterio del momento, gritando, buscando, pero no encuentra nada, sólo un par de pequeños felinos de ojos como estrellas que le arañan las piernas y se van corriendo, jugueteando libres y felices en la negra noche.

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Mandamientos Lucero Peña1

Mariana

frecuentemente recordaba el séptimo mandamiento. Le tranquilizaba saber las consecuencias para quien hurtara algo. Acumularía un pecado. Pecado que bien podría borrarse al confesarlo, pero en el ladrón el peso de conciencia le agobiaría. Se viera por donde se viera, robar era malo. Sus manos están rígidas sobre el escritorio. Sus ojos miran hacia el frente mientras arruga el entrecejo. Una capa líquida reviste sus pupilas. Ha perdido su anillo de graduación, bien, lo correcto es decir ¡se lo han robado! Ni en el trabajo se está seguro. En su mente brota un agolpadero de pensamientos, remembranzas en cardumen. Veinte cinturonazos, un hombre arrebatándole la bolsa a la salida del metro y la pérdida de una quincena, las noticias sobre la inseguridad, el narco, el Chapo… ¡Maldito país! Se pregunta por qué el robo no se castiga como lo hacían los mayas. El ladrón de clase superior era marcado en la cara con el símbolo de lo que había 1 Ha cursado varios talleres de creación robado. literaria. Ha leído textos suyos en algunos El hurto ha puesto en sus facciones el foros de Tlaxcala, Puebla e Hidalgo; uno de maquillaje de la intranquilidad. sus cuentos está publicado en la Antología “Sampler” (Gobierno del Estado de Tlaxcala, Observa su reloj, las manecillas marcan las CONACULTA, Instituto Tlaxcalteca de Cultura, tres en punto. Pasará al mercado, comprará pan, 2014). Es parte de los autores publicados en lechuga y unas cuantas manzanas, sin olvidar dos la Plaqueta de poesía “Un papá con ojos de paletas de caramelo. lluvia” bajo la coordinación editorial del poeta Jair Cortés (H. Ayuntamiento de Tlaxcala, Deposita las paletas sobre la mesa café; 2014) Fue becaria del Encuentro Regional ya en la cocina, sirve un plato de caldo de pollo, de Literatura “Los signos en Rotación” del regresa al comedor y lo coloca en torno a la silla Festival Interfaz-ISSSTE Cultura, emisión de madera gruesa que marca el lugar principal en Acapulco 2015. 20


la mesa. Sale al patio y viendo a Nicanor colocar un ladrillo más sobre la pila de color anaranjado rojizo, le grita: –¡Véngase a echar un taco! –Nicanor voltea. –Gracias señora, orita voy –pronuncia El hombre baja de la escalera, mete las manos en una cubeta de agua y frotándolas una, dos, tres veces, retira la materia gris de la mezcla de cemento de sus manos y brazos, las seca en su playera raída y llena de polvo. Mariana sigue observándolo. El hombre camina y ella le abre la puerta. –Pase, siéntese. El hombre se desparrama en torno a la silla, pone los codos sobre la mesa, toma la cuchara y empieza a sorber. Mariana retorna a la cocina dejándolo comer y beber, recorre las cortinas del arco que divide la cocina del comedor para continuar hablando con Nicanor, mientras éste come sin levantar la mirada. Mientras rebana la lechuga le pregunta. –¿Vas a necesitar más cemento Nicanor? –Sí señora –responde con voz pastosa. Mariana observa al hombre masticar, lo percibe envuelto en un aire de resignación, éste ladea la cabeza y de pronto encuentra la mirada de Mariana, ella, siente por un instante que las miradas han ocupado el mismo espacio. Mariana pestañea buscando ahuyentar la incómoda sensación por la visita de aquella mirada, desvía la suya hacia el piso y para atraer la escena hacia la normalidad, pregunta: –¿Ya acabaste de comer? ¿Quieres otro poco? –levanta la voz Mariana. – ¡Sí señora, por favor! 21


Mientras Mariana vierte más líquido del cucharón, el sonido de una envoltura cruje, el sonido la hace apartar la mirada del plato y levantar abruptamente la cabeza. Veinte cinturonazos, el abuelo reprendiéndola por tomar una paleta de la mesa sin permiso. Veinte cinturonazos, un hombre arrebatándole la bolsa a la salida del metro y la pérdida de una quincena, las noticias sobre la inseguridad, el séptimo mandamiento, su anillo de graduación, el narco, el Chapo, la envoltura de una paleta crujiendo, ¡Maldito ladrón! El plato cae al piso, Mariana siente el líquido caliente quemándole los pies, humedeciendo sus medias. Voltea y a través del arco que divide la cocina del comedor, ve la mano del hombre inmóvil sobre la envoltura color verde, contrae las falanges, cierra el puño, emprende la retirada. Mariana grita –¡Maldito ratero de mierda! –¡Señora perdóneme, nomás quería ver que paleta era! –Sus mejillas enrojecen y las facciones contraídas le tiemblan. En la mente de Mariana nuevamente una fila de imágenes automáticas. Cinturonazos y una paleta, un hombre corriendo, una bolsa con dinero, el hombre del noticiero y sus cifras de inseguridad, el séptimo mandamiento, su anillo de graduación, el Chapo, la envoltura de una paleta crujiendo… Toma un cuchillo, camina resuelta. –¡Eres una maldita rata! –grita, busca el rostro del hombre, éste se cubre y Mariana le rasga la palma, él le arrebata el cuchillo, le da un puñetazo. Mariana cae al piso, él se tiende sobre ella. Mariana forcejea, éste le aprieta las muñecas. Él pega su boca y la hunde asquerosamente sobre la de Mariana mientras ella aprieta los labios. La furia circula en Mariana, intenta liberarse del cuerpo que ejerce presión sobre el suyo. Hace acopio de fuerza en su intento de lucha, muerde con salvajismo a esa carne provocadora del asco, el hombre se altera y ahora la ahorca. Débilmente, Mariana busca apartar esas manos de su cuello, la presión le asfixia. El hombre pega la cara nuevamente al rostro de Mariana, se tiende presuroso, un trozo de carne rígida la busca, invade su entrepierna. Mariana desgajada piensa en el noveno mandamiento.

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Lo inexplicable de las rarezas América Miranda1

“Doctor,

esta mañana mi padre me ha dado una bofetada y quisiera cortar la parte morada de mi rostro, ¿puede ayudarme?” –dijo Alfredo, el hijo del abogado del pueblo, don Emilio. Yo estaba aterrado, había hecho de todo desde que salí de la facultad: operaciones, suturas, análisis, pero éste era un caso extraño. Para empezar, el tipo era como una bestia, andaba vestido por la calle, ¡vestido!, las muchachas desnudas como de costumbre en las calles lo miran con desprecio, y no se diga las familias de este lugar. Alfredo no es hijo natural del abogado, dicen que cuando comenzó a hacer su granja para pasar ahí los fines de semana le trajeron un cargamento de borregos y caballos. Para entonces, vivía con él una hermana muy bien parecida, tenía los ojos grandes y el cabello largo, pero era una mala mujer, no por andariega, sino por histérica, de tanta exaltación tenía las venas del rostro más gruesas de lo normal, y era lo único que la hacía fea, porque a pesar de eso ya se había dicho en la ceremonia de cada año que Martita era una de las mujeres más listas para poder tener un hijo, ya se le había entregado su certificado de mujer firmado por todos los hombres que la habían poseído. En cuanto logró la aprobación de su hermano, se fue a estudiar lejos para no sentirse inútil y tardó tres años en volver, y, por cierto, hubiera sido mejor que no regresara, porque traía en mano un papel que la nombraba “bióloga”, y bueno, las ideas que le metieron por allá fueron devastadoras para don Emilio. Pasaron seis meses exactos, ella dejó de lado su vicio por buscarle una explicación a la vida, y decidió dedicarse al cuidado de la granja de su hermano para tenerlo contento y dejar de ser un dolor para él. Estudiante de la Universidad Autónoma Chapingo.

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Estaban recién llegados los borregos y Marta no tardó en revisarlos, se dedicó a ellos como si fueran sus hijos, pasaba días enteros dentro de los corrales y ya hasta se rumoraba que andaba enamorada de uno de esos animales, porque tenía semanas que no la veían caminar por el mercado como de costumbre. Era lunes a primera hora cuando salió la muchacha muy vestida, y con eso bastó para que supiéramos que estaba loca, ¡tremendos trapos largos que colgaban de su cintura!, debería ser alguien demasiado estúpido para desperdiciar las telas poniéndoselas en el cuerpo en lugar de ponerlas de mantel, tal y como nos han inculcado los padres, y eso no era lo único insólito, tuve la suerte de acercarme a Marta y su piel desprendía olor a animal, le miré su cabellera y unos bucles blancos pequeños salían de su cuero cabelludo. ¡Mujer borrego camina por las calles del pueblo!, decían a grito abierto los voceros de noticias en la plazuela. Cuando Emilio se enteró de lo que se decía de su hermana, decidió ocultarla en la misma granja casi cinco años, habrían sido más, pero murió cuando parió al horror de hombrecillo, que, no se sabe bien si fue hijo de ella con un animal, o con el abogado. La criatura nació sana y comenzó a vivir en cuna de oro, se quemó la granja y se le dio un pago a cada habitante del lugar para que el olvido hiciera efecto y la mala fama de la familia desapareciera, pero no se pudo cambiar el destino del niño. Este muchacho es un loco, ya le he cortado una pierna porque lucía mal un piquete de araña, le he sacado sangre porque piensa que tiene de más, que si sus venas son de estambre, que si esto, que si aquello. Hace unas horas decidí proceder a lo que tanto me pedía, y a estas alturas el pueblo ya sabe del capricho aquel y del payaso que le cortó el trozo de rostro. También la he hecho de psicólogo, y ahora sé cosas que nadie más sabrá sobre esa familia, sobre este lugar. Ya ni siquiera recuerdo cuando llegué aquí, solo sé que le pedí a un taxi que me llevara lejos, me quedé dormido y desperté rodeado de gente desnuda, ¿cómo sobrevivir entre gente que no le importa la vida, que no sabe qué es la vida?, me recuerdo vestido, me veo caminar con un sombrero decente en algún otro sitio, pasado, futuro, es algo impreciso, más de lo que debería, ni siquiera tengo esposa, pero sí familia; un sueño no es y no pretendo pellizcarme para saberlo, porque sin hacerlo sé que no estoy dormido, sé que si salgo a buscar un taxi de vuelta no habrá nada, no hay alternativas, no hay respuestas. Mi hijo tiene siete años, yo llevo aquí tres si las cuentas no me fallan, porque hace 1095 murió mi madre. Es grave, muy grave, Emilio no debe saber que yo me he encargado de corregir todos los defectos de su retorcido hijo, porque yo también tengo uno, y es capaz de dejarlo igual que todo lo que toca, loco; justo ahora está tocando mi puerta.

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Flor de Tuna Capítulo 16 Raúl Orrantia Bustos1

Fray Sebastián se había marchado de la tienda, dejándome envuelta en una atmósfera de pesadilla, de ilusión. ¿Cuántos días habían transcurrido desde la noche en que descubrí a Arturo mirando pornografía en internet y aquella mañana en el centro comercial? Ya no quería saber o descubrir nada, únicamente volver a la vida feliz y serena que tenía antes. Pero eso era una ilusión doble. Me refiero no sólo a la imposibilidad de regresar al pasado, sino a que mi vida misma había sido siempre la mayor de todas las ilusiones (aun cuando el ilusionado –o el iluso– no sabe que lo es mientras no descubra la realidad). Y eso era precisamente lo que me había sucedido. ¿Quién puede ver la vida de frente, la verdad de este mundo, y no espantarse, no negarla para poder mantener su consciencia en paz? Tal vez por ello inconscientemente busqué cualquier distractor que me alejara de las palabras de fray Sebastián. Casi como un autómata me probé cinco vestidos, tres blusas y un pulóver. Al final sólo compré un paquete de calzoncillos para Mariana y uno de calcetines para Francisco, olvidando que las camisas estaban en descuento y que un par de ellas no le hubiera venido mal a Arturo. Ya de camino al estacionamiento, me despertó de mi letargo la vibración de mi celular adentro de mi bolso. –¿Rebeca? –Hola, Lorena. ¿Cómo estás? –Bien… Bueno, no tanto. Pasó algo horrible pero estoy bien. Ahora no puedo explicarte, pero necesito pedirte un favor. –Lo que se te ofrezca, Lorena.

Estudió Letras Italianas en la UNAM y actualmente realiza estudios de posgrado en Europa.

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–Podrías pasar por Carlos Alberto al colegio y llevarlo a tu casa hasta que yo pueda recogerlo más tarde. –Claro que sí, no te preocupes. ¿Pero seguro que estás bien? La voz de Lorena, agitada, se entrecortó. –Sí… sí… No tengas cuidado. Luego te explico. Miré la hora en mi reloj. Aún faltaban dos horas para que los niños salieran del colegio. Víctor, pese a su fortuna, no consentía que nadie recogiera de la escuela a Carlos Alberto más que Lorena. En ese momento me empezaba a quedar claro el motivo. Al salir de Plaza Magnolias, decidí tomar la avenida Pedro Infante y doblar sobre Jorge Negrete para pasar cerca de la zona residencial en donde vive mi hermano, por si acaso Lorena cambiaba de opinión y requería que fuera a verla. Pero nadie marcó. En la esquina de Jorge Negrete y José Alfredo Jiménez, famosa por sus semáforos interminables, un joven malabarista aprovechaba la luz roja para ganarse la vida con un acto de pelotas y aros. Fue entonces cuando presentí dónde podría encontrar una respuesta a la llamada de Lorena Stefanoska: –¡Hey, joven! –le hablé al malabarista–, ¿puedes venir un segundito por favor? El muchacho me miró de reojo, dejó de hacer girar los aros en torno a su cintura, cachó las pelotas que pudo, pues dos de ellas habían ido a parar al suelo, y sin prestar atención a estas últimas, corrió hasta mi ventanilla. –¿Qué pasó, jefa?, ¿en qué soy bueno? En medio de la avenida Jorge Negrete corre un camellón ajardinado en el que, además de numerosas bancas y uno que otro mini gimnasio, hay algunos quioscos de revistas, diarios y flores. En el entronque con José Alfredo Jiménez había uno de estos quioscos. Saqué unas monedas de mi bolsa y le pedí al joven que por favor me comprara el periódico local, el mismo en el que días antes habíamos encontrado la noticia infiltrada de Ariel Franco Figueroa. El joven no tardó en volver con el periódico. Lo hojeé rápidamente pero no hallé nada. –Devuelve por favor este ejemplar –le dije cortésmente al malabarista–, y antes de traerme otro, revisa por favor que haya en él una hoja diferente a las demás. El joven tomó el periódico que me había traído y regresó corriendo al quiosco. Desde la ventanilla de mi automóvil lo miré fisgonear los periódicos uno a uno. El dueño del negocio, distraído en el libro vaquero, no se percató en absoluto de lo que sucedía. Cualquier ladronzuelo de segunda hubiera podido despacharse a manos llenas con diarios y revistas, aunque supongo que traficar con la lectura no es un asunto muy redituable que digamos. El joven alzó entonces un brazo y comenzó a agitarlo. Había encontrado la

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hoja anexada. Le pedí que me la trajera, pero el semáforo se puso en verde. La fila de carros que tenía detrás de mí no se hizo esperar con su sinfonía de pitidos y majaderías hacia mi persona. Cuando estaba a punto de gritarle al muchacho que me esperara, que le daría la vuelta a la cuadra, lo vi valerse de toda su experiencia de oficio para sortear los coches de los otros carriles, que ya estaban en movimiento. –Aquí tiene, jefecita. Le agradecí con mi mejor sonrisa y con un billete que bien recompensaba el riesgo y el esfuerzo. Los silbidos y groserías empezaron a subir de tono, por lo que aceleré de inmediato. Al mirar por el retrovisor, mis ojos se encontraron con los del conductor del vehículo a mis espaldas. Era lo que él estaba esperando, pues no desaprovechó la oportunidad para hacerme una seña con el dedo medio de su mano derecha, cuyo significado no hace falta precisar.

