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C o lin o ff> ¿ e tra s Revista de Literatura y Humanidades Año 18 No. 97 septiembre-octubre de 2016 $35.00

Colaboran: Ig m a r Rosas López Raúl O rra n tia Bustos E. Naín R o d ríg u e z M á rq u e z; J o rg e Ibarra S ánchez P edro Cabrera Cabrera Isidro G ó m e z Vargas R e fu g io B autista Z ane M a rco A. A naya Pérez M a re li M a rc o f Érika D o m ín g u e z C astillo

ISSN 2007-5650

NARRATIVA: No salgas a la calle, niña —Miguel Ángel Leal Menchaca / Los am antes —Verónica Florentina M illán M illán / F lor d e tim a (novela por entregas) - R aúl O rrantia Bustos, y otros. ENSAYO: La flu id ez in telectu a l d e Ign acio P adilla - Jorge Iván Garduño La p o esía d e G ildardo M on toya C astro - Sergio Pravaz / ¿Los defensores d e la fa m ilia m exicana? ¡Ah C h in ga !- Alejandro Ordóñez. POESIA: Roberto Gómez Beltrán, Gabriela Soberanis, Carla Thaiss y otros.


DIRECCIÓN GENERAL DE DIFUSIÓN CULTURAL Y SERVICIO COORDINACIÓN DE ASOCIACIONES DE LOS ESTADOS

a la tradicional

N a c io n a l fL CULTURA v RURAL

CULTURA SECRETARÍA DE CULTURA

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UNIVERSIDAD AUTONOMA CHAPINGO


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editorial d ir e c t o r io

La letra con sanare entra

Director fundador Moisés Zurita Zafra

La escuela es la mitad de la vida, desde los tres o seis años vamos a la escuela y algunos hasta los treinta o más. Seguimos soñando con algún examen, con aquella vez que nos fuimos de pinta, la novia que no tuvimos o el novio a quien le hicimos el amor por primera vez. Algo aprendemos, algo ensayamos de la vida y acaso aprendemos a escribir o leer; algunas, algunos, nos pegamos a las letras, a la música o al cine. Nos enseñan a sumar, nos describen la O por lo redondo, pero la escuela no nos enseña a vivir, no nos educan para la vida. Uno aprende más de sus pares, a solventar el dolor o la soledad, a calmar los dolores con tragos de amargo licor que no me hacen olvidar. De pronto pasamos por la unidad deportiva, en la cáscara de futbol o en el equipo representativo de voli o de básquet, no lo sabemos, pero la duela no volverá a sentir nuestros pies, el encordado sólo será visto desde lejos. Ahí, entre las butacas encontraremos al am or de nuestra vida, no sólo una, dos o tres veces, que ya sabemos que, aunque no son siete, tenem os varias vidas y un amor para cada una. De ahí tam bién, de las noches interminables de tareas, de estudiar para un examen al que sólo le falta ladrar, de quedarnos en las bancas por la tarde, de no hacer nada más que acompañarnos entre nosotros, de ahí - d ig o - saldrá lo m ejor que nos puede pasar: la amistad. La voz amiga del casi hermano, de la cóm plice eterna, irá con nosotros desde ahí hasta que toquen la campana o nos digan que el fin ha llegado.

Dirección Juan Jorge Díaz Rivera Edición Patricia Castillejos Consejo Editorial Ignacio Trejo Fuentes Eusebio Ruvalcaba Rolando Rosas Galicia Estrella del Valle Isolda Dosamantes Minerva Aguilar Temoltzin José Francisco Conde Ortega Arturo Trejo Villafuerte Miguel Ángel Leal Menchaca Marcial Fernández Marco Antonio Anaya Pérez Fabiola García Hernández Refugio Bautista Zane Álvaro González Pérez Alberto Chimal Gildardo Montoya Castro Pablo Ortiz del Toro Corresponsales Mónica Palacios Pedro Cabrera José Luis Herrera Arciniega Raúl Orrantia Bustos Raúl de León Eduardo Villegas Will Rodríguez Adrián Mendieta Moctezuma Samantha Martínez Maya Información David Zuriaga Jiménez Diseño Gráfico Juan Jorge Díaz Rivera José Luis Delgado Mendoza Álvaro Luna Castillejos Fotografía Juan David Sánchez Espejel Jorge Enrique Ibarra Sánchez Captura Amaranta Luna C. Publicidad Tel. (01 595) 9556977 Cel. 5519546810 Portada: Escuela Fotografía: Mareli Marcof Composición: Álvaro Luna Castillejos

NARRATIVA;,Voadgfaaí»cíSe, niña- Migue!AngelLealMeochacji La

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Foto: ©Jorge Ibarra

s u m a r io TALON DE AQUILES

Foto: ©Mareli Marcof

Poesía

Roberto Gómez Beltrán 6 Gildardo Montoya Castro 7 Gabriela Soberanis 8 Carla Thaiss 9 Las Garlopas - Selección de Eusebio Ruvalcaba Talika —Cuento de M aría Elena González Ortega 10

La vida impensable

Narrativa

Los amantes —Verónica Florentina M illán M illán 13 Flor de tuna (novela por entregas) —Raúl O rrantia Bustos 14 No salgas a la calle, niña —Miguel Ángel Leal Menchaca 22 Raúl de León Alcocer ganador del Premio de Narrativa Histórica “Ignacio Solares”23

este número:

ESCUELA

Andanzas ¡Ah, esos chinos! —Igmar Rosas López 29

E l Zurdado —Raúl O rrantia Bustos 32 Cómo me hice lector —Pedro Cabrera Cabrera 34 La secundaria en ruinas —Isidro Gómez Vargas 40 Don Cuco entra a la primaria —Refugio Bautista Zane y Marco A. Anaya Pérez 41 La experiencia deljuego dramático en la escuela —E. N aín Rodríguez Márquez 44 Educación inclusiva y prácticas de evaluación docentes - Erika Domínguez Castillo 47

ANGELUS

Ensayo

La fluidez intelectual de Ignacio Padilla —Jorge Iván Garduño 51 ¿Los defensores dela fam ilia mexicana?¡Ah Chingá! —Alejandro Ordóñez 53 La poesía de Gildardo Montoya —Sergio Pravaz 56

SOBREMESA

Recomendaciones/Reseñas

Molino de Novedades Editoriales —Arturo Trejo Villafuerte 57

M o l i n o d e L e t r a s , Año 18, N o. 97, septiembre-octubre 2016, es una publicación bimestral editada por Fortunato Moisés Z urita Zafra. Calle M iguel Negrete 336 L. 15 C. 40, Fraccionamiento Xolache, Texcoco, Estado de México, C.P. 56110, Tel. 5519546810, zurit9@ hotm ail.com . E ditor responsable: Fortunato Moisés Z u rita Zafra. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo N o. 04-2011-062209030200­ 102, ISSN : 2007-5650, am bos otorgados p o r el Instituto N acional del Derecho de Autor, licitud de título: 4769, licitud de contenido: 147, otorgado por la Com isión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de G obernación. Im presa por Imprensel, S.A. de C.V. Av. C atarroja N o. 4 43 Int. 9, Col. M aría Esther Z uno de Echeverría,Iztapalapa, D.F., México C.P. 09860 Tel. 58661835. Este núm ero se term inó de im prim ir el 15 de septiembre de 2016 con u n tiraje de 3 000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Se autoriza la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación si se cita la fuente. molino_de_letras@yahoo.com.mx; zurit9@ hotm ail.com ; zunta@ correo.chapingo.mx; contacto@molinodeletras.org

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TALÓN DE AQUILES

Quiero leer tu cuerpo con mi boca y mis labios, con mis fosas nasales, con mis palmas y ye (de pies y manos). Oír cóm o palpita el rum or de tu sang

Roberto Gómez Beltrán1

1 Es Profesor de literatura en la Iztapalapa.

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Ahí, sin huestes “Buen hombre, tómele una foto con su celular al Padre de la Patria; coopere para la causa, arrecia, bastante hambre...”; me dijo, deshilachado, puro polvo, espantapájaros, don Miguel Hidalgo y Costilla o ya no sé quién , ahí sin huestes, renqueante, o algún perro en que caerse m uerto, el Padre de la Patria; ahí, digo, en la calle Francisco I. Madero, tan famoso, todo oropel, el C entro Histórico.

Es raro, oscuro Melódicos, juguetean los perros, desatados de belleza, aquí en los pasadizos de la memoria... insomne, interminable. Es raro, oscuro, mi placer, de desportillada ínsula navegante. Como si pudiera, solitario, acariciar el tiempo con estas manos, como si pudiera...

Ojos Ojos: gatos que se confunden, con la alegría de los geranios.

Gildardo Montoya Castro1

1Periodista y poeta. Trabaja en la Universidad Autónoma Chapingo. Ebria ilusión del aire es el título de su más reciente libro, editado por la U A C h .

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Una cita Sea de una b u e n a vez esta ve n tu ro s a hazaña p o rq u e h o y no v e n g o h ab larle d e a m o r ni a regalar suspiros, ni b o n d a d e s apreciadas. v e n g o d e p u ra d a de m alos presagios, de sile ncio s a bsu rd o s y a m a b le s m iradas. v e n g o a ser d e p o sita ria de h u m e d a le s y calores te m b lo re s y arrebatos. V e n g o a e je c u ta r bizarros m o v im ie n to s ju s to en el lu g a r d o n d e te rm in a su cadera. V e n g o a ser m ere triz, p u p ila o cortesana y to d o a q u e llo co n lo q u e p u e d a o lv id a r hasta m i n o m b re . V e n g o pues a q u e d a r c o m o nueva Para q u e m añana M añana lo n o m b re c o m o o tro día.

En definitiva M e g u sta n tu s d e d o s lle n os de mí, c o m o creces en s e n tid o ve rtica l s o b re s a lie n d o so bre to d o tu h o riz o n te m e g usta la sim p leza d e tu cu e rp o , sin m is te rio s ni je ro g lífic o s q u e descifrar. M e gustas así; sin n o m b re ni a p e llid o . Sin pasados ni fu tu ro s q u e descubrir. M e gusta d is te n d e rm e en cada e m p u je ca lla rm e hasta e scu ch a r tu s g e m id o s : ju s to c u a n d o el sile n cio se v u e lv e a crear. M e gusta e n c o n tra rm e p uesta y d ispuesta ta n solo p o rq u e lo piensas. m e gusta d e sp u és e xtrañ a rte , ese preciso m o m e n to en q u e no estás y q u e cada p e n s a m ie n to sólo existe para m o ja rm e en tu recuerdo. Sí, en d e fin itiv a m e gusta.

Gabriela Soberanis1 1 Estudió en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha trabajado como editora e impartido clases de Filosofía y Literatura. Asiste al Taller Literario de Ethel Krause.

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Tú Tú, el de los mil significados: Has sufrido mucho, amor mío, sé que perdiste la fe y el alma te cambió. Te engañaron, diste amor y a sólo recibiste traición. La vida te golpeó muchas veces y juraste no creer, no volver a amar. Pero no todo está perdido, ojos oscuros, aquí estoy yo, que te quiero, deja arrimarme a tu alma, para desnudarla, para revestirla de amor. Quiero besar tus heridas, saciar tu sed, arrancar la maleza y sembrar nuevas flores en tu jardín, crear un m anantial donde tus pozos encuentren calma. Seré lluvia en tu estiaje y crearé fuego con nuestras cenizas. Permíteme ser tú y te dejaré ser yo. Quiero suavizar esa mirada llena de tristeza, dibujar una sonrisa en tu rostro cansado y agobiado. Vuelve a ser joven, si quieres te regalo algunos de mis sueños para que seas lo que eras. Te regalaré mi idealismo en cada beso y con cada caricia te daré lo que queda de mi corazón. Juntos reuniremos nuestros pedazos para formar uno solo, dos soledades juntas es un buena combinación. Déjame regalarte nuevos años para tu vida, me desprenderé de ellos con la alegría de saber que son para el ser que más amo... No te cierres al tiempo, no rechaces mi amor. Déjame quererte un poco, enséñame a hacerlo. No te pido que olvides tu pasado, acéptalo y que el dolor te sirva para construir un futuro donde tal vez yo no estaré presente, pero que no significa que no te seguiré amando. Te ayudaré, amado mío, lo prometo. Cuidaré de tu corazón, sólo no te sueltes de mi mano. Sujétate a mí. No te alejes, que el amor te salvará. El amor nos hará renacer. 1 Egresada de la licenciatura en Derecho por Univer Millenium plantel Neza, con grado de maestra en Derecho procesal, vicio y juicio oral familiar por la Universidad Analítica Constructivista de México, estudiante de la licenciatura en Comercialización internacional por e s c i con especialidad en tráfico y tramitación aduanal por e t t a y terapeuta alternativa. Ha colaborado anteriormente en Molino de letras.

Carla Thaiss1

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* las garlopas

a p a r t a d o d e l o s in é d it o s

Selección y palabras introductorias de

C uento

de

Eusebio Ruvalcaba

M a r ía E l e n a G o n z á l e z O r t e g a

El dolor obliga a la comprensión. Las almas afines se apoyan entre sí cuando provienen del sufrimiento. María Elena González Ortega, escritora yucateca, registra con mirada acuciosa lo que era el pan de todos los días para la condición femenina de la Nueva España. Una violación tras otra no era mal visto ni había quien lo denunciara. La palabra escrita se encargaría de poner las cartas sobre la mesa.

T a lik a a luna siempre me habla. Me llama y cuenta cómo es mi verdadero país. Me dice que todos los caminos que ella traza en la arena, al final del mar, me dirán de dónde soy. N unca conocí a mi padre, al parecer lo mataron hace muchos años. M am a M aisha tiene una piel oscura que contrasta con la blancura de su alma. Pasó mucho tiempo para atreverse a platicar de aquel funesto viaje en aquella embarcación. Camino hacia la casa, comenzó a platicarme del lugar del que provenían sus abuelos, de aquella vez que llegaron unos hombres portugueses en grandes barcos. Q uem aron y destruyeron todo lo que en su paso se atravesaba, apropiándose de oro, plata, minerales, pero en especial de hombres, mujeres y niños, familias completas que fueron lanzadas a unas embarcaciones a las que les decían barcos negreros. “Se llevaron a tu bibi Shanii, al abuelo lo m ataron cuando trató de oponerse.” Llegaron a un puerto m uy grande, Sevilla. Fueron tratados como animales y conducidos a la parte baja y más oscura de aquella embarcación, junto con una gran cantidad de hombres y mujeres de color. U na noche, tu abuela fue despertada con violencia por aquel enorme hom bre de ojos azules y profundos como un pozo. Olía horrible, decía que todo en ese lugar apestaba a excremento hum ano y sudor. La obligó a levantarse ¡negra sucia, ahora si sabrás lo que es un hombre! le dijo. Arrancó su túnica con fuerza, desgarrándola y dejando su cuerpo desnudo al descubierto, comenzó a morder y lamer cuello y pezones, dejando heridas lacerantes, bibi me contó que jamás había sentido un dolor tan terrible, no aguantó más y gritó, el hom bre la puso a

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* Sombrío burdel de Veracruz.

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horcajadas y con fuerza la penetró, empujaba su pene una y otra vez, hasta que tu abuela sintió con claridad cómo derramaba su placer dentro de ella. Por un m om ento, se percató de una m ujer blanca que lo veía todo. Fue soltada por aquel blanco y en ese m om ento se alejó a gatas. Después de aquella violación, venía yo en camino, continuó. Durante muchas noches aquel asqueroso hom bre la buscaba, ya no oponía resistencia, lo dejaba que hiciera. Cada noche hablaba a Nwezi, la veía en lo alto del cielo, esplendorosa y colgante, la transportaba a su hermosa África, a sus arenas suaves y a los cantos armoniosos de su tribu. Pedía a tu abuelo que me protegiera. Nadie notó su embarazo, solamente una mujer que perdió a su hija por disentería. Era muy bella, pero sus ojos estaban muertos, vacía su alma. Parada m uy cerca de la baranda, volteó y tocó el vientre de tu abuela, no había necesidad de hablar. De su rostro salió un esbozo de sonrisa, y saltó por la borda. Cuando llegaron a la Nueva España, la vendieron a un señor que tenía un ingenio azucarero por la zona de Amititlán, ya su vientre abultado no lo podía esconder, su deterioro tampoco ayudaba, así que dieron poco dinero por ella. El camino hacia el ingenio fue abrumandor, la tem peratura había comenzado a subir, la hum edad se sentía dulzona y pegajosa. Pasábamos por aquellas grandes extensiones de cañaverales, hombres negros e indígenas, cortaban las cañas una a una. Trabajaban descalzos, las plantas de sus pies se veían curtidas, no les preocupaban aquellas tarántulas enormes que pasaban a su lado o sobre sus pies. Tu abuela llegó casi desfallecida. D on Marco dio indicaciones a la cocinera, para que la alimentara bien y la cuidara, a las pocas semanas fue recuperando su peso y mejoró considerablemente. Pasaron varios meses. La esposa del amo estaba m uy enferma y murió, dejando a un hijo, Vicente. Cuando yo nací, el amo se encariñó conmigo, me trató como a una hija, pasaron varios años hasta que decidió darle la libertad a tu bibi, pero Vicente comenzó a sentir celos. Me hacía trabajar en los ingenios, en aquel calor infernal, no me importaba. Comencé a crecer, mi cuerpo se tornó hermoso, era una mezcla de razas, mulata me decían, en los ingenios me juntaba con indígenas y negros esclavos. Algunas noches al term inar el trabajo bailábamos el Chuchum be, al calor de la hoguera, movíamos nuestros cuerpos al ritmo de nuestros antepasados, rozábamos los vientres, nos abrazábamos, lo traíamos en la sangre. Los demás nos seguían embelesados y eufóricos. Cierto día Vicente me vio, y desde entonces todo cambió, pidió a su padre que trabajara en la casa. C on el tiempo no pudim os evitar el sentir pasión, sólo eso. U na noche caminó a mi choza, me estaba esperando, me dijo que me quitara la ropa, altiva desprendí mi enagua y mi manto. Nos amamos con lujuria. De esa pasión, vienes tu Alika. Tu padre me amó m ucho, pero yo a él no. Sabía demasiado de las atrocidades de los blancos para amarlos. Tenía unos hermosos ojos verdes, como los tuyos, y mira, tu piel es hermosa, el deleite de muchos. Hay gente mala, gente que siempre nos ha odiado, la misma que mató a tu padre y a tu abuelo cuando eras una bebé. No soportan que ahora sea yo la dueña de esto, y piensan que eres una hechicera. Te tienes que ir Talika. Mama, no me pidas eso, yo te amo. No me alejes. En todo este tiempo me he dado cuenta de la facilidad que tengo para reconocer plantas y remedios que alivian, una mujer indígena me enseña, tú lo sabes. C on el paso de los meses, la gente viene a mí para curarla. En varias ocasiones he atendido partos, a heridos por peleas con hachas, hombres indígenas que son mutilados por negros, o al revés. Mujeres golpeadas sin piedad. Siempre hay una de por medio, violada, ultrajada o perseguida. Eso me molesta y quiero cambiarlo, amo lo que hago. Quiero enseñar a las mujeres lo mismo que yo he aprendido, a decidir y valerse

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por sí mismas. No hago nada malo. Me gusta vivir aquí, la gente me respeta. ¿A dónde quieres que me vaya? Calla Talika, escucha todo lo que has dicho, medítalo, eres mulata, si se dan cuenta de todo lo que has aprendido, te quemarán. Y yo no lo podría soportar. La Inquisición anda rondándote, ya me lo avisaron, a mi también quieren quitarm e todo, porque soy m ulata y no lo soportan, no queda mucho tiempo. No queda mucho. M am a se veía derrotada, el peso de los años le había caído encima. La abracé con fuerza, sus hermosos ojos sonrieron. ¿A dónde mama? A un convento, dijo. Ya hablé con la madre, le servirás de m ucha ayuda, sabes tratar a los enfermos, cuidarlos, a las embarazadas, no temes a la sangre, podrías estudiar con el doctor de ahí, y así ya no te perseguiría la iglesia. Después tú sabrás. Me miró con fuerza, tom ó mis manos y las llevó a su corazón. Así como late el mío, el tuyo lo hará. Tu abuela siempre me dijo que tu vida y la mía serían m uy especiales. Por eso mi nombre, Vida, y el tuyo la más hermosa. M añana partes, todo está arreglado. No repliqué, tenía razón, ya hacía tiempo que andaban detrás de mí, pero por otros motivos, por curar a los esclavos que llegaban escondiéndose. Sólo me salvaba mi color, mis ojos verdes, mi padre blanco. Pero por dentro hervía, quería ayudar a mi gente, a mis antepasados, el convento sería un buen comienzo. Fue un día m uy triste, no llevé muchas cosas, m am a me abrazó, me acunaba y sólo repetía ¡kua heri1 Talika! ¡kua heri! Subí a la carreta, y no quise voltear atrás, era lo mejor. Nwezi nos juntaría de nuevo. Mi m ente pensaba m uy rápido, estaría un tiempo con las madres para no despertar sospechas, pero mi interés mayor era ayudar a la sangre de mi sangre, que sufrían, que huían de las plantaciones en las zonas rurales, de las casas o conventos. A los cimarrones. A ellos me debía. Llegué al convento, fui recibida por dos monjas que portaban hábitos negros. La luna brillaba en lo alto, iluminaba mi camino. Todavía no le veía fin. Pero sí un gran halo. Pronto m uy pronto, estaría en los Palenques.

