Molino 93 Cerveza Artesanal

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9772007565004 ISSN 2007-5650

ILUSTRACIONES: John A. Cossío Cossío NARRATIVA: Los viernes y tú - Sandra Hernández Martínez / Recuerdos de mi abuela - Ileana Rebeca Medina Hernández / Calatea en el Feis - René Aguilar Díaz y otros. ENSAYO: Cartucho de Nellie Campobello - Andrés Zurita Zafra / Resolver nuestros misterios - Ileana Cervera / AlbertMemmi, un rostro anticolonialista - Jorge Iván Garduño y otros. POESÍA: Alejandro Reyes Juárez, Amaral Hernández, Gildardo Montoya y otros.


Grupo Cultural "La Nave de los Locos" La Universidad Autónoma Chapingo Dirección General de Difusión Cultural y Servicio Programa de Humanidades Centro Cultural Mexiquense Bicentenario Museo Eremitorio "Fray Domingo de Betanzos"

CONVOCAN: A los investigadores, docentes, estudiantes y egresados de licenciatura y posgrado en las carreras de historia, antropología, geografía hum ana, arqueología, comunicación, literatura, filosofía, sociología y ciencias sociales y humanidades; así como al público interesado en este campo de estudios, a participar en el:

XI Congreso Nacional de Historia, Ciencias Sociales y Humanidades:

“ENTRE MUROS Y PIEDRAS LA HISTORIA’ con los siguientes EJES TEM ATICOS: H istoria y estudios culturales

De los pueblos, ciudades y habitantes en el tiempo: imaginario social, infraestructuras, territorios, patrimonio, construcción de ciudadanía, desarrollo urbano, cultural y ambiental. Foro permanente

Estudios de género Violencia y criminalidad Nuevos horizontes en investigación social y hum anística

Historias del pulque, cerveza y otras bebidas Los medios audiovisuales (Cine, radio, televisión, fotografía, etc.) como objeto de estudio y herramienta de las Ciencias Sociales y Humanidades BASES: El congreso se realizará los dias 17, 18, 19 y 20 de febrero de 2016 Los interesados podrán participar con trabajos originales e inéditos. La extensión de los trabajos deberá ser de 20 cuartillas (como máximo) a doble espacio, letra Times, doce puntos y para exposición se deberá preparar ponencia de 20 m inutos

Los trabajos seleccionados serán publicados en formato digital en la plataforma en línea http://www. navelocos.com/ (Sitio de divulgación cultural sin fines de lucro) La recepción de los trabajos será a partir de la publicación de la presente y hasta el 25 de enero de 2016. Para participar es necesario enviar el resumen de la ponencia con una extensión de 200 palabras, acompañado por una semblanza profesional del autor(a), con una extensión similar, a la siguiente dirección: entre_murosypiedraslahistoria@hotmail.com El viernes 29 de enero del 2016 se informará por correo electrónico la aceptación de las ponencias, y a la brevedad se enviará el programa de participación del congreso. Se otorgará constancia de participación con valor curricular SEDES:

UNIVERSIDAD AUTÓNOMACHAPINGO ♦ CENTRO CULTURAL MEXIQUENSE BICENTENARIO MUSEO EREMITORIO"FRAY DOMINGO DE BETANZOS"


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ed ito rial d ir ecto r io

Nuestra fe no mueve montañas

Director fundador

Aunque el cristianism o se ha im puesto en esta parte del m undo a sangre y

M oisés Zurita Zafra D irección Juan Jorge Díaz Rivera Edición Patricia Castillejos Consejo Editorial Ignacio Trejo Fuentes Eusebio Ruvalcaba Rolando Rosas Galicia Estrella del Valle Isolda Dosamantes M inerva A guilar Temoltzin José Francisco Conde Ortega Arturo Trejo Villafuerte M iguel Ángel Leal M enchaca M arcial Fernández M arco Antonio A naya Pérez Fabiola García Hernández Refugio Bautista Zane Álvaro González Pérez Alberto Chimal Gildardo Montoya Castro Pablo Ortiz del Toro Corresponsales M ónica Palacios Pedro Cabrera José Luis H errera Arciniega Raúl Orrantia Bustos Raúl de León Eduardo Villegas W ill Rodríguez A drián M endieta M octezuma Samantha M artínez Maya

fuego, en nuestro país som os más bien guadalupanos. Desde la primera visita de Karol Wojtyla el siglo pasado, México no había sido de interés para el Vaticano. Sin duda existe un catolicism o que se aferra ante las nuevas tendencias de Pare de sufrir y los show s masivos tipo estadio, ya de por sí diezm ados por las sectas testigos, pentecostales, adventistas y dem ás clanes. ¿Cuál es el fin de una visita com o la del Papa Jorge Mario Bergoglio? No es, sin duda, tener más católicos, pues la palabra se lleva a las puertas de las casas al más puro estilo cristiano, en una batalla calle por calle, en ello los testigos tienen buena práctica; o en los medios com o la samba brasileña que en mezcla con batucada se transmite a media noche por televisión abierta. Casi todo es negocio, los mercaderes deben ser sacados a fuetazos del templo.

Información D avid Zuriaga Jiménez Diseño Gráfico Juan Jorge Díaz Rivera José Luis Delgado Mendoza Álvaro Luna Castillejos Fotografía Juan D avid Sánchez Espejel Jorge Enrique Ibarra Sánchez Captura Amaranta Luna C. Publicidad Tel. (01 595) 9556977 Cel. 5519546810

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Portada: Cerveza artesanal Fotografía y Composición: Á lvaro L una Castillejos ILUSTRACIONES: JohnA. CossioCossio NARRATIVA:Losviernesy tú -SandratfanándozMartínez <Recuerdademí

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s u m a r io TALON DE AQUILES

Poesía

Alejandro Reyes Juárez Amaral Hernández Eufracio Gildardo Montoya Castro Álvaro Luna Castillejos Carla Alanís Las Garlopas - Selección de Eusebio Ruvalcaba

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Fragmento de musicalidad —Edgar López Villa 13

La vida impensable

Narrativa

Los viernes y tú —Sandra Hernández M artínez 19 Recuerdos de mi abuela —Ileana Rebeca M edina Hernández 21 Galatea en el Feis —René Aguilar Díaz 24

CARBONERA John A. Cossío Cossío 26 Matándome suavemente con tu canción —Alex Sanciprián 31 Sefue, sefue, se largó —M ontanacristina 34 La muerte de Medel —Miguel Ángel Leal Menchaca 38

este número:

CERVEZA ARTESANAL Sikarú: Bendito el pan que nos diste —Maya Om e Tochtli 45 Las cervezas queretanas —Andrés Zurita Zafra 48 La chicha: bebida que da fuerza al cuerpo —Arturo Villa Vargas 52 Acercamiento a la cerveza artesanal - Moisés Z urita 55

ANGELUS

Ensayo

Cartucho de Nellie Campobello —Andrés Zurita Zafra 59 Prólogo para Escribir para leer y no morir en el intento —Arturo Trejo Villafuerte 61 Resolver nuestros misterios —Ileana Cervera 65 AlbertM emmi, un rostro anticolonialista —Jorge Iván Garduño 66 E l sombrerero loco —Sergio Pravaz 68 Recomendaciones/Reseñas Molino de Novedades Editoriales —Arturo Trejo Villafuerte 70

M o l i n o d e L e t r a s , Año 17, N o. 93, enero-febrero 2016, es una publicación bimestral editada por Fortunato Moisés Zurita Zafra. Calle M iguel Negrete 336 L. 15 C. 40, Fraccionamiento Xolache, Texcoco, Estado de México, C.P. 56110, Tel. 5519546810, zurit9@ hotm ail.com . E ditor responsable: Fortunato Moisés Z u rita Zafra. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo N o. 04-2011-062209030200­ 102, ISSN : 2007-5650, am bos otorgados p o r el Instituto N acional del Derecho de Autor, licitud de título: 4769, licitud de contenido: 147, otorgado por la Com isión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de G obernación. Im presa por Imprensel, S.A. de C.V. Av. C atarroja N o. 4 43 Int. 9, Col. M aría Esther Z uno de Echeverría,Iztapalapa, D.F., México C.P. 09860 Tel. 58661835. Este núm ero se term inó de im prim ir el 15 de enero de 2016 con u n tiraje de 3 000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la p ostura del editor de la publicación. Se autoriza la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación si se cita la fuente. molino_de_letras@yahoo.com.mx; zurit9@ hotm ail.com ; zurita@correo.chapingo.mx; contacto@molinodeletras.org

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TALON DE AQUILES

En el boide Trepo ladridos de jaurías hasta alcanzar un borde. Las púas perforan las palmas, salen por los nudillos com o colibríes e ilum inan otros desiertos custodiados por otras m uertes.

X IV D e mis estancias en el desierto es m i afición por los cactus, sus caricias y los soliloquios de arena que rem em oran al tren del absurdo; conversaciones con otros fantasmas que disipan el m iedo que provoca el galope que no para de La Bestia hacia la incertidum bre.

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Hasta la cicatiiz C am ino la frontera, otra vez, hasta la llaga. C óm o n o escuchar los casquillos de grueso calibre sem brando la tierra. La border patrol en su ir y venir a la orilla de un río seco de ilusiones. Las ventanas rotas por el éxodo de los cúmulos. Bajo los pies, el polvo con el anhelo en el silencio para sentir la lluvia y sus versos recorrer la piel; escuchar los aleteos de los niños que chapotean en los charcos e ignoran las advertencias del vigilante de los m uros; observar las risas de los jóvenes que danzan hasta deshacer los adobes de la encrucijada; inhalar el arom a del graffiti, que bajo el puente desafía el m iedo, donde las flores de las dunas sueñan la m ar de su origen; C am ino la frontera hasta la cicatriz. El polvo anhela el silencio. Pero, hoy algo le duele al aire)

Alejandro Reyes Juárez1

1Verso de “Algo le duele al aire”, poema de Dolo­ res Castro, incluido en A Sombra y Sol, Instituto Tlaxcalteca de la Cultura, 2014. 2 Nació en México, D., F. en 1972. Doctor en In­ vestigación en Ciencias Sociales. Diplomado en Creación Literaria (in b a ). Primer lugar en el Ter­ cer Certamen de Poesía Francisco Javier Estrada, en 2011, Premio Nacional de Poesía Tintanueva 2013 y fue finalista en el II Certamen de Creación Literaria UNAM -Letras en la Frontera 2014, en la categoría de cuento. Ha publicado Ecos y Silen­ cios (Eterno Femenino, 2012) y A l filo (Tintanue­ va, 2013), y compilado A contraolvido. Poemas para la evocación de los ausentes (Alja, 2015). Sus poemas, cuentos, reseñas y artículos han sido incluidos en diversas antologías y revistas.

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El vuelo oculto La centellante m irada del tiem po que pasa sujeta al tacto ocultándose en ocasiones y otras tantas explotando en im plosión de las variables en aseveración de la c o n sta n te ... .. .El tiem po pasa y al ceñir su in d ó m ita m irada se im pregna la huella pura surge el sendero pulcro bro ta la inefabilidad de un segundo em prende hacia lo eterno el vuelo oculto centelleante, variable y constante pasa el tiem po sujeto de u n puño com o tú, com o yo y el futuro com o lo acaecido, com o lo que es y no volverá, hasta el tiem po de su eterno regreso.

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Gota derramada . E r e s t ú . El que altera el entorno sólo por ser espectador, todo lo cambias el m o to r eres tú, em anas entropía com o u n a m áquina loca, que acertando se equivoca, y aun sin m anos todo lo toca te asemejas a la gota derram ada cayendo a u n abism o constante vida y m uerte en un m ism o i n s t a n t e . ¡Oh! A m or pertubante que si sufrir es amarte; ya el dolor s e r á . será m i único arte.

Amaral Hernández Eufracio1

1 Estudiante de filosofía y letras, puma de la de corazón, autodidacta de alma y poeta de entraña.

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Sé que es ella Afuera, allá, sin signos para el tiem po; ignorando la cerrada oscuridad, m i abuela alim enta a sus aves. Sé que es ella: pródiga, nítida, la escucho todavía, tan dulce su voz.

Lento... Lento, m uy lento, sin bastón, transita, es luz en el frío; adm ira el ojal, la partitura, su altivez. C anto su paso, yendo: el m ío, no lo sé... errático, aterido, lento, m uy lento...

Gildardo Montoya Castro1

1 Periodista y escritor que vive en Texcoco y trabaja en la Universidad Autónoma Chapingo.

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Casi siempre M uy pocas ve ce s so y ca p a z de hilar la frase correcta de un tirón. C u a n d o m iro en tus ojos hay cosas q u e quisiera decir pero se ag o lp a n las palabras en la garganta y no, no logro decirlo. A veces co m ie n zo a d escu b rir una idea y casi n un ca creo en la respuesta m ás obvia term ino por d arm e en la cara c u a n d o d escubro, q u e sí, efectivam ente, la respuesta era la m ás obvia. En cam b io , están esos otros m om entos, d o n d e te m iro sin q u e te des cu en ta y sonrío, pero si m e miras, mi sonrisa se vu elve m ueca, la cab eza se hace bolas y los ojos se e sco n d e n de tu m irad a-m ed usa q u e m e co n vierte en piedra. Si tu m an o está cerca o siento tu piel en mi piel si tu m irada brilla y sonríes cu a n d o m e miras si tu cab e llo vuela por ah í y en va n o intentas arreglarlo casi siem pre - lo s é - te n g o esa claridad en la q u e vu e lvo a ser yo el q ue logra desafiar tus ojos y p rovocar tu risa. S o y yo el q u e encu en tra todas las letras para nom brarte. Me invento cu alq u ier pretexto para estar ahí c u a n d o m uero por tu boca, c u a n d o vivo por ella tam bién, cu a n d o sé q u e te quiero y te m iro ahí frente a mí. Lo sé, casi siem pre y quiero q u e lo sepas: quiero q u e d arm e a q u í to d o el tie m p o q u e h aga falta agitar todas las estrellas y arriesgar cada n o ch e una luna m ás por ti.

Álvaro Luna Castillejos1 1 D iseñador gráfico y músico, integrante de M uerte Chiquita. Trabaja en el D epartam ento de Publicaciones de D ifusión C ultural de la U ACh . C olabora en el sitio electrónico www. labibliotecaestelar. com

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Tú que me conoces... Carla Alanís

O ye luna, tú que m e conoces, dile que la eternidad la em piezo a diferenciar entre sus brazos, sofocada por la llam a de la vida que no m uestra clem encia con alguien que de am ar se había cansado tanto. Luna, dile que m e gusta, y que m u y pocas cosas m e gustan; dile por favor en sueños que no dude de mis ojos de gato, aun cuando el m u n d o vaya en contra, lo cierto no dejará de ser cierto. Luna, tú que eres luna, dile que lo m iro fascinada com o lo hago contigo, dile que a veces m e confunde su belleza sublime, y me quedo en silencio, porque lo que siento n o se puede expresar en palabras y todo lo traslado en actos. Yo que siem pre te he bailado por las noches, y te anhelo hirientem ente durante los días, dile que si él m e lo pide m e vuelvo u n ser ligero y m e dejo de sombras sólo por tener su com pañía. D ile por favor que am o m i libertad, y que am o incluso m ás mis alas; se honesta y dile que n o las pienso perder, pero aclárale que m e gustaría volar con él a mi costado, para que así com prenda que no le falta n in g u n a costilla, porque no es hum ano, y que yo no soy una parte de él, pero que nos necesitamos. H áblale, y en u n a noche de suerte haz cantar a los grillos y a la nada, para que le digan con la fuerza que m i voz aún no tiene que m e gustaría recordarle cóm o usar sus alas, porque al pájaro que yo quiero se le ha olvidado su naturaleza con los cuentos que lo hum anos esparcen... A yúdam e tú, que en tu grandeza cada noche nos regalas el consuelo sincero de tu presencia, sin pedir nada a cambio. A yuda a tu única esclava que ya no reniega de su calidad, sino de la soledad que m e has im puesto com o tu hija. Dile a él que em barga dentro de sí la fuerza de m il soles. Dile que m uero por seguirnos fundiendo en este ciclo eterno que tiene com o finalidad crear y perpetuar la vida, que es buena ahora que está a m i lado.

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la s garlo pas

* a p a r t a d o d e l o s in é d it o s

Selección y nota introductoria de E u s e b i o

R u v O lc O b a

Cuento de Edgar López Villa La música atrae a los hombres. Porque lleva en su seno el embrión de la tristeza. N o hay música que se salve de la melancolía, bien pudo haber dicho Beethoven. Porque cuando la música deja impávidos a quienes escuchan, no ha cumplido cabalmente su cometido. Entonces deberían leer este cuento, cuya alma del personaje protagónico es sumergida en las aguas de la dulce hipocondría. Ante la mirada consternada de quienes la rodean. Del lector mismo. Un cuento de Edgar López Villa, que habla de la pasión de este joven por escribir aun bajo las ataduras de la ignominia.

Fragmento de musicalidad Para Eusebio Ruvalcaba Capo: U n llanto inaudito. U n llanto nuevo y enm arañado aniquiló m Mla sonrisa del violín. G abriel soltó el instrum ento y se apresuró a descubrir el am anecer que com enzaba esa esencial noche peregrina de agosto. C uando abrió la puerta, en los brazos de la vida se revolvía una recién nacida: un artificio del exilio condicionante, un revoltijo de polvo con la agazapada necesidad de despejar el abandono, un amasijo vulnerable con la inquietante exigencia de desprenderse de la soledad. Tam bién, cuando abrió la puerta, en los brazos de la m uerte se revolvía su esposa Elena, quien tanto am aba la música. Ella, quien se había alim entado de la pasión que se eleva entre los cinco horizontes que preservan el encanto, la m elancolía, la gloria y el infierno... Música. ¡Escucha! Ella quien hace unos m inutos le ordenó a su esposo que tocara el violín para recibir al bebé con la más herm osa m ordaza del silencio. Ahí com enzaba Elena el desenlace de su vida, con u n andante agónico. G abriel acalló la dicha y se arrodilló frente al cuerpo falleciente de su mujer. La sujetó de la m ano com o se sujeta la vida al siguiente aliento: com o se sujeta la m uerte al últim o aliento. G abriel y Elena eran u n a atadura noctívaga y lacrimosa. Eslabonados por la necesidad de eternizar el instante. A bra­ zados de las m anos, stringendo con toda la fuerza de la resignación negada. La

* Sombrío burdel de Veracruz.