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Oscar Adrián Romero Fernández Nació el 8 de octubre de 1988 en México, D.F. Muy joven llega a Texcoco y el interés por el graffitti urbano le motiva a querer realizar esta práctica con el aerosol, lo cual lo lleva a aprender y estudiar Artes Plásticas. En su adolescencia, la Escuela de Bellas Artes de Texcoco despierta en él su vocación artística y a partir de sus estudios en la misma trabaja muy duro para mejorar como dibujante y descubrir su propio estilo. Ha participado en exposiciones individual y colectivamente. En la actualidad trabaja como diseñador independiente, freelance, realiza murales en aerosol en la comunidad texcocana y, por el momento, expone una serie de acuarelas en el Café Madre Tierra, cuya serie se titula “Azzul” (que para él significa cerrar ciclos). Con alegría espera compartir su trabajo y hacer un aporte cultural a su comunidad.

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Foto: Mareli Marcof


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Operación Matrioshka Alejandro Ordóñez1 Para Guillermo del Toro

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Se conocieron por casualidad, aunque quizás fuera mejor decir por el error de un aprendiz de la editorial que confundió y mezcló las páginas de ambas series, dando lugar a la confusión. Eran las revistas de aventuras más buscadas por los lectores que, cansados de esos superhéroes dueños de poderes inverosímiles, buscaban personajes que fueran semejantes a ellos. La historia de él aparecía los lunes y para el miércoles, que era cuando publicaban la de ella, la edición prácticamente se había agotado, así que fueron pocas las ocasiones en que coincidieron y sus portadas quedaron contiguas en los exhibidores. El primero que mostró interés fue él pues en su mirada aparecía un brillo especial al contemplar a esa mujer que habría pasado desapercibida en cualquier lugar público, aunque sus facciones finas y su aire intelectual resultaban muy interesantes. Ella, poseedora de extraordinarios poderes psíquicos, trató de leerle el pensamiento, algo que fue imposible y la llevó a pensar que tal vez aquel hombre tuviera una mente tan poderosa como la de ella o fuera un imbécil. Él era originario de una pequeña población de Nevada, cercana a la famosa Area 51, sede de la Atomic Energy Commission, aunque podría tratarse de una identidad falsa pues nadie lo recordaba y sus registros académicos y laborales resultaban poco creíbles. Por su aspecto y por las misiones peligrosas y casi imposibles que llevaba a cabo, los lectores suponían que era un agente de la  o de una fuerza militar de élite y si bien no poseía superpoderes, su complexión atlética

Autor de siete novelas, de ellas, Cábulas fue publicada por Plaza y Valdés en 1987 y ha obtenido varios premios en cuento. Escribió guiones para “Hora Marcada” y en su columna “Taches y Tachones” ha publicado material diverso desde hace varios años en varios medios impresos y en la Web, como cuentos, crónicas, análisis políticos y artículos de opinión. Editorialista en dos programas de radio.

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Operación Matrioshka


y rostro inexpresivo imponían respeto. Trabajaba y vivía solo y era lo que podría llamarse un lobo solitario. Ella provenía de Ekaterimburgo, en la región de los Urales; sus padres, dos connotados científicos, se dedicaban a la investigación de los poderes psíquicos y percepción extrasensorial, así como del óptimo aprovechamiento del cerebro humano. Investigadores y conejillos de indias de sus propios descubrimientos vieron con terror cómo eran obligados a experimentar con su pequeña hija, por lo que condicionaron su colaboración hasta que el Estado aprobó que fuera dada en adopción a dos científicos ingleses. La niña mostró pronto sus facultades extrasensoriales y una semana antes de los terribles atentados de Nueva York viajó a los Estados Unidos junto con niños genios de otros países; de visita a la Casa Blanca, frente a la prensa internacional que cubría el evento, llamó la atención de aquel ser caricaturesco: “Señor presidente, las Torres Gemelas de Nueva York…” Iba a continuar: “están en grave peligro y un hombre flaco con larga barba blanca celebrará su destrucción”, cuando descubrió en la sonrisa irónica de aquel ser al autor intelectual de esa tragedia y lo que le ocurriría a ella si develaba y echaba por tierra esa puesta en escena cuidadosa y cruelmente planeada, así que concluyó con una tontería que el pobre diablo celebró con estas palabras: qué bueno que los niños genios sigan siendo niños… Con expresión impasible nuestro superhombre escuchó su nueva misión. Una espía rusa, dijo la voz metálica de la grabación. Una espía rusa anda husmeando en asuntos considerados secretos de estado, cuya filtración pondría en grave riesgo al país. Sabemos que realiza sus investigaciones en nuestro territorio y en otros escenarios donde hemos estado presentes. Tu propia identidad y alguna de las misiones que realizaste parecen preocuparle, ¿comprendes? Se trata de información vital, no podemos arriesgarnos al descrédito y al ridículo internacional o a que se conozca la fuente de muchos de nuestros adelantos

científicos y tecnológicos. No contamos con más datos, ni siquiera fotografías o referencias biográficas de ella, tu misión es identificar a ese ser escurridizo y acabar con él. Operación Matrioshka la llamaremos. Y nuestra pequeña superheroína se hizo mujer. Con los poderes psíquicos y percepción extrasensorial que poseía, unidos a su visión de hechos por suceder o acontecidos y su capacidad para leer la mente la llevaron por el camino de la investigación criminológica, donde destacó pronto al grado de ser requerida por potencias internacionales para que se hiciera cargo de asuntos confidenciales, aunque en el fondo se preguntaran si no era espía. Fue así como misteriosos personajes le encargaron averiguar qué había detrás de la leyenda del Area 51, conocida también como “El incidente de Roswell”. Por supuesto, debido a la confidencialidad del asunto, ella no entregaría evidencia documental pero, dada su fama, confiarían en su palabra. Algo les preocupaba sobremanera: la inteligencia artificial y sus robots de apariencia humana. Se mudó a Nevada, se introdujo en la colonia militar donde vivían los altos mandos al cargo de la base, se hizo amiga de sus esposas, de sus hijos y hasta de ellos, fue convidada a barbacoas, veladas musicales, cenas, picnics y pronto su presencia se hizo indispensable. Soportó el coqueteo y el acoso de sus maridos y por fin accedió a los requerimientos pasionales del general en jefe, quien tenía acceso a todos los archivos. Se vieron en una suite cara de un hotel estúpidamente lujoso de Las Vegas, ella siguió fingiéndose inocente y… tonta. Hizo sentir que admiraba a aquel tipo que presumía saber todos los secretos. Después de la cena ella quiso brindar con champán; él ordenó la botella más cara. Ella le mostró el atrevido negligé que había escogido para la ocasión y, ya se sabe, en un descuido vertió algunas gotas de un mágico elixir. Se retiró al baño para ponerse la cara lencería y al volver lo encontró sobre la cama en estado semiinconsciente. Lo besó, lo acarició y con ruidosas exclamaciones le hizo creer que estaban en el momento cumbre del Operación Matrioshka

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acto amatorio, lo que lo hizo sentirse macho alfa al día siguiente. En el ínter hacía preguntas inocentes a las que él, como buen soldado afirmaba no poder contestar o de plano desconocer, porque ya se sabe que el entrenamiento militar los prepara para resistir la tortura más extrema. Pero lo que la boca calla, la mente no y así se enteró que en efecto en aquella base se experimentaba con los materiales extraídos del famoso ovni accidentado del Incidente Roswell, de los cuerpos de aquellos seres extraterrestres, de la información que había servido para los viajes espaciales, los trajes, los instrumentos de comunicación que se habían filtrado hasta las propias casas en forma de imagen o de voz. De todo dio cuenta a los emisarios; en especial, de algo que les preocupaba: la inteligencia artificial. Estaban trabajando en un proyecto fundamental: robots que parecían tener vida propia, con apariencia de seres humanos, con piel y órganos que ni siquiera los más sofisticados aparatos de rayos X o escáner podrían detectar como falsos. Capaces de abrigar los sentimientos humanos: dolor, placer, alegría, tristeza, odio, amor… Aunque incapaces de pensar por sí mismos, estaban capacitados para seguir instrucciones y tomar decisiones lógicas con base en tablas y algoritmos, acordes a su misión. Extraños individuos la contrataron para investigar la verdad en el asesinato de Bin Laden y voló a Abbottabad, Pakistán, al sitio en que aquél murió. Nadie quiso hablar así que tocó los muros, las piedras, la tierra, se dejó envolver por el ambiente y se concentró durante horas enteras, sin probar alimento ni bebidas; desfallecía cuando tuvo una visión: Aterrizaba un helicóptero al costado del edificio, bajaba un tipo atlético, entraba a la casa; salía acompañado de un individuo flaco y larga barba blanca ¿Era Bin Laden? Subían al aparato y descendía de él otro sujeto muy parecido y vestido igual que Laden, que se introducía a la casa antes de que el helicóptero despegara. Pasaba la media noche cuando tuvo otra visión: volvían dos helicópteros, bajaban varios militares con armas de alto Operación Matrioshka

poder, comandados por el hombre vestido de civil de la visión anterior; allanaban la casa, se escuchaban gritos, el civil apuntaba su arma hacia el suplantador, las mujeres decían que no, rogaban piedad, lloraban, gritaban. El hombre levantó la mano como queriendo protegerse de los disparos que veía venir mientras gritaba con voz ronca: ¡Traición, traición, traición…! a una señal del comandante los soldados descargaron sus ametralladoras en su rostro y cabeza, hasta que las paredes quedaron salpicadas con pedazos de masa encefálica y sangre y volaron en el aire trozos de huesos. Introdujeron los restos sanguinolentos en un saco y lo subieron al helicóptero del comandante quien se dirigió al mar para arrojar en aguas profundas los restos del individuo. La despertó el frío del amanecer, temblaba por la impresión y el miedo. Los muros, las piedras, los árboles hasta el mismo viento parecían repetir un grito que resonaba en sus oídos: ¡Traición, traición, traición! y el desesperado llanto de las mujeres. Fue en ese instante en que el aprendiz de la editorial confundió y mezcló los textos, entrecruzándose las historias de ella y del superhéroe. Sintió que una cálida mano acariciaba su barbilla, la levantaba y la llevaba cargada hasta su auto. La ponía de pie y antes de subir al vehículo la abrazaba, acariciaba y consolaba como si se tratara de un niño. Ella recordó la separación de sus padres que angustiados lloraban al momento de subirla al avión, sus miedos y esa cálida sensación al sentir las caricias de su madre adoptiva; él, cariñoso, apartó el cabello que cubría su cara y la reconfortó con dulces palabras. A ella le impresionaron la seriedad de su rostro inexpresivo, su porte atlético y la ternura que brotaba tras esa ruda apariencia. El quedó prendado de esa mirada en la que brillaba la inteligencia, su aire culto y apariencia distinguida. Diríase que fue amor a primera vista aunque ella se sintió desconcertada cuando intentó leerle el pensamiento y conocer sus intenciones pues parecía poseer tal control de su mente que era imposible cualquier intromisión; no obstante ella, incapaz de


percibir las emociones ajenas, comprendió que también estaba impresionado. Decidieron dejar a la brevedad esa tierra que se antojaba peligrosa, viajaron a Paris y acordaron pasar algunos días juntos. Las horas se volvieron una vorágine y fueron testigos de esa insaciable pasión. La última noche, cenaron en un restorán elegante y decidieron dar un paseo por las orillas del río Sena; caminaban abrazados, una mujer indigente se dirigió hacia ellos; no le dieron importancia, de pronto comprendió todo: ¡Cuidado! Gritó con voz desgarrada por el terror, pero ya era tarde; él, con grandes reflejos la cubrió con su cuerpo, escuchó dos detonaciones, pero más que nada sintió cómo impactaban en el tórax de su amante y lo hacían estremecer, ella creyó que caería fulminado, pero él sacó su arma y disparó repetidamente a la cabeza de la menesterosa; caminó hacia ella, registró su canasta y su ropa hasta encontrar su documento de identidad: un pasaporte polaco a nombre de Hania Walewska que guardó en sus bolsillos. La cargó como si se tratara de un fardo y la arrojó a la corriente del Sena; después, con tono tranquilo preguntó si se había espantado; la abrazó y la tranquilizó como lo hiciera cuando se conocieron. Ninguno preguntó ni dijo nada, pero él insistió en hacer el amor con la luz apagada; mientras entraba al baño revisó

su ropa, vio los dos orificios en la camisa, quemados en las orillas, todavía con olor a pólvora. Al día siguiente se despidieron sin tristezas ni promesas o muestras de dolor. Él redactó su reporte para el alto mando: Operación Matrioshka concluida, Hania Walewska se divierte en el Sena… Aún no despegaba su avión cuando ella comprendió todo: había conocido y cohabitado con el desalmado hombre que cambió y salvó al auténtico Bin Laden –cómplice en el atentado de las torres gemelas–; que de seguro le tomó muestras de  para engañar a la opinión pública y lo sustituyó por un pobre diablo al que habrá comprado por una buena cantidad de dinero, así como la promesa de respetar su vida, cuyo cuerpo arrojó al mar para que nadie se diera cuenta de la suplantación. Comprendió también que el encuentro en Pakistán no había sido casualidad y la razón que lo llevó ahí; sintió un estremecimiento ¡Seguía viva de milagro! Todavía más, confirmó sus hipótesis de trabajo sobre lo que ocultan en el Área 51, sede de la Atomic Energy Commission; sí, repitió en voz baja, la inteligencia artificial es un hecho y están aquí mezclándose con nosotros.

H I S T O R I E T A Y C O M I C

Ciudad de México, enero de 2018.

