Molino 95-96

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Revista de Literatura y Humanidades Año 17 No. 95-96 mayo -junio /ju lio -agosto de 2016 $35.00

ISSN 2007-5650

ILU STRA CION ES: Talia Romo Xochitlotzin NARRATIVA: Las ratas siempre term inan en e l hoyo —Lucero Ivonne Peña Jiménez / E l vestido rojo —Valeria Ramírez del Ángel / Flor de tu n a (novela por entregas) —Raúl O rrantia Bustos, y otros. ENSAYO: La materialización de fantasías o el trabajo fosforescente de Edgar Escobedo Q uijano —Arturo Trejo Villafuerte i Am erican N oir: Sonrisas desde la Am érica inhóspita —Moisés Elias Fuentes, y otros.

POESIA: Gildardo Montoya Castro, Adán Echeverría, Miguel Angel Flores Rodríguez y otros.


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6 al 16 octubre

Presentaciones ■Conferencias ' 'Talleres ■Conciertos ■Actividades infantiles ■Teatro

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editorial d ir e c t o r io

A salto de mata

Director fundador

El único fin de la creación es la m uerte. Nuestro

Moisés Zurita Zafra Dirección Juan Jorge Díaz Rivera

único

destino

infalible

o que aquellos que nos co no ciero n nos olviden.

Edición Patricia Castillejos

M olino

Consejo Editorial Ignacio Trejo Fuentes Eusebio Ruvalcaba Rolando Rosas G alicia Estrella del Valle Isolda Dosamantes M inerva A guilar Temoltzin José Francisco Conde Ortega Arturo Trejo Villafuerte M iguel Á ngel Leal M enchaca M arcial Fernández Marco Antonio A naya Pérez Fabiola G arcía Hernández Refugio Bautista Zane Álvaro González Pérez Alberto Chimal Gildardo M ontoya Castro Pablo Ortiz del Toro Corresponsales M ónica Palacios Pedro Cabrera José Luis H errera A rciniega Raúl O rrantia Bustos Raúl de León Eduardo Villegas Will Rodríguez A drián Mendieta Moctezuma Sam antha M artínez Maya

de Letras

nació

m oribunda,

m ordida por la serpiente de la apatía, de esos tiem p o s en que no se espera nada porque en verdad no hay nada. Es co m o el

barquito de

papel que

dejam os a la deriva, co m o el globo que dejam os ir para que llegue al cielo pero lo único que hace es co n tam in ar el océano. Som os

un

recuerdo.

Una

barricada

que resiste, que co m o Lázaro se levanta de la m uerte, que co m o

Vlad “el Em palador"

espera ese sorbo de sangre para regresar de ultratum ba. Éste

es

volverem os

un al

núm ero cam ino

o cuádruple. La única

doble,

pero

uno

triple

con

prom esa es que

volverem os. Hay

m olino

para

m orir

iguales

el siglo pasado o que no nacim os. Que alguien nos despierta con su recuerdo. Que alguien lanza un conjuro y aq uí estam os.

Diseño Gráfico Juan Jorge Díaz Rivera José Luis Delgado M endoza Álvaro Luna Castillejos Fotografía Juan David Sánchez Espejel Jorge Enrique Ibarra Sánchez Captura A m aranta Luna C. Publicidad Tel. (01 595) 9556977 Cel. 5519546810

Portada: Bicicleta Fotografía: M areli M arcof Composición: Á lvaro L una Castillejos

--

*•*»*• - l«Hh— » J I '--■ «iA vIlM ailtoa

liF O N C A

y

despertar; para darnos cuenta que nacim os

Información David Zuriaga Jiménez

4A C O N A C U L T A

es

perecer, acaso de un pasón, una sobredosis

USnUCXMEi U«iR—»Xoctok,


su m a rio Poesía

TALON DE AQUILES

Fotos: ©Jorge Ibarra

Gildardo Montoya Castro Adán Echeverría Jaime Pita Chávez Miguel Ángel Flores Rodríguez Las Garlopas - Selección de Eusebio Ruvalcaba Aguamarina —Cuento de Claudia Yenisey 10

La vida impensable

Narrativa

La Lolita de mis ojos y otras pequeñas historias —Andrés Zurita Zafra 12 Flor de Tuna ^Novela por entregas^ —Raúl Orrantia Bustos 16 Las ratas siempre terminan en el hoyo —Lucero Ivonne Peña Jiménez 27 Cazafantasmas —Ramón Gutiérrez Villavicencio 29 El vestido rojo —Valeria Ramírez del Ángel 30 ¡Qué tiempos aquéllos! —Alejandro Ordóñez 33

Talia Romo Xochitlotzin 34 carbonera Apúntenme al corazón —Miguel Ángel Leal Menchaca 39 El Aluxe —Eduardo Martínez Ramírez 44

BICICLETA / AGUA La bicicleta en Pekín —Isolda Dosamantes 49 Fábrica 798 —Isolda Dosamantes 51 Eterno retorno / Espejo es el agua —Gildardo Montoya Castro 55 Junio / Noviembre —Alejandro Reyes Juárez 58 Llueve —Álex Sanciprián 59 Ensayo

Prólogo a La materialización de fantasías o el trabajo fosforescente de Edgar Escobedo Quijano —Arturo Trejo Villafuerte 61 Sjón, una puerta de entrada a la literatura islandesa —Jorge Iván Garduño 66 Una ventana al mundo —Lourdes Raymundo Sabino 68 El amor en tiempo de escrutinio —Sergio Pravaz 71 American Noir: Sonrisas desde la América inhóspita —Moisés Elías Fuentes 73

SOBREMESA

Recomendaciones/Reseñas

Molino de Novedades Editoriales —Arturo Trejo Villafuerte 79

M o l i n o d e L e t r a s , A ño 17, N o. 95-96, m ayo-junio, julio-agosto 2016, es u n a publicación bimestral editada por Fortunato Moisés Z urita Zafra. Calle M iguel Negrete 336 L. 15 C. 40, Fraccionamiento Xolache, Texcoco, Estado de México, C.P. 56110, Tel. 5519546810, zurit9@ hotm ail.com . Editor responsable: Fortunato Moisés Z u rita Zafra. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo N o. 04-2011­ 062209030200-102, ISSN : 2007-5650, ambos otorgados p o r el Instituto Nacional del Derecho de A utor, licitud de título: 4769, licitud de contenido: 147, otorgado p o r la C om isión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Imprensel, S.A. de C.V. Av. C atarroja N o. 44 3 Int. 9, Col. M aría E sther Z uno de Echeverría,Iztapalapa, D.F., México C.P. 09860 Tel. 58661835. Este núm ero se term inó de im prim ir el 15 de agosto de 2016 con u n tiraje de 3 000 ejemplares. Las opiniones expresadas p or los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Se autoriza la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación si se cita la fuente. molino_de_letras@yahoo.com.mx; zurit9@ hotm ail.com ; zurita@correo.chapingo.mx; contacto@molinodeletras.org

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@MolinodeLetras


TALÓN DE AOUILES

El hombre del perro amarillo A falta de flores ¿ C u á n to s p erro s h ab ré e n c o n tra d o m u e rto s, e x p u ls a d o s en el s u e ñ o del c a m in o ? A falta d e flo res, o fre n d o un saxo fó n en d e s c o n c ie rto , el q u e fui y so y: m i e b rio lad rid o tim o ra to . Yo te p re g u n to , co lib rí, ilu sió n del aire: ¿se e s c u c h a to d a v ía el latid o d e m is paso s?

Majestades Voy, d iv a g o q u e re n c ia s, en la p e d re g o sa e scritu ra del c a m in o , c u a n d o b ro tan , al fre n te , d ib u ja n un a b a n ic o c o m p a c to , o c h o p erro s am arillo s... Sin p e n sa rlo , te m e ro so , d o n tru c u le n to , ap u ra , p ro p ag a , tu rb u le n to , nota roja, h o rrib le c a rn ic e ría ; o c h o so le m n e s , am a rillas, c a n in a s, m a je sta d e s, c ru za n , v ia ja n , d u e ñ a s del paisaje. T o d o s los d ías T o d o s los d ías el h o m b re del perro am a rillo c a m in a a m i lado, v ie n e en co n tra rio , pero tran sita c o n m ig o . Nos ata el m ism o p e rc u d id o lazo, sol v ie jo en la m irad a d e p o co s am ig o s. No te d e sp ie rta , c a b ró n d e m arca, ni las p u lg as salta n , lace ra n , casi a ú lla n . Perro am a rillo .

Gildardo Montoya Castro1

1Poeta y periodista. Trabaja en la Universidad Autónoma Chapingo y radica en Texcoco.

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Despacito se me seca la garganta Mírame sangrando la nariz la gusanera se ha abierto entre los ojos Me estoy desgarrando las heridas me estoy divirtiendo con la muerte y tú terrorífica diosa del aire equidistante luna calamárida tú anquilosada siempre sobre mis costras me has bebido la nostalgia de los ojos Toda tú guarida eterna déjame secar la magia de mi brazo que no me han querido recibir entre los montes ni detrás de las pirámides del canto tus gemidos que caen silenciosos largos y constantes y luego tú terrorista de mis voluntades tú equidistante luna de mareas y dobleces te sitúas siempre entre mis vértebras a estallar para dentro las caricias No me pude levantar de mi dolencia de mi parduzca noche de sentirte centinela espera espera espera la vida nos regala frituras descarnadas al sentirte: tus senos columpiándose en mis manos tus muslos serenándome la lengua He sido el maldito pordiosero de tu carne el desvariado equinoccio que busca alumbrarte las pestañas No me cautives diosa No me lastimes relámpago toda tú serás amanecer cuerpo y boca en esquirlas de vidrio resguardando la cicuta fría fría la saliva cae entre mis labios ciñéndome tu nombre hasta cubrirlo todo el mundo y las poluciones de mi alma

Adán Echeverría1 1 E scritor y poeta yucateco. Este texto pertenece al poem ario E l ojo gármico.

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Malicia de tu ausencia Buscando entre libros y palabras inmortales, trato de explicarme el motivo de tu ausencia, el porqué de mis desdichas. Exijo tu cuerpo entre mis sábanas, tu rostro frente a mis ojos, tus manos sobre mi piel. El temor de ser un mortal sin gloria, sin hazaña, sin honor es recurrente. Voces con malicia me gritan por las noches, mujer de temporal busca ya. Que a fin de cuentas las flores no sobreviven al otoño. Gracias amigos míos, pero prefiero esperar su regreso Respirar su aroma y sentir su piel. A pesar de la distancia, dejarás la Patagonia darás una pausa al helado de fresa y regresarás a esta tierra de caña y maíz. Ojos negros, no tardes que el invierno está cerca y no quiero morir de frio.

Jaime Pita Chávez1

1Es psicólogo egresado del Centro Superior de Estudios Superiores de Morelos y ahora estudia la licenciatura de Ciencias de la Comunicación en Periodismo en la u n a m . Actualmente es promotor cultural infantil en el Centro Cultural Mexiquense Bicentenario en Texcoco.

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Vivir por ti y no poder tocarte... Tenía q u e ser así p u e s no po día ser d e otra m a n e ra ; só lo s o m o s d o s lín e as p arale las q u e a v a n za n ju n ta s en la d ire c c ió n m ism a sin to c a rse ni u nirse sin m irarse y sin sentir. v a m o s así, hacia el m ism o h o rizo n te pero d ife re n te, y sin e m b a rg o , d isfru to tu e xiste n c ia , se ha c o n v e rtid o en una n e c e sid a d ; p or ti respiro, p or ti v iv o las e m o c io n e s y ca n to , y río, p ie n so ig u al, v iv o igual e igu al sie n to ; y sin e m b a rg o a c e p to q u e rieles d e una vía no se ju n ta n ja m á s

M ig u e l Á n g e l Flo res R o d ríg u e z 1.

1Profesor que radica en H uatusco, Ver.

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las garlopas

* a p a r t a d o de l o s in é d ito s

Selección y palabras introductorias de E u s e b i o

R u v a lc a b a

C u en to de C lau d ia Yenisey Quién no lo sabe: Vivimos en una realidad atroz. En forma inexorable, el país se cae en pedazos. Y sin embargo, la literatura navega a contracorriente. Sobre todo cuando sale del alma y va al alma misma. Como acontece con este cuento de Claudia Yenisey. Joven narradora mexicana. También poeta, devota de la palabra escrita, vierte en sus historias su amor por la vida. Cuentos como el que se presenta a continuación, redimen al lector. Le imprimen fuerzas y vigor.

Aguamarina sta playa es también un bosque donde parece que por error se hubiera colado el mar. Árboles de monte por palmeras, y un sol de invierno que no termina de nacer por completo. En la ribera, el viento es como una lija que va limando las mejillas, y la temperatura del agua en Valdivia, entre más anochece, vuelve más lenta la sangre, pero la sal escuece las heridas. Estaba ya por amanecer cuando los encontraron. A Vidal lo vieron desde lejos en la playa. Para él no hubo otro modo de pasar la noche que de rodillas frente al altar que había improvisado volteando su lancha sobre la arena, adornada con una cruz hecha de caracoles. De verdad no hubo otro modo. Las plegarias fueron el único bálsamo para apaciguar su angustia, para rendirse en alguien más que no fuera él mismo, para buscar siquiera la promesa del perdón, y que las horas pasaran sin dejar caer toda su gravedad encima de un solo hombre. A veces no queda más que ungir el cuerpo con lágrimas y guardar el aceite sacro para los marchitos. Martina, Martina, hija... no dejó de repetir entre oraciones y balbuceos desordenados de quien aún sigue embebido en alcohol, pero sobre todo en la tristeza más profunda. Al amanecer, finos rayos de sol relumbraron sobre el agua y sobre los cristales de la arena que seguían incrustados en las suelas rotas de los zapatos de Vidal. Él permanecía hincado, y su cabeza descansaba sobre la barca donde había puesto el cuerpecito de la niña. Los cabellos de ambos,

E

* Sombrío burdel de Veracruz.

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LAS GARLOPAS /HoHnolfft¿etras


ondulados y húmedos todavía, se tocaban entre sí, como si estuvieran queriendo entrelazarse en espirales negras a las que no se les veía fin ni principio. Unas horas antes, los dos habían estado solos en la playa después de la pesca fallida. Vidal no tenía ganas de regresar temprano a casa, y Martina, para matar el aburrimiento, comenzó a juntar piedras blancas con las que hizo un camino, desde donde se encontraba su papá, hasta la mera orilla, donde la arena palpaba el agua. N o me voy a perder, papá, este es el camino que tienes que seguir para encontrarme. Vidal estaba ensimismado, afilando su cuchillo de pesca y, sin prestarle mucha atención, asintió con la cabeza, pero no volteó a verla. Se descuidó sólo un momento, o eso creyó él: quería olvidarse de todo, y cerró los ojos. Se perdió entre sorbos de mezcal que le aliviaban la culpa de no haber pescado nada, y la angustia de no tener tampoco nada que llevarle a su mujer para la cena. Pero el tiempo, relativo, transcurrió distinto para Martina, quien jugaba a ser sirena y se adentró en el agua, y se alejó mucho más allá de donde su papá le permitía, donde la línea de tierra marina empezaba a desdibujarse, a volverse lejana. Y se dejó llevar entre la cadencia de las olas que la fueron envolviendo, de a poco, en un inmenso vestido de holanes y encajes de espuma salina... Las desgracias casi siempre llegan precedidas de un silencio que ensordece, de una inquietud inesperada que, sin saber por qué, entume el cuerpo. Cuando Vidal se dio cuenta de que todo estaba demasiado callado, volteó con desesperación a buscar a su hija, se puso de pie lo más rápido que pudo, y se dirigió hacia el mar, siguiendo el camino de piedras que acababa de poner Martina. Gritó el nombre de la niña, pero el ruido del mar opacó su voz, la desapareció entre el siseo de las olas y el rumor del viento que tallaba bruscamente las hojas de los árboles. P a p á . fue lo único, y lo último que pudo pronunciar Martina, entre buches de agua salada y espanto. Boca abajo, los labios azules de Martina besaron el mar tantas veces hasta igualar el color de las olas. El agua salada le limpió los ojos, y se los mantuvo tan abiertos que no se sabe hasta qué momento contemplaron la última gota de vida del lado opuesto del cielo. Con el agua hasta el pecho, Vidal se estremeció al sentir que algo chocaba contra su cuerpo. La mano de la niña lo alcanzó a él. Sin pensarlo, la llevó hasta la orilla, intentó reanimarla durante mucho tiempo, más de lo que cualquiera hubiera luchado, pero su pequeña hija ya pertenecía a otro reino ahora: su lugar era con los peces oscuros, las algas y las sombras, con todo lo impregnado del azul aguamarina, del pálido bálsamo de la muerte. Estaba ya por amanecer cuando los encontraron. A Vidal lo vieron desde lejos, de rodillas, en el altar improvisado. Y al acercarse, descubrieron frente a él, el cuerpo de la niña. Vidal había tendido su red de pesca sobre Martina y también la pasó sobre sí mismo, momentos antes de caer vacío sobre el charco de su propia sangre. Para él no hubo ningún otro modo de pasar la noche.

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La vida impensable

La Lolita de mis ojos y otras pequeñas historias Andrés Zurita Zafra1

La Mangana La Mangana es quizá la última pulquería que sigue existiendo en Tláhuac, en el sur de la Ciudad de México. Tiene baños para mujeres y para hombres, prueba de los nuevos tiempos (en algún momento fue un espacio exclusivo para hombres). Dos mesas tienen letreros, en una se lee "El escuadrón de la muerte", hay otra ocupada por varios venerables de cabello blanco que dice, "Club de los pájaros caídos".

El molinero Ser molinero no era fácil, había que levantarse a las tres de la mañana, prender la máquina y sacar los residuos agrios que se quedaban del día anterior. A veces tenía que consolar a la mujer que el marido borracho había golpeado. Bajaba la cortina y ella cambiaba los sollozos, el maíz cocido con cal, por el placer de la masa, moldeable, suave, que se extendía en el comal de barro sobre brazas rojas y amarillas. Las mujeres ya no van al molino, ya hay tortillería en el pueblo.

La magnífica La abuela se sabía de memoria la magnífica, que es un rezo a la virgen. Hay que rezarla en momentos difíciles como cuando se perdió la yunta alquilada. Los toros regresaron con pedazos de cuerda en el cuello, desde ese día, la abuela metía a la yunta en su cocina para que durmiera. Más seg uro ... -decía.

1 Ingeniero agrónom o egresado de la UACh, trabaja en Querétaro.

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Matrimonio breve Ella y él eran de pueblos vecinos y enemigos, décadas atrás hubo muertos en ambos bandos. Aún ahora, los más viejos se siguen considerando enemigos. Se conocieron en los campos agrícolas de Estados Unidos y se casaron. Él tuvo un accidente y murió cuando su hijo tenía un par de meses. Lo trasladaron a su pueblo, una banda de viento acompaño al ataúd, ella caminaba junto a su esposo. Su mamá iba a su lado, todas las miradas caían sobre ellas.

Los güeros son los malos Nosotros vivimos en el monte, hay mucho espacio, se pueden criar gallinas y otros animalitos, y sembramos maíz y verdura. En esta tierra hay muchos alacranes, levanta uno una piedra y segurito que encuentra uno. A todos nos han picado, al único que no le hacen nada es a mi marido. El que me dio un susto fue mi hijo Jesús, hace dos años, cuando tenía seis. ¡Alguien me pellizcó! -dijo, y comenzó a llorar. Que levanto las cobijas y allí estaba el alacrán, le picó en el pie, lo bueno es que ya estaba amaneciendo, que lo llevamos luego luego a la clínica, cuando llegamos, ya iba desmayado, y luego que no tenían suero, que lo suben a una ambulancia y ahí vamos para Acámbaro. Antes de llegar nos hizo la parada una doctora, habían radiado que llevaban a un niño muy grave. Que le pone dos inyecciones, el muchachito echaba espuma por la boca. Hay alacranes negros y güeros, con los negros, donde pica se entume, pero los güeros esos son los malos, se cierra la garganta y ya no puede uno respirar. Por eso cada año fumigamos una o dos veces. Cuando llegamos a la clínica de Jerécuaro, la doctora le puso otro suero y al poco ratito que despierta Jesús, y que dice, -tengo hambre mam á-, señal de que ya estaba bien.

El idioma para enamorar Ella es delgada y de piel clara, nació en Cuba, desde los tres años vive en los Estados Unidos. Se casó, tuvo hijos y nietos, enviudó, se jubiló. Su mamá decía que el inglés es el idioma de los negocios y el español el idioma para enamorar y hablar con Dios. Desde que murió su mamá casi no habla español, pero cuando puede dice con acento caribeño, -¡Soy cubana, chicoooo!

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La vida impensable

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Ella ya no fuma Ella es del norte de Sudamérica. Se quitó el vicio del cigarro, pero el de la coca, ¡ah, cómo le ha costado!, y es que en cada esquina hay una tienda con un refrigerador rojo que le ofrece la felicidad.

Soy tuya Soy tuya dijo ella, -¿Me das la factura?, dijo él.

