Molino de letras 98

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Letras

Revista de Literatura y Humanidades Año 18 noviem bre-diciem bre de 2016

$35.00

IL U S T R A C IO N E S : Gustavo A . B acaV élez N AR R A T IV A : E l abuelo —José Rosalío H ernández G arcía / Flor de tuna (novela por entregas) - R aúl O rrantia Bustos

Ojos verdes — D ian a M aldonado, y otros. E N SAY O : Consideraciones átlibro L a ciudad en que m orim os todos... - R olando Rosas G alicia E l centerfieider yJuego perfecto: Sergio Ram írez y la soledad del beisbolista - M oisés Elias Fuentes / Reflexiones sobre un texto poético — M aya Islas. PO ESÍA : M iguel Á ngel M orales Aguilar, G abriela Soberanis, A lm a M ejía González y otros.


G R U P O C U L T U R A L “L A N A VE D E L O S L O C O S ” LA U N IV E R S ID A D A U TÓ N O M A C H A P IN G O P R O G R A M A D E H U M A N ID A D ES C O L E G IO D E P O S T G R A D U A D O S C A M P U S M O N T E C IL L O S

CONVOCAN:

A los investigadores, docentes, estudiantes y egresados de licenciatura y posgrado en las carreras de historia, antropología, geografía humana, arqueología, comunicación, literatura, filosofía, sociología y ciencias sociales y humanidades; así com o al público interesado en este campo de estudios, a participar en el:

Y "T T

c o n g r e s o i n t e r n a c i o n a l de h is t o r ia , .A J L J L CIENCIAS s o c ia le s y h u m a n id a d e s

E N T R E M U R O S Y P IE D R A S L A H IS T O R IA 2 0 1 7 EJES T E M A T IC O S : De Los pueblos, ciu d a d e s y habitantes en el tiempo:

Imaginario social, infraestructuras, territorios, patrimonio, construcción de ciudadanía, desarrollo urbano, cultural y ambiental La prim era vez... Historia, crónica y relato Foro perm anente Estudios de género Violencia y criminalidad N u e v o s horizontes en investigación so c ia l y hum anística

Historias del pulque, cerveza y otras bebidas

B A SE S: 1. El congreso se realizará los días 22, 23, 24 y 25 de febrero de 2017 2. Los interesados podrán participar con trabajos originales e inéditos. 3. La extensión de los trabajos deberá ser de 20 cuartillas (como máximo) a doble espacio, letra Times, doce puntos y para exposición se deberá preparar ponencia de 20 minutos 4. Los trabajos seleccionados serán publicados en formato digital en laplataforma en línea http://www.navelocos.com/ (Sitio de divulgación cultural sin fines de lucro) 5. La recepción de los trabajos será a partir de la publicación de la presente y hasta el 20 de enero de 2017. 6. Para participar es necesario enviar el resumen de la ponencia con una extensión de 200 palabras, acom pa­ ñado por una semblanza profesional del autor(a), con una extensión similar, a la siguiente dirección: entre_murosypiedraslahistoria@hotmail.com 7. El viernes 27 de enero del 2017 se informará por correo electrónico sobre la aceptación de lasponencias, y a la brevedad se enviará el programa de participación del congreso. 8. Se otorgará constancia de participación con valor curricular

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e d it o r ia l d ir e c t o r io Director fundador M oisés Zurita Zafra

Dirección Juan Jorge Díaz Rivera

Edición Patricia Castillejos

Consejo Editorial Ignacio Trejo Fuentes Eusebio Ruvalcaba Rolando Rosas Galicia Estrella del Valle Isolda Dosamantes Minerva Aguilar Temoltzin José Francisco Conde Ortega Arturo Trejo Villafuerte Miguel Ángel Leal Menchaca Marcial Fernández Marco Antonio Anaya Pérez Fabiola García Hernández Refugio Bautista Zane Álvaro González Pérez Alberto Chimal Gildardo Montoya Castro Pablo Ortiz del Toro