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pareja coexistía subyugada por la exigencia de no ceder ni el m ínim o espacio para que se acom odara la expiración de Elena. El llanto de la recién nacida llam ó la atención de G abriel y sin quererlo soltó la m ano de su esposa. Ese exiguo descuido lo aprovechó la m uerte. La bebita era la viva im agen de su madre: conm ovida, ceñida por el llanto ante el trem endo um bral de lo desconocido. G abriel se arrastró de pie hasta el instrum ento de cuerda frotada y lo colocó en su hom bro. C hilló el violín appassionato y la latente continuidad de Elena cesó el llanto. Cesó el llanto. La m úsica tam bién lo sería todo para Elena, porque ese será su nom bre tam bién. E n u n a insólita m añana, con su hija en los brazos, G abriel evocó el ca­ bello de su mujer. Le vino el afinado abrazo de la m em oria con la viva im agen de ella: envuelta en el rum o r de su m usicalidad. Recordó que por las m añanas su m elena am bigua sem ejaba u n a m elodía enm arañada, inefable ante la si­ lenciosa caricia del albor; tam bién le vino a la m ente la asonancia cuando en la noche su esposa se cepillaba el cabello com o quien com pone u n a sonata al claro de luna. G abriel recordó la m elena de Elena — la m adre— porque Ele­ n a — la hija— carecía aún de tener cualquier indicio de cabello en la cabeza, incluso carecía de vello en la piel, por eso la n iñ a estrujaba sus ojos ante la sal­ picadura encandiladora de la luz de las velas; no se diga ante la deslum brante m area del sol. E n el interior del hogar, únicam ente el recuerdo de la m uerte de la m adre hería la arm onía familiar. El padre se abrazó aún más a la m úsica para llenar el vacío reacio de su esposa. La hija se abrazó al papá y a todo lo que él amaba. Elena cum plió un año y todavía no había clave de la tonalidad de su cabello. El padre atribuyó la carencia capilar a la falta de alguna vitam ina en su hija. La familia, los amigos incluso, además de los doctores, n o atinaban a la razón de la calvicie de la nena. Fue hasta el vigésimo segundo mes de vida que G abriel no tó algo en aquella cabecita — aquella noche cuando term inó de com poner la m úsica de la m isa que doña Julia descom puso después de desafinar el dom ingo prelim i­ nar. G abriel tarareaba en su cabeza los rem iendos cuando decidió enm udecer la actividad. Se acercó a Elena y después de saludarla eufóricam ente com o si no la hubiera escuchado en siglos, se agachó para besarle su reluciente coro­ nilla. G abriel reposó sus fatigados labios — abrum ados de esperar el contacto con su sangre y carne independientes— , los descansó en la frente de la nena y después se acom odó en la cúspide. Recostó con ternura su mejilla en la cabeza de su hija, y creyó que los rem iendos de antes habían resurgido en su m em oria resonante. Lo que escuchó G abriel no era parte de su actividad anterior, no. El m úsico escuchó apenas unas notas. Elena le habló a su papá con palabras des­ construidas por la balbucencia, G abriel selló con su índice la elem ental fuente sonora. Elena entendió bien el gesto sim bólico y enm udeció. G abriel agudizó su oído: era un experto sensible a cualquier sonido ínfim o. Escuchó. Escucha. — ¡Escucha Elena!... — sugirió a su nena. Las sonrisas de Elena y G abriel se enredaron hasta anudar el oído con la música. Sí: a Elena le estaba creciendo la música, apenas eran unas notitas puntiagudas, afelpadas. M ínim as. Pero de que le estaba creciendo la música, le estaba creciendo.

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Para su cuarto cum pleaños, la nena anhelaba u n peinado prodigioso, G abriel la ayudó com placido. Prim ero intentaron u n allegretto de m edia cola con cintas rosas, pero n o le gustó a la abuela; después intentaron un animato con el fleco largo, pero la m úsica le estorbaría a la n iñ a al apagar las velas del pastel. Por últim o, decidieron fragm entarla y levantarla con agitatos. ¡Perfecto! Sentenció por fin la abuela. Por varios años a Elena le gustó dejarse larga la m úsica — com o una sinfonía m ahleriana. U nicam ente la despuntaba cada concierto estacional. A los quince años su m úsica le llegaba por debajo de la cintura, era refinada, le caía sublime. C uando asistía a u n a boda o a un bautizo le gustaba recogerse la m úsica sobre la nuca con la prim avera vivaldiana; cuando asistía a u n funeral la peinaba solem nem ente com o un requiem aeternam dona eis, Domine. Su m úsica era sedosa, brillaba herm osísim a, sus largos rulos scherzando «vivos y felices en la vasta Ciénega ilum inada». G abriel lo dijo. La figura p a­ terna confeccionó varias arm onías para peinar a Elena. Elena gozaba de ondear su vida — con epítom es m ajestuosos— a cada m om ento. El am or de su padre por su m adre cubría el abism o m aternal con­ cedido. Su núbil m usicalidad era com o u n recital giocoso reverberando con brio sostenido por el triunfo de los latidos. A Elena le gustaba soltar su m úsica para que el insaciable e inasible viento de octubre bailara con su cadencia, y justo en el últim o concierto de Gabriel, Elena entró de últim o m om ento al salón del recital. Se acom odó en u n a luneta negándose al fastidio. C om enzó a desenredar su m úsica con los de­ dos y m iró por encim a de su hom bro hacia la orquesta — com arca m inúscula ceñida entre la escena y las lunetas— , donde la sublim idad de los intérpretes edificaba u n paraíso m odulado para arrim arlo a los oídos de los im presiona­ bles. D esde su sitio, la incipiente m ujer p u d o ver a un joven apuesto que m i­ raba su m irada tam bién m ientras hasta a él llegaba el dolce sonido del ondear de su m elena — vivace, grazioso... maestoso. El joven resplandecía subyugado por el falaz am or a prim era oída. El m úsico, absorto, se distrajo u n instante, y el final de la interpreta­ ción del cuarteto se escuchó propenso a desfallecer. La joven se apoderó de la certeza de lo que acababa de provocar con su cándido encanto, sus labios lo com unicaron con u n a m udez risueña. El sonrojo adolescente obligó a Elena a regresar sobre sus pasos y salir del recinto por la necesidad de sentir nuevam ente el abrazo del fresco viento noctám bulo. El joven m úsico — que vigilaba a Elena con el rabillo del ojo— salió detrás de ella inm ediatam ente después de la últim a n o ta que estranguló sin m iram ientos fuera del consenso del director. C uando alcanzó a Elena es­ trelló contra sus oídos su n om bre ju n to con su sobreentendida intención de conocerla mejor, cuando «la preciosa doncella sem brara u n ala de ilusión en el corazón del joven apasionado». La eufonía com o m arrullería. V íctor — ese era el nom bre del joven— deseaba a Elena tanto com o el sol desea el cálido piélago cada atardecer. La buscó u n a notable cantidad de veces en las ferias musicales y a veces no la escuchaba por ningún lado. Otras, se acom odaba en la dicha lindante para disfrutar el prim or tenuto de la extensa caída de su música. Fue en u n a m agnífica cena en casa de m i amigo Eusebio — vástago de la m úsica y herm ano del lenguaje— en donde p or fin V íctor consiguió embelesar a Elena, quien se peinó m inuciosam ente con la sutileza del notturno. La cena

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fue concertada para celebrar el décim o sexto cum pleaños de la joven. Víctor, con la pasión irrebatible de u n extraordinario m úsico, nos deleitó a todos con u n a m ajestuosa interpretación del C oncierto para violín de Chaikovski. Después de la cena, m i am igo Eusebio habló — com o bien sabe hacerlo— de la m ujer que es adicta al com positor recién interpretado por el joven músico, señalando que aquella es una m ujer nocturna: «Si por ella fuera, em prendería largas cam inatas por bosques sólo existentes en su fantasía exacerbada», nos decía m ientras V íctor se acom odaba en la cercanía de la m usicalidad de Elena. E n el bisoño corazón de la joven brotó — flor de cercis siliquastrum— la necesidad de encontrarse en el refugio de la calidez de Víctor. Él le dijo que a sus veintiún años aún no había encontrado el amor, pero que el destino le otorgó la opo rtu n id ad de conocerla para hincharle el pecho con su m usica­ lidad, — ¡Con el fuoco de la fastuosa m usicalidad de Elena!— term inó por referir el joven. Siem pre la eufonía com o m arrullería. El últim o viernes de un álgido mes, V íctor salió con Elena a pesar de los perseverantes pretextos de Gabriel, el ascendiente no se extenuaba de decir: «los músicos n u n ca han sido buenos am antes, con exiguas excepciones... la juventud es perniciosa asesora cuando es el corazón quien predica... la inexo­ rable vacuidad del destino nos sujeta a las caricias de lo incierto»; por citar únicam ente tres alegatos paternales. Gabriel sabía que su hija estaba p o m p o ­ sam ente ilusionada con Víctor, y no quería que ella padeciera la determ inante am argura del prim er desamor. T iem po después. La noche expió por debajo de las hojas de los árboles a aquel joven, que quería hacerse con un fragm ento de la m usicalidad de G a­ briel. El padre se resignó al ver partir a su am ada hija bajo el brazo de Víctor. E n su prim er salida, los jóvenes se com unicaron com o lo hacen los invitados a la plagiada prim era cita: sonrisas enlazadas de oído a oído, apresu­ rados m onosílabos com o respuesta, virtudes ajenas descubiertas, com plejitos propios agazapados... los ojos equilibristas pendiendo de la luz de la m irada del otro: cóm plice, feligrés del fresco deseo... C om o sangre tibia p o r las venas de la fortuna, tres meses transcurrieron adosados a la lozanía de abril. Los jóvenes se acom odaron perfectam ente entre el tem peram ento y el carácter; la em oción y el sentim iento; y toda su com ple­ jidad individual. El padre de Elena se adornó con la ro tu n d a conform idad y tolerancia frente a las adversidades que vulneran a todo progenitor ante la adolescencia de una hija. G abriel estaba resignado ante la plena capacidad fecundadora de su hija — señal incipiente del abandono: cim iento del desam paro paterno. Elena usaba fórm ulas m elódico-rítm icas para peinarse en cada ocasión que sabía se encontraría ju n to al poseedor del señorío de sus ilusiones. Tam ­ bién — com o fruto del arrastre acostum brado del decoro— , Elena aplazaba el enlace carnal que tanto anhelaba Víctor; el joven se m ordía los labios cons­ tantem ente. N o obstante, el tempo term ina por m odelar cualquier talante, cualquie­ ra. La curiosidad sensual disem inada por el am or culm inaría con la decaden­ cia del aplazam iento por parte de Elena. El tiem po n u n ca h a perdonado. El encuentro erótico fue sutil, placentero. La inigualable desnudez de am bos era únicam ente pulverizada por la belleza de la m úsica de ella — rizos hum edecidos por la transpiración de la voluptuosidad del deseo— , la m úsica le caía por la espalda y se enredaba sonora en los dedos de V íctor cuando él

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la tom aba para acercarla hasta sus labios, besarla y después naufragar en ella... Lo axiom ático ocurrió: el joven casanova se sació de Elena, después se alejó de todo tipo de enlace. Ella se refugió en su m úsica — la que es de ella, de nadie m ás— , en tanto Gabriel resguardaba en su corazón el reproche de las advertencias sentenciadas en la precedencia tem poral. V íctor term inó por desvanecerse de la m usicalidad de Elena, arroján­ dola así a la aletargada neblina de la congoja. La joven se revolvía en el aliento de la vida m aniatada por el desaliento de la m uerte. Elena vibraba frecuencias azarosas in u n d an d o su entorno con el patetism o que reflejaba su corazón. G abriel intentaba alejar de la penuria a su hija, lo hacía refugiándola en el cariño inefable de la m úsica — de nuestra música, la de todos. Ya nada podría alejarla de la miseria. Elena solía pasear su corazón por el recuerdo afable, cariñoso; sin em ­ bargo — acertadam ente— , la voz de Francesca R ím ini en to n a en la plum a de Alighieri: Nessun maggior dolore che ricordarsi del tempo felice nella miseria. La joven disonaba com o la m architez de una flor, aunque u n a flor m archita se desm igaja en el viento para alim entar consonante al perfum e del crepúsculo. Insidiosam ente a Elena, el viento — que tam bién es una extrem idad del tiem ­ po— le hería persistente el alma. Sí. El tiem po aireaba el dolor del abandono presente... inm ortal. La congoja se ejecutaba en crescendo para la joven, y Elena — la m adre— no se im puso a la m uerte postergándola para proteger a su frágil descendiente contra la furia m ordaz del desamor. Para Elena — la hija— el encontrarse distante de V íctor la laceraba profundam ente com o sólo sabe herir la brisa silenciosa de la consorte melancolía. El dolor se renovaba a cada m om ento: lo stesso tempo, cíclico. Sucedieron m illones de instantes bajo el influjo del desamparo. Su m ú ­ sica se am ortiguó com o en los tiem pos agrios de un puerto de Bristol. La pobre joven existía zarandeada por la soledad, y el enloquecim iento, sufri­ m iento sostenuto. Elena com ía sin comer... dorm ía sin dorm ir... vivía sin vivir: ... reverberaba m uerta sin morir. Tendida en la cama, Elena no desprendía su m irada del techo en busca de u n indicio que le perm itiera cargar con... con qué... ella n o atinaba a en ­ contrar un sustantivo para nom brar por lo que estaba pasando. Yo — h u m il­ dem ente— sugeriría aquella insoportable expresión cultural que desarraiga la serenidad, envolviendo la piel con hilachos en la ausencia de cualquier tono. La quebradiza m usicalidad de Elena estaba tristem ente agazapada com o al acecho de algo sin saber qué era... y ese algo llegó inm ediatam ente junto con el huraño m urm ullo de la cobardía. U na carta firm ada por V íctor resbaló por debajo de la p uerta m ientras la luna atónita espiaba la pusilanim idad. La joven abandonó la cam a y cam inó hacia la puerta de su habitación. D ecidida a escuchar el tibio silencio desgajado de la noche. C uando Elena ya no podía soportar más dolor — por una fortuna más allegada a la malicia que a la casualidad— se encontró con la carta en el taciturno um bral. E n el

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papel, V íctor deshojaba disculpas por el dolor que había provocado, lo que le dio a la joven un leggiero candor de alivio a su inestable m usicalidad. La carta term inaba por confesar que el m úsico se em barcaría la m añana siguiente para irse al otro lado del m undo, continuar con la búsqueda del am or de su vida y n o regresar jamás. Elena soltó u n llanto tan alegórico com o el diluvio. Se arrastró de pie hasta su alcoba con su luenga m úsica desenlazada m usitando por debajo de las corvas de sus piernas. Sentada en la cam a — con el ventanal abierto de par en par consintien­ do que la noche distinguiera su pesar— , Elena desenredaba su extensa m úsica lento con los dedos. Cavilaba, discernía. La insipiencia com o m entora. Su p a­ dre dorm ía en el aposento contiguo, la m usicalidad de su hija no im p o rtu n ab a su sueño, no llegaba hasta él. El sol anunció la m uerte de la noche y los gallos lo reiteraron. Gabriel abrió la p u erta del recinto de su hija y la profundidad de la luz lo cegó por un m om ento — para él hubiera sido preferible que la ceguera se hubiese ex­ tendido por la inasible envergadura del tiem po— , después lo insufrible, la luz sobre la resonancia del polvo lo expulsó al desconsuelo para el resto de su vida: llegó hasta su oído la m usicalidad de su am ada hija, era u n adagio assai... diminuendo, calando. C o n su larga m úsica anudada en la garganta y el térm ino de ésta atado a u n a viga, Elena colgaba en el centro de su alcoba, su cuerpo pendía in m u ­ table a cada m om ento con meno mosso, morendo. U n instante después Gabriel se sacudió la im presión, no obstante, fue dem asiado tarde, la m usicalidad de Elena fue desvencijada por el deceso, el últim o aliento de la joven lo engulló la ham brienta oscuridad del hado. La recusación de G abriel no im pidió que la m uerte le estrujara la razón. El padre descolgó largamente a su am ada hija. La recostó en la cam a tras la delicadeza de u n par de besos im perecederos en las mejillas lívidas. Trenzó su m úsica y la cortó para guardarla en u n a caja de m adera sin postigo. Su m ú ­ sica ya no reverberó en el interior del sepulcro. G abriel sepultó la m udez de su propia alm a ju n to a la m usicalidad dilapidada de Elena. Mesto.

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Los viernes y tu Sandra Hernández M artínez1

s viernes, sí. Y sólo esperas que digan rana para empezar a saltar; es decir, que digan chela para beber el prim er trago. Eso es lo tuyo.

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¿Recuerdas cómo el Cyntler te otorgaba el trono de aguante. Esa vaguedad de pensamiento te provoca mover la boca para hacer gesto de que te sientes orgullosa por algo: “ser la mera valedora que siempre está con la bandera. Hoy, cuando te dispones a ir a comer, un dolor en el vientre te obliga a doblarte. Te quejas pero sigues caminando y le sonríes al Charrito. — ¡Qué transa Motita! ¿Le vas a caer al rato, o no? — Pos’sí; ya sabe mi buen. Cuándo le he quedado mal o qué. — No, pues nunca. Si ya sé que contigo no hay pierde. Tu huella siempre está atrasito de la m ía... ¡Ah, por cierto!, me dijo_ya sabes quién que tu merca nomás te está esperando. — ¿Él va a ir al desmadre ese? — Según sí. — Tons’ ya estás, allí lo topo. Ya nomás le debo un c i e g o . La grapita ya me la perdonó. — Me imagino a cambio de que fue; ¡pinche ruca chambas, eh! Sólo sonríes a manera de ser discreta ante tu desagrado; realmente detestas que te etiqueten con ese término. Das media vuelta con un gesto vago a manera de despedida. Te vas en busca de la flota, pa’l rato. Pero hoy no esperas que alguien mida cuánto bebes: piensas que de qué te sirve si has perdido una y otra vez. Así que decides quitarte de estorbos y eliminas los flancos de fastidio. Puro barrio pesado llega al depa del Charrito. — ¡Qué culeros se vieron, eh! — te dice el M armota. — O h pues; es que el Uta es un bar m uy pequeño y el ambiente estaba medio pinche. Déjate de eso; todos son bien codos: por eso se aprietan a bajar a Texas. Antes di que se anim aron a venir hasta acá, a la U nidad Pepsi; ya ves cómo mueve el vicio. — Neta. ¿Además hoy recibes, no? ¡Amiga mía! ¿Hoy si te vas a poner la del Puebla? 1 Originaria de Texcoco, Estado de México. Ingeniera agrónoma con especialidad en Economía Agrícola por la Universidad Autónoma Chapingo; ganó el concurso de literatura en la Universiada (2007), ha publicado sus textos en revistas culturales y periódicos regionales.