La Misión Estábamos equivocados, éramos jóvenes, soberbios, engreídos, quien no pensara como nosotros estaba mal. No sabíamos quién era Ennio Morricone (hizo la música de las películas Cinema Paradiso, El bueno, el malo y el feo, entre muchas). Pensábamos que era una necedad que Robert de Niro cargara ese inútil montón de fierros envueltos en una red y tratara de subir a un lado de las cataratas. La Misión es una película clásica con Robert De Niro. Él era traficante de esclavos en la selva amazónica, cuando regresó de uno de sus viajes se enteró que su hermano joven había estado en la cama con su mujer, lo retó a duelo, lo mató. Luego, la culpa. No era cualquier cosa. En el fondo criticábamos la enajenación, el sometimiento, de cualquier manera no éramos tolerantes. En el Auditorio Esmeralda de la Universidad se proyectaba La Misión, promovida por la Comunidad Cristiana de Chapingo, nos asomamos a la película y gritamos, ¡ah, no mamen! Y nos fuimos haciendo ruido para molestar a los cristianos cinéfi los. Muchos años después la vi; la música es hermosa y el contenido es diferente al que yo creía cuando era joven, es hasta revolucionaria.

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Ofelia Él y Ofelia siempre se sentaban juntos y andaban de un lado para otro en la prepa y en los primeros años de universidad. El abandonó la escuela, se casó. Un día su esposa y él tomaron un taxi, el chofer se hizo de palabras con unos rufianes de otro carro, en un alto se bajaron y comenzaron los golpes. En el momento que él quiso salir del taxi, lo golpearon en la cabeza y estuvo en coma varios días. Cuando despertó, preguntó ¿Quién es esa señorita? Le dijeron que era su esposa, él dijo que no, que su esposa era Ofelia.

La Lolita de mis ojos Quizá ya he tocado fondo, pensó. En menos de seis meses lo habían abandonado dos veces. Poco después de que se fue A, apareció B, quien estudiaba Artes Escénicas en Bellas Artes y había nacido cuando él egresó de la universidad. Ella lo hacía reír, sobre todo cuando le decía que lo quería. A veces la llevaba a la universidad y le daba un beso en la mejilla y casi quería echarle su bendición, y decirle, eres la Lolita de mis ojos. Eran amigos que se querían y se acompañaban. Un día ella le dijo que ya tenía novio y se fue. El no tenía trabajo, había intentado varias cosas, vender lencería por catálogo, ofrecer sus servicios de traductor de portugués, vender mármol y tierra de monte, pero nada se concretaba. ¿Ya habré tocado fondo? Un día ella le escribió sus razones, le dijo que por más que esperaba, él no se ofrecía de cuerpo completo, no se entregaba, no cubría las expectativas que ella tenía. Él le respondió que sólo tenía agradecimiento y una sonrisa por la historia vivida, agradable e inesperada. Le dijo que aunque la extrañaba, deseaba más que ella fuera feliz como una lombriz.

Querétaro, Qro. Febrero, 2016.

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(Novela por entregas)

Flor de Tuna Raúl Orrantia Bustos1

Para R olan d o Rosas Galicia, M oisés Z u rita Z afra y A riel Sánchez H ern án d ez

Capítulo 2 C onduje de regreso a casa bajo un cielo de ceniza, negándom e a creer que lo que acababa de descubrir era cierto. Rosa, la tía Rosita, am ante de mi padre. M e preguntaba qué habría sido de ella y, sobre todo, qué tipo de relación pudieron haber establecido mi m adre y Rosa durante el tiem po que vivieron bajo un mism o techo. Por supuesto, no había tenido la im prudencia de hacerle tal pregunta a mi madre. A esas horas de la m adrugada, el centro histórico de H uelelagua de los Llanos se alzaba con sus palacetes coloniales, la mayoría convertidos hoy en edificios de gobierno, hoteles y restaurantes. D e las terrazas de La Posada Allende se escabullía el ruido inconfundible de la fiesta trasnochada. Pasé junto a la alam eda m unicipal, cuyo interior de plantas tropicales y árboles de oriente era ilum inado por la luz de polvo cobriza de las farolas semigóticas traídas de Francia durante el Porfiriato. Al llegar al antiguo acueducto de los conventos de Riva Salgado, seguí de frente en lugar de girar a la izquierda. H abía decidido explorar los arrabales de la ciudad, la zona de tolerancia donde se extendían bares y cabarets de la peor reputación.

1 Estudió L etras Italianas en la u n a m y actualm ente realiza estudios de posgrado en Europa.

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A l llegar a la avenida H idalgo, famosa por su vida nocturna, reduje la velocidad con que conducía al punto de que, sin darm e cuenta, prácticam ente me había detenido en medio de la calle. Plantadas a lo largo y ancho de la acera, chicas en minifaldas y tacones altos m ostraban sus mejores poses de venta. Pocas eran las que no fumaban, e incluso quienes lo hacían tiritaban de frío cada cuando. Algunas de ellas tenían un cuerpo tan bien torneado que, más que envidiarlas, dudé si se trataba realm ente de mujeres. Las luces neón de los bares y cabarets patinaban sobre el cofre de mi carro, trazando figuras indescifrables. M e perdía en ellas cuando un pordiosero chocó sus nudillos contra la ventanilla de la puerta del copiloto. Instintivam ente aceleré y no me detuve hasta llegar a casa. A rturo, angustiado, me esperaba en la puerta. A l pasar junto a él, lo empujé con todo el desprecio que me inspiraba. -¿D ó n d e están los niños? -pregunté. -P o r favor, Rebeca, habla más bajo. N o los despiertes. Siguen durm iendo como cuando te fuiste. Si quieres hablar con ellos, si quieres confesarles la clase de persona que soy, espera por favor hasta m añana. Son sólo unos niños. Dejémoslos dormir. N o sé de dónde le vino aquella idea a A rturo, porque jam ás me pasó por la cabeza decirles a nuestros hijos que su padre era un sucio pervertido al que había encontrado horas antes m asturbándose frente al m onitor de la com putadora, m irando pornografía. -¿Sabes el asco que me das? - N o mayor al que me doy yo m ism o -d ijo cabizbajo. -A y, A rturo, por favor. -R e b e c a ... -¿ Q u é quieres? -T e am ... -¡N i se te ocurra decirlo! ¡Ni se te ocurra! A rturo se alejó como un perro acobardado. -R ebeca. -¿A h o ra qué? -D iscúlpam e. -¿ E n verdad quieres que te disculpe? Sus pupilas se ilum inaron en redondo, esperanzadas, como las de un gato en noche plena. -E n to n ces m uéstram e la página que estabas viendo hace rato. -¿E stás loca, Rebeca?

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-¡Q u é me la muestres! - N o sé qué pretendes, amor, pero borré el historial cuando te fuiste. M e dirigí entonces a la cochera. A brí la cajuela del vehículo de A rturo y saqué su portafolio. - L a contraseña -d ije secamente cuando volví a la sala. - M i am o r... -¡D am e la contraseña de tu laptop! Pudiste haber borrado el historial de la com putadora de la casa, pero no creo que lo hayas hecho de tu com putadora personal. Seguro de que en ésta tam bién miras porquería. - A h í sólo tengo docum entos del trabajo. No hubo necesidad de que le respondiera. Arturo no sabía mentir. Incluso cuando me compraba flores o algún presente, su sola m irada, la incipiente sonrisa que intentaba esconder, me revelaban de antem ano que A rturo estaba por decir una m entira para después intentar alegrarme con una sorpresa fracasada. - E s tá bien, Rebeca. N o te voy a engañar dos veces en la m ism a noche. Sólo te pido que no term ines de dibujar en tu alma el retrato de esa persona repugnante que sin duda alguna ahora m ism o crees que soy. Deja un espacio en blanco. Q ue las tinieblas no lo cubran t o d o . Rebeca, yo nunca te he sido infiel más allá del m onitor, y aun en esos m om entos (por más asco que te dé el escucharlo), aun en esos m om entos, mi cielo, la única mujer en la que siempre he pensado es en ti. N o supe qué responder. Conozco a A rturo. N o m entía. -D a m e la com putadora, Rebeca -agregó pausada­ m en te -, escribiré la contraseña. -N o , A rturo, la quiero escribir yo misma. - E s que es la m ism a contraseña que uso en mi correo. -¿A h o ra resulta que soy yo de quien se debe desconfiar? - A l m enos perm ite que yo no esté junto a ti. No soportaría la vergüenza. Ve lo que quieras aquí en la sala, pero yo me voy a la habitación. - E s tá bien, A rturo. Las palabras salieron de mi boca con una cadencia casi compasiva, sin sobresalto. A rturo tom ó un bolígrafo y un papel en el que escribió la contraseña. M e lo tendió y en seguida se dirigió a nuestra habitación. A l subir las escaleras que dan al prim er piso, sin voltear a verme, agregó con voz derrotada: -S e ñ o r va con mayúscula. No era necesario que lo precisara. E n el papel que me había dado se podía leer claramente: “gracias, Señor, por Rebeca”

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Capítulo 3 L a sala de mis padres es anticuada y pom posa, atiborrada de objetos inservibles que sólo acumulan polvo. La mayor de todas estas chatarras es el piano alemán, que hoy sirve como una estantería más que mi m adre adorna con flores y fotos. Sé de sobra que ni en los O rdóñez, la familia de mi padre, ni en los Cuesta, la familia de mi m adre, ha habido jam ás gran adm iración por las artes. C uando yo tenía cuatro años, quizá cinco, mi padre le pagó a mi m adre una institutriz de piano particular que durante algunos meses visitó con frecuencia nuestra casa. E l recuerdo lo tenía olvidado hasta hoy. M i madre nunca aprendió a tocar ninguna melodía. N i siquiera “La cucaracha”. N o me sorprende, como tam poco me sorprende no poder hallar en mi m em oria una sola im agen de la institutriz sentada al piano. Después de lo que mi m adre me confesara sobre mi padre, dudo incluso que aquella jovencita supiera tocar algún instrum ento. ¿Ingenua? ¿Olvidadiza? N o sé cómo juzgarm e. Lo único seguro es que tras la m uerte de Javier, mi herm ano mayor, bloqueé todo recuerdo de mi infancia y adolescencia. A partir de ese día decidí no voltear atrás, vivir únicam ente el presente, el ahora. Javier m urió en un accidente de tránsito a los diecisiete años de edad. Yo tenía doce años y Víctor, m i herm ano menor, nueve. Javier estaba por entonces tratando de convencer a mis padres de que, al term inar la preparatoria, lo dejaran ir a la capital a estudiar danza. A mis padres, la sola idea de que uno de sus hijos se convirtiera en bailarín profesional los aterrorizó aún más de cuando Javier les confesó que no estaba tan convencido de la existencia de Dios. Aquella noche mi m adre lloró a boca de jarro; mi padre le dio a mi herm ano una bofetada por blasfemo, pero en seguida lo invitó a una copa de whisky. N adie lo escuchó más que yo, pero mientras mi padre servía el whisky m urm uró con cierto orgullo: “A h, mi hijo se está haciendo todo un hom bre.” E n cambio, cuando supo de las intenciones de Javier por estudiar danza, sentenció tranquilam ente, escondiendo su enojo: -Yo sé cuál es tu enferm edad, m uchacho, y gracias al cielo tam bién sé cuál es la cura. Tom ó a Javier del antebrazo y lo llevó a la cochera; lo m etió en el asiento del copiloto y, antes de subir él tam bién al vehículo, le gritó a mi madre: - N o nos esperen para cenar.

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E n aquel m om ento, no dudé ni un segundo que mi padre llevaba a Javier al consultorio del doctor M endoza, nuestro médico de cabecera. A l volver, Javier se encerró en su habitación sin dirigirle la palabra a nadie. M i padre encendió la televisión de la sala para ver las noticias del día. “Éstas son las que im portan”, me dijo. Luego tom ó el diario y hojeó sin m ucho detenim iento. “Pero éstas son las dañinas”, concluyó. D os días más tarde un Cam aro blanco últim o modelo relucía enfrente de nuestra casa. H asta entonces, Javier únicam ente había salido de su habitación para ir al baño o para tom ar la bandeja con alim entos que mi m adre dejaba en el pasillo, frente a su puerta. La últim a vez que Javier quiso llevar comida a su dorm itorio, lo que encontró en la bandeja fueron las llaves del Camaro, el mism o que tres meses después lo conduciría a la muerte.

Capítulo 4 Yo quise para mi casa una sala m oderna, elegante pero sin decoraciones inútiles. C reía que los fantasm as del recuerdo sólo podían h abitar casas con olor a antiguo. D espués de la m uerte de Javier, como ya he escrito, decidí vivir en el aquí y el ahora. Pensé que era la m ejor form a de ignorar el pasado y evitar así sus dolores. Sin darm e cuenta, este estilo de vida me llevó a no m adurar, incluso a retroceder y a vivir en un perenne estado de infancia. N o reflexionaba sobre el pasado, en consecuencia no prevenía el futuro. L a situación económ ica nunca ha sido una difi cultad en mi familia. Al contrario, somos una de las fam ilias m ejor acom odadas y con m ás prestigio en todo H uelelagua de los Llanos. E ra feliz. Pero la m ía era una felicidad ciega (quizá com o todas las felicidades), ingenua, egoísta. A sí viví hasta que encontré a A rtu ro m irando pornografía y m asturbándose delante del m onitor. Así viví hasta que mi m adre m e reveló la clase de m arido que era mi padre. A sí viví hasta que, en el trascurso de los siguientes meses, descubriría poco a poco la suciedad y podredum bre de m i ciudad. Pero esta vez no me refería exclusivam ente a sus ríos, desagües y form as de riego. ¿Q uién, sino una “niña-adulta”, hubiera reaccionado de la m anera en que lo hice al descubrir a A rturo frente al m onitor? ¿Q uién, sino alguien como yo, hubiera salido corriendo de su casa cubierta de sollozos en busca del consuelo de los padres, creyéndose víctim a de la peor traición conyugal de la historia?

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T A L O N DE AQ U ILE S

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C on esto, aclaro, no estoy diciendo que no me repugnara (y siga repugnando) lo que descubrí de A rturo; m ucho menos, que yo haya experim entado la más m ínim a responsabilidad por su com portam iento. Lo que com enzaba a reprocharm e era mi ceguera, tanto del pasado como del presente. Y mi presente, entonces, era éste: mi marido -p o r lo demás una pareja atenta, amable y trabajadora- miraba pornografía a mis espaldas desde sabrá Dios hace cuánto tiempo. Eso por una parte. Por la otra, yo lo amaba, y estaba segura de que él también a mí. Por eso le pedí su laptop a A rturo: más que averiguar qué veía, lo que yo quería era com prender por qué lo hacía, independientem ente de que lo fuera a disculpar o no.

Capítulo 5 - S u m arido es un depravado, hija mía. Y que el Señor me perdone la palabra. -Ya lo sé, abad H iginio. Pero no es para hablar de él por lo que he venido. -¿E ntonces cuál es la razón de su visita? E n la calva encerada del abad H iginio danzaba el reflejo de las llamas de los candelabros. La iglesia de los conventos de Riva Salgado arom aba a rosas y azucenas. Yo había venido en busca del padre Rómulo, a quien tengo cierta confi anza desde que era niña. M is padres solían traernos aquí a m í y a mis herm anos a escuchar misa cuando el padre Rómulo aún la oficiaba. Después lo cambiaron de parroquia, como es norm al, y le perdim os la pista durante muchos años, hasta que de pronto me enteré que había vuelto a los conventos de Riva Salgado, pero ya no como sacerdote en hábitos, sino como fraile retirado. A un así, uno podía intercam biar dos palabras con él cada dom ingo, que es el día en que la iglesia y parte del convento (porque solam ente uno de los tres conventos de Riva Salgado sigue fungiendo como tal) están abiertos al público. En esta ocasión, siendo entre semana, me fue negada la entrevista con el padre Rómulo. E n su lugar, me atendió el abad Higinio, hom bre robusto, de piel blanca, o m ejor dicho amarillenta, como la vainilla. A diferencia de la mayoría de los monjes, el abad H iginio tenía siempre m ovim ientos desenfadados y una sonrisa que -p a ra ser sincera- yo calificaría de picarona. -¿ Q u é le inquieta, hija mía? -volvió a preguntar el abadespero poder brindarle la m ism a confi anza que le inspira el herm ano Rómulo.

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-P o r supuesto que sí -respondí sin convicción. -A delante, entonces. N o dude en com partir conmigo su dolor y su secreto. Su m arido es un depravado, ya lo he dicho, pero usted no debe sufrir por pecados ajenos. Será él quien le dé cuentas al Creador. - N o es eso, p a d r e . ¿O debo llamarlo abad? -L lám em e como guste, como le haga sentir más cómoda. -P ad re está bien. -P ad re entonces. -P a d re . -D ígam e, hija. -¡Padre, no soy la única esposa que ha vivido una experiencia similar! -¿E so era lo que tanto la inquietaba, hija mía? Tem o decirle que su descubrim iento, por desgracia, no me sorprende en absoluto. Son estos tiem pos, sí, estos t ie m p o s . -¿Q u iere decir, padre, que usted tam bién sabe que m uchas mujeres son engañadas por sus parejas m ediante la pornografía que abunda en Internet? -¿S e

refería

usted

exclusivamente

al

Internet?

L a prom iscuidad del hom bre se sirve y se ha servido siempre de cualquier medio. - L o m ism o me dijo mi madre. -M u y acertada doña H ortensia, como de costumbre. N o era de extrañar que el abad H iginio conociese a mi madre, no sólo por la posición acom odada de nuestra familia, sino sobre todo por las donaciones anuales que mi padre hace a los conventos de Riva Salgado. -Ya casi es m ediodía -señaló de pronto el abad H ig in io -. E l coro de la congregación no tardará en venir a ensayar. ¿Le molestaría acom pañarm e al jardín?, no quisiera que disturbáram os a nuestros herm anos. E l abad H iginio me condujo al jardín, donde el resplandor del cielo, en contraste con la sobria ilum inación de la iglesia, cegó mi vista por unos instantes. Tras un par de parpadeos, se reveló frente a mí un patio extenso sembrado de rosas y geranios. A l fondo, se divisaban huertos frutales y pequeños invernaderos. Algunos monjes podaban el césped, otros recogían peras y m anzanas. U no barría el camino em pedrado cerca de donde nosotros nos encontrábam os, otro venía entristecido sosteniendo algo entre sus manos. - E s un pobre gorrioncillo -d ijo éste al pasar a nuestro lado-. Se cayó de su nido. Esperem os que el herm ano Fidel,

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que es muy bueno para este tipo de cosas, pueda hacer algo para salvarlo. E l m onje se fue presuroso sin esperar nuestra respuesta. - N o se espante de que la traiga aquí. E n teoría, sí, usted no debería entrar; pero en teoría tam bién muchas cosas debieran hacerse en este país y no se hacen. Adem ás, la suya no es en ningún sentido una visita ordinaria, la tom o como oficial, como si hubiera estado agendada. Ello y más se merece usted, en su honor y en el de don José. Q ué podía saber el abad del honor de mi padre. ¡Don José, don José!... D e mi padre, por el m om ento, no quería saber nada. Si en otro tiem po estuve orgullosa de él, de su buffet de abogados y de su impecable servicio como funcionario estatal, ahora no podía ver en mi padre sino la desfachatez de un mujeriego que osaba traer sus am antes a la casa en que habitaban su esposa y sus hijos. -S i entendí bien, hija m ía -rean u d ó la conversación el abad H ig in io -, lo que le inquieta no es la obscenidad de su m arido, sino el adulterio en general. - N o precisam ente,padre. Le decía yo que al d e s c u b r ir., llamémosle el lado oculto de mi esposo; al descubrirlo, descubrí tam bién que no era la única m ujer que sufría por el mismo motivo. -S i sólo fue eso lo que descubrió, no hay m ucho de qué preocuparse -d ijo el abad, casi con voz de alivio, dejando escapar una de esas sonrisas muy suyas. E n ese m om ento, el monje que barría el cam ino pidió disculpas por distraernos. “D ebo recoger ese m ontón de hojas y hierba”, dijo, señalando discretam ente con el dedo índice. E l abad H iginio y yo dimos algunos pasos y continuam os la conversación. - N o lo tom e a la ligera, padre - le dije-. Porque aún no llego a donde quería. -D ig a entonces, hija mía. -¿U sted conoce Google? -¿Y quién no, hija? - E s que pensé que ustedes, estando a q u í . E l abad me miró con condescendencia, o eso espero. Yo proseguí: - E n la barra de buscador de Google escribí “encontré a mi m arido m irando pornografía en in te rn et”. N o sé por qué lo hice, pero el resultado fue inesperado. M e encontré con decenas de blogs y foros de opinión, centenares de testim onios de mujeres que pasaban o habían pasado por lo m ism o que yo.