1 Kua heri [Hasta pronto]

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La vida impensable

Los amantes Verónica Florentina M ilá n M ilá n 1 Los amantes son como el amanecer y el atardecer: hay ese tipo de cosas todos los días, pero muy rara vez los ven. Samuel Butler

os inm ensos d esco n o cid o s ante la sociedad, pero al m ism o tie m p o los más ín tim o s a m ig os bajo las sábanas, así eran Virginia y Efraín. Tras el a b a n d o n o de su prim era pareja ella tu v o q ue tra ba jar para e du ca r y a lim e n ta r a sus hijos, fu e enton ce s cu a n d o c o n o c ió a Efraín, un tip o q u e tenía tres años de casado con una señora cuyos padres poseían una gran fo rtu na . Él c o m e n z ó a cortejarla con el ú nico p ro p ó s ito de convencerla para q ue aceptara c o m p a rtir los fru to s p ro h ib id o s q u e Dios le había b rin da d o, ya q u e era una chica co n un cu e rp o m u y bien d e fin id o . No fu e ta n difícil co nvencerla p ue sto q u e to d o el p u e b lo la conocía por su inm ensa fam a de prom iscua. Así in ició una gran historia de pasión y d ese n fren o bajo las sábanas en un c u a rto de hotel. Pero c o m o to d o lo que com ie nza deb e term inar, ese m o m e n to en q u e la verdad sale a la luz, el m o m e n to que nadie espera p o r fi n llegó y o b v ia m e n te fu e una experiencia desagradable para Virginia. Una herm osa tarde ideal para cam inar de la m ano con la pareja, disfru ta n do los bellos paisajes que se presentan en mi p ueblo favorito, ocurrió lo inesperado. Virginia regresaba de trabajar cu ando la esposa de Efraín la to m ó del cabello por sorpresa y la tiró al piso sin dejar que se defendiera, le reclam ó el dinero que había pasado a sus m anos p or parte de Efraín y sin más la abofeteó y la arrastró p or to d o el lugar. Toda la g en te se q u e d ó sorprendida p or tal acontecim iento, algunos m urm uraban que lo tenía bien m erecido, otros que no era la form a de arreglar los problem as, y el resto que el de la culpa era Efraín. Pasó el tie m p o Efraín y V irginia d eja ro n atrás sus aventuras, cada u no vo lv ió a la rutina q ue tenían antes de conocerse, pero la más afectada fu e Virginia. Todos en el p u e b lo la obse rvab a n co n gran desp recio y repugnancia, e xc e p to los h om b re s dejados, los viud os y solterones de edad. Eso no le im p o rta b a a Virginia, lo q ue en verdad le im p o rta b a era lo q u e sus hijos pensaban de ella. A hora vive con una nueva pareja fuera del p u e b lo d o n d e nadie la co n o ce y juzg a por las acciones del pasado.

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1Estudia en la Preparatoria Agrícola de la UACh.

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(Novela por entregas)

Flor de Tuna Raúl Orrantia Bustos1

Para Rolando Rosas Galicia, Moisés Z urita Zafra y Ariel Sánchez H ernández

Capítulo 6 Salí de los conventos de Riva Salgado con la imagen de fray Sebastián en la cabeza. Tras subirme al carro, quise abrir de inm ediato mi bolso para leer los papeles que el monje me había dado. M iré por casualidad o costumbre el reloj en el tablero del carro y me percaté entonces que me había olvidado completamente de mis hijos. Aventé el bolso al asiento del copiloto y conduje al colegio a toda velocidad, recrim inándom e por mi distracción. Al llegar al colegio noté que M ariana me esperaba sola. -¿D ónde está Francisco? -le pregunté. -S e fue con Beto. M ariana, mi hija menor, frecuenta el tercer grado de primaria; Francisco, el mayor, cursa el prim ero de secundaria. -¿C o n Beto? -exclam é sorprendida- ¿Y te dejó sola? Francisco no me dijo nada anoche. N o me avisó que hoy se iría a casa de su primo. Carlos Alberto, o Beto, es hijo de mi herm ano Víctor y de su esposa Lorena Stefanoska... ¡Ah, la hermosa y simpática Lorena Stefanoska! Quizá sea ahora el mejor m om ento para escribir algunas palabras sobre ella y mi hermano.

La bellísima Lorena Stefanoska se vino de los Balcanes hace un par o más de lustros para terminar aquí su tesis doctoral sobre las culturas prehispánicas de Huelelagua de los Llanos. Víctor y ella se conocieron a causa de un litigio por unos terrenos en los que la empresa constructora que preside mi hermano pretendía alzar un gigantesco centro comercial. Apoyada por un grupo de arqueólogos nacionales y extranjeros, así como por diversas instituciones y casas de estudios, Lorena Stefanoska consiguió que el gobierno federal le retirara el permiso a la constructora de Víctor, además de permitir que Lorena y su equipo de trabajo continuasen estudiando los terrenos. Solamente había un problema.

1 Estudió Letras Italianas en la u n a m y actualmente realiza estudios de posgrado en Europa.

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El problema de siempre. Ni el gobierno federal, ni mucho menos el estatal, disponían del presupuesto suficiente para financiar las investigaciones. Lorena Stefanoska estaba entonces por volverse a su tierra cuando pasó lo que nadie hubiera imaginado. Víctor convenció a los inversionistas de la constructora de patrocinar, es decir, de cubrir gran parte de los gastos de las excavaciones arqueológicas. C oncebida inicialmente por mi padre como Ordóñez-Cuesta Constructores, la empresa se hubiera ido pronto a la bancarrota si Víctor no hubiese persuadido a mi padre de fraccionar y vender casi el total de la compañía para de esta forma atraer capital. Pasado algún tiempo, y solventados ya sus problemas financieros, la constructora cambió su nom bre por el de G rupo o r c u , considerada actualmente com o una de las empresas nacionales mejor apuntaladas y con mayor empuje. En aquellos días del litigio con Lorena Stefanoska, G rupo o r c u no tenía m ucho tiem po de haber adquirido ese nom bre ni tam poco de haber zanjado sus dificultades administrativas. N o era de extrañar, por lo tanto, que mi padre haya dado un grito furibundo cuando supo que Víctor había convencido a los inversionistas de malgastar millones de pesos en una inversión a todas luces infructuosa. Recuerdo que Víctor le pidió a mi padre hablar a solas con él. Se encerraron en el estudio por un lapso m uy breve y, al volver a la sala, mi padre venía trasfigurado, satisfecho con las razones que Víctor le había planteado. M i padre, siguiendo su predilección por el whisky, abrió una de sus mejores botellas y brindó con mi hermano. Después abrazó a mi madre y el asunto quedó resuelto. A instancias de mi propio padre, que quería informarse sobre los avances de las investigaciones arqueológicas, Lorena Stefanoska cenaba con frecuencia en nuestra casa. Siendo el presidente del G rupo o r c u , Víctor no podía faltar a dichas reuniones. En poco tiem po entendí que las pretensiones de Víctor no eran únicam ente culturales, como de hecho jamás lo han sido. M ediante este ágil movimiento, V íctor logró hacerse poco a poco del am or sincero de la bellísima Lorena Stefanoska, amén de escamotear para G rupo o r c u el pago de ciertos impuestos. Yo ya tenía entonces algunos años de casada con A rturo cuando supe que Lorena Stefanoska estaba embarazada de Víctor. Le propuse a A rturo que nosotros tam bién intentáram os tener un hijo para que de esa forma nuestro hijo o hija tuviera más o menos la misma edad que su prim o o prima. Nació Carlos Alberto; pasados un año y tres meses nacería Francisco. C uatro años después tendríam os a Mariana. Una vez en el carro, le pregunté a M ariana si quería comer en casa o si prefería ir a algún restaurante. M e respondió que no sabía. La sentí triste. -¿Q u é tienes, mi amor? -N ada. -¿Estás segura? -Sí. N o hacía falta ser su madre para saber que M ariana mentía. N o pregunté más y conduje de vuelta a casa. Una vez ahí, mientras me disponía a servir la mesa, recibí la llamada de Lorena Stefanoska. Francisco había sido suspendido una semana de clases; Carlos Alberto, dos. Lorena me contó con detalle lo que había sucedido, pero aun así quise que M ariana me narrase su versión de los hechos. -¿Entonces no tienes nada, Mariana?

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M i hija negó con la cabeza. Los ojos se le cristalizaban haciendo un esfuerzo por no llorar, hasta que finalmente el llanto se desbordó com o un dique incapaz de contener el caudal. -M ariana, mi amor, ¿por qué no me tienes confianza? Tenías que haberme dicho de inm ediato lo que pasaba. M ariana corrió a abrazarme. Yo continué: -V en aquí, mi cielo. Ya no llores. Yo no me iba a enojar. O quizá sí, pero nunca debes de ocultarme nada. Pase lo que pase, siempre, escúchame bien, siempre, siempre, debes de estar segura de que cuentas con tus padres, conmigo especialmente. M ientras le decía esto, le acariciaba el cabello. Le di un beso en la frente y ella lloró aún con más ímpetu. -Ya no llores. Mira, vamos a term inar de comer y luego, ya con calma, me platicas lo que pasó. -¿Pero no te vas a enojar conmigo? -Ya te dije que no, mi amor. - N i con Francisco. - N i con Francisco. - N i con Beto. -T am poco con Beto. -¿M e lo prometes? Es tan bello y revelador para cualquier adulto ver qué tan seria puede ser la vida tam bién para los niños. -S í, Mariana, te lo prometo. -Francisco se peleó a golpes con un estudiante de tercero de secundaria. -¿Ah, así que eso fue? -p o r supuesto que yo fingía, pues M ariana ignoraba que yo ya sabía todo lo que había sucedido- ¿Y por qué se peleó tu hermano? -B ueno, es que el de tercero de secundaria tiene un herm ano que va en mi salón. - A já . -E l niño de mi salón tenía días molestándome. Mis amigas me decían que yo le gustaba, pero él lo único que hacía era burlarse de mí. -¿Y por qué no me lo habías dicho? ¿O a tu padre, o a algún maestro? - N o lo sé. M ariana guardó silencio. Estaba a punto de volver a llorar y por ello dije: - N o te estoy regañando, mi amor, pero quiero que ahora tú me prometas que esto no se va a volver a repetir nunca más. -T e lo prom eto, mami. -M e refiero a que en lo sucesivo, siempre que alguien te moleste o que tengas un problema, debes de tenerme confianza, debes de hablar conmigo inmediatamente. Ahora fue esto, pero no quiero ni imaginarme lo que otras niñas llegan a callar por miedo. ¿Me has entendido, Mariana? Prométeme por favor que nunca más me ocultarás nada. -S í, mami, te lo prometo. -B ueno, ¿y ahora sígueme contando qué pasó? -Yo no sé cómo ni quién, pero alguien le dijo a mi herm ano que un niño de mi grupo me molestaba. Tú conoces a Francisco, mami, él no se atrevería a encarar ni a una mosca. Pero esta vez era diferente.

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-¿Diferente? ¿Por qué? -P ues porque soy su herm ana y él me quiere mucho. A dm ito que sonreí. N o me gustaba en absoluto lo que había pasado, pero sonreí. -A la hora del recreo, Francisco vino a buscarme. Le señalé al niño que me molestaba y fue a hablar con él. En verdad sólo hablaba. Tú conoces a Francisco, mami. Asentí. -E n eso llegó el hermano mayor de mi compañero, un gigantón y abusivo de tercero de secundaria. Le dijo a Francisco: “Métete con uno de tu tamaño”, y enseguida lo golpeó en el estómago. M i hermano fue a dar al suelo, pero se levantó. Quiso golpear a aquel grandulón, pero éste esquivó el golpe, que para la mala fortuna de mi compañero de clase fue a dar en su rostro. Al mirar la escena, el grandulón se abalanzó sobre Francisco, esta vez con más coraje. -Y fue entonces cuando intervino Carlos Alberto -agregué. -S í, mamá. Beto salvó a mi hermano. Tú conoces a Beto, mami. Siempre ha hecho deporte, com o mi tío Víctor, y es cinta negra, y juega fútbol, y ahora empieza con el box ta ila n d é s . -E ntiendo, M ariana, entiendo - la interrum pí-. Sólo dime cómo term inó el pleito. -P ues que Beto salvó a Francisco y al de tercero tuvieron que salvarlo dos conserjes y un profesor, porque Beto decía que con la familia nadie se metía. -¿Eso dijo? -Sí, mamá. -E stá bien, M ariana, ahora sí term inem os de comer antes de que se acabe de enfriar la comida. Con la fam ilia nadie se mete. Aun cuando esta frase -d ich a y repetida a largo de la historia bajo diferentes m atices- ha servido para justificar ideas xenófobas, racistas y tribales, en boca de mi sobrino no me pareció tan terrible. Por segunda ocasión en aquella tarde sonreí involuntariam ente teniendo la sensación de que no debía de hacerlo. Así se lo conté a A rturo en la noche, cuando volvió del trabajo. Para entonces Lorena ya había pasado a dejar a Francisco a la casa y yo ya lo había regañado, si bien no olvidé decirle que había estado bien en defender a su hermana, pero que antes debió de haber hablado conm igo o con un profesor. Le dejé en claro mi completo rechazo a la violencia, que no perm itiría que entrara en nuestra familia. Creo incluso haber citado aquel refrán de “quien a hierro mata, a hierro muere.” Arturo también intercambió algunas palabras con Francisco. Por lo poco que escuché, le dijo a nuestro hijo esencialmente lo mismo que yo le había aconsejado horas antes. Una vez en la cama, le conté a Arturo lo de mis sentimientos encontrados hacia aquel acto de Francisco y de Carlos Alberto. Desde la noche en que lo había descubierto manoseándose frente al monitor, Arturo y yo no habíamos tenido relaciones. De hecho, no le permitía que me dirigiera la palabra en la cama. Esta vez, yo misma había iniciado la conversación. N o quise revelarle aún lo de mi visita a los conventos de Riva Salgado y no fue sino hasta la mañana siguiente cuando recordé que fray Sebastián me había prácticamente obligado a recibir como míos unos extraños papeles que en realidad no me pertenecían.

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La aguilita fea Juan Marín Flores González1

n los recovecos que forman los riscos en lo alto de la m ontaña, un águila calentaba a sus crías recién nacidas. La camada había sido de cinco; una de ellas, una hembra, quedó atrapada entre sus hermanos y un hueco que formaba el terreno. El peso sobre ella entumeció su cuerpo hasta quedar totalmente paralizada. Cuando pudo abrir sus ojos, vio a sus hermanos que se incorporaban con esfuerzo, ella hizo un intento, pero no pudo ni moverse. La madre tuvo que alimentarla llevándole la comida hasta el fondo del nido, donde reposaba la cabeza. Sus hermanos ya daban pequeños saltos y abrían ligeramente sus alas, mientras ella apenas fue capaz de levantarse. Era tenaz y pudo llegar a saltar igual que ellos, aunque sus alas todavía estaban tiesas sobre su pecho. Uno a uno fueron ayudados por su madre a saltar hacia el vacío, para emprender el vuelo sin retorno. Ella se quedó atrás, sabiendo que no podría lograrlo. Por instinto fue empujada fuera del nido; rodó rebotando por la escarpada ladera, se detuvo en una saliente que estaba a varios metros hacia abajo. Tenía rota el ala que había podido abrir al final de su caída. Despertó aturdida, maltrecha y confundida. Cuando se restableció, no le fue difícil llegar hasta la llanura. Las patas se le habían desarrollado con una extraordinaria fortaleza, compensando la incapacidad del uso de sus alas. Su obstinación y su orgullo hicieron que se adaptara con rapidez a vivir a ras del suelo. Pronto sitió que podía controlar su entorno. Era inteligente, ágil y sagaz, lo que le permitió evadir la realidad de su deficiente condición. Su falta de identidad le posibilitó emerger como un espécimen único, reconocido por todos los demás personajes del hábitat. Se ubicó como alguien fuerte y m uy hábil, diestra en las artes de la sobrevivencia, a pesar de su incipiente juventud. Un día, su soberbia la hizo enfrentarse a un coyote que merodeaba por el territorio, pero al ver aparecer al resto de la jauría, su temeridad súbitamente se desvaneció. N unca había afrontado un peligro de esa m agnitud, corrió dando enormes saltos, mientras los coyotes la asediaban con su intuitiva estrategia, en el preciso momento

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1Nació en Cd. Valles, SLP en 1953. Es librero retirado, fotógrafo por afición y abuelo por vocación. Gusta de tocar percusiones con los amigos.

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en que era inm inente su final, dio un inmenso salto cayendo sobre una enorme roca cuya altura la ponía fuera del alcance de la jauría. Los coyotes aullaban y saltaban tratando infructuosamente de alcanzarla. El impacto la conmocionó removiéndole las entrañas. Por prim era vez tomó conciencia de su vulnerabilidad y automáticam ente afloró su miedo reprimido. Todavía no term inaba de com prender la maraña de sentimientos que la azoraban, cuando escuchó una voz - ¡Hey t ú . sí, tú! Volteó y vio un búho parado en la rama de un árbol. - ¿A que no sabes quién eres? - Claro que sé, soy única, aquí todos me respetan. H abía recuperado su orgullo, su altivez; solo que ahora, su seguridad se tambaleaba. - Eres un águila -le dijo el búho con firm eza- tu destino está en los cielos, te corresponde enseñorearte sobre la tierra. - Yo no necesito eso, tengo toda la habilidad necesaria para sobrevivir acá con toda nobleza. - Sí, ya vi, un segundo más y tu nobleza estaría convertida en huesos, aquí, al pie de este árbol. En un instante volvió a pasar por su mente el terror que momentos antes acababa de revelarse en su vida. - ¿Ves aquel pequeño árbol en la planicie que está en la falda de la serranía? -S í, ¿eso qué tiene? -estaba acostumbrada a hablar con altanería. - Demuéstrame qué tan rápido puedes llegar hasta allá. - ¿Nada más eso? Y antes que el búho le contestara, dio un salto y comenzó a correr a toda su capacidad. Al empezar a subir se dio cuenta que no había advertido lo empinado y abrupto de la pendiente. Sin haber llegado a la mitad, ya estaba agotada y confundida. Se tuvo que detener. Volteó hacia arriba y vio al búho posado tranquilam ente en el árbol que servía de meta en aquel desafío. El siguiente paso requería una destreza que no poseía. Haciendo valer su temeridad, saltó cayendo justo en el filo de la cuenca, pudo evitar caer al fondo de la hondonada batiendo ligeramente sus alas. C ontinuó avanzando penosamente, hasta que por fin pudo llegar a la planicie. Trató de completar el reto arrastrándose hacia el árbol: estaba exhausta. Todavía no se podía poner de pie, cuando el búho voló parándose a su lado. - Bueno, los coyotes no convirtieron en huesos tu nobleza, pero ahora la veo muy estropeada. Cuando, con m ucha dificultad, pudo pararse, se sorprendió al ver que el búho era mucho más pequeño que ella. Toda su realidad se había trastocado, estaba totalmente desconcertada. El búho le dirigió una mirada penetrante. - ¿Estás dispuesta a reconocer y asumir tu propia esencia? por primera vez ella bajo la cabeza con humildad. - No sé qué hacer, esta es la única forma de vida que conozco. - Si haces todo lo que yo te diga, te convertirás en lo que realmente eres. - Haré todo lo que me digas, no podría seguir viviendo así. - Cam ina hasta la cima de la m ontaña, sin voltear hacia atrás; párate en el filo del acantilado; nunca veas hacia el precipicio, levanta

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la cabeza, mira hacia el cielo; que tu m ente sea como un estanque en total quietud. Y no olvides, por ningún motivo, no voltear hacia atrás, sigue tu destino. Cam inó lentamente sin pensar. Mientras obedecía con precisión todas las indicaciones; el búho admiraba, a lo lejos, su m agnitud como un águila adulta, que desplegaba toda su majestuosidad. M iró hacia el infinito, respiro profundo, y sintió que algo se expandía dentro de su cuerpo, hasta llenarlo todo. El búho sabía que ese era el territorio de un enorme pum a, el cual ya había percibido el olor de la presa. Cam inó sigilosamente hacia ella al mismo tiempo que tiraba un zarpazo mortal y lanzaba un leve gruñido. El águila alcanzó a reaccionar cuando sintió el ataque. Solo había una vía para salvarse. Salto al vacío casi por reflejo, y como un aguilucho en su prim er vuelo, instintivamente abrió sus alas. El golpe del viento sobre su cara fue el punto culm inante de su trasformación. Observó extasiada la tierra donde había crecido y en ese m om ento se acordó del búho; dio un giro con soberana maestría, para volver hacia la m ontaña. Buscó el árbol donde lo había dejado pero el búho ya no estaba, entonces retum baron en su m ente sus últimas palabras: N unca voltees hacia atrás, ¡sigue tu destino!