Corresponsales Mónica Palacios Pedro Cabrera José Luis Herrera Arciniega Raúl Orrantia Bustos Raúl de León Eduardo Villegas Will Rodríguez Adrián Mendieta Moctezuma Samantha Martínez Maya

Leerescomoviajar Uno debería viajar cada vez que puede, ya que dado el caso habrá un tiempo en el que no podrá viajar más, entonces se conformará con hacerlo a través de los libros y sus recuerdos. Moverse, ir de un lado a otro es una necesidad humana; aunque todos recordamos nuestros viajes de placer, la primera vez que salimos de nuestro horizonte o la primera vez que fuimos conscientes de ello. Quién puede olvidar esa emoción de llegar por primera vez al mar que, como dice el poeta, después nos sale al encuentro por todas partes. ¿Fiesta o viaje? suelen decir a las nuevas generaciones

de

quinceañeras

que, como

cenicientas, se les vuelve calabaza el carruaje de su noche de fiesta horas después, al amanecer. La adolescencia nos lleva a pie hasta el último punto visible del paisaje, queremos ver qué hay detrás, explorar. Así en un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad, el hombre llegó a la luna en un viaje épico que no se detiene. El último viaje nos lleva a la última morada, el recorrido hacia el Mictlán. La vida es, pues, un viaje que nos lleva a todas partes.

Información David Zuriaga Jiménez

Diseño Gráfico Juan Jorge Díaz Rivera José Luis Delgado Mendoza Álvaro Luna Castillejos

Fotografía Juan David Sánchez Espejel Malí M arcof Jorge Enrique Ibarra Sánchez

Captura Amaranta Luna C.

Publicidad Tel. (01 595) 9556977 Cel. 5519546810

Portada: Viajes Fotografía y Composición: Álvaro Luna Castillejos

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s u m a r io TALO N DE AQUILES Fotos: ©Jorge Ibarra

Poesía

Miguel Ángel Morales Aguilar Gabriela Soberanis Gildardo Montoya Castro Alma Mejía González Enrique Freymann O. 10 Luriel Lavista 12

La vida impensable

Narrativa

E l abuelo —José Rosalío Hernández García Ojos verdes —Diana Maldonado Calabazas para dulce —Javier Pazarán Méndez Leonardo —María José Tiscareño Ruelas Flor de Tuna (novela por entregas) —Raúl Orrantia Bustos L as G arlopas - Selección de Eusebio Ruvalcaba Terapia intensiva —Cuento de Jaime García Rodríguez

carbonera

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Gustavo A. Baca Vélez 30

este número:

VIAJES

Perdida —Georgina Florencia Ríos Anécdotas de un viaje a Cuba —Refugio Bautista Zane Andanzas —Igmar Rosas López Oztotéotl, Dios de las Cuevas —Alejandro Ordóñez Mochilero sin mochila —Antonio Aguilar Buelvas

ANGELUS

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Ensayo

Consideraciones a l libro La ciudad en que morimos todos... - Rolando Rosas Galicia 53 E l centerfieldery Juego perfecto - Moisés Elías Fuentes 56 Reflexiones sobre un texto poético —Maya Islas 60

SOBREMESA

Recomendaciones/Reseñas

Molino de Novedades Editoriales —Arturo Trejo Villafuerte 62

M o l i n o d e L e t r a s , Año 18, N o. 98, noviembre-diciembre 2016, es una publicación bimestral editada por Fortunato Moisés Zurita Zafra. Calle Miguel Negrete 336 L. 15 C . 40, Fraccionamiento Xolache, Texcoco, Estado de México, C.P. 56110, Tel. 5519546810, zurit9@hotmail.com. Editor responsable: Fortunato Moisés Zurita Zafra. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo N o. 04-2011-062209030200­ 102, ISSN : 2007-5650, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor, licitud de título: 4769, licitud de contenido: 147, otorgado por la Com isión Calificadora de Publicaciones y Revistas Ilustradas de la Secretaría de Gobernación. Impresa por Imprensel, S.A. de C.V. Av. Catarroja N o. 4 43 Int. 9, Col. M aría Esther Zuno de Echeverría,Iztapalapa, D.F., México C.P. 09860 Tel. 58661835. Este número se terminó de imprimir el 15 de noviembre de 2016 con un tiraje de 3 000 ejemplares. Las opiniones expresadas por los autores no necesariamente reflejan la postura del editor de la publicación. Se autoriza la reproducción total o parcial de los contenidos e imágenes de la publicación si se cita la fuente. molino_de_letras@yahoo.com.mx; zurit9@hotmail.com; zurita@correo.chapingo.mx; contacto@molinodeletras.org