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N o le digo lo que cada una de ellas opinaba por respeto a usted. -¡D ígalo, no tenga pendiente! Recuerde que estamos en secreto, como en la confesión -in terru m p ió el abad. -L e ía aquellas experiencias y opiniones cuando de repente apareció en la pantalla una publicidad sobre, usted sabe, chicas del oficio. -P rostitutas, querrá usted decir. -P rostitutas, sí, padre. -B ueno, y qué pasó después. - L a ventana se abrió por sí misma. Yo no quería mirarla, pero fue inevitable. Estaba por cerrarla cuando alcancé a leer “convierte tus fantasías en realidad: hay una chica esperando por ti aquí mism o en Huelelagua de los Llanos”. -¿E so decía el anuncio? -S í, padre. Y entonces le di clic al anuncio. -¿Y luego? E n efecto, la del abad H iginio era una sonrisa picarona. - N o podía parar ahí. C ontacté a una de las chicas. - ¡Hija! - N o se alarme, padre, no se alarme. Sólo lo hice por curiosidad, por no seguir sum ergida en la ignorancia, por saber un poco de lo que sucede clandestinam ente en esta ciudad. -A y, hija m í a . -d ijo el abad H iginio, casi como si suspirara- N o vayas a tom ar el mal camino. Recuerda que la curiosidad m ató al gato. H ay cosas que es m ejor ignorarlas. -P ero, padre, ¿qué hacer una vez que han sido descubiertas? Yo vivía tranquila, sabiendo, sí, que los m aridos infieles existían, que la prostitución es cosa cotidiana alrededor del m undo, pero aun así veía todo eso como algo muy, muy lejano. ¡Y sin embargo está aquí a la vuelta de la esquina, padre: literalm ente está aquí a la vuelta! -¿ Q u é quiere decir? -p reg u n tó el abad con cierta preocupación. -¿S abe dónde me citó la chica que contacté, padre? E l abad H iginio se alzó de hombros. -¡A quí, a un costado de los conventos de Riva Salgado! -¿E stá usted insinuando algo, hija mía? -N o , claro que no, padre. Yo no insinúo nada. Después de todo, tras haberlo reflexionado, me pareció norm al que las prostitutas cibernéticas de H uelelagua hicieran sus citas en esta parte de la ciudad. -Explíquese bien, hija mía -dijo el abad en tono de orden. -P ié n s e lo b ien , padre - le resp o n d í-: to d a la ciudad sabe que la zo n a de tolerancia de H u elelag u a está en las

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afueras, a lo largo y ancho de la avenida H idalgo. E sto ni yo m ism a lo ignoraba. A llá se da cita la gente que u n o no q uiere conocer, y allá tam b ién la policía hace sus rondines. ¿Pero aquí, padre?, ¿en este cerro que, si bien ah o ra ya p erten ece al centro de la ciudad, sigue siendo virgen a no ser p o r los conventos de R iva Salgado? A l pie de este cerro hay centenares de viviendas, sí, pero en sus faldas no hab ita nadie, sólo ustedes, y están enclaustrados. U stedes no p o d ían saberlo, no p o d ían sospecharlo. P o r eso he venido aquí, p o r eso quería platicar con el padre R óm ulo. Q u e ría advertirles. -Q u é d e se tranquila -d ijo el abad H iginio, nuevamente sosegado-, la tentación, la m aldad, han asediado siempre a los conventos, así como asedian día a día al espíritu de cada hom bre. D e todas formas le agradezco su confi anza, aunque pienso que es a la policía adonde debió de haber acudido. - ¿ H a dicho a la policía? - N o me diga que usted tam bién. - N o padre, yo no. Yo aún creo en ella. Pero le repito que era a ustedes a quienes quería advertir. -E n tie n d o , hija, entiendo. Váyase tranquila. Y por favor, ya no se interese en el lado oculto y oscuro de la ciudad, como usted le ha llamado, no vaya a ser que se encuentre con algo que lam ente de verdad. Aquella sugerencia, lejos de apartarm e de la búsqueda que había comenzado, la habría de incentivar aún más. Sobre todo cuando, tras despedirnos, alcancé a escuchar que el abad H iginio le decía en voz baja a uno de los monjes: -A delántate a mi oficina y trata de com unicarm e con don José O rdóñez. ¿Q ué tenía que ver mi padre en todo ello? ¿Para qué lo llamaba? Casi en seguida di con una posible respuesta. C uando en aquel m ediodía había llegado a las puertas de los conventos de Riva Salgado preguntando por el padre Róm ulo, diciendo que había descubierto algo im portante que tenía que platicar con él, m i petición no podía pasar inadvertida para el abad, por lo que él m ism o decidió atenderm e, no sin antes inform ar a mi padre que su hija se encontraba allí. Q u iz á el abad lo había hecho en deferencia a mi padre. Fuese como fuere, aquel acto m e confi rm aba lo que yo ya venía presintiendo: el abad H iginio no m e inspiraba la m ism a confianza que el padre Róm ulo. D esandado el cam ino del jardín, el monje que barría se me acercó y dijo discretamente:

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- M e parece que su m erced ha dejado caer por distracción estos papelillos m ientras conversaba con el abad Ingenuo, digo, Higinio. Puso entonces entre mis manos algunas hojas dobladas. Quise devolvérselas, decirle que no eran mías, pero él no me lo perm itió. -L éalas por favor, doña Rebeca O rdóñez Cuesta. ¿Por qué aquel monje conocía mi nom bre y apellidos? D esconcertada, sin saber bien por qué lo hacía, guardé los papeles en mi bolso. - N o puedo hablar más con usted ahora. Soy el herm ano Sebastián, por si volviera usted por aquí. A unque más nos convendría a ambos que su m erced usara el núm ero de celular que le dejo escrito en sus papeles. A l term inar de decir esto, aquel m onje extraño y m isterioso se dio m edia vuelta, evitando así cualquier respuesta de mi parte. Volvió a sujetar la escoba y siguió barriendo, silbando con regocijo lo que a mi parecer se trataba de alguna canción m undana.

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la s ra ta s siempre terminan en el hoyo Lucero Ivonne Peña Jiménez1

as ratas siempre term inan en el hoyo! le grito a ese espécimen que cada m añana roe las uñas de mis pies mientras yo me encuentro durm iendo. Tomo la resortera que está debajo de mi almohada y le apunto; siempre resuelvo no matarla, aunque con esta chingadera de hule, lo único que podría lograr es dañarla un poquito; ella es parte del consuelo a esta asquerosa soledad que se fomenta en mi cerebro por la inmundicia de esta pocilga, que yo llamo recámara ¿dónde más podría vivir ante la miseria que gano arreglando coches? Maldita sea, parece que todo está jodido para mi puta vida, y yo también soy un putero, siempre me lo digo cuando visito a la Chona por lo menos dos veces al mes, y cuándo no me alcanza, siempre termino haciéndomelo con la mano, aprieta-restira, aprietarestira, aunque lo más eficaz es usar un pedazo de bistec, que sí, aunque la morra de la carnicería de la esquina diga que es de res, la jodida verdad es que ya me di cuenta que es de perro. N o hay de otra ante esta maldita miseria, pero ya lo he planeado y hoy es el día. Escuchar las historias del Pedro ese que el otro día nos invitó las caguamas en la tienda, me dice que si él pudo, nosotros podemos hacerlo, “reluciente”. Ensuciarse de tierra los zapatos no era parte del plan, pero mientas Julián rasca, Toño ya fue por la válvula y la manguera. El

L

1 Ha cursado varios talleres de creación litera­ ria y es becaria del Encuentro Regional de Li­ teratura “Los signos en Rotación” del Festival Interfaz-ISSSTE Cultura, emisión Acapulco 2015. Es abogada por profesión, escritora por vocación.

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olor a gasolina, ¡ah cómo me marea! pero es parte del trabajo sucio. Lo chido es poder sacarse unos centavos vendiendo lo que este ducto nos dé. ¡Ah mis compadres! qué bueno que se unieron a la fiesta, porque yo solito ni a tentar la pala cerca. Me tiemblan las piernas, si los jodidos polis nos ven, “Delito Federal”. Mientras entierro más la pala para llegar al fondo de esta tierra, al centro de la tubería, un leve dolor en la cabeza que se convierte en telón negro, me tira al piso, sólo escucho un tenue grito de mi compadre Julián. D orm ir en un catre es lo mío, está tieso y me reafirma la espalda, pero lo frío si que no es pan para este vivo —pienso— mientras me doy cuenta que tengo las manos y pies amarrados, y a mi lado, mis compadres Toño y Julián también están amarrados; les grito para que se despabilen, pero no abren sus chingados ojos. Alguien nos echó a perder el plan de la ordeña, y puta madre, nos ha puesto en este túnel bien m oderno, con luces incluidas y rieles para ferrocarril. Siento un impulso levantándome de las muñecas, no puedo sostenerme y caigo. —¡Hijo de tu chingada madre levántate, los tenías bien puestos para andar rascando sobre el túnel del patrón, pero no para andar en dos patas! La patada que recibe mi cara me hace sangrar, escucho al tipo que me golpeó decirle a dos hombres trajeados de negro con caras cinceladas en dureza, cejas de gusano y labios gruesos, en sí con finta de matones: —¡Llévense a estos dos cabrones y enséñenles qué se siente ser ordeñados a balazos! Lo siguiente que me inunda, es sentir un repetido estrellar de puñetazos hasta que la inconsciencia me hace suyo. Escucho, escucho. Entrecierro los ojos, los dos trajeados vienen del exterior donde se atisba el resplandor que alumbra un arco que parece ser la boca del túnel. Junto a mí, un tipo de aspecto cuidado, despide un aroma a loción suave, parece ser el jefe, ordena. —¡Llévense a este pinche pendejo hijo de su chingada madre! El ruido de las sirenas disipa los restos de inconsciencia, observo las luces rojiazules parpadeando, ante m í veo a un tipo vestido completamente de negro, una placa en forma de estrella asoma entre su ropa, le escucho pronunciar: —¡Parece ser que estos estaban planeando el nuevo golpe para pasar la M aría Juana al otro lado, pero en San Diego se dieron cuenta y nos dieron el pitazo de que el cabecilla andaría por aquí! —Súbanlo a la Patrulla. ¡Las ratas siempre term inan en el hoyo!

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CAZAFANTASMAS Ramón Gutiérrez Villavicencio1

azar fantasmas requiere de un método preciso; hasta este momento, no he atrapado ninguno. He puesto -— dulces debajo de mi cama y al otro día ya no están porque los fantasmas se los han comido. He invitado a mis primos a mi casa y juntos hemos buscado, pero tampoco los hemos visto. Papá dice que es cuestión de tiempo, mamá cree que sólo se requiere paciencia. Anoche entró una pequeña lucecita por la ventana de mi cuarto e inmediatamente pensé que se trataba de un fantasma. Me preparé con mi equipo de cacería para atrapar la pequeña luz. Debo confesar que fue una tarea difícil pero al final la atrapé. La coloqué cuidadosamente en un frasco y corrí a informar a mi papá. ¡Qué susto se llevó cuando jalé las sábanas! Brincó como lo hacen los chapulines. Después me dijo que no era un fantasma sino una luciérnaga. Nunca había visto una y me pareció muy bonita pero sobre todo práctica. Tal decepción no me importó, opté por conservarla pues me pareció útil en mi cacería. Todo el día he seleccionado cosas que considero útiles en mi cacería. Mamá piensa que tantos aparatos puede asustar a los fantasmas. Lo cierto es que estoy cansado de buscarlos. Creo que es más fácil y sobre todo más divertido cazar luciérnagas. Espero capturar más y las colocaré en un frasco, lo ataré a un palo de escoba e iré al mercado a venderlas como lámparas. La primera se la regalaré a mi abuelita pues le será de ayuda cuando vaya al baño por las noches, así no tropezará y no nos despertará. Sí, eso haré. Después de todo creo que mis primos tienen razón: los fantasmas no existen.

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1 Estudiante de la M aestría en Literatura M exicana Contemporánea de la u a m A zcapotzalco.

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el vestido rojo Valeria Ramírez del Ángel1

D urante los últimos treinta m inutos el núm ero de personas ha disminuido en la plaza central de Osborn. Es evidente que la noche ha avanzado un poco más. Me siento nervioso, impaciente y cansado... De mi chamarra saco y enciendo un cigarrillo, camino de un lado a otro mientras escucho Riders on the storm. De pronto me viene a la mente Virginia Cooper, la primera mujer que amé con un arrebato f re n é tic o . ¿Pero acaso había sido yo quién le amó? No. La respuesta había sido clara. Ella se había apoderado de este cuerpo débil e inofensivo. Me había atrapado con su sonrisa y con aquella mirada profunda y penetrante que emitían esos enormes ojos. Recuerdo la primera vez que la tuve frente a mí, no sabía qué decirle, aunque sentía que estábamos conectados. Me había convertido en un esclavo de su presencia, del aroma que desprendía mientras emitía ligeros movimientos acelerando mi respiración. Después de un tiempo, la señorita Cooper me había inspirado odio, aborrecimiento y un desprecio infinito. Una mañana, mientras caminábamos por las calles estrechas de Osborn, pasamos frente a una tienda de ropa. En el aparador se encontraba un vestido rojo. Sí, sí, al parecer eran de esos vestidos importados d e s d e . ¡qué sé yo! ¡Ese maldito vestido!, pensé, me había quitado lo más valioso que ella me brindaba. Sin embargo, fingí no estar molesto, aunque por dentro quería entrar y desgarrarlo por completo, no podía asimilar cómo es que algo material causaba en ella tal distracción. Finalmente le pedí que entráramos. Ella, por supuesto,

1Estudia la carrera de Letras Latinoamericanas en la Universidad Autónoma del Estado de Mé­ xico, plantel Amecameca; ha tomado el curso de Proyectos Culturales del Cenart y ha partici­ pado en el proyecto Libro Viajero en el Estado de México. Fue integrante del Taller Ambulan­ te de Creación Literaria del Centro Cultural Mexiquense Bicentenario.

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emocionada. M iraba su precio, sabía que no podría comprarlo, entonces y sólo entonces, se conformaría con verlo. Sentí una enorme emoción al saber que jamás lo obtendría, y que, a fin de cuentas, se olvidaría de él. Así fue. Ella pidió que le mostraran el dichoso vestido rojo y se lo probó. Quedé impactado al verla. Aquella prenda marcaba la figura escultural que Virginia poseía, provocando en m í el deseo de tenerla entre mis brazos, mirarla a los ojos y sentir ese impulso de arrancarle el vestido con fuerza y m atar aquella bestia en la que me había convertido al ver su cuerpo dentro de él. Sentía la necesidad de poseerla. Era hermosa e inocente con aquel vestido rojo. N o dejaba de mirarla, tantas cosas pasaron por mi mente, hasta que ella preguntó, ¿cómo me veo? Hermosa, te ves hermosa, dije. N o sabía qué decirle, parecía un idiota frente a ella, realmente jamás había visto a una mujer tan bella como Virginia Cooper. La vi f e l i z . Después de un rato salimos de aquella tienda y ella no dijo nada al respecto; ¿qué clase de chica era? se suponía que debía decir algo, ¿no?, todas las chicas lo hacen al salir de una tienda de ropa, pero al parecer ella era distinta. Seguimos caminando hasta llegar a mi casa. Después de un largo camino, la invité a pasar y le ofrecí algo de tomar. Ella me

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pidió que pusiera música y habláramos de nosotros, con gusto puse algo de The Doors. M inutos más tarde en el hilo musical se escuchaba The End: “Cada vez que oigo esa canción, significa algo más para mí. Comenzó como una simple canción de despedida... Probablemente sólo a una chica, o podría ser un adiós a una especie de infancia. Realmente no lo sé. Creo que es tan compleja y universal en su idiosincrasia, que podría ser casi cualquier cosa que quieras que sea" ¿Acaso había sido el mismo Jim M orrison quien había compuesto esa canción para mí? Comencé a recordar aquellas palabras del mismo Rey lagarto. De pronto en el m inuto 12 se escuchaba I want to killyou, I want to kill you... La cabeza comenzó a dolerme, todo en m í daba vueltas; no pude más, me acerqué a ella, la miré a los ojos, tomé su m ano y de pronto comencé a verla con aquel vestido rojo, fue extraño, ella rozó sus labios con los míos y dijo que me amaba, yo no sabía qué hacer, jamás había tenido contacto con alguna mujer y menos con una mujer tan bella como Virginia. La tomé de la cintura, y correspondí a sus labios, al abrazarla mi mirada se desvió hasta donde estaba la colección de lanzas de mi padre y de nuevo escuché I want to kill you acompañado de Father, I want to kill you... ¡esa estúpida frase! De pronto el reflejo de ella ahí estaba, comencé a sudar y a alejarme. Se acercaba a mí y a cada paso que daba me daba un vuelco al corazón. Comenzó a desnudarse, dejó caer toda su ropa sobre m í y podía sentir cómo aquellas prendas íntimas pasaban por mis piernas y caían a nuestro alrededor, hasta enloquecerme. La besé como nunca y de nuevo la vi con aquel vestido rojo, quise arrancarlo pero no podía, ella gritaba y aceleraba mi corazón, mis manos recorrían su piel mientras desprendía un aroma tan dulce, besé sus pechos que lucían m uy bien en aquel escote y quise ver de nuevo esa figura escultural, pero el maldito vestido no me dejaba, entonces tomé la navaja que estaba al lado mío para arrancárselo y ella gritaba cada vez más fuerte. Recorrí su cuerpo con aquella navaja y veía como su prenda caía. ¡Estás loco!, gritaba asustada, la tomé de las manos y besé su cuerpo tan suave. Se alejaba, me decía que la dejará, pero ¿por qué? Si ella era quien se había desnudado frente a m í y me amaba, ¿acaso me había mentido? No podía soportar como es que después de decirlo quisiera alejarse, así que tomé una lanza de la colección de mi padre y la clavé con fuerza en su pecho. La sangre de Virginia recorría su cuerpo desnudo, entonces corrí a la cocina en busca de un frasco y lo llené con su sangre, y para conservarlo lo guardé en el refrigerador, tenía que estar tan fresca como ella. Al poco rato, la tomé entre mis brazos y la llevé a mi habitación. En donde ya cansado pasé toda la noche con ella, estaba feliz, por fin le había dicho que la amaba. A la m añana siguiente me di cuenta que ella era la mujer de la perdición, aquella que no tenía alma. Sentí unas ganas infinitas de poseerla con aquel vestido rojo y gritarle cuanto la odiaba. Bajé a la sala y tomé el frasco lleno de sangre, le hice aquel vestido rojo que tanto le había gustado. Por fin Virginia Cooper era mía y para conservarla siempre a mi lado, la arrastré hasta el sótano, cubriéndola con sábanas blancas. Sabía que ella ya no podría alejarse de m í . H an pasado treinta m inutos y espero ansioso a Virginia Cooper y de nuevo viene a m i m ente Riders on the storm.

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¡Qué tiempos aquéllos! Alejandro Ordóñez1

Qué tiempos aquéllos, señor don Simón, cuando el dólar costaba $12.50 y no le habían quitado los tres infamantes ceros a nuestra moneda. Qué tiempos cuando Rodolfo Gómez ganó el maratón de Atenas. Cuando Nueva York rendía homenaje a México gracias a las piernas y al coraje de Germán Silva, Andrés Espinosa, Salvador García, Isidro Rico, Benjamín Paredes y más tarde de Adriana Fernández. Qué tiempos los de Dionisio Cerón, campeón del mundo, de Londres y Japón. Qué tiempos cuando podíamos desempeñar los oficios con esmero, porque hoy trabajo es una palabra grave, gravísima y nómina una esdrújula que sólo encontramos en los diccionarios; cuando el pan y la leche se consumían en nuestras mesas y no eran artículos suntuarios, como ahora, que sólo los conocen — millones de mexicanos— a través de los anuncios espectaculares. Qué tiempos los de las medallas olímpicas de Ernesto Canto y el inolvidable doblete de Raúl González, las de Carlos Mercenario, Bernardo Segura, Bautista y Pedraza en los veinte o cincuenta kilómetros de caminata. ¿Qué fue de los Kepka, de los Barrio, los Pitayo, Hausleber, los Aroche, los Vera, Colín y los Bermúdez? ¿Qué de los veneros de petróleo que escrituró a tu nombre el diablo?, ¿qué de aquellos trenes que iban por las vías de tu mutilado territorio como aguinaldo de juguetería? ¿Qué del águila brava de tu escudo que se divertía jugando a los volados con la vida y a veces con la muerte?, si ahora no tenemos moneda que retintinee en los bolsillos. ¿Qué será de ti, suave patria?, ¿qué será de tus hijos?, que a pesar de lo sufrido seguimos soñándote libre y soberana, porque podremos perderlo todo, menos la esperanza; porque miríadas de mujeres y de hombres, de jóvenes y de viejos nos disponemos a volver a los establos y a las milpas, a retomar la yunta y el arado, a poblar los talleres y las fábricas con aprendices y oficiales; porque las pistas de tus estadios se llenan ya con una multitud que se dispone a competir con los pies alados del tameme, el resonante fuelle de los pulmones del rarámuri, y el corazón enfurecido de la raza de bronce, que dijera Vasconcelos. Porque no te nos puedes morir, 1 Autor de siete novelas, de ellas, Cábulas fue ni escaparte como agua entre los dedos; tú, espejo publicada por Plaza y Valdés en 1987 y ha humeante, árbol calcinado por un rayo, escudo obtenido varios premios en cuento. Escribió roto, chinampa que emerge en medio de un lago guiones para “Hora Marcada” y en su columna “Taches y Tachones” ha publicado material entre la niebla del amanecer, piedras dispersas de diverso desde hace varios años en varios templo o de pirámide, querido México, vendido, medios impresos y en la Web, como cuentos, negado, traicionado y rescatado mil veces por tus crónicas, análisis políticos y artículos de opinión. propios hijos... Editorialista en dos programas de radio.