Foto: Felipe Acuña Operación Matrioshka

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H I S T O R I E T A Y C O M I C

Las historietas me hacen gozar (Algunos episodios de un lector de historietas) Eduardo Villegas Guevara1

Cuando estudiaba en Filosofía y Letras, me encontré una convocatoria o invitación para escribir guiones de historietas. Ofrecían buena lana y, además, si lograba reimprimirse el ejemplar, nos pagarían otra feria como regalías. Solicitaban el formato tradicional: historia presentada en Cuadros, Diálogo, Descripción. Técnicamente lo conocía bastante bien y tenía la experiencia de lector apasionado. Antes de ir a la entrevista, me puse a mecanografiar varios argumentos. Solicitaban temas de chavos banda, que conocía muy bien; de barriadas y pobretones, que había vivido muy bien. Solicitaban también historias de amor, de lo cual no tenía ninguna idea y de eso no escribí ni papas. Pero resulta que también pedían algunas aventuras con albures y plagadas de sexo; entonces me dije “esta chamba es para mí”. Hice mis primeros argumentos sobre el barrio y, casi enseguida, redacté algunas novelitas para calentarles el ánimo a los lectores de las revistas para adultos. Siete o diez historias más adelante, me encontré haciendo guiones de lucha libre. Como dicen, ahora sí caía en blandito. Ahí si saqué mi pasión por la lucha libre, mis tardes de gimnasio, las mil y un crónicas que había leído y las viejas películas que disfruté en mi infancia. Nadie se hace millonario con los argumentos de historietas, pero con mi Olivetti Latera 33 andaba con dinerito y no tenía que cubrir ningún horario de oficina. Esta racha siguió una buena temporada hasta que me convertí, jojojo, en escritor serio. Mis primeros dramas y mis cuentos fueron premiados y pensé que estaba abandonando el mundo de los comics para siempre. Fue un enorme error esta creencia. Sobre todo porque en ese entonces, fui descubriendo y tratando a mis verdaderos ídolos, es decir, a mis verdaderos autores, a los que leo y disfruto y cuya amistad atesoro desde hace mucho tiempo. Por ejemplo, mi maestro en el taller de narrativa que promocionaba la subdirección de servicios culturales del , era Orlando Ortiz. Me suena y me suena, pero ¿por qué se me hacía familiar ese nombre? Al principio pensé reconocerlo porque era tampiqueño; de hondas raíces tamaulipecas, como mi familia. Eso decía yo. Pero luego de algunas sesiones me cayó el veinte y resultó que era el guionista de Torbellino, una historieta llena de aven1

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Profesor-Investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma Chapingo. Estudió Literatura Dramática y Teatro en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Es fundador y director general de la editorial Cofradía de Coyotes. Ha recibido, entre otras distinciones, el Premio de Testimonio 1987, convocado por el INBA y el gobierno del estado de Chihuahua y el Premio Nacional de Li´teratura Gilberto Owen 1990, Presea Estado de México 2004, “Sor Juana Inés de la Cruz” en Artes y Letras. Fue becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, dentro del programa Jóvenes Creadores, y del Fondo para la Cultura y las Artes del Estado de México, en la categoría Creadores con Trayectoria. Durante 2007 disfrutó la beca del Programa de Residencias Artísticas que otorgan el FONCA y el Ministerio de Cultura de Colombia. Ha publicado más de treinta libros de narrativa.

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turas sociales y políticas. Ahí, me encontré a Pedro Márquez, alías Torbellino, quien podía hipnotizar a los políticos para que en un noticiero en cadena nacional revelara los verdaderos intereses de una casa de asistencia social, que en realidad servía para vender niños. En sus episodios lo ayudaba otro personaje, a quien me grabé bastante bien en la mente; me refiero al Rinoceronte Ayala. Tipazo con una corpulencia digna de un peso completo y con unos valores admirables. Llegaba al barrio por ejemplo la bella heroína, de buena posición social, para ocultarse de alguna maldad y el luchador se desbordaba en atenciones y le decía humildemente: “no crea que por ser pobres no sabemos respetar”. Algo así es lo que recuerdo de aquellas aventuras, ah, y también recuerdo que el Rinoceronte Ayala nunca se quitaba la máscara para nada, ni siquiera estando a solas en su casa. También lo admiraba por eso, porque creo que cuando un luchador pierde la tapa, pierde mucho de su magia; no sólo deja al descubierto una personalidad, sino que con la máscara se va su hálito de misterio, su fuerza. No sólo se devalúa su personalidad, sino que se hace polvo. Orlando es un autor valioso que me enseñó mucho sobre la narrativa, pero siempre me las ingenié para entresacarle los trucos (tips) de un buen argumentista. Siempre compartió conmigo y con muchos otros sus conocimientos literarios. En su honor decidí que el luchador de peso completo, que acompaña a Señor Corazón, se llamara Jorge “Jumbo” López. Orlando Ortiz tiene por nombre completo Jorge Orlando Ortiz López y es verdaderamente un hombre corpulento. Así que por todo lo que le debo y por elaborar los argumentos de esa historieta tan revolucionaria en su tiempo, lo incluí en mis aventuras.1 ¿Por qué dejó de circular esta historieta revolucionaria (idea que también sostiene Paco Ignacio Taibo II, quien admiraba dicha historieta)? Podríamos pensar que por la falta de lectores, pero esos siempre han sido abundantes en nuestro XXV Coloquio Internacional de Historia del Arte: la imagen política / edición a cargo de Cuauhtémoc Medina. México, UNAM, Instituto de Investigaciones Estéticas, 2006. 651 pp. 1

país, cuando menos para las historietas. La duda me la resolvió precisamente Orlando Ortiz: resulta que en uno de sus episodios, en la saga de Torbellino se mencionaba una cárcel clandestina ubicada en Veracruz. Era una premisa totalmente de la ficción, pero resultó que, en efecto, había algo parecido en la vida real de este país y en las negras alturas dijeron que ya no podía seguir esa historieta. Otro personaje inseparable de Señor Corazón es Mario “Tachuelita” González. Este es un luchador de peso ligero en cuyas aventuras le rindo homenaje a mi padrino Gonzalo Martré. De su papel en la literatura política y satírica de México se han escrito muchas paginas y de igual modo, de su intervención en una de las historietas más leídas de nuestro país; me refiero a “Fantomas, la amenaza elegante” quien después de dos apariciones en una historieta se abrió paso para tener sus propios guionistas y sus propios ilustradores. Pero, para hablar de este episodio sensacional de otra de mis sagradas lecturas, nada mejor que cederle unas cuantas lineas a quien le ha dado vida a “Tachuelita” González. Gonzalo Martré permaneció muchos años brindándole sus diálogos y se volvió memorable la inclusión de Julio Cortázar en sus páginas y en respuesta Julio Cortázar escribió esa sensacional historieta con Fantomas.2 A Martré se le pueden aprender muchas cosas, desde sus recetas de comida internacional, hasta la variedad de tragos que ha inventado. Por supuesto, para solucionar una aventura se las gasta solo. Por eso, gracias a Martré y como un modesto homenaje, uno de los luchadores que acompaña a Señor Corazón lleva el apellido González. Se llama Mario, porque el verdadero nombre de Gonzalo Martré es Mario González Trejo y desde luego no creo que le moleste esta inclusión, pues él empezó incluyendo a varios autores de la Cofradía en sus páginas y nosotros tutti contentos.3 Y además de escucharlo Julio Cortázar, Fantomas contra los vampiros de las trasnacionales, editorial Excélsior 1977. 3 Martré, Gonzalo: El retorno de Marilyn Monroe y Plutonio en la sangre. por mencionar sólo dos títulos donde autores y personas del ambiente literario cruza por sus páginas

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satirizar cuestiones políticas, de disfrutar la excelente comida internacional con que agasaja a sus amigos y familiares, siempre hablamos con singular alegría y atención de las historietas mexicanas. Debido a Fantomas, pero también a la literatura de “La Onda”,4 llegué a leer a Gerardo de la Torre. Luego participé en los talleres de cuento o narrativa que este sencillo oaxaqueño impartía para la Coordinación Nacional de Literatura del . Hombre generoso y excelente lector, ex obrero petrolero, me obsequió algunos de sus libros recién saliditos del horno. Otros los compré en las librerías de segunda mano de la calle de Donceles, pues sus primeros títulos estaban agotados y sin reimprimirse desde hacía muchos años, ahora tengo casi toda su obra autografiada. A mí y al resto de aprendices del oficio literario, siempre nos brindó un buen consejo literario o una sana crítica. Su generosidad siempre ha ido más allá de sus propias posibilidades. No fueron pocas las ocasiones en que nos ofreció una cordial cerveza en la cantina más cercana al taller literario para hablar de beisbol y para dejar a un lado la literatura. En esos momentos, yo preguntaba por sus experiencias en la historieta mexicana, de sus bellos monitos e insuperables héroes. Y, sin pena alguna nos sumergíamos en este mar placentero de cultura popular: ilustradores o dibujantes, autores o guionistas, a quienes Gerardo de la Torre les reconocía su amplia cultura y los aportes para los masivos lectores de nuestro país. Él estuvo, como ya lo comenté líneas atrás, argumentando historias para los primeros números de la historieta Fantomas, labores que luego abandonó pero con un oficio que siempre iba en ascenso. Cuando tuve la oportunidad de tratarlo, estaba haciendo unos guiones para la televisión mexicana sensacionales y de corte policiaco y compartía abiertamente todos sus conocimientos y experiencias con sus Es decir, los cuentos y novelas de José Agustín, Parménides García Saldaña, Gustavo Sainz, Orlando Ortiz, Margarita Dalton y muchos otros. Descripción detallada y completa puede verse en el libro de García Paredes, Josefina. Los herederos de la promesa, La corriente de la “Onda” y la literatura juvenil 1968-1971. Cofradía de coyotes-IMC, 2014.

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alumnos.5 Así que en otro sincero homenaje y sobre todo en agradecimiento, decidí bautizar a uno de mis luchadores, el más politizado de ellos, el más analítico, según yo, como “Cepillo” De la Torre; es un peso medio de pelos parados, con el corte casi al ras de la pelona que debido a su enjundia siempre termina por barrer a todos sus adversarios, a veces con su buena técnica luchística y en otras ocasiones con sus buenas deducciones analíticas y cerebrales. Voy a cerrar estas breves memorias sobre mi paso como guionista de historietas, aunque en el fondo nunca fui guionista, sino más bien un consumidor, un ferveroso lector de la historieta mexicana. Las palabras finales tienen que ser para Yolanda Vargas Duché. Creo que esta mujer no requiere ninguna presentación para quienes leímos toneladas de historietas, pero, por aquello de las dudas, anotemos unas cuantas líneas. Yolanda Vargas Duché fue una escritora e historietista mexicana. De las autoras que dominan el género romántico y de amplia cultura, doña Yolanda es la más célebre del país. La tengo como mí hada madrina, cuyas palabras me siguen alentando desde hace muchos años. En los medios de comunicación, pero sobre todo sus lectores le hemos brindado el título de “Reina de las Historietas”, así se le conoce hasta el día de hoy y pasarán muchas décadas sin que nadie le haga sombra. Escribo de memoria, pero sé que escribió más de 60 historias, pues las leí casi todas. (A una tierna edad, lo confieso ahora, estuve profundamente enamorado de Rarotonga). La mayoría de sus argumentos aparecieron en la revista Lágrimas, Risas y Amor, y más tarde ella misma las adaptó para televisión y unas cuantas para el cine. Todos sabemos que es la creadora de la historieta “Memín Pinguín”. La genial historieta que surgió a mediados de los años 40, cuando yo todavía ni nacía y ella ya realizaba historias súper entretenidas. Esta saga era protagonizada por un niño negro Memín, que le Estas charlas cuajaron en lo que más adelante llamó. El Guion, modelo para armar, un manual para guionistas que le publicó Marcial Fernández en la editorial Ficticia. Recomendable a todas luces por la praxis que encierran todos sus conceptos.

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fue inspirado en el carácter de su esposo, don Guillermo de la Parra: inquieto, travieso, imaginativo pero de buen corazón. ¿Por qué se convirtió en mi hada madrina literaria? Por un golpe de suerte. En 1990 se celebró una vez más un concurso de dramaturgia organizado por el , Sociocultur y muchas otras instituciones. Se llamaba Dramaturgos del Siglo  y su principal promotora era Connie Ibarzabal. En ese año, 1990, hubo diez obras y diez autores finalistas, nuestros dramas fueron leídos, ensayados y representados en el teatro Benito Juárez (Villalongin 15, Col. Cuauhtémoc, frente al Monumento a la Madre). Hubo muchos autores importantes que comentaron las obras; Hugo Argüelles, Miguel Ángel Tenorio… Arturo Arredondo, en ese entonces crítico de cine de La Jornada, fue quien elogió y comentó mi drama. Actores y actrices famosos nos acompañaron y realizaron las lecturas. Pero lo que realmente me mantuvo embelesado esos tres meses, era la presencia discreta pero importante de don Guillermo de la Parra y de su acompañante: la maravillosa Yolanda Vargas Duché. Don Guillermo escribió una obra que lleva por título El almirante de la mar Océano, cuyo protagonista era Cristóbal Colón. Así que durante la premiación, en las oficinas de Gerardo Estrada, director general del  y durante las diez representaciones de las obras seleccionadas, en un par de butacas, siempre juntos y apreciando el trabajo de los demás autores, siempre estuvieron don Guillermo de la Parra, sí, el hombre que había inspirado a mi negrito del alma, y su autora, doña Yolanda. Mi felicidad llegó hasta el cielo cuando al final de la presentación de mi obra Preparativos de viaje6 comenzaron las opiniones acerca del trabajo dramático que habían presenciado. Los amigos me elogiaron como siempre, pero recuerdo muchas otras palabras en contra de mi obra. Virgilio Ariel, por ejemplo, me recomendó que leyera su manual sobre los subgéneros dramáticos para que mejorara la estructura y el tono de mi obra. Otro comentario en contra y me retiro de la escri-

tura dramática, pensé, pero de repente pidió la palabra doña Yolanda Vargas Duché y, de manera breve y para mi inolvidable, le pidió al público que me dejaran escribir como me diera la gana: “sólo así se pueden construir personajes y llenar de vida sus historias, que no había recetas de escritura, y si hubiera una receta, esa receta literaria se llamaba y se seguiría llamando “Libertad”. Todos los asistentes aplaudieron, no a mí claro está, si no a la mamita de Memín Pinguín y a don Guillermo de la Parra que estaba a su lado, lleno de discreción. Desde aquella noche guardo una admiración profunda hacia ellos. Ya los quería, después de leerlos tantos años era imposible no quererlos. Pero aquella noche las palabras de la reina de la historieta mexicana me dejaron por las nubes y creo que no he vuelto a bajar. Sí, se llama Libertad el principal ingrediente de la literatura y no me queda ninguna duda de que hubo grandes guionistas en la historieta mexicana, que este género contó con finas plumas y, para decirlo sencillamente, contó con escritores geniales. Muchos de ellos se siguen leyendo como si fueran de todos los tiempos. Memín Pinguín es también una curiosa escultura, que recibe a los visitantes en la editorial Vid. Ahí existe un pequeño espacio que recrea el ambiente del escritorio de la afamada argumentista, doña Yolanda Vargas Duché. En mis historias de Señor Corazón ella recibe mi homenaje como Reina Vargas, una dama de los encordados que toma siempre por asalto los cuadriláteros llenos de rudos y que llega y se retira en una enorme motocicleta que no hace ruido, pero que lleva faros enormes para que todos la vean subir a triunfar. Gracias a todos ellos: a Orlando Ortiz, a Gonzalo Martré, a Gerardo de la Torre y Yolanda Vargas Duché y a muchos otros que leí y que no he mencionado por falta de espacio. De veras, las historietas me hacen gozar.