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— Simón mi chavo; tú nomás aguanta. Drogas, malditas drogas. Sigue girando la misma pregunta en tu cabeza: ¿por qué lo hago? Pero no encuentras respuesta. Francamente tú sigues dispuesta a recibir lo tuyo. Sigues haciendo movimientos mecanizados para dar las tres y contener el hum o el mayor tiempo posible. N o puede escaparse, debe impregnarse en tu boca, en tu lengua; entrar y consumir tu ser. N o im porta que sea sólo un m om ento. Nada im porta ahora. Debe hervirte la sangre, estremecerse tu piel y alterarse tus emociones. tus caderas se mueven al ritm o de la música, suave, cadenciosamente. El lugar huele bien y lo disfrutas. — ¡Pinche Haza, sí llegaste. Q ué chido! — Claro M otita. Agradece al Pingo que me i n v i t ó . Pero tú ya andas bien dopada, ¿verdad? Está bien mujer, nomás que no se te olvide eso: que eres mujer. ¿Mujer? ¡Mujer! ¡Carajo! Al diablo los prejuicios, M aldita moral. Tú eres ser hum ano y como tal te manifiestas, pero allí no te quedas. Te rebelas pese a que sabes que no siempre es a tu conveniencia. Sabes que aún estás viva. Respiras más lento pero el corazón parece que va a salirse. Has llegado al punto. Todos beben, fuman, ríen y actúan c o m o . como jóvenes perdidos en la búsqueda de ellos mismos. Ya no te molesta esa música; los “electro-duendes” parecen haber afinado bien las guitarras ahora. Mas, en el fondo, la canción que escuchas es la que te dedican todos: Alicia ya sefu e de viaje / al país de las maravillas. ¡Ah! Por qué además de ser La M otita, cargas con otro sobrenombre: La Calle. ¿De veras creen que eres de todos? “Yo sólo soy del Tacho” te dices. Y el Tacho no es nada más que una lata de activo. Sabes que aún no ha olvidado lo que le hiciste en La Conquista: el orgullo es dom inante, y cuando al fin cedió a doblar las manitas, tú sólo perdiste conciencia y huiste con otro. Aunque en estricto apego a la verdad no huiste, te corrieron por adicta. ¿Eres una adicta? Nel, yo siempre lo controlo — insistes. Lo único que llegas a adm itir es que sí estás sola. ¿Y el amor a dónde fue? Piensas que se ha olvidado de ti. E l payaso salió de lo que sentías y comienzas a temblar. Q ué oscuro es e s t o . Oscuro como tú. Eso piensas. ¿Es la habitación? Debe ser el encierro. Entras al baño para mirarte al espejo. Te ves mal, inquieta, porque piensas que falta algo. Sales corriendo pero un grito te detiene a unos pasos antes de que alcances la puerta del departamento. — Espera M ota que aún no brindas por mí. N o contestas, callas mientras tratas de enfocar, de registrar quién te habla. Cuando lo identificas prefieres seguir huyendo. El acoso te harta. ¿El sexo? Te cansa porque ya no tiene sentido hacerlo por hacerlo; ya te aburrió lo suficiente como para seguir m atándote así. ¿Qué pasa contigo? Tampoco puedes responderte. Las lágrimas son muchas pero nunca te dicen nada. Salen y se secan solas; los suspiros han sido sus aliados. De lo que sí estás segura es que no tendrás a ese hijo que has cargado cuatro meses en tu vientre. ¿De quién es? Eso ya tampoco importa. Sabes que ellos lo disfrutaron, ¿y tú? Tú sólo bebiste este fin de semana, te intoxicaste y te perdiste de nuevo. Y hoy ya no es hoy sino m a ñ a n a . Tampoco te im porta saber que pasó ayer ni dónde estás ahora. Al fin y al cabo sólo esperas regresar.

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Recuerdos de mi abuela Ileana Rebeca Medina Hernández1

l cuarto de mi abuela huele a talco Maja, a sábanas viejas y a hum edad, la cocina huele a calor, es raro pero si uno pasa cierto tiem po en un lugar con otro clima aprende a olerle. Cuando llueve el gran patio despide un aroma a flor de naranjo; desde el techo salen -cual regaderas- tubos que permiten que el techo no se inunde. En ningún lugar he visto que llueva como en ese pueblo, es como si se destapara una bolsa inmensa llena de agua y toda se precipitara, a veces en segundos, por eso cuando éramos chicos mis primos y yo no perdíamos la oportunidad de salir a bañarnos, el clima y la lluvia te invitaban. El patio tiene grandes árboles que sirvieron de sombra, soporte de hamacas, columpios y refugio de murciélagos que se dejaban ver las noches de invierno, en la casa de mi abuela hay un corredor desde el cual la luna se puede observar claramente cualquier noche, estoy segura que ese corredor es dueño de miles de suspiros de toda mi familia; la casa aunque tiene portón y una cerca parece una misma con la calle de tierra y piedra de río, por esa calle pasan señores vendiendo masa, pan, gas, agua, tortillas, mojarras... El señor de la basura pasa en su burro, mucha gente camina descalza y he pensado que no es precisamente por falta de dinero, la tierra te invita, siempre y cuando el calor lo permita. Afuera hay un fogón, recuerdo a mi abuela parada ahí haciendo buñuelos, memelas o recalentando los frijoles, parecía que su gozo era cocinarnos; siempre se le veía cocinando, barriendo, lavando... siempre tenía algo qué hacer. Cuando lavaba la ropa la tenía que hervir, poner al sol, fregar... uff, sólo lo entendí cuando empecé a ver la ropa blanca de mi hija ponerse amarilla, hoy me doy de topes por no ponerm e atenta y aprender ese oficio; mi abuela hacía sábanas, ropa, trapos de tela en su máquina de pedal, se ponía sus lentes de fondo de botella y cantaba y pedaleaba, a m í me gustaba m ucho observarla. Tenía una tienda y me encantaba el palo con gancho con el que alcanzaba los rollos de papel higiénico, los paquetes de pañales

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1 Originaria de Nogales, Veracruz, trabaja actualmente en la UACh y le gusta mucho leer.

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que estaban hasta la parte de arriba; recuerdo que pensaba que de grande yo podría hacer eso, era increíble como jalaba el paquete y éste caía en los brazos de ella; ahora que lo pienso son caprichosos los recuerdos que uno guarda, no sé qué hacen ahí pero son im portantes por alguna razón; recuerdo el palo, un bote de cristal donde guardaban las galletas de animalitos, ¿se imaginan? vendían las galletas de animalitos por pieza, cuando regresaba a la ciudad sólo las vendían en paquete y no sabían igual, y recuerdo una vitrina cerrada bajo llave, era estructuralmente perfecta -a l menos para m í- iba del piso al techo, justo entre las dos puertas grandes de acceso a la tienda y en ellas exhibían botones de muchos colores, hilos de todo tipo, telas, ganchos, estambres; ufff, lo recuerdo y también recuerdo su aroma. El olor de la tienda era peculiar, olía a rosas secas combinadas con hum edad y jabón, tal vez era que mi abuela arrastraba la fragancia de su cuarto a la tienda de tantas veces que iba y venía para atender a los clientes. Recuerdo una bolsa con un pájaro bordado, ahí mi abuela guardaba su biblia y su pedacito de tela negro de encaje -es como un triángulo que las señoras se ponen en la cabeza cuando van al tem plo-, nunca entendí bien eso de las distintas religiones, lo único que tenía como base era lo que hacía mi abuela: íbamos al templo y ella cantaba, oraban todos con los ojos cerrados y los brazos extendidos hacía el cielo, implorando, agradeciendo, yo no sabía pero me encantaba acompañarla, me encantaba verla tan plena, no lo entendía y no era necesario. En fin esa bolsita olía como huelen las bibliotecas viejitas, seguro era por la biblia que antes era de mi abuelo quien fue pastor de un templo evangélico, antes de fallecer y dejar a la suerte a mi abuela y a sus cinco hijos. N o sé por qué pero me encantaba dorm ir con mi abuela. Todas las noches mi abuela se hincaba al pie de su cama y le pedía al Señor por el cuidado de todos sus hijos, nietos, parientes, puff, siempre me quedaba atenta segura de que algún día le pescaría olvidando algún nom bre de esa lista interminable, pero nunca pasó. Cuando fue perdiendo la vista, empezó a pedirme que le leyera, me sentaba a su lado a leerle la biblia y me encantaba. M i abuela era m uy cariñosa, nos besaba largamente, nos apretaba, nos cuidaba, de verdad creo que a veces hasta vi algunos huirle a los empalagosos besos o pellizcos de pierna. Cuando uno pasaba la última noche de vacaciones en su casa, ella desde la tarde tarareaba una canción que decía algo así “la últim a noche que pasé contigo... la la la” aún me resuena en la cabeza, y antes de subir al coche uno le decía, nos vemos en las próximas vacaciones, y los últimos años ella respondía levantando los hom bros y diciendo “quien sabe si siga viva”. M i abuela se fue una madrugada de verano, se fue tranquila, sin sufrir, sin miedo. Es fuerte esto que pondré, pero estoy segura de que si uno tiene el poder de darle de alguna manera la instrucción al cuerpo de que deje de funcionar, mi

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abuela así lo hizo. Siempre buscando no interferir con nuestras actividades, se fue el sábado en la madrugada como para que nadie faltará a sus trabajos, se fue antes de iniciar la escuela, se fue ocho días después de que la hija que la cuidaba regresará de una salida, se fue ocho días antes de una fiesta im portante, tal vez desde diciembre buscaba la fecha oportuna, y cansada decidió hacerlo esa fecha. Yo no sé por qué escribo esto, sólo vi un espacio que decía ¿qué estás pensando? y justo esto es lo que me invade, lo que me saca lágrimas, lo que no quisiera que hubiera pasado, pero, si algo he aprendido en esta vida es que nos da sorpresas, y tal vez de alguna manera se despidió de mí, tal vez teníamos un vínculo im portante y de alguna manera me avisó y me llevó soñarla dos días antes y me hizo pensar en la muerte. Me duele más de lo que me esperaba, con ella se va parte im portante de mí, se van todas las preguntas que nunca le hice y me duele m ucho, aunque sé que ella así lo hubiera deseado, que iba a pasar tarde o temprano. Es un dolor fuerte porque estoy segura que su am or y su manera de demostrarlo nadie lo suplirá, lo que me queda es mi familia, una familia donde no he visto faltas de respeto, donde no he visto y no he recibido nada más que cariño, eso me dejó mi abuelita, eso y miles de recuerdos, que tal vez escribo para que no se me olviden.

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galatea en el FEIS René Aguilar D íaz1

ella le gusta el fútbol. A mí me gustaba ella. Es decir, me gustaban sus fotos. Porque si algo también le fascina es subir sus fotos al Feisbuk. Un m ontón de fotos. Y no crean que selfis de esas de paseos por Chapultepec o tom ando chelas con sus cuates, ni siquiera del equipo de fut donde juega. No. Sus fotos son de esas que les dicen sexys: aunque el término se queda corto. No son procaces si es que está pensando en eso. En la primera que vi, me acuerdo, estaba ataviada con la camiseta de la Selección Nacional: “la verde” le dicen (a mí siempre me pareció una frase alburera eso de “ponte la verde”): una verde especial ombliguera y jeans a la cadera, por su­ puesto. Me fui embelesando con ella por partes. Sus partes quiero decir: primero me enamoré de su ombligo. Fue ella la que envió “solicitud de amistad”. ¿Por qué?, no lo sé; no la conocía y no la he conocido hasta ahora. Simplemente la acepté sin preguntarme quién era y sin importarme tampoco. Ya saben, una centena o más de “amigos en común”: Galatea es su nickname (la forma chic de decir apodo, creo). El caso es que sí, resultó toda una escultura, como la Galatea de Ovidio. Poco a poco empecé a reparar en sus fotos: una con camiseta del Cruz Azul y un short m u y ... short. De verdad muy corto: en realidad no se veía nada pero insinuaba todo. M e atreví a poner un comentario, más bien un plagio de un poema de José M aría Álvarez. C on íconos y caritas sonrientes dijo que esta­ ba fascinada. O eso quise entender. Después, en la foto donde tenía puesta La Verde escribí como comentario esa parte de los Cantares: “. T u ombligo 1 Nació en Nogales, Ver. en 1951. Estudio pe­ como un recipiente al que no le falta riodismo en la u n a m ; ha sido colaborador de b e b i d a . tu vientre como m ontón de diarios y revistas de circulación nacional y ha trigo rodeado de l i r i o s . ” Y entrado publicado sus cuentos en diversas publicacio­ nes culturales; coautor de la plaqueta de relatos en gastos, congraciándome, según yo, Fenómenos (U A c h, d s r , 2001). Editor de pe­ con su gusto por el fut, puse de mi riódicos regionales en el oriente del Estado de cosecha: “Tus dos pechos como goles México, actualmente es promotor cultural en de Hugo Sánchez, de esos de chileel Centro Cultural Mexiquense Bicentenario.

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n a . ”. O tra vez cero comentarios; solamente un “ja-ja-ja”. C on lo que me fastidian las onomatopeyas en las conversaciones. N unca supe si se reía por mi ocurrencia de parafra­ sear al rey Salomón o por si le parecía ridículo mencionar a un ídolo demodé como Hugo Sánchez. Lo nombré a él porque es el único futbolista que más o menos ubico; en la actualidad existe uno llamado Chicharito, chamaco según eso muy bueno que juega en Inglaterra, pero la verdad nunca he visto uno de sus partidos. El fútbol me es indiferente, para de­ cirlo de m odo aséptico. En estricto sentido, me vale absolutamente pito. Y eso que en la infancia había jugado en el equipo de mi sa­ lón de la primaria, con tachones, uniforme y en cancha reglamentaria, pero pronto dejó de interesarme. N unca he entendido la pa­ sión que despierta, me llama la atención pero me siento un extraterrestre cuando a mi alre­ dedor la gente (en abrumadora mayoría los machines) no hace otra cosa que comentar el partido dominical o el torneo X. No sé ni entiendo cuándo son los partidos de campeo­ nato ni me interesa. Tampoco tengo televi­ sión. Sólo celebro, a la distancia y ocasional­ mente, alguna frase ingeniosa que zanja una discusión: el anti-americanista despotrica y el americanista responde “Uh, manito, eso sólo refleja que eres un americanista de clóset. Ya supéralo y acéptalo. Ya sal del clóset”. “Me fui interesando” en el fútbol con tal de estar en el círculo de amigos de Galatea. Sus fotos eran cada vez más sugerentes, más provocativas. O eso me parecía a mí. Por ejemplo se retrató de espaldas vis­ tiendo solamente unas medias deportivas y una minúscula pantaleta, que remarcaba la espléndida e insolente redondez de sus nal­ gas, con la leyenda “Azul es mi corazón”. Yo estaba encandilado. Me había enamorado ya de sus piernas largas, to rn e a d a s . interm i­ nables, que además hacían juego con su cara angelical, con ojos como platos, enormes, lle­ nos de chispa; y unos labios carnosos “como fruta en movimiento”. Cada foto yo la “co­ mentaba” con poemas de Lizalde o Cavafis, no por el prurito m am ón de hacerme el inte­

resante, sino porque era incapaz de encontrar palabras para decirle todo lo que me gustaba, para que se enterara que estaba enamorado de su esfinge, de su silueta, de sus imaginadas humedades. De que su nom bre era algo más que una casualidad; de que yo estaba hacien­ do con ella una especie de estatua de bytes u holograma. Un día intenté, por inbox, un piropo menos culterano: “Ton’s que mami, ¿cuándo tiramos ese penalti?”. No hubo una respuesta especial. No supe si le pareció algo vulgar o simplemente no lo entendió. “Ese es un gran pedo de las redes sociales”, me dije, que ahí no tenemos una conversación real: no ves a los ojos a tu interlocutor; no sabes que está pensando. De alguna manera no existe. Por lo demás las respuestas eran pre­ decibles: caritas sonrientes, pulgares azules hacia arriba. En algún m om ento me asaltó la duda: ¿esta chava no puede articular una frase c o m p le ta . o a lo mejor es retrasada m en­ tal? Esas cuestiones se empezaron a despejar cuando llegó a las redes sociales la polémica por el M undial de Brasil. Protestas, madrazos y más protestas. Gran parte de la población carioca no estaba de acuerdo con el torneo mundial de fútbol. “Queremos comida no balón” era una frase que adorna muros en las callejuelas de los barrios más jodidos de Río de Janeiro. Claro que también había que tener cuidado con las fotos de “masacres” en las favelas — el equi­ valente a las casas de cartón de ciertos grupos de paracaidistas en México— : las conocidas virtudes del Photoshop hacen que uno des­ confíe de ciertas “noticias”. Entonces, Galatea emergió como de­ fensora a ultranza del fútbol y del torneo. Por supuesto defendía a la Selección Nacional de un alud de detractores. Empezó a “escribir” comentarios: “pinches nakos esk ic ito s. No saven nada del deporte del ombre”. y así por el estilo, usaba la k a la m enor provo­ cación, con la B por V y viceversa, ausencia absoluta de tildes. M i Galatea digital, como en la historia de Ovidio, se convirtió en real, pero al revés. Se desdibujó. Soy un Pigmalión fallido.

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John A. Cossío Cossío V iv ir en tre la m ú sica y la p in tu ra

John C ossío es m úsico y pintor. El p in to r tiene una relación particular con el tiem po. El p in to r tiene u n a relación particular con el espacio. Este artista vive en am bos m undos de m anera encomiable. Esta com binación de ser a la vez artista del sonido y del color, en el caso que nos ocupa, h a sido más que exitosa. John com plem enta u n a práctica con la otra, saca lo m ejor de ambas y las n u tre con generosas dosis de poesía. Los resultados cotidianos de ello son improvisaciones form idables al piano y una p in tu ra abstracta que m uestra m ucha coherencia y soltura. La p in tu ra de John Cossío es eso, abstracta. Y si el amable lector necesita más etiquetas, con gusto podríam os añadir que esta p in tu ra tiene cierta relación con el expresionism o abstracto. Es preferible, entonces, sugerir a nuestro estim ado lector que no se pregunte ante estas obras el qué de lo representado, sino el cóm o. Estas pinturas no describen referentes externos sino que juegan con la interna relación de los colores, las pinceladas, las diferentes capas de pigm ento y m il cosas más. Es en este juego donde se encuentran m uchos significados sutiles, n o com o u n grito, más bien com o un susurro cerca del oído. E n estos espacios maravillosos, la p in tu ra es un acto rotundo, es descubrim iento antes que afirm ación, es la constatación de lo vivo antes que el planteam iento de u n teorem a, es m ovim iento y cadencia. N o son retratos, son paisajes de m undos imaginarios. Sergio Casasola

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Sin tĂ­tulo



Sin tĂ­tulo A crilico sobre tela



Matándome suavemente con su canción Alex Sancipridn1 Telling m y whole life w ith his w ords... F o x /G im bel .. .e n voz de R o b erta Flack

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ue cuestión de escuchar la introducción de Sweet Home Chicago para decidirse a decirle sí al licenciado Carnitas. H abían hablado por teléfono al m ediodía pero no quedó claro, del todo, si en efecto saldrían juntos al Ranas Beer. Ya en su sillón favorito, Roberto se inclinó por la nostalgia y de ese m odo tom ó el C D de ¡os Rolling. Puso la clásica Honkey Tonk Women, al tiempo que pasó por su mente la idea de dosificar los excesos de cada fin de semana. Se acercó el pitillo a los labios y aspiró con fruición. Le dio el golpe como gente grande. De hecho ya se sentía bastante relax como para prender otro coscorrón. Tomó el vaso de whiskey y bebió un sorbo lento. Pensó mejor: llevársela tranquis. O ptó entonces, al filo de las nueve y media de la noche, por marcar al celular del gordo. — ¿Tónsque mi rotoplas, va en el Bananas o qué pues? O de otro m odo, ¿habrá acción tonight? — Va, mi Barón rojo. Nomás no te saques de ondiux porque invité para hoy a unos compas del defectuoso. — ¿Quiénes son, gordo-gordo? M ientras no sean unos tetos de colección... — N o, mi Robert, son unos valedores medio ñeros, de allá de por El Rosario. Son chidos, 1 Nació en México, DF, en 1954. Estudió aunque medio locos. periodismo en la u n a m ; ha colaborado en — Ya me imagino, gente fina como los diversos diarios y revistas de circulación pirados raterillos de Nezayork que trajiste hace un nacional, y mantiene regularmente sus columnas periodísticas en publicaciones mes. regionales; autor de la plaqueta de poesía — N o, mi baroncito, éstos no le hacen al Estética del melodrama (UACh, DSR , 2001). dos de bastos, ni a la uña con los cuais. Si acaso se Actualmente es editor del periódico electrónico m anchan con alguna gorda que les lata y hasta ahí. Todo Texcoco.