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Talia Romo Xochitlotzin Q ue se una la vista con la imagen y que se una el aire con el cuerpo, que se una lo voz al recuerdo y que se una el deseo a la fantástica voluntad del querer... Ese instante de unión entre la idea y la realidad se suspende en la obra de esta mujer, que no se nos presenta sólo para comunicar y hacernos entender, sino para provocar vernos a los ojos. Nos convoca a percibir los reflejos de nuestra alma y de nuestro aparecer... Xochitlotzin, joven artista visual nació en la Ciudad de México y estudió la licenciatura de Artes Visuales en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónom a de México. En sus obras Talia Romo delinea con sus pinceles, paisajes de colores que desintegran lo definido para crear atmósferas sensoriales que nos llevan a lo profundo a partir de líneas y masas.

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Acrilico / Serie Nahualli / 201 2 / fragmento


Nahual Acrilico / Serie Nahualli / 201 2 / fragmento


M a y a , tierra y maĂ­z grabado, aguatinta, aguafuerte / 2 0 0 9 / fragmento


Acrilico / Serie Bosque Rojo / 201 3 / fragmento


Apúntenme al corazón1

Miguel Ángel Leal Menchaca2 Para Edith Leal. N o m e demuestren vileza, apúntenm e a l corazón, que a los hombres como yo, no se les da en la cabeza... C o rrid o de Felipe Ángeles

Tal vez él nunca lo pensó, y si lo pensó, no quiso planteárselo de manera frontal. En su elegante vocabulario nunca hospedó la palabra abandonar. Si bien había dejado varias veces a su esposa Clara y a sus hijos, siempre asumió que sus ausencias familiares estaban justificadas por la misión que la Patria le encomendaba. La patria y la familia no se llevan. Lo advirtió la Revolución. Y aunque el autoexilio de la propia Patria se suavizaba a la luz de que luchar por ella era inaplazable, él siempre estaba por irse. Por eso cuando Villa le reconvino: N o nos abandone general, la Revolución le debe m ucho y yo, personalmente, también, no im portan nuestras d ife ren c ias., le pareció curioso que el general tampoco usaba la palabra abandonar, salvo en esa ocasión. Para el gran Centauro, los que se iban eran desertores y traidores, y esta conducta debía ser castigada con el fusilamiento. Esa fue la razón principal para que suavizara la situación. C on temor y con tristeza trató de reconvenirlo: ¿Qué va a hacer usted solo? Lo más seguro es que lo cacen los carranclanes o quién le dice que me lo venadean por ai. Se oía paternal, protector y triste. Si usted se va, general —dijo otro oficial—es como un suicidio. Esas palabras le lastimaron más. Porque él no quería morirse; pretendía continuar en esa lucha que, le quedaba claro, no sabía a dónde los conducía, pero algo tenía que salir de ella. Su cabeza de pronto se llenó de incertidumbre y la evasión era lo único que se dibujaba en su mente. Cansado se encontraba de tanta barbarie. Sus estudios en Francia y el reconocimiento de ser el mejor artillero no lo hacían superior a sus correligionarios; tampoco sus acuciosas lecturas orientales, ni siquiera la forma como reconvenía al general cuando éste, movido por la ira y el resentimiento, entregaba al paredón a un puñado de enemigos, muchos de ellos le debían la vida y ahora lo veían casi de hinojos. Él era un militar de carrera y 1 Este cuento pertenece al libro en prepara­ había dirigido con sobrado éxito el Colegio ción que se titulará Incipit. Militar, muchos de sus discípulos ahora 2 Profesor Investigador de la Preparatoria A grícola de la U A C h. Autor de libros como: tam bién eran sus compañeros de combate y le M ujeres abordando taxi, D oce de cal, La rendían pleitesía, misma que se había ganado hora m ágica, entre otros.

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a pulso. La guerra era su pasión, pero no la destrucción que ésta generaba, menos la descomposición del ser humano. Era mucha la disonancia que enturbiaba su pensamiento, pero la milicia no era sólo una teoría, había que aplicarla y la mejor imagen de que se imponía la teoría, daba como resultado un buen núm ero de muertes de enemigos que la estrategia redituaba. De ahí también derivaba su rivalidad con los otros oficiales, principalmente con Fierro, cuyo salvajismo era proverbial y pretendía cobrarse todo lo que le debía la vida, asesinando enemigos. No. Él pensaba que la Revolución no se había hecho para eso. Su pensamiento se cifraba en una sociedad más justa y equilibrada, en donde la riqueza se repartiera de manera más equitativa y fueran menos los inconformes. Ahora, por encima del hum anismo que siempre lo acompañó, resonaban en su mente las ideas socialistas que recién había hospedado en el contacto con el grupo liberal en Nueva York. Sabía, por otra parte, que en su nombre y su apellido cifraban su destino de m ártir y redentor. El general le había dicho varias veces que la Revolución no era para hombres como él, pero se desdecía, cuando gracias a su pericia, ganaba una batalla: No sé qué haríamos sin usted general, mis respetos. Es usted el mejor artillero que he conocido y me congratulo de tenerlo bajo mis órdenes. Y por eso: No se vaya general. ¿Qué va a hacer usted. Solo? Ya le debe m ucho a Carranza y el viejo es porfiado, no se la va a perdonar, mire que le trai muchas ganas y esta oportunidad no la va a desaprovechar; él quiere verlo en el paredón. A m í no me gustan los desertores, pero lo suyo más bien lo veo como una imprudencia; es usted un hombre valiente y sensato. Dígame nada más qué es lo que quiere y por vida de dios que se lo concedo. No necesito recordarle que de todos los que andamos en esta bola, usted es el único que me gusta para presidente de México. Y esta idea no es sólo mía, pues varios la asegundaron en la Convención de Aguascalientes. Usted es leído, es una persona que aprovechó la escuela y no por eso se muestra altanero ni abusivo. Quédese, general, verá que pronto terminamos con esto y todos veremos un m undo mejor, tenemos derecho, para eso estamos luchando. Él ya no escuchaba, sólo le pidió al general una escolta pequeña y algunas provisiones para poder resistir, no sabía cuánto tiempo, pues no tenía idea de a dónde quería ir. N i siquiera pensaba exiliarse, ya lo había hecho una vez. Cuando iban a asesinar al Presidente, a él lo encerraron también; ahí lo vio todo acurrucado el embajador Márquez Starling, quien dijo que tenía “una sonrisa triste” Claro, él pensaba que formaba parte del paquete de muertos que habían preparado M ondragón, Félix Díaz y Huerta. Sin embargo no fue así, estuvo preso casi seis meses, pero luego lo dejaron libre, aunque lo volvieron a encerrar, nada más para que se diera cuenta de que el desprecio que le había hecho al golpista H uerta lo iba a marcar. Si se puso en entredicho su libertad, fue porque el ahora Presidente lo m andó a Europa quesque a una misión secreta y él, acosado por tanta vigilancia, dejó el cargo, porque tampoco

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quería seguir sirviendo a la usurpación. Prácticamente se escapó y huyo a Nueva York. Luego regresó y fue recibido con beneplácito. Carranza lo había nom brado Secretario de Guerra y M arina del Gobierno Constitucionalista, pero este nom bram iento celó a varios generales, entre los que destacaba Obregón, quien alegaba que cómo se daba un cargo tan alto en el nuevo gobierno a quien había combatido contra la Revolución. No lo quería el sonorense, y aunque le mostraba sus respetos convencionales, a sus espaldas no lo bajaba de “napoleoncito de pacotilla”. Pero no era el único; muchos lo envidiaban por su capacidad y su talento, pero sobre todo, porque él no era como ellos, simples m áquina de exterminio. Era evidente también su discrepancia con Carranza, porque el coahuilense sólo quería el poder, y para conseguirlo, no dudaba en exteriorizar a cada instante su antimaderismo. Ángeles tenía otra óptica: la nueva Revolución no tiene que ser de caudillos. M adero nos enseñó con su muerte, y estamos comprometidos a entregar la vida para que se cumpla su proyecto de nación. Así que decidió, con la anuencia del jefe constitucionalista, ofrecer sus servicios al general, quería hacerse cargo de la artillería de la División del Norte. Carranza lo dejó, porque en el fondo, hombres como él, estorbaban sus ambiciones. El boquete se hizo evidente cuando, previo a la tom a de Zacatecas, en una fiesta en honor al Presidente Constitucionalista, a él y a Eugenio Aguirre Benavides, se les ocurrió un brindis en el que exaltaban que todos los villistas eran, antes que nada, maderistas, y que luchaban por los ideales del Presidente asesinado. Naturalmente al barbón no le gustó y empezó a boicotearlo, al grado de que designó al m andó para la tom a de Zacatecas, al mediocre general Natera, ese que no firmaba la nómina, porque aducía que “D on Total” ganaba más que él. Y cuando Villa tom ó la decisión, a él y al llamado Centauro, el barbón les negó todos los méritos. Este coahuilense quería ser el único, pero le faltaban tamaños, así que lo m andó apresar. Esto no era más que una prueba irrefutable de la animadversión que el Presidente Constitucionalista tenía hacia Villa y a la lealtad que él manifestaba. A pesar de que el general le advirtió de que esos doce hombres le servirían para nada, pues los carranclanes sólo atacaban en m ontón, y no le dijo a traición, porque nunca sospechó que el traidor estaba entre esos doce hombres que servían de escolta. Pero al parecer el general ya se las olía que todo estaba escrito, y que él, enfermo y con la moral por los suelos, no iba a llegar m uy lejos. Él no hizo caso, quería encontrarse con la muerte y y ahí empezó a cavar su tumba, una fosa que ya se impacientaba por recibirlo. Efectivamente, la traición llegó y fue por conducto del tal Salas, quien a cambio de ser amnistiado, y una cantidad ridícula de dinero (cualquier dinero es ridículo cuando se trata de vender a un hombre, pero cualquier dinero también es efectivo cuando se llega al precio del traidor) no dudó en entregarlo. Así que, en vísperas del aniversario del estallido de la Revolución, en el Valle de los Olivos, él y sus acompañantes fueron sorprendidos

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(¿sorprendidos?). Avisados de antemano, cayeron los carrancistas, nadie pudo hacer nada. Se dejaron apresar con una docilidad que si bien no le extrañó a los soldados, les supo a rutina, como si no conocieran la estatura del gran artillero. Ahora sólo era un preso más del ejército constitucionalista. Apartaron a los elementos de la escolta y él se quedó solito, no ignoraba los métodos de los asesinos, cómo no iba a tener en su memoria la forma en que los huertistas habían matado a don Abraham, y aunque ahí no había trenes, la sierra era más propia para la ley fuga. Casi todos los miembros de la escolta fueron ejecutados en el camino, y a él lo condujeron en tren a Chihuahua, versión oficial, para que tuviera un juicio militar justo. Era la aplicación de la Ley Juárez, que tanto defendía Carranza, y ahora, con mayor razón. Los enemigos deben m orir en el paredón y Ángeles era un enemigo, no de la Revolución, del llamado barón de Cuatro Ciénegas. La manera en que fue recibido por la gente en la ciudad, fue por demás apoteósica, aunque tanta fiesta no fue suficiente para ocultar que ahí se le iba a ejecutar. El juicio fue en realidad una farsa. Los generales que formaban el tribunal estaban aleccionados y advertidos para que no se contemplara otro final que no fuera el fusilamiento. Los abogados, Gómez Luna y López Hermosa, las damas de la Sociedad Pro Felipe Ángeles y el pueblo, hicieron su labor, pero todo fue estéril frente a la consigna. Los generales se quejaban de que les hubieran dejado a ellos el paquete, alegaban que hubiera sido más fácil darle un tiro y alegar que había querido huir, o de plano aplicarle la ley fuga. No, tuvieron que llevar el escenario al teatro de los Héroes, en Chihuahua, la cuna de la Revolución, como para escarmentar a otros posibles opositores al ya dudoso presidente. De nada valieron los argumentos del licenciado Gómez Luna, quien alegaba que él ya no era militar y menos pertenecía al ejército constitucionalista, luego entonces, el juicio sumario estaba fuera de la legalidad. Carranza se sentó en lo que consideraba la ley y no dio marcha atrás. De nada valieron las llamadas ni los telegramas; también Obregón amenazaba al tribunal: “Si ustedes indultan al generalito, consideren que han dejado de ser mis amigos”. Así que no había puerta de escape. Y para muchos, aunque ésta hubiera existido, él no quería huir. Por eso le dijo a Gómez Luna que su problema no era de abogados, sino el de un destino ya determinado. La parábola de las peceras con el tabique de cristal vino a su mente. Recordó que cuando se quitaba ese tabique, los peces se habían acostumbrado a no transgredir un muro ya imaginario. Así, él era un preso que ya no quería cruzar hacia la libertad, aunque ésta se lograra mediante un amparo. Ya estaba cansado y sólo esperaba que todo aquello se acabara. N o es que su defensa haya sido débil, él mismo confeccionó un discurso de altos vuelos, pero no lo escucharon, o no entendieron; ¿Quién entre los militares podría creer, que el ahora acusado general, no quería matar a sus hermanos? ¿Quién, que se considerara en sus cabales aceptaría que la Revolución se

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había hecho para que todos fueran iguales? ¿Quién de los que estaban en la sala sabía quién era Jean Valjean, a quien la sociedad, y el amor que éste le profesaba, lo convirtieron finalmente en un delincuente? En el mismo juicio él hizo una analogía entre el héroe de Víctor Hugo y Villa, pero ¿quién de los ahí presentes sabía quién era Víctor Hugo? ¿Quién sabía qué era una analogía? El mismo general Ángeles no ignoraba que le estaba hablando a las paredes, y que si la gente interrum pía su alegato para aplaudir, era por la gran simpatía que le profesaban. El general sabía que estaba solo, pero no solo en ese teatro que era la antesala de la muerte, no en la ejecución que aguardaba impaciente. En fin, que todo el juicio se convirtió en una especie de parodia de la tragedia griega, en donde los personajes eran arrastrados por una decisión que ya se había tomado aun antes de que Dios encendiera las estrellas. La muerte estaba ahí como el principal protagonista y no se iba a retirar con las manos vacías. Aunque todos pidieran el indulto, la respuesta que dio el ciudadano Presidente fue lacónica e implacable: “Ordeno recordar los procedimientos que la ordenanza militar señala para el cumplim iento ineludible cuando se trata de una sentencia de m uerte”. Ahora, con mayor claridad, se dibujaba en él la certeza de que siempre había estado solo y que así tenía que abandonar este m undo. Sus lágrimas por Clara, la mujer que siempre entendió sus sueños y que no le puso freno a sus aventuras militares; sus hijos, que quedaban en desamparo, fueron la última llamada a un universo, que siempre lo supo, no estaba hecho para él. Por eso su discurso quedaría más bien tatuado en la memoria de quienes se dedicaran a estudiar todas las contradicciones que había engendrado la Revolución; y todas las contradicciones que permean a la hum anidad y la hacen infeliz. Este suceso se escribiría en la historia de la ignominia, por eso nadie le puso atención. Todos, ni sus amigos, ni sus enemigos. Todos coincidían en que aquella representación debería llegar a su fin, saltar esa penosa cerca, al día siguiente él sería parte de la historia, pero ya no estorbaría más al jefe máximo. Por eso las mujeres lo abrazaban y le empapaban el traje con sus lágrimas; le abrazaban como se abraza a quien está a punto de beber la cicuta. Por eso el general Escobar llevó un par de platillos para compartir con él “su última cena” y le extendió un papel para que el general escribiera cualquier garabato y él pudiera guardarlo como un recuerdo de aquella memorable fecha en que se fusiló al general Ángeles. Y por eso también, el propio general, ya no escuchó las propuestas que le hacía el coronel Bautista: “Me la juego con usted, mi general; sólo quedamos Escobar y yo al m ando, a él es fácil eliminarlo. Saldremos y nos encontraremos con Villa, que no debe andar m uy l e j o s ., Él no escuchaba, había pedido un baño de agua fría, como los que acostumbraba antes del combate. Q uería llegar inmaculado a la muerte. Culhuacán, abril, 2016

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Aluxe

Eduardo M artínez RamírezZ

En un pequeño poblado de Yucatán llamado Umán vive un campesino de nombre Rosendo. Don Rosendo, como se le conoce por el rumbo, cultiva cada seis meses maíz; un maíz al que él cataloga como el más puro de México, nada de transgénicos ni esas cosas de ciencia que un tal Monsanto intenta dañar, no, no. Para don Rosendo basta con darle el mejor trato a la tierra para que ésta produzca varios tipos de maíz, desde el prietito hasta el amarillito. Durante años, don Rosendo ha procurado sus tierras; las cuida de plagas, ladrones o animalitos que pudiesen comerse sus cultivos. Y a pesar de ser un campesino a él nunca le hacen chanchuy con las leyendas y los chismes que andan circulando por allí: es completamente escéptico de las cosas que se cuentan en el pueblo, como esas criaturas mágicas llamadas Aluxes, duendes mayas traviesos, pequeños y bromistas que esconden las pertenencias de quien sea. Esa capacidad de fabulación de la gente del pueblo no le convencía en lo más mínimo; podría creer en Chaac, dios maya de la lluvia, pero no que éste tuviese auxiliares que le ayudasen a romper esos cántaros de agua. De niño, su abuelo le contaba diversas historias acerca de los Aluxes; si un calcetín se perdía o era ilocalizable, su abuelo le preguntaba: ¿a dónde irán esos calcetines divorciados?, ¿hay un universo paralelo en el que aguardan a sus pares o buscan otras relaciones en un ambiente más liberal que permita que el calcetín verde se lleve de maravilla con el rojo? Eso le hacía reír muchísimo a don Rosendo; sin embargo, después de preguntarse a sí mismo si eso era posible, su abuelo mencionaba que “si existe en verdad un cosmos mágico no apto para el ser humano, era probable que los Aluxes provinieran de allí”. De esta manera, tuvo una búsqueda implacable por hallar dichos duendes, sin embargo, fue en vano, ya que nunca pudo ver alguno. Hoy, don Rosendo tiene 54 años; vive a las orillas de Umán, en una cabañita humilde 1 Estudia la licenciatura en ciencias de habitada por él y su perro Solovino, acompañante la comunicación, colabora en diversos incondicional. medios digitales y como guionista en Radio Mexiquense de Amecameca. Participó en Un día caminando por los campos de el Taller Ambulante de Creación Literaria maíz, comenzó a escuchar silbidos, tantos que por que impartió el Centro Cultural Mexiquense un momento pensó que se trataba de escorpiones Bicentenario en Ozumba, Estado de México.

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o grillos, pero el sonido no se asemejaba a ninguno de ellos. — Seguramente me están jugando una broma — pensó. — Estos condenados escuincles. ahorita que se asomen les arrojaré una piedra para espantarlos y que me dejen en paz — Solovino, vente pa’áca! — gritó. Esa tarde, no hizo caso sobre los silbidos, comenzó a recolectar maíz, ya que el martes debía bajar al pueblo para venderlo. Una vez terminada la recolección se fue a casa. Al caer la noche, don Rosendo se preparó un poco de Pozol bien calientito para dormir a gusto. Mientras tanto, comenzó a quitarse todas las marañas que le hacía estorbo para descansar, comenzando por su sombrero. Lo dejó encima del buró que se encontraba a un lado de su cama, su paliacate cayó encima del sombrero cubriéndolo como una lona a su coche, se quitó las botas; las sacudió enérgicamente por tanta tierra que traían del campo, se levantó y comenzó a beber su Pozol. — ¡Ah que rico caray! — dijo con ánimo de desahogo— Sí el pulque es la bebida de los dioses, el pozol es la bebida de los mortales como yo — Se rió sonoramente de su pensamiento. Después que terminó de beber, de inmediato cayó rendido en su cama. A la mañana siguiente, don Rosendo se percató que no estaba una de sus botas, su sombrero había desaparecido, su paliacate cubría otro par de botas que se encontraban por la mesa, y su rico Pozol se había evaporado; en ese instante le pareció muy extraño, pero sin temor alguno, sólo comenzó a buscar sus cosas. — ¡A Caray!, qué raro está todo esto, si no tengo el sueño tan pesado ¿Cómo es que no escuché a nadie? ¡Solovino!, ven pa’acá — El perro un poco atemorizado, sumiso y con la mirada triste, moviendo la cola como los limpiadores del parabrisas de un coche, llegó a los pies de su amo. — A ver tú, ¿por qué no me avisaste que entraron esos escuincles a mi casa y me robaron mi bota? Eres el guardián de la casa y de mí — El perro con gemidos de tristeza, miró a su amo con ánimo de entender lo que éste le decía — Ya sé Solovino, estamos viejos — acarició el lomo del perro— y a nuestra edad el sueño nos vence y quedamos bien dormidos que ni una locomotora logra despertarnos. Ándate, hoy me acompañarás al pueblo para vender el maíz. Una vez que bajó al pueblo, se instaló en un pequeño espacio donde pudiese caber su maíz, extendió un costal y encima de éste vació el maíz que había recolectado; en ese momento llegó un viejo amigo llamado Felipe a quién no dudó en comentarle las cosas extrañas que le habían sucedido. — Yo dejé todas mis cosas allí, pos nunca me he preocupado por acomodarlas en algún lugar en especial; no más llego del campo y lo que quiero es dormir; pero ayer, me comenzaron a silbar, me escondieron algunas cosas, mi bota ya no la encuentro y mira que afortunado soy de tener otro par que me compré la semana pasada allí con don Pepe; pero eso no es lo peor, méndigos escuincles, se acabaron mi Pozol, ¡onde que estaba bien sabroso!