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Cofradía de Coyotes SC Chicoloapan de Juárez, estado de México Marzo 5 de 2018

6 Preparativos de viaje, trilogía melodramática (IMC, 2014).

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La llamarada crepitaba y su luz inconstante resaltaba los contornos creando claroscuros sobrecogedores en todas las superficies, objetos y rostros humanos que componían el paupérrimo escondite rebelde compuesto por paredes de tierra, una cueva apenas resistente a uno o dos embates durante esta cruenta guerra. Su nombre era Brok-Ayar y sus facciones apenas se discriminaban en la oscuridad. Aun así, los que lo acompañaban lo miraban con fijeza a la espera de cualquier indicación; porque ellos componían su círculo interno, eran un puñado de refugiados, ex-convictos, saqueadores, inconformes y parias cuyo sentido de la existencia había tomado un segundo aire gracias a aquél hombre tozudo y sus promesas de conquista radical. Sobre él pendía el destino de sus camaradas, así lo habían acordado. Mientras BrokAyar tomara todas las decisiones del grupo y éstas fueran acatadas con diligencia, nadie dentro de los insurgentes quedaría fuera del botín, por más pequeña que su participación resultara. Pero predicar justicia en una situación a todas luces injusta era una carga insostenible de por sí. De eso estaba consciente aunque le era difícil recordar cómo su situación había escalado a tales magnitudes, quizás se trataba de un poder de convencimiento que había dormido en él esperando emerger en los momentos de hambruna o simplemente el nivel de descontento general había alcanzado una media preocupante dentro de la ciudad subterránea en donde la raza humana había quedado confinada, volviendo a sus habitantes fácilmente manipulables. En todo caso, el hecho era que en una corta campaña beligerante se había hecho con un generoso número de simpatizantes dispuesto a darlo todo por la causa, aunque de cierto era que no tenían mucho que perder.

1 Licenciada en Comunicación Social por la UAM Xochimilco. Ha colaborado en diversos proyectos radiofónico en la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, el Centro Cultural de España en México y SEDEREC Radio Raices. Escritora aficionada. Entusiasta de la ciencia ficción y la literatura fantástica.

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Su silueta permanecía inerte al filo de la mesa que simulaba estar hecha de lo que antes se conocía como madera, era lo más cercano que se tenía a corteza en un mundo donde los árboles habían quedado relegados a la condición de leyenda. Se trataba de una de esas pertenencias que la última estirpe humana se había inventado, llevados por la nostalgia del hogar que una vez tuvieron y malograron hacía ya tantos años. En una fecha que se había difuminado y de cuya exactitud no quedaba una sola prueba, los resquicios de las sociedades más influyentes del planeta Tierra habían quedado confinadas al subsuelo, la superficie hasta el presente era inhabitable. Antaño se creía que las guerras por los combustibles llevarían a la especie humana a su propia devastación. Otros atinaban a decir que el agua potable escarcearía primero con lo que la sequía nos mataría. Y si no, entonces alguien apretaría el botón rojo del fin del mundo y la lluvia radioactiva acabaría con todo lo que hasta entonces se conocía. Lo cierto es que la contaminación del suelo fue el verdadero problema. Como un organismo con cáncer, la tierra fue muriendo paulatinamente. Los alimentos que se producían en ella eran pocos y carecían ya de nutrientes. Los transgénicos prometieron llenar El peso de Judecca

los estómagos pero en contraposición provocaron más enfermedades de las que la desnutrición traía. La tierra murió. Las vegetación murió. Los animales murieron. Los humanos diezmaron hasta ser solo una sombra. La tierra rica y fértil de antaño, fue el verdadero bien que nunca se recuperó. En un movimiento calculado, casi artificioso, Brok-Ayar sujetó el casco que descansaba a su lado y con un vaivén del brazo lo azotó intempestivamente contra el mueble, levantándose en el mismo instante en que los demás respingaron por la rudeza. La careta vacía miró a cada uno de los presentes y estos, a su vez, la repasaron con rostros azorados. —Hoy se acaba el hambre. Tras la sentencia, el júbilo explotó. Los hombres chocaron sus propios cascos contra la mesa copiosamente, simulando el sonido de una multitud al marchar. Extasiados alardearon con palabras y gesticulaciones exageradas sus planes para el campo de batalla. La sangre que derramarían, los miembros que partirían, las cabezas que cercenarían y cuánto acto de violencia venía a sus mentes en contra del ejército del Consejo, la autoridad máxima dentro de la ciudad subterránea. De pronto, las puertas del sofocante cuartucho se abrieron sin contemplación. Un hombre rollizo con la


frente perlada en sudor y la cara deformada por el miedo exudaba un aliento agrio, mientras daba aviso de una pronta invasión. Las fuerzas del Concejo resguardarían la última línea de la frontera con armamento pesado. Pretendían asaltarlos dentro de los túneles y exterminarlos. Brok fue el primero en abrirse paso y colocarse el casco, mismo que selló el resto de la armadura. Vociferó órdenes. Los hombres se enfundaron en sus corazas también. Las armas fueron arrancadas de las paredes dónde descansaban tras la última afrenta. Se ajustaban los últimos detalles de los esqueletos exodérmicos antes de que los pilotos los ocuparan. Cada granada de succión y munición de fragmentación que quedaba en los almacenes sería requerida. Era un ir y venir, un hervidero de hombres y mujeres intercambiando órdenes a los puros gritos, una locura. Una de las secciones del túnel Z-3 se derrumbó en medio de un estruendo ensordecedor. Aquellos pobres diablos que lo transitaban quedaron aplastados bajo las toneladas de roca, y si no murieron al momento del impacto, lo hicieron minutos después producto del estallamiento de vísceras y las descargas solares dañinas provenientes de la superficie, allá donde no había más capa de ozono ni vegetación que protegiera del astro rey. Por el boquete penetraron los androides no tripulados del Consejo. Flotaban con una tecnología celosamente guardada. No superaban el tamaño de una cabeza humana pero lo que les faltaba en tamaño lo compensaban en poder destructivo. Con láseres eran capaces de perforar la roca más densa, la carne humana no representaba un reto mayor. Un soldado raso les interceptó y perdió la pierna derecha intentando hacerse el héroe. Había recibido un disparo preciso de láser y su muñón aún ardía, no podía apagarlo y se desgarraba la garganta en gritos escalofriantes. Los robots se dispersaron por la base dejando cuerpos con las entrañas expuestas y lesionados, pasaron por los dormitorios, el comedor, la sala de juntas y finalmente el almacén.

Pero Brok-Ayar estaba demasiado lejos para evitar que la parafernalia militar que había quedado rezagada en el depósito se sucediera en una cadena de estallidos que terminó por hacer ceder el ala oeste del complejo, forzando a los sobrevivientes a salir a la ardiente superficie. El varón fue lanzado por onda expansiva contra una de las paredes, cayendo sobre su espalda a merced de la inclemente luz diurna que se filtraba por el techo agujerado, resguardado únicamente por su traje protector. Era testigo de las muertes de sus subordinados aquel día más que ningún otro. Pudo imaginar el nauseabundo olor metálico de la sangre invadiéndolo todo provocándole arcadas. El remordimiento y el terror lo embargaron, ahí acostado como estaba, y por un instante aceleraron su respiración. Cada cadáver representaba un clavo en su conciencia, un precio a soportar por cruzar la frontera. Y es que estaba tan cerca de lograrlo, no podía perderse ahora, no después de todo lo que había dejado en el camino. Recuperó el sentido y la verticalidad. Pronto corrió a la salida más próxima aún sin haber acostumbrado los ojos a la luz. Lo que había al final del túnel distaba mucho de ser un paraíso.

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Ahí, afuera, arriba, se disponía el basamento de una civilización antigua, pequeños resquicios de su existencia. El lugar era inundado por una luz amarillenta y desértica. Tolvaneras levantaban polvo y arena con la furia de una bestia hambrienta, incluso el ruido gutural que causaba hacía pensar que tenían vida propia. Bajo este paisaje desconsolador se libraba la última batalla. Hombre contra hombre. Máquina contra máquina. Máquina contra hombre. El ejército del Consejo estaba genuinamente equipado con la más alta tecnología mientras los soldados de Brok-Ayar luchaban con instinto animal. Una detonación tuvo lugar a un costado de Brok obligándolo a recular. Con la diestra se hizo de la pistola que pendía de su cadera y haló el gatillo. Dos disparos erraron pero el último concretó la destrucción de un androide volador. Siguió de frente, escaqueándose de un par de El peso de Judecca

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tiros perdidos y explosiones azarosas. Un hombre mutilado acostado en un charco de su propia sangre lo reconoció. “Capitán, capitán. Ayúdeme” imploró. Aunque era evidente que nada se podría hacer por el hombre, Brok-Ayar volteó en un arcoreflejo. Sin embargo, el ruego había llegado a oídos de un soldado enemigo quien al saberse en presencia del líder de los insurgentes, accionó el cañón en su mano. El rayo le rozó el antebrazo y aunque no rompió la armadura, causó quemaduras en la piel como efecto secundario, amén de la cercanía. Ocurrió entonces que BrokAyar echó el cuerpo hacia adelante con el propósito de acortar distancias y pegar su pistola al casco del otro, propinándole el tiro de gracia. No obstante, el bastardo no reparó en estrellarle un codazo a la espalda con todas sus fuerzas complementado con una zancadilla. El cuerpo de Brok-Ayar se precipitó, en camino a caer de boca al suelo. Sin embargo, en su descanso alargó el brazo encontrando la forma de clavarle una rauda puñalada en la nuca con una simple navaja. La punta entró limpiamente. La unión entre el casco y el resto de la armadura solía ser el punto más endeble, equipada para soportar radiación pero no para contrarrestar el uso de una primitiva arma punzo-cortante. Un chorro carmesí brotó del cogote perforado al tiempo en que el último aliento abandonaba al hombre y aunque Brok-Ayar también cayó al piso, el visor de su casco fue salpicado en gran medida. Para cuando se levantó con ímpetu de continuar, el mundo se le pintó menos nítido a través del casco manchado. Era imposible limpiarlo, se veía obligado a pasar el resto del camino medio a ciegas. La guardia del Concejo plantó una alambrada eléctrica al frente, una especie de entramado de hebras que fulguraban azules a fin de proteger la periferia. No permitirían que nadie abandonara con vida Judecca, la ciudad subterránea para los pobladores promedio, y mucho menos que llegaran a la Ciudad Vergel, territorio de los Sinsombra, el siguiente eslabón en la evolución del Homo sapiens. Lo que sucedió a continuación no pudo ser descrito por

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Brok-Ayar más que como un golpe de suerte. Una de las pilotos de su ejército se precipitó contra la barrera eléctrica. Había sido lanzada por el enemigo y su nave humanoide terminó chocando de espaldas. Las corrientes pasaron a través de los circuitos y llegaron al núcleo, a donde la piloto pudo haberse salvado de haberse alejado en ese preciso instante. Ergo, se quedó porque reconoció la figura de su capitán de pie junto a ella. Haciendo acopio de una voluntad pocas veces vista en un humano, la mujer instó a su gran brazo mecánico a rodear el cuerpo de Brok-Ayar arrojándolo por sobre el vallado. Resulta obvio que el capitán recibió una pasmosa descarga en cuestión de centésimas. El aterrizaje y lo que acaeció después no lo tuvo claro, ya por la obstrucción en su visor, ya por la brusquedad de la maniobra o la parcial pérdida de conciencia producto de la electrocución. Sólo supo que la piloto explotó poco después y que su propio cuerpo cayó sobre la arena como un despojo, dando movimientos espasmódicos. Frunció el entrecejo. Sus párpados apenas pudieron abrirse, pesados como si hubieran permanecido pegados por una fuerza ajena. Parpadeó un par de veces. Seguía dentro del traje cuyo visor, además de todo, estaba estrellado. No reconocía las figuras a su alrededor, no obstante se sabía en un lugar cerrado. Una estructura de techo alta, fría, alumbrado escasamente por una luz sobria. Una luz se sobreponía muy arriba de su cabeza. ¿Por ahí había ingresado? No tenía la certeza, probablemente sí, en su descenso había atravesado la bóveda. Cuando intentó ponerse de pie cada músculo se le antojó deshecho. De por sí, la respiración se le había dificultado enormemente. ¿Estaba vivo? ¿Aquello era Vergel? ¿Al fin había conseguido llegar? Cada pregunta suponía una improbabilidad aún mayor. Todo aquello le parecía irreal. –Sabía que me encontrarías –una voz femenina, susurrante, lo hizo víctima de un estremecimiento antes desconocido. A continuación, un par de brazos se colgaron de su cuello. Las palpitaciones del


corazón se aceleraron y le hicieron doler el pecho, como si en cualquier momento fuera a desgarrarse por dentro. La careta de su casco se deslizó hacia arriba permitiendo que las manos de ella ingresaran repasándole delicadamente las facciones. –Eyra –el nombre salió de sus labios dejándose el más dulce de los regustos. Escudriñó con los ojos bien abiertos el semblante femenino. Los años no habían pasado, era tal como la revivía en su mente cada noche–. Eyra –repitió con más fuerza apoderándose de sus tersos labios rosados en un arranque de deseo por todos los años en que no pudo hacerla suya. Le apretó la cintura con ambos brazos jurándose que no la volvería a perder. Por las cosas que habían perdido en el fuego del odio entre castas, el amor era el único tesoro invaluable que había sobrevivido. Sus cuerpos se fundieron como queriendo ocupar el mismo espacio. Sus lenguas se exploraron mutuamente, reconociendo el aliento del otro. Una descarga le recorrió la espina a Brok-Ayar intentando guardar en su mente cada segundo de pleno bienestar. De hecho, el dolor ya no lo era más. Eyra se separó con suavidad encontrándose con los ojos incrédulos de su amante. Pasó el pulgar por su mejilla retirando restos de sangre fresca pero no titubeaba ni se notaba conmovida. A decir verdad, había algo frío en su cara. –¿Cuánto, Brok? –indagó esbozando una amplia sonrisa como si estuviera impaciente por saber la respuesta. La pregunta lo tomó por sorpresa. ¿Cuánto dolor había causado? ¿A cuántos había sacrificado? ¿Cuántos se habían perdido por encontrarla a ella? –Todo lo que fue necesario –zanjó lacónico en un intento por convencerse de que ningún precio había sido excesivo ahora que volvía a tenerla entre sus brazos. Mas no pudo evitar, en su fuero interno, sentir desasosiego. Ella había sido el único objetivo de sus ambiciones y ahora que la había alcanzado, nadie se sentía tan correcto como esperaba. –Cuánto –acusó, no obstante en tono satisfecho, como si se sintiera halagada por cada muerte que su

búsqueda había provocado. Abrazándolo fuertemente, hundió el rostro en su cuello permaneciendo así unos momentos. Brok-Ayar únicamente fue capaz de sentir un golpe en la boca del estómago que le provocó el más desolador vacío. Esa mujer era una Sinsombra. Un ser más elevado que había sido separada de la comunidad en Judecca durante la adolescencia y llevada a Vergel para crecer y prosperar. Desde entonces Brok-Ayar no la había visto más, no obstante se consagró en cuerpo y alma a la promesa de volverse a encontrar, la volvió el propósito mismo de su existencia. Por eso había emprendido una cruzada para llegar a la ciudad de los Sinsombras arrastrando consigo a una porción de personas necesitadas bajo promesas de igualdad. Había sido llevado por motivos moralmente reprochables a iniciar la revuelta civil más sanguinaria de los último tiempos. Un sudor frío le surcó la sien preguntándose con desconsuelo qué había hecho. –¿Cuánto amor se necesitó para destruir el mundo? –completó Eyra y su cuerpo languideció dejándose caer. De pronto, el cuerpo que colgaba de los brazos de Brok-Ayar era el de una mujer desconocida sin vida cuyas marcas de muerte se adivinaban en forma de puñaladas por todo el abdomen. La soltó enseguida. Pasó revista alrededor, aterrorizado detalló la escena sanguinolenta en la que se había convertido el silencioso salón. Los cadáveres de los Sinsombras se esparcían como masas amorfas por el lugar que a partes ardía y a partes había sido derruido. Huellas de un saqueo violento se advertían y gritos se escuchaban desde lejos. Eyra no estaba y jamás había estado. Se había tratado de alucinaciones vívidas durante un fuerte shock.