No salgas a la calle, niña... Miguel Ángel Leal Menchaca1 N o salgas a la calle, niña porque el viento fugitivo jugando con tu vestido puede dibujar tu talle... C anción popular

e llamaba Leticia Barrientos y fue un sueño de primavera; rubia de tez blanca y ojos color miel como para ponerle a mis hot cakes; acaso lugares comunes para un adolescente, pero yo lo era y así la veía. Sin ser la más hermosa del grupo, fue la que encendió por prim era vez mis hormonas. Cursábamos la secundaria, y me gustaba esperarla a la salida, aunque ella se apenaba; le costaba mucho trabajo deshacerse de la plebe, y cuando al fin estábamos solos me reclamaba: — Ya te dije que no me esperes, a veces quiero irme con mis amigas y ahora hasta me hacen burla, me dicen que tú eres mi novio. Yo sólo le preguntaba de qué iba a querer su paleta y ella, como olvidando el reclamo contestaba lacónica: — De fresa, de agua. Corría a comprar las paletas y con la boca les quitaba la cubierta. Ella, otra vez enojada: — No seas cochino, no ves que me pegas los microbios. Yo reía casi a carcajadas y contestaba que era como si nos diéramos un beso. Entonces se ponía m uy seria: — Cómo crees, ni pensarlo, yo tengo mi novio, y aunque no es formal, entra a mi casa y mis papás se hacen tontos, pero yo se los agradezco, pues me advirtieron que hasta que saliera de la secundaria podía tener novio. — Dile a tus papás, como dicen los chinos: “El que no sonríe, que no abra la tienda” Y eso que quiere decir. Q ue si no quieres que te vean, no salgas a la calle. Esta conversación era de rutina y empezaba a fastidiarme. Ese día, sin embargo, iba a ser diferente, quizás porque estábamos en vísperas de term inar los cursos, y también la secundaria. Yo tenía clavado el presentimiento de que ya no la vería más. Así que me puse m uy serio y le pregunté con la obviedad que da el recelo: ¿Acaso no te gusto? Sabes, me caes bien — contestó— pero tienes las orejas y la nariz m uy grandes, y siento que todos se burlan de nosotros. -Además me parece ridículo que te gusten el béisbol y el voleibol, que no sepas bailar y que andes leyendo libros que son para adultos. ¿Y qué juega tu novio? — le pregunté— , fútbol, ¡Claro! Pues sabes,

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1 Profesor Investigador de la Preparatoria Agrícola de la UACh.

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— le dije, un deporte en el que se prohíbe usar las manos y la cabeza solo interviene para pegarle al balón, me parece más ridículo. Se puso roja. No creo que haya entendido la agresión de mis palabras, pero sí midió el tono. Así, que después de unos cincuenta pasos, ya repuesta, sólo atinó a comentar: — Es mejor que tengas tu novio fuera de la escuela, así no se meten contigo. M ejor deberías hablarle a Margarita Weber, dicen que el otro día estuviste bailando con ella toda la tarde. Sí, le contesté, porque tú no fuiste. ¿Querías que fuera con Alfredo? Así se llamaba su novio, pero le decían el Jitomate, porque estaba m uy colorado de la piel. Era mucho más grande que yo, y andaba en una motocicleta, pero nunca le tuve miedo, incluso, cuando yo llevaba a Leticia a su casa, caminaba con el deseo de que nos encontrara a ver si era tan salsa. Bueno, al parecer, ahí terminó la conversación, y creo que todo, pues yo traté de abrazarla, como para suavizar el m om ento, y ella se jaló bruscamente. Ya no cruzamos palabra y cuando entró a su casa, sólo dijo entre dientes: Hasta mañana. Pero, lo que no advertimos es que ya no habría mañana, o quizás nada más yo. Al día siguiente la esperé pacientemente en la escuela, pero jamás se apareció. Me daba vueltas a su casa y, sin atreverme a tocar la puerta, sólo esperaba que alguien abriera o corriera una cortina de las ventanas. ¡Nada! Se acabaron las clases y vinieron las despedidas. Leticia jamás volvió, ni siquiera por sus documentos. Al menos nadie la vio. Pero un día que me encuentro a su herm ana Celia, casi a media cuadra de su casa y le pregunté por Leticia. Un poco apenada me contestó que se habían ido a vivir a Tamaulipas, ella y el Jitomate, pues Leticia estaba embarazada y le había causado una gran pena a sus padres. Apenas tenía diecisiete años. — Nadie quiere saber de ella -m e dijo— y es mejor que tú también la olvides, pues a mi mam á le molesta que te estaciones las horas frente a la casa. Ya me preguntó que por qué tanta insistencia si ni siquiera eran novios. Recordé rápidamente a su madre; cuarentona con tipo de sinaloense, m uy buena tal vez hacía unos quince o veinte años, pero ahora demasiado panzona y con las tetas y las nalgas como luchadoras (a tres caídas), sólo atinaba a dar órdenes y a poner prohibiciones. Fue un domingo, yo iba a misa de doce, en la iglesia que estaba cerca de la secundaria; todos los domingos, con la ilusión de encontrarme a Leticia saliendo de la iglesia. No, ese día estaban afuera del mercado, ella y la señora, con tam aña canasta que dejaba ver que en su familia sí había abundancia. Me acerqué con cautela: — Es un compañerito de la secundaria — le dijo Leticia un poco apenada. Yo, por educación estiré la mano y ella me ofreció la canasta. Fueron como quince cuadras en que aparentemente complacido yo, me cambiaba de mano la canasta y disimulaba mi molestia fingiendo que escuchaba atento su conversación; de vez en cuando Leticia me decía que compartiéramos la carga, pero la señora la desanimaba: — Déjalo ¿no ves que está joven y fuerte? además anda quedando bien ¿No es cierto? ¿Cómo dijiste que te llamabas. Menchaca — interrum pió Leticia— y la señora se tiró a la risa que por poco se orina ahí mismo en la banqueta, me hizo la misma brom a que me hacían en la escuela y en el béisbol: Machaca, Machuca, Pachuca..., que chistoso nombre, pues de dónde eres. Hizo la pregunta sin esperar respuesta, sólo para seguirse riendo. No es nom bre señora, es mi apellido, — ¡Pucha!, salió p e o r . , Yo me llamo M ..., pero ella no escuchó, volvió a la risa. La ventaja — me dije— , que si esta llega a ser mi suegra, voy a hacer uso de mi derecho a matarla, o por lo menos darle una madriza diaria, no im porta la hora. Pero nada más lo dije para mis adentros. Llegamos

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a la casa y yo, esperando a que me invitaran a pasar, traté de esconder la canasta, pero la señora se apresuró a arrebatármela, poniéndola a la vez como stop a mi entusiasmo: M ucho gusto Machaca, no cabe duda que cada día se aprende uno algo nuevo. Al día siguiente Leticia se disculpó alegando que todo lo había hecho su madre con la intención de alejarme de ella, pues sabía que su relación con el Jito iba por buen camino. Es por demás decir que nunca le caí bien, y ahora menos. A pesar de que la Agrícola Oriental era una colonia orillera y pobre, las clases sociales estaban muy marcadas. Simplemente, los que habitaban “Las casitas”, que fueron las unidades que construyó el Instituto Nacional de la Vivienda, tenían agua, drenaje y luz eléctrica, mientras que nosotros acarreábamos el agua de una llave pública, con la consabida fila; íbamos al río a hacer nuestras necesidades, de preferencia por la noche, nos limpiábamos, si nos iba bien, con un trozo de periódico, pero cuando no lo había en casa, con hierba o con una infortunada rana, lo que estuviera más a la mano, y nos robábamos la luz de un transformador que estaba a más de dos kilómetros de nuestras casas. Sólo eran más pobres que nosotros, los que vivían del otro lado del río, porque eran ejidos y sus casas, de adobe, sin cimientos y techo de lámina de cartón. — Ya no busques a mi herm ana — me dijo Celia, que tenía ojos verdes. — Tú eres un buen muchacho y a mí no me importa, pero creo que ni le gustabas, sólo te usaba para celar a Alfredo. Todavía remató: — Búscate una de tu clase. Ya no hay clases, ya terminamos la secundaria, le dije burlón, para suavizar el insulto. Pero ella no entendió o no se dio por aludida, sólo se volteó y caminó como si no me conociera. Leticia Barrientos Álvarez, “Cirujano dentista”, u n a m , N .305. Decía el letrero de la calle de Dolores, casi esquina con Independencia, a una cuadra del Eje Central. Andaba yo perdido en el centro y fue lo único que encontré, pues había ido a la librería y me quedé a desayunar, pero, mis dientes han sido mi debilidad, a pesar de que tam bién los tengo muy grandes, he padecido la caries desde niño, entonces tengo enormes boquetes que se me llenan de comida. C on un palillo me arranqué una curación que tenía más de una año y de pronto sentí la muela desamparada, con un hoyo que parecía cenote, tan grande que casi me cabía la lengua completa. Cualquier accidente que limitara mi presencia me daba m ucha inseguridad, pues siempre me acostumbré a presentarme completo en cualquier escenario. Así que me puse a caminar sin rum bo, casi olvidándome de los libros y angustiado por el problema. En realidad no me dolía la muela, pero pensé que más tarde ya no encontraría quien me curara, máxime que era sábado. Leticia Barrientos Álvarez “Cirujano dentista” u n a m . Volví a leer, pero no hubo asociación con el pasado, el presente me asediaba y tenía que cumplirle porque en ese m om ento yo era una angustia palpitante. Toqué y en automático escuché la voz femenina: Adelante. En una minisala había cuatro personas esperando; rápidamente medí la situación y entré: ¿Qué desea señor? Necesito ver al doctor, perdón, a la doctora, es que se me d e s p re n d ió .: No se preocupe, siéntese y espere, le doy la ficha cuatro. — En seguida sale la doctora. Tomé el cartoncito que me ofreció la secretaria al m om ento que le daba mis datos. Luego me senté y casi sin ver a los otros pacientes, dos ancianas y una niña con una señora que seguramente era su mamá. Ignoré cuál de las dos era la paciente. Q ué im portaba, si yo iba por un número. N i siquiera reflexionar en la gravedad de cada uno de los casos. Sólo sabía que yo era el cuarto. En la mesita de centro había revistas de esas que venden en los puestos de periódicos, de farándula y pseudocientíficas,

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alcancé una y cuando me disponía a leer mis ojos se encontraron con un diploma en la pared: LA SO C IED A D M EXICANA D E O D O N T O L O G ÍA otorga el presente Diploma a la doctora Leticia Barrientos Álvarez por haber concluido satisfactoriamente el curso de Endodoncia, im p a r tid o ., ya no leí más, sólo vi la fotografía en blanco y negro y exclamé. Com o si estuviera solo: No es p o s ib le ., todos voltearon interrogantes hacia donde yo estaba, y agregué: A esta mujer yo la conozco. Una de las ancianas exclamó, casi con indiferencia: ¡Qué bueno! Tendrá descuento. Soslayé el comentario porque estaba en lo mío. Volví a la fotografía emocionado y exclamé: “veinte años no es nada” ¿Será? Ella estaba hermosa, su rostro limpio y los ojos, a pesar de la foto, eran muy favorecidos, pues como que se veían contrastantes. (“ojos inusitados, de sulfato de cobre” recordé el verso de López Velarde; el pelo claro y la pequeña protuberancia en la barbilla. Estaba bellísima y se puso más en mi recuerdo. A partir de ese m om ento se agolparon las evocaciones, mágicamente se dibujaron en mi mente aquellos días de la secundaria: la vi con los uniformes rosa, azul y guinda que correspondían a cada uno de los grados; te juro que no hubo en mi cabeza lugar para otra cosa. N i siquiera me percaté de cuánto tiempo pasó. Me sacó de mis pensamientos la voz de la secretaria: — Señor Menchaca, puede usted pasar. Entré un poco mareado y ella lo notó, pero justificó mi descontrol por el insoslayable tem or que todos profesamos al dentista. No me reconoció. Yo traía el pelo largo y mis orejas se cubrían, la crecida barba atenuaba un poco mi nariz paganinesca. — ¿Qué le pasa señor? Creo que se me desprendió una curación y . , — Abra bien la boca y respire por la n a r i z . Empezó a trabajar con el abatelengua y el espejito, luego el atomizador y agregó satisfecha. — En media hora estará listo. Yo la veía; de frente, de perfil. La contemplé a placer y tuve otra vez un perfume que los años no habían logrado extinguir, incluso, sus manos en mi rostro me arrancaron una lágrima: — ¿Duele?, preguntó preocupada. Negué con la mano y cuando tuve la lengua libre exclamé: — Lo que duelen son los recuerdos. Sin embargo ella no entendió. Lamenté que terminara tan rápido. — ¡Listo señor! — ¿Cómo te va? le dije para abreviar cualquier convencionalismo, apenas bajaba del sillón. — Perdón -contestó ella— ahora sí descontrolada. — ¿Es que no me reconoces? — No, ¿De dónde iba a conocerlo señor? — ¿En realidad me ves muy grande? Soy Menchaca, del grupo “F”, de la secundaria 56. — No es cierto, me dijo con más familiaridad, pero dubitativa aún. — ¿Tú eres? Y se echó a reír. -S í, estabas bien chistoso y a h o r a ., sí, le contesté. Ahora estoy más chistoso ¿no? — Bueno, no era mi in te n c ió n ., Finalmente me dio cinco m inutos más para contarme que tenía una hija y estaba separada, más bien viuda del padre de la muchacha, el famoso Jitomate, a quien habían matado los narcos. Ahora vivía separada de otra pareja. Yo, rápidamente le comenté que estaba soltero, pero no lo creyó. Ambos éramos acosados por los cuarenta y por eso dudó: ¿No te has casado? ¿Eres gay? — No, le dije muy picado por la pregunta. Te he estado esperando. Bien lo dice Browning, en su poema: “Dos amantes que se dejaron en la tierra, se encuentran en el cielo, pero los dos han olvidado sus nombres” — Siempre fuiste muy raro, y me caías bien. ¿A qué te dedicas? Supongo que estudiaste filosofía o literatura, o alguna de esas carreras raras que no dejan ni para comer. Luego, cortante: — ¿Sabes? tengo m ucha gente esperando, esta curación no se te va a caer, pero con gusto te doy otra cita, sólo pídesela a mi secre. — Me dio mucho g u s t o ., y me tendió la mano firme, como para que no me acercara más.

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— Ah, y le dices a Jovita que te abra un expediente, para que tengas descuento. De pronto estaba en la calle, abandonado por segunda vez en sólo veinte años. O pté por esperar a que saliera, pero me desanimó la idea de que no lo hiciera sola, de que alguien viniera por ella o simplemente, de que se sintiera invadida. Me fui a casa y a partir del lunes estuve dedicado a estudiar la tarjeta: Leticia Barrientos Álvarez, Cirujano d e n ti s t a ., sin éxito solicité una cita, porque la secretaria Jovita me preguntaba qué tenía. Como yo no acertaba a inventar un malestar, ella me relegaba. Pasaron tres semanas para que me recibiera, pero sin mucho éxito. Si hubiera tenido un reencuentro clamoroso, no hubiera escrito esta historia, lo estaría disfrutando. Estas historias por lo regular nacen del desamor ¿Cómo decirte? Quienes se quieren, se dedican a quererse y no andan inventado cuentos. Me dio sólo el tiempo de la consulta. Cuando vio que yo no tenía nada, casi me despide aduciendo que ese no era un lugar para la cita que yo deseaba y que ella no podría estar conmigo en otras condiciones ni en otro lugar. Le insistí en que la esperaría para tom ar un café o llevarla a cenar. Aceptó a regañadientes: — Pero me compras una paleta de fresa y no quiero que le quites el papel con la boca. La broma me reconfortó, hasta me hizo pensar que estábamos en sintonía, pero como siempre, andaba más que equivocado; la había perdido una vez y ahora la volvería a perder. O tal vez nunca la pude ganar. Esperé hasta las ocho, y nos fuimos a cenar a un restaurante de chinos, allí cerca, en la calle de Dolores. Sin embargo, creo que ya no era Leticia, o a lo mejor era la misma y yo era el que había cambiado. Su hija tenía diecinueve años y vivía con ella, lejos de sus padres, que nunca la perdonaron. Ella se automarginó de todo. H abía tenido dos o tres parejas ocasionales pero todas eran lo mismo. Estaba convencida de que la soledad era lo más rentable y, de pronto yo me aparecía diciéndole que no había dejado de amarla. Eso dicen todos los poetas y tú te estas aprovechando de la circunstancia que nos reencontró. Es un milagro, le dije. El amor siempre acude al encuentro de los que se aman. — Pero yo no te amo, — me contestó con una seguridad que me pareció insultante, y creo que tú tampoco me quieres, sólo fui una obsesión juvenil y ahora te engañas. — No, Leticia, te amo y ya no me apartaré de ti, no me im porta que no me quieras, estaré siempre cerca y te apoyaré en lo que pueda. — No necesito tu apoyo, me contestó otra vez, soberbia y cortante, — ¿Cómo crees? Yo me las he arreglado lejos de todos, ni para bien ni para mal he acudido a mi familia. La vida me cobró m uy caro mi imprudencia, pero también me enseñó a ser independiente. H an sido muchos los golpes que he recibido, pero estoy convencida de que me las puedo arreglar sola. Así que si de veras me quieres, y por esos momentos gratos que pasamos juntos, olvídate de mí, hay muchos dentistas y son más los que te van a cobrar por no hacerte nada. M ejor llévame al edificio porque ahí dejo mi auto. Además ya es m uy noche y va a llegar Celia. — ¿Cómo puedes creer que así nomás te apareces y yo voy a brincar de gusto? Traté de explicarle lo accidentado de mi vida, que había estado en la cárcel después del jueves del halconazo, y luego exiliado en España, donde había hecho un doctorado en Letras. Le puse dos de mis novelas en sus manos. Toda la noche me había esmerado en hacerle unas dedicatorias que la arrojaran a mis brazos. Sin embargo, ella ni siquiera abrió los libros. Los tom ó por cortesía y me dijo a la defensiva: — Tú sabes que nunca me gustó leer. No sé de qué puedan hablar tus libros, pero no tengo interés en leerlos. Desde hace mucho tiempo que sólo leo cosas concernientes a mi carrera. De verdad,

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no tengo tiempo para otra cosa. La mitad de mi vida la paso en el consultorio y la otra tengo que atender a Celia que ya creció y es muy demandante. Salgo a veces con ella y con su novio. De verdad, no me lo tomes a mal, pero tú y yo nunca tuvimos nada en común, menos ahora que ya no somos lo que éramos ayer. Me imagino que tú tam bién debes andar muy ocupado con tus clases y tus libros. ¿De dónde sacas que podríamos tener una relación? No dije más. Estaba convencido de que todos mis argumentos iban a ser avasallados por su indiferencia. La falta de interés me violentó más que sus palabras. Ahí te dejo los libros, agregué, un poco retador, un poco despechado. Algún día quizás tendrás tiempo y tal vez interés. Caminamos del barrio chino al edificio en donde se encontraba el consultorio y ahí sólo me tendió la mano con el mismo aire convencional: Me dio gusto verte y que te siga yendo bien con tus libros. Todavía traté de abrazarla y pegarla a mi cuerpo, pero ella como piedra: — M ejor no, Menchaca, ya vete y deseo que te vaya bien. Me puse a caminar frenético por todo el Eje central, ya no atendía los escaparates, las tiendas que cerraban, las primeras prostitutas que aparecían ni nada. Llegué al metro y deseaba fervientemente que alguien me violentara para pelearme; quería convencerme de que ella, Leticia, había sido una aparición que sólo cristalizaría en un cuento. Un cuento que ella protagonizaba, pero que nunca iba a leer, porque yo olvidaría la dirección de su consultorio y arrojaría la tarjeta al baño. A ese baño donde tiraba todos los recuerdos lastimosos. Seguía en la misma creencia de que para olvidar a una mujer, el mejor m étodo es hacerla literatura. Sólo que con ella no había tenido oportunidad.