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— Bueno, va. ¿A qué horas vienes? — Pasó por ti como a las chocho. Pero, sabes qué: tengo poca lana. — ¿Y tus com pas... qué o qué? — Traen lo de su pasaje y un doscientos cada quien. Quedé que les daba un raid de regreso al barrio. M e la llevo yo tranquis. Acéptame como conductor designado. Tú, llévatela como quieras. Yo te pongo en tu casa a buena hora. — N o me agrada lo de tus compas. Ya sabes, soy desconfiado en automático, y luego que vienen de El R o s a rio . — Usted no se preocupe, mi barón dandy. Yo los controlo. — Bueno, mientras no se alteren y desconozcan y agarren sintonías espasmódicas. — Nos vemos al rato. — Nos vemos, licenciado Carnitas. O nce y media de la noche y a las primeras de cambio el Ranas Beer se aprecia repleto. El gordinflón le dice algo al de la puerta y a señas llama a sus acompañantes. Pasan el umbral, cruzan por otras mesas, sonríen, miran el rebumbio, y de pasada a una joven m orena que trae puestos unos lentes negros de armazón rojo, ligeramente pasada de cervezas y que habla a gritos con otros tres jóvenes que a las claras se les nota caradeniños y estudiantes de Chapingo. Los recién llegados ocupan un espacio cerca de la mesa donde evidentemente preside la morena, y piden una ronda de cervezas. Entrecruzan miradas entre ellos sin decir nada hasta que el obeso saca una cajetilla de cigarros e invita. — Así es mis valedores, aquí es el Ranas Beer. Él es mi amigo Roberto. M i cuate del alma desde hace quién sabe cuántos años, desde la Universidad, nomás que él si term inó y yo ni madres. Y estos son Q uique y Lalo, unos compas del Defe, mi Robert. — Bueno, pues la cuestión es rolarla un rato aquí. Nos echamos unas chelas y luego vamos a otro antro donde bien conocen aquí al marrano. ¿Cómo ven, hay buen ganado aquí, verdad? Los otros asienten y sueltan risitas cómplices. El gordo propone un brindis y precisa: — Va, a la salud de Roberto y de ustedes porque esta es la única chela que me tom o en toda la noche. Le prom etí a Robert ser el piloto designado, así que sólo ésta, y ya. Ustedes como va, como quieran, que aquí está su chofer particular. Nomás no se vayan a poner m uy atascados. — Órale. U na treinta y siete. M adrugada. La morena ya se ha quitado los lentes negros y visiblemente ebria baila con Q uique en la pista del Manicomio. Es la tanda de las calmadas y la chica se menea ostentosamente heavy, provocadora, insinuante. Los tres caradeniños se despiden desde la salida del Ranas Beer y ella está, francamente, enrolada en la comitiva del panzón luego de que Q uique le flirteó a lo sumo cuatro m inutos. La m orena se pasó a su mesa como si nada, se despidió de sus amigos muy quitada de la pena y asumió su íntim o papel de reina de la noche, de diva, “de gócenme ahora que pueden perritos calientes”. Roberto bebe con parsimonia un trago de W hite Horse. H a estado callado buena parte de la noche. Se levanta y le pide al licenciado Carnitas que le acompañe al baño.

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— Q ué pues, mi Robert. ¿Vas al aventón para los compas al defectuoso o te paso a dejar prim ero a tu casa? — Primero hay que encaminar a la chava. Está bien servida. — Sí, mi Robert, pero parece que el Q uique ya amachinó. — N i madres, tinaco, esta chava anda hasta su madre, anda sola, sus amigos ya la dejaron y me parece que no es onda que le siga al toquerol. M ejor démosle un aventón a donde viva y después enfilas al Defe para acercar a tus compas. Entre paréntesis, la verdad, no me latieron, no hubo sintonía; se detecta que son unos malandrines, unos pasados de lanza, unos abusivos. ¿Ya viste cómo le han m etido mano a la chava? — Com o digas, mi Robert. Ahorita saliendo del baño le pregunto a la niña a dónde va. — Sí, panzaloca, están por dar las cuatro de la mañana, y mejor ya estuvo. — Ok, mi Robert. Salen del antro; el redondo amigo se empareja a la m orena y le plantea algo al oído. Ella dice que no, que le sigue hasta los primeros rayos del sol, que les acompaña a donde vayan. Robert se acerca y luego de mirarle sus enrojecidos ojos se ofrece para ponerla en un taxi. Ella vuelve a negarse. Se le arrima a Q uique y a Lalo cual gata en celo. O rdena que le abran la puerta del automóvil de Roberto. Aquellos obedecen y trastabillando se introduce al Pontiac blanco. — Sabes qué, mi querido barrigas, no me gusta esto. La chava está hasta el queque y tus compas se ve que les anda por tirársela. Sabes qué, gordo alcahuete, yo no le entro, no le sigo a esto. Llévate el carro, me lo llevas tem prano para ir al curex y a desayunar. Pasa por mí como a las diez. Yo aquí tom o ese taxi y me largo a mi casa. — Pero, mi Robert. — Te conozco, cerdo atascado, ahora andas en tus cinco. De seguro en el camino se la tiran tus compas, así que antes de pasar por mí en la m añana ya llevaste a lavar el carro, me entiendes. — Sí, mi Robert. — Y, por favor, mi querido cebollín, te juro que te la hago de jam ón si me entero que le hacen algo más allá de la jodedera a la chamaca. Es una chapinguera, no chinguesmames tú también. — Yo controlo. Usted no se preocupe, mi Robert. — Más te vale, garrafón. Y en serio que a ese Q uique y Lalo no los vuelvas a traer; son unos rufianes de marca. Se nota que son unos aprovechados y trepadores del reven de fin de semana. Al carajo con ellos, me entiendes. En su departam ento Roberto se sirvió un trago de whiskey. Revisó sus compactos y eligió uno de Roberta Flack. Seleccionó la pieza Killing me softly with his song. Sacó la cajetilla de cigarros y cuando estaba por prender otro recordó el rostro de la morena. Repasó m entalm ente su tierna mirada, su esbelto cuerpo, su ingenuidad. Regresó el cigarro a la cajetilla y la soltó a un lado del sillón. En ese m om ento reconoció que era tiempo de cambiar. “Jamás vuelvo a fumar; de ahora en adelante nada de correrías nocturnas con el licenciado Carnitas”, asumió para sí. M ientras escuchaba la canción de la Flack se acercó a la ventana. M iró el horizonte y no pudo menos que entristecerse por la jovencita en tránsito hacia lo indecible.

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Se fue se fue, se largó... Montanacristina1

acer negocios shake hands, es un error com ún, que por poco me toca vivir, una de las varias veces que he usufructuado mi departam ento en el que vivo -casi siempre— , desde hace treinta y tres años y medio. Esta experiencia fue sin shake... C uando mi hija ingresó en la UDLA-Puebla en 1998, me ofrecieron com partir una casa en el rum bo del Ajusco. La oportunidad de rentar nuestro departam ento se presentó pintada a m ano y, como casi siempre: intentar vivir mejor ¿Cuál vivir mejor? V e rá n . Más o menos quince días antes de su partida al campus de Cholula en Puebla, entregamos el departam ento; ella había conseguido una habitación independiente a la que le llamó: El Cuarto-tito, ubicada cerca de la tienda Auchan, ahora la Mega Comercial Mexicana, en Coyoacán. La propietaria de la casa: una señorita de ochenta años de edad. Conocí a la señorita (ella se decía así) pocos días antes de la partida de mi hija, sin imaginar que la siguiente inquilina del Cuarto-tito, sería yo misma. Me fui al Ajusco a vivir. Apenas estuve tres o cuatro días en el sitio, cuando mi amigo, sin decirme: “agua va”, me deja colgada de la brocha en la casa (habiendo pagado mi parte del mes). Se fue a Pachuca con su nuevo amor gay. Quedé sin domicilio, mejor dicho: sin alojamiento. Bueno, me iría con mi hija por los ocho días que le faltaban a ella para irse a la universidad, algo incómodo para las dos, pero bien -pensé.

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1 Licenciada en Adm inistración de Empresas por la Universidad Lasalle, con M aestría en Econom ía A grícola en el Colegio de Postgraduados. Fue secretaria particular del últim o director de la ENA y prim er rector de la UAC h; tam bién trabajó en Radio Chapingo.

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Resuelto el problema, creía yo, voy con la señorita del cuento y le comento la situación. Ella dijo: sí, puede ser, pero tendrá que esperar hasta que se vaya Anabel, la habitación no es para dos personas y aunque sea usted su madre, la dueña de la casa soy yo -agregó sin más preámbulo. ¡Total! no quiso la vieja. Le llamó vieja y no es peyorativo, ya dije antes que tenía ochenta años ¡En fin! No me fui a un hotel ni a la casa de nadie, quería estar cerca de mi hija (cómo si fuera una p re m o n ic ió n .). Me quedé estacionada enfrente de la casa donde está el Cuarto-tito. D orm í ocho días en el auto; hacía cama los asientos, por la m añana tem prano compartíamos el desayuno, me bañaba, me cambiaba y me iba, antes que la señorita se despertara siquiera. Se cumplió el plazo, me trasladé del auto al Cuarto-tito. Seguí en el empeño con los bienes raíces. Entonces convertí la bodega encima de mi departam ento en una oficinita. Tenía: teléfono, fax, com putadora, baño, garaje, estaba hecha -creía yo. El inquilino que conseguí, era un individuo con m uy buena pinta, un hom bre mayor con un plus -pensé entonces-. En las épocas de mi paso por alguna Secretaría, en el edificio donde se alojaban las oficinas de cóm puto (ese edificio en la calle de Colima, colonia Roma, se desplomó entero el 19-09-1985), este señor que comento, trabajaba en la empresa que proveía los equipos de cóm puto para la institución en la que yo laboraba. Él fue vicepresidente de la empresa proveedora, mientras a m í me tocó ser la secretaria particular del director general que se ocupaba de estos menesteres con la susodicha empresa. Yo lo conocí, lo atendí en varias ocasiones. ¡Uf! Qué garantía para mí, dejarle mi departam ento a é l . Además, como el señor pagó seis meses por anticipado (craso error de mi parte), no le pedí depósito ni firmó el contrato ningún fiador.

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N o pasó ni un mes, antes de empezar a tener problemas con él. Se contactó con una psicoterapeuta sin escrúpulos. Ésta se le metió en la cabeza, en la cama y en el c o d o . se lo empinó sobre la botella en vez de hacerle terapia de rehabilitación o acompañarlo a doble A. El señor era alcohólico, situación que yo ignoraba por completo, aunque pude haber tenido la suspicacia necesaria, cuando me pidió que a la habitación donde durm iera le pusiera una cortina m uy gruesa o persiana, para dejarla totalmente o s c u r a . Cada quien sus gustos, yo prefiero un poco de luz. N o encendí ninguna alerta en mi radar por esto. Al par de meses comenzó el calvario para mí; con mi oficinita arriba iba casi diario al condom inio a trabajar. Ya dije que ahí tenía todo lo que necesitaba y lo que no necesitaba también. Las envidias, se suceden con frecuencia -e n dónde sea, ¿por qué no? En el edificio había un conserje enquistado por largos quince años. Era metiche, chismoso, intrigante, como suelen ser. En la azotea no hay cuartos de servicio, hay dos bodegas, una vacía y la mía. Solamente yo deambulaba por ahí. Pero no falta el vecino/a envidioso/a, que hasta lo que no come le hace daño. Un buen día sube a verme a mi oficinita una vecina incómoda reclamadora: -¿Q ué haces aquí? — me dice con cara de pocos amigos. Yo que soy de “m uy pocas pulgas”, por poco le salto a la yugular (tuve que amarrar con fuerza, el mastín que llevo dentro), aunque ganas no me faltaban. La soporté estoicamente, como si no fuera mi derecho usar mí bodega como me plazca. Un sitio sin condiciones de comodidad, no tiene una ventana siquiera, debía m antener la puerta abierta para r e s p ir a r. ¡Tolerar! una consigna que me impuse al venir a vivir aquí, y eso que no es un sitio de interés social ni nada parecido, donde habitan cientos de personas repletas de resentimientos y odios acumulados, que no son privativos del populacho — se sabe— basta con que haya dos. Soportarlos si quiero seguir viviendo aquí, conviviendo con e llo s . Esto -lo de la vecina incóm oda— , ocurrió por una intriga del conserje que digo. Derram ó su ponzoña en quien pudo, como no consiguió nada, al poco tiempo cortó la luz de mi bodega, así nomás, por s u s .y a saben Regreso a los eventos del periodo en el que este borracho consuetudinario habitó mi departam ento; el fulano conserje, él mismo me informaba constantemente los desmanes que hacía el hombre: vom itaba en el piso del área com ún, nadie limpiaba, dejaba enormes cantidades de basura, etcétera, etcétera. M aniatada por los pagos anticipados, decidí ir a hablar con él, más o menos en el tercer mes de su estancia. Sólo tenía que bajar desde la azotea un p i s o . Toco la puerta del departam ento, no me invita a pasar, me recibe

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con “su psicoterapeuta”, la que él se com pró (sí parecía c o m p ra d a .). El pobre tipo lucía ya como un guiñapo, con serias dificultades para hablar, por lo que su asistente profesional y amante, dijo cualquier cantidad de estupideces y me largó con cajas destempladas. Me asusté, me dio miedo no poder recuperar mi departam ento en «¿q u izás cuánto tie m p o ? » ¡vaya usted a saber! Los siguientes meses fueron atroces, mi espíritu no tenía sosiego: no dormía, mal comía, lo pasaba pésimo en el “C uartotito”, por fortuna mi hija no estaba cerca, no tenía ni que enterarse, aunque sí sabía un poco de la situación, no conocía las dimensiones del problema. Empecé a imaginar una historia macabra. C on el paso de los días el tipo se ponía peor: acababa las botellas de su veneno y las arrojaba por la ventana de la habitación -q u e m antenía en tinieblas— hacia la calle. Pensé que cualquier día mataría a un cristiano de un botellazo, o que se moriría dentro del departam ento y me lo clausuraba la Delegación. En las noches en el Cuarto-tito, donde no tenía ni radio ni televisión, miraba mi reloj casi cada hora con el reflejo de alguna lámpara de la calle; cuando eran las 5:00 a m , saltaba de la cama, me ponía la ropa de gimnasia y salía hasta un pequeño parque alrededor. Hacía gala de mis lejanos tiempos de corredora y: corría, corría, corría, corría hasta extenuarme, para no llorar mi desconsuelo de este mal negocio con un bien inmueble: el mío, el único que me queda. Todavía faltaba lo peor, el tipo se puso grave, su psicoterapeuta lo abandonó a su suerte, quedó solo. Apareció su cuñado, el esposo de su hermana, tenía éste un juego de llaves, iba al departam ento a medio limpiarlo, llevarle comida (y bebida t a m b ié n .) y sacarle lo que pudiera. Dos meses antes de que se fuera yo ya no iba a la oficinita. Un día me avisan: entraron a robar una televisión, varios cuadros y algo más, sin forzar la puerta de la entrada. Estaba segura ¡fue el cuñado! Cuando rento el departam ento, nunca me quedo con las llaves. El tipo quiso acusarme de presionarlo para irse. Se quedó cincuenta días más sin pagar y dejó m uchos desperfectos (tiré la cama, la base, la cabecera, el colchón, la cortina oscura, un futón, todo lo que hubiese podido c o n ta m in a r.). ¡Al fin! un buen día se marchó, pero antes de irse por completo, con esto de su auto robo, el tipo cambió una de las tres chapas. Después de salirse del departam ento y entrar nosotros, fue por un cerrajero para retirar su cerradura y colocar la mía ¡Le gané! la hice quitar primero. Cuando regresó con el trabajador, estábamos adentro: mi hija, su novio y yo, que en ese m om ento saltaba de felicidad. Lo único que decía era: ¡ s e f u e , s e f u e , s e f u e , s e l a r g ó ! Todo a voz en cuello; con esto que yo gritaba (y él escuchaba afuera), toca en la puerta el tipo tipejo, abro y le aviento su chapa en los pies.

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La muerte de Medel Miguel Ángel Leal Menchaca1 Para A na. “H e ensayado m uchas form as de olvidarte, ésta es la m ás recurrente, a u n q u e d u d o que sea la m ás efectiva”. H e n ry M iller

a m añana después de que m urió M edel, A da despertó sobresaltada. Acaso las pesadillas no la dejaron descansar;

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durm ió poco y de m anera m uy accidentada, pues constantem ente, después de u n sueño breve, abría los ojos y se daba cuenta de que ya no tenía ganas de dorm ir. Paradójicam ente estaba cansada, dem asiado cansada. Acosada por u n a serie de pensam ientos indescifrables, sólo daba vueltas en la cama, m iraba angustiada el reloj y se percataba de que los lapsos en que dorm ía no pasaban de treinta m inutos, m ientras que el insom nio le arrebataba casi una hora. Por encim a de su malestar, u n extraño presentim iento se adueñó de ella y la arrastró a esa vigilia que le pareció eterna. D espertó, y autom áticam ente, com o a diario lo hacía, se fue al baño y abrió la regadera m ientras se quitaba la pijam a. Sin em bargo, apenas sintió con la m ano el agua caliente, recordó que ese era su prim er día de vacaciones. Su pequeña Peel le gritaba desde la recám ara que a dónde pensaba ir. C erró la llave con coraje y se dirigió a la cam a enfundándose nuevam ente la ropa de dorm ir. -Te pasa algo ma? Preguntó la niña. -N o, nada, sólo que n o pude dorm ir, ¿qué h o ra es? -Son las seis y m edia ma, estás de vacaciones pero yo sí tengo que ir a la escuela. Peel se levantó no sin antes acariciar a su m adre y solicitarle infructuosam ente que ese día le perm itiera irse de pinta.

1 Profesor Investigador de la Preparatoria A grícola de la UAC h. Autor de libros como: Mujeres abordando taxi, D oce de cal, La hora m ágica, entre otros.