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Brok-Ayar era su nombre y en vida fue el líder de un levantamiento malintencionado. Su ejército logró rapiñar hasta los cimientos lo que pudo haber sido el resurgimiento de una humanidad que sin tierra que cultivar perdió su hogar.

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HISTORIAS DE CIENCIA NO FICCIÓN

Mitopoeia: la suspensión de la incredulidad Pablo del Toro1 I will not walk with your progressive apes, erect and sapient. Before them gapes the dark abyss to which their progress tends… ..  [No caminaré junto a tus monos progresistas, erguido y competente. Ante ellos se abre el oscuro abismo a donde su progreso tiende..]

J.R.R Tolkien,

autor de El señor de los anillos, escribió en 1931 un poema en el que defiende la capacidad humana de inventar historias, ya que considera que la creatividad convierte al hombre en un “pequeño creador” que ha sido moldeado con y por el “arte del Creador”; al mismo tiempo, hace una crítica al pensamiento racional, el cual lleva a la humanidad a un “abismo oscuro”. El poema en cuestión lleva el título de Mitopoeia, y es un término griego que significa, literalmente, “elaboración de mitos”. El texto surge como respuesta a una pregunta que hizo el escritor y crítico literario C.S. Lewis, autor de Las crónicas de Narnia, en torno a si los escritores de cuentos se dedicaban, como se dice coloquialmente, a “dorar mentiras”; esto es, si los escritores resultaban un peligro por crear mundos de fantasía que influyeran en nuestra manera de percibir la realidad. Esta preocupación ha sido motivo de discusiones desde la antigüedad (baste recordar que Platón criticó duramente a ciertos poetas y los condenó a la expulsión de las ciudades), hasta nuestros días (como en el caso de ciertas canciones, películas, series y, por supuesto, obras

1 Profesor investigador de tiempo completo en la UACh, escritor inédito y músico ocasional que disfruta de practicar deportes de contacto.

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creativas como las historietas y los cómics, motivo de esta entrega), pasando por el caso más conocido en la historia de la literatura universal: El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, en donde el personaje principal pierde la noción de la realidad por leer tantos libros de caballería, género de gran popularidad en la época en que Cervantes componía su obra. Cabe señalar que, a partir del título del poema de Tolkien, se creó un género narrativo en el cual el autor crea todo un conjunto de conceptos, regiones, personajes, sucesos, y arquetipos interrelacionados; es decir, se trata de un género en el que se construye toda una mitología propia. Por otro lado, se debe hacer mención que el poeta inglés, Samuel Taylor Coleridge preparaba su poemario Baladas líricas, cuando descubrió la importancia de despertar el interés en el lector para que éste se dejara atrapar por una historia o un personaje. Dice Coleridge en su Biografía literaria (1817): Esta idea dio origen al proyecto Lyrical Ballads, en el cual se acordó que debía centra mi trabajo en personas y personajes sobrenaturales, o al menos novelescos, transfiriendo no obstante a estas sombras de la imaginación, desde nuestra naturaleza interior, el suficiente interés humano como para lograr momentáneamente la suspensión voluntaria de la incredulidad que constituye la fe poética.

En pocas palabras, el título de esta entrega hace alusión, por un lado, a la capacidad humana para crear mitos y, por otro, a la “suspensión voluntaria de la incredulidad” para dejarse llevar, como lector-espectador, por la narrativa con la cual se construyen esos mitos. En efecto, las historias y los personajes detrás de los cómics y las historietas (habría que considerar también otros géneros como el manga, el anime y la novela gráfica) han sido considerados por los especialistas como mitos modernos. Uno de ellos fue el semiólogo Humberto Eco, quien en su libro Apocalípticos e integrados (1964) analiza la figura de Superman, al que considera heredero de figuras arquetípicas como Hércules, Sigfrido, Orlando y Pantagruel. Para Eco, Superman adquiere la categoría de un personaje mítico

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contemporáneo (aunque pone en duda la capacidad de su narrativa para sostenerlo, dado que actúa en un tiempo no sujeto a las reglas del tiempo real ni del tiempo mítico, sino que se rige por el consumo de masas), al encarnar “las exigencias de potencia que el ciudadano vulgar alimenta y no puede satisfacer” por vivir en una sociedad industrial en la que el individuo, un simple número en una poco clara organización social, no tiene la fuerza necesaria para enfrentarse a la maquinaria “que actúa por y para el ser humano”; un individuo sometido por esta realidad política, social, laboral, que inevitablemente vive presa de frustraciones y complejos de inferioridad. Es por ello, concluye Eco, que el hijo de Kriptón es uno de los superhéroes más populares: además de gozar de estas cualidades que lo sitúan por encima del hombre común (fuerza sobrenatural, capacidad para volar, visión de rayos x, etcétera), posee una dimensión humana: es tímido, de inteligencia promedio, un poco torpe, miope y un eterno enamorado de su colega Loise Lane. Superman había sido uno de los personajes más populares en el mundo del cómic, y no está por demás decir que fue el primero en aparecer. Nació en 1932, aunque originalmente era un supervillano calvo (la idea fue retomada posteriormente para crear a su archienemigo, Lex Luthor). Años más tarde, en 1938, hace su aparición en Detective Comics tal y como ha llegado hasta nuestros días. Eran los años de la Segunda Guerra Mundial y el cómic de Superman, primero, el programa de radio después, sirvieron para que los norteamericanos encontraran un momento de distracción en medio de las noticias alarmantes que surgían por los conflictos armados en Europa. La competencia de D.C., Timely Publications (origen de Marvel Comics), prefirió dejarse influir por la realidad social antes que evadirla, y en 1941 creó a uno de sus personajes más emblemáticos: el Capitán América. A partir de entonces se hicieron claras las diferencias que habrían de marcar a ambas editoriales: mientras que D.C. inventaba ciudades que sirvieran de escenario a sus personajes (Metrópolis, por ejemplo), Marvel optaría por sitios reales (como Nueva York);


en tanto que D.C. delineaba a sus personajes a partir de experiencias traumáticas (el asesinato de los padres del niño Bruce Wayne, la destrucción del planeta de Kal-El), Marvel prefería sumergirlos en un drama existencial en el que los poderes traían desgracia y soledad (Peter Parker debe cargar con la culpa de ser responsable indirecto por la muerte de su tío); los poderes de los personajes de D.C. llegaban por destino o eran una condición de nacimiento, mientras que en Marvel, los héroes y villanos adquirían sus habilidades en accidentes o por alteraciones genéticas Y las comparaciones podrían continuar. Dentro de este mínimo recuento no se puede dejar de señalar la relación que existe entre el contexto histórico y social, y el mundo del cómic. Resulta una curiosidad el hecho de que las épocas de mayor auge para los superhéroes sean etapas históricas de crisis: en la Segunda Guerra Mundial nacieron Superman y el Capitán América, dos personajes que defienden valores como la democracia, la justicia y la libertad; durante la Guerra Fría surgieron personajes que adquirieron sus poderes a raíz de accidentes radiactivos o por experimentos en los que estaba involucrada la radiación, como en el caso de Spiderman, Hulk o los Cuatro Fantásticos (al temor al cáncer o a la muerte que resultaban de los experimentos con la radiación, el mundo del cómic, particularmente Marvel, respondía con promesas de poderes arácnidos, fuerza ilimitada o capacidad para volverse invisible); los mutantes, personajes cuyas habilidades o alteraciones físicas eran el resultado de un proceso evolutivo, aparecieron cuando los problemas de discriminación se agudizaban en los Estados Unidos, y sus dos líderes, el telépata, Charles Xavier, y el amo del magnetismo, Erick Lehnsherr mejor conocido como “Magneto”, simbolizaban a Martin Luther King y a Malcolm X, respectivamente; por último, no se puede dejar de señalar el apogeo que vive actualmente el mundo del cómic gracias a las adaptaciones cinematográficas que iniciaron con las trilogías de los X-Men y Spiderman a principios de siglo (2000-2002), adaptaciones que lograron un mayor impacto en el 2008 con el estreno de Ironman y Batman: el caballero de la noche, y cuyo apogeo se extiende, al

parecer, más allá de 2020. ¿Y cuál es la crisis que da impulso a esta popularidad del mundo de los superhéroes? De acuerdo con filósofos, antropólogos y sociólogos, se trata de una crisis de las instituciones y de toda la estructura social. Todo ello resulta una curiosidad, pero no es casualidad. ¿Se ha fijado el lector que el público que asiste a las salas de cine para ver películas de superhéroes, no está integrado sólo por niños y adolescentes, como podría esperarse, sino también por adultos cuyas edades oscilan entre los 30 y los 40 años? Una de las primeras interpretaciones tiene que ver con el tiempo transcurrido entre la primera y la más reciente producción: prácticamente han pasado 18 años, por lo que aquellos jóvenes que vieron la primera película de los X-Men ahora son adultos de más de 30. Otra interpretación tiene que ver con esos niños y adolescentes que leían con gozo los cómics de los X-Men y The Uncanny X-Men (que se publicaron en nuestro país en la década de los noventa) quienes ya como jóvenes adultos salieron decepcionados al ver lo que la adaptación cinematográfica había hecho con sus superhéroes favoritos. Esos mismos jóvenes, ahora sólo adultos que rondan los 40 años, son los que van acompañados por sus familias a ver cómo se redime el universo Marvel en la pantalla grande. Más allá de estas interpretaciones un tanto apresuradas (no hay que olvidar que esta sección está motivada por la curiosidad científica) existe una razón por la que los personajes de los cómics, las leyendas y los mitos cautivan nuestra mente. Desde Hércules hasta Superman, pasando por personajes mítico-literarios como Aquiles, Héctor, Arturo, Lancelot, Orlando, o por personajes de cómics, historietas o mangas como Batman, Ironman y Gokú (Thor es un raro personaje que oscila entre el mundo del mito y el mundo del cómic), estos personajes arquetípicos son construcciones sociales en las que el individuo primero, la colectividad después, proyecta sus principales deseos, aspiraciones y anhelos, pero también sus temores, miedos y deseos más oscuros. No es de extrañar que los niños sean los más receptivos a estos personajes: de acuerdo con la psicología, identificarse con un superhéroe se relaciona directamente con la

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necesidad “mágica” que tiene el ser humano de buscar la aceptación de sus cualidades y sus defectos; es por ello que resulta natural que un pequeño se disfrace de su personaje favorito. El caso del adulto es diferente. Para un adulto, admirar a un superhéroe tiene una raíz más profunda, relacionada con la búsqueda de ese “ser humano ideal”. Es decir, aquellas características por las que admiramos a tal o cual personaje –sea un héroe o un villano–, o incluso aquellas por las que llegamos a odiarlo, tienen que ver con las cualidades que admiramos en nosotros o los demás, así como con los defectos que no nos gustan de nosotros o los otros (como reza un dicho entre psicólogos: “lo que te choca, te checa”). Hasta aquí todo es relativamente “normal”. El problema surge cuando ese adulto que disfruta de los cómics, las historietas o el manga aprovecha cualquier oportunidad para disfrazarse de su personaje favorito. Ese adulto podría presentar un serio problema de “desidentificación de la realidad”, síntoma de que una etapa de la vida no se superó, o de un mecanismo de defensa activado para esconder una baja autoestima y la depresión que ésta genera, por lo general, como consecuencia de una negación a ser adulto y de aceptar las responsabilidades que impone una sociedad como la nuestra. ¿Y qué ocurre con la atracción que ejercen las figuras de los superhéroes en las masas que llenan las salas de cine? El psicólogo Carl Gustav Jung tiene una respuesta, aunque su interpretación surge a raíz del estudio que hizo de los mitos. La razón por la que los relatos míticos e imaginativos, en donde aparecen personajes con habilidades superiores al hombre promedio, nunca han dejado de representarse a la consciencia humana a pesar del desarrollo de la ciencia y del pensamiento racional, así lo entendió Jung, reside en que existe en estos relatos un valor simbólico –no literal– que constituye un alimento indispensable para la cultura. Fundamentalmente, la psicología junguiana puso al descubierto cómo los motivos esenciales de los mitos constituían una serie de núcleos de sentido recurrentes que de ningún modo habían agotado sus representaciones en la narración original, sino que han seguido manifestándose como motivos esenciales de todas las expresiones humanas,

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de todas las culturas y de todos los tiempos, tanto en la religión, como en la literatura, tanto en la filosofía como en los sueños del hombre moderno. A estos motivos esenciales, Jung denominó arquetipos, las estructuras o moldes simbólicos fundamentales de la psique, y uno de los arquetipos más importantes es el del héroe. En otras palabras, necesitamos crear y sumergirnos en el mundo de los héroes, en este caso de los superhéroes, porque, sin importar cuántas veces nos cuenten la misma historia, de esta manera la psique colectiva, el inconsciente colectivo, alimenta a la cultura (principalmente sus valores) a través de relatos de valor simbólico. Recordemos el título de esta entrega: “Mitopoiea: la suspensión de la incredulidad”, el cual hace referencia, por un lado, a la capacidad humana de crear mundos míticos y, por otro, a la necesaria aceptación del lector-espectador, de que ese mundo es ficcionalmente posible y por lo tanto debe sumergirse en su narrativa para poder disfrutarlo. Recordemos, además, que los mitos son narraciones en las que aparecen divinidades o seres sobrehumanos que actúan en y afectan el mundo de lo humano. A partir de lo anterior, podemos establecer que los cómics vienen a ser mitos creados en el seno de la modernidad. Es necesario reconocerlo: quizás sea una arbitrariedad comparar el mundo mítico creado por Tolkien con el universo de superhéroes diseñado por los creadores de cómics, pero lo cierto es que ambos proyectos se sustentan en los mismos principios que el autor de El señor de los anillos defendió en el poema citado al inicio del artículo: la capacidad humana de crear mitos. Incluso a Stan Lee (uno de los creadores más conocidos en el mundo del cómic, la historieta y el manga), lo han llegado a llamar el “Homero” de los cómics, porque, al igual que el autor de la Ilíada y la Odisea, sentó las bases de toda una mitología contemporánea. Chris Claremont, otro de los creadores de los X-Men, lo dice con más precisión en una entrevista: Los superhéroes quizá son la mitología de Estados Unidos, cuyos héroes –David Crokett, Buffalo Bill, G. A. Custer– y gestas más antiguas no tienen más de 200 o 300 años. Estados Unidos no tiene una mitología propia. Escandinavia tiene sus


sagas y leyendas, Germania su épica, España tiene al Cid. Nosotros no tenemos héroes mitológicos, nuestros héroes son muy jóvenes aún.