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Raúl de León Alcocer ganador del Premio de

Narrativa Histórica ‘Ignacio Solares’ M olino de Letras hace del conocim iento de sus lectores que nuestro querido amigo y colaborador, Raúl de León Alcocer, bajo el seudónim o “V ictoriano Salado” es el ganador de la prim era edición del Premio C hihuahuense de N arrativa H istórica Ignacio Solares 2016, con el trabajo “Toribio Ortega: los seis días que incendió la sangre”, acreedor de un prem io único de 150 mil pesos, el cual recibió el 30 de septiem bre con la presencia del escritor Ignacio Solares. El jurado reconoció del trabajo ganador “una narrativa fluida y bien lograda, todo esto con apego a los requerim ientos de la convocatoria, que establece partir de un hecho histórico auténtico, adicionado po r la ficción o la recreación literaria”. Raúl de León Alcocer nació en 1966 en Matamoros de la Laguna, Coahuila, egresó de Sociología Rural en la Universidad Autónom a Chapingo, donde alternó sus estudios universitarios con el taller de poesía a cargo del escritor Rolando Rosas Galicia, donde gracias a él publicó el poemario “M ujer Sombra”. En 1989 obtuvo el primer lugar del premio de poesía “Manuel José O thon”, convocado por la casa de la cultura de Torreón Coahuila, con el trabajo “El calor de los muertos”. En 1996 obtuvo el segundo lugar en los juegos Florares del Conacyt en Gómez Palacio, Durango, con el poemario “Bienaventurada”. En 2009 publicó su primera novela “Mariposa de cristal” a través de la editoral Molino de Letras, con presentaciones entre el 2010 y 2011 en la Universidad de Chapingo, el Puerto de Veracruz, Torreón, Monterrey, Chihuahua y la Feria Internacional del Libro en Guadalajara. Desde el 2014 se dedica a Visitador Agrario en Residencia de Ciudad Juárez de la Procuraduría Agraria. ¡Enhorabuena, Raúl!

V.

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Andanzas ¡Ah, esos chinos! Igmar Rosas López1

La conferencia de Teoría de cuerdas terminó por fin el sábado 17 enero. Las conferencias fueron muy interesantes, conocí nuevos temas y gente, e hice otros amigos. Sin embargo, en las últimas sesiones el auditorio estuvo un poco vacío, mucha gente se regresó anticipadamente a Korea y a Japón. El festival de primavera (Nuevo año lunar chino) se festeja en estos días, así que muchos de los estudiantes y profesores chinos también regresaron a sus lugares de origen antes del término de la conferencia. El 18 de enero, mi compañero (Honma-kun) de cuarto se levantó temprano, acomodó sus cosas y se fue para tomar el camión al aeropuerto. Yo organicé mi nueva maleta (que compré muy barata en China) y salí muy temprano. Me despedí de las encargadas del hotel, un amor de muchachas, no hablaban muy bien inglés, pero trataban de ayudarme y siempre acabábamos entendiéndonos con mímica. Arrastré mi pesada maleta hasta el metro y me costó un tremendo esfuerzo subir y bajar escaleras, pero al fin logré llegar al hostal, que se encuentra al sur de la plaza de Tiananmen. Después de instalarme salí con dirección de la Ciudad Prohibida, el antiguo palacio de los emperadores chinos. Com o no había comido, en el camino me comí una crepa china y una especie de tamal hecho de harina de arroz.

1 Igmar Rosas López es Doctor en Física y profesor de tiempo completo en la Universidad Autónoma Chapingo. Andanzas. ¡Ah, esos chinos!


En realidad, la crepa no era crepa porque en medio llevaba un chicharrón medio raro con verduras, y el tamal tampoco sabía a tamal, pero es para que se lo imaginen. Llegué a la plaza de Tiananmen y, hasta ese momento, todo iba bien, pero de repente tres personas; un chavo, una chava y un señor se me acercaron y me empezaron a hacer la plática, en inglés. Todo en C hina había estado perfecto o cuasipluscuamperfecto hasta ese momento, así que yo estaba de lo más feliz. Como efecto secundario de tal estado, mi sentido mexicano-arácnido (nota: para aquellos que no lo saben, el hombre araña tiene un sentido arácnido que le ayuda a detectar cuando hay un peligro cercano) se encontraba totalmente desactivado. Estuvimos caminando un rato, atravesamos la plaza de Tiananmen hasta llegar cerca de la Ciudad Prohibida. El chavo y la chava hablaban muy bien inglés así que tuvimos una conversación bastante interesante. Digamos que me sacaron toda la sopa, pero qué le voy a hacer, es la desventaja de estar contento. Entonces me dijeron que si no quería ir a tomar algo con ellos antes de entrar a la Ciudad Prohibida. Com o los tipos me habían caído muy bien acepté su invitación, entramos a una casa de té con un cuarto muy bonito, con muchos tipos de té y me dijeron que escogiera mi favorito. Para ser sincero, la tomada de té estuvo interesante y me explicaron los diferentes tipos de sabores, para qué se usa cada cosa, cómo se toma la taza y había una muchacha muy bonita que preparaba todo. Claro que, como ya se imaginarán, lo malo fue cuando llegó la cuenta. Cada pinche tacita de té costaba 30 yuanes (les dejo de tarea investigar cuánto es en pesos). Si sólo te tomas uno no es demasiado dinero, lo malo es que me dieron a probar, digamos.... más de uno. Para ese momento ya había entendido como estaba el bisnes, ahora sí que estos chinos me la aplicaron. Porca miseria!!! Y ni como reclamar, el precio de los mugrosos tés estaba justo enfrente de mí cara con letras grandotas en un fondo amarillo, incluso tengo una foto que lo comprueba. Creo que en algún momento, cuando estaba tomando té, leí el letrero, no obstante, por alguna extraña

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razón mi cerebro no procesó la información en aquel instante. Creo que en lugar de estar viendo a la muchacha bonita que preparaba el té debí haber puesto atención al precio. Por supuesto, al final yo sólo pagué mi parte (de p...jo me ofrezco a invitarlos), lo cual aun así era bastante y ellos, qué raro, pagaron con tarjeta. Resignado, pagué lo que debía y salí con estos chinos del salón de té. Más que estar enojado, me encontraba un poco herido en mi orgullo. Como es posible que habiendo vivido tantos años en la Ciudad de México, los chinos me vean la cara. Vivir en Japón sí que apendeja — me dije. Enojarse en ese m om ento estaba de más, así que platiqué otro rato con ellos mientras me acompañaban a la entrada de la Ciudad Prohibida. H asta me saqué una foto con ellos, de perdida un recuerdito me llevé. El chistecito salió tan caro (en realidad no tan caro si lo piensa uno en estándares japoneses, pero en pesos sí es un chingo) que cuando llegué a la taquilla no tenía para pagar la entrada y tuve que correr un kilómetro para encontrar un banco y poder regresar antes de que cerraran. Después del pequeño incidente con los chinos por fin entré a la Ciudad Prohibida. Extrañamente, me tomó tres horas llegar hasta la entrada, a pesar de que no está m uy lejos del hotel, por lo cual sólo tuve una hora para recorrerla, apenas fue suficiente para caminarla de la entrada a la salida. La Ciudad Prohibida es enorme, con miles de salones, palacios, corredores, esculturas y patios. A los chinos sí que les gustan las cosas en grande. Una ciudad completa contenida dentro de una ciudad. Una ciudad prohibida para la gente común dentro de una ciudad prohibida para el emperador. Después voy a subir las fotos, está de más tratar de describir tal cosa, es prácticamente imposible poner algo así en palabras. Cuando llegué a la salida de la Ciudad Prohibida mi ánimo estaba total­ mente recuperado, a pesar de sólo haber estado ahí un poco más de una hora. Al salir las gratas sorpresas continuaron. Entré a un parque muy bonito que se encuentra justo enfrente de la salida. En él hay una pequeña colina con algunas pagodas chinas


desde donde se tiene una espectacular vista de la puesta de sol en Beijing. Junto a la pagoda, en la cima había algunos niños chinos (o a la mejor eran coreanos) bailando y también presentando una especie de pastorela (cristiana, por supuesto), algo de lo más extraño. Qué mejor lugar para una pastorela que una pagoda budista, ¿no? Desde la cima de la colina se escuchaban algunos cantos. Decidí inves­ tigar y me llevé una muy grata sorpresa. En el parque había varios grupos de gente cantando canciones chinas acompañados del acordeón, armónica y guitarra. Incluso alguna gente bailaba y cantaba muy alegremente. Me dio mucho gusto ver este tipo de evento en China. Ya decía yo que Japón, donde nadie baila (o casi nadie) y menos en la calle, es un caso anómalo. Los chinos si son gente normal, no como los japoneses... qué alivio. La noche había caído sobre Beijing y me encontraba algo cansado.

Comencé el regreso al hotel. Me metí por algunas callejuelas, compré una especie de gordita gigante rellena de carne y algunas mandarinitas para cenar. En mi camino pasé por el distrito comercial de Wuanfuxin (Wuanfujin o algo así) y entonces... O k, digamos que cuando pasó el incidente de la casa de té, que ya relaté anteriormente — me dije a mí mismo— “mí mismo’’, ahora ya conoces a los chinos, ésta no te la vuelven a aplicar. Eso pensé, pero bien dice el dicho “más pronto cae un hablador que un cojo’’. Dejémoslo así por el momento, más tarde relataré la extraña aventura que aconteció a nuestro nada afamado y desconocido héroe don Igmaro (o Cedrelo) de la M ancha Urbana (DF) en su encuentro con peligrosas y orientales criaturas en sus andanzas por pekineses lugares. Saludos y un fuerte abrazo

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El Zurdado Raúl Orrantia Bustos1

El Gringo llegó hoy al colegio con el ojo morado. Ayer se agarró a golpes con El Zurrado, quien por cierto no vino a clases, por lo que deduzco que fue quien salió peor librado del pleito. Y es que El Gringo, que solía practicar fútbol americano allá en su país, es todo músculo. El Gringo empezó a tom ar clases en nuestra escuela no hace más de tres semanas y lo de El Zurrado ya tendrá casi dos meses. El Zurrado se cagó en los pantalones en plena hora del recreo. Estábamos jugando fútbol, como de costumbre, cuando El Zurrado (que en ese entonces todavía le llamábamos por su nombre, es decir, Josué Emm anuel) se detuvo de pronto y dejó de perseguir el balón. Yo le había filtrado un hermoso pase entre el defensa central y el carrilero izquierdo. Sólo era cuestión de alcanzar la pelota y rematar a portería. En cambio Josué se detuvo, dobló un poco las rodillas y, sin mediar palabra, aflojó la tripa. Enseguida salió corriendo rum bo al baño, cuando ya no tenía caso hacerlo. Lo digo porque, conforme corría, dejaba un rastro evidente de lo que había sucedido. Nuestra prim era reacción fue el silencio. Nadie hubiera querido estar en los zapatos de Josué (literal y figuradamente). Alguien susurró tím idam ente que iría al baño a ver si nuestro amigo se encontraba bien. O tro fue a avisar a la orientadora lo que había pasado. Los demás, siempre en silencio, nos fuimos acercando ahí donde el balón se había detenido. Adolescentes de secundaria, ¿qué mejor solución hubiéramos podido encontrar para desvanecer aquella atmósfera que la burla y la chacota? —¿Así que se nos cagó Josuecito? —dijo uno. —Se zurró hasta los tobillos, hermano. Desde ese instante Josué Emmanuel pasó a ser El Zurrado. Ya sé: hablo como si tuviera mucho tiempo de haber sucedido esto, y he dicho que pasó hace apenas dos meses. No

1Estudió Letras Italianas en la UNAM y actualmente realiza estudios de maestría en Europa.

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obstante, aun siendo un adolescente de quince años, tengo la visión necesaria para juzgar que un acontecimiento así no se olvida, y que un apodo forjado en semejante sustento difícilmente va a desaparecer. M uy pronto todo m undo en la secundaria, incluyendo al mismo Josué, supo quién era El Zurrado y por qué; todo m undo, asimismo, sabía que ese apodo únicam ente se usaba en ausencia del aludido. Todos, menos El Gringo. Com o era predecible, El Zurrado no quería volver a jugar futbol con no­ sotros tras su penoso accidente. Prefería ver el partido solo, a la distancia. -T ien e miedo de volverse a ensuciar los calcetines -decía alguien por lo bajo. Los demás soltábamos la carcajada en seguida. -¡Ándale, Josué! -le gritaba y o Vente a jugar, nos hace falta un delantero. Él respondía que no moviendo la cabeza. -O lvida ya al Zurrado -m e decía alguien m ás-. Empecemos el partido o se va a term inar el recreo. Las negativas a jugar del Zurrado no cesaron hasta ayer. El Gringo, como he dicho, ya había entrado a nuestra escuela

y casi enseguida se incorporó a nuestros partidos de fútbol. Entonces pasó lo que tarde o tem prano, con El Gringo o con cualquier otro, tenía que pasar. -Ya saben, yo voy de delantero derecho -dijo El Zurrado. -Pero tú no poder. Mejor es que tú jugar delantero por la izquierda -sugirió calmadamente El Gringo. -¿Y eso por qué? -le preguntó El Zurrado. -Porque tú ser zurrado. -¿Qué has dicho? -preguntó iracundo El Zurrado. -Q u e es mejor que un zurrado como tú juegue del lado izquierdo, como es natural. El equipo entero se dio cuenta del error lexical que cometía El Gringo, pero ello no evitó que estalláramos en risas y burlas. Tampoco que El Zurrado se le fuera encima a El Gringo ni que, para la mala suerte de aquel, El Gringo resultara bueno y entrón para el trompo. Esta mañana, lo primero que escuché al entrar al salón de clases, fue a mis compañeros hablar de Josué como de El Zurdado.

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Cómo me hice lector Pedro Cabrera Cabrera1

No recuerdo cómo aprendí a leer. Una espesa bruma se instala en la memoria cuando intento adentrarme en mis primeros días de escuela. No sé cómo aprendí a distinguir la o por lo redondo o la flacura de la i porque esta pobre letra no había comido. Nada retengo de los primeros trazos que darían pie a mi siempre dudosa escritura a mano. Ni numerosas sesiones de psicoanálisis ni los abandonos a la terapia de la hipnosis ni consultas con brujas y chamanes me han devuelto esos momentos que corresponden a la lejana infancia y que para mí ya están perdidos. Quise atisbar en tan excepcional periodo cuando el menor de mis hijos, Andrés, deletreaba con alguna dificultad sus primeras letras. Había pasado por él un sábado en la mañana a la casa donde vive con su mamá (tenemos mucho tiempo separados) en la colonia Avante y nos trepamos al trolebús para ir a visitar a mi hermana Lidia, que vive en la colonia Juárez. Yo había comprado el periódico (La Jornada) y, sentados los dos (Andrés y yo), estuve revisando algunas noticias. Entonces lo escuché: su voz era un susurro apenas audible, que sobresalía del murmullo de la ciudad, con su algarabía de gente y el ruido de los autos. -¿Q ué dices?, le pregunté. Y entonces repitió, en una voz un poco más alta, lo que había dicho: -E n veinte años habrá problemas de agua en el territorio de México. Estaba leyendo el titular de la contra del periódico. Sé que sonreí (sentía una sensación de alegría en mi pecho que se extendía a otras

1Editor y poeta. Ingeniero agrónomo especialista en Economía Agrícola por la UACh.

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partes de mi cuerpo) y le pedí que leyera otros titulares. Él lo hizo. Noté que aún tenía dificultades para leer los fonemas con g, pero yo ya no tenía dudas: mi hijo había aprendido a leer. Y así se lo dije: -¡Ya sabes leer! -Pero su respuesta me congeló: -N o , todavía no sé. En casa de mi hermana, cuando conté el suceso, él mantuvo su negación. Era noviembre de 2007. Andrés estaba cerca de los siete años y ya sabía descifrar lo que ocultan en su trazo las misteriosas letras. Sin embargo, tampoco esto sirvió para exorcizar los demonios que cubren mi memoria. Pero sí recuerdo qué libro me despertó el ansia de la lectura. Fue El gato con botas. Era una edición ilustrada, a color. Apenas si me acuerdo de su tamaño pequeño, de los numerosos colores, de los dibujos del gato, de los globos de los diálogos. Tal vez lo más presente aún hoy es mi extrañeza ante el insólito hecho de que un gato pudiera hablar y pensar y usar unas botas, esgrimir una espada, vivir aventuras. Yo veía a los mininos que rondaban mi casa y me parecían tan simples y descoloridos, tan apáticos, tan metidos en sí mismos, tan desdeñosos y lejanos, tan ausentes, tan distantes, que de alguna manera sabía que no tenían mucho que ver con ese gato apuesto y gentil que me mostraba el libro. El cuento llegó a mis manos junto con otro, del cual no tengo el menor recuerdo. Con la distancia comprendo que no significó tanto como El gato con botas; al menos, no me generó esa extrañeza, ese estado en que caía ante un mundo que funcionaba con reglas diferentes de las que regían el mundo diario en que me desarrollaba. M i padre me obsequió ambos libros y es tal vez el regalo más preciado que me dio en toda su vida. O al menos el que más contribuyó a definirme como un lector de tiempo completo. O como una persona que disfruta la lectura. Un día, cuando tuve una infección de las vías respiratorias y me quedé en cama, en casa, con fiebre, durante dos o tres días y disfruté el regocijo de no ir a la escuela, mi papá fue al Pueblo (como le decíamos a Pénjamo) y regresó con dos libritos, tal vez como un aliciente para que me recuperara de la enfermedad.

Mi hermana mayor, Ana María, quien me inyectaba, comenzó a leerlos para mí. Pero yo había aprendido a leer y por mi cuenta descifraba los símbolos; una y otra vez asistí como espectador y cómplice a las aventuras de un gato que no existía en mi realidad, pero que de alguna manera me hablaba y me decía que en el mundo habitan otras posibilidades. Ese estímulo fue como la abertura de una ventana que con el tiempo se haría cada vez mayor hasta ser el mirador más grande desde el que atisbo el Universo. Luego vinieron otras lecturas: las del libro de texto. Yo vivía en una comunidad rural, alejada del mundo. Aunque ya se había instalado la electricidad y poco a poco los hogares comenzaban a albergar televisores para asistir al espectáculo del mundo, el camino de terracería que nos comunicaba en épocas de sequía se volvía casi intransitable cuando llegaban las abundantes lluvias. Pocas personas contaban con vehículos para salir del rancho y pasaban sólo dos autobuses al día que iban a Pénjamo. A pesar de esto, mi sentido de aislamiento era casi total. Casi nadie tenía libros en casa y los únicos disponibles eran los que llegaban a la escuela, entre ellos los libros de texto. Allí empecé a leer diferentes historias. No importaba si en la escuela se leían o no, yo revisaba los libros de lecturas y encontraba elementos para llenar mi imaginación. Recuerdo una historia: la del tlacuache que comía tunas. Mientras las pelaba para comerlas, se le acercó un coyote, que lo amenazó con comérselo si no las compartía con él. Así, el tlacuache pelaba las tunas y se las lanzaba al coyote, hasta que se cansó y le mandó una tuna sin pelar. El coyote se espinó y el tlacuache pudo huir. En las frías madrugadas de El Varal de Cabrera, el pueblo de donde soy originario, yo contaba estas historias a mi padre mientras el viento me helaba la cara y caminábamos rumbo a la granja de mi padre, que estaba del otro lado de la carretera. Veía el cielo lleno de estrellas y trataba de descubrir las constelaciones: Orión, mi favorita y la más fácil, ligada a mi formación católica, pues el cinturón tiene tres estrellas, que son los Reyes Magos; la Osa Mayor (o el Arado, según recuerdo que decía mi padre),

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la Osa Menor. Incluso identifiqué Venus como la estrella de la mañana e intuí, por el color rojizo, a Marte. Tiempo después, en mis obser­ vaciones nocturnas descubrí Algol, la estrella del Diablo según la mitología árabe, mientras orinaba: una estrella que brillaba, de pronto dejaba de hacerlo y se encendía poco después. Era una estrella doble: una con luz propia, otra sin brillo, que gira alrededor de la primera y la oculta cuando intersecta nuestra visión. Los griegos vieron en esa estrella el sueño y el despertar de Cástor y Pólux, los gemelos hermanos de Elena (nacidos todos de un huevo), la hermosa mujer por quien se disputaría la ciudad de inmensas murallas, Troya. El dato lo descubrí en un libro de astronomía. N o recuerdo su título, pero aún su contenido me acompaña, sobre todo en las noches que paso en mi tierra natal y quiero repetir mi descubrimiento en el cielo estrellado sin lograrlo. Poco después descubrí en la escuela las Lecturas clásicas para niños, que había publicado José Vasconcelos en los años veinte del siglo xx. Lo más seguro es que se tratara de una reimpresión (creo que la de 1971), porque ya había pasado mucho tiempo desde la edición original. Le pedí el libro al profesor Alejo Espitia y me permitió llevármelo a mi casa. Para mí fueron un tesoro los dos tomos en blanco y negro. Me maravillé con “El gigante egoísta”, “El príncipe feliz” y “El ruiseñor y la rosa”, de Óscar Wilde. Allí me encontré también con “El patito feo” de Hans Christian Andersen, “Pulgarcito” de Charles Perrault. Había también historias de Las m il y una noches (“La historia del árbol que canta, la fuente de oro y el pájaro que habla”, “Simbad el Marino”, por ejemplo), textos seleccionados de la Biblia (“Ruth”, “Raquel”), de Los Vedas (“La historia de Manu”), de El Quijote (la infaltable narración de los molinos de viento), de Leon Tolstoi (“En donde está el amor ahí está Dios”), de La Ilíada y La Odisea (el relato de Circe y el del Cíclope). Sé que a mi padre le gustaba que le platicara estas historias porque presumía con sus amigos de que yo se las contaba. Varias veces tuve que repetirlas ante ellos, en sus borracheras, cuando jugaban a competir cuál de sus hijos era “más inteligente” que