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TALÓN DE AQUILES

Aquel Quebrantagüesos Padre le digo aunque lo sea sólo en el gospel de mi sangre porque hay flores que apuntan al sol y raíces aéreas que dan vuelta a los días y colibríes que abrevan en mi ojo contrito cuando padre no hace sino oler las palabras abrirse camino entre la lluvia con un arpa y astros que se inclinan a su paso mineral por atajos que adivina el agua ¿Cómo explicarlo? Sólo los jardines han cumplido la edad del rayo: la gota detenida en un álamo, el cumplido Antero que pisotea los brotes de otro cuerpo y otro patio y otras ciudades ¿Cómo decirlo? N o tengo más que la ternura tuya mi padre Este aguijón anunciándome tu aliento El disparo que sostiene tu ciervo herido El brioso vaivén de los granados donde tu voz es un tordillo fatigando el horizonte, mi viejo Padre te digo ahora que mi herida te sostiene ahora que la luz es una flor en mi costado no el olvido Mira mis manos, padre Pon la uña rugosa el áspid entrañable aquí donde otros dicen que tengo un alacrán Cliquea viejo punza escribe escupe parpadea Padre hazle al mago Levanta mi ausencia mi gruñido Verás que debajo hay un pez un golpe de viento moteado y una huella para tu isla y tu regreso.

1 Nació en la Ciudad de Torreón, Coahuila en 1967. Ha publicado Celebración del chamán, UNAM, Colección El ala del tigre (poesía); Cerro de Tezonco, Coordenadas de Brecha (cuento); Círculo de luna, Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Coahuila (poesía); Otra vez el paraíso, Fondo Editorial Tierra Adentro (poesía); El dorje y la campana, Online Studios Productions de Panamá, dentro de la aplicación Bookshelf. Ha recibido diversos premios tanto en poesía como en cuento.

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T A L O N DE AQ U ILES

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Miguel Ángel Morales Aguilar1

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Que siembra inquietud entre mis deseos. Sí, tú, el que deja descuidadamente más de tres recuerdos tirados entre mis ganas. El que sucede una y otra vez sin descanso si, tú, el que hace sonar mi cascabel tan solo para bailar una rumba. El que se atreve a ser conjuro para no olvidar, sinalefa para cuadrar. El que come más de tres veces al día todas mis reservas de cordura Y bebe de un jalón todo mi sexo. Sábete, que si no he dicho nada Es porque aún no me regresa el aliento. Pero ¡Ay, de ti! Si te atreves A no regresar.

*

Carta de una loca

*

Disculpe usted si ha sufrido mi acoso textual, esta impertinente forma de llamar su atención. Trepar entre lo agudo de su nombre, recorrer con mis labios cada consonante, y con descarada urgencia apretar cada vocal hasta que mis dedos se hundan en su horizonte. Perdone usted por desear más de tres veces al día tocar la intimidad de su pensamiento, Tratar de provocarlo con tropos semidesnudos. Llenarlo de frases no pedidas: Descarados intentos de que lea mi poesía. Dispense nuevamente el atrevimiento de importunar su tiempo y su vida con escandalosos puntos y comas. Simplemente no puedo detener la palabra que usted provoca. ¡Que me encierren de una vez, sin pluma, ni hoja! Que se condene mi mano por tanta elegía, pero ¡Por favor! no deje que muera sin escribirle una vez más este día. 1Estudió en la Universidad del Claustro de Sor Juana. Ha trabajado como editora e impartido clases de Filosofía y Literatura. Asiste al Taller Literario de Ethel Krause.