En conclusión, los personajes de los cómics, las historietas y el manga llegaron para quedarse y ocupar un lugar en el panteón de la mitología universal. Insisto: puede parecer una arbitrariedad, pero se debe tomar en cuenta que, a diferencia de la etapa en que los mitos antiguos fueron creados, se supone que nosotros vivimos en una época dominada por la razón y el pensamiento científico, por lo que este “panteón mitológico posmoderno y transcultural”, por llamarlo de algún modo, puede ser visto como un simple producto para el consumo de masas, un mero entretenimiento. Podemos incluso verlo con desprecio bajo la mirada de la razón. Lo cierto es que, en términos psicológicos, mientras más domina la objetividad y la lógica en la mente de un individuo, más fuerte se hace la necesidad psíquica de descargar las emociones mediante un lenguaje simbólico. Lo mismo aplica para la colectividad. Finalmente, algunos datos de ciencia en el mundo de los superhéroes. • De acuerdo con la narración, el Mjolnir, el martillo de Thor, fue hecho a partir de una estrella agonizante. Con esta información podemos deducir que la materia con que se construyó, se habría obtenido de una estrella de neutrones, lo que significa que el martillo pesaría aproximadamente 4 billones de toneladas. Un objeto con esta masa poseería una atracción gravitatoria tan inmensa, que cualquiera que se acercara en un rango de diez kilómetros sería jalado a tal velocidad que le provocaría un impacto mortal. Ni qué decir del hecho de que Thor arroja el martillo para golpear a los villanos: para darnos una idea de la fuerza de impacto que tendría el Mjolnir, imaginemos que, de golpear la tierra, la atravesaría sin ningún problema. • Al mencionar la palabra “teseracto”, seguramente lo primero en que se piensa es en la película de los Avengers o, por poner otro ejemplo más reciente, en la película Interstellar. Lo cierto es que se trata de un término que fue elaborado en el siglo  por el matemático inglés, Charles Howard Hinton, y que se refiere

a un objeto que sólo existe en teoría. Resulta complicado entender qué es exactamente un teseracto (también llamado “hipercubo”), porque sólo podemos imaginarlo, pero nunca podríamos verlo. ¿Por qué? Porque su forma se compone de una dimensión extra –recordemos que un cubo tiene tres dimensiones– y un objeto así no puede existir en nuestra realidad. Para que ello fuera posible tendríamos que imaginar un cubo desfasado en el tiempo; es decir, un cubo que abarcara cada uno de los momentos temporales en los que está, pero a la vez los contuviera a todos ellos juntos al mismo tiempo (¿?) Algo así como un cubo dentro de nuestro tiempo que a su vez tuviera dentro Todo el tiempo. Si esto resulta complejo de asimilar, quedémonos con el siguiente razonamiento: un teseracto es a un cubo, lo que un cubo es a un cuadrado. Si aún así no queda claro el concepto, pasemos a lo siguiente. • Si pensamos que los individuos con poderes sobrenaturales habitan sólo en el mundo del cómic, la historieta o el manga, la realidad es que estamos equivocados. Por ejemplo, Michel Lotito (1950-2007) era un animador francés capaz de ingerir literalmente cualquier cosa: desde pedazos de vidrio hasta una bicicleta entera, al grado en que, en el año de 1977, devoró por completo un avión Cesna 150. ¿Cómo lo hizo? Durante dos años comió alrededor de un kilo de material diariamente, tras beber una cantidad de aceite mineral y abundante agua entre bocado y bocado. Pero no es el único caso que ha sorprendido a la ciencia. En Japón existe un hombre que ha sido llamado “el samurái moderno”; su nombre: Isao Machii; su habilidad: poseer los reflejos y una rapidez con las manos que muy pocos pueden alcanzar. Este hombre procesa la información sobre su entorno de una manera sobrehumana. En vez de ver al objeto acercarse por el aire, anticipa dónde estará. Por eso es capaz de cortar por la mitad una pelota de beisbol que viaja a una velocidad de 161 km/h o un balín lanzado desde una pistola. Por último, debemos hablar de Liew Thow Lin, un hombre de Malasia que puede pegar objetos de metal a su cuerpo. Los médicos no han logrado establecer el porqué de esta anomalía, lo que lo hace aún más raro.

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Teresa y la pesada búsqueda de su alma Alejandro Pardo1

Quizá después de muchas vueltas, Teresa, personaje de la novela La insoportable levedad del ser, se asomó en la mente de Kundera; quien luego de la acción del rugir de una barriga, reflexionó al respecto. Resulta interesante esta azarosa acción, pues a partir de ello, la esencia de un personaje se va desnudando y termina por construir a una protagonista cuya verosimilitud le brinda un eco redundante en la inmortalidad de la literatura. Milan Kundera es escritor y músico, nació en la ciudad de Brno, situada en la ya disuelta República de Checoslovaquia. Desde 1975 vive en Francia, país que luego de acogerlo como exiliado, le otorgó la ciudadanía. Alcanzó la fama internacional luego de la publicación de su novela La insoportable levedad del ser en 1984. A pesar de ser escrita en checo, dicha novela fue Originario de Tulancingo Hidalgo. Estudió economía pero ha sido en las letras donde ha encontrado una especie de reducto muy afable para vivir. Ve en los libros la oportunidad de acceder a interlocutores brillantes y le sorprende el hecho de que siempre han estado ahí, como esperando ser hallados.

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publicada en su país veintidós años después. La trama se desarrolla durante la primavera de Praga que finalizaría con la invasión rusa en el año de los movimientos, 1968. I Sus tripas rugieron tremendamente cuando, después de conocer a Tomás en Zurich, Teresa llegó a visitarle a su casa en Praga. Resultaba para ella terrible que sus tripas rugieran al encontrarse frente a él y, aunque sentía ganas de llorar, él la abrazó y pronto olvidó el embarazoso sonido de su vientre. Ese día estaba muy nerviosa y apenas había comido. El sonido estruendoso que emitía su cuerpo disipaba la verdad de la era científica que supone la inexistencia del alma. Hace tiempo, cuando una persona sentía por ejemplo un palpitar en el pecho, no entendía el porqué de ello; no sabía cuál era la causa. En consecuencia, resultaba difícil identificarse con el propio cuerpo que además de ajeno, parecía algo desconocido. Así, se llegó al consenso de que el cuerpo era sencillamente una especie de frasco que contenía lo que miraba, escuchaba, temía, pensaba… Lo que sentía,


era el alma; es decir lo que dirigía al ser. Hoy día, la aquiescencia es opuesta: el cuerpo es eso que siente y el alma no pertenece a la unidad que dirige el cerebro. Lo que palpita dentro del pecho es el corazón, se dilata y contrae para bombear la sangre que el cuerpo necesita a fin de distribuir nutrientes y defenderse ante las infecciones. Lo mismo ocurre con la nariz, es un conducto que le permite al oxígeno transportarse hasta los pulmones. En palabras de Kundera, la cara es una especie de tablero de instrumentos en el que desembocan todos los mecanismos del cuerpo: la digestión, la vista, la audición, la respiración y el pensamiento. Desde que sabemos más sobre las distintas funciones de las partes del cuerpo, éste desasosiega menos al ser humano. Con ello, el concepto de alma ha quedado como un viejo paradigma que muchas veces se usa para ilustrar la ignorancia de nuestros antepasados o para atribuir cierta belleza mágica a ese inexplicable sentir que nos provoca el amor casi siempre de pareja. Es justo entonces, cuando una persona se enamora con locura y escucha al mismo tiempo el sonido de sus tripas que la unidad entre cuerpo y alma se disipa súbitamente, que las grandes explicaciones en materia de anatomía y medicina se disuelven y la existencia se arropa con el velo de la insignificancia. Pese a que cada vez sabemos más de nuestro cuerpo y el universo circundante, las grandes verdades siguen siendo insuficientes, aun cuando se trata de explicar algo tan cercano y propio como las reacciones del cuerpo ante tal o cual situación. Al poco rato de reencontrarse, Teresa y Tomás hacían el amor, no cogían, hacían el amor. Ella gritaba, no gemía, gritaba. Con sus gritos buscaba inconscientemente aturdir a sus sentidos, quería que no vieran, que no oyeran; quería sosegar esa gran excitación de los sentidos suyos. Deseaba que en la milenaria lucha entre cuerpo y alma, el cuerpo suyo se impusiera de una vez por todas y la carga del alma fuese despojada. Es decir, quería que el ingenuo idealismo de

su amor superara el eterno dual entre alma y cuerpo. Cuando finalmente dejó de gritar, se durmió a lado de él y cogió durante el resto de la noche su mano. Luego, poco a poco las heridas de su cuerpo quedaron mágicamente suturadas. Su cuerpo y su alma se habían reconciliado. “Desde los ocho años se dormía ya con las manos entrelazadas imaginando que tenía cogido al hombre que amaba, al hombre de su vida”. Parafraseando al autor, es el momento en que nace el amor: “una persona no puede resistirse a la voz que llama a su alma asustada; la otra no puede resistirse a quien posee esa alma sensible a su voz”. II Desde pequeña Teresa también se miraba durante largos periodos frente al espejo, le gustaba. Tal gozo no surgía de su vanidad, pues nunca la tuvo. Vivió bajo la sombra del implacable ser de su madre. Al mirarse al espejo, se desprendía de la incesante necesidad por desnudar su alma. Creía que podía encontrar la esencia que le hacía ser Teresa ante su reflejo. Buscaba definir lo que le hacía ser ella y sin lo cual dejaría de ser lo que sea que fuese. Ese afán de encontrar su alma ante el espejo tenía como práctica ir restando los gestos y facciones procedentes de su madre, por quien además sentía miedo. Como temía que ella le descubriese, mirarse al espejo se convirtió en una especie de vicio secreto. A diferencia de su madre, para Teresa su cuerpo era único y en él se expresaba parte de su individualidad. En su casa el pudor era algo que no existía. Ver a su madre en ropa interior caminando por aquél hogar era cotidiano, a veces ni siquiera llevaba sostén y en verano andaba desnuda. Su padrastro no andaba desnudo, pero como su hijastra tenía prohibido cerrar la puerta, entraba al baño cada que ella se estaba bañando. Teresa no quería ser sólo un cuerpo más como todos los cuerpos, quería que en él se expresara también su alma única y se reconociese como tal, por ello llegó el día en el que se rebeló asegurando la puerta

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del baño. Su madre hizo un escándalo. “Esta situación demuestra claramente que el odio hacia la hija era en la madre más fuerte que los celos hacia el marido. La culpa de la hija era infinita e incluía también las infidelidades del marido. Y el que la hija quisiera emanciparse y reclamase algunos derechos —por ejemplo el de cerrar la puerta del cuarto de baño— era para la madre más inaceptable que un eventual interés sexual del marido por Teresa.” Como a la madre de Teresa nada le había resultado en la vida, sentía una culpa enorme. Al engendrarla, dirigió a la hija toda su culpa a fin de expiarse. Le explicaba siempre que podía que el ser madre significaba sacrificarlo todo. Con ello, su hija quien siempre sentía culpa, trataba de complacer a la madre en todo. Trabajó desde los quince años y le daba cuanto ganaba a su madre, se ocupaba de atender la casa y a sus hermanos; estaba dispuesta a todo a fin de ganarse su amor. Su madre deseaba poseerla, quería que su hija fuera impúdica como ella y permaneciera a su lado en el mundo de la desvergüenza, donde la juventud y la belleza nada significan. Ese mundo era para Teresa un enorme campo de concentración. En él todos los cuerpos eran iguales y las almas invisibles. Cuando se contemplaba en el espejo, no veía tan sólo el tablero de instrumentos de los mecanismos corporales, sino su alma. En su rostro veía la fiel expresión de su carácter. Le causaba particular frenesí el no saber qué pasaría con su nariz si aumentase un milímetro diario. ¿No sería entonces que en determinado momento su cara no sería más lo que al contemplarla era? Y no sólo su nariz, sino el resto de las partes de su cuerpo terminarían cambiando, entonces, qué sería de ella, ¿seguiría siendo ella misma, seguiría siendo Teresa? Claro –dice Kundera, pues aunque Teresa ya no se pareciese a Teresa, su alma seguiría siendo la misma. De ser así, ¿cuál es la relación que hay entre ella y su cuerpo? ¿Tiene él derecho a ostentar su nombre? ¿Es su nombre el referente a algo incorpóreo e

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inmaterial? ¿Si su alma hablase se presentaría bajo el nombre de Teresa? Estas eran las preguntas que daban vueltas en su cabeza desde la infancia. “Y es que las preguntas verdaderamente serias son aquéllas que pueden ser formuladas hasta por un niño. Sólo las preguntas más ingenuas son verdaderamente serias. Son preguntas que no tienen respuesta. Una pregunta que no tiene respuesta es una barrera que no puede atravesarse. Dicho de otro modo: precisamente las preguntas que no tienen respuesta son las que determinan las posibilidades del ser humano, son las que trazan las fronteras de la existencia del ser humano”. III Los amantes eran esencialmente opuestos: para Tomás el amor y la sexualidad eran cosas distintas, no así para Teresa que no podía entender la levedad y la divertida intrascendencia del amor físico que él tanto disfrutaba. El temor de perderle, nunca cedía en Teresa, ni siquiera en sus sueños. A cambio ella le ofreció desde el primer día su fidelidad, como si fuese lo único que tenía para ofrecerle. El amor que había entre ellos era “de una arquitectura extrañamente asimétrica: descansa[ba] sobre la seguridad absoluta de su fidelidad como un palacio mastodóntico sobre una sola columna” No obstante, cuando percibió débil a Tomás, deseaba marcharse con todas sus fuerzas y “es precisamente el débil quien tiene que ser fuerte y saber marcharse cuando el fuerte es demasiado débil para ser capaz de hacerle daño al débil.” IV En Teresa había un sueño constante. En éste solía encontrarse marchando desnuda junto a decenas de mujeres igualmente desnudas alrededor de una piscina. Sobre ésta, Tomás yacía dentro de un cesto colgante. Desde ahí les gritaba a fin de que cantaran y flexionaran sus cuerpos. Cuando alguna de ellas hacía algún movimiento equivocado, él sencillamente le disparaba.