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los chilpayates de sus compañeros de juerga. Más adelante estos encuentros con mi padre se suspendieron. Tal vez fue que crecí y llegaron otros hermanos que me desplazaron de su atención. Lo cierto es que a partir de cierta edad ya no pude compartirle mis lecturas, las fabulosas historias que extraía de las páginas impresas. En el libro de sexto grado me conmocionó el relato de un niño de mi edad que, al concluir la escuela primaria, tenía que dejar su pueblo y sus amigos. Lo leí muchas veces, no recuerdo cuántas. Y siempre un sentimiento de orfandad y de tristeza hacían la luz más tenue, más incierto el futuro, más nostálgico el tiempo por venir, más terrible la vida, más inconstante el mundo y sus miserias. En sexto grado aprendí de memoria “La suave patria”, el inmenso poema del jerezano Ramón López Velarde. Lo recitamos en grupo durante unos honores a la Bandera el 24 de febrero. En la secundaria ingresé al Club de Poesía y fue el poema que la maestra de español eligió para toda fiesta cívica: lo declamamos en Corralejo de Hidalgo en el aniversario del nacimiento del Padre de la Patria (8 de mayo), en los festejos del 15 de septiembre, en la conmemoración del inicio de la Revolución mexicana (20 de noviembre), en el aniversario del nacimiento de Benito Juárez (21 de marzo) y hasta en la visita a Pénjamo del candidato del Partido Revolucionario Institucional ( p r i ) a la Presidencia de la República, Miguel de la Madrid Hurtado, que coincidió con la inauguración de un monumento a Lázaro Cárdenas del Río, el 18 de marzo de 1982, el día de la expropiación petrolera, una fecha que en la actualidad forma parte del panteón de las efemérides caducas. “La suave patria”, que en cinco años más cumplirá el centenario de que fue escrito, es un poema que no entiendo. Se me escapa el sentido de muchas de sus metáforas: “sobre tu capital, cada hora vuela, ojerosa y pintada/ en carretela/ y en tu provincia del reloj en vela/ que rondan los palomos colipavos/ las campanadas caen como centavos”, o “en calles como espejo se vacía, el santo olor de la panadería”, por ejemplo. Pero su sonoridad, sus aliteraciones, las frases contundentes, me siguen cautivando. Este poema me ha acompañado gran parte


de mi vida. En estos tiempos lo recito a mi hijo mayor, Pedro (que estudia letras francesas en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, u n a m ) y lo comento con él. Incluso, en 1992, cuando estu­ diaba el diplomado en creación literaria de la Escuela de Escritores de la Sociedad General de Escritores Mexicanos (Sogem) me permitió el acercamiento a José Antonio Alcaraz, que fue mi profesor de historia de la cultura. Mientras él comentaba la importancia del poema y la dificultad de desentrañar metáforas como “la carreta alegórica de paja”, citó equivocadamente unos versos (tal vez a propósito) y yo caí en la provocación: lo corregí. Entonces me preguntó: “¿Te lo sabes de memoria?”. Contesté que sí. Y su respuesta fue contundente: “Yo no. Prefiero disfrutarlo cada vez que lo leo”. Ese breve encuentro dio motivo a distintas discusiones sobre López Velarde y el poema en cuestión. Vuelvo a la época de mis lecturas de primaria, cuando también me aficioné a las historietas. Dos de mis hermanos mayores sobre todo, Juan y Teresa (tengo diez hermanos), consumían cada semana, de manera constante, una buena cantidad de revistas de monitos. Chanoc, Destinos opuestos, La novelapoliciaca, Kalimán, Memín Pinguín (que siempre decíamos Pingüín), Novelas inmortales, Aguila Negra, El libro vaquero, El libro policiaco, Fantomas, en sepia, blanco y negro o a color, me mostraron mundos distintos del que yo miraba todos los días. En Lágrimas, risas y amor, descubrí diferentes historias. “Rarotonga” y su melena rizada, con sus grandes pechos y su sensualidad; “El pecado de Oyuki”: la historia de una geisha japonesa que se enamora de un inglés y todo lo que tiene que padecer por su amor; “Paulina, Orlando y Fabiola”, cuyo eslogan decía: “Descendió desde las alturas para ponerse al nivel de su amado”, que es el relato de un joven estudiante mexicano que se enamora de una princesa en París y ella de él. Años después descubrí que algunas de estas historias son refritos de otras: novelas y óperas, que la pluma de Yolanda Vargas Dulché adaptó para su gran público. También tenía acceso a los cómics: “Periquita”, “El fantasma”, “Siempre hay

alguien así”, “Charlie Brown”, “El Príncipe Valiente”, “Educando a papá”, otras realidades mostradas tal vez de manera simplista, pero con humor que me alegraba las tardes. El acceso era posible debido a mi papá tenía una tienda y compraba periódico a granel para envolver diversos productos cuando el plástico aún no inundaba nuestras vidas. Él hacía capiruchos con los que envolvía frijol, lentejas, habas, maíz y otros productos. Yo elegía las páginas en las que había monitos y crucigramas, tras leer y resolverlos, los regresaba para que cumplieran su misión de contenedores. Mi padre era lector de Casos de Alarma! Y en esa revista descubrí los horrores y las delicias de la nota roja: un hombre que se disfrazaba para timar personas en la central de autobuses, una mujer que decía ser bruja y extorsionó a numerosos individuos, un mujercito que cortó la lengua a su amante mientras lo besaba, choques de autobuses que dejaban muchos muertos, militares que mataban a sus enemigos por venganza... Sé que una lectura de este tipo desagrada a muchas personas, que la consideran, al igual que las historietas, poco formativa, entre varios adjetivos que intentan mostrar su “mala” calidad. Pero era parte de la escasa oferta y también la disfruté. A la par, mi educación sentimental se alimentaba con la música: mi hermano Raúl, estudiante de la preparatoria en Irapuato y luego de la licenciatura en administración de empresas en Celaya, sintonizaba en la radio el rock de los años sesenta: los Teen Tops, los Locos del Ritmo, Enrique Guzmán, César Costa, Angélica María, entre otros, mientras mi madre escuchaba a los clásicos de la canción ranchera: Pedro Infante, Javier Solís, José Alfredo Jiménez, Lucha Reyes... Mi hermano mayor, el primogénito, Baudelio, vivió como emigrante en los Estados Unidos y desde allá trajo discos de acetato de The Eagles, Simon and Garfunkel, Creedeance Clearwater Revival y hasta de Joan Manuel Serrat, pero esa es otra historia. Queda aquí como apunte de la mezcolanza de música que escuchaba en esos años. En los años de la educación secundaria también tuve algunas lecturas. Recuerdo de esa época Marianela de Benito Pérez Galdós, La Navidad en las

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montañas y El Zarco de Ignacio Manuel Altamirano, un libro sobre los misterios de las pirámides de Egipto, cuyo título no recuerdo, El galano arte de leer, todos de la biblioteca de la secundaria técnica donde estudiaba (la número 9, situada en Pénjamo, Guanajuato). H ubo un libro que no tenía portada, por lo que nunca supe el título y no sé cómo llegó a mi casa. En la primera parte contenía textos de historia de los egipcios, Mesopotamia, los fenicios, los griegos, los romanos y la Edad Media, con breves biografías de personajes como el legislador Solón, Licurgo; en la segunda parte, en hojas de un color verdoso, una selección de lírica española: Fray Luis de León, Gutierre de Cetina, Garcilaso de la Vega, Sor Juana Inés de la Cruz (las “Redondillas”, “Al que amante me sigue, dejo ingrata”), Quevedo (“Un soneto me manda a hacer Violante...”), Góngora, Lope de Vega, Gustavo Adolfo Bécquer (“Volverán las oscuras golondrinas...”, “¿Qué es poesía?”), Rubén Darío (“Los motivos del lobo”), el poema “No me mueve mi Dios para quererte...”, considerado anónimo en el libro. Lo descubrí entre un montón de libros de texto de mis hermanos, de esos que tenían en la primera de forros la reproducción del cuadro de la Patria de Enrique González Camarena. Todos estos libros despertaron mi interés por la historia y me sirvieron para hacer trabajos de esta asignatura. Por ese tiempo, un pretendiente de mi hermana Lidia que finalmente terminaría siendo su esposo (Roberto Martínez) y vivía en la Ciudad de México, comenzó a regalarle libros: varios de Herm ann Hesse (Demian, La ruta interior, El lobo estepario), la Canasta de cuentos mexicanos de B. Traven y otros que no recuerdo y que hurtaba a escondidas cuando los miraba abandonados en algún lugar y fingía que no sabía nada de ellos cuando mi hermana preguntaba. Incurría en esta práctica porque una vez vi Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y se lo pedí para leerlo. Me lo negó con el argumento de que no iba a entenderlo. No sé qué se hicieron los libros de mi infancia. Lo más seguro es que el fuego los haya consumido. Era el destino de muchos impresos, incluyendo los libros de texto. Por un tiempo subsistían, yendo de un lugar para

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otro, a veces amontonados en cajas hasta que alguien se hartaba de su presencia y los condenaba a las llamas. No recuerdo haber sido nunca testigo de esta sencilla mecánica en mi casa, porque de haber estado presente lo habría impedido, pero sí lo vi en casas vecinas. Varias veces, al extrañar algún libro, pregunté por él y por otros; mis hermanas y mi mamá enmudecieron. Esta práctica, por lo que sé, sigue reproduciéndose en mi pueblo con una constancia perniciosa. Aún mi gente no le concede valor a los impresos. Con la desaparición de esos libros de mi infancia y de algunos que luego llevé para sortear los tiempos de las vacaciones escolares, perdí no sólo los testigos de mis primeras lecturas, sino también la posibilidad de volver a ellas, de recrear el contenido de sus páginas, de volverme a embeber en esas letras que tenían la misteriosa capacidad de transformarse en imágenes e historias. Mi ingreso a la preparatoria me abriría otras posibilidades de lectura y también la necesidad de adquirir libros. Era 1982 y fue entonces cuando salí de mi pueblo para estudiar en una escuela situada cerca de Texcoco y de la Ciudad de México: la Universidad Autónoma Chapingo. Yo había presentado el examen de admisión en Celaya y no tenía mucha idea de lo que era esta universidad, aunque mi hermano Francisco estudió un año en ella y desertó debido a la pesada carga académica. En un botadero que se encontraba a la salida de la universidad compré un libro de pasta dura. Eran las Obras de Xavier Villaurrutia editadas por el Fondo de Cultura Económica. El libro no estaba en el mejor de los estados, pero me proporcionó grandes momentos de placentera lectura, en especial de los poemas de Villaurrutia: los nocturnos (“Nocturno de la estatua”, “Nocturno en que nada se oye”, “Nocturno rosa”, “Nocturno mar”, “Nocturno miedo”), “Décima muerte”, “Amor condusse noi ad una morte”, “Décimas de nuestro amor”. Leí el libro completo. Sus más de mil hojas en papel muy delgado me estimularon a escribir algunos poemillas que por fortuna se han perdido. No sabía quién era Villaurrutia y debo reconocer que buena parte de su teatro me aburrió, así como su novela “Dama de corazones”. Tampoco supe obtener mucho provecho de su crítica de poesía y de arte,


salvo quizás por las referencias: con el tiempo, buscaría los libros de Salvador Novo, Jorge Cuesta, Rainer María Rilke, Paul Valéry y algunos más. Algo me llamó la atención y me emocionó: Villaurrutia habla de la Capilla de Chapingo en un texto sobre la pintura de Diego Rivera. Describe un poco la universidad, entonces Escuela Nacional de Agricultura, su lema (“Aquí se enseña a explotar la tierra, no a los hombres”) y lo que pintó en el vestíbulo, el zaguán y la escalera, a decir del poeta, con un sentido muy popular. De la Capilla señala que se trata de la obra más completa de Rivera. Yo había visto la Capilla durante la primera semana que estuve en Chapingo. Un deslumbramiento me había hecho abrir los ojos y fijarme en el fuego que parecía arder vivo y en el maravilloso desnudo de “La tierra dormida”, cuyo modelo, supe después, era Tina Modotti. El texto de Villaurrutia me confirmó que estaba ante la grandeza. Más adelante, durante la asignatura de literatura hispanoamericana, tendrían lugar otros descubrimientos, cuando comencé a leer de una forma desmesurada, tal vez como nunca he vuelto a hacerlo. La guía del profesor Rolando Rosas fue certera y alimentó mucho mi entusiasmo. Nos leía poemas de César Vallejo, Vicente Huidobro, Pablo Neruda, Octavio Paz, Jaime Sabines, Efraín Huerta. Nos recomendaba libros, pero las bibliotecas de Chapingo, especializadas en agronomía, tenían muy pocos títulos de literatura: en la Biblioteca Central sólo encontré Laferia y Confabulario de Juan José Arreola, entre los que recuerdo. Vamos, ni siquiera contaban con los libros de Juan Rulfo o las novelas de la revolución mexicana. En la biblioteca de la preparatoria solicité varias veces una antología que representó una verdadera joya: El cuento hispanoamericano de Seymour Menton, uno de los pocos títulos literarios que había. Allí conocí varios autores de maravillosos cuentos: José Agustín, Esteban Echeverría, Horacio Quiroga, Jorge Ferretis, entre otros. En eso conseguí Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y Pedro Páramo de Juan Rulfo. Fueron verdaderas revelaciones, la inmersión en mundos que conocía y que sentí míos, como si yo hubiera nacido y crecido en Macondo y

Comala y conociera a los personajes y los acontecimientos, a pesar de las diferencias que hay entre la vegetación y el clima de Macondo y el lugar donde nací. Tan absorto estaba en la lectura del libro del colombiano que una noche, en el cuarto que rentaba en San Luis Huexotla con tres compañeros de estudios, mientras leía sobre el aguacero que asolaba a Macondo, casi otro diluvio universal, tuve la necesidad de salir al baño compartido de la casa, ubicado fuera, tras un enorme patio al que se podía llegar tras rodear parte de la construcción. Yo tenía la sensación de que afuera llovía y me cubrí con una sudadera con capucha. Salí y afuera la luna brillaba intensamente. Al regresar mis compañeros, que me habían observado en silencio, se burlaron de mí: decían que me había preparado para enfrentar una lluvia que tardaría meses en presentarse. Por ese tiempo también me aficioné a comprar revistas y periódicos. Nexos, Vuelta, Plural, Casa del tiempo, la Revista de la Universidad, además de ofrecerme hermosos textos, me dieron pistas para ampliar mi universo de lectura. Lo mismo pasó con los periódicos y sus suplementos literarios. Por ese tiempo se fundó La Jornada y era lectura obligada el suplemento del unomásuno, Sábado, dirigido por Huberto Batis, quien acicateaba debates llamados “desolladeros”. Jorge Luis Borges, Julio Cortázar, Mario Benedetti, Carlos Fuentes, Mario Vargas Llosa, Juan Carlos Onetti, Honoré de Balzac, Stendhal, Flaubert, Fedor Dostoievski, Virginia Wolf, Thomas Mann, Franz Kafka y otros más conformarían la nómina de autores que frecuenté en esos años. Más adelante se sumarían otros escritores que han resultado entrañables: Clarice Lispector, Raymond Carver, Naguib Mafouz, Italo Calvino... Aquí termina el recuento de los momentos fundamentales que me permitieron hacerme lector. Los años posteriores fueron un ejercicio constante de esta afición que es parte permanente de mi vida. Esto, sin duda, influyó en mi decisión de dedicarme a hacer libros en lugar de ejercer la carrera que estudié, de la que ostento el título de ingeniero agrónomo especialista en economía agrícola.

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La secundaria en ruinas Isidro Gómez Vargas1

Mientras buscaba un sitio despejado en la subdirección, Luis recordó cuando las paredes eran blancas, el inmueble nuevo y él uno más para Verónica. “Nunca serás nadie en la vida”, le prometieron sus maestros. Todos, menos Verónica, la fantasía sexual de los estu­ diantes. Su presencia brillaba entre los aburridos colores de los libros de texto. Al poco tiempo de terminar la secundaria, Luis volvió como conserje. Por años fue testigo del deterioro de la escuela. Verónica todavía impartía el curso de geografía. Era la única que no le dirigía muecas de pena ajena. Lo saludaba con ademanes de catálogo, sin reconocerlo. Los años la habían puesto más radiante. Luis suspiraba por ella como lo hubiera hecho por una estrella de cine. El terremoto arrasó con la se­ cundaria. En los pizarrones se dibujaban caprichos del polvo y las ecuaciones de primer grado ya no tenían solución. Luis sorteó obstáculos para encontrar una salida entre las ruinas. La noche dolía. Cuando tembló él se hallaba en el aislado cuarto de servicio. Eso lo salvó. La oscuridad hacía torpes los pasos. Pensamientos ajenos a libretas se estremecían en la noche. Luis no creyó que alguien más permaneciera en la escuela. A la entrada de la subdirección distinguió el cuerpo de una mujer. Se acercó y reconoció

a Verónica. Tenía el vestido desgarrado. La lencería roja acentuaba sus encantos. Su pulso era apenas perceptible. Luis la cargó como recién casada. El olor de su cabello era una flor en las cenizas. La ciudad se estremecía entre lágri­ mas y muerte. Ambulancias enloquecidas se anunciaban por todas partes. Luis sentía má pena por Verónica que por la ciudad entera. Entró a la subdirección para cumplir su sue­ ño de antaño. “Es momento de mostrarle mi amor”, pensó. Al pie de un escritorio, reconoció al viejo ingeniero Covarrubias. “Este puto, las que me hizo pasar”. Disfrutó patear su cadáver. Lo empujó con desdén. La pasión empezaba a brillar entre las ruinas. Sentó a Verónica contra la pared. Le platicó sus fantasías de adolescente, cuando ella explicaba la orografía de M é­ xico. “Escribías los nombres de las cordille­ ras en el pizarrón, y mi pizarrín se excitaba viendo la cordillera de tus nalgas”, le dijo. Sobre mosaicos sucios y quebrados, Luis acarició el cuerpo de Verónica. Le abría la boca para meterle la lengua. Se abrió la bragueta. Decía palabras dulces y bromas preparadas durante años. Verónica no sonreía, su respiración era cada vez más lenta. Su cuello se doblaba de un lado a otro. Él se alzó de hombros. “Pinche terremoto”, dijo.

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1 (Ciudad de México 1989). Estudió licenciatura en física y matemáticas en el IPN y actualmente cursa una maestría en Tecnología avanzada, también en el IPN. Ha participado en talleres de cuento con Mauricio Carrera y Guillermo Samperio, también en un par de cursos de escritura creativa en el Claustro de Sor Juana.