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— H m m . no, pos sí es raro Rosendo — dijo Felipe— . Pero eso me suena a las cosas que hacen los Aluxes. No sé si te has enterado que últimamente a muchos les están haciendo travesuras, dicen que te dejan de molestar si haces un Hanlicol, ya sabes, llevar al Ha men para que predique por la salud, ahuyente al Aluxe que te está molestando y sirve que te ayuda para que tu campo dé más maíz, ya se acerca febrero y ves que lo vientos andan fuertes. — Cómo vas a creer esas cosas — dijo Rosendo— . Tú si estás loco. Son chismes absurdos que la gente se inventa nomás para distraerse; chismes como el de Pepe, que la gente anda diciendo que ya se consiguió otra mujer, que porque su vieja lo dejó por otro que si le rueda el petate y se lo enrolla hasta la cocina. — ¡Órale Rosendo, no me andes albureando! — dijo Felipe— . Pues no se Rosendo, no me explico lo que te sucedió, deberías de intentar hacerlo, aunque sea puro chisme pero no está de más; Uno nunca sabe — Felipe soltó una carcajada y dijo: — Ora sí te pasaste con eso de don Pepe. Durante un largo día de venta, don Rosendo decidió regresar a casa con la única idea de prepararse otro rico pozol y dormir. Al día siguiente, volvió a encontrar todas sus cosas desordenadas, esta vez ya no estaba su sombrero, su camisa estaba hasta el baño, sus botas estaban más sucias que cuando las sacudió hacía dos días. — ¡Chingaos! P o s . ¿Quién es el que se mete a desordenar mi casa? ¿Qué buscan? ¿Intentan volverme loco?, no entiendo. ¡Solovinoooo! Y así, durante un buen tiempo, le continuaron sucediendo cosas extrañas a don Rosendo, los silbidos continuaban, las cosas desaparecían, pero al final siempre las encontraba escondidas o puestas en algún otro sitio dentro y fuera de la casa. Hasta que un día ya harto de esto, decidió no dormir para averiguar quién era el vivaracho. En la noche preparó su pozol de siempre, esta vez lo preparó bien cargado para no dormir. Miró atentamente su reloj, un reloj que le había comprado a don Pepe el martes en la plaza. Rosendo sentía lástima por Pepe, por lo de su mujer. Dieron las once, las doce, la una y las dos de la mañana, y todo se mantenía sereno, la noche se asemejaba a la de un cuento de detectives, todo sigiloso y en suspenso. De repente apareció un pequeño hombrecillo, de estatura similar a la de un niño, su cara era la de un hombre de 30 años, vestía como un tradicional maya, era raro, piel morena y cabello negro; don Rosendo se quedó pasmado al ver tan curioso personaje; inmediatamente, sin dudarlo, lo enfrentó. — ¡Hey! Y t ú . ¿Quién eres? ¿Qué haces aquí? ¿Eres tú el vivaracho que esconde y desordena mis cosas? contéstame o si no te voy a zapear o te lanzaré la bota que dejaste divorciada. El Aluxe se mostró tranquilo, no dijo palabra alguna por un buen rato, caminó, de un lado a otro esperando quizás que la bota volará cerca de éste. Se detuvo y exclamo: — Yo soy un Aluxe, guardián de la naturaleza. He venido

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aquí, debido a que no me has agradecido por proteger tus cosechas, te escondo tus cosas porque no sé cómo llamar tu atención, además me parece gracioso y me bebo tu pozol p o r q u e . porque me gusta mucho. En ese momento don Rosendo creyó estar soñando — Creó que bebí mucho pozol — dijo— Desvelarme tan tarde ya me hace ver mayas del tamaño de un bastón. — ¿De verdad, eres un Aluxe?, ¿esas cosas mágicas que cuentan en el pueblo? — dijo Rosendo sorprendido. — Así es, mi estimado Rosendo, yo soy un ser mágico — dijo el Aluxe— , pero ahora yo debo preguntarte ¿Por qué no me has puesto mi Kahtal?. ¿Acaso no hemos protegido bien tus tierras? ¿Crees que tus cultivos se mantienen solos? ¿Tú crees que la ex esposa de don Pepe lo dejó por otro que sí le enrolla el petate? Todo tiene una explicación lógica y mi lógica es mágica. Por cierto, ya que andamos en confianza y me estás viendo ¿Tienes un poco de pozol? Vengo sediento. Rosendo no creía lo que estaba viendo; los rumores, los chismes y las historias de su abuelo eran una realidad, Estos seres mágicos sí existen. Inmediatamente le brindo un tarro de pozol. El pequeño ser, bebió el pozol de un solo trago; Rosendo trato de conseguir un tarro pequeño, pero al no encontrar alguno, le dio uno tan grande que apenas y el Aluxe podía sostenerlo. — Ahora dime — dijo Rosendo— ¿qué debo hacer para que ya no me escondas mis pertenencias? Ya estoy harto de andar buscando todos los días mis cosas por allá y por acá, luego sí te pasas y me las hechas hasta en el baño y otras las encuentro en casa de Solovino. Y de lo de Pepe, ¿Tú que tienes que ver con eso? — Muy bien, te diré, debes construirme un Kahtal Alux, así no vendré a molestarte por un buen tiempo y mis silbidos protegerán tu cultivo de ladrones, malos vientos, animales y plagas, ya sabes. Aunque también deberás dejarme un tarro de pozol, ¡de verdad es delicioso! Respecto a lo de Pepe, te puedo decir que su esposa quería un petate cálido y grande para poder dormir, no uno arrugado y maltratado como el de Pepe, sabes a que me refiero; yo sólo le ofrecí a Pepe una mujer que valorará su excelente corazón y a cambio él nos ha alojado en un Kahtal con todos los servicios, hasta tenemos Wi-Fi. De este modo, Rosendo no dudó en construir el Kahtal junto a su casa; Solovino junto con los Aluxes eran la combinación idónea para cuidar de sus cultivos y de su casa. La tradición marca que durante siete años se debe dejar un tarro de pozol todas las noches para el guardián mágico, después de ese tiempo se debe cerrar el Kahtal Alux para que el Aluxe no vuelva a hacer travesuras. Los mayas demostraron que la parte más elevada de la ciencia se llama magia; y con ello nos enseñaron que entre la lógica y lo fantástico existe una balanza en donde no pesa una más que la otra. Y como dijo un escritor de nombre Juan Villoro: nada más lógico que los duendes preserven sus derechos en sitios sagrados. Lo misterioso es que también se apropien de las situaciones más profanas.

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La vida impensable

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Foto: ©Jorge Ibarra


La bicicleta en Pekín A Isolda Dosamantes1

La bicicleta es una nueva era en C hina. N o es lo m ism o vivir entre las paredes de las cuatro calles que puedes recorrer a pie en Pekín, las m uchas que recorres en autobús sin tocar piso, y las que vives si tienes una bicicleta. Se abre un horizonte de tem plos, canales, callejones antiguos de la C hina ancestral que se desvanece entre los edificios de principios del siglo xxi. El tiem po te rinde más, adquiere una dim ensión de vida y alegría, el aire se cuela entre las mejillas, miras a los atletas nadando en el canal, puedes ir po r un masaje a las calles de enfrente, a pesar del frío de invierno que rom pe en tu rostro y cala los huesos de las m anos si has dejado los guantes olvidados. Pekín brilla más con una bicicleta. Las puedes encontrar de todo tipo, hay pesadas, con canastilla de acero, de m im bre, de plástico, las hay m odernas con ruedas pequeñísim as; las encuentras ligeras, de m ontaña y otras más antiguas, pesadas, de doble uso y nuevas llegaditas de la fábrica, china, alemana, japonesa, coreana; tú eliges, pero como hacerlo en Pekín sin saber chino es difícil, confías en alguien y al fin después de tantos meses de dudar -p o rq u e una nueva te la roban y una vieja no sabes si está bien y no logras com unicarte con tu m archante bicicletero- un día te decides y vas a la tienda y te com pras una y po r fin, eres feliz; feliz porque eres libre, porque el viento se rom pe en tu rostro, porque tienes más cerca los lugares y vences la flojera de ir por un café al hotel de la am istad, al barrio coreano para la escuela de m andarín o al dentista; el tiem po se hace parte de ti y te crecen las piernas y se hacen ruedas y los caminos tienen carriles esperándote, más energía porque la vida cam bia en C hina con una bicicleta. O

1Nació en Tlaxcala en 1969. Es poeta y académ ica. D estacan su libros A puntes de Viaje, (p r a x i s , 2012); Un grito en el arca, (M atonzo, 2010) y Paisaje sobre la seda, (Verso destierro, 2008). Es fundadora y directora del Proyecto C ultural Independiente G alería Casa de la N ube, donde han expuesto m ás de 30 artistas plásticos y realizado m ás de 50 actividades literarias. L a bicicleta en Pekín


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Fábrica 798 U n pato. A yer anduve cam inando por entre callejones una b icicleta, dos patos un canto que asomaba desde la ventana. H o y m ientras com ía en la calle autos silbido gutural entre som brillas tres patos el lago es una pista de trineos los abrigos andan paseándose entre los vendedores de frutas y peces. U n pato y tres un hom bre da masajes m ientras observa la danza de abanicos. O cho patos en la 798 hay fotografías dibujos, p inturas, casas de artistas donde se escucha el cua, cua, constante de la tarde.

(del libro inédito Huellas de Oriente)

Isolda Dosamantes1

1 N ació en Tlaxcala en 1969. Es poeta y académ ica. D estacan su libros A puntes de Viaje, (p r a x i s , 2012); Un grito en el arca, (M atonzo, 2010) y Paisaje sobre la seda, (Verso destierro, 2008). Es fundadora y directora del Proyecto C ultural Independiente G alería Casa de la N ube, donde han expuesto m ás de 30 artistas plásticos y realizado m ás de 50 actividades literarias. Fábrica 798





Eterno retorno Allá, en el agua, la tierra, donde nací. Soy agua, sin tierra; y pensar que no todos podem os cam inar encim a del agua; sin tierra ni solar, escribo en el agua.

Espejo es el agua Espejo es el agua va y viene. Espejo es el agua, ventana, el viaje de un hom bre que m ira, escucha, cómo sucede, cómo respira, sueño, el rostro de la magnolia. Espejo es el agua va y viene espejo es el agua, una ventana.

Gildardo Montoya1

1 Periodista y escritor. Trabaja en la Universidad A utónom a Chapingo y deam bula por Texcoco. E te rn o retorno / E spejo es el agua

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Junio A ¿Cómo explicar estas dunas que caminan nuestros cuerpos y las serpientes que plasman sombras de pitahayas sobre ellas? ¿Y si la lluvia en realidad no fuera nuestro origen? C on los ojos vendados nos hemos dejado conducir por ríos nacidos a m itad del olvido sin preguntas que se opongan a su riada. Reconozco cada contracción de tu sexo pero, solo hoy me nom bra y dejo de escuchar la lluvia. [Entre tus pliegues, encuentro la poesía; origen y fin.]

Noviembre A Verano. Acalorada tu piel suplica un poco de brisa. Levantas la cabellera y deslizas un hielo por la base de la nuca. Resbala de la m ano para recorrer tu espalda de luna menguante. Reducido, a la altura de tu cintura gira a la derecha para continuar, con una sonrisa, por tu nalga; por lo suave de tu muslo. En el rojo vespertino de noviembre, recolecto, con la punta de mi lengua, una gota de agua tibia del huequito detrás de tu rodilla. Se evapora en lo profundo de mis desiertos: cúmulos recorren el otoño. [Bajo la sombra del mezquite, espero beber de tu agua.]

Alejandro Reyes Juárez1

1 N ació en M éxico, D.F. en 1972 y actualm ente reside en Ixtapaluca, Estado de México. D octor en Investigación en Ciencias Sociales con Diplom ado en Creación L iteraria del i n b a . Obtuvo el prim er lugar en el Tercer C ertam en de P oesía F rancisco Ja vier E strada, en 2011, el X V P rem io N acional de Poesía Tintanueva 2013 y fue finalista en el II C ertam en de Creación L iteraria U N A M -L etras en la Frontera 2014, en la categoría de cuento. H a publicado, en L iteratura, E cos y Silencios (Eterno Fem enino Ediciones, 2012); A lfilo (Tintanueva ediciones, 2013). Sus poem as, cuentos, reseñas y artículos han sido incluidos en diversos libros colectivos y revistas. J u n io / N oviem bre


Llueve Llueve no huele a tempestad es humedad al tacto: fieras gotas de luz y vida señales de impacto ajenas a la voluntad es música. Con la lluvia no mueren las flores y anhelos y suspiros y ganas de ser tampoco. En el jardín de la memoria crece un surtidor de imágenes; colorido bastidor. es el tiempo; nosotros mismos. Se desvanece la grisura celeste avanza una claridad: manojo de violetas frescas, con rocío. La humedad de mayo se unta en mi rostro con desenfado: que impere la lujuria que la pasión habite cerca que aniden truenos en el inframundo de la cabaña; y en la inundada fuente que bailen peces de colores el son y el danzón y suspiren mientras llueve. No huele a tempestad es humedad al tacto. Aquí nada huele bien aquí es donde la lluvia certifica temples aquí las fieras gotas fortifican en las heladas montañas en el mudable desierto son espejismo llueve y en Comala entierran caballos y en Luvina el silencio toca almas y en el fondo de mi corazón Alicia, detrás del espejo, conduce un navío entre arrecifes. Llueve las palabras se desbordan buscan la recuperación: su sentido original. Con el recio soplo del viento el navío de Alicia sortea peligros en el jardín de la memoria el tiempo: nosotros mismos.

Alex Sanciprián

1 Egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la portal todotexcoco.com

u n a m

. Ejerce el periodismo. Es editor del

Llueve



ÁNGELUS

Pr ó l o g o a la m a t e r ia liz a c ió n d e f a n t a s ía s o el tra b a jo fo s fo re s c e n te

de E d g a r E sco b e d o Q u ija n o Arturo Trejo Villafuerte1 Para Josefina García Paredes y Julio Arturo Mata Trejo

U N O . No fue ayer sino hace muchos años cuando llegó Edgar Escobedo Quijano (ciudad de México, 1964) al Centro Cultural Librería Reforma, ubicado en Paseo de la Reforma No. 11, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, siendo un jovencito con uno de sus libros bajo el brazo. En ese entonces, los años ochenta del siglo pasado, comenzaba su ahora ya larga carrera como hacedor de fantasías 1 Profesor investigador de la Universidad A utónom a Chapingo y m iembro del i s e h m e r de la m ism a institución. Sus m ás recientes trabajos se han publicado en: A la s de lluvia (Poem as, 2010), Sueños al viento (Poem as, A ntología, 2010), Ecos del tiem po (Poem as, A ntología, 2011), Poem as p a ra un p o eta que dejó la p o esía (Antología, 2011); y en la editorial C ofradía de Coyotes: D onde la p ie l canta (Poem as, A ntología, 2011), Coyotes sin corazón (Cuentos, A ntología, 2011), Som bras de las letras (Ensayos, 2012), E l tren de la ausencia (Cuentos, antología, 2012), P erros melancólicos (Cuentos policíacos, antología, 2012), Abrevadero de D inosaurios (Antología, 2014), Á rbol afuera (Antología, 2014); adem ás de M i vida con las m ujeres (cuentos), A m a r es p e rd e r la p ie l (Ed. M olino de L etras- U A C h, 2013) y L ám para sin luz (N ovela Fondo E ditorial del Edom ex, 2013).

C o lin o

animadas. No recuerdo con exactitud cuál era, de todos sus ahora muchos títulos, pero nos llamó mucho la atención a varios de los tertulianos de los viernes de café y ron, asiduos de ya mucho años y desde que se fundó ese Centro Cultural, atendido por Franklyn y por Angelita, donde era un placer estar ahí, sobre todo para disfrutar de su café, especial, aromático y sabroso, el cual siempre tomábamos por sus cuatro letras: Caliente, Amargo, Fuerte y Escaso, según lo pedían el poeta colombiano Aníbal Eguea y el mexicano Vicente Quirarte. Los tertulianos siempre frecuentes eran Xorge del Campo -poeta editor, antologador, crítico y siempre amigo-, Juan Cervera -fino poeta, nacido en España pero con muchos años de residencia en nuestro país-, Raúl Rodríguez Cetina -que ya descansa en paz, narrador nacido en la hermana República de Yucatán, precisamente en Mérida, pero también avecindado en la ciudad de México desde los años setenta, cuando llegó a un taller de literatura del i p n y luego presentó su primer libro El desconocido-, Horacio Espinosa

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Altamirano -poeta, periodista, sobreviviente del 68-; Ignacio Trejo Fuentes -crítico y narrador, gran amigo-, Ricardo Clark -narrador argentino y Premio Nacional de Cuento-; José Francisco Conde Ortega -poeta, cronista, ensayista y, sobre todo, amigo-; Delfor Sabalette -quien se decía amigo de Jorge Luis Borges-; Jorge Arturo Ojeda -narrador, cuyos libros de cuentos Personas fatales y Como la ciega mariposa, le dieron fama y prestigio literario-; Víctor M. Navarro -poeta, locutor y comerciante-; César Benítez Torres -Licenciado en Derecho, poeta y amigo-; Agustín Jiménez -poeta, editor durante buen tiempo del suplemento Athenea del periódico Ovaciones; Nemorio Mendoza -m i editor y gran amigo-; Armando Buendía -m i compadre, excelente diseñador y desde siempre mi gran amigo-; las poetisas Aura María Vidales y Minerva López Méndez; la periodista Patricia Gilhuys, y muchos más que se pierden ahora en el vaivén incesante de la memoria. DOS. No está de más mencionar que Edgar nunca faltaba a las reuniones, era siempre constante, disciplinado, para estar presente en esos viernes de café (a veces en el Café París, en el “Habana”, el “San José” -de donde es asiduo el gran cantante de música afroantillana Luis Ángel Silva “Melón” - , o “El Gran Premio”), que para nosotros era un día más, porque trabajábamos cerca de esa zona -en la Avenida Bucareli, la llamada avenida de los periódicos-, donde se encontraban la revista Su Otro Yo, El Universal, Cine Mundial, Redondel, Excélsior, y ahí cerca El Nacional, La Afición y varias publicaciones más, donde muchos de nosotros colaborábamos o trabajábamos, y aunque él sólo en alguna temporada, siempre llegaba desde el lejano sur, Tlalpan casi esquina con Ermita Iztapalapa, para estar presente en las tertulias y enterarse de los chismes literarios y colaborar con y en ellos. TRES. También ahí cerca estaban las cantinas “La Mundial”, “La Reforma”,

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“La Ópera”, el “Salón Bucareli”, el bar “Chapultepec”, “Casino Americano”, “Bar Blanco” y “La Universal”, donde invariablemente iba a parar una buena parte de nuestros sueldos. Pero Edgar no llegaba ahí, nunca lo vi en esos lugares de disipación, ni en “El Molino Rojo”, ni en “El Caballo Loco”, o el “San Francisco Golden Gate”, el “Dos Naciones” o la “La Rana Sabia”, o “La Leyenda”, o el “Bananas Ahí” o algún otro lugar donde convivíamos y con-bebíamos con el alcohol y las chicas malas. Edgar era un muchacho sano, clasemediero de la peor ralea -n o lo digo peyorativamente-, que se dedicaba a estudiar, trabajar y las labores propias de su sexo. Debo decir que entre los escritores, sobre todo entre mis amigos, somos muy dados a los exceso y a los vicios, cosas de las que nuestro querido Edgar siempre se ha mantenido al margen y lo que causaba extrañeza en muchos de nosotros, y por eso siempre nos preguntábamos: ¿de dónde salen y saca esas historias exacerbadas, lúdicas, frenéticas, desquiciantes, que nuestro autor pone en sus textos? Lo ignoro totalmente y nunca hemos platicado al respecto, pero las historias ahí estaban, en sus libros, y como el lector corroborará en este libro, son textos trepidantes, sexosos, desbocados, terribles y profundamente anormales. Antes de que se conocieran los casos, ahora frecuentes, de los transgénero, Edgar ya había hecho las cirugías literarias necesarias para que un hombre se volviera mujer y una mujer se volviera hombre -ahora está muy de moda la historia del ex campeón olímpico en decatlón, Bruce Jenner, padre de las Kardashian y ahora habilitado como Caitlyn- y que además se embarazaran, nuestro autor ya había hecho lo necesario, literariamente hablando, para que animales que no vuelan volaran y animales que reptan nadaran, una mezcla frenética de hechos y sucedidos que no nos imaginamos, como cuando un chavo cohabita con su almohada y la embaraza, teniendo como producto de esa unión a un bebé almohadito.