Gabriela Soberanis1

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Me llevan de la mano Hermoso e inolvidable mi tío José Adán, hazmerreír de la gente, decía convencido que estaba esperando la nube que habría de llevarlo al cielo con el Señor, donde lo esperaba la verdadera vida... y yo, niño, se lo creía. Hermoso e inolvidable el cónsul de Lowry, presintiendo el abismo, decía convencido a los policías del horror: “Veo que la tierra anda; estoy esperando a que pase mi casa por aquí para meterme en ella”... y yo, también, se lo creo. Hermosos e inolvidables, mi tío José Adán y el cónsul, me llevan de la mano, viajo sereno, ligero, sin equipaje, entre el cielo y el abismo... espero que me lo crean.

Gildardo Montoya Castro1

1Periodista y poeta. Trabaja en la Universidad Autónoma Chapingo. E bria ilusión del aire es el título de su m ás reciente libro, editado por la U A C h .

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Calavera para Roberto Gómez Beltrán A don Roberto la muerte puso sentencia al fin: “No pasa ya de este año que me lleve a este catrín” . Sin dilaciones ni vueltas, a la u a m se encaminó, para buscarlo en las aulas y llevarlo hasta el panteón. Lo encontró muy atareado, con café, libro y bastón, pero al mirarlo tan guapo de una vez se arrepintió. “Ahí se los dejo, catrines, para que puedan seguir desmenuzando a Bolaño y con Pitol discutir”.

1Profesora de Literatura en la UAM-Iztapalapa.

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Calaveras Juan Carlos Aquella noche de ronda, nuestro cuate el buen Juan Carlos traía una pena muy honda. se encontraba muy molesto, pues estaba bajo arresto. La muerte entonces le dijo yo te puedo sacar de esto, tan solo te pido que te pongas con tu sueldo de todo un año, anda vamos, que al fin y al cabo eso a ti no te hace daño. Tan solo te daré un tanto le dijo pues con tu cara de espanto se me ha parado... mi corazón y en un cuarto de hora o más he de partir en tu barca derechito hacia el panteón.

Carlos

La muerte por poco ya no podía llevarse a Carlos al cielo fue toda una osadía. Aquel tenía mucha suerte pues por más que lo intentaba de toda trampa escapaba. Después de mucho pensarlo ha logrado atraparlo. Finalmente aquel murió y de alivio la muerte ya suspiró. ¡Este si se va al infierno!, decía pues me ha hecho ver mi suerte y de mi nadie se burla pues yo soy la misma muerte.

Enrique Freymann O.

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Rafael

Amigos y comensales una historia voy a contar, gran tristeza nos embarga pues el día de hoy falleció nuestro cuate Oropeza. La parca se lo advirtió maneja con más cuidado, ya no seas tan alocado, aquel terco y obstinado todo esto ha ignorado y haciendo alarde de su habilidad al volante en tan sólo un instante se ha dado en toda la madre.

Pina

La otra tarde en la cantina la catrina encontró a Pina, la cual muy triste le dijo: me duele mi corazón y me dio un retortijón, entonces la muerte le sugirió tómate una buscapina verás que ya no hay fijón, y si con eso no te alivias te he de llevar en mi barca derecho hacia el panteón.

Julia Aquella noche de ronda en casa de la catrina había una pena muy honda, han matado a su sobrina llevaba por nombre Julia pues le han quitado la vida y no le han dado ni tiempo de una digna despedida. Ahí está su cuerpo tirado viejo y tieso se ha quedado. la gente muy angustiada a aquel lugar acudía pero no lo comprendía. a su esposo preguntaban dónde está aquella mujer pues no la hemos vuelto a ver y él solo les respondía según me han informado... acaba de fallecer.

Enrique Freymann O .1

1 Abogado, egresado de la Universidad del Valle de México. Trabajó en la Delegación Cuauhtémoc un tiempo y actualmente toma un curso de idiomas en IH.