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L a secundaria en ruinas


Don Cuco entra a la primaria Refugio Bautista Zane Marco A. Anaya Pérez1

La primaria M i primer contacto con la escuela, sucedió cuando tenía 5 años, allá por el lejano año de 1950. Una vecina de nombre Nicolasa García, era maestra de una primaria en el pueblo de San Juan Tianguismanalco, situado a ocho kilómetros de la pobla­ ción fabril de Metepec, en el estado de Puebla. Para llegar a la escuela, había que cruzar una profunda y ancha barranca con caminos empedrados de bajada y subida en forma de zig zag. Al salir de la hondonada, se llegaba al pueblo de San Martín Tlapala; continuaba el camino hasta llegar a la siguiente comunidad en que estaba ubicado el plantel “Antonio García”, que todavía existe en la actualidad. Como la maestra Nicolasa era soltera, joven y guapa, no se arriesgaba a irse sola por temor a un susto (aunque un niño de cinco años poco o nada podía hacer por defenderla si se presentaba el caso), por lo cual, pasaba a mi casa para pe­ dirle a mi mamá, que le sirviera de compañía en el trayecto de Metepec a San Juan y viceversa. Mi mamá como le debía muchos favores a mi madrina Petra, que era la rica de la calle (su casa era la única que tenía agua y baño de temazcal y era la madre de la profesora), no se negaba, y yo descalzo y con vestimenta humilde, tenía que acompañarla por caminos reales de terracería hasta la primaria a la que llegábamos antes de las ocho de la mañana, después de una hora de camino. Ella atendía el primer grado a niñas del pueblo. Me sentaba en una banca en la parte trasera del aula y compartía como observador la clase. En ese tiempo las vocales se aprendían con carteles de figuras que representaban cada una de las cinco letras. La letra “a”, era un cartel en el que estaba el rostro de una mujer, que con la boca abierta, expresaba asombro y expresaba las letras: “aaaahhhhh”, inscritas en el cartón. Para la aprender la letra “e” y su sonido, el cartel aparecía la cara de un viejito con la mano semicerrada, y al lado, estaba escrita la expresión: “eeeehhhhh”. La “i”, se aprendía con un ratoncito que chillaba asustado ante una ratonera con la expresión: iiiiihhhhh”. Para el aprendizaje de la “o”, el cartel representaba un caba­ llo nervioso con un jinete que lo detenía con las palabras: “oooohhhh”. Finalmente, la “u” era un tren en marcha que va haciendo el sonido: “uuuuhhhh”. Estos carteles a color, estaban pegadas a lo largo de las paredes del aula en sitios estratégicos. Desde entonces, me di cuenta de la forma bárbara de aprendi-

1Profesores Investigadores de la Prepartoria Agrícola de la Universidad Autónoma Chapingo. D on Cuco entra a la prim aria

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zaje, ya que la maestra Nicolasa, azotaba con una vara o regla a las niñas que no hacían la tarea o no cumplían sus instrucciones. “la letra con sangre entra”, era una herencia del pasado que sobrevivió como forma de apren­ dizaje brutal a lo largo del siglo xx, y que aún sobrevive en algunas escuelas del país en pleno siglo xxi. Inclusive, me contaron que en una ocasión (o varias), le cortó con tijeras el cabello a una niña, a la que en la revisión de rutina, le encontró piojos en la cabeza. Ingresé en la primaria “Artículo 123 Belisario Domínguez” de la población de Metepec, a principios de 1952. Las niñas y los niños, estaban separados. Las primeras ocupaban los salones de la parte oriente de la escuela y los segundos, la parte poniente: ambas alas, estaban separadas por un patio central, en que se hacían los homenajes a la bandera, todos los lunes por la mañana antes de entrar al salón de clases. En esos años, las clases se iniciaban en febrero y finalizaban en octubre. Mi mentora de primer años, era una anciana como de 70 años, a la que llamábamos de cariño “maestra Julita” (en lugar de Julia). Era severa en la enseñanza y como todos los maestros de la época, utilizaba la clásica vara o una sim­ ple regla, para enseñar las primeras letras y las vocales con el método descrito líneas arriba. Era frecuente que ordenara al niño más ro­ busto de la clase, que cargara por la espalda al infractor tomándolo de las manos; de esta forma, el castigado recibía en las pompas va­ rios varazos que lo hacían llorar y gritar de dolor, aunque algunos aguantaban los golpes con valor espartano, sin quejarse ni derramar lágrima alguna. Los propios papás daban permiso al maestro para que educara al niño de esta forma salvaje. Sin embargo, la estra­ tegia de aprendizaje, me fue muy útil ya que aprendí a leer y a escribir siendo el primero de la clase en lectura. Mis viajes con la maes­ tra Nicolasa a la primaria de San Juan, me sirvieron de mucho. Lo bueno de la maes­ tra Julita, es que después de las 17:00 ho­ ras en que terminaban las clases vespertinas, nos llevaba a su casa cercana a la escuela; ahí nos platicaba de su vida y nos invitaba unos ricos plátanos machos fritos que nos sabían a gloria. Nunca olvidaré a nuestra querida maestra Julita. En segundo año, me dio clases la maestra Guadalupe, a quien todos decían

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D on Cuco entra a la pr i maria

Lupita. Era muy buena profesora, pero tam­ bién usaba la palmeta como castigo aunque en menor escala. Ella nos enseñó las tablas de multiplicar, en las clases de la tarde. Recuer­ do, que teníamos que repetir de memoria las tablas del dos hasta la del nueve generalmen­ te por la tarde. Durante un buen rato, todos los compañeros, se les oía decir en voz baja o alta: 7 x 5 = 35; 7 x 9 = 63; 8 x 5 = 40, y así sucesivamente. Cuando alguien estaba seguro de que ya se sabía una de ellas, pasaba al escritorio para decirle la tabla al derecho y al revés o salteada (en este caso, ella era la que preguntaba). Si nos equivocábamos, nos regresaba a la banca para seguir repitiendo, 9 x 4 = 36, 7 x 8 = 6 3 , . Si daban las 5 de la tarde, que era la hora de la salida, no nos dejaba salir hasta que le decíamos la tabla correctamente. Fue duro, pero gracias a su estrategia, aprendimos a sumar, restar, multi­ plicar y dividir. De ella, solo recuerdo el libro de texto de lectura “Amanecer”, que tenía re­ latos de diverso tipo. En mi memoria guardo dos lecturas que no se me olvidaron a pesar de los años transcurridos. Uno de ellos decía: Niño indio de los llanos, conmigo ven a jugar. todos los niños de México, siempre nos hemos de amar. niño i n d i o .

Otra ilustración representaba a un niño vien­ do el atardecer por la ventana de su casa; su mamá le preguntaba: ¿Qué miras por la ventana? Miro al sol que ya se va y me dice, hasta mañana. di madre ¿qué volverá? Volverá niño querido y a tu ventana entrará, si te encuentra ya despierto qué contento se pondrá.

El día del niño, varios grupos escolares de primero a tercero, eran llevados al “cine na­ cional” de Metepec. Recuerdo el primer do­ cumental que vi en mi vida con el título: “El mundo submarino”. Quedé impresionado y maravillado al ver por primera vez, una varie­ dad de peces, mantarrayas, estrellas de mar, medusas, corales y tiburones que ni siquie­ ra había imaginado. Desde entonces, quedé


fascinado y atraído por el mar y la vida ma­ rina. Este día especial, a todos los huérfanos de padre, nos daban tres metros de tela de popelina o de dril. Con la primera, mi mamá me hacía a mano una o dos camisas; si era el segundo, lo llevaba con el sastre “don Ventu­ ra” para que me hiciera un pantalón. En el cuarto de hora que duraba el recreo (primero salían los niños chicos y después los grandes), los niños nos organi­ zábamos para jugar futbol, pateando con los pies descalzos (aunque algunos sí llevaban zapatos), una simple corcholata de refresco; las porterías, eran los dos tubos que sostenían el aro del baloncesto situados a lo largo del patio. También jugábamos a la roña, al toque distoque, a las canicas, al trompo o con los yoyos. Hasta el cuarto año, el horario de clases era de las 8 de la mañana a las 12 del día en que salíamos a comer. Volvíamos a entrar a las 3 de la tarde para salir a las 5 de la tarde. Después de esta hora, se iniciaban las clases nocturnas para adultos. En 1955, el horario escolar fue de corrido, de 8 de la mañana a 2 de la tarde. En los días de exámenes, me per­ signaba ante una imagen de la virgen antes de salir de la casa para dirigirme a la escuela a presentar las pruebas que se hacían ante un jurado como de cinco personas. Yo creo que sí me ayudó la virgencita, porque no reprobé ningún año en la primaria; de panzazo, pero pasé todos los grados, egresando de sexto en 1958. Cuando La Nestlé iba a los salones de clase, regalaba a cada uno de los niños un botecito de crema con pan bimbo, que era una delicia para nuestro paladar, acostum­ brado sólo a agua natural, té de limón o café; la crema untada en el pan, era tan rica que hasta nos chupábamos los dedos. La Pepsi Cola por su parte, regalaba corcholatas en miniatura (como de cinco milímetros) que se pegaban con grapas en la camisa, las cua­ les, lucíamos con orgullo infantil. La empre­ sa, también llevaban un proyector con el que pasaban películas de Disney o de aventuras en la pared de la cooperativa de la localidad, o en una pantalla que se levantaba exprofeso, en una explanada situada entre el jardín y el cine Nacional. Otra costumbre en la primaria, era que los alumnos de quinto y sexto, tenían que

ser padrinos de los niños de primero y darles un obsequio. Para mi mala suerte, me tocó de ahijado, el hijo de un empleado español de la fábrica. El dilema que se me presentó es ¿Qué le podría regalar un niño pobre a un niño rico? Solo se me ocurrió darle de obsequio un paquete de pan bimbo. Me sentí tan mal por mi humilde regalo; mal porque los ricos de Metepec, no comían tortillas, sino que usa­ ban precisamente pan bimbo en las comidas. Nunca se me olvidó este incidente que me ha acompañado toda mi vida. En 1957, cuando iba en quinto con el maestro Nazario Díaz Cinto al que le decía el Huitlacoche (también le decían el hongo, porque en una clase de biología, nos dijo que el huitlacoche, era un hongo), ya trabajaba en la fábrica textil de la localidad; por lo mismo, ganaba mis propios centavos, con los cuales adquiría en el puesto de revistas, comics de la época que complementaban mis lecturas es­ colares, ante la ausencia de libros en la casa. Cada número costaba un peso (de la época); aunque también se podían alquilar por 10 centavos, en un puesto situado junto a la ter­ minal de camiones Atlixco-Metepec. De las revistas de westerns recuerdo que leía al Llane­ ro Solitario, Gene Autry, Roy Rogers, Héroes del Oeste. También me encantaba leer a Tarzán de los monos, Wama, El Halcón Negro, Rolando el Rabioso, Los Supersabios, La Familia Burrón; o comics como La pequeña Lulú, El pájaro loco, El Pato Donald, Porky, Archiey sus amigos, etc. Mi interés en la historia, se percibió desde mi adolescencia leyendo revistas como: Aventuras de la vida real, Epopeya, Clásicos Ilustradosy Le­ yendas de América, entre otros. Al finalizar los cursos en el mes de octubre, se exhibían los trabajos manuales que niños y niñas hacían en el transcurso del año, principalmente en las horas vespertinas. Las niñas exhibían generalmente servilletas y hermosos manteles bordados a mano. Los niños por su parte, hacían diversos objetos de alambre, madera y cartón, como bancos, carros, repisas, marcos para fotos adornados con papel lustre, canastas de alambre, etc. Dejé la primeria en 1958, derra­ mando lágrimas de tristeza y emoción en el festival que se hizo en noviembre, en el cam­ po deportivo de la localidad. Mi ciclo de la primaria había terminado para siempre.

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La experiencia del juego dramático en la escuela: consideraciones para la formación integral de la niñez E. Naín Rodríguez Márquez1

Las prácticas pedagógicas de las escuelas continúan reproduciendo los métodos de enseñanza del sistema educativo tradicional de nuestro país, produciendo co­ nocimientos mecanizados en los alumnos. De forma que, en vez de interiorizar lo que están aprendiendo en la escuela, retienen momentáneamente, mientras se pasa de materia o curso, lo que vieron durante ese período. Considerando esta problemática de la pedagogía tradicional surge como principio rector la pregun­ ta: ¿cómo hacer que nuestros niños aprehendan lo que se les enseña en clase? Al referirnos a pedagogía tradicional, habremos de comprender en pri­ mera instancia, cuál noción se apega a lo que se entiende por “tradicional”; el director inglés Peter Brook coloca que el sentido de la palabra ‘tradición’ sig­ nifica inmutabilidad, es decir, “una forma inmutable, más o menos obsoleta, reproducida por automatismo” (Brook, 2000, p.42). Cuando en las escuelas vemos a nuestros niños sentados en sus butacas, levantando la mano, copiando y leyendo del pizarrón de forma automática, como si fuese un proceso mecanizado es porque el modelo educativo obsoleto, teniendo en cuenta lo antes señalado, considera los cuerpos apaciguados y silen­ ciosos más adecuados para recibir la información que se les está dando. Pero ¿esa información es interiorizada o sólo es receptiva? Mantener a los niños atentos siempre ha sido tarea difícil, sin embargo hoy día lo es aún más porque existen diversos factores que roban el foco de aten­ ción, los dispositivos electrónicos entre los más comunes. Por ello, es necesario hacer de aquellos elementos aliados, así como poner en práctica nuestra creativi­ dad cuanto profesores y estimular la de nuestros alumnos. La creatividad es una capacidad que debe ser estimulada al tiempo que es puesta en práctica, y el juego es un elemento que lo posibilita, además de desarrollar otras capacidades. 1 Originaria de Texcoco, Edo. de México, Licenciada en Humanidades por la Universidad Autónoma Metropolitana unidad Cuajimalpa. Actualmente es estudiante de maestría en la Universidad Federal de Bahía dentro del Programa de Pos-graduación en Artes Escénicas con línea de investigación en procesos educativos.

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El juego es una necesidad del in­ dividuo y en la infancia aparece de forma más frecuente. El niño juega para expresar­ se, para divertirse, para relacionarse y desde que nace hace uso de él para experimentar y aprender. En las escuelas el espacio destinado para el juego es el momento del recreo y de la clase de educación física, necesarios para el esparcimiento de los niños y de la acti­ vidad física, sin embargo, la falsa creencia de que el juego dentro de espacios forma­ les sirve solo para momentos de recreación, obstaculiza metodologías que hagan uso de él para desarrollar habilidades que favorecen al proceso de cognición y sociabilidad. La experiencia del juego en la in­ fancia, sea de carácter individual o colectivo, provoca alegría y placer en cuanto se desen­ vuelven de manera libre sus deseos e ideas, los sentidos y el cuerpo se despiertan y son estimulados para ejercer una mejor educa­ ción e interacción con el medio. ¿Cuántos de nosotros no hemos aprendido algo nuevo por el simple hecho de hacerlo porque nos gusta o nos provoca placer? Para el historiador Johan Huizinga (1972) una de las características del juego producido por el humano es el placer y éste se hace presente porque jugar es un acto de libre albedrío. De esta forma, el juego está ín­ timamente vinculado con las emociones, de manera que, no solo es diversión para el niño, implica más que el propio acto de jugar. Algunas reflexiones de pedagogos, así como de investigadores sobre el juego en el salón de clases, discuten que para di­ ferenciar el juego espontáneo del juego que genera aprendizajes significativos, debe de haber una intención pedagógica visible en el direccionamiento de sus objetivos, por tanto la mediación del profesor es de suma importancia. De esta forma, el niño no juega por jugar dentro de las aulas, y el profesor se vale de elementos lúdicos para que los alumnos aprendan a aprender, a expresarse, a convivir socialmente, a solucionar problemas y a co­ municarse verbal y corporalmente. A través de él adquieren competencias que los ayu­ darán en el transcurrir de sus aprendizajes. El cuerpo y el movimiento son ele­ mentos esenciales para el desenvolvimiento del niño, sin ellos el juego no sería posible.

Lo lúdico es un factor importante para es­ timular el movimiento, a través de él se despierta la curiosidad de los alumnos y los sentidos quedan abiertos a lo que pueda per­ cibirse para aprender. En otras palabras, si los cuerpos de nuestros alumnos son estimulados con acti­ vidades o materialidades que consideran el factor sorpresa o propician un lenguaje en común -e l juego, por ejemplo-, despierta el interés por la exploración e investigación con y a partir de los elementos que le son dados. Uno de los espacios que promue­ ve la creatividad, experimentación e ima­ ginación en nuestras escuelas es la clase de Educación Artística, que lamentablemente en nuestro país no se valoriza dentro del currículo escolar y mucho menos considera las diferentes manifestación artísticas como área de conocimiento. Hay una visión meramente utilita­ rista de las artes en nuestro sistema educa­ tivo, ellas se restringen a las creaciones de­ mostrativas para el día de la madre, final de año u otras actividades implementadas por la escuela. El juego dramático como método de enseñanza de la Educación Artística para niños en los primeros años de primaria toma en cuenta el juego espontáneo para provocar creaciones que hacen uso de convenciones teatrales y así estimular habilidades creati­ vas, de vinculación, solución de problemas, etc., lo que propiciará otra forma de desarro­ llo cognitivo y sensorial. Según Jean Piaget (1990) los niños en sus diferentes etapas de crecimiento ha­ cen uso de determinados tipos de juego para contribuir al proceso de desenvolvimiento cognitivo. Los clasifica en juegos de ejerci­ cio, simbólico y de reglas. En los primeros años de primaria, considerando las edades de seis a siete años, el juego que se hace pre­ sente es el simbólico, en él aparecen elemen­ tos de imitación de acciones que dan lugar al hacer como sí. Durante la etapa del juego simbó­ lico el niño además de simbolizar objetos y conductas, dramatiza. ¿Quién no se recuer­ da jugando al papá, la mamá o un animal? El niño “se comporta como si estuviera en otra situación o lugar, como ellos mismos u otra persona” (Cabral, 2006). La repre­

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sentación de situaciones o conductas de la vida cotidiana, proyectadas según los deseos, miedos o conflictos internos de los niños, refleja la capacidad que tiene el ser humano para dramatizar, base del teatro. El juego dramático, por tanto, hace uso del juego en sí y de la dramatización para construir narrativas que hablan sobre la propia visión del mundo, lo que es en sí, una forma de conocimiento, pues se hace una re-significación de lo que hay a nuestro alrededor. Cuando el niño construye estas narrativas hace uso de diferentes lenguajes, principalmente el corporal, verbal y gestual, que a lo largo de su crecimiento son necesa­ rios para la recepción y emisión de símbolos y signos que dan razón de la forma en que se comprende nuestro medio. De esta manera, el juego dramático no solo reproduce lo que el niño ve en su en­ torno, sino que hace uso de su imaginación para construir otras posibilidades de conoci­ miento, mientras descubre sus capacidades motrices, cognitivas, sociales y afectivas. En la escuela la razón es súpervalorizada en detrimento de las emociones, siendo que éstas hacen parte de la formación

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integral de la infancia, por tanto, una de las formas que posibilitan la aprehensión del conocimiento es el juego dramático como método de enseñanza en la Educación Artís­ tica y que más tarde puede ser aprovechada en otras áreas del conocimiento, ya que ésta contribuye al desarrollo cognitivo y sensorial de nuestros alumnos. La amplitud que tiene el juego dra­ mático posibilita la adaptación de diversos temas que pueden ser abordados a través de él. Los niños aprenderán así con placer y resguardarán informaciones con mayor faci­ lidad, por el simple hecho de realizar activi­ dades que les gustan. Bibliografía BROOK, Peter. A porta aberta: reflexoes sobre a interpretando e o teatro. Trad. Antonio Mercado. Rio de Janeiro: Civilizado Brasileira, 2000. CABRAL, Beatrice. O Drama como método de ensino. Sáo Paulo: Hucitec, 2006. H U IZIN G A , Johan. Homo Ludens. Alianza edi­ torial: España, 2007. PIAGET, Jean. A formando do símbolo na crian$a, imitando, jogo e sonho imagem e representando. LTC: Rio de Janeiro, 1990.

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Educación inclusiva y prácticas de evaluación docentes: una mirada desde la educación para la paz Erika Domínguez Castillo1 La evaluación es un fenómeno que permite poner sobre el tapete todas nuestras concepciones. Más que un proceso de naturaleza técnica y aséptica es una actividad penetrada de dimensiones psicológicas, políticas y morales. Por el modo de practicar la evaluación podríamos llegar a las concepciones que tiene el profesional que la práctica sobre la sociedad, las instituciones de enseñanza, el aprendizaje y la comunicación interpersonal... Miguel Ángel Santos Guerra

Educar para la paz y la convivencia escolar al interior de las escuelas es uno de los mayores retos ante los que nos enfrentamos, pero también es una posibilidad que permite transformar los contextos escolares, La educación para la paz se fundamenta en valores, prácticas de la no violencia, justicia, equidad. Tuvilla (2004) sostiene que los valores mínimos para crear espacios de paz en los centros educativos tienen que ver con compartir con los demás y escuchar para comprenderse. En torno a esta propuesta se analiza en este artículo al proceso de evaluación2 que realizan los docentes a sus estudiantes, como un proceso que debe ser trasformado desde la escuela misma y donde a través del diálogo de saberes se puede potencializar la diversidad de nuestros estudiantes. La educación inclusiva, la mediación pedagógica y la educación para la paz pueden convertirse en los puentes cognitivos que permitan al docente trabajar y evaluar a partir de una amplia gama de saberes, aprender a trabajar en función a las diferentes concepciones del otro. Re f l e x i o n e s s o b r e l a e v a lu a c ió n Reflexionar sobre el quehacer educativo significa asumir que reconocemos en la educación un proceso de trasformación constante; Delors sostiene que “la

1Estudiante de Doctorado en Educación para la Paz y Convivencia Escolar en la u a i m y U N E S C O , becada por el Gobierno del Estado de México. Politóloga y maestra en Educación; Directora Escolar de la Escuela Preparatoria Oficial Núm. 271 de Zoyatzingo Amecameca. 2 Se entiende por evaluación al proceso que realizan los docentes al interior de las aulas por el cual miden y valoran los aprendizajes de los estudiantes. Educación inclusiva y prácticas de evaluación docentes.