Los disparos no eran precisamente lo más aterrador para Teresa, sino el ir desnuda junto a otras mujeres. Desde pequeña, cuando vivía en el campo de concentración que dirigía su madre, temía ser un cuerpo más, deseaba no ser un alma invisible. Para ella la desnudez era humillante y representaba el signo de la uniformidad. Y además, el otro gran horror presente en el sueño era la alegría que sentían las mujeres al ser idénticas e indiferenciables. “¡Aquélla era la alegre solidaridad de los imbéciles! Las mujeres estaban felices de haberse deshecho de la carga del alma.” Con esto Tomás la había mandado de vuelta al mundo de la madre del que ella quería escapar desde pequeña. Teresa estaba ya cansada de este nuevo mundo tan familiar, deseaba escapar, quería destruir súbita y definitivamente su historia con él para volver a los brazos de su madre, quien estaba sola y triste. Este era el vértigo, “el embriagador e insuperable deseo de caer”. “También podríamos llamarlo la borrachera de la debilidad. Uno se percata de su debilidad y no quiere luchar contra ella, sino entregarse. Está borracho de su

debilidad, quiere ser aún más débil, quiere caer en medio de la plaza, ante los ojos de todos, quiere estar abajo y aún más abajo que abajo”. V El personaje de Teresa representaba a alguien que creció ante el constante desprecio y desamor de su madre. Pese a ello, y sin omitir lo cuestionable de las formas, Teresa buscó liberarse y llegar a los límites de su propia existencia. De no ser por su valentía y profundidad, habría sido la mera extensión del ogro que le trajo al mundo. Ostentaba un alma que no se cansó de transitar hacia un paraíso en donde fuese única e irrepetible y se le reconociera como tal. Es ahora cuando yo imagino a Teresa, en el menos etéreo de mis pensamientos logro finalmente vislumbrar su alma que pulula los jardines de Luxemburgo, a su lado otras almas, las de Agnes, Ciorán y Nietzsche. Mientras tanto Kundera toca en su clavecín un preludio de Bach. No muy lejos de ahí, la humanidad, ama y propietaria de la naturaleza, marcha hacia adelante al estruendoso ritmo de la modernidad.

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Nowhere:

Carlos Fuentes, exégeta de Luis Buñuel Moisés Elías Fuentes*

Hacia 1972 Carlos Fuentes (1928-2012) preparó Cuerpos y ofrendas, antología de sus cuentos prologada por Octavio Paz.1 La antología marcó un punto de inflexión en la trayectoria literaria del novelista mexicano, la que inició con Los días enmascarados, en 1954. La obra de Fuentes y la de sus compañeros en el boom hispanoamericano de la narrativa se hallaba en el cenit, y el autor lo anunció en La nueva novela hispanoamericana,2 conciso libro de ensayos en el que señaló, con agudeza crítica y notable agilidad prosística, los logros y los alcances de aquella generación, integrada, para él, por Fuentes, Carlos. Cuerpos y ofrendas. Prólogo de Octavio Paz. Alianza Editorial. Madrid, 1972. 2 Fuentes, Carlos. La nueva novela hispanoamericana. Cuadernos de Joaquín Mortiz. México, 1969. * Nació Managua, Nicaragua, 25 de abril de 1972. Licenciado en Lengua y Literaturas Hispánicas por la UNAM. Maestrante en Estudios Latinoamericanos por la misma casa de estudios. Publicó en 2007 el libro de poesía De tantas vidas posibles (Centro Nicaragüense de Escritores). Seleccionó y prologó las antologías El lago y la torre. Seis poetas vanguardistas nicaragüenses (México, 2011) y Andanza y voces de los tres Ernestos. La generación nicaragüense del 40 (México, 2013), para el Departamento de Publicaciones de la Universidad Autónoma Metropolitana. Colabora en las revistas Casa del Tiempo (UAM), Timonel (Instituto Sinaloense de Cultura) y Molino de letras (Estado de México). Profesor en la Preparatoria Iztapalapa 1 del Instituto de Educación Media Superior de la Ciudad de México. Obtuvo la nacionalidad mexicana en 2008. 1

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Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y el español Juan Goytisolo. Cuerpos y ofrendas reunió cuentos de Los días enmascarados y de Cantar de ciegos, pero también incluyó dos cuentos inéditos: “Último amor” y “Nowhere”. Según apunta Omegar Martínez: “El primero de éstos es la historia lineal, contada desde el íntimo y único punto de vista de un hombre maduro, adinerado, que pasa un fin de semana en la playa con una mujer, Lilia, a la que no volverá a ver”.3

El segundo cuento, que no es lineal sino armado por una suerte de viñetas que se entrecruzan en el desarrollo de la trama, se ubica en la Edad Media, relata las rebeliones íntimas de un grupo heterogéneo de personas, al tiempo que retrata los contrastes sociales y culturales que sacudían las existencias de los hombres y las mujeres del medievo. Pero además, el cuento está dedicado a Luis Buñuel (19001983), el entonces septuagenario cineasta hispano-mexicano, de tiempo atrás amigo entrañable de Fuentes. Y esa dedicatoria perfila, con claridad meridiana, el decurso Fuentes Carlos. Cuentos completos. Prólogo, compilación y notas de Omegar Martínez. Colección Letras Mexicanas. Fondo de Cultura Económica. México, 2013. Las citas al cuento “Nowhere” y al texto de Martínez proceden de esta edición.

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del cuento y las múltiples interpretaciones que sugiere. Amigo de Buñuel, Fuentes también fue uno de sus más puntuales revisores, con mirada atenta por igual a su feroz lectura del poder, no exenta de socarronería, que a las ambigüedades morales en que se enredaban (y muchas veces se acomodaban) los personajes de su filmografía, hombres y mujeres que no sólo vivían una historia o una anécdota, sino que se afirmaban o se negaban a través de la vivencia, declarándose mundanos ante el exterior y confesándose pacatos en la recámara; excitados y afligidos ante el pecado, lo mismo que ante el castigo; entregados a la farsa al punto de no distinguir su rostro de la máscara. Y es ese mundo ambiguo, realista y farsante a un tiempo, el que Fuentes procuró enunciar en “Nowhere”, uno de los relatos menos conocidos (que no inferior) de su labor cuentística. Ubicado en la Edad Media, en el relato sin embargo no se precisa un periodo particular, recurso del que se vale el narrador mexicano para extender un medievo intemporal, fascinante por sus alusiones a la literatura y la filosofía; terrible por el ejercicio de la violencia como forma de afirmación del poder:

también a la imaginación para garantizar su sobrevivencia. De ahí la aplicación constante de una crueldad sorda e impersonal:

Llegó al atardecer, encabezando a veinte hombres armados; galoparon a lo largo de los campos ahogados en la bruma; decapitaron los trigales a latigazos. Portaban antorchas en alto; al llegar a la choza en medio del llano, las arrojaron sobre el techo de paja y esperaron a que Pedro y sus dos hijos saliesen como animales de la guarida.

Celestine lo observa todo y no la engaña nada. El desfile de disfraces sexuales, decoraciones morales y distorsiones sociales pasa ante su mirada fría e irónica. Sólo al terminar la película, cuando todos los sucesos aislados se reúnen como una realidad política –el ascenso del fascismo- comprendemos que Buñuel ha apuntalado el horror político en el terror personal.5

Dividida en 22 viñetas,4 “Nowhere” se adentra en un mundo en el que lo ideal ha cedido su lugar a lo existente; en el que los sueños, con su naturaleza evasiva, no hacen sino reafirmar el imperio de la realidad; imperio que niega incluso la posibilidad de la ficción, porque devora Aclaro que en este caso, yo decidí llamar a los apartados del cuento como viñetas.

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El Señor, de un golpe, derribó a su hijo, se quitó las bolsas y las calzas y fornicó con la novia, apresurada, orgullosa, fría, pesadamente, mientras Felipe miraba y los oídos le zumbaban. El padre partió y le dijo a Felipe que regresara solo al castillo. Felipe le dijo su nombre a la muchacha sollozante y ella le dijo el suyo, Celestina.

Esta Celestina de “Nowhere” se emparienta sutilmente con La Celestina de Fernando de Rojas, y con la Celestine (interpretada por Jeanne Moreau) de Diario de una camarera, filme dirigido por Buñuel en 1964. De la alcahueta concebida por de Rojas recibe el conocimiento de la brujería, que con sus secretos planta cara al inamovible universo implantado por la iglesia católica romana y los señores feudales. De la camarera buñueliana hereda la habilidad de observar y comprender lo que ocurre a su alrededor sin mostrar sus pensamientos. El retrato que esboza Fuentes de la Celestine de Buñuel, muy bien define a la de “Nowhere”:

Celestina, la campesina violada al amparo del jus prima noctis, deviene en Celestina, la joven que, por intermedio de la brujería, quiere liberarse de los derechos Tal esbozo aparece en “Luis Buñuel”, ensayo incluido en Personas, volumen que Fuentes dedicó a retratar a varias de sus amistades. Lo publicó en 2012 Alfaguara-Santillana, Ediciones Generales, aquí en México. 5

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y las tradiciones que la reducen a objeto de otros; propiedad, carne despojada de su soberanía, misma que Celestina sólo ha de recuperar cuando se quema las manos y percibe otra vez el dolor físico y la soledad de la tristeza. Celestina (la que pertenece a lo celeste), como sus homónimas, se aparta de su nominación celestial en la medida que retorna a su naturaleza efímera, humana, y tal retorno, aunque la llena de contradicciones y dudas, también la vivifica. Paradójico, el único mundo que puede habitar Celestina al recuperar su voluntad es el lugar que no existe, el nowhere anglosajón, el no hay tal lugar español, la utopía soñada por Tomás Moro, no en el medievo sino en el Renacimiento. Es el lugar que señores y vasallos, imperios y colonias, han imaginado y aun acariciado, arrobados por el ensueño. Es el mundo que imaginan y acarician los peregrinos de La vía láctea, película realizada por Buñuel en 1969. Pierre y Jean, los peregrinos de La vía láctea, tienen en su camino a Santiago de Compostela experiencias que los vinculan con los peregrinos de los Cuentos de Canterbury de Geoffrey Chaucer, en tanto que tales experiencias son como pequeños relatos que construyen una historia mayor. Así también los fugitivos de “Nowhere” tienen experiencias que se convierten en un gran relato que los unifica. Fuentes tuvo presente La vía láctea al estructurar el relato, pero también tuvo presente Simón del desierto, filme que Buñuel no pudo concretar debido a los apremios económicos que fatigaron al productor. En efecto, el Simón de “Nowhere” deja la impresión de un Simón del desierto despojado de su columna de meditación y aislamiento, que ha sido arrojado al mundo para que busque la comunicación con Dios entre las desgracias y las injusticias en que vive, se reproduce y muere el ser humano del común:

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Cuando debe escuchar la confesión de los enfermos, siempre les da la espalda, pues el aliento de un apestado puede cubrir un cántaro de agua con una nata gris. Los afligidos se quejan y vomitan; sus úlceras negras estallan como cráteres de tinta. Simón administra los sacramentos finales humedeciendo las hostias en vinagre y luego ofreciéndolas en la punta de una larguísima vara.

En oposición al asceta que se refugia en una columna para eludir las tentaciones con que lo atormenta el Diablo, el monje camina rodeado por el sufrimiento y la muerte. En esa ciudad condenada a la peste y la ignorancia, Simón no encuentra la redención de las almas, que parecen pudrirse en vida al igual que los cuerpos; y así como la justicia divina no otorga consuelo a los agonizantes, la justicia humana tampoco consuela, sino que traiciona y se burla de quienes han creído en ella: Hay un silencio final y breve. Simón les anuncia que ahora son libres. Muchos han muerto, es cierto; pero los sobrevivientes ganaron algo más que sus vidas; ganaron la libertad. Beben el último trago de la bota de vino cuando se acercan a ellos el Alcaide y los alabarderos. El Alcaide simplemente ordena a su compañía que tome a los prisioneros y los vuelva a encarcelar. Ha terminado el tiempo de la gracia.

Los retratos sociales en “Nowhere” están cargados de una brutalidad seca, falta de emociones, que se ejerce como un hecho natural, lo que explica la actitud distante respecto del dolor y la muerte. Distancia, claro está, aparente, porque la fetidez de la epidemia, los desesperos del fanatismo y el salvajismo de la autoridad son los que dominan, por encima de cualquier consideración moral o sentimental, que no por nada las imágenes descritas por Fuentes rememoran, más de una vez, las feroces imágenes de la desolación y el abandono que predominan en Las Hurdes. Tierra sin pan, documental de culto que Buñuel filmó en 1933 sobre


esa (por aquellos años) desconocida zona de España, y que le valió al parejo la animadversión de conservadores y republicanos. Hacia la década de 1930, la tragedia de Las Hurdes derivaba de un atraso sociocultural absoluto, por lo que Buñuel afirmó que, en pleno siglo , la región se encontraba encallada en el medievo. El atraso explicaba la perduración de costumbres bestiales, de la homosexualidad reprimida, de taras fisiológicas y psicológicas. Pero las imágenes del documental traslucían también otra cuestión: el atraso le arrebató a la región el deseo de soñar, requisito indispensable para el deseo de reinvención. Señalo este punto toda vez que Felipe, el hijo del Señor, de modo discreto pero ineludible, se apropia de los sueños y las utopías de los fugitivos. Se los apropia y los echa abajo delante de sus cuatro compañeros y, una vez hecho esto, impone su propia utopía, que no se basa en el amor sino en la traición, el asesinato y el sometimiento:

fundamental para su propia educación de futuro señor. Sobre todo, la acción de Felipe resulta aún más irremediable en tanto que observa trazas burocráticas. En correspondencia con la tiranía fascista instaurada por el general Francisco Franco en España hacia 1939, la tiranía de Felipe burocratiza la brutalidad y el asesinato, con lo que ambos acontecen como actos distantes y anónimos. Y es el carácter impersonal el que doblega las rebeliones solitarias del monje Simón y del campesino Pedro. Pero también es el que impulsa la rebelión de Alonso y Celestina, que huyen de la férula señorial, en desafío al fracaso, tal como lo desafía el padre Nazario, empeñado en una misión de amor que ofende la conciencia de una sociedad discriminatoria en Nazarín, o como desafía su represión moral la hermosa novicia en Viridiana. Es el desafío que animó la creatividad de Buñuel, de Un perro andaluz en adelante. El desafío que dictó a Fuentes la exégesis del viejo director, del único modo factible para él, es decir, desde la creación literaria:

Al despedirse Simón y Pedro, el puente levadizo, poco a poco, comenzó a levantarse; los dos viejos se detuvieron de nuevo al escuchar el pesado rumor de las cadenas y el crepitar de las plantas de madera, pero no pudieron ver quién levantaba el puente. Suspiraron y siguieron sus caminos respectivos. Si hubiesen esperado unos instantes más, hubiesen escuchado los violentos golpes del otro lado del puente levantado, convertido en portón impregnable: hubiesen escuchado los desesperados gritos de auxilio, el llanto desgarrador de los prisioneros.

–Fracasaremos, Alonso, tal como lo dijo el joven señor. Lo he soñado. –Sí; fracasaremos una vez, y otra, y otra más. Pero cada fracaso será nuestra victoria. Ven, date prisa, antes de que despierten los sabuesos. –No te entiendo. Pero te seguiré. Sí, vamos… Hagamos lo que debemos hacer. –Ven, mi amor.