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D esayunarían juntas y después saldrían al parque, a pasear o visitarían a su abuela. A da fue inflexible, la niña había faltado m ucho debido al acoso de u n a enferm edad gastrointestinal m u y extraña a la cual no encontraban luz los m édicos. Sólo se habían pasado conjeturando, pero todos sus diagnósticos habían sido fallidos y la n iñ a seguía com o inquilina perm anente del hospital sin resultados positivos. Además ya cursaba el últim o año de prim aria. N o quería que tuviera problem as para entrar a la secundaria. Peel obedeció com o siem pre lo hacía y se dirigió al baño. Ada pensó que podía dorm itar unos m inutos más, se pondría unos pants y en huaraches llevaría a la n iñ a a la escuela, luego reanudaría su cita con la cama, quizás hasta el m ediodía en que pasara por Peel. N o fue así, el celular interrum pió su proyecto y a pesar de que lo dejó sonar varias veces, éste reincidía, por lo que A da pensó que podía ser urgente, tal vez su m adre se había puesto enferm a o tenían noticias de su otra pequeña, Sara que se había quedado con u n a tía. -Bueno, ¿qué pasa? E ra A driana, su com pañera inseparable en el restaurante donde trabajaba. -Ada, ¿no te desperté güey? Estoy m arque y m arque y no contestas. -N o m anches engendro, apenas nos separam os ayer y ya m e estás chingando ¿Es que no puedes vivir sin mí? ¿Ahora qué quieres? -En realidad no quiero m olestarte, pero ¿no te llam aron anoche? ¿No sabes lo que pasó? -¿Qué pasó con qué? N o te andes con rodeos, quiero dorm ir otro rato m ientras Peel sale del baño. D im e de u n a vez qué pasa. -Entonces ¿no sabes que m urió Medel? -N o m e hagas esas brom as tan tem prano y en ayunas güey, cóm o que se m urió M edel. Se m urió para m í, porque hace meses que lo m andé a la chingada. A ver, explícate. -Fíjate que le estuve llam ando porque necesitaba que me alivianara con u n a lana y fue su hija la que m e contestó, que ya no estaba, que ya n o iba a estar más, bueno que m urió ayer. -N o m am es hija, con eso no se juega. Tú siem pre le buscas la form a de brom ear para hacerte la chistosa. -Bueno si no lo crees, llámale m ana. Yo ya cum plí. Ai luego me avisas qué tan cierto es, porque la verdad a m í m e sacó de onda. A hora te dejo dorm ir, n o m e agradezcas la llam ada y disfruta tus vacaciones. C hao. Apenas colgó A driana, A da em pezó a m arcar frenéticam ente el n úm ero de M edel. Ella había dejado de llam arle semanas antes, porque él, sistem áticam ente se negaba a contestar. A hora los resultados eran los m ismos. Efectivam ente, después de u n a relación más o m enos aparatosa que duró casi dos años, habían perdido contacto. Los dos estaban tan violentados que decidieron tácitam ente poner distancia de por medio. Ya ni siquiera él frecuentaba el restaurante donde Ada trabajaba, y ella, aunque pensaba que aún se querían, se había cobijado, prim ero en su orgullo y luego en la diferencia de edades, para pensar que podía tener mejores prospectos, pues M edel le llevaba más de veinticinco años, y aunque era m uy bueno en m uchos aspectos, ella, que aún no

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pisaba los treinta, tenía ham bre de juventud. A nhelaba sentirse, si no adolescente, sí en la edad en que todavía el cuerpo te im pone lo que piensas; olores caricias, sabores, ese tiem po en que la carne constituye el único im perio que dom ina al ser hum ano. C odiciaba u n h om bre joven, pero desconfiaba, pues aunque tenía m uchos pretendientes, todos sólo querían cum plir la m isión de llevársela a la cama. Ya se había dado varios frentazos con com pañeros de trabajo y con algunos clientes. Su em barazo a los dieciséis había in terrum pido b rutalm ente la adolescencia y luego el otro a los veintitrés, al parecer la rem ató, lo lam entaba, pero no quería sentirse vieja. N o lo era, pero el par de años en que se trenzó con M edel lo parecía, porque con él, ella debería parecer más grande para que él no se sintiera tan mal. Salían los cuatro y él, que podía ser su padre y el abuelo de sus niñas, tom aba el estandarte de jefe de familia; la asediaba con abrazos y caricias de am ante y ella se ruborizaba, sentía que la gente pensaba que se andaba aprovechando de ese viejo. H asta Peel se disgustaba porque M edel -decía la niña- se pasaba de la raya con sus abrazos, buscándole la boca para besarlaen todo m om ento. A da se defendía pero sin m ucha convicción, sólo atinaba a argum entar que M edel era m uy bueno y que la apoyaba en todo. Pero n o es m i papá, ni tu esposo, ¿Por qué perm ites que te b e s e . ? Le im precaba Peel enfadada. C o m o eran discusiones sin sentido, que violentaban a la niña, A da las paraba brutalm ente y cam biaba el tema. Varias veces sonó el teléfono y no le contestaban. Siem pre la m andaban al buzón. Esperó a que Peel saliera del baño y se vistiera para darle la noticia. -Se te hizo hija. N o vas a ir a la escuela. Fíjate que M urió Medel. -N o inventes. Sí, m e habló La C uquis. Estoy tratando de contactarlo, pero m e m anda al buzón. D esayuna y m ientras, yo lo in ten to de nuevo. A la n iñ a se le rodaron las lágrimas. N o lo pudo evitar. Se puso a llorar desconsoladam ente, porque ella sí lo creyó a la prim era. Lloraba, tal vez de dolor, de im potencia o de rem ordim iento; ella había querido a M edel, pero de u n a form a que a él no le gustaba. M edel se había propuesto ser u n padre para ella y Peel se sentía hum illada. N o lo entendía pero en el fondo su m alestar recaía en que M edel era un viejo y estaba abusando de la necesidad de su m adre. Al principio le gustaba que saliera con ellas, las llevara a pasear y a comer, pero la ponía frenética que se tom ara libertades con su madre; le enervaba que la tratara com o si fuera su esposa, y a pesar que ella le había m anifestado su malestar, él hacía caso omiso. Sim plem ente term inaba cualquier discusión con u n a brom a o argum entando que ella era u n a n iñ a y que ya aprendería. Por eso quizás, en el m om ento en que recibió la noticia, u n a serie de sentim ientos encontrados le afloraron y sólo p u d o traducir su m alestar en llanto, u n llanto feroz, pero indefinible que sem bró una preocupación en Ada, pues le habían recom endado los doctores que no la som etiera e em ociones fuertes ya que, com o no habían acertado en su enferm edad, se refugiaron en la teoría sim plista de que todo el mal de Peel estaba en el cerebro, es decir, que era psicosom ático. A A da le preocupó este diagnóstico y si antes vivía en la zozobra, después del dictam en, pensó que toda la salud de la n iñ a pendía de u n hilo m uy

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delgado y para nada le llevaba la contra. Sin em bargo, en ese m om ento no pudo evitar la noticia, m áxim e que ella pensaba, y así se m anejó siempre, que M edel no era santo de la devoción de la niña: -Sí lo quiero m adre, y aprecio todo el apoyo que te da, pero no m e gusta que te trate com o su querida. C o m o Ada no pudo controlar el llanto de Peel, que en ese m om ento ya estaba en la histeria, sólo atinó a aplicarle toallas m ojadas en el rostro, pero la n iñ a no paraba de llorar. Se m anifestaba en interjecciones y en palabras y frases incom pletas. C u án ta im potencia, pensó Ada, pero sin una certeza. En ese m om ento sonó el celular; m ágicam ente Peel dejó de llorar y se puso a la expectativa. A da contestó la llam ada y escucho: -Soy Evelia, la hija de M edel M achado y tengo cinco llamadas tuyas. ¿Q ué deseas? -N ada, contestó perlada por la em oción. Sólo que m e in f o r m a r o n . -Te inform aron bien, m i padre m urió ayer y hoy lo incineram os a la u n a aproxim adam ente. Estam os en Gayoso Sullivan. -Te lo agradezco, contestó estúpidam ente. Ahí estaremos. H izo a un lado el uniform e de la escuela y vistió a Peel con u n a falda gris y u n a blusa blanca. Ella se bañó y se puso un pantalón negro. N o se m aquilló com o acostum braba. Luego que desayunaron, todavía con la n iña sollozando, salieron a buscar u n taxi, prim ero que las llevara a recoger a Sara. Luego ya pensarían com o llegar a la funeraria. N o cruzaron palabra, sólo se abrazaban y se frotaban com o queriendo consolarse m utuam ente. C uando llegaron a Sullivan, se sorprendieron de ver tan ta gente y de diferentes edades y clases sociales. E n efecto, M edel era conocido en diferentes m edios, pero les pareció un m u n d o de personas. N o pudieron evitar inhibirse, al parecer ellas no pertenecían a n in g ú n círculo: no al de los maestros, no al de los alum nos, n o al de los escritores, n o al de los com pañeros del béisbol, no a la familia. En u n m om ento, ya fastidiadas se preguntaron casi al borde de la indignación ¿Q ué carajos estam os haciendo aquí? ¿A quién le vamos a dar el pésame? Se vieron nuevam ente a la cara y sin decir palabra cam inaron hacia el ataúd. Fue entonces que pudieron contem plar el cuerpo inerte de M edel que había dado el últim o suspiro m uchas horas antes. M aquillado previam ente, lucía m enos viejo, pero paradójicam ente, más indefenso. Se lo im aginaron com o u n a escultura o un retrato de postal, de esos que ponen en los m useos para im presionar a los visitantes. A da pensó en que el dueño de ese cuerpo inerte no paraba de hablar, de hacer brom as o de aconsejarle, tam bién recordó, no sin cierta pena, que siem pre la vencía con su discurso. Sin em bargo, ahora estaba ahí y las únicas palabras que salieron del m uerto fueron las que pudo recordar Ada, no m uchas por cierto, pues la buena m em oria no era una virtu d que ella pudiera presumir. A diferencia de Ada que sólo derram ó dos lágrimas discretas, la n iñ a continuó el llanto que había in terrum pido cuando salieron de casa y todos los que las rodeaban se m iraron sorprendidos, pues nadie acertaba ante la interrogante de quiénes eran ellas, ni qué nexo tenían con M edel. Alguien, com o n u n ca falta en estas situaciones, esbozó un

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com entario suspicaz acerca de que era la otra fam ilia de Medel: ¡Qué guardadito se lo tenía el zurdo! C om entó uno de los com pañeros del béisbol. A da salió casi de inm ediato y cuando ya alcanzaba la p u erta la detuvo u n a m ujer com o de cuarenta años. -Soy V irna, la hija de M edel ¿Tú eres Ada? -Sí, pero ¿C óm o lo supo? -N o im porta, él m e encargo que te diera esto y no te incom odes, pueden quedarse el tiem po que quieran, ya se va a incinerar. A da tom ó el envoltorio y quiso guardarlo en su bolsa, pero no cupo. Sólo dio las gracias y com o quien lleva prisa se despidió de m ano. -Perdón, nos tenem os que ir. D ebo llevar a la n iñ a a la clínica. -Está bien. N o te preocupes, m i papá m e habló de ti. Al parecer sentía u n afecto especial por ustedes. Por eso te digo que no hay problem a, pueden quedarse, nadie las va a molestar. - Se lo agradezco y no sabe cóm o lo siento. Yo lo quería m ucho y mis h i j a s . N o term inó la frase porque un extraño llanto la interrum pió, sólo acertó a abrazar a V irna que la recibió con em oción. A hora ambas se daban cuenta de que com partían algo respecto al m uerto; sin que los celos las alcanzaran se despidieron con u n beso fraternal y Ada, ju n to con sus hijas abandonó el nosocom io y dejó a M edel ahí quietecito en su féretro. Finalm ente ellos ya se habían abandonado meses atrás, pero siem pre vivieron am bos con la esperanza de que las relaciones se reanudaran; sin em bargo, esta perspectiva chocaba con el orgullo de ambos. Ella se negaba a ceder y al parecer él tam bién. Los dos se sentían lastim ados por el otro y antes que la indulgencia estaba el reproche, por eso, cualquier in ten to de reconciliación resultaba infructuoso. Salieron rápido de la clínica y visitaron a la m adre de A da quien al verlas tan com pungidas lanzó la pregunta casi obligada sobre la razón de esa tristeza, y por qué no había ido Peel a la escuela, pues estaba acostum brada a verla con el uniform e. La niña relató brevem ente el suceso y la abuela, dirigiéndose ahora a A da sólo le dijo resignada: -N i m odo hija. Volviste a quedarte sola. -Siem pre lo he estado m adre. Incluso cuando vivía con Carlos, que se agarraba del chongo con Peel, yo m e sentía sola. Toda m i vida he sido u n a m ujer deshabitada. -B ueno -contestó sabiam ente la m adre-, pues entonces por qué esas caras largas. Lávense las m anos y vamos a comer. Yo m e voy a tom ar u n a copita y enseguida les sirvo. N o se habló más del tem a, com o si no tuvieran nada que decirse. Era evidente que A da y Peel sentían la ausencia de M edel de u n a m anera diferente y cada u n a se negaba a com partir su em oción con la otra. C uando llegaron a casa, apenas se abrió la puerta, Peel se esfumó con el pretexto de ver un program a de televisión y A da se dispuso a abrir el envoltorio que le entregara V irna. H izo a u n lado el dinero y desató un m azo de cartas, que se puso a leer frenéticam ente. E n ellas p udo ver cuánto la am aba M edel y los proyectos que individualm ente se hizo para perm anecer con ellas; proyectos que se cifraban más en las ilusiones de M edel, que en la propia realidad: la realidad es m uy cabrona -solía decirle ella- arrasa con todo. ¿Para qué hacer proyectos?

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La vitla impensable

M olino ffl>¿etras


D ebem os pensar m ejor en lo que cada día nos está ocurriendo. N uestra relación es de presente, no de futuro, pero él que tenía todo, m enos tiem po, se em peñaba en planear a largo plazo. Vio tam bién, en esas cartas, u n profundo resentim iento, pero no entendió hacia qué o hacia quiénes. Lam entaba reiteradam ente ser m ucho m ayor que ella y en eso apoyaba todo su desencanto de esa relación que al parecer había sido fallida, pues ante todos él pasaba siem pre com o una relación incóm oda. C uando term inó de leer las cartas, que no eran más de veinte, fue a la recám ara en donde sus hijas, aún vestidas, se habían quedado dorm idas. Las m ovió para acostarse, pues dorm ían las tres juntas y lloró. Ya no tenía nada que ofrendar a M edel más que sus lágrimas; un llanto viscoso que se negaba a resolverse en líquido y que más bien cristalizaba en m uchas interrogantes. C om o tem ió despertar a las niñas, se dirigió a la pequeña sala y se recostó en el sillón en donde esperaba que el sueño la venciera. La m uerte de M edel sin duda había sellado un m om ento en su existencia que ella n u n ca pudo decodificar. N o quería reconocerlo, pero se durm ió con la idea de que la vida le había arrancado unos años. Se sentía más vieja. M edel había tratado de estar con ellas y sistem áticam ente era rechazado. Alguien le había dicho: -M ira Ada, el am or entra por el corazón y sale por el cerebro; cuando entra por el cerebro, el corazón ni se entera, ni se da por aludido. Así que ya no le hagas al pendejo, tú n o quieres a ese hom bre y n o lo vas a querer sólo porque sea buena gente. Así que decídete, o te aguantas, o lo m andas a la chingada. Ese pinche viejo quiere rejuvenecer contigo, pero lo único que va a lograr es que cada día te sientas más vieja. Ella se defendía, aunque no ignoraba que aquellas palabras eran irrefutables: M edel m e ha ganado y quien quita y algún día em piezo a quererlo —se decía con poca convicción—pero era indudable que frente a él no sentía ese extraño cosquilleo en el cuerpo que sólo el am or es capaz de provocar. N u n ca quiso m anifestar esa pena por él, ni avergonzarse. Sim plem ente, com o él le había dicho reiteradam ente, “cuando nos despidam os para siem pre, debem os de ocuparnos en que nuestro orgullo debe quedar intacto”. Siem pre le pareció que el “para siem pre” era otro de los artilugios discursivos de M edel, que finalm ente él nunca la iba a abandonar del todo. A hora él ya no estaba y sólo tenía un mazo de cartas que daban testim onio de u n a pasión, pero que quedarían en el olvido tan p ro n to pasaran esos m om entos. A hora dos lágrimas cristalinas asom aron a sus mejillas y cayó rendida. E n sus sueños sólo se dibujaron el silencio y el abandono. C o n tin u ab a siendo u n a m ujer deshabitada.

C ulhuacán, 2015

/H olino @ ¿ etra s

La vichi impensable

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Sikarú: Bendito el pan que nos diste Maya Ome Tochtli1

Hace m ucho tiempo, cuando las civilizaciones instaladas a orillas del Tigris y Eufrates, iban construyendo su esplendor, tuvieron que pasar dos o tres importantísimos acontecimientos para lograr continuar su historia. Uno de ellos fue el establecimiento de la agricultura y el otro, poder crear pocesos gastrónomicos que hicieran posible la alimentación con base en cereales como el trigo, la cebada, el sorgo y el mijo. Ya que por sí mismas las semillas de estas plantas, son de una gran dureza que hace difícil que su consumo sea directo o sin ningún tratam iento para hacerlas comestibles. Habem os los de la teoría -n o aceptada del to d o - que afirma que la invención de la cerveza fue un error -brillante, eso sí- en medio de las primeras civilizaciones. Tradición que se menciona sin precisión del 4 000 al 10 000 a.C. pero dispersa, colectiva en casos, con variantes en la fermentación. Por tanto es probable que se descubriera simultáneamente en varios lugares de territorios medio orientales, europeos y africanos. La afirmación es por el proceso de las primeras cervezas donde los granos de trigo o sorgo se dejaban fermentar con agua -q u e tam bién pudo ser un descubrimiento en la naturaleza por filtraciones o lluvias en almacenes y graneros- que dieron como resultado la descomposición de granos dejando en su proceso biológico almidones, cambios en el sabor o color, acidez o dulzura y la expansión del volum en en los granos, lo que pudo haber sido clave para crear harinas de diferentes texturas y plantas. Fue ahí donde observaron que cuanto mayor la cantidad de harina daba como resultado el pan. Y cuanto más agua que harina daba como resultado la cerveza, nom brada Sikarú por los mesopotámicos.