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CUATRO. Edgar Escobedo Quijano es un autor de una obra disparatada - y debo de decir que una novela “disparatada”, que apunta en muchas direcciones, es Rayuela del gran Julio Cortázar o La muchacha que tenía la culpa de todo de Gustavo Sainz, o el Ulises de James Joyce: los textos de nuestro autor apuntan en todas y muchas direcciones, a todo y a nada: y nos dejan boquiabiertos: ¿ahora qué se le va a ocurrir a este tipo? Porque de verdad uno nunca sabe qué va a pasar en sus textos. En los textos (¿relatos?, ¿cuentos?) de nuestro autor hay un frenesí creativo y vital que apunta para todos lados y que no permite ni siquiera catalogarlos como cuentos, relatos, fantasías, o lo que se acumule esta semana. Cuando veo al papá y esposo Edgar darle la leche y galletas a su hijo Hansel, convivir pacífica y civilizadamente con su esposa Josefina, siempre pienso y sigo pensando ¿de dónde salen esas historias desquiciantes, locas, abrumadoras? Un señor que toma leche, se duerme temprano, casi no bebe, no fuma y se porta bien, no es la imagen del autor que ha conseguido o se desprende de estos textos delirantes y frenéticos. Es como si pudiéramos ver al Marqués de Sade bordando y tejiendo chambritas o a Juan Jacobo Casanova quieto y tranquilo tomando un capuchino en su hogar, rodeado de sus hijos. Y aquí viene lo espinoso, que no es nada claro: cómo catalogar a una literatura que no es posible catalogar. Siempre se clasifican los modos y formas de la narrativa -cuento y novela- y de la poesía de acuerdo a ciertas características esenciales y así podemos hablar de lo “Real Maravilloso” o “Realismo Mágico” y del “Boom” de la novela latinoamericana, pero cómo clasificar a este tipo de textos que no tiene nada qué ver con “La Onda”, con el Realismo, ni Mágico ni Socialista, ni con el Infrarrealismo, menos con la narrativa de la Revolución Mexicana, por ejemplo. Señalaríamos, como lo hace Harold Bloom, que es mera “Literatura de la imaginación”, donde todo se vuelve posible y real, donde la página es el lugar donde suceden los hechos.

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Tenemos que decir que son “fantasías”, delirantes fantasías, donde hay un “Nene colmilludo”, un “Frankenstein de chicharrón”, un “Fabricante de Yetis para ser usados en nuevos cuentos y novelas” y muchos etcéteras, etcéteras, etcéteras. Cuentos espesos, relatos anegosos, que como arenas movedizas, nos inmovilizan y tenemos que hundirnos en ellos irremediablemente. En ese sentido lo creo más cercano a Julio Torri y a los autores de minificciones, de los cuales en la literatura mexicana por fortuna hay legión, aunque no todos son conocidos. No podemos hacer teoría literaria de estos textos porque el autor es muy cercano a nosotros y si éstos valen por lo que son, en algún momento no faltará un crítico en un futuro no lejano, que los desechará o dirán que eran - o son- la maravilla de la narrativa mexicana contemporánea, casi al nivel de Juan Villoro, Raúl Rodríguez Cetina o Carlos Fuentes -autor que no es del agrado de Edgar y motivo de algunas discusiones con él-, que yo lo veo más cercano a Guillermo Cabrera Infante y otros autores caribeños, también está atrás de sus textos El libro de la imaginación de Edmundo Valadés -libro fundamental para todos los que hacemos literatura-, Antología del cuento breve y maravillosos de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares; aunque Edgar habla con cariño de sus autores y libros predilectos: Carlo Collodi, Lewis Carroll, Hoffmann, Michael Ende, la Generación Perdida, Homero y los trágicos griegos, “Las mil y una noches”, Selma Lagerlof, Colette y Francoise Sagan, Antoine de Saint-Exupéry, su tocayo Edgar Allan Poe y Oscar Wilde, la revista El Cuento de Edmundo Valadés, José Revueltas y nombra como su póker a Rulfo, Borges, Cortázar y García Márquez, y otros tantos libros y autores de América Latina, además de otros no tan famosos como “El padre tembleque” de Octaviano Valdés, “Céfero” de Xavier Vargas Pardo, poemas de Guido Gezelle, Perros noctivagos de Luis Moncada Ivar (de quien me ocupé en el número 82 de Molino de Letras) y El detective tropical de Dámaso

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Murúa. Aunque él mismo ha calificado a su narrativa como “fosforescente” y no le falta razón porque brilla con luz propia. C IN C O . ¿De dónde salió esa imaginación ululante, desbordada, locuaz, que permite la creación de estos textos aquí presentados? Un sujeto que estudia en el Kínder Patria, la Primaria Novoa, la Secundaria 13 (“Enrique C. Olivares”, y que desde hoy pedimos que se llame “Edgar Escobedo Quijano”, por su méritos de campaña y literarios), la Preparatoria 6 de Coyoacán de la u n a m (entre los mejores 20 promedios de su generación: 1980-1982), la Facultad de Derecho (piropeaba a su maestra de Sociología, la hoy magistrada Olga Sánchez Cordero, para alegrarla cuando llegaba enojada), la Facultad de Filosofía y Letras (recuerda a su maestro de Latín, Tarcisio Herrera Sapién), ambas de la Universidad Nacional Autónoma de México, lo imaginamos de lo más común y corriente del mundo, cuyo camino es y era terminar una carrera, plantar un árbol, tener un hijo y, en un descuido, escribir un libro, pero no, algo pasó, y ese muchacho clasemediero y hasta ese momento de lo más normal, se desquició y comenzó a hacer una carrera literaria, Literatura, y como Alonso Quijano, su pariente de apellido, personaje de El Quijote, quiso avanzar por un rumbo que presagiaba “sangre, sudor y lágrimas”, aventuras, sabores y sinsabores. Ahora entre sus libros, como ya parte fundamental de su obra, se encuentran: La Mexiquíada (novela infantil), Cuerpo de Piedras Preciosas (novela), varios libros de cuentos entre los que destacan Fosforescencias, Cuentos Prohibidos, la Antología, Ponle mi foto al muñeco, El conejo que agacha las orejas por la infancia de capacidades diferentes (cuentos para niños, Ed. Luna Negra, México, 2014. 128 pp.), igual algunos títulos de investigación como Brujería negra Vudú, Yoruba y de Brasil (Ed. La Biblioteca, México, 2014, 156 pp. con un contenido que no tiene desperdicio y que nos da valiosa información sobre este tipo de actividades en las que uno puede creer o no, pero que se dan y hay gente que cree

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en ellas), Angeles (firmado con el seudónimo de “Aura Shyler”), también aparece en la antología Abrevadero de Dinosaurios (minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp., donde publica el cuento más breve de la Literatura, incluso mucho más breve que “El Dinosaurio” de Augusto Monterroso; y del ensayonovela cubista Santa Muerte, El Libro Total. También es autor del libro de viajes La Eurodisea delJaguar Rojo, y de Santa Muerte: La Niña Blanca; Descuartizadores, de Jack el destripador al Caníbal de la Guerrero; El Gran Libro de la Suerte (que en sus páginas tiene todas las supersticiones, amuletos y talismanes) y además es cofundador de la revista Devoción a la Santa Muerte del corporativo Editorial Mina. La Obra Literaria de Edgar Escobedo Quijano ha sido ampliamente comentada, reconocida y recomendada en distintos medios de comunicación de México y otros países, entre ellos algunos europeos y algunos críticos literarios como Jean-Marie Colombani (Director del periódico Le Monde, París, Francia; Suplemento Des Livres), Leo Magnino (Revista La Cultura nel Mondo, Roma, Italia), Juan Luis Pla Benito (Revista Pliego de Murmurios, Barcelona, España), Federico Patán (Suplemento “Sábado”, del periódico unom ásuno), Ignacio Trejo Fuentes (periódico Milenio, y “México en la Cultura” de la Revista Siempre!), le han dedicado palabras elogiosas y algunas notas. SEIS. Luego de 31 años (La muñeca del arcoiris erótico incluye sus cuentos de 1984 a 2015) haciendo literatura, en estos cuentos se encuentra la labor minuciosa y constante de nuestro autor, y creo y siento que a partir de la publicación de este volumen, donde se reúne una selección de sus textos, Escobedo Quijano pasa a la dimensión de la literatura para lectores, de la Literatura con mayúsculas, que exige una lectura atenta y nada frívola. Ya llegó con sus trabajos y méritos de la Liga de Ascenso a la Primera División Profesional. Ahora, como lo dice Dante

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a la entrada del Infierno: “Deja aquí toda esperanza”, porque los lectores que compran un libro, los lectores de carne y hueso, son quienes hacen que los libros sobrevivan o pervivan, y los hacen queribles, clásicos, entrañables. El libro que compramos es nuestro, el libro que leemos es más nuestro y, además, si ese libro nos interesa o nos gusta es profundamente nuestro, y se vuelve parte de nuestra biografía. El volumen que nos entrega ahora Edgar entra a la dimensión de los libros de a de veras - y no porque los otros no lo fueran-, porque aquí circulará comercialmente, se venderá, se comentará, llegará a un público universitario y lector, y entonces sí quienes lo adquieran, quienes lo lean, tendrán una opinión que deberá ser respetable, implacable, y no como los comentarios frívolos con halagos de algunos de los locutores de radio o televisión que anteriormente le dedicaron unos segundos a sus textos.

Los lectores de a deveras, son gente seria, son gente sensata que está acostumbrada a leer literatura que debe dejar algo en ellos. No son lectores de Paolo Coelho o de Carlos Cuauhtémoc Sánchez, sino que son entusiastas y febriles que han leído a García Márquez, a Cortázar, a Rulfo, a Fuentes, a muchos otros más. Edgar entra al terreno en donde se espera una buena literatura en un volumen y entonces sí, por más que le eche yo porras en la presentación, quien tiene la última palabra, quien es el juez, es ese lector que ahora está leyendo estas líneas, quien se deleitará, sufrirá o se quedará con buen sabor de boca o un conocimiento a partir de los textos que aquí nos presenta nuestro autor. Repito: no son textos comunes, no son textos corrientes, el trabajo de Edgar exige, como toda lectura, concentración y tiempo. Si así lo hiciere el lector, encontrará un universo locuaz de situaciones que no es fácil encontrar en otro autor. Así pues, amigo lector, cuando entres a este volumen deberás de abandonar toda esperanza de encontrarte con textos complacientes o “bonitos”; entras a otra realidad que se escapa de nosotros mismos, entras a situaciones que son inconcebibles para la verdad pero no para la realidad de la Literatura. Bienvenidos entonces a esta profunda aventura literaria de la narrativa de Edgar Escobedo Quijano.

C hapingo, M éxico-Iztapalapa-Bondojito, 28 de diciembre del 2016, día de la llegada de Julio A rturo M ataT rejo

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Sj ó n , u n a p u e rta de e n tr a d a a la lite r a tu r a is la n d e sa Jorge Iván Garduño1

Nacido en la capital de Islandia, Reykiavik, en 1962, Sigurjón Birgir SigurSsson es un artista, escritor y poeta comprometido con el arte y las costumbres que le fueron inculcadas en su país desde su niñez, muestra de ello es su m uy temprana incursión al m undo de las letras con un libro de poemas titulado Synir, que traducido al castellano quiere decir: Visiones. Sjón, contracción natural de su nombre Sigurjón, es conocido en el m undo de la música por ser el autor de varias letras de las canciones de la artista Bjork, con quien tiene, desde hace ya varios años, una estrecha relación de amistad e incluso ha bailado, cantado y coescrito algunas canciones con la cantante, para sus producciones discográficas y conciertos. Dentro de su faceta de escritor, Sjón siempre ha mantenido una línea que 1 Fotógrafo, escritor y periodista mexicano jorgeivangg@hotmail.com

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roza los límites de la poesía y el intelecto, recreando magistrales paisajes y escenas oníricas que parten de la mitología islandesa o bien, se rem onta al origen del universo donde los símbolos y las fuerzas de la naturaleza son una alegoría de la condición humana. Su incursión “oficial” en la poesía fue en 1978, cuando tenía sólo 16 años de edad, esta pronta aparición en la escena literaria le ha significado una experiencia feroz, traducida en una capacidad artística multifacética, que lo ha puesto en los primeros planos culturales de su país. Este magistral escritor islandés tiene la peculiaridad de envolvernos con su narrativa concisa, a veces divertida, en ocasiones con pocas palabras y un lenguaje nada rebuscado, y sin embargo es capaz de construir con estos elementos una narración poética catalogada como la mejor puerta de entrada a la literatura nórdica.

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Dentro de su repertorio, además de escribir letras de canciones, cuenta con obras de teatro, poesía y novelas que han sido m uy bien recibidas por la crítica y el público, obteniendo en 2005 el prestigioso Premio de Literatura del Consejo Nórdico, por su aclamado libro El zorro ártico. Esta novela es un espeluznante viaje ontológico a la esencia del ser humano, en el que se ponen de manifiesto las distintas facetas que se experimentan en la vida, par­ tiendo de una figura mitológica extraída del folclore islandés: “el Skugga-Baldur, un hí­ brido de gato y zorra que devora el ganado”. Es así como esta mágica novela se erige como una moderna fábula humana, que en ocasiones advierte rasgos de cuento popular que indaga en el abrupto origen de las motivaciones del hombre, con un estilo ágil y conciso, mostrando en la figura de Baldur, el dios tradicional de la luz y la belleza, hijo de O dín, al protagonista y antagonista de la novela. La literatura de Sjón nos permite apreciar el universo nórdico del cual se

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alimenta para ejercitar su prosa: paisajes fantásticos propios de cuentos de hadas, climas fríos que han hecho que el tiempo se detenga en las decenas de ríos, montañas y yacimientos de agua caliente del subsuelo, asimismo nos recuerda la literatura que nos habla de los nibelungos y su cosmogonía. Sjón apuesta por una literatura rica en ideas, cultura popular, estilo firme, talento y mucha modernidad, con lo cual crea una prosa que cultiva a una sociedad orgullosa de tener uno de los niveles más altos en cuanto a lectura por habitante se refiere en el mundo, ya que sus ciudadanos no cuentan con analfabetismo y sí con estándares elevados en su vida diaria con respecto a cualquier otro país. En definitiva, la mejor puerta de entrada al m undo de las letras nórdicas e islandesas es el escritor e intelectual Sjón, una verdadera joya de la literatura m undial que cautiva desde el m om ento en que se le lee atrapando al lector en su magistral caligrafía.

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Una ventana al m u n d o Lourdes Raymundo Sabino Gisèle F reund nació en 1908 en Berlín y m u rió el París en el año 2000. D edicó gran p arte de su vida no solo a retratar y fotografiar, sino que teorizó sobre am bas prácticas, La fotografía como documento social es p a rte de esa im p o rta n te labor. Los trabajos de F reund destacan p o r la praxis fotográfica, pero tam b ién p o r la au to ría en sí m ism a, pues este tipo de trabajos no eran habituales y m enos, ejercidos p o r u n a m ujer.

“Cada momento histórico presencia el na­ cimiento de unos particulares modos de expresión artística, que corresponden al carácter político, a las maneras de pensar y a los gustos de la época... los gustos de la época se hallaban determinados por la clase en el p o d e r . ”. Con estos planteamientos la autora inaugura su obra. Desde ellos, Freund pretende hablarnos de la historia de la fotografía, señalando sus precurso­ res, los aparatos para captarla, los procesos, las técnicas, los materiales y las relaciones desiguales de poder implicadas durante los ciento treinta y cinco años que documenta. Su objetivo es exponer “la inmensa importancia de la fotografía en tanto que procedimiento de reproducción y el papel que desempeñó en sus orígenes dentro de la evolución del retrato individual, y luego dentro de la del retrato colectivo, es decir la prensa. Se extiende desde la época de la publicación de la invención de la fotografía,

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es decir, del tercer decenio del siglo x i x hasta nuestros días”. A decir de la autora, en sus inicios la fotografía resultó indispensable para la ciencia y para la industria. No obstante se puede decir que en general, la fotografía como una nueva forma de ver la vida, tuvo una aceptación en todas las capas sociales, situación que se relacionó en muchos casos con su importancia política en particular. La fotografía aquí es planteada como una herramienta política de doble filo, pues a la vez que permite reproducir exactamente una realidad externa a nosotros/ as y documentarla, permite “despertar emociones” y “despertar conciencias” en las personas sobre las condiciones en que viven. Por otro lado, es importante tener en cuenta que quien toma la fotografía, lo hace con intereses particulares, registra visualmente determinadas personas y escenas; lo que hace que la realidad social que retrata sea

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parcial y que pueda favorecer procesos para moldear las ideas y los comportamientos de las personas; es decir “manipular a las masas”. De esta manera, la fotografía es una creación que conjunta expresiones artísticas de una sociedad determinada que genera singulares técnicas; y a través de la cual, se expresan y transforman los deseos, las necesidades y la visión del mundo de lo que Freund llama “capas sociales”. En este recorrido, la autora ve en la fotografía un medio de “autorrepresentación”, tanto de las personas como de esas capas sociales. Pero antes de llegar a ella, Freund encuentra en el retrato una forma de representación de las clases dominantes (primero de la aristocracia y luego de la burguesía), pasando por el retrato miniatura, la Silhoutte y el Découper de silhouette; como procesos en los cuales la imagen y lo que se representa en ella, resulta central. Más tarde, Chrétien inventó el Fisionotrazo, a partir del cual la silueta y el grabado se “combinarían” en una sola pieza, y finalmente hasta 1824 fue cuando el “burgués intelectual” Nicéphore Niépce inventó la fotografía. Luego, en 1833 (año en que muere en la miseria), Daguerre creó el daguerrotipo. Desde entonces se desarrollaron y diversificaron las formas (de presentación), los materiales, las técnicas, los enfoques, los lugares (en tierra o desde el aire) y los tiempos (de exposición) para captar la imagen. Éstas y otras situaciones hicieron posible que la fotografía pasara de manos de los científicos al dominio público. El impacto social de la fotografía no fue uniforme en cada época, en parte éste estuvo relacionado con las estrategias que los fotógrafos fueron creando de acuerdo a los contextos en los que vivieron; de ahí que la identidad del fotógrafo se moviera entre ser artista, ser fotógrafo o ser simplemente vendedor de fotos; según la calidad y la finalidad de su trabajo. Cuando los hombres vieron que la fotografía era un negocio rentable, quienes podían hacerse de algún equipo pretendieron ser fotógrafos, lo cual despretigió el trabajo de

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quienes veían y hacían de la fotografía un arte. Gisele Freund señala que incluso ante la falta de empleo y de popularidad, hubo artistas que dejaron la pintura y decidieron tomar fotografías. Así pues, la fotografía se ha visto como arte, como un producto industrial o para la industria, pero también como un medio de vida. Su evolución da cuenta de la importancia del contexto social, político, cultural, ideológico, económico, laboral, ético, legal, moral y comercial en que cada fase de la fotografía ha tenido lugar. Estos contextos son los que han permitido identificar las transformaciones del autorretrato (retrato individual), la reproducción en serie de una fotografía, o el retrato colectivo. A través de la fotografía se ha podido hacer una denuncia social o simplemente podemos informarnos acerca de lo que sucede en la farándula. Su historia refleja los fines que se perseguían al querer tener una imagen propia, antes se pagaba por tener un retrato y después se pagó simplemente por tener un anuncio en el periódico. Entre líneas, la autora plantea una amplia gama de problemas éticos encerrados en la fotografía, por ejemplo ¿quién tiene la titularidad sobre una fotografía?, ¿será quién es retratada/o, quién retrata (fotógrafo), quien legisla (Estado) en ese contexto, quien financia (empresas) o quien documenta (prensa)? Desde esta historia de la fotografía, podemos discutir entonces las relaciones de poder que ha habido entre fotografos, entre las “capas sociales”, entre la prensa, etcétera. Lo que es innegable es que la fotografía se hizo necesaria no como un apéndice para “ilustrar la historia”, sino que la fotografía en sí misma tiene y hace su propia historia; teniendo por aliada y cómplice más solicitada: la vista. El sentido de la vista es de más fácil comprensión que la palabra escrita, pues ésta más bien “es abstracta, pero la imagen es el reflejo concreto del mundo donde cada uno vive”. La fotografía es “una ventana al mundo”, nos acerca a personas y lugares

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en distancia y tiempo, nos ha permitido conocer más allá de nuestra cotidianidad, de nosotras/os mismas/os, de nuestra calle; simplemente ha cambiado “la visión de las masas”. La fotografía dejó de ser exclusiva de un estudio, para estar en las galerías o como una profesión en las escuelas, y cada día se ha hecho más presente en las calles. En todo caso, la particularidad de la

fotografía reside en hacer sentir algo a quien la ve, como lo indicó Nicéphore Niépce, su importancia se basa en el lenguaje expresado en la imagen. Este lenguaje que es el “más corriente de nuestra civilización”. La fotografía como documento social de Gisèle Freund, Ed. Gustavo Gill, SL, Barcelona, 1993.