La utopía de Felipe degenera en totalitarismo y, como tal, no puede siquiera tolerar la existencia de los otros ni de sus pensamientos o sueños. No hay tal lugar porque el único lugar admisible está en el castillo y el poder que representa. Felipe arrebata anhelos e ideas, certidumbres y esperanzas, en un acto de alevosía por demás impío, que él considera

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M

olino de Novedades Editoriales Arturo Trejo Villafuerte* A cuatro años de la muerte de José Emilio Pacheco (30/ VI/ 1939-26/ I/ 2014), no lo olvidamos. Creo que nunca terminaré de agradecerle todo lo que me (nos) dio y nos sigue dando. Nuestro maestro, amigo y hermano mayor, en sus cuentos, novelas, poemas, ensayos, traducciones y textos periodísticos siempre dejó algo, unas huellas impresionantes entre y para nosotros. Siempre he dicho que él era como el Alfonso Reyes de nuestra generación: un erudito que no apabullaba, un sabio accesible, un prontuario vivo de conocimientos. Acabo de terminar de leer De algún tiempo a esta parte. Relatos reunidos (Ed. Era, México, 2014. 444 pp.), donde debemos reconocer su maestría narrativa y lo ubico como uno de los narradores del género fantástico más sobresaliente en nuestro país y algunas partes del mundo; y estoy embelesado –esa es la palabra exacta y correcta– con los Inventarios, ahora leo el primer tomo de los tres: Inventario I 1973-1983. Antología (Ed. Era, México, 2017. 726 pp. $1 300 a $1 500 pesos los tres tomos) y estamos ante unas auténticas cátedras de literatura, historia, filosofía y saber general. Cuántas cosas sabía JEP y además de que manera tan sencilla y explícita nos entrega cúmulos y cúmulos de conocimientos. Lo dice muy bien la cuarta de forros: “De 1973 a 2014, durante cuatro décadas, la columna “Inventario” fue un referente insoslayable para comprender la cultura * Nació en Ixmiquilpan, Hgo., en 1953. Es egresado de la FCPyS de la UNAM. Ha ocupado diversos cargos en instituciones culturales y ha sido editor de varias colecciones literarias. Actualmente es profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo y miembro del IISEHMER de la misma institución. Colaborador asiduo de la revista Molino de Letras y todotexcoco.com.

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en México. La inmensa erudición de José Emilio Pacheco permitía a sus lectores acercarse lo mismo a la literatura mexicana que a la universal, a la historia y a los hechos culturales más significativos. Pacheco buscaba entender los acontecimientos ligándolos a contextos más amplios, de manera muchas veces inesperada”. Entré a las páginas de este Inventario I, sabiendo algunas cosas pero he aprendido otras tantas más. Y sí, en efecto, extrañamos mucho. Muchísimo al querido José Emilio Pacheco. Uno de los temas que toca y vuelve a tocar en este volumen, es el de Álvaro Obregón, el único general mexicano que nunca perdió una batalla, el político que cambió la guerra por los cañonazos de 50 mil pesos, pero además el causante de la tragedia de la familia Pacheco Berny, puesto que le ordenó al papá de JEP, quien era fiscal militar, que diera el parte de la matanza de Huitzilac, como un levantamiento armado. El padre de nuestro autor al no ver armas –sólo el guardaespaldas del general Francisco Serrano estaba armado–, dijo que su honor de militar no le permitía mentir y hacer una aseveración que no se daba en los hechos. Eso le costó al padre de JEP ser exiliado de la Ciudad de México y andar por varios estados de la República, en donde, seguramente conoció a la madre de nuestro maestro y amigo. Pero JEP nunca olvidó esa situación que vivió su padre y algo más: el general Cruz, amigo de su padre y jefe de la policía cuando la matanza, siguió frecuentando a nuestro autor durante muchos años. Este general en la ficción, La sombra del caudillo de Martín Luis Guzmán, y en la vida real, es el sujeto que se queda con el dinero, mucho, que traía el general Serrano en el bolsillo y el cual, aún manchado de sangre, le sirve para compararle una joyas a su amante. En cambio en el Inventario II 1973-1983. Antología (Ed. Era, México, 2017. 688 pp.), si bien es cierto que vuelve a tocar el tema “Obregón”, lo que más prevalece son los escritores: Jorge Luis Borges, Ramón López Velarde, Jules Laforgue, Gabriel García Márquez, Ernest Hemingway, Truman Capote y muchos más, aunque sin dejar de lado muchos asuntos de la historia, la filosofía y cultura en general. El siempre inquieto y además amigo Fernando Reyes Trinid, se puso a hacer una compilación de autores nacionales para ser traducidos al portugués en un volumen titulado La medusa dual. Antología bilingüe español portugués (Selección poética de Fernando Reyes Trinidad y traducción al portugués de Leo Goncalves (Ed. Cisnegro, México, 2017. 112 pp.),


en el cual se reúnen textos de diversos calibres y virtudes. Los escritores ahí reunidos son: Armando Alanís. Jorge Contreras, Isolda Dosamantes, Jesús Gómez Morán, Antonio Hernández Villegas, José María Lumbreras, Leticia Luna, Aglae Margalli, Daniel Olivares Viniegra, Guadalupe Sánchez Linares, Lina Zerón, Pedro Emiliano, Uriel Reyes, Patricia García, Andrés Cisneros de la Cruz, Fernando Reyes Trinid y quien esto escribe. Gracias a Daniel Olivares Viniegra llegaron los ejemplares a mí y me congratulo porque es un libro bien elaborado y digno de lectura. Por cierto, en una de las tantas visitas placenteras que me ha hecho Daniel, llegó acompañado del poeta de Tecolutla, Eduardo Cerecedo, quien me obsequió su libro: Soltar el corazón (Ed. La Tinta de Alcatraz, México, 2016. 22 pp. Colección: La Hoja Murmurante), el cual tiene varios poemas de alcohol, amor y borracheras que se sienten sinceros y que nos hacen recordar precisamente amores, alcoholes y borracheras juveniles. Citemos a Rubén Darío: “Ah, juventud divino tesoro,/ te vas para no volver,/ cuando quiero llorar,/ no lloro y luego lloro sin querer”. Y luego a Huerta, Efraín, que dice lo mismo pero que termina de otra manera: “cuando quiero coger no cojo,/ y luego cojo sin querer”. El poeta, reseñista y además de querido amigo, Carlos Santibáñez Andonegui, falleció de un paro cardiaco aproximadamente a las 0:51 pm del día 11 de febrero. Él siempre comentaba textos de escritores amigos en su cuenta de Facebook, y en sus colaboraciones de la revista Siempre!; apenas dos días antes señalaba las virtudes que le llamaban la atención y le gustaban de un libro de Kyra Galván, El sello de la libélula. Aura María Vidales desde casi las 10 de la mañana del día 12 nos quería comunicar la mala nueva de que el querido Carlitos ya era parte del pasado de la Literatura Mexicana. “La tía Carmita”, como le decíamos de cariño, fue un excelente compañero de la vida, con quien me tocó vivir momento únicos y emotivos, como la fundación de “Liberta Sumaria” y en algunas otras ocasiones francachelas y en otras pato aventuras como el día en que, después de la comida del cumpleaños de Raúl Renán el 2 de febrero en la Colonia Pastores, en el estado de México, precisamente de 1980, cuando acababa de salir mi libro Mester de Hotelería bajo el sello de “La Máquina Eléctrica Editorial”, nos enfilamos él, María Ángeles Juárez y Silvia Tomasa Rivera a mi casa para seguir la juerga. En mi humilde morada leímos poemas, oímos música y se concretó más una amistad que ya era profunda y de muchos

años. La última vez que lo vi fue en el velorio de mi querido maestro y amigo Raúl Renán, donde me comentó de las preocupaciones y penurias que tenía por las dolencias añejas de su señora madre y también me platicó de sus graves problemas de salud y me enseñó sus pies hinchados terriblemente. Uf, Descanse en paz mi querido Carlos. Manuel Partida es uno de los ya pocos casos del librero que sí lee libros, y perdón por el barbarismo. Él siempre me recomienda títulos y autores, algunas veces coincidimos y en otras no, como en muchas otras cosas de la vida, pero por ejemplo, él me recomendó Historias cortas de Rubem Fonseca (Tusquets Editores, México, 2017. 172 pp. $198.00 aproximadamente), quien es uno de mis escritores de narrativa favoritos y cuyo título no conocía, el cual me encantó y ahí se ve la grandeza del brasileño al contarnos historias breves y contundentes. Manolo, como le digo de cariño, ha hecho de la librería “La pequeña Lulú”, una de las mejores del norte de la ciudad; y aunque ya hemos hecho presentaciones de libros ahí, ahora vuelve a hacerlo y nos tocó estar, el pasado 10 de febrero, en la presentación de Reino de Dragones de Roger Vilar (Ediciones Periférica, México, 2017. 86 pp. $95.00 aproximadamente), además de adquirir otros títulos de este autor cubano-mexicano: Habitantes de la noche (Ed. De otro tipo, México, 2014. 126 pp.) y Una oscura pasión por mamá (Ed. De otro tipo, México, 2016. 114 pp. Paquete de los tres libros: $ 250.00 precio de presentación) y a los pocos días apareció su nueva novela: El retorno de Quetzalcóatl (Ed. Dark&Glow Press, México, 2018. 98 pp.), de los cuales, tras darle lectura, los comentaremos. Los españoles, algunos, muchos, siempre son retardatarios y cerrados, ahora la traen contra la novela Lolita de Vladimir Navokov. He visto varios comentarios de escritores y periodistas, mujeres y hombres, sobre todo en el periódico gachupín El país, y en otros medios que se van duro y a la yugular contra la obra del escritor ruso-inglés, pero partiendo de una apreciación moral y puritana que no se acerca para nada al hecho artístico, a lo estético de la obra. Calificarían igual Las batallas en el desierto de José Emilio Pacheco, por que ¿cómo es posible que un adulto se enamore de una niña o un niño de una adulta? Y, en efecto, es posible porque es una novela y así son los enamoramientos en la literatura y en la vida real. Lo menos que dicen del personaje de Navokov es que es un “pervertido pederasta” y qué sería Carlitos: ¿un “gerontofílico”?

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Y si leyeran El Blues de los sueños rotos de Walter Mosley, seguramente que se infartan, porque es la historia de un blusero de 70 años, “Cuchara” Wise”, desahuciado por tener cáncer y arrojado a la calle por su arrendador pero rescatado por una mujer blanca de 30 años que luego se le insinúa –y cuyo mayor mérito, según reconoce él mismo, es haber tocado al lado del gran Robert Johnson, el blusero de quien se decía que le vendió su alma al diablo en un cruce de caminos, con tal de tocar como nadie la guitarra–, y luego se enamora de una muchacha de 18 años, pero además es correspondido, logrando una sublime unión e instantes de felicidad algunos días antes de morir: “–Eh –bufó Cuchara–. Soy lo bastante viejo como para ser tu padre o ¿qué es lo que has dicho?, sí, tu abuelo. –No eres viejo. –Chevette adelantó los hombros y miró a Cuchara de reojo–. La vejez está en la cabeza. Eres viejo cuando ya no puedes reírte”. Se da una relación plena sin importar las edades, sino el placer y el disfrutar de esos instantes. Los mochilongo españoles censurarían la literatura de Mosley, quien además tiene un detective negro súper violento, pero para nuestro asombro tanto del libro que hablamos como de la saga del policía negro, todos han sido publicados por Anagrama, editorial española. ¿Entonces en qué quedamos? Nada como una feria del libro para encontrarse con amigos y con libros de suyo interesantes y diversos. Eso me sucedió en la IX Feria del Libro de Chimalhuacán, donde el pasado 4 de marzo participé (re)presentando mi novela Lampara sin luz (Sansores & Aljure, México, 1996?). Entre los locales que llamaron mi atención había uno que tenía una increíble cantidad de títulos de libros donde aparece la mariguana como parte importante del quehacer de los personajes. Y de ese rescate se ha encargado Juan Pablo García Vallejo a través de la Biblioteca Mexicana del Cannabis. Tengo frente a mí un libro que adquirí en dicho local de un autor, Marcelino Dávalos, de quien he leído otros textos, y que se llama “Marihuano”, pero que es parte de un libro titulado ¡Carne de cañón! (1916). Ahí mismo nuestro amigo tiene un mapa conceptual y un árbol casi genealógico de toda la literatura y aspectos culturales que tiene que ver con la motita, con la tía juana, con la hierbita vaciladora; a unos paso, dos para ser exactos, el local de JC Valdovinos con muchísimos libros que bien podrían ser de culto, incluso los suyos, hay libros de Max Rojas, de Fernando Reyes Trinid y un largo etcétera de editoriales y autores que no se manejan en el circuito de “los grandes”. Volviendo al viejo esquema del trueque, Valdovinos

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me entregó dos de sus bellos libros de poemas muy bien editados: Mujer-demonio y Bisturí. Disección a una mariposa (Ed. Fridaura, México, 2014. 44 pp., y 2018. 58 pp., respectivamente) a cambio de mi novela Lámpara sin luz. Es casi seguro que el primer título ya lo leí en su primera edición, ya que el nombre me remonta y evoca a muchas de las letras del blues: Devil’s woman (las mujeres son el diablo), frase que suena mucho en esa música llena de opresión y dolor. Ahí también estaban varios maestros de Nezayork, Chalco e Iztapaluca, entre ellos Sergio García; y los integrantes de la revista Estepicursor. Arte en el desierto, Valeria Ramírez y Giovanny Galindo, un auténtico gusto encontrarse con gente que se dedica a la literatura y a los libros. Se quedan sobre nuestra mesa varios libros de suyo interesantes: Teoría y didáctica del género terror de Jaime Ricardo Reyes (Cooperativa Editorial del Magisterio, Colombia, 2007. 206 pp. ¡Un auténtico librazo!); Crítica No. 166, 167 y 168, la “Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla”; Los 43. Antología Literaria (Ediciones de Los Bastardos de la Uva, México, 2015. 190 pp.) de Eusebio Rubalcaba y Jorge Arturo Borja –compiladores– y Ricardo Lugo Viñas –editor–; Don quijote ¿muere cuerdo? y otras cuestiones cervantinas (Fondo de Cultura Económica.$85.00) de Margit Frenk; Los hijos de Yocasta. La huella de la madre (Fondo de Cultura Económica $115.00) de Christiane Oliver; El viaje que nunca termina. La narrativa de Malcolm Lowry (Fondo de Cultura Económica $175.00) de la canadiense Sherrill E. Grace; Los muertos no cuentan cuentos. Antología de narrativa joven del Estado de México de José Luis Herrera Arciniega (antologador) y otra gran cantidad de libros mágicos y maravillosos que, por fortuna, aparecen en un país de no lectores, empezando por ciudadano presidente de la República y todos sus secretarios, cuyo lema es “Joder a México” ¡Ver para creer! Y por cierto desde estas páginas, reitero mi apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas y a los trabajadores de Mexicana de Aviación, porque les asiste la razón, y repudio las políticas antipopulares, rapaces y mezquinas del Estado Mexicano: ¡No a la nueva Ley Laboral, a la Reforma Educativa y Energética!, ¡la Patria no se vende!, ¡no a la privatización de la energía eléctrica y del petróleo! Igual sigue mi protesta por la desaparición de los 42 normalistas de la Normal de Ayotzinapa, Gro. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” y no a la represión institucional contra los maestros.


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