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educación tiene una doble misión: enseñar en la diversidad de la especie humana y contribuir a la toma de conciencia de las semejanzas y la interdependencia entre todos los seres humanos” (Delors, J., 1996: 99). Para Freire la educación verdadera es praxis, reflexión y acción del mundo para trasformarlo. Si la educación es el proceso del conocimiento que libera y trasforma la forma de pensar de los integrantes de la comunidad escolar, entonces también permite promover cambios que liberen al alumno y al docente de ataduras tradicionales, como prácticas de enseñanza-aprendizaje y formas de evaluación que limitan la convivencia escolar aúlica, en virtud de que resultan impositivas, excluyentes, poco creativas y novedosas. Estas prácticas se dan por la poca atención que damos a la diversidad. Para Juan Bello, la diversidad implica reconocer la riqueza de la multiplicidad de miradas presentes en la escuela (Bello, 2011: 94) en prácticas, procesos, ambientes y rela­ ciones educativas, donde se manifiestan en todo momento expresiones y posturas diferentes, de intolerancia y agresión, de igualdad y divesidad, de tensiones gene­ radas por dinámicas escolares y procesos contradictorios, que buscan por un lado homogeneizar las relaciones como si fué­ ramos todos iguales. Partiendo de la postura de la di­ versidad se mira al proceso de evaluación que realizan los docentes a sus estudiantes en el Nivel Medio Superior, como uno de los factores principales que obstaculiza las relaciones de convivencia al interior del aula y conlleva a uno de los problemas más im­ portantes de la escuela misma y del nivel educativo, el abandono escolar, encontrán­ dose que éste pudiera deberse a los procesos de evaluación que atienden los docentes, así como a prácticas mediante las que proveen educación a los estudiantes y con las que miden y valoran (evaluación) los apren­ dizajes cuando esto sucede la trayectoria escolar resulta ser un desencuentro entre la escuela y lo que los profesores esperan y exi­ gen de los alumnos . A la luz de la pedagogía de los estudios para la paz, cuando un alumno abandona sus estudios representa un detonante de fracaso escolar, exclusión y contribuye a reproducir

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desigualdades sociales, inhibir el desarrollo, debilitar los procesos democráticos e incidir negativamente en la trayectoria de vida de los jóvenes pues limita sus oportunidades de desarrollo personal y social. Escudero (2005) planteaba que el abandono escolar está ligado a la escuela misma. A partir de la esta reflexión se establece que muchos de los procesos áulicos resultan ser tradicionales y de aprendizajes memorísticos, ya que condicionan o limitan al estudiante a sentarse a escuchar clases al estilo de magister dixit, y a ser poco escuchados en sus saberes, lo cual de ninguna forma garantiza la movilización de aprendizajes, habilidades y conocimientos que Perrenoud denominaría competencias: “Los recursos que movilizan, conocimientos teóricos y metodológicos, actitudes, habi­ lidades y competencias más específicas, es-quemas de percepción, evaluación, anti­ cipación y decisión” (Perrenoud, 2004: p.8) La evaluación inclusiva, bajo la perspectiva de una escuela más justa, radica en que la mayoría de los profesores no se limite a hacer actividades para aprender contenidos y por lo tanto la evaluación del alumno no se reduzca a cuantificar cuanto aprendieron (Bello 2010 p: 29). T res

pro pu esta s

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E v a l u a c ió n

1. E VALUACIÓN INCLUSIVA: Desde el enfoque de la inclusión la evaluación sebe ser utilizada como un medio de mejorar las oportunidades de aprendizaje estableciendo objetivos/metas para el alumnado y para él mismo (en relación a estrategias de enseñanza y de evaluación eficaces para un determinado alumno), el aprendizaje de los alumnos, la mejora de su enseñanza y el proceso de evaluación como parte de la participación de los mismos alumnos, así como tener la posibilidad de influir en ésta, así como en el desarrollo, aplicación y evaluación de sus objetivos de aprendizaje, son parte del engranaje de una evaluación diferente. Optamos por una educación in­ clusiva, cuando: • El docente reconoce, valora y respeta a cada uno de los alumnos y las alumnas, propiciando que construyan identidades seguras y positivas.


Integrar equipos de evaluación multidisciplinares de docentes por campos formativos o disciplinares que trabajen en función de fomentar la inclusión y los procesos de enseñanzaaprendizaje y de evaluación para todo el alumnado. Asumir la diversidad y la inclusion es reconocer la necesidad de la población educativa en la otredad o nosotredad, el reconocimiento del otro, alumno, docente, padres de familia y todos los que dentro de este contexto convivimos y nos diferenciamos, e implica promover cambios que tienen que ver con la construcción de los espacios de conveniencia y de cultura de paz, asumiendo la diversidad en toda la extension de la palabra, consisten en favorcer los valores, las actitudes y las conductas que se manifiestan y suscitan interacciones e intercambios sociales basados en los principios que fundamentan el derecho humano a la paz (Tuvilla Rayo, 2001) 2. M e d i a c i ó n p e d a g ó g ic a La evaluación no debe ser homogénea, si un docente aplica la mediación cognitiva, permitirá evaluar al alumno a partir de una triangulación de profesionalidad entre el alumno, el mediador (docente) y el contenido; la interacción entre estas tres dimensiones permitirá profesormediador encontrar un constante desafío en saber identificar y definir las causas de los problemas que entorpecen los procesos educativos. La mediación cognitiva permite ver al proceso evaluativo como un proceso de modificaciones profundas. Así pues, la aceptación y la comprensión de las limitaciones de los alumnos ponen a prueba la capacidad de empatía del mediador y con ello mejores resultados de asignatura. La falta de diálogo y de mediación en el aula han orillado al alumno y docente a ver a la evaluación como un proceso grotesco, violento, de falta de compromisos y desquite de algunos docentes. Por ello es muy importante pro­ mover la evaluación cognitiva en el aula, ya que ésta permitirá hacer consiente al alumno de su potencial cognitivo, de su forma de aprender y de ese enorme potencial creativo que puede aportar alternativas diversas a su

proceso de aprendizaje. En líneas generales podríamos afirmar que el mediador se propone lograr entre sus metas, el éxito académico de cada alumno. La mediación cognitiva facilita la interacción, mediación entre los actores de los procesos educativo y para ello es importante señalar lo que dice Lorenzo Tebar: la metodología de la mediación no excluye ningún recurso, sino que va integrando en los diversos procesos de enseñanzaaprendizaje aquellos elementos que resulten más motivadores y enriquecedores para el logro de las metas propuestas. 3. E VALUACIÓN DESDE LA EDUCACIÓN para LA PAZ

Una evaluación holistíca, englobará de manera integrada los derechos humanos, una gama de contenidos de los programas en los que se encuentran, en diferentes niveles de enseñanza, los valores ligados a la cultura de la paz, la evaluación como proceso participativo e interactivo de enseñanza y aprendizaje, englobando la totalidad de saberes y de valores transmitidos. La evaluación deberá fortalecer la identidad personal y favorecer la convergencia de ideas y soluciones que refuercen la paz, la amistad y la fraternidad entre los individuos y los pueblos, por lo tanto, debe cambiar la práctica docente para darle sentido social al lenguaje, al diálogo de saberes, para coadyuvar a una solución de problemas (heurísticos), y para implementar estrategias diferenciadas, enfocada a una evaluación abierta, flexible, en coordinación con el desarrollo de competencias; debe, por lógica, enseñar a pensar a los alumnos. C ONCLUSIONES Trasformar los procesos de evaluación con la finalidad de mejorar la convivencia escolar en las aulas es urgente, Las propuestas de evaluación inclusiva, mediación pedagógica y educación para la paz conducirán a disminuir los índices de deserción escolar y transformar las prácticas docentes de evaluación. Referencias BELLO, Juan (2011), “¿Escuelas Inclusivas en un a Sociedad Excluyente?” en Juan Bello D omínguez. (Coord) Educación Inclusiva. Una Aproximación a la Utopía. Facultad Educación inclusiva y prácticas de evaluación docentes.

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de Ciencias para el Desarrollo H um ano de la Universidad A utónom a de Tlaxcala y Castellanos editores, México. D ELO RS, J. (1996.), “Los cuatro pilares de la educación” en La educación encierra un tesoro. Informe a la UNESCO de la Com isión internacional sobre la educación para el siglo xxi, M adrid, España: Santillana/ UNESCO, pp. 91-103. D ELO RS, J. (1997), La educación encierra un tesoro, México, UNESCO. Escudero, J.M (2005a). Realidades y respuestas a la exclusión educativa. Jornadas sobre Exclusión Social. Exclusión Educativa. CAJAMURCIA. E SC U D E R O , Juan. M ., (2005), “Fracaso escolar, exclusión educativa: ¿De qué se excluye y cómo?”, Profesorado, revista de currículum y form ación del profesorado, 1, (1), Universidad de Murcia.

JARES, Xesús, (2006), Pedagogía de la convivencia, Barcelona, Ed. Graó. LÓ PEZ Melero, Miguel (2011), “Barreras que im piden la educación inclusiva y algunas estrategias para construir una escuela sin exclusiones”, Innovación educativa, no. 21, 2011: 37-54, España. MARTÍNEZ, F., J. M.Escudero, M a T. González, R. García, y otros (2004). Alumnos en situación de riesgo y abandono escolar en la educación secundaria obligatoria: Hacia un mapa de la situación en la Región de Murcia y propuestas de futuro. Proyecto (PL/16/FS/00), Financiado por la Fundación Séneca. Murcia. TÉBA R Belmonte Lorenzo (2003), E l perfil del profesor mediador, Santillana, M adrid. TU V ILLA Rayo José (2001), G uía para elaborar un proyecto integral: “Escuela: Espacio de Paz” Edita: Consejería de Educación y Ciencia Dirección General de O rientación Educativa y Solidaridad.

Foto: ©Jorge Ibarra

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ÁNGELUS

La

f l u id e z

in t e l e c t u a l d e

Ig n a c i o p a d il l a Jorge Iván Garduño1

¿Qué haría si alguien le propusiera intercam­ biar su vida por la de otra persona?, ¿aceptaría vivir la vida sobre la base e historia de la de otro individuo?, estos elementos son precisa­ mente los que el escritor mexicano Ignacio Padilla (Ciudad de México, 1968) utiliza para construir una novela sobre los suplantadores y la incertidumbre de la verdad. Todo inicia con una simple partida de ajedrez entre dos extraños que se desarrolla en un vagón de un tren en cierto lugar de Eu­ ropa, los dos personajes involucrados en tan peculiar enfrentamiento son un soldado de la Primera Guerra Mundial y un guardagujas que responden a los nombres de Tadeus y Víc­ tor, respectivamente. Dejará de ser una simple partida de ajedrez al ponerse en juego la identidad de cada uno de ellos, quienes de manera apro­ bada intercambian sus vidas por la del adver­ sario, situación que los lleva a transformar de forma radical el rumbo de cada uno de ellos, y de quienes les rodean. El hijo de uno de estos excepcionales 1Fotógrafo, escritor y periodista mexicano. jorgeivangg@hotmail. com

personajes se encargará de buscar la historia verdadera de su padre, a quien él creía soldado y héroe nazi, pero que por azares de la vida se verá enfrentado a la fábula en que se han convertido los acontecimientos de la que ima­ ginaba era la tradición de su familia. Ignacio Padilla recrea en Amphitryon (la novela de la que hablo), la ficción en la que se ha convertido la historia del siglo xx, ini­ ciando con el acontecimiento traumático de la guerra y posguerra, y que influenciaron de muy diversas maneras a los sucesos que le si­ guieron. Amphitryon es un libro incrustado en el género de la novela negra, con elementos de la intriga, rasgos de thriller y una carga fuerte de intelectualidad, que hacen de esta obra una novela muy interesante y con muy pocos an­ tecedentes dentro de la literatura mexicana, lo que la convierte en una aventura encomiable para cualquier lector serio. Las primeras referencias literarias que se tienen de Ignacio Padilla datan de sus andaduras de preparatoria junto a sus amigos y ahora también colegas, Jorge Volpi y Eloy Urroz, con quienes formaría en 1996 la cofra­ día del crack en compañía también de Pedro

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Ángel Palou, Ricardo Chávez y Vicente He­ rrasti, todos ellos en la actualidad incorpora­ dos a las voces más influyentes de la literatura mexicana. Ya para ese año de 1996, Padilla se había convertido, gracias a su talento narra­ tivo, en una de las nuevas voces de las letras de nuestro país, ya que dos años antes obtu­ vo el Premio Nacional de Literatura en tres categorías distintas: Cuento Infantil “Juan de la Cabada”, “Juan Rulfo” para Primera Nove­ la y el Premio de Ensayo Literario “Malcolm Lowry”; suceso que vaticinaba una excelente y muy prolífica carrera intelectual. Esto quedó reafirmado para finales de 1999, año en que junto con Volpi, Ignacio Padilla ratificaba que sus reconocimientos no eran obra de la casualidad y sí de su talento y creatividad, al alcanzar en España el Premio Primavera de Novela 2000 precisamente por su libro Amphitryon, el cual ha sido traducido a más de quince idiomas, lo que permitió ca­ tapultar a Padilla, pero sobre todo a las letras mexicanas, a un plano internacional para co­ mienzos del siglo x x i , logro trascendente para un escritor no mayor de cuarenta años. Poseedor de equilibrio dentro de la métrica literaria que maneja, Ignacio Padilla asume un rol narrativo desafiante, esto por las diversas e inteligentes formas de abordar la utilización del lenguaje, lo que a la vez le significa una renovación continua para el pú­ blico que lo lee.

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Durante los casi 20 años que tiene como escritor desde que comenzó a publicar, Padilla nos ha regalado inquietantes novelas que nos relatan historias sobre hombres que habitan islas desiertas o viven en la antigua Unión Soviética; artículos que recogen su ex­ periencia de vida durante dos años en Swazilandia, África; cuentos situados en entornos urbanos ubicados en diversos escenarios ce­ rrados, en desiertos, selvas o bien en playas; o simplemente ejercicios literarios donde el lenguaje y la estructura formal cobran mayor importancia que la narración misma. Toda la tesura que plasma en sus fic­ ciones y ensayos, le han valido para ser apre­ ciado en el universo literario como un escritor depositario de una fluidez intelectual deslum­ brante, maduro y capaz de envolver en sus le­ tras desde un niño hasta un erudito. Ignacio Padilla, licenciado en Comu­ nicación por la Universidad Iberoamericana, doctor en Literatura Inglesa por la Universidad de Edimburgo y doctor de Literatura Española e Hispanoamericana por la Universidad de Sa­ lamanca, ha sido agregado cultural de la Em ­ bajada de México en la Gran Bretaña (2001­ 2003), columnista y posteriormente Director Editorial de la revista Playboy-México, becario de la John Simon Guggenheim Foundation y miembro del Sistema Nacional de Creadores. Su creatividad, su agudeza y su fuerza literaria, lo han situado en uno de los lugares más privilegiados como escritor.

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¿los d efen so r es d e la f a m il ia m e x ic a n a ? ¡a h c h i n g á ! Alejandro Ordóñez1

¡Señor, no es por vicio ni fornicio, es por hacer un hijo a tu servicio!

Como si nos faltaran calamidades en este sufrido acontecer nacional, leo en el periódico El Universal del sábado 10 de septiembre que se realizarán manifestaciones contra la iniciativa presidencial que reconoce en todo el país el derecho que tienen las personas del mismo sexo a contraer matrimonio. Se celebrarán en ciento veinte ciudades y son organizadas por El Frente Nacional por la Familia, con la participación de La Unión Nacional Cristiana por la Familia y a las que acudirán obispos de diversas ciudades y entidades de la república aunque, aclaran, lo harán en su calidad de ciudadanos, no de ministros de culto; que si bien la iglesia católica no organiza las movilizaciones ha animado públicamente a sus fieles para que salgan a las calles a ejercer su derecho a la libertad de expresión y de práctica religiosa. También que el Frente impulsará una iniciativa ciudadana para que el matrimonio sea la unión entre un hombre y una mujer, 1 Es autor de siete novelas, de ellas, Cábulas fue publicada por Plaza y Valdés en 1987 y ha obtenido varios premios en cuento. Escribió guiones para “Hora Marcada” y en su columna “Taches y Tachones” ha publicado material diverso desde hace varios años en varios medios impresos y en la Web, como cuentos, crónicas, análisis políticos y artículos de opinión. Editorialista en dos programas de radio.

así como el derecho de los menores a ser adoptados por padres de diferentes sexos. ¿Y qué tal con el cardenal del ano? Perdón, quise decir del año. ¿Será que la sacrosanta iglesia está más preocupada por el r e c to , proceder de sus feligreses varones que por la salvación de su alma? Por otra parte, especialistas en cuestiones jurídico religiosas afirmaron que tales actos no son discriminatorios porque defienden a nuestras instituciones y que la familia es la más importante de ellas y un integrante del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la u n a m propuso preparar “un curso alternativo de educación sexual para todos los niveles escolares donde se proponga a la sexualidad como un medio de expresión de amor honesto, necesariamente vinculado a la procreación de hijos”. ¡Órale! Y ya entrados en gastos ¿por qué no exigir el uso de la sábana santa?, digo. En fin, la lista de lo que en mi opinión parecen desatinos es enorme, por supuesto están muy en su derecho de pensar así; lo que no pueden es levantar a sus creyentes contra la comunidad lésbico gay, como lo están haciendo con esos argumentos. Un grupo que se ha manifestado respetuoso con las distintas creencias religiosas y que lo único que pide es ejercer derechos que le

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otorga la constitución y que cesen los ataques discriminatorios. Además, señores de esos Frentes, no se alarmen, dicha comunidad no está pidiendo que el matrimonio entre personas del mismo sexo sea forzoso, así que nadie podrá obligarlos ni a ustedes, ni a nosotros ni a sus o a nuestros hijitos. ¡Dios mío, sálvanos del clero!

Lo que sí me indigna y me intriga es quién chingaos los nombró defensores de la familia mexicana. Con base en qué ley fundamentan sus pretensiones, ¿fue por elección popular? ¿Qué los hace creer que son ustedes, o los ministros que tras bambalinas mueven los hilos, los poseedores de la verdad y la moral hecha persona? Cómo se atreven si entre ustedes mismos parecen no ponerse de acuerdo porque dicen por ahí que ni los jesuitas, ni los maristas, ni los lasallistas coinciden con los postulados que, también se sabe, fueron pergeñados por las escuelas del Opus Dei (los de la tesis) y claro, por los ínclitos, buenos, honorables señores del

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dinero, los millonarios de Cristo, faltaba más, porque ellos, que se rasgan las vestiduras ante la posibilidad de que algunos niños tengan ambos padres del mismo sexo, sí que saben lo que es la moral, la moral de la familia mexicana y si no que se lo pregunten a los que fueron abusados por ellos cuando eran niños o quizás puedan ponernos como ejemplo a una familia donde la moral, la religión y la ética fue el máximo desiderátum; si, por supuesto, me refiero a la familia de su tristemente célebre fundador. ¿O quieren que preguntemos lo que piensan su esposa e hijos? ¿Tal vez prefieran que recordemos lo dicho por el Papa Francisco? ¿Y no será que dentro de su feligresía y en la matrícula de sus universidades, siempre onerosas, existan maestros y alumnos que rechacen sus discriminatorias tesis? ¿Quién tiene la verdad en este asunto? ¿Quién puede autonombrarse poseedor de la verdad absoluta, declararse juez y que sus sentencias sean irrecusables? Cuando el mundo camina hacia el respeto irrestricto de

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los derechos humanos marchan en sentido contrario y parecen añorar los dorados años de la Santísima Inquisición. (¿Dónde estás, dónde estás Torquemada? Y no estás y no e s tá s , (Con ritmo guapachoso). No pertenezco a la comunidad lésbico gay pero me parece estúpido que un grupo minoritario quiera imponer su voluntad sobre ellos, porque una ofensa hacia un estamento de la sociedad nos ofende a todos los ciudadanos y si permitimos que en el nombre de Dios, de la moral o de las buenas costumbres se les discrimine y ataque, el día de mañana no se conformarán y atacarán a otros grupos que les resulten incómodos. Por ejemplo, los marxistas leninistas apostólicos y romanos, que los hay, por supuesto que los hay. ¿No será que en el trasfondo hay una lucha por acrecentar el poder político de la iglesia? Duden de todo, encuentren su propia luz. (Siddharta Gautama Buda)

Hoy,

mientras

la

comunidad

lésbico

gay reclama su derecho al amor, los que prometieron amar a su prójimo se dedican a denostarlo; hoy los buenos samaritanos se alejan, tarde o temprano, de la sombra de sus templos y la oscuridad con que se manejan sus altos dignatarios. Además están equivocados cuando afirman que una familia se compone de una mamá y de un papá. Decir eso delante de las abundantes familias en las que el padre está ausente es ofender a la madre y a sus hijos, conducta que resulta vergonzosa y humillante. No señores, están equivocados, ustedes con su doble moral no representan a la familia mexicana, ni a la decencia, ni a la ética, ni a una chingada, métanse en sus asuntos y adoctrinen a los que se dejen. No pueden medir a la ciudadanía con la vara y los mandamientos de su religión. Que cada quien haga de su vida un papalote y lo eche a volar al viento. ¿Defensores de la familia mexicana? ¿Ustedes? Puta madre, entonces estamos salvados.