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Un único tiempo Para el Guitarrista Inesperado despertar ante las bocanadas se hunde poco a poco se enreda al sediento humo, en su microcosmos la mente burla otra visión revolcado en la mirada embrutecida por el azote de su propia exhalación, trata de diferenciar entre las letanías de su alrededor la doble combustión que le trae su mano temblorosa, Sus ojos hundidos en el alcohol constantemente terminan en la saliva en la tierra floja que empuja su pie en el deslizamiento de la cortina retrocediendo hacia la mancha, Allá en el fondo de la puerta avanza una voz subsiste por no sé cuanto tiempo en la debilidad de su atención “ay de ti que al entrar a lo despoblado busques la posición más reducida aquel suelo tan hondo cuyo alcance sea una migaja, no te pienses ni un momento quieto sobre la desembocadura que te da la unicidad contente, sólo espera y ante todo resiste, al menos una vez olvida todo cuanto tienes párate en medio de la calle y siéntete poseedor de vida” En el ánimo de continuar se pregunta como se debe vivir en estos tiempos de esperada catástrofe, pero en un hombre común que solo se abastece de aproximaciones irreales no parece tener una concepción relevante ante el deber mas puede decir ahora mismo que se impone la respiración cortando esas largas olas del mar abierto que es la borrachera cc/'-v / / i ii i u Lu n el Lavista Qué más da el bramido del día o la noche siempre hay un vaivén, un chingadazo

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en el mero costado de la vida la comodidad determina la ceguera, en la sumisión de almas está la risa desesperada de la inconsciencia” La luz aquí es buena poco a poco le llega un recuerdo avienta el vaso de veladora que deja de trasparentar calma el cigarrillo se estampa en la pared carcomida por ciertas figuras absurdas manotea el aire viciado de las carcajadas Desde su boca arroja improperios que nadie alcanza a contestar porque se agota su paciencia, y sale hacia el aire húmedo avanza desde entrecortados pensamientos que no podrá retomar sus ojos parecen cerrarse y en el baldío que está enfrente del tugurio cree ver ese bello jardín, Acariciando la hierba se desploma acaso es el cero de una bestia y el infinito de un dios del que hablaba Monsieur Teste o solo es un ser con una mente enferma que en momentos luminosos arranca de entre toda su miseria un rasgo de aparente inmensidad; Vuelvo a pedir otro trago del más barato licor que aún puedo pagar mientras el aire golpea la ceniza que no he dejado caer bebo tranquilamente y me recargo en la pared solo sigo esperando a que termine de oscurecerse allá afuera

Luriel Lavista 1

1 (Edomex,1990) Lavacoches. Ha publicado en las revistas: Molino de Letras, Vómito de Letras, ERRR, Factum, E l Humo, Círculo de Poesía, Revista Miseria, Otro Páramo, Literariedad, Nocturnario y Operación M arte. En los espacios de Digo.Palabra.txt, La Rabia del Axolotl, Cronopio.MX, Nota Random, Tejiendo Versos, Kaja Negra y en Poesía Referencial. Poemas suyos han sido traducidos al inglés en The Ofi Press Magazine.