1 Le gustan algunas canciones de Tex Tex y el pulque del hitch; le hubiera gustado ser un personaje de Poe. Sikarú: Bendito el p a n que nos diste


Respecto a su uso existen ¿Ale, stout o lagger? diferentes fuentes, casi todas mencionan los estados de embriaguez o relajación Es de lo prim ero que nos preguntan en que provocaban aquellas bebidas, la vida expendidos especializados de cerveza. En ritual por medio de dichos estados y la México nos hem os acostum brado a pe­ más interesante es respecto a su consumo dir la cerveza por clara, oscura o lagger. A como fuente de alimento en temporadas partir de esa definición una clara equivale duras y para las clases bajas. a una Pilsner, una oscura a una M ünich U na vez descubierta la o V iena y las lagers a satisfacción de la diferencia entre cerveza y pan en un dem anda mercantil. prim er m om ento, han hallado huellas H asta aquí vamos a clasificar de la elaboración de cerveza con trozos todas nuestras cervezas comerciales en y migas, que se consumía a manera de lagers, porque hay un proceso de baja fer­ una sopa. Desde M esopotamia hasta el m entación, es decir, de procesos acelera­ siglo xix se ha usado en circunstancias dos donde biológicam ente podría haber difíciles por invasiones, guerras o climas m ucho m ayor actividad generando un contaminados o agrestes, ya que el proceso sabor y m ejor consistencias . Y aunque de fermentación la puede convertir en un algunas marcas tienen por decir la oscura líquido menos peligroso que los cuerpos de la oscura que nuestro paladar la iden­ tifica por un sabor más fuerte y chocode agua contaminados, además de ser rica latoso; así tam bién la clara de la clara se en nutrim entos. distingue por tener sabores amargos C on el refinamiento de las y afrutados. Cabe de­ invenciones y aportaciones históricas y arqueológicas se valora la im portancia que cir que siguen el este invento tuvo en la vida occidental mism o proceso como base prim a de su alimentación, de las lagers y supervivencia y continuidad de tradiciones por tanto se de­ LAGER finen com o tal. gastronómicas que datan de colectividades AMERICANA No perm itir a través de la creación de alimento. M encionando que el vino, posterior al %% invento de la cerveza, goza de prestigio sagrado en la tradición cristiana, con lo cual algunos monjes de la edad media se especializan en cervezas como forma de Cervezas d e ferm en tación ¿ a ja ; consumo inferior. Más no así Griegos, peratu ras d e entre 6 y 10 ’ C¡ C9H2UÜ0: alatem le vad u ra term in a en el fond o EN1RE MÁS FRÍAS. MEJOR. Galos y Celtas, quienes crearon deidades del wnque M so 10di*j Estas cervezas suelen ser IDEALES PARATOMARSE rau d as, com o el alrededor de esta bebida. También la S O LA S . agua. noble cerveza fue el alimento de las clases trabajadoras de Inglaterra desde el siglo °»rk xvii. Strong LAGER N o extraña que las relaciones EUROPEA primigenias entre pan y cerveza actualmente se sigan viendo acompañadas ESPONTÁNEAS C ervezas q u e utilizan tiem po CO HS«:!llEIOPtS por formas similares de (añ os) y no levad u ras a ñ ad id as commi cdMPMUi (sin o s a lv a je s ) p ara ferm entarse consumo entre pizzas, Estas cervezas su elen k t UISÚIJIU. Y1UÍG0 c ap rich osas, com o la ch ica füDíülÉli d e humo. baguettes o tapas. Y que entre los ingredientes IAMBIC Como tí» vino m áJfcádo; se com partan levaduras, sin g&s, con íE?í*<*r í e c o ■ granos y esencias para y un carácter efe ido. GUEUZE conseguir los gustos según el la m b ía que. tras reposar paladar. ■en barricas, reciben una segunda

LAGER

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fermentación en botefta. Iambics congas. Sikarú: Bendito el p a n que nos diste


que se deje u na ferm entación más prolon­ gada consiste en tener que usar carbonatos para gasificar, saborizantes para fijar, colorantes y sustancias que se reflejarán en su capacidad para soportar el medio, ya que si algo tiene que tener una buena cerveza o fue su principio, es la resistencia al clim a y sus cambios, lo que aquí es el efecto contrario de una cerveza quem ada que incluso nos puede poner un rato a m editar si nuestros intestinos lo merecen. E n México hay m uchas ciu­ dades emblemáticas com o M onterrey, M érida, Tecate, Veracruz o Salina C ruz que han dado origen a una gran canti­ dad de marcas, pero que la introduccion al mercado nacional ocurrió de form a tan industrializada que lo m encionado anteriorm ente sobre su fabricación, la convirtió en un buen m ercado de venta, pero que actualm ente es cuestionada por

los nuevos modelos cerveceros de mayor calidad en la concentración de sabores, ingredientes y sus procesos. Ésa es la m edida de lo que se considera la m arca comercial y el nuevo auge de cerveceras a nivel m undial, que se apropian de esta tradición adicionán­ dole semillas, frutas, café, chocolate, hierbas aromáticas y hasta chiles o m o­ les en algunos casos. Si lo viéramos desde la aportación de la fusión entre las tra­ diciones gastronómicas y la riqueza que enuncia tener una diversidad tan am plia de fuentes de alim ento, pese a nuestros problemas ambientales y culturales, además de la alternativa económ ica que plantea, creo que podría verse una bebida alim enticia de m ayor calidad, de frente a las cantidades de sobrexcesiva azúcar que plantean las refresqueras y otras bebidas con edulcolorantes que increm entan los problemas de salud por todas partes del m undo. Para finalizar m enciono de esta ingeniosa bebida, que la clasificación S>d ? ■re r e aceptada para fines de autoproducción se basa en la cantidad de y & .iV ■^ lúpulo, m alta para dar sabor, si ferm enta con BELGAS calor o en frío, que PORTER definirá colores, y PALEALE algunas esencias aro­ •S-1 máticas; otras porque LAGER contienen granos adicio­ Bock ALEMANA nales o en su base el trigo o hartan la cebada que enunciará un cuerpo totalm ente dis­ %, tinto. Es ahí donde la m íiK-fiiís. Pi R A O M iL O H M i iS A M IA S . CervBM s de ferm ent a cidn a lta , tradición europea des­ a te m p e ia t Liras d e ■entre ift y 25 +Ct iioalespara ic o im flífi la levad irra flota en la su perficie dobla posibles formas unícomida. t u f 4 0 6 d k î , E-sias. c e r v e » ? su elen ser-densas, de seguir elaborando corno una picaAd esta m ultifacética be­ PILSNER ^leTTLS'<1d bida con el distintivo de *berreana cada lugar donde se elabora. 8o/>( **»ít STOUT Y que esta m ención grá­ fica es una de las pro­ ,r'ShS, puestas que plantean chefs y catadores que desarrollan sus pro­ ,V>acV pias marcas.

ALEMANAS

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O Sikarú: Bendito el p a n que nos diste


C E R V E

Las cervezas queretanas Andrés Zurita Zafra1

La cerveza artesanal se h a increm entando en los últim os 5 años en Q uerétaro, basta m eterse al buscador y aparecen artículos periodísticos y entrevistas con los productores de cerveza, así com o sus redes sociales. D e n tro de las marcas que llam an la atención son Toro, Hércules, Josefa y Tecolote, que están en un nivel m uy com petitivo. Se n o ta que hay inversión, prom oción y variedad de sabores. Su distribución es en algunos restaurantes, en la cervecera o po r pedidos telefónicos.

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1 Chapinguero. Vive en Querétaro.

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L as cervezas queretanas





La chicha: bebida que le da fuerza al cuerpo Alejandro Arturo Villa Vargas1

En esta era “Posm oderna” nos hem os em pezado a llenar de aquellas bebidas com o el pulque que casi se extingue, esa tradición otorgada por M ayahuel, o la nueva oleada del m ezcal, pero nosotros nos iremos más atrás en el tiem po en una bebida que en verdad está en peligro de extinción, un antecedente de la cerveza en Am érica; sí, en América tenían su versión de cerveza, una cerveza netam ente artesanal cerem oniosa, que unía al indígena con su raíz: la “chicha”, en cada región de América del centro y del sur se hacen distintas versiones de esta bebida. H ablarem os de la chicha m aya, que se elaboraba en la época precolom bina, utilizando la semilla más valiosa para los indígenas el “m aíz” el m ism o que form aba parte de su dieta diaria. E n el proceso de producción de esta bebida las mujeres dedicaban largas jornadas al día sólo para m oler los granos. El m odo tradicional de preparar esta bebida, la “chicha de m aíz”, consiste en tom ar una porción del grano quebrado y rem ojado para que una m ujer lo masticase aportando las amilasas de la saliva que iniciarían con un proceso análogo de malteo; sí, saliva.

1Estudiante de la carrera de Comunicación y Periodismo en la Facultad de Estudios Superiores Aragón L a chicha: bebida que le da fu e rz a al cuerpo

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C E R V E Z A A R T E S A N A L

Es todo un ritual realizar esta bebida, en peligro de extinción gracias a la existencia de la bebida llamada “posh” que trajeron los conquistadores para “atontar” las cabezas de los nativos americanos; además de masticar el grano de maíz, la chicha crea un vínculo entre el hom bre y la planta (el maíz), del que, según la concepción maya, fue hecho el hombre. Se dice que “Cada tercer día se le debe poner agua al maíz, pero en ayunas, porque el grano tiene espíritu y hay m ucha relación entre el del maíz y el de nosotros. Al decir que hay que ayunar es que primero se le debe dar atención a nuestro maíz y luego podemos tom ar algo nosotros, porque si no el grano se resiente” Ésta era una bebida m uy ligada a las fiestas y ceremonias tradicionales y los portadores de cargos tenían que conseguir barriles llenos de chicha para repartir entre los invitados.

Cabe mencionar que la chicha es una bebida ceremonial noble, una bebida que si embriagaba, pero sólo en ocasiones tan especiales como matrimonios, sepelios y celebraciones de victorias, jamás fue usada de manera rutinaria y habitual. Así que si eres de esos que anda con la m oda de las “cervezas artesanales” ¡qué bueno! En mi experiencia podría llamarles “cervezas caseras”, si buscas una cerveza artesanal, busca bebidas como la chicha, pero no sólo para beber y embrutecerse, sino como una conexión con sus antepasados, con la raíz del hombre, la com unión con uno mismo. Si buscamos un verdadero sentido y sabor de una cerveza artesanal, ¡vamos! conozcamos las bebidas que nos heredaron nuestros antepasados y vivamos la experiencia de unirnos con la madre tierra, unirnos con la raíz del ser, el maíz. ^ ^

L a chicha: bebida que le da fu e rz a a l cuerpo

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Acercamiento a la cerveza artesanal Moisés Zurita1

La historia de la cerveza es larga y va de la m ano con el vino, se dice que en la antigüedad se hizo cerveza de miel de abeja, por ejemplo. Si el vino sube, el consumo de cerveza aumenta, si el sueldo baja, el consumo de cerveza aumenta, si hace calor, también; sólo si hace frío entonces sí se antoja un mezcal. En el m undo medieval, la infinidad de enfermedades fueron el detonante de la diversidad de bebidas alcohólicas de moderación, ya que se volvieron un sustituto del agua. En una época en que no se podía garantizar la calidad del agua, cuando las enfermedades estaban a la orden del día, si se podía dism inuir el riesgo de una bebida contaminada, era la regla. La cerveza, el vino y el pulque son bebidas que deben estar libres de patógenos y en general lo están. El siglo xx fue el imperio de la cerveza en nuestro país, dejando muy de lado al pulque, prim era bebida a principios de siglo. En los años recientes se mueve el espectro de consumo de estas bebidas, el pulque ha tenido notable crecimiento reciente, pero desde mediados de siglo el tequila se sobrepuso y en el últim o cuarto de siglo el mezcal hizo lo propio. La cerveza artesanal tiene su auge en estos años.

Una oscura, que no le dé la luz Así como el mejor alimento es el que se cultiva cerca de tu com unidad y por manos campesinas o artesanas, la mejor cerveza tam bién es artesanal, lo bueno cuesta, claro.

1Profesor de la Preparatoria Agrícola de la UACh, cronista y editor; actualmente director de Difusión Cultural y Servicio de la misma Universidad. Acercamiento a la cerveza artesanal


C E R V E

M ientras menos distancia recorra la cerveza es mejor, lo mismo que los alimentos, son de mejor calidad y menos caros. Debe cuidarse que no les dé la luz, ésta es una de las razones de la mejor calidad de la cerveza de barril, aunque no sólo la luz las afecta, tam bién la temperatura, pues es sabido que no deben enfriarse, calentarse y volver al frío porque su sabor cambia. Se recomienda pues que se consuma la cerveza local, si es artesanal con mayor razón, no sólo es la calidad lo que se aprecia, tam bién la economía local se fortalece.

¿Me da la prueba? N o es com ún que se dé la prueba de la cerveza, aunque en nuestro país uno puede tener la prueba de tequila, mezcal y pulque en los establecimientos locales. Nuestro aprendizaje va de la mano de la experiencia, recomiendo probar lo que se pueda en la m edida de lo posible. Los conocedores distinguen entre las cerveza ale y lager, denominación que alude a su fermentación, alta o baja, tam bién hay fermentación mixta y otras denom inada fermentación espontánea. Ya saben que para los gustos no hay indicador, pero recomiendo probar siempre la cerveza por su color: de la clara a la oscura, pasando por las diversas tonalidades posibles y disponibles como tostada, ámbar, roja y lo que haya. C om o deben saber una de las características de la cerveza es que es amarga, el lúpulo es el responsable y se usa para contrarrestar el sabor dulce de la fermentación. D eben saber que nuestra boca sólo distingue entre amargo, dulce, ácido y salado, por ello es indispensable que den paso a su olfato, como en todos los alimentos que disfrutamos por sus aromas y no por su sabor, de ahí que la cerveza debe tomarse en vaso de boca amplia.

¿A granel o envasada? Aunque la calidad se puede perder en cualquier medio recomiendo directo del

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Acercamiento a la cerveza artesanal

barril, en estos lares es com ún el tarro o la copa, desde luego que son tarros grandes y copas bola, diseñadas más para un coctel de camarón que para cerveza, porque las copas para cerveza son variadas y estilizadas, o vasos largos con base pequeña. Las cantinas decentes tienen tarros medianos, ideales para el prim er trago de amargo sabor, para poder decir “échame otra” o cambiar, si hay, primero clara y luego oscura. Los grados de alcohol son tan diferentes como los sabores, la cerveza comercial tiene menos de 5 grados, pero la artesanal debe ser revisada, hay de 6, de 8, 10 o 14 grados. Así pues, a cada pedido copa o vaso nuevo.

La cerveza artesanal debe ser puesta En el argot cantinero se le dice “puesto” al trago que llega a la mesa con botellas cerradas, al menos las de refresco, así que la cerveza artesanal debe ser puesta, cada servicio debe llegar la botella cerrada y el vaso, tarro o copa limpio, seco y frío. Algunas cervezas se dan vuelo con sus etiquetas, no sólo diseñadores, escritores o músicos pueden participar en su elaboración, uno se da gusto también leyendo e im aginando el origen. Es recomendable que pidas una opinión del vendedor, generalmente avezado en el tema, hay algunos amargos para profesionales, que el paladar más estándar rechaza a la primera. Se recomienda pues, que de acuerdo a los gustos se vaya pidiendo desde lo más ligero a lo amargo, que en algunos casos lo es verdaderamente, no como la vida real; debemos recordar que para algunas cosas hay profesionales y no todos los productos son para el bebedor social.

Algunos ejemplos N o debes prescindir de tu espíritu aventurero, la cerveza artesanal no siempre tiene etiqueta o bien esta etiqueta puede ser tam bién impresa de forma artesanal. Una vez, en uno de los pocos


viajes que he hecho fuera del valle de México, me encontraba con Aura en Bilbao, después de un recorrido entramos a una taberna com ún -y a habíamos visitado la Herriko taberna de D eu sto - en la calle de prim kalea, tom ando una cerveza en la barra nos percatamos que llegó un joven con una caja de cervezas, el camarero nos comentó que era una cerveza local y que el productor era el mismo que la debía llevar a su taberna, compramos una, efectivamente, sin etiqueta; cualquiera podría dudar, pero hasta hoy no tengo duda de una cerveza que se destapa a la vista. Entre algunas cervezas que he probado -d o n d e llego siempre pido cerveza local o del país- y que sigo disfrutando están: la Minerva -la prefiero oscura aunque también acepto roja- de esta gama están otras marcas Cucapá, Baja, Rámuri, Jack y Tempus; todas ellas con presentaciones m uy variadas, colores y tonalidades, algunas con café, otra con m enta y, desde luego, chocolate. Otras cervezas dignas de mencionar son La foca parlante, Carlitos, Tierra blanca, Hidalgo, Házmela rusa, Lágrimas negras, Calavera. La Texcoco Mystic Ales hace la Bathory y la Psicosis, otras más que deben estar a prueba del paladar. N o olvides preguntar el precio, la cerveza artesanal no sólo puede tener un precio elevado en los antros nais, pueden ir desde 40 hasta 80 pesos o más por botella. En Texcoco puedes darte una vuelta por “La Infame bar”, en la diagonal de Abasolo, desde donde escribo estas líneas. Aclaro que no todas las cervezas que he mencionado las puedes encontrar ahí, otro tanto puede verse en The beer Company, ubicada en Silverio Pérez.

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C E R V E Z A A R T E S A



ANGELUS

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am po bello Andrés Zurita Zafra1

Todos Santos es un lugar entre Cabo San Lucas y La Paz, Baja California Sur, famoso por el Hotel California que inspiró a ^ e Eagles. Cam iné por sus calles y m e m etí a una Book store, era pequeña, atendida por una m ujer gringa de avanzada edad. Había una sección de libros en español. Vi el libro y estiré la mano, Nellie Campobello. O bra reunida, contenía Cartucho, un libro de pasta dura que había querido conseguir desde hacía tiempo, editado por el Fondo de Cultura Económica. Pregunté el precio, me dijo forty five pesos, incrédulo le pagué con un billete de cincuenta pesos con el dibujo de Morelos y me regresó una m oneada de cinco pesos. Le expliqué en m i limitado inglés que estaba contento de encontrar ese libro. Nellie nació en 1900 en Villa Ocam po, Durango en la frontera con C hihuahua. Fue bailarina, maestra de ballet, directora de la Escuela Nacional de Danza y coreógrafa. Cartucho es un obra que habla de la Revolución Mexicana, de lo que vivió siendo niña y lo que le platicaba su m am á con admiración por Pancho Villa

y sus hombres, con los que muchas veces convivió, y se entristeció con su muerte, “Cuando se supo de la m uerte de Antonio Silva, m am á lloró por él, dijo que se había acabado un hom bre”. Por las páginas de Cartucho desfilan personajes que tienen vida, H ay hazañas, fusilamientos, aventura. Luego como fantasmas se van. Ella lo dice mejor, “En la noche su canto sigue testereando sobre las puertas, ellos se barajan en la sombra para dejarse ver con la luna; sus cuerpos se alargan, yo creo que quieren parecer fantasmas de cuentos para niños miedosos”. Y cuenta los sucesos terribles de la guerra, “Más de trescientos hombres fusilados en los mismos mom entos, dentro de un cuartel, es m ucho m uy impresionante, decían las gentes, pero nuestros ojos infantiles lo encontraron bastante natural”. “A un m uchachito de ocho años, vestido de soldado, Roberto Rendón, le tocó m orir en el patio, estaba tirado sobre su lado izquierdo, abiertos los brazos, su cara de perfil sobre la tierra, sus piernas flexionadas parecían estar dando un paso: el prim er paso de hom bre que dio”.