E l hambre, de Werner Bischof (Freund, 1993: 138)

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El a m o r e n t ie m p o s de e s c r u t in io Sergio Pravaz1

Cuando la gente busca el amor, éste suele aparecer en los sitios más inverosímiles y en los momentos menos adecuados. Pueden pasar años con ese espasmo indescifrable escondido detrás del corazón y la vida que los lleva y los trae como a cualquier hijo de vecino, pero cuando la flecha hace centro aguantando un viento de cola más poderoso que Marlon Brando en El Padrino cuando medio mundo le besaba el anillo, ahí sí, pierde entidad lo que informe nuestro sofisticado sistema de sensores, porque cuando te salen ojos de lince y el centro del alma alcanza niveles de potencia incendiaria, no importan los cataclismos, ni los compromisos, ni los malhumores de los políticos, ni las intrigas que como un pan se convidan a diario, ni los dientes apretados, las traiciones, los nervios, los apurones, ni el gentío de medio país que transitó por cada rincón de la honorable legislatura. Todo aconteció entre marzo y abril del año 2011. Habíamos votado para elegir nuevas autoridades provinciales pero el 1 Periodista y escritor argentino.

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carro de todos nosotros se empantanó de tal manera que unos empujaban para un lado, otros para el contrario, los de más allá indicaban en arameo vaya uno a saber qué cosa, los de más acá vociferaban y hacían señas que nadie entendía, los del medio se encerraban en su propia alquimia pero esas son gentes a las que la emotividad les cambia el color cada quince minutos; los de las gradas altas descansaban a la sombra del talud de los frailes, miraban todo con el ceño fruncido y se tapaban la boca con el canto de la mano, mientras los de gradas bajas iban y venían con papeles, carpetas, fotocopias, urnas, votos, planillas, mediaslunas, transpiraban y aceleraban el paso soñando con el final del día. Fue un espectáculo fascinante para el espíritu observador, decadente y extraordinario a la vez porque todos los mecanismos de la democracia estaban en juego, como en un gran tablero repleto de perillas, botones, teclas, esferitas, palancas, clavijas, puertitas y llaves, con todas las luces encendidas y con el cortinado corrido de par en par, que todo el mundo diga, opine,

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reserve su argumento y largue al ruedo su opinión. Y la carreta embarrada como nunca antes mientras por la noche bajaba desde el norte buscando su lugar, una tropilla de periodistas de todos los medios nacionales, los habidos y los por haber también, más los nuestros, que por cierto estaban de antes y conocían al detalle esa corte de los milagros establecida en plena casa de las leyes. El forcejeo se presentaba como una parada brava y cada contendiente estaba dispuesto a ejercer su mayor destreza a fin de obtener su parte del león. Todos hacían lo que creían que debían hacer y por eso, ocupados como estaban en sus intensos menesteres, nadie reparó en el fogonazo que aconteció en plena puja comicial. Fue un resplandor único que nació de la caprichosa urna celestina que tanto se nombró por esos días. Recorrió cada esquina del palacio legislativo atropellando a quien hallara en su paso y aun así, nadie reparó en ese maravilloso suceso. El amor no cotiza en estas ligas donde se juega el destino colectivo pero en medio de ese escenario operístico, hubieron dos que se prendaron de tan magnífico modo que sólo por eso, el complejo, acalorado e intrigante escrutinio definitivo del año 2011 valió la pena; no sólo para la democracia, por cierto. Que sería del mundo sin estos eventos irracionales, desbordados, generosos

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en entregas hormonales que aceleran de tal modo a la razón que la ponen verde e inadecuada para proseguir con su intento de orden; si esto no sucediera, no habría canción popular, ni poesía, ni cine, ni imaginación apremiada por una combustión que te lanza a la estratosfera, ida y vuelta en solo un pestañeo. Aconteció en el sitio donde se sueña el futuro para que el dictamen alcance a todos, y fue justo cuando las ruedas del carretón de todos nosotros estaban más profundamente hundidas en el charco, pero ¿qué le importa eso al amor?, ¿qué pena puede sentir el amor?. No sólo hay que asegurar la especie gritó el trovador, también debe haber júbilo indicó el juglar, contacto visual, temblor, incertidumbre, confusión, risas sin motivos, ganas de compartir, un bebida, una reunión de dos, una comida, el salto tan temido. El desatino de la creación humana es lo que siempre ha puesto temeroso al juicio y en el más inadecuado de los escenarios posibles la adhesión incondicional a los dictados del corazón, dijo presente. Él carga con 70 y ella con 53. Son inocentes de toda práctica teórica ejercida en ese escenario de doctrina, pero ambos, cuando se acuestan por las noches y se miran a los ojos, piensan con alegría en las palabras del bardo español, Ángel González, cuando dijo “... para que mi ser pese sobre el suelo, fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo”. Finalmente, cuando se abrieron las urnas, hallaron votos, votos y más votos, junto a los rastros de dos plumas de cupido. Algunos señalaron fraude; en realidad fue el amor.

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Am e r ic a n N o ir : so n r isa s d e sd e la

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é r ic a in h ó s p it a Moisés Elías Fuentes1

Los editores en español de The Best American Noir o f the Century, antología preparada y prologada por James Ellroy y O tto Penzler, acertaron rotundam ente al titular la versión hispánica con la expresión American Noir, toda vez que el sustantivo francés noir se ha convertido en carta de identidad de aquel subgénero narrativo al que en español llamamos relato negro, policiaco, detectivesco o de intriga, con lo cual no hemos hecho más que confundir y enrarecer al subgénero. El sustantivo noir, en cambio, ha mucho que reunió las distintas vertientes de aquél, e incluso ha dejado espacio para su evolución discursiva. De hecho, los relatos que integran American Noir bien pueden leerse como rápidas crónicas de la vida estadounidense a lo largo del siglo XX . Rápidas, que no desaforadas ni despendoladas, pues esta selección de relatos destaca por su cohesión y coherencia internas, al punto de que se 1E scritor y poeta nicaragüense, autor del poem ario D e todas las vidas posibles...

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advierten enlaces entre las narraciones, imperceptibles vasos comunicantes que las m antienen no sólo unidas, sino también en contacto. Si se atiende al título original en inglés, el volumen quiere ser un muestrario de cien años del relato noir estadounidense; sin embargo, el orden cronológico del libro no está determinado por décadas sino por la relevancia de los autores, lo que explica el salto que hay entre Pastorale, narración de James M. Cain con que abre el volumen, publicado en 1928, y el siguiente, ¡Muere!, dijo la dama, de Mickey Spillane, publicado en 1953. M uy probablemente para dar cabida a autores menos conocidos o de reconocimiento postergado, Ellroy y Penzler sólo incluyeron en la antología a James M. Cain, y no a Dashiell H am m ett y Raymond Chandler, con los que formó la tríada que entre la década de 1920 y la de 1950 marcó con tinta indeleble la pulp fiction. En lugar de Chandler y Ham m ett, los antólogos se decidieron por autores

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no tan apreciados, a ratos favorecidos por el éxito, como Mickey Spillane Elmore Leonard, aunque las más de las veces ensombrecidos por la incomprensión, como David Goodis y Jim Thompson. Si bien la elección de autores puede no satisfacer a más de uno, lo cierto es que Ellroy y Penzler van en su propuesta de lectura más allá de la selección canónica, por lo que en American noir ofrecen a los lectores no sólo una decena de escritores, sino que también evidencian las dificultades literarias y extra literarias que enfrentan aquellos que quieren habérselas con la narrativa noir. Com o apunté antes, la selección abre con Pastorale, el primer cuento que publicó James M . Cain, y que anunció tanto lo que fue su estilo narrativo, afecto al narrador en primera persona y a los retratos concisos y puntuales del carácter de los personajes, como una de sus preocupaciones morales: el destino

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de los perdedores, condenados lo mismo por las circunstancias que por sus propias acciones al fracaso, como nos indica el anónimo narrador testigo desde las primeras líneas del cuento: Bueno, pues parece que van a colgar a Burbie. Y si lo cuelgan podrá echarle la culpa a esa manía suya de creerse siempre más listo que nadie. Es que Burbie se fue del pueblo cuando tenía unos dieciséis años. Se largó con algún espectáculo ambulante de ésos, creo que era “East Lynne”, y luego se tiró diez años por ahí. Y al volver se creía que lo sabía todo. En efecto, el grueso de los relatos y las novelas de Cain está poblado por estos seres que al buscar la redención se condenan y a los que, sin embargo, no podemos llamar ángeles caídos, porque no son ángeles sino outsiders, seres de antemano expulsados de la sociedad “norm al” y de sus valores.

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La inclusión de Pastorale cumple como homenaje a uno de los escritores emblemáticos del relato noir, a la vez que señala el ambiente social y el tono moral de los otros nueve relatos que conforman American noir. Pero, hay que aclarar, no se trata de ambientes y tonos que castigan la pobreza moral, el desvarío o la franca perversión de los personajes; al contrario, ambientes y tonos resaltan la seducción de transgredir leyes y balancearse en el abismo. Com o apunta James Ellroy en su introducción al volumen: La fascinación de lo negro está en la fuerza de la renuncia moral y de la entrega a la excitación. La importancia social de lo negro radica en su capacidad para fundarse sobre los grandes temas de raza, clase, género y corrupción sistèmica. El júbilo dominante y el atractivo definitivo de lo negro consisten en hacer de la condena una diversión. Casi es por demás anotarlo, dicha “fascinación de lo negro” empuja a los personajes a la ambigua relación con la muerte que es cara a todos los verdaderos antihéroes de la narrativa noir, como Freddy Lamb, el asesino a sueldo de Un profesional, el cuento de David Goodis con el que Penzler y Ellroy revaloran a este autor, poco estimado en Estados Unidos. Lamb es un cordero, tanto porque eso significa su apellido, como porque en su obediencia servil al jefe gánster H erm an Charn es un cordero capaz del autosacrificio con tal de conservar su rango de profesional; por ello cuanto Charn le ordena matar a Pearl, la mujer que ambos aman, Lamb la asesina y se suicida: la mujer lo ha hecho dudar de su oficio y él no podría sobrevivir sabiendo que en lo íntim o ha flaqueado. Al igual que Goodis, a Jim Thompson nunca se le ha estimado m ucho en Estados Unidos, a diferencia de Francia, en la que ambos gozaron y aún gozan de la estima de los lectores y la crítica. Al respecto, en la nota

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correspondiente a Goodis, Penzler y Ellroy con un dejo de ironía recalcan: “Parece que a los franceses les interesa esa sensación de absoluta desesperanza, pues ellos lo consideran entre los más grandes escritores americanos.” Curioso, con su ironía los antólogos parecieran olvidar el hecho de que el relato noir surgió y se desarrolló y ha evolucionado en el desencanto y el fatalismo, en una actitud contradictoria, porque al desencanto por la vida se empareja la obcecada sublevación al orden social, que inmoviliza a los hombres y las mujeres y los reduce a la ignominia. Fatalismo y sublevación es lo que mueve a Ardis Clinton, la protagonista de Para siempre jamás, a planear el asesinato de su esposo. Relato lacónico, en éste Jim Thompson creó una atmósfera opresiva, en que el sueño y la muerte se entrelazan: -¡Basta¡ ¡Basta¡ -sus gritos llenaban la sala. Gritos silenciosos que hendían el silencio-. ¡Está...¡ ¡Estás muerto] ¡Lo sé¡ Sé que estás muerto y no tengo por qué aguantar esto ni un minuto más. Y . Y . -Yo no apostaría mucho por eso dijo él, en tono suave-. Y mucho menos teniendo el cuello roto como tú. Se alejó con paso cansino hacia el baño, dondequiera que esté el baño en la eternidad. El relato noir, así, está indefectiblemente atado a la desmoralización, al punto que a ratos se mezcla con el pesimismo. Al leer un relato o una novela noir, debemos tener presente que este subgénero narrativo emerge del capitalismo, desde sus orígenes con Edgar Allan Poe y Arthur Conan Doyle, hasta su etapa de madurez y de constantes reinvenciones en el Estados Unidos del siglo xx, es decir, justo en el país que asumió con mayor vehemencia la moral capitalista, que puede resumirse en el axioma financiero: minimizar costos y maximizar beneficios. Esta lógica financiera no es superficial, toda vez que ha alimentado

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el individualismo y la indiferencia ante la desgracia ajena que dom inan el espíritu del mercado. Ese individualismo insaciable es el que solivianta las ansias homicidas de Edward “Skip” Skipperton”, el asesor financiero de Lenta, lentamente al viento, relato que Patricia Highsm ith publicó por vez primera en 1976, dos años después de la dimisión de Richard Nixon como presidente de Estados Unidos debido al escándalo político del Watergate. Uno de los artífices del neoliberalismo económico, que reeditó al capitalismo salvaje del siglo x i x , la inmoralidad de Nixon se reproduce en “Skip” Skipperton”: A Skipperton le proporcionaba ahora un gran placer controlar el maizal con sus binoculares de diez aumentos desde la ventana del dormitorio del piso superior. Le encantaba ver cómo el viento mecía las puntas de los tallos en torno al cadáver del viejo Frosby, le encantaba pensar en él, imaginar cómo se encogía y se secaba, igual que una momia al viento. Se retorcía lenta, lentamente al viento, como solía decir el ayudante de Nixon acerca de los enemigos del presidente. H e apuntado en líneas anteriores que la narrativa noir procede directamente del capitalismo, y en esencia del capitalismo salvaje, al que retrata de manera despiadada, aunque sin proponerse necesariamente servir como narrativa de crítica social. Son los temas que aborda, siempre en los márgenes de la ley, de la ética e incluso de la existencia, los que la hacen lindar con la denuncia. Claro está, ha habido escritores, como Patricia H ighsm ith o el propio James Ellroy, que m uy a conciencia han introducido con mayor o menor énfasis la crítica social en sus escritos. Pero también la narrativa ha dado cabida a la voz de Mickey Spillane, narrador abiertamente derechista y poco afecto a cuestionar al sistema. En su prólogo a la antología, O tto Penzler diserta: “Curiosamente, la

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categoría de lo noir no difiere m ucho de la de lo pornográfico, en el sentido de que ambas resultan virtualmente imposibles de definir, pero todo el m undo cree saber reconocerlas cuando las ve”. La disertación de Penzler es cuestionable pero también certera: con simplismo y carencia de miras, muchos críticos e historiadores literarios han pretendido reducir la narrativa noir a fórmulas, tipos y clichés preestablecidos, de los que, según su perspectiva, no deben desentenderse los escritores. Los diez autores reunidos en American noir de hecho dan fe de las características más conocidas del subgénero, pero sobre todo testimonian la capacidad de éste para revisarse y renovarse, garantizando su evolución y permanencia.

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Por ello, a reserva de que coincidamos o no con algunas de las aseveraciones de Penzler y Ellroy, debemos reconocer que acometieron la selección con sentido de la habilidad técnica y de la creatividad discursiva, lo que hace de American noir una antología rigurosa y perspicaz, en la que encontramos las sonrisas desesperadas o crueles, abatidas o sarcásticas, que se fusionan y se dispersan por las calles y

los caminos del otro Estados Unidos, la América inhóspita que desde los días de James M. Cain ha campeado en las páginas de la narrativa noir. American noir (The Best American Noir of the Century) Edición de Otto Penzler y James Ellroy. Traducción de Enrique de Hériz. Colección Navona Negra. Navona Editorial. Barcelona, 2014.

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mexicanos: La narcocultura: simbología de

^^olino de Novedades Editoriales Arturo Trejo Villafuerte* C om o siem p re, es u n p lace r ir a M aza tlá n , S in a lo a , en específico a la Feria de la

Lectura de M azatlán (FELIM AZ), para hablar de Álvaro Carrillo, y encontrarm e con viejos amigos com o m i estim ado N ery Córdova y m i siempre querido y adm irado Juan José Rodríguez, uno de mis autores favoritos, quien con una sola novela: Asesinato en una lavandería china, bien podría pasar a la historia de la literatura mexicana. N ery nos entrega dos libros de su autoría: Ileana y la luna (AlforjaDifocur, M éxico, 2006. 66 pp.), un libro de poem as donde se encuentra presente el erotism o y el amor, siempre unidos aunque no siempre realizados en una sola unidad cognoscitiva. Y su otro título es inquietante y pleno, sobre todo ahora que se m aneja en los medios la relación de “El C hapo” G uzm án y algunos políticos * Profesor investigador de la Universidad Autónom a Chapingo y miembro del i i s e h m e r de la misma institución. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) E l tren de la ausencia (cuentos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Arbol afuera (poemas, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013. 124 pp.), Amar esperder la p iel (Ed. M olino de Letras-UAch, México, 2013. 194 pp.), Lámpara sin luz (novela, Fondo Editorial Mexiquense, México, 2013. 267 pp.), Arbol afuera (poemas, antología, Cofradía de Coyotes, México, 2013. 108 pp), Abrevadero de Dinosaurios (antología de minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp.) y Cartas marcadas (Antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 112 pp).

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la transgresión, el poder y la muerte. Sinaloa y la “leyenda negra” (uAS-Facultad de Ciencias Sociales, México, 2011. 312 pp.). E n el prim ero prevalecen los poemas de índole amoroso y el segundo es un estudio conciso y claro sobre los elem entos que se m anejan en y alrededor de los narcos sinaloenses, quienes son los más famosos. Y com o siempre: JJ Rodríguez me llevó a com er y a cenar a los lugares más sabrosos del puerto, ahora acom pañados po r Ian, su hijo prim ogénito, y po r su agradable y fina esposa. Lueg o en el a vió n de M aza tlá n a la ciu d ad de M é xico , coincidí con la escritora Sofía

Segovia, autora de la novela El mumullo de las abejas (Ed. Lum en, México, 2015. 478 pp. $ 299.00. Tercera reim presión), con quien tuve una charla m uy fructífera y placentera. A quí tengo su novela a la m ano y la leeré en un m om ento de estos. L o m enos que podem os señ alar d el e scrito r G o n za lo M a rtré (M eztitlán,

H go., 1928): es un escritor inquieto e imaginativo: lo que no sabe lo inventa y lo que sabe nos lo dice con m uchas categorías semánticas, y ese sería el caso de sus más recientes libros publicados: Sabor a PRI. La

cultura de la corrupción en México. Microcrónica satírica de la corrupción, ineptitud y entreguismo del sistema político mexicano (Volumen uno, México, 2016. 240 pp.), Sabor a PRI II. Curso breve de historia patria contemporánea; La cultura de la corrupción en México (Volumen dos, México, 2016. 230 pp.) y Sabor a PRI III. Curso breve de historia patria contemporánea. La cultura de la corrupción en México. (Volumen tres, México, 2016. 270 pp.). En esos tres volúm enes nos entrega un b reve curso de historia patria contemporánea, donde desm enuza a conciencia a ese partidote, que nos ha dado penas y alegrías aunque no precisam ente en ese orden y de lo que, además, nunca m e voy a quejar. O tro de sus títulos es un auténtico libelo m uy divertido:

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La arrastrada vida de Pepe Carroña Cagón. Sabandija de cuatro patas tú me jodes, tu me matas (Editorial “C ianuro”-Sociedad E xterm inadora de Sabandijas Asquerosas ( s e s a ) , México, 2016. 62 pp.) y la reedición de Safari en la Zona Rosa (Ed. , México, 2016. Prólogo de Carlos G óm ez Caro), libro que presentó en nuestra Universidad A utónom a C hapingo el pasado 31 de marzo, en el A uditorio Em iliano Zapata, con un lleno pletórico, m uchos estudiantes animosos, quienes le preguntaron sobre sus libros. En dicho acto participaron los maestros Eduardo Villegas, Rolando Rosas y quien esto escribe. c a n ta en los hoteles de Fran cisco T re jo (G obierno de G uerreroC onaculta, México, 2015. 100 pp.), es un libro de poemas irónicos, satíricos, rasposos, que le debe m ucho a Catulo, Virgilio, Q uevedo, C arreto y otros tantos autores. A la m anera de las Catulinarias y Sáficas de Raúl Renán, por ejemplo, otro libro que es de ese talante, el joven poeta Trejo desm enuza los incidentes de un triángulo amoroso, donde el m arido, aparte de traer los cuernos, pone la m ateria prim a para hacer los poemas satíricos y hacer la faena, donde la m ujer es el centro del todo, ella da y quita. M uy buen libro de este joven autor que cada día nos da más muestras de su talento. Por cierto, es egresado de la U niversidad A utónom a de la C iudad de M éxico, cosa que recalcamos ahora que, tiro po r viaje, atacan a esa noble escuela creada, hace ya quince años, por Andrés M anuel López O brador y M anuel Pérez Rocha. E l tá b a n o

L a brisa en la ra m a (H aikús, poem as, cuentos, ensayos y recensiones) (Edición de autor, México, 2015. 220 pp. $ 100.00) de R aym undo Pablo Tenorio, volum en con el autor cual celebra su XL aniversario de actividades académicas. N uestro autor nació en Atlixco, Puebla, en 1948, es egresado de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la u n a m .