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La vida impensable

El abuelo

José Rosalío Hernández García1

Estaba de vacacio nes en San Andrés Coam ilpa, el pequ eñ o pueblo de mis padres, cuand o cierta noche a alguien se le ocurrió sub ir a lo alto del cam p anario de la iglesia, cuya co nstrucció n está de por sí en la cim a de una pequeña lom a, y desde ah í ver la "danza de las brujas" Al o scurecer en esos m eses de o ctubre y noviem bre, las luces parecían bailar con parsim onia, sin grandes aspavientos, lim itándose ú n icam e n te a saltar de un árbol a otro. Nadie conocía con precisión el sitio en el cual siem pre retozaban aquellas bolas de luz. Los de San Jeró n im o decían que lo hacían aq uí y nosotros decíam o s que esa loma estaba en San Jeró n im o . Sea co m o fuere, en las noches de luna podían verse esas luces que volaban bajo, cho can d o con dulzura a veces, cual si fuera un ju e g o . En aquellos días yo era un ad olescen te, y las veces que iba a Coam ilpa de m anera natural se form aba una palom illa de m uch ach o s de mi edad, la m ayor parte eran prim os de trece o catorce años, algunos más chico s otros más grandes, pero todos disfrutábam os estar ju n to s y hacer travesuras con el único propósito de reír. Siem pre que mi m adre estaba em barazada y a dos m eses de parir, mi padre nos m andaba a este p equeño poblado del estado de Tlaxcala, m ientras él seguía trabajand o en M éxico. Esto para que a mi m adre la pudieran asistir en el parto y guardar el d ebido reposo. Yo disfrutaba por sup uesto estas vacacio n e s forzadas para mi m am á y mi papá, pero felices para m í porque se exten dían durante casi cuatro m eses en los que por sup uesto dejaba de ir a la escuela. D esde que teng o m em oria siem pre en dichos m eses habíam os visto las luces, de m anera que co m o eran cotidianas n orm alm en te ya nadie les prestaba atención.

La imprudencia No sé por qué se co nvirtió en rutina ir a la iglesia al atardecer a ju g a r por los alrededores y cuand o oscurecía nos sentábam o s a co n te m p lar las luces en aquella colina a e sp ecu lar sobre qu ién es eran y qué estaban haciendo. Una noche mi prim o Aurelio, de m ayor edad, de espíritu travieso y quien gustaba de p resum ir su fuerza física, cansado de m irar el pasivo volar de las luces, llevó tres co heto nes a nuestro lugar de reunión.

1Nació en México, DF. Economista, egresado de la UNAM. Radica en Nezahualcóyotl, estado de México. Ha publicado en la revista M olino de Letras y en Cofradía de Coyotes.

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Aurelio en m ucho s sentidos era el rebelde del pueblo: m anejaba un tracto r o un cam ión de redilas, o dom aba algún potro salvaje, según lo dictara la circu nstancia, a pesar de sus escasos diecisiete años. Aquella tarde estuvo dos o tres horas arm an do con varas una esp ecie de sostén para cada co hetó n. Hasta que term in ó y, d e b id am en te dirigidos hacia el sitio en do nde tran q u ilam en te seguían volando las brujas, nos reunió para enseñarn o s su obra y decirnos su plan. La m ayoría an dábam o s desbalag ados co rreteánd on o s sin ningún propósito, o bien rodando en el suelo abrazados en alguna lucha cuerpo a cuerpo con alguien, o atacando y jalo n e an d o en co nju nto a los de m ayor edad y co rp u len cia. Aurelio nos llam ó y nos dijo que había llegado la hora de d eshacerno s de las brujas, ya que eran unas tontas que no sabían hacer otra cosa que volar rid ícu lam en te por aquella loma. Nos enseñó su equipo y sus cohetones. A lguien e n ce n d ió una hoguera, y cual pieles rojas bailam os alrededor del fuego can tan d o cu alq u ie r so nso nete que significara un desafío a las luces que p erm anecían con su indiferente vuelo a la distancia. Una v ez que can tu rream o s hasta el cansancio , sin más p reám bulos Aurelio en cen d ió uno a uno la m echa de los cohetones. El zu m b id o del co hetó n salió a toda velo cid ad hacia la loma vecina, el destello de la luz a su paso nos hizo gritar de em o ció n porque los tres co heto nes estallaron relativam ente cerca de las brujas. Todos nos pusim os a gritar co m o locos, celeb ran do una dizque victoria, to can d o palos uno contra otro cual si fueran tam bores, llenando de gritos y de ofensas a las brujas desde nuestra loma. La iglesia a nuestra espalda nos daba más valo r y la distancia nos proporcionaba m ás enju ndia, de tal form a que gritam os hasta enronquecer. C ierto que fue un poco p reo cu p an te m irar co m o de pronto las luces de esa colina, al oír el estallido y al co n te m p lar la co in cid encia de la trayectoria de los co heto nes, se qued aron estáticas, dejaron de m overse y se pusieron en perfecta línea horizontal. La ce rtid u m b re de que nos m iraban y nos identificaban com o sus atacantes, seg uram ente cruzó por alguno de nosotros. Pero Aurelio lanzó un grito de guerra y enarb o lan d o un palo al que había am arrado su playera, lo hizo o nd ear cual bandera de nuestro ejército. Llam ó a las brujas a grito abierto, desde la hoguera, m ostrando su torso desnudo . Todos hicim os lo m ism o durante un buen tiem p o. Dos o tres horas después alguien co nsideró que era tie m p o de cenar y dorm ir, así que regresam os cada quien a su casa. Nosotros a la casa del abuelo.