Algunos fragmentos de los relatos

1 Agrónomo chapinguero. Vive en Querétaro.

Los heridos de Pancho Villa. “Yo sentía un orgullo m uy dentro porque m am á había

¿I olino @ ¿etras

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salvado a aquellos hombres. Cuando los veía tom ar agua que yo les llevaba, me sentía feliz de poder ser útil en algo”. Las águilas verdes. “Lo fusilaron una tarde fría, de esas en que los pobres recuerdan su desamparo. Le cayó m uy bien la cobija de balas que lo durm ió para siempre sobre su sarape gris de águilas verdes”. En W l milagro de julio. “Los enemigos eran los primos, los hermanos y amigos. Unos gritaban que viviera un general, y otros decía que viviera el contrario, por eso eran enemigos y se mataban”. Los dos Pablos. “¿Por qué lo mataron? Aseguran que se disgustó con el general Villa, que se m anoteó con él y que Pablo insultó al general, se hicieron de palabras y, en la discusión sacaron las pistolas, la más rápida como hasta entonces -d e otro m odo no hubiera sido el jefe-, fue la del general Villa”. En El General Rueda, platica que un general carrancista entró a su casa y le decía a la m am á de Nellie “¿Diga que no es de la confianza de Villa? ¿Diga que no? Aquí hay armas. Si no nos las da junto con el dinero y el parque, le quemo la casa. ... Todos nos daban empujones, nos pisaban, el hom bre de bigotes güeros quería pegarle a mamá, entonces dijo”: ‘Destripen todo, busquen donde sea’. Picaban todo con las ballonetas, echaron a mis hermanitos hasta donde estaba m am á pero él no nos dejó acercar a mamá. Me rebelé y me puse junto a ella, pero él me dio un empellón y me caí. M am á no lloraba, dijo que no le tocaran a sus h i j o s . . ” “. Me pasé pensando en ser hombre, tener mi pistola y pegarle cien tiros”. “ Hoy lo fusilaron. Cuando vi su retrato en la prim era plana de los periódicos capitalinos, yo le m andé una sonrisa de niña a los soldados que tuvieron en sus manos mi pistola de cien tiros .” De M artín López escribe, “El general Villa lo lloró más que a nadie. Lo quería como a un hijo. Desde la edad de doce años, en 1911, M artín López era su asistente . Llegó a ser su segundo y su hijo.

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Nadie con más derecho puede llamarse hijo del general Villa. M artín era el vivo retrato del general Villa, hacia las cosas tan exactas que nunca fallaba, cumplía las órdenes como si fuera el mismo Villa. H abía bebido hasta el últim o pensamiento del general y casi podíamos ver que adivinaba lo que el general Villa quería”. En el últim o relato habla de una batalla que ganaron Pancho Villa y M artín López a los carrancistas. “M am á decía que aquel triunfo había sido festejado por todo el pueblo del Parral, y que una m añana que había nevado atravesaban la calle unos bultos oscuros, desgarrados, arrastrando un rifle, y algunos m ontando un caballo que ya no caminaba; no eran seres humanos, eran bultos envueltos en mugre, tierra, pólvora; verdaderos fantasmas”. “. .Los ojos de m am á tenían una luz m uy bonita, yo creo que estaba contenta. Las gentes de nuestro pueblo les habían ganado a los salvajes. Volverían a oírse las pezuñas de los c a b a l l o s . . ” Cartucho se publicó en 1931, con el subtitulo Relatos de la lucha en el norte de México.

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Pr ó l o g o

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Es c r i b i r p a r a leer y n o m o r ir e n el i n t e n t o

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A n t o l o g ía de texto s a n t ia b u r r im ie n t o para a d o l e s c e n t e s c ib e r n a u t a s y t r a s n o c h a d o s *

Arturo Trejo Villajuerte*

UNO.

Esta antología conm ueve, inquieta, m otiva. Es una com unión que no es frecuente. D esde distintos ám bitos y circunstancias, un grupo de creadores que tiene com o eje central y com ún al In stitu to de Educación M edia Superior ( i e m s ) del DF, se reúnen para celebrar a

* Ed. a m e i c a h (Academia M exicana para la Educación e Investigación en Ciencias, Artes y Hum anidades, AC), México, 2015. 104 pp. Col. Los D ebutantes. ** Egresado de la FCPys de la u n a m y autor de más de 50 libros entre ensayo, cuento, novela, traducción, crónica y poemas. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), A rbol afuera (poemas, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013), A m a r es perder la p ie l (relatos, 2013), Lámpara sin luz (novela, Fondo E ditorial M exiquense, México, 2013. 267 pp.), A rbol afuera (poemas, antología, Cofradía de Coyotes, México, 2013), Abrevadero de Dinosaurios (antología de m inicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, M éxico, 2014. 110 pp.) y Cartas marcadas (antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 112 pp). Profesor Investigador de la Universidad A utónom a C hapingo y m iem bro del i i s e h m e r de la m ism a institución.

la palabra, a la literatura. N o es gratuito el epígrafe del peruano-español M ario Vargas Llosa que la acom paña: es casi com o una declaración de principios. A la m anera de M ax W eber con respecto a la política, podem os decirlo de la literatura: hay quienes viven de la literatura y quienes viven para la literatura. Y aquí están m uchos que celebran la literatura y viven para ella, com o lectores y creadores. Al respecto y con ese sentido m e llam a la atención u n párrafo de ¿Hay que quemar a Sade?, volum en de Sim one de Beauvoir quien señala que el M arqués de Sade “{...} A partir de 1782, va a pedir únicam ente a la literatura lo que la vida no le concede: la excitación, el desafío, la sinceridad y todos los goces de la im aginación”.1 Y creo que aquí sucede eso m ism o, los aquí reunidos lo piden y lo logran. En este volum en se herm anan, 1 Simone de Beauvoir, ¿Hay que quem ar a Sade? Ed. A M achado, Colección M ínim o Tránsito, E spaña, 2002. 102 pp.

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a través de las letras, u n p uñ ado de docentes, alum nos y ex-alum nos del i e m s del DF, donde se puede apreciar una sim biosis interesante y esperanzadora: la literatura que nos proponen, en prosa y verso, apunta en m últiples direcciones, gradaciones, temas y eso nos perm ite reconocer una vasta riqueza en su más variada expresión. Este tom o es una mezcla interesante e im portante, porque no es fácil lograr la conjunción en la diversidad. Al presentar sus trabajos de creación literaria nos dem uestran que, si bien no es nada fácil hacer literatura en u n m u n d o regido por las pantallas, —la de la televisión, sobre todo, la de la com putadora personal, la de la lap top, la de la tablet, la del celular, etc.—, en un m u n d o cuadrado, sí es posible cam biar el sentido de las cosas y “no m orir en el in ten to ”, eso rom pe con la idea de que estam os inm ersos en u n universo plano y sum am ente cuadrado. A quí y ahora, con estos trabajos de creación literaria, en prosa y verso, se dem uestra lo contrario: aún hay personas, sujetos, estudiantes, maestros, que pese a tener todo en contra, son capaces de escapar de la prisión que representan los cuadrados y rectángulos que producen ideas cuadradas y m anifestaciones rectangulares, obtusas; en estos textos aquí reunidos, en m ayor o m enor m edida, nos enseñan lo redondo de la vida, la singularidad de los actos y hechos hum anos que se hacen a través de la literatura, que en un m om ento dado puede volverse trascendente. La división de docentes, alum nos y ex-alum nos es una ficción: n o es tal, sino una un ión de visiones sobre u n hecho m uy concreto: el trabajo literario y que éste le diga algo a los demás, al hipotético lector, quien tendrá la últim a palabra para calificar estos textos y valorarlos. La función social de la literatura y de los textos aquí reunidos es lograr una plena com unicación, y los niveles que cada autor logra son, precisam ente, por el m odo en que se ha acercado al hecho

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literario, algunos más certeros que otros, pero todos com o parte de u n esfuerzo colectivo. Las obras literarias trascendentes maestras o n o - tam bién em pezaron desde pequeñas y su función es despertar a través del lenguaje figurado llam ado literatura y a través de los géneros (relato, cuento, poem a, etcétera), la in q u ietu d del lector que en m uchos casos es posible que luego se vuelva autor, en un juego dialéctico y lúdico siem pre lleno de vitalidad que pretende com partir experiencias, perm itir la reflexión, el discernim iento y el conocim iento. Los autores aquí reunidos -lectores por p rin cip io -, tuvieron la necesidad de expresarse y decir lo que sienten, piensan, necesitan. Se despertó en ellos esa ansia de la escritura, el síndrom e del decir, que im plica siem pre un esfuerzo y u n a decisión que, en m uchos casos, form ará una vocación: la de querer ser escritor. A quí se reúnen los dos grandes m otores de la literatura: la evocación y la invocación. La prim era está hecha de recuerdos, historias, el pasado dom ina y es claro que hay u n a reflexión sobre los sucedidos y la transform ación de los m ism os al pasar al papel. La segunda la form an los deseos, el querer ser, los im pulsos, los cuales hacen que el hom bre trabaje y cam bie su realidad presente por algo que bien puede ser llam ado lo utópico o “La U topía”. Los hechos narrados o las situaciones versificadas presentadas en este volum en, se van por estos dos senderos que m enciona S igm und Freud en uno de sus libros, vertientes que van al estudio de los com plejos a través de la tragedia y la com edia, y que le ayudaron m ucho al vienés para explicar su teoría sicoanalítica satisfactoriam ente.

D O S. Podem os hablar de que aquí hay una reunión heterogénea de creadores, aunque los resultados son desiguales pero m e negaré a usar la palabras “bueno”,

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“m alo” o “regular”. Sencillam ente se da la norm al desproporción entre los textos de prosa y verso. Los prim eros apuntan hacia la razón y los segundo a la em oción, según dijera Perogrullo, pero lo que debe de quedar claro es que es u n esfuerzo co n tu n d en te por hacer oír las voces distintas y diversas que provienen de un lugar com ún: el i e m s . Esta reunión de autores, que por facilidad y por sentido com ún se le llama “antología”, sobre salen los textos de narrati­ va -o jo , dije que sobresalen, no que son me­ jores-, debido a que en este género hay más elementos para explorar: personajes, tramas, atmósferas. M ientras que en el verso, en el poema, se privilegia por sobre todas las cosas el sentim iento y éste no siempre sale bien librado a la hora de describirlo y escribirlo.

TRES. E n cuanto a la prosa, los autores aquí reunidos saben crear am bientes, atmósferas, sensaciones, y sólo citaré algunos sin dem érito de los otros, porque en esos textos hay elem entos m u y ricos en cuanto a la historia. Por ejemplo, en el relato “El hom bre de cristal” de M auricio Higareda de la Fuente, donde hay algo “raro”, “extraño” en la mente del sujeto que no quiere hablar y que de pronto comienza a hacerlo. El prim er silencio es una forma de comunicarnos algo, es una comunicación fina. Eso produce una tensión dramática en el texto desde el inicio y culmina cuando el personaje explica y argumenta el por qué de sus actos. Y luego viene de nuevo el silencio, que implica una decisión personal que afecta a los demás que lo interrogan y entonces el sujeto vuelve a hablar para decir sólo lo que tiene qué decir: si el cristal se rompe ya no se puede pegar, aunque ahora exista el silicón, pero ya no es lo mismo. Es un relato eficaz y contundente en el sentido de que nos mantiene en la lectura y queremos saber qué más, entonces, a partir de esa breve historia, el lector le dará su contexto. Igual sucede con “V itrina” de Jaim e M agdaleno, donde la im aginación del personaje principal vuela hacia y por

una actriz del cine mexicano. Se parte de una situación idílica donde la película que ve, film ada en la calles por donde transita, lo lleva a pensar que la estrella de la película podría aparecer, de repente, por ahí. El personaje está en u n a realidad y cree que puede acceder a la otra realidad, la de la ficción, la del cine, pero a la vez él se da cuenta de lo que es y surge el desencanto, el cual es uno de los grandes temas de la literatura universal y se encuentra presente en este texto breve, preciso y contundente. “La lección” de Rocío Osorno Hernández es un relato intenso y con un fi­ nal inesperado. Al viejo tem a del maestro(a) enamorado(a) del alumno(a) o viceversa, le saca un provecho elevado que se dispara con ese final que no se espera, además de plant­ ear ese contraste trem endo que siempre ll­ evaba a don Renato Leduc a esta reflexión: “Si la juventud supiera y la vejez pudiera, el m undo sería perfecto”. Aquí la maestra aplica un criterio de calidad, cuando le hace ver a la alum na que, pese a todo, ella es “la maestra” y que más sabe por vieja que por diablo. E n “C arta desde el futuro” de Jorge A braham Sánchez Guevara, un texto de C iencia Ficción, hay u n alegato futurista, alarm ista pero cierto, donde nos señala lo que ya sabemos: estamos acabando con todo. Y aquí trata de conm over nuestra conciencia para que tom em os las m edidas pertinente y actuem os en consecuencia. “Carpe Diem ” de Jesús Yael Ortega Aguilar es un texto en donde, aparente­ mente, no pasa nada pero hay una tensión y una reflexión implícita sobre lo que hacemos en el m undo y con nuestras vidas. Bien nar­ rado, fluido, nada le sobra ni nada le falta, el personaje es taciturno y por ello verosímil, creíble, hum ano, porque muchas veces así nos portam os y nos hemos encontrado en la vida: solos, vacíos y desempleados

CUATRO. En parte de los versos, nuestros autores de pronto logran y nos dan frases m uy afortunadas como “Te huelen mis ojos” de Raúl Pérez Ríos; o hay los arrebatos líricos y rococó de “Épocas de un Barroco

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Formaldehido” de Isabel Sánchez Tamayo -d o n d e a fuerza de palabras y lenguaje nos hace ver una composición pura, de creación pura-; Beatriz Oropeza Villalobos juega con la am bigüedad en “M i tierra, mi am ante”, apelando a los sentidos, a las emociones, donde en esa am bigüedad hay toda una carga discursiva sencilla y expresiva; mientras que Jair Vega Herrera en “Am or de lluvia” logra poemas sencillos y claros, donde está más presente el sentimiento que el lenguaje figurado; Jonathan Zavala Peralta en sus poemas resalta a la naturaleza que tam bién somos nosotros y es él, logra versos afortunados como “el pájaro es su canto” y forma un texto sencillo y ameno, entre otros tantos más.

CINCO. Tenem os que acotar que hay, existe, u na total desproporción entre los textos en prosa y los versos, pero esta situación aquí presente, antes que creer que es para mal, pensaría que señala y habla m ucho de la riqueza expresiva de nuestros autores. Este esbozo de prólogo pretende sólo hacer notar ciertos detalles sobre

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los textos que aquí se reúnen y siento, y recalco, que aquí hay u n grupo de autores que pretenden hacer literatura que “N o es filosofía, política ni religión institucionalizada”, según pregona H aro ld B loom ,2 y que creo que asum en la m ism a actitud del autor del “C an o n ” de occidente: “Para m í la literatura no es sólo la m ejor parte de la vida; es en sí m ism a la form a de la vida, y ésta no tiene ninguna otra forma”.3 Esta reunión nos perm ite saber que la lectura y la escritura son parte de un proceso correspondido, donde no hay u n principio ni u n fin: el que lee tenderá a escribir, el que escribe sabe leer y com prende que escribir y leer es un placer inenarrable que luego no cabe en las palabras. Es bueno considerar que aquí están las m uestras de esas experiencias y éstas son buenas y palpables. Bienvenidos a esta aventura literaria.

2 En A natom ía de la influencia. L a literatura como m odo de vida (Ed. Taurus, México, 2011. 218 pp.) 3 Ibidem

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Resolver nuestros m is t e r io s Ileana Cervera1

Los seres hum anos em prendem os la vida a m anera de expedición. En el camino siem pre buscam os esos m om entos que nos ayuden a llevar a cabo nuestros p ro ­ yectos; lidiam os con el dolor com o parte de u n entrenam iento y cam inam os po r la vida, la m ayoría de las veces m irando h a­ cia atrás aunque sea penoso. La búsqueda de la “sexta felicidad”, a la que alude con sabiduría la cultura china, no es más que afrontar y entender que es “la que cada uno busca”. A quí radica la belleza del poem a­ rio de G ildardo M ontoya C astro, palabras expuestas de una vida desierta y blanca, sutil y en ocasiones angustiada. C ada uno de sus poem as nos perm ite conocer un instante de la vida del autor para así escuchar la voz que grita desde su inte­ rior. N uestro corazón, generalm ente se da a la tarea de interrogarnos, sum ergiéndo­ nos en una búsqueda constante de nues­ tras historias para así poder resolver nues­ tros misterios. C uando esos enigmas des­ cubiertos se posan frente a nuestros ojos y nuestra historia adquiere un sentido y com prendem os el efecto de la expresión. Es p o r ello que el poeta de Texcoco ha reu­ nido una obra de arte poética engarzando

tristezas, ilusiones y deseos que develan los m otivos de todas aquellas decisiones que luego se convirtieron en m om entos oscuros o llenos de luz. Tener en nuestras m anos Ebria ilusión del aire1 nos perm ite gozar de una im aginaria catarsis em borrachándonos de charlas, de duelos de palabras, de historias de cielo, de nubes, de mar, de pueblo, de horizontes, de costum bres, com o la dulce e infatigable agonía que profesa nuestro origen.

1 Licenciada en Letras y Fotógrafa. Distrito Federal, México. 2 Libro de Gildardo Montoya Castro que en estos días verá la luz, editado por la UACh.

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A lb er t M e m m i , un ro stro a n tic o lo n ia lista Jorge Iván Garduño1

En la época reciente, somos testigos del derrocamiento de dictadores en el norte de África y M edio Oriente, revueltas sociales que han servido como “inspiración” para que pueblos m uy similares se levanten en contra de gobiernos dictatoriales en naciones árabes diversas como son Egipto, Marruecos, Argelia, Libia, Bahréin o Túnez, país donde iniciaron, el 17 de diciembre de 2010, una serie de protestas que culminaron con la dimisión del ex presidente Zine elAbidine Ben Alí, y con ello el detonante de la llamada revolución del jazm ín. Los cambios trascendentales que sufre la geopolítica mundial, son muestra fehaciente de la inestabilidad social a la que estamos sometidos, en la que sólo es necesaria la chispa adecuada que encienda el descontento social, para dar paso al surgimiento de un líder nacional o regional que m uy difícilmente se abstendrá de cometer los mismos errores y ejercer el poder de forma similar a las que hoy originan las revueltas. 1 Fotógrafo, escritor y periodista mexicano jorgeivangg@ hotmail. com

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Debem os recordar que la opresión es antes que nada el odio del opresor contra el oprim ido, y un sistema colonial fabrica colonialistas de la m ism a m anera que fabrica colonizadores, m uy probablem ente com o en el caso de los actores de la revolución del ja zm ín , donde un pueblo colonizado buscó asum ir las responsabilidades colectivas para decidir su destino com o pueblo, accediendo a la construcción de una nación incluyente, donde el peso de la tradición barrial y el activismo sindical, form aron un frente que articuló la protesta civil y “pacífica” contra un régim en autoritario y corrupto que ya no garantizaba la estabilidad ni la viabilidad de los sistemas políticos, pero con el riesgo de que en ellos resucite la naturaleza h u m ana que hoy quieren destruir. En este marco histórico temporal, años atrás surgieron diversas voces de combate consideradas subversivas, quienes han escrito textos que denuncian la explotación económica y los excesos de los gobiernos monárquicos, siguiendo la

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tradición anticolonialista por su pasado de sometimiento europeo, resultando en una literatura de ruptura total. En este pensamiento converge la obra de Albert M em m i, un literato e intelectual que nació en el Protectorado francés de Túnez en 1920, dentro de una com unidad judía. Él utiliza la lengua francesa como instrum ento de su quehacer profesional, pero con la incuestionable convicción de que sus letras no se arrojen al compromiso político totalizador que permea y ciega al Tercer M undo; pugnando por una conciencia socio-cultural que perm ita que los pueblos menos desarrollados gocen de los beneficios de la civilización europea. La im portancia de su obra radica hoy día, en que ha descrito o anunciado a m anera de premonición que dichos pueblos -árabes o judíos- deben romper el círculo infernal del colonialismo por medio de la rebelión, que según M em m i sería esencialmente “una negativa de todo

lo colonial”; asimismo, nos advierte que el oprim ido también puede ser opresor, pues si la colonización destruye al colonizado, pudre al colonizador. Como novelista, el autor tunecino nos cuenta su amarga juventud en La estatua de sal (1953), texto que le sirvió para orientar su existencia judía dentro de un m undo ára­ be, y toparse con la imposibilidad de una vida hum ana consumada en el África del N or­ te posterior a la segunda mitad del siglo xx, dando pie a lo que sería su segunda obra, Agar (1955); en ambas, M emmi describe la que­ mante tierra africana a través de su mirada, dejándonos sentir, por medio de la nuestra, el fuego abrazador de su magistral pluma. Albert Memmi, autor de una obra sobria y claramente apasionada, donde su tranquila objetividad es sinónimo del sufrimiento y cólera ya superados, por lo que sus relatos parecen proyectarse al presente inmediato y no al pasado traslúcido del que surgieron.