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La p o e s í a d e G il d a r d o M ontoya Sergio Pravaz1

La poesía de Ebria ilusión de aire de Gildardo M ontoya Castro, es como un viento que lleva y trae retazos de memorias que nos ayudan a formular mejor las preguntas y nos enseña que el valor radica allí y no en afanarnos en la búsqueda de respuestas. Es audacia conceptual y rigor estético, es un dejarse ir con la corriente de otoño para que nos lleve a comarcas de las cuales ya hemos partido. Es una experiencia con el lenguaje, como si pudiésemos mirar desde arriba todo el recorrido del lecho de un río con cada una de sus curvas y hondonadas. Finalmente es como un fragmento de felicidad en el bolsillo de nuestra camisa humeando su aroma, porque al hacer contacto con ese capital simbólico del poeta mexicano, sentimos una extraña y dulce sensación de ser testigos de una historia universal, cuya lectura es una experiencia que vale la pena atravesar.

Ebria ilusión del aire. Gildardo Montoya Castro, Universidad Autónoma Chapingo, 2016 .

1Poeta y periodista argentino

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olino de Novedades Editoriales A rturo Trejo Villafuerte: El pasado dos de mayo, en el Auditorio Emiliano Zapata, de nuestra Universidad Autónoma Chapingo, se presentó el libro Los vuelos del deseo (Grupo Editorial Vid, México, 2015. 240 pp. $100.00) de Manelick de la Parra Vargas, contando con los comentarios de Víctor M. Navarro, Miguel Ángel Leal Menchaca y como moderador quien esto escribe. Los vuelos es una novela inquietante y propositiva. La leí cuando se editó por primera vez hace ya casi 30 años y ahora viene acompañada de una carta de la escritora Isabel Allende, llena de admiraciones y halagos, la cual impone mucho. Pero leyendo o no leyendo esa carta, la novela se defiende sola y muy bien, y ahora me ha parecido más atractiva y rica que en 1987, cuando la leía por primera vez. Durante la presentación, Manelick, hermano de Memín Pinguín y quien además encarnó a “El charrito de oro”, nos habló de la génesis de la novela y de los avatares para publicarla, su encuentro con Isabel Allende y las

* Profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo y miembro del i i s e h m e r de la misma institución. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) El tren de la ausencia (cuentos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Arbol afuera (poemas, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013. 124 pp.), Amar es perder lapiel (Ed. Molino de Letras-U A C h, México, 2013. 194 pp.), Lámpara sin luz (novela, Fondo Editorial Mexiquense, México, 2013. 267 pp.), Arbol afuera (poemas, antología, Cofradía de Coyotes, México, 2013. 108 pp), Abrevadero de Dinosaurios (antología de minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp.) y Cartas marcadas (Antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 112 pp).

giras que está realizando para promover la novela. Es digno de mención señalar la sencillez del autor, su bonhomía y buen carácter para atender a todos los que se le acercaron a pedir la firma de su libro. Muchas gracias a Navarro y De la Parra Vargas por su presencia en nuestra Universidad. Por cierto, uno de los personajes incidentales de Los vuelos deldeseo, Gilberto, es siempre perseguido por un enjambre de abejas y en la novela de Sofía Segovia, El Murmullo de las abejas (Ed. Lumen, México, 2015. 478 pp. Tercera reimpresión: 2015. $ 299.00), uno de sus personajes, cuyo nombre es casi impronunciable, Simonopio, desde que nació, además con labio y paladar leporino, y desde que lo encontró la Nana Reja -otro de los personajes de la novela-, siempre está rodeado de abejas y -obviomiel. La novela de Segovia es muy interesante y está ambientada en los años de la Revolución Mexicana y ubicada en la ciudad de Linares, Nuevo León, donde vive y se desenvuelve una familia acomodada, los Morales Cortés, Francisco y Beatriz, con todos los vericuetos de tener una vasta propiedad y docenas de trabajadores y empleados. La novela se deja leer y el tal Simonopio, si no tuviera el labio y paladar leporino, bien podría ser el personaje de la otra novela, Los vuelos del deseo, quien llega al pueblo rodeado de abejas y se vuelve el amante de una de las personajes principales, Alicia, la hermana sensata de la insensata Ana, quien con su sensualidad desbordada, volverá literalmente locos a varios hombres, entre ellos su padrastro y el cura del pueblo. En el caso de Los murmullos... los personajes están bien trabajados, son verosímiles como es el caso del médico Cantú y lo que sucede con Lázaro García -quien como el otro Lázaro, éste no resucita, pero viene del panteón después de tres días, afectado por la Influenza Española que asoló a nuestro país en 1918-. Ese es uno de los hechos claves en la historia, la cual por lo demás está bien estructurada y la lectura fluye con rapidez, pese a que es una novela voluminosa con caracteristicas decimonónicas que ya casi no se hacen: ahora las novelas son breves y contundentes, pero esta deja fluir el texto, el cual, por lo demás, es sumamente disfrutable. El cintillo que acompaña al libro, que al principio pensamos exagerado, no lo es: “El descubrimiento literario del año (2015 y sus múltiples reimpresión remarcan esto -cursivas nuestras-). Una conmovedora novela que cautivará tus sentidos y se instalará para siempre en tu corazón” (con un “sic" incluido). Estaremos esperando las nuevas incursiones de Sofía Segovia en la narrativa.

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Siempre es un placer leer y releer a mi querido maestro Fernando Benítez, ninguno de sus trabajos publicados, sus libros, tienen desperdicio y todos están llenos de riqueza bibliográfica y de conocimientos vastos, algunos incluso son sumamente eruditos. Nadie se imaginaría que el maestro Benítez, un auténtico bont vivant, un dandy bien vestido, amante de la buena vida, le hubiera dedicado tantos años de su vida a la investigación y a la escritura. Con sólo dos de sus obras ya pasaría a la historia editorial de nuestro país: Los indios de México (cinco tomos) y Los demonios en el convento; pero hay otros tantos libros que no tienen desperdicio, como es el caso de Los primeros mexicanos. La vida criolla en el siglo XVI (Ed. Era, México, 1999. 282 pp. Décima primera reimpresión: 1999), el cual es muy ilustrativo y nos hace ver que las cosas no han cambiado mucho desde cuando éramos una colonia hasta ahora que llegó al poder el nuevo PRI, peor y más malo aún, pero de todas todas, que el viejo. Destacan las festividades que se celebraban, tanto religiosas como civiles; un caso terrible de la Inquisición contra la familia Carvajal, acusada de judaísmo; la vida y obra de los dos M artín Cortés, hijos del conquistador, pero uno es criollo -hijo de española- y el otro mestizo -hijo de india-, los cronistas de Indias y muchas otras situaciones de la época virreinal muy bien narradas y tratadas por la pluma de nuestro querido maestro Fernando Benítez Decía un gran escritor, si mal no recuerdo Ray Bradbury -la memoria ya me traiciona-, que el verdadero lector es quien relee, y eso estoy haciendo con varios libros que desde la primera leída me dejaron una muy buena impresión y es el caso de otra relectura, la cual me deja amablemente colmado de interesantes conocimientos, y me hace apreciar mi mullida recámara de otra manera, se trata de Etnología de la alcoba de Pascal Dibie (Ed. Gedisa, España, 1989. 218 pp.). Muchas personas creen que la cama sólo sirve para hacer el amor, pero lo decían muy bien y con mucha certeza los Surrealistas que se iba a la cama no para descansar sino para soñar, también para hacer el amor y hacer poesía, y en efecto, usa uno más la cama para soñar que para las otras aplicaciones que se le puedan dar. Y en este excelente libro viene la historia detallada y precisa de cómo en cada momento de la historia de la humanidad, ese espacio iba adquiriendo distintas categorías, modos y formas.

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Otra relectura para mí, que soy ateo gracias a dios, y que siempre agradezco esJesús de Nazaret de Giovanni Papini (Ed. Biblioteca ABC, España, 2004. 366 pp.), uno de los escritores que más admiraba mi querido maestro Juan José Arreola y de quien siempre nos recomendó que leyéramos El libro negro y Gog, entre otros tantos títulos. Esta es una escritura poética pero bien fundamentada con datos que en muchos de los casos vienen de los estudios profundos que hizo Papini sobre el personaje de su libro. Sin ninguna duda un libro, llamémosle así, precioso y que ojalá varios políticos que se dicen cristianos lean y ¡claro! Todos los trogloditas que marcharon en favor de la “familia tradicional” (sic), los que por ignorancia se portan así, para ver si aprenden algo de sencillez y humildad, que era lo que predicaba con la palabra y la obra Jesús de Nazareth. Me llegan sendos libros de dos queridos amigos: El loco y la pituca se aman de Javier Córdova (Ed. El Viaje, México, 2016. 116 pp. Primera Edición: 1988) y Efraín Huerta. Antología poética de Gerardo Ochoa Sandy (sEP-Gob. de Guanajuato-Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuito, México, 2015. 184 pp.), ambos libros me traen cientos de recuerdos que siguen latentes y siempre vivos en mi mente, corazón y alma. El libro de mi amigo Javier Córdova me lleva hasta los años de la Secundaria No. 93, donde coincidimos los Trejo Villafuerte y los Córdova Gómez, soportando a la directora de la misma, Josefina Gassos, a los maestros Cuéllar y Samaniego, entre otros, que en El loco y la pituca se hacen presentes como personajes en uno de los textos, pero los otros relatos también tienen qué ver con historias compartidas y varios sucesos que fueron reales y que ahora ya son parte de nuestra biografía, de la historia y, por eso precisamente, de la ficción. Sin ninguna duda un libro placentero, lúdico, vertiginosos, que ahora con la relectura adquiere otro sabor y otra coloración. Gracias por tu libro Javier y un abrazo gordo y sincero. En el caso de Efraín Huerta y sus poemas, tiene qué ver con mi formación como hacedor de versitos -com o decía don Renato Leduc- y como poeta. Disfruté mucho de su Poesía 1935-1968, publicado por Joaquín Mortiz y recomendado efusivamente por el gran Polo Duarte, y siempre me la pasé súper en las visitas a su departamento en Polanco, donde había un vaso con ron y la solidaridad de “El gran cocodrilo de la literatura mexicana”, quien siempre fue generoso con los

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noveles autores que se acercaron a él, entre otros los Infrarrealistas, y muchos autores jóvenes que llegaron de Sudamérica, sobre todo de Argentina, Chile, Nicaragua y Uruguay. Hay varios datos que doy sobre EH y que son de primera mano, porque yo estaba ahí: cuando le chiflaron a Octavio Paz en la Sala Principal del Palacio de Minería, estaba al lado de los rijosos, algunos eran y son amigos míos y otros ya no, pero todos estábamos enojados con la posición de Paz en política y su amasiato con Televisa; EH se levantó de manera enérgica y nos fulminó con una mirada que nos dijo todo: “Quietos, no se pasen de listos” y se terminaron los chiflidos. Rumbo al Panteón Jardínes de Oriente, por el rumbo de Texcoco, iba en el autobús pullman, platicando todo el tiempo con Cristina y José Emilio Pacheco, donde fue la última morada del poeta de Guanajuato. Ahí, frente a su tumba, David Huerta leyó “Borrador para un testamento”, dedicado precisamente a OP, y a lo lejos brillaban, espléndidamente, el Popo y el Ixtla, mi querido amigo Gerardo Ochoa, ubica todo esto en un panteón de Milpa Alta que, creo, nunca existió. Habría que checar el dato porque la memoria ya no es mi fuerte. Anunciado como “Un nuevo Boom en la literatura latinoamericana” y como parte de esa nueva explosión, se presenta el libro que edita y selecciona el novelista y poeta colombiano Darío Jaramillo Agudelo: Antología de crónica latinoamericana actual (Ed. Alfaguara, México, 2012. 650 pp. $359.00), donde viene una pléyade de autores de crónicas, muchas de ellas memorables y dignas de encomio y, claro, lectura. No sabiendo a ciencia cierta qué tantas crónicas se has escrito en los otros países de la América Española, debo de decir que al menos con México se quedó corto el compilador. Aquí hubo casi 15 o 20 años del esplendor de la crónica, sobre todo en el viejo unom ásuno y El Universal, aunque también se dio en otros diarios, y en su recopilación Jaramillo ignora crónicas magistrales de Jaime Avilés, David M artín del Campo, Carlos Duayhe, José Joaquín Blanco, Emiliano Pérez Cruz, y de otros tantos cronistas que cumplirían cabalmente con tener “un pie en la realidad y otro en la literatura, vale decir un pie en el sueño y otro en la vigilia. Su lectura es como atravesar el puente que une el delirio con la vida”, según el decir de Juan José Millás en el cintillo del libro. Uno de los cronistas mexicanos que aparece a cada instante y en repetidas ocasiones es Juan Villoro, quien

define a la crónica género como un “ornitorrinco” porque ni es una cosa ni es la otra, pero a la vez son las dos cosas. Jorge Antonio García Pérez es un distinguido escritor hidalguense, para más señas de Progreso de Obregón (1956), a quien conocí cuando era director de la revista El ingenioso Hidalgo y asesor del Instituto de Cultura del Estado, donde fui editor de su divertida e ingeniosa “Lotería Hidalguense”; incansable y siempre pletórico de trabajos y proyectos, los cuales se vuelven a la larga libros. Ya comentamos en estas páginas una novela de su autoría (Amor entre letras, 2012), una sublime historia del enamoramiento entre un joven oriundo del puerto de Veracruz y una adolescente italiana, que se encuentra de visita en dicho lugar. También comentamos su libro El circo titiripulga (Cofradía de Coyotes) y ahora aparecen casi formaditos A lasflacas se las lleva el viento (2016), una mezcla de la mitología griega con casos actuales de nuestro México lindo y querido, Coca Coatl, Non Veritas Pandemiun, Lospájaros duermen en el suelo, Canción otomí desde la mitad del mundo y La Malula, El Dólar y El Silencioso (todos editados por Cofradía de Coyotes, 2016). En ellos encontramos historias de todo tipo: trágicas, cómicas, delirantes, políticas y anexas. Sin ninguna duda un autor prolífico y digno de lectura. Como siempre nos llega la interesante revista dosfilos (julio-agosto de 2015; número 131; sesenta pesos), comandada por el siempre activo José de Jesús Sampedro y que en este número se engalana con “Julio Cortázar (Una entrevista recuperada) de Agustín Ramos -m u y interesante y creo que sigue sintiéndose fresca-, colaboraciones de Alberto Huerta -con un apunte sobre Gerardo de la Torre que lo pinta muy bien y de cuerpo entero-, Eusebio Ruvalcaba, Jotamario Arbeláez, Margarito Cuéllar, Alain Derbez, José Ángel Leyva, Gonzalo Lizardo y Jesús de León -sus escritos no me los pierdo, son súper divertidos, llenos de ironía-, entre otros. Sin ninguna duda una muy buena publicación. Murió el joven escritor Ignacio Padilla (1968­ 2016), en un infausto accidente automovilístico en la carretera México-Querétaro. Él fue uno de los artífices de la Generación del Crack -térm ino futbolístico y que es como se le nombra a un jugador que se las sabe de todas todas-. Demasiado joven para morir y ya grande para rockanrolear, como canta Jethro Tull. En sus casi 20 años dedicados a

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la literatura nos entregó cuentos, reseñas, ensayos y novelas. Junto con Jorge Volpi, José Ángel Palau, Eloy Urroz y varios más que se aglutinaron en este movimiento distinto pero no uniforme, con lo que fueron muy apreciados en algunas partes fuera del país, aunque no han sido muy leídos aquí. Pero también murió el compositor y cantaautor Juan Gabriel (1950- 28 de agoto de 2016) y eso ensombreció todo el panorama de la cultura, las artes y el seudo informe presidencial del que dice que nos gobierna, el cual fue presentado con otro formato (sic). Duró casi una semana el luto nacional por el oriundo de Michoacán pero que se dio a conocer en el tugurio “Noah Noah” de Ciudad Juárez, Hasta Barack Obama tarareó melodías del divo de Juárez, como se le conocía. No puedo dejar de señalar que también murió Michel Butor (1926- 24 de agosto de 2016), gran escritor francés, uno de los fundadores de la Nouveau Roman Francesa, junto con Alain Robbe­ Grillet y Claude Simon. Butor estuvo varias veces en México y en la ciudad capital, donde gracias al doctor Antonio Marquet, tuvimos la oportunidad de conocerlo, convivir con el y saber muchas cosas de su literatura y de su vida. Butor es un autor que nos recomendó Gustavo Sainz en los años 70 y que luego, gracias a Vicente Quirarte, pudimos seguir leyendo. E l empleo del tiempo (Seix Barral, España, 1958. 468 pp.) es una novela que adquirimos en febrero de 1980 y que nos firmó el autor en 1992 y Degustación (Ed. u n a m , México, 1993. 146 pp. Ensayos poéticos), nos la firmó el 21 de septiembre de ese mismo año y cuya traducción es obra de mis queridos amigos Frédéric-Yves Jeannet y Antonio Marquet, la cual es una auténtica joya, además de su libro Retrato hablado de Arthur Rimbaud (Siglo XXI Editores, México, 1991), el cual es un estudio muy serio y valioso sobre ese poeta maldito que se perdió para la vida y se quedó para nosotros. Butor se quedó también entre nosotros, gracias a su calidad literaria y humana, siempre fue una fina persona. La Hostería de Santo Domingo, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, fue el lugar de varios encuentros y en distintos años -siempre con un excelente mezcal entre nosotros- con este autor que era considerado como el -guardada toda proporción- Octavio Paz de Francia. Un escritor excepcional y cuya muerte nos duele. Y todavía siguen sobre nuestra mesa: toda la colección de cuentos infantiles de la Cofradía de

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Coyotes: El circo titiripulga de Jorge Antonio García Pérez; ¡No te comas mis tortuguitas! Teatro para niños y niñas de Ricardo Pérez Quitt; Las palabras perdidas de Rolando Rosas Galicia, Georgina Florencia López Ríos, Ulises y Cedrel de apellidos Rosas López; El gato enigmático de José Antonio Zambrano; Olivia la Chillonona de quien esto escribe, entre otros, además la sui generis: De Neza York a Nueva York. From Neza York to New York. Una antología de poesía de la Ciudad de México y la Ciudad de Nueva York. A bilingual anthology o f the poetry o f Mexico City and New York City, debida al talento y dedicación de Roberto Mendoza Ayala, Stephen Bluestone, Rosalind Resnick, Arthur Gatti, Gordon Gilbert y Evie Ivy, además claro de su editor Eduardo Villegas Guevara; Permutaciones del poeta y estudioso Víctor Toledo el cual se presentó en el Centro Cultural Xavier Villaurrutia de la Condesa; Teoría y didáctica delgénero terror de Jaime Ricardo Reyes (Cooperativa Editorial del Magisterio, Colombia, 2007. 206 pp.); Crítica No. 166 y 167, la “Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla”; Los 43. Antología Literaria (Ediciones de Los Bastardos de la Uva, México, 2015. 190 pp.) de Eusebio Rubalcaba y Jorge Arturo Borja -compiladores- y Ricardo Lugo Viñas -editor-; Don quijote ¿muere cuerdo?y otras cuestiones cervantinas (Fondo de Cultura Económica.$85.00) de Margit Frenk; Los hijos de Yocasta. La huella de la madre (Fondo de Cultura Económica $115.00) de Christiane Oliver; El viaje que nunca termina. La narrativa de Malcolm Lowry (Fondo de Cultura Económica $175.00) de la canadiense Sherrill E. Grace; Los muertos no cuentan cuentos. Antología de narrativa joven del Estado de México de José Luis Herrera Arciniega (antologador) y otra gran una gran cantidad de libros mágicos y maravillosos: Y otro tanto más de volúmenes que, por fortuna, aparecen en un país de no lectores, empezando por el ciudadano presidente de la República y todos sus secretarios ¡Ver para creer! Y por cierto desde estas páginas, reitero mi apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas y a los trabajadores de Mexicana de Aviación, porque les asiste la razón, y repudio las políticas antipopulares, rapaces y mezquinas del Estado Mexicano: ¡No a la nueva ley laboral, a la Reforma Educativa y Energética!, ¡la Patria no se vende!, ¡no a la privatización de la energía eléctrica y del petróleo! Igual sigue mi protesta por la desaparición de los 43 normalistas de la Normal de Ayotzinapa, Gro. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” y no a la represión institucional contra los maestros.

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Dedicada a España Homenaje 3 Miguel de Cervantes Saavedra

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P re s e n ta c io n e s • C o n fe re n c ia s - T a lle re s • C o n c ie rto s ■A c tiv id a d e s in fa n tile s ■T eatro *

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Universidad Autónoma

CHAPINGO Carretera México-Texcoco km 38.5, Chapingo, Estado de México


Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural M ás d e c ie n in v e s tig a d o r e s d e 15 u n id a d e s a c a d é m ic a s 15 m ie m b r o s d e l S istem a N a c io n a l d e In v e s tig a c ió n

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