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Profesor Investigador desde hace 40 años de la U niversidad A utónom a Chapingo. E ntre sus títulos publicados se encuentran:

La niña maíz, Diana o el silencio, Palabras en festín e Historias de El castillo de Roma. H a sobresalido po r su rigor académico y ser creador de H aikús, esa form a japonesa de hacer de lo breve un poem a o una m etáfora de algo que a veces ya es sintético. Este libro es un ejem plo de lo que ha hecho el maestro Pablo Tenorio a lo largo de casi toda su vida, es un m uestrario de su labor escritural ligada con la academia. ¡Felicidades! D osfilos (enero-febrero de 2 0 1 6 , núm ero 1 5 0 ), com o siempre, llega desde Zacatecas con su cauda de autores y temas que no son los trillados de otras tantas revistas. Por lo, pronto en este núm ero se presentan las plum as de M arco A ntonio Cam pos y Em iliano Pérez Cruz, dos amigos queridos, dos buenos escritores, con temas m uy interesantes: el prim ero con López Velarde y Chile, donde el inm enso Pablo N eruda arm a un tinglado de ciencia ficción en torno al poeta de Jerez; m ientras el segundo nos habla de El Q uijote y las filias y aversiones que siempre ha generado, sobre todo cuando eres un estudiante de secundaria y te dejan leer semejante arm atoste, que luego no entiendes y no le ves utilidad, ¡ah, pero cuando descubres lo que es la literatura y la lectura, cambia todo! V ice n te Le ñ e ro era u n e scrito r a l que no frecuentab a m u ch o , pero lo estim aba

y era su lector asiduo, además de que nos pasaron varias cosas juntos que serían com o para hacer un libro. Recuerdo, sobre todo, en un encuentro de escritores en Cuautla, M orelos, auspiciado por José Agustín, donde ya no pudim os instalarnos en el autobús oficial y nos tuvim os que ir en una “Julia” de la policía local, y por todo el cam ino íbamos gritando a todo pulm ón “Somos inocentes, somos inocentes, sáquennos de aquí”, ante el azoro de los transeúntes que nos veían ahí encerrados.

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M i querido amigo y reportero gráfico de Proceso, Juan M iran d a, seguro que tiene algunas fotos de ese suceso m uy divertido, vivid o con Leñero . Lo s m iem bros de nuestra generación de la F C P y S de la u n a m , leím os con avidez sobre todo Los periodistas, donde recrea el golpe rastrero al diario Excélsior, que vivim os en carne propia, porque éramos lectores del mismo y alum nos de m uchos de los afectados por esa ignom inia, pero tam bién disfrutam os de Los albañiles y de Estudio Q, entre tantos otros, que llevaba siem pre Gustavo Sainz hasta nosotros. A hora gracias a m i querido amigo M oisés E lía s Fuentes, quien me regaló un ejem plar de Más gente así (Alfaguara, M éxico, 2013. 248 pp.) vuelvo a d isfrutar de la prosa lím p id a y certera del maestro V icen te Leñero (G uadalajara, 1933-Ciudad de M éxico, 4/ X II/ 2014) y ahí, entre las líneas de sus escritos de nueva cuenta encontrarm e con tanta gente así, con tantos otros amigos como Gustavo Sainz, José A gustín, O tao la, Polo D u arte, los H eros Rodríguez y m uchos más, que ahora ya han causado baja, como sería el caso de C arm en B alcells, una agente literaria m uy singular que, finalm ente, medró y chupó sangre de todos sus autores por ella representados, y en este libro Leñero la pinta tal cual. S in ninguna duda un lib ro sumamente interesante en todo sentido: como anecdotario, como referente de m uchos y variados asuntos literarios y autores. N os da gusto que se le rin d a hom enaje a quienes lo s m erecen. Y en septiembre del año pasado (1915) se le rindió un m uy m erecido hom enaje a M iguel C apistrán (1939-2012, investigador, ensayista, editor y cronista), en la Sala M anuel M . Ponce del Palacio de Bellas Artes - y cuyo archivo fue donado por sus fam iliares a la Academ ia M exicana de la Leng u a- contando con la participación en ese acto de Felipe G arrid o , V icente Q u ira rte , Adolfo Castañón y M ich el Schuessler, quienes encom iaron la honestidad intelectual, el em peño, la

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generosidad y la conciencia crítica del hom enajeado. A C apistrán lo conocí gracias al D r. Lu is M ario Schneider, en la E d ito ria l O asis de las calles de O axaca, en la C o lo n ia R om a, que d irig ía el segundo, y en él siem pre reconocí a uno de los más acuciosos investigadores entregados a la causa del “ G rupo sin G rupo” que eran “Los Contem poráneos” , en p articular Jorge Cuesta, sin dejar atrás a X a vier V illa u rru tia , G ilb erto O w en y José G orostiza, además se destacó en el acto de hom enaje que él fue quien trajo dos veces a Jorge Lu is Borges (1973 y 1978) a nuestro país. Y se le denom inó a C apistrán “E l ú ltim o de Los Contem poráneos” , títu lo que ya había sido otorgado a E lía s N and ino, durante un hom enaje en el m ism o lugar por sus 89 años, organizado por la U A M Azcapotzalco, y ahí sí el últim o del grupo, vivo . C ap istrán, de quien fuim os sus lectores asiduos, merece todo nuestro respeto pero no ese títu lo que no le otorga nada a su gran trabajo académico y de investigación, ya que su obra lo defiende y se defiende sola y no necesita ese epíteto.

O tras voces y otros ecos d e l 68, 4 5 años después es un libro com pilado por Salvador M artínez D e lla Rocca, a quien todos conocim os como “E l Pino” (Editado por la V I Legislatura-Asam blea del D F-G o b iern o del D F - F C E , M éxico, 2013. 438 p p .), el cual es de suyo m uy interesante porque ya form a parte de una m em oria colectiva que grita m uy fuerte “ 2 de octubre no se olvida” y que debe perm anecer y hacerse siempre patente en todos los que vivim o s, directa o indirectam ente, esos hechos y la represión del gobierno D íazordacista, para siempre d ecir: “ ¡N unca más!” . Son 24 textos los que form an el libro y en cada uno de ellos hay un atisbo m em orioso, reflexivo, sensato, encabronado, de los hechos que ensom brecieron a la sociedad m exicana de ese entonces. A falta de la “Verdad H istó rica” que aún no se alcanza, n i se sabe -a diferencia de la de Ayotzinapa con M u rillo Karam que fue casi instantánea-, esta

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verdad ha quedado soslayada, escondida, petrificada, aunque sí sabemos el nom bre del causante de todo: Gustavo Díaz Ordaz. A m í me gustaron varios ensayos, pero sobre todo la nota de m i querido amigo Benito Taibo, porque coincide con lo que me pasó a mí, que supe del m ovim iento prim ero po r oídas y luego porque asistí a varias marchas; aunque repito hay varios artículos y ensayos de verdadera antología. Lo im portante, en torno al libro, es que nos devuelve la m em oria histórica, nos hace pensar seria y severamente en lo que fue y ha representado el 1968 entre nosotros, y sobre todo, la tragedia del “2 de octubre” que nunca, nunca, se debe de olvidar. C olaboran y están ahí Carlos M ontem ayor, Carlos Payan Velver, M anuel Granados Covarrubias, Salvador M artínez Della Rocca, Agustín Basave, Rolando Cordera Cam pos, Alejandro Encinas Rodríguez, Fabricio M ejía M adrid, H ugo Gutiérrez Vega, Jesús M artín del C am po, Carlos M artínez Assad, Inti M uñoz Santini, mi querido y estim ado ex Rector de la u a m Azcapotzalco Carlos Payán Figueroa y C onsuelo Sánchez, entre otros, Ensayo p a n o rá m ic o de la lite ra tu ra en T am aulipas de O rlando O rtiz y Tania O rtiz Galicia, consta de cuatro volúmenes que no tienen desperdicio y que son sum am ente actuales, porque la única form a de frenar a la violencia y la delincuencia es con cultura y educación, y estos libros son parte de ese rem edio en un estado que ha sido convulsionado por la violencia: Tamaulipas. El Excelentísimo Em bajador de Tamaulipas en el estado de México, Eduardo Villegas, me hizo el favor de conseguir semejantes ejemplares que son precisam ente “ejemplares”, en el sentido estricto de la palabra, y que son parte de un trabajo m onum ental del escritor O rlando O rtiz y de su hija Tania, prom inente investigadora, por lo que vemos en estos tom os ricos, nutritivos y estimulantes. A través de la literatura y su historia podem os darnos una idea de

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en qué m om ento se pervirtió todo y este estado, tan próspero y lleno de vitalidad, se convirtió en cem enterio de m uchos, en im perio de los narcos y de leyendas nada constructivas. La m uestra de la literatura en ese estado abarca desde sus orígenes hasta casi hace algunos años, no m uchos, lo que significa dedicación, em peño y trabajo po r parte de quienes realizaron este docum ental. Im posible escribir una breve nota sobre este portento: aquí sólo aviso que ya circula y que debe ser buscado por todos los interesados en Tam aulipas, en la literatura nacional y que tienen interés en algunos autores de la zona, nacidos o radicados allá, com o sería el caso de Rafael Ram írez H eredia, quien tuvo un vínculo cordial con Tam pico, por ejem plo, y A rturo M edellín Anaya, quien no nació ahí -n o so tro s lo conocim os en La Paz, Baja C alifornia hace ya m uchos añ o s- y ya tenía m uchos años viviendo en C iudad Victoria. D o n L u is D . Salem p u b licó en 1992 u n lib ro titulado Mis poetas favoritos. Al

parecer don Luis era de origen colom biano y vivió m ucho tiem po en México; yo conseguí el libro en un tiradero de un tianguis y tenía marcado el precio de $ 5.00 y m e lo dieron a $ 10.00, pero no me arrepiento de haberlo adquirido, porque es una lectura m uy grata y placentera, y en el volum en m uy breve, 108 páginas, reúne a autores de diversos niveles y categorías que el autor señala como sus bardos favoritos, destaca uno que todo m undo conoce, quién más quién m enos, pero no se nos habría ocurrido ponerlo del lado de los poetas: Jesús de Nazareth. A él, a Am ado Nervo, G erm án Pardo García, César Vallejo, Juan M ontalvo, Gabriela M istral, Juan R am ón Jim énez, R ubén D arío, Fray Luis de León, Salvador Díaz M irón, M iguel de U nam uno y Kierkegaard, casi todos unidos, en los ensayos breves y sustanciosos, por la religión, po r motivos de fe, que no están exentos de razón y que son bien abordados por don Luis. N i duda cabe que la escritura, com o decía Carlos Fuentes, es finita, tiene

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un tiem po para hacerse y publicarse, pero le lectura es in fin ita y se proyecta siempre hacia el futuro, como sucede con esta breve pero suculenta lectura que nos ha proporcionado don L u is D . Salem , de quien, por desgracia, no tenemos más datos de m om ento. Y lig ad o a este vo lu m en , donde se señ ala a Jesús com o poeta, se encuentra un lib ro titulado sencillam ente Jesús. Aproximación histórica de José A nto nio Pagola (P P C E d ito ria l, España-M éxico, 2013. 564 p p .), quien nació en Añorga, G uipuzcoa, España, en 1937 y desde las prim eras páginas se declara cristian o , pero profundam ente defraudado por las falsas creencias -algunas fantásticas- que hay en torno a Jesús, el Palestino más famoso de todos, lo que desvirtúa el verdadero sentido de sus palabras, la gran m ayoría recogidas en los Evangelios. Com o buen ateo que soy, sospeché con el pecho y calculé con un ábaco que sería un libro m aniqueo, cargado a la relig ió n, pero no: Pagola inm ediatam ente dice que se va a ir por el lado del rigor de la ciencia y de la h istoria para lograr un análisis severo, ju sto , prudente, de ese sujeto que es digno de adm iración: Jesús. Y lo logra con creces y nos enteram os de detalles que hacen que los mensajes del Palestino sean considerados de otra m anera. E l galileo no era alguien que frecuentara la sinagoga, no era alguien que tuviera una vasta cu ltu ra, sino un sujeto in tu itivo que propuso una renovación total y com pleta en la form a de acercarse a D io s, y en ese sentido ahí está lo verdaderam ente revolucionario: el reino de D io s no iba a llegar, sino que ya estaba aquí y esa era la buena nueva que predicaba. U n auténtico librazo el de Pagola que me está haciendo más ateo, pero tam bién más adm irador de Jesús, como hom bre y sujeto pensante. Y precisam ente en la página 125 del lib ro viene la unión con el lib ro de don Lu is Salem : el C ap ítu lo 5 lleva como títu lo “Poeta de la com pasión” . L a verdad es

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que es un lib ro m uy propositivo y rico , lo estoy disfrutando m ucho y pensar que lo encontré en un tiradero de libros por tan sólo ¡50 pesos! M e congratulo siem pre de bajar la vista del cielo y clavarla en el suelo. E n riq u e F ie rro , era p arte de lo que llam áb am os de cariñ o “L a legión Extran jera” , porque en ella había chilenos, argentinos, uruguayos, bolivianos, guatemaltecos, nicaragüenses y de otras partes de A m érica y otras latitudes. Fierro antes que nada era un buen poeta (1 94 3­ 20 1 6 ), para tam bién excelente persona cuestiones que luego no vienen aparejadas - , compañero de Ida V ita le , tam bién gran poeta y buena persona. Lo más seguro es que lo haya conocido en el departamento de Elen a Jordana, en la calle de Shakespeare. Llegué a Elen a por conducto de M áxim o Sim pson, de quien yo era adjunto en la F C P y S de la u n a m , y a p artir de ahí y por las Ed iciones E l M endrugo, donde Ida y En riq u e publicaron tam bién, nos frecuentam os y conocim os, luego coincidim os en varios festivales de poesía en algunos de cuales yo iba como reportero o como participante. Siem pre afables, cordiales, corteses. Eran autores que adm irábam os, porque publicaban en Plural, luego en Vuelta y eran tan accesibles, a pesar de ser amigos de O ctavio Paz, que era casi de no creerse, ya que m uchos que los que ahí publicaban eran pedantes y m uy m am ones. A hora Fierro , bonachón y barbudo, ya no está con nosotros, que en el cielo de los poetas descanse en paz, que aquí en la tierra, quienes lo conocim os, lo recordaremos siempre con aprecio sincero y m ucho cariño. E l pasado 15 de ju n io en T o lu c a , estado de M é xico , se presentaron los libros que form an parte del Fondo Ed ito ria l Estado de M éxico, la C olección Letras “ Sum m a de D ías” , contando ésta con un total de 39 volúm enes, tanto de autores oriundos de la entidad como de los que viven en ella. La idea de “ Sum m a de D ías” es

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que “reconoce y celebra la trayectoria de autores nacidos o radicados en el Estado de M éxico, a través de antologías personales cuya versión impresa se com plem enta con el testim onio de la voz viva, de tal m odo que los lectores puedan acercarse, además, a los ritm os y registros vocales de cada uno de estos autores representativos de la actual literatura m exiquense”. Entre esa gran cantidad de autores y títulos podem os señalar: Estética Unisex de M arco Aurelio Chávez-M aya; Poemas juntos y revueltos de Roberto Fernández Iglesias; Liturgia amaneceres y otros poemas de Benjamín A. Araujo; Golpe de agua de José Falconi; Espina del tiempo de José Francisco C onde O rtega; También la noche es claridad de Félix Suárez; Hacerse de palabras. Antología personal (1976-2015) de Alfonso Sánchez Arteche; Libro de horas. Antología personal de Enrique Villada; Control de daños y otras historias. Antología narrativa de José Luis H errera Arciniega; además de sendos libros de Em iliano Pérez Cruz, Rolando Rosas Galicia, E duardo Villegas, y la novela Lámpara sin luz de quien esto escribe, entre tantos otros, prevaleciendo sobre todo los poetas sobre los narradores. Ah, pero eso sí, es una auténtica m uestra de lo que hacen los creadores de esa entidad y de edades variadas, lo mism o hay jóvenes m aduros que m aduros ya viejos. E l sin d icato de T rab ajad o res A cadém icos

de la U niversidad A utónom a C hapingo para celebrar el “D ía del A grónom o”, tuvo a bien regalarnos dos libros de suyo m uy interesantes: D iez años de frecuencia

laboral. El espacio donde los trabajadores son la noticia (Ed. s m e , Sutin, STAUAch, c a m u n a m , México, 2015. 290 pp.), coordinado po r M aría de Lourdes M artínez González, volum en que, como su nom bre indica, señala los m últiples retrocesos en m ateria laboral que han sido objeto los trabajadores en nuestro país, sobre todo a partir de la instalación del neoliberalism o, dejándonos casi como estábamos cuando don Porfirio era presidente casi perpetuo. El otro

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volum en es Polvos de aquellos lodos. La vida

en Chapingo a finales de 1970 y principios de 1980 (Fundación uAch y M áskapital, México, s/f. 216 pp.), coordinado por A rm ando Ram írez Arias y Jorge Q uiroz M árquez, el cual es un sabroso anecdotario de la vida estudiantil en la entonces Escuela N acional de A gricultura y luego UAch, con todos sus avatares y porm enores, algunos chuscos y otros casi mortales. Am bos libros m uy ilustrativos en sus respectivos ám bitos y un valioso regalo del STAUAch. Gracias. C o m o siem pre p u n tu a l lleg a la re vista

E dén... de Tabasco vengo, una publicación auspiciada po r el G obierno del Estado y la Representación del m ism o en la ciudad de México, la cual llega a su núm ero 50 y cuatro años de continua publicación y lo celebra con un núm ero de aniversario. Le agradezco a m i amigo y com pañeros de generación, Ó scar C antón Z etina el envío y, en este núm ero, extraño la sección de “Recetas”, m uchas de las cuales he realizado y me han quedado de rechupete. Gracias y felicidades po r este núm ero de aniversario. Y to d avía siguen sobre n u estra m esa:

toda la colección de cuentos infantiles de la Cofradía de Coyotes: El circo titiripulga de Jorge A ntonio García Pérez; ¡No te

comas mis tortuguitas! Teatro para niños y niñas de Ricardo Pérez Q u itt; Las palabras perdidas de Rolando Rosas Galicia, G eorgina Florencia López Ríos, Ulises y Cedrel de apellidos Rosas López; El gato enigmático de José A ntonio Zam brano; Olivia la Chillonona de quien esto escribe, entre otros, además la sui generis: De Neza York a Nueva York. From Neza York to New York. Una antología de poesía de la Ciudad de México y la Ciudad de Nueva York. A bilingual anthology o f the poetry of Mexico City and New York City, debida al talento y dedicación de Roberto M endoza Ayala, Stephen Bluestone, Rosalind Resnick, A rthur G atti, G ordon G ilbert y Evie Ivy, además claro de su editor Eduardo Villegas Guevara; Permutaciones

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del poeta y estudioso V íc to r Toledo el cual se presentó en el C entro C u ltu ral X avier V illa u rru tia de la Condesa; Teoría y didáctica del género terror de Jaim e Ricardo Reyes (Cooperativa E d ito ria l del M agisterio, C olom b ia, 2007. 206 p p .); Crítica N o. 166 y 167, la “ Revista C u ltu ral de la U niversidad Autónom a de Puebla” ; Los 43. Antología Literaria (Ediciones de Los Bastardos de la U va, M éxico, 2015. 190 pp.) de Eusebio Rubalcaba y Jorge A rtu ro B orja -com piladores - y Ricardo Lugo V iñ as -e d ito r - ; Don quijote ¿muere cuerdo?y otras cuestiones cervantinas (Fondo de C u ltu ra Eco n ó m ica.$85.00) de M argit Fren k; Los hijos de Yocasta. La huella de la madre (Fondo de C u ltu ra Económ ica. $ 115.00) de C h ristian e O liv e r; El viaje que

nunca termina. La narrativa de Malcolm Lowry (Fondo de C u ltu ra Económ ica $ 175.00) de la canadiense S h e rrill E . Grace;

Los muertos no cuentan cuentos. Antología de narrativa joven del Estado de México de

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José L u is H errera A rciniega (antologador) y otra gran una gran cantidad de libros mágicos y m aravillosos: Y otro tanto más de volúm enes que, por fortuna, aparecen en un país de no lectores, empezando por ciudadano presidente de la República y todos sus secretarios ¡Ver para creer! Y p o r cie rto desde estas p ág in as, reitero m i apoyo al Sindicato M exicano de Electricistas y a los trabajadores de M exicana de A viació n , porque les asiste la razón, y repudio las políticas antipopulares, rapaces y m ezquinas del Estado M exicano: ¡No a la nueva ley labo ral, a la Reform a Ed u cativa y Energética!, ¡la Patria no se vende!, ¡no a la p rivatizació n de la energía eléctrica y del petróleo! Igual sigue m i protesta por la desaparición de los 43 norm alistas de la N orm al de A yotzinapa, G ro . “V ivo s se los llevaron, vivos los queremos” y no a la represión in stitu cio n al contra los maestros.

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Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural M á s d e c ie n in v e s tig a d o r e s d e 15 u n id a d e s a c a d é m ic a s 15 m ie m b r o s d e l S is te m a N a c io n a l d e In v e s tig a c ió n

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