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el som brerero loco Sergio Pravaz1 A M ig u e l A ngel Guereña

Guereña fue hijo de un fabricante de som­ breros que lo soñó Q uím ico Industrial; por fortuna desoyó el m andato paterno y se de­ dicó a pintar cuadros durante más de cin­ cuenta años. C om o docente formó a varias de las generaciones de los pintores que hay en C hubut. Nació en La Plata en 1931 y en el 53 se fue a vivir al barrio latino de París, a tres cuadras de La Sorbonne. En el 72 re­ caló en México donde tom ó contacto con los próceres del muralismo. Llegó a Esquel a comienzos de 1960 y desde allí contribu­ yó al desarrollo del arte pictórico en nuestra provincia. Ejerció con intensidad el perio­ dismo en diversos diarios y revistas, sobre todo la crónica. H a publicado dos libros y como el sombrerero loco de Lewis Carroll, laboró con obstinación porque siempre dijo que el arte sin trabajo sostenido se desvane­ ce rápidamente. Sucede que el título de esta cróni­ ca es uno de los fundamentos del tem pera­ m ento de Guereña; talentoso y desmedido, generoso, vital, atropellador, buen amigo, dueño de una ironía tan fina como lace­ rante y maestro de varias generaciones. Fue el pintor que le sacó lustre a la paleta hasta dejarla con la lengua por el piso; y ni que de­ 1 E scritor y periodista argentino.

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cirte cuando encaraba la tela; se le endurecía el rostro al pobre trapo estirado cuando el pincel como un cuchillo le entraba desde la mano que sabe, dejándose llevar por ese co­ razón que antes ha dialogado con la mente que le dice cómo actuar frente al paño. El señor de la paleta lo hubiese designado el maestro Quinquela, de haberlo conocido. El tipo te podía gustar o no, pero es así; tenía una cualidad deslumbrante para disparar nuevas actitudes sobre el arte, to­ das formativas y de esas que se acumulan en la mochila de la experiencia. Calzó siempre un bigotazo despeinado como musgo de río que se lanzaba al arte y le metía los brazos hasta el hom bro para agarrar la memoria que siempre daba vueltas a su alrededor. ¿Lo tenés? Bueno, ese que cuando daba clases se plantaba frente a los imberbes como un oficial prusiano y los sacudía con severidad, los llevaba y los traía y les enseñaba de tal manera que salían redondos y coloreados de su taller. Bueno, es ese que tom ó tanto café a medio metro de Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir en París; el que estu­ vo en el portal de Pablo Picasso y cuando iba a tocar el timbre dijo -ma’ si, no entro nada- se pegó la media vuelta y se fue por sus pasos rum iando su destino. Es el mismo que se metió adentro de los murales mexi­

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canos y habló con todos los caudillos bravos de la brocha revolucionaria. Q ue te voy a contar; aunque Guereña haya decidido m o­ rirse para subir a unas alturas que vaya uno a saber dónde quedan, viva está su historia, sus pinturas, sus libros, su mal carácter, su talento natural para el lienzo o para formar nuevos navegantes del pincel. U n día, hace muchos años, lo fui a ver porque estaba por sacar mi prim er libro de poesías y quería que me dibujara algo para la tapa y para el interior. M e dijo que sí, que le interesaba, que bueno, que qué sé yo y qué sé cuánto, y al cabo de ocho días me lla­ mó y me entregó la tapa y siete ilustraciones. Desde su trazo espléndido y tan singular me dijo -mirá pibe, aquí tenés- y afuera caía la noche sobre Playa Unión, yo estiré la cabeza y me pareció que las estrellas brillaban más. ¿Que más te puedo decir que no se conozca? ¿Que se le debe un homenaje? no tengas dudas y seguramente llegarán con el tiempo. ¿Un desagravio por el mural que por dos veces no llegó al frontispicio de la Legis­

latura vaya uno a saber por cuál mezquina y pequeña decisión de burócratas? Seguro que sí. Y lo mismo sucede con la meseta y su costilla, con el mar desatado, con la cor­ dillera y su omóplato, con el hom bre y su apresto patagónico y con todo aquello que su carbonilla soñó en su trabajo de traer para nosotros todo aquello que lo habitó en vida. Ese es el Guereña; un pintor de obra poderosa que deja un legado y que en más de una ocasión soñó con donar toda su obra, es decir su extraordinario capital sim­ bólico, a la provincia del C hubut. Un tipo que seguramente echaría diablos por las ore­ jas si leyera esta crónica porque, aunque su vanidad era tan descomunal como su talen­ to, conocía aquello de Carlos Fonseca Ama­ dor, cuando dijo en los tiempos del sandinismo temprano: “Hay que criticar mirando a los ojos y alabar por la espalda”. Así sea amigo y buen viaje. Miguel Ángel Guereña, pintor argentino falleció el 29 de diciembre de 2015, a los 84 años de edad.

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olino de Novedades Editoriales Arturo Trejo Villafuerte* L a conjura d e l crim en. Los gángsters de Chicago: e l rojo cam ino desde la veda alcohólica hasta A l Capone (Ed. Círculo Latino, España, 2005. 302 pp. Estudio prelim inar de Jorge A. M adrazo Adesso) libro del periodista Walter Noble Burns (Lebanon, Kentucky, 1872-1932), es sencillamente un gran volumen que sería la parte periodística, histórica y docum ental que se correspondería con E l padrino, la novela de Mario Puzo, llevada luego al cine magistralmente por el director y productor Francis Ford Coppola. A partir de “La Ley Seca” o “Prohibición” de la venta y consum o de bebidas alcohólicas en Estados Unidos (entre 1920 y 1933), la ciudad de Chicago, una de las tres más grandes de esa nación, se volvió la sede central del hampa. Y eso es lo que encontram os en este volumen, el cual está profundam ente docum entado y con datos de prim era mano. Noble nos hace recordar las enseñanza del querido maestro M áximo * Profesor investigador de la Universidad Autónom a Chapingo y miembro del i i s e h m e r de la misma institución. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) E l tren de la ausencia (cuentos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Arbol afuera (poemas, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013. 124 pp.), Am ar esperder la piel (Ed. M olino de Letras-UAch, México, 2013. 194 pp.), Lámpara sin luz (novela, Fondo Editorial Mexiquense, México, 2013. 267 pp.), Arbol afuera (poemas, antología, Cofradía de Coyotes, México, 2013. 108 pp), Abrevadero de Dinosaurios (antología de minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp.) y Cartas marcadas (Antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 112 pp).

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SOBREMESA

Simpson en su m ateria en la Fcpys de la u n a m : “La Historia como Reportaje” y “El Reportaje como Historia”, donde se nos recalcaba de cómo el individuo incide en la historia y cómo la historia incide en el individuo: “Así como nadie ve crecer la hierba, así nadie ve pasar la historia”, según el decir del poeta ruso Boris Pasternak. Los italianos, y en particular los sicilianos, que llegaban a Estados Unidos, como muchos migrantes, con una m ano atrás y otra adelante, a fuerza de cohesionarse, m antener sus costumbres y tradiciones, lograron sostenerse y hacer sólidos sus ámbitos, m uchos de los cuales iban aparejados con la delincuencia y aquí vienen m ucho vericuetos de ese tipo de actos y sus principales protagonistas, donde sobresale por méritos propios - y crim inales- Alphonse “Al” Capone y, claro la “Cosa Nostra”, “La mano negra” y otros grupos delictivos que proliferaron en la ciudad de los vientos, Chicago, y que dejaron honda huella en los habitantes de esas latitudes. Tuve la fortuna de encontrar este libro, nuevo, en un tiradero de la Feria del Libro de Chapingo y en tan sólo $ 100.00. Una auténtica ganga por un libro de suyo m uy interesante, disfrutable y con m uchísima inform ación sobre el tema. Por desgracia no viene el nom bre del traductor, pero está espléndidamente hecho su trabajo y sin los latosos españolismos que, finalmente, son regionalismos. treinta millones no pueden más que 300 millones o más de hablantes del español latinoamericano.

Como en una jugada de tres bandas me llegó E l libro salvaje (Ed. f c e , México, 2008. 238 pp.) de Juan Villoro: una alum na no le entendía, creyó que era un libro de cuentos, cuando en realidad se trata de una novela, y casi casi me lo dejó a cambio de otro libro - n o mencionaré ni autor ni título, ya que es secreto de cubículo y éste es sagrado, como lo que se dice en las cantinas o en el confesionario-. El libro atrapa desde el principio porque plantea un problema m uy actual: una familia desintegrándose y los dos hijos del m atrim onio -Ju an y Carm en, nombres que coinciden con los del autor del libro y de su hermana, la poeta, quien vive en Guadalajara, Jal. - , tienen qué ser acomodados en alguna parte. La herm ana queda al cuidado de una amiga de la madre y el niño Juan va a la casa de un tío, al que no ve m uy seguido y que no

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es de su agrado al cien por ciento; sin embargo su tío Tito, posee una enorme biblioteca donde suceden cosas mágicas y maravillosas, entre otras que hay un libro que no se deja leer por cualquiera, sino por alguien que de verdad sea un lector hecho y derecho, en pocas palabras: el libro elige a su lector y no al revés, como suele suceder com únm ente. Y en ese sumirse en la biblioteca pasan cosas raras y m uy interesantes: que un libro que yo leo no sea el mismo para otra persona, ni en la tram a ni en los personajes. M uy divertido y estimulante este volum en de Juan Villoro, quien por cierto no es uno de los santos de mi devoción, aunque con la lectura de este libro he sentido de nuevo la llamada a su capillita.

Coincide con los personajes y parte de la historia la novela Persona n o rm a l (Ed. Planeta, México, 2011. 196 pp. $ 118.00) de Benito Taibo, donde Sebastián, es un adolescente de doce años, que tras la m uerte de sus padres en un accidente, queda bajo la tutela de su tío Paco, quien adm inistrará la fortuna de su herencia y cuidará de él hasta que alcance la mayoría de edad. Atrás de todo están tam bién los libros, la biblioteca del tío, el descubrimiento de ciertos libros y el inicio de un am or adolescente con la jovencita encargada de una farmacia y, claro, lo que hacen los buenos libros en las personas: los transform an, no los hacen personas normales en el sentido estricto del térm ino. Pero este libro tam bién es un hom enaje a autores y libros, al final del volum en viene una larga lista de ellos y una explicación al respecto del por qué Sebastián escoge estos libros y no otros. Benito Taibo señaló en una entrevista (La Jornada, 10/12/2015, pág. 6a) que la lectura es uno de los goces más baratos y más gratificantes, en muchos sentidos, El libro tiene tantas lecturas como lectores, por tanto, no homogeniza sino al contrario. N o hay nada más peligroso, desde mi punto de vista, que un lector, y por eso no quieren que leamos. Las sociedades patriarcales, verticales, poco democráticas, no quieren tener lectores porque un lector se convierte en un ser libre”. Coincido con la aseveración de mi amigo Taibo y estoy seguro que estos dos libros les va a gustar a los jóvenes lectores y a los no tan jóvenes también.

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Hay una diferencia apabullante y desproporcionada entre dos volúmenes que ya hemos com entado aquí, los cuales señalan detalles sobre el divino M arqués de Sade que ahora volvemos a leer: Octavio Paz, Un más allá erótico: Sade (Ed. Vuelta-Heliópolis, México, 1993. 84 pp.) y Simone de Beauvoir, ¿Hay que quemar a Sade? (Ed. A. M achado Libros, España, 2002. 102 pp. Introducción y traducción de Francisco Sampedro). El de Paz al lado de la escritora francesa parece un alegato de un chavo de prepa, mientras que el segundo es un libro de ideas que no se puede leer en media hora, sino en horas, días, semanas, meses. Y descubrimos en el a un Sade filosófico, que está preocupado por la libertad individual, por el hom bre mismo, ya que “nada de lo hum ano” le es ajeno, como dijera años después Karl Marx.

Acabo de leer dos excelentes libros de Leonardo Padura -u n o de nuestros escritores cubanos favoritos-: La novela de m i vida (novela, Tusquest Editores, México, 2015. 346 pp. Primera Edición en Andanzas México), donde recrea la vida del poeta y revolucionario cubano José M aría Heredia, y Aquello estaba deseando ocurrir (Relatos, Tusquest, España, 2015), quien por cierto durante la entrega del Premio Princesa de Asturias en Letras -q u é envidia-, se sentó junto al director y cineasta Francis Ford C oppola y agradeció a “sus tres patrias: Cuba, el idioma español y el trabajo” el pasado 23 de octubre del 2015. En el prim ero se recrea la vida de José M aría Heredia, el maestro y escritor cubano que pasó m ucho tiem po en nuestro país, dando clases, publicando libros de poemas y de historia universal -y o tengo uno de 1831: Lecciones de Historia Universal, publicado en Toluca y con una dedicatoria m uy interesante: “A la interesante juventud mexicana, afectuosamente dedica estas lecciones, el autor”- , donde además se narra la historia de una investigación que está realizando un cubano exiliado y que tiene un gran rencor hacia sus compañeros de generación, porque piensa que uno de ellos lo delató y lo envío a la cárcel y luego al exilio. Sin ninguna duda una historia se suyo interesante. Y la otra obra son relatos donde vienen todas las obsesiones de nuestro autor, incluso algunos personajes que aparecen en algunas de sus novelas. Siempre es un placer leerlo y E l seminarista

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de Rubem Fonseca (Ediciones Cal y Arena, México, 2010. 170 pp. Traducción de Rodolfo M ata y Regina Crespo), nos lo refrenda, no es la excepción. Un sujeto que estudió en un seminario se vuelve un ejecutor, un sicario, que a cambio de una buena paga m ata a quien sea, menos a niños y mujeres, aunque ha habido sus excepciones. Novela vertiginosa que se tiene qué leer de un jalón y que no deja nada para después, ya que está narrada en prim era persona y en presente.

Otra novela que también es muy interesante es Hielo negro (Océano Exprés, México, 2015. 312 pp. Primera edición: 2011. $ 165.00) de Bernardo Fernández b e f , el cual me fue recom endado am pliam ente por mi librero de confianza M anuel Partida de “La Pequeña Lulú“; aunque luego leí unas declaraciones del autor sobre la legalización de la mariguana que, sencillamente, me parecieron m uy deplorables y que, sin embargo, no quitaron ni un ápice de mi interés por su novela, la cual forma parte de una zaga donde vuelven a aparecer la hija de un narco, Lizzy Zubiaga, y una agente judicial, Andrea Mijangos, ambas coinciden en otra novela: Tiempo de alacranes. N o hay desperdicio en ésta, la cual se piensa como una Road Movies de aventuras y la recomiendo ampliamente, ya que no todo el espectro de la novela negra, policiaca y anexas la llena mi querido amigo Elmer Mendoza. E l f i n de ¡a esperanza es una novela de Rafael Bernal (1915-1972), la cual se regaló el pasado 12 de noviembre, cuando se celebra el Día Nacional del Libro y se conm em ora el nacim iento de Sor Juana Inés de la Cruz. Llama la atención que no se mencione en el prólogo ni en la bibliografía del autor una novela que, desde mi punto de vista, es tan buena como E l complot mongol y que lleva el título de Su nombre era muerte. Ya comentaremos más de este libro obsequiado por la Asociación Nacional del Libro, AC.

Se quedan sobre nuestra mesa de trabajo una gran cantidad de libros mágicos y maravillosos, entre los que destacan: La Brisa en la Rama (Haihús, poemas, cuentos, ensayos y recensiones) (Edición de autor, México, 2015. 220 pp. $ 100.00) de Raym undo Pablo Tenorio, volumen

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con el cual el autor celebra su XL aniversario de actividades académicas; Permutaciones del poeta y estudioso V íctor Toledo, libro de poemas que se presentó en el C entro Cultural Xavier V illaurrutia de la C olonia Condesa; Teoría y didáctica del género terror de Jaime Ricardo Reyes (Cooperativa Editorial del Magisterio, Colombia, 2007. 206 pp.); Trópicos II. Tu cuerpo como un río (poesía amorosa) de Eduardo Cerecedo; Crítica No. 166, la “Revista C ultural de la Universidad A utónom a de Puebla”; Ángeles (Ed. Gernika, México, 2011. 158 pp.) de Aura Shyler; Los 43. Antología Literaria (Ediciones de Los Bastardos de la Uva, México, 2015. 190 pp.) de Eusebio Rubalcaba y Jorge A rturo Borja -com piladores- y Ricardo Lugo Viñas -e d ito r-; Don quijote ¿muere cuerdo? y otras cuestiones cervantinas de M argit Frenk; Los hijos de Yocasta; La huella de la madre de Christiane Oliver; El viaje que nunca termina. La narrativa de Malcolm Lowry de la canadiense Sherrill E. Grace, todos publicados por el f c e ; la novela Número cero de U m berto Eco; el denso e interesante libro de Jorge Aguilar Mora: Sueños de la razón. 1 7 9 9 y 1800. Umbrales del siglo X X (Ed. Era, México, 2015. 264 pp.) y tres libros infantiles: Olivia la chillonona. Poemas y cuentos para niñas, debido a la plum a de quien esto escribe, Un gato enigmático de José A ntonio Zam brano y Las palabras perdidas de Rolando Rosas, G eorgina Florencia López, Ulises y Cedrel, ambos de apellido Rosas López, los tres títulos son de los más recientes de la Cofradía de Coyotes, m uy bien diseñados y con unos dibujos m uy padres debidos a Jesús M artínez, “El Chuzzo”.

Y por cierto desde estas páginas, reitero mi apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas y a los trabajadores de M exicana de Aviación, porque les asiste la razón, repudio las políticas antipopulares, rapaces y mezquinas del Estado Mexicano: ¡No a la nueva ley laboral, ¡no a la Reforma Educativa y Energética!, ¡la Patria no se vende!, ¡no a la privatización de la energía eléctrica y del petróleo!, ¡ya basta de gasolinazos! Igual sigue mi protesta por la desaparición de los 43 estudiantes desaparecidos de la Norm al de Ayotzinapa, Gro.: “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” y no a la represión institucional contra los maestros.

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