El preludio Pasaron algunos días y la m ayoría de nosotros había o lvidado el episodio. Todos sabíam os que esas luces eran inofensivas. D urante años, desde que se fundó el pueblo de C o am ilpa, se les había visto en o ctub re y noviem bre, y sólo los m ayores se referían a dichas luces co m o "brujas" pero para infundir m iedo en algún niño y de esa form a presionarlo para que com iera mejor. Todo m undo consideraba el m o vim ien to de luces co m o algo lejano, sim ple e inofensivo. A lguno s de nosotros hasta pensáb am o s que en realidad eran cigarras o luciérnagas, o algún otro anim al o cosa fosforescente. Pero una noche que llegam os de nuestras aventuras nocturnas nos sorprendió m irar a m ucho s hom bres y m ujeres reunidos en la casa del abuelo. La gente hablaba en voz baja, pero algunos otros de plano gritaban enfurecidos.

/Molino @ ¿e tra s

La vichi impensable

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No sup im o s la causa porque una tía nos corrió de ah í y nos llevó a la cocina para darnos de cenar frijoles y tortillas con salsa. C uando acab am o s, tu vim o s que esperar un descuid o de la tía para irnos al patio, ju sto cuand o la gente co m en zó a salir de su reunión. Se veían preocupados. Todos m archaron en form a silenciosa a sus respectivos hogares. Al entrar a la estancia que sirvió co m o lugar de reunión, me sorprendió ver a mi prim o Aurelio en la parte central, do nde parecía ser el sitio de los acusados. Estaba sentado, con la m irada baja. Se notaba que había llorado. Aurelio se paró, dijo "buenas noches" al ab uelo y salió hacia su casa sin hacernos caso. Al otro día no fue necesario que nuestros tíos o tías nos contaran lo que pasó. Todo m undo que e n co n tráb am o s en el cam ino , rum bo a la tienda y el m olino, decían con p reo cup ación que las brujas an daban ahora sí volando sobre el pueblo. Decían: -C ie rto s m uch ach itos pendejos (y al decir esto sin m en o r disim ulo nos volteab an a m irar con ind ignació n) lanzaron co heto nes a las brujas. Y ahora ellas andan rondando el p u e b lo ... El m iedo levem en te se asom ó a nuestras vidas. Pero duró poco. En ese e nto n ces yo estaba tratand o de entrar a la Normal de m aestros y para m í las brujas no eran sino unas señoras viejitas que co no cían de hierbas o de en ca n ta m ie n to s para hacer que un hom bre am ara para siem pre a una mujer, o bien que podían enferm ar a alguien haciendo un m uñ eco con sus prendas. De m anera que cu alq u ie r problem a con las brujas creí que podía so lucionarse con dinero. Pero de las brujas que chu p ab an a los niños, que volaban cual si fueran aves de rapiña parecidos a los guajolotes y que hacían pactos con el dem onio, a esas brujas sólo las conocía en los cuen to s y en las historietas. Eran sim p lem en te parte de los mitos de nuestros pueblos, y por sup uesto era im p en sab le que aquellas inofensivas bolas de luz que tran q u ilam en te volaban en una de las tantas lom as del altiplano tlaxcalteca fueran las tan tem id as brujas.

El abuelo Leobardo El abuelo Leobardo era un hom bre recio, alto, y con una seriedad pasm osa y una capacid ad innata para ap rend er cu alq u ie r cosa y arreglar desperfectos. Trabajaba la tierra, pero tam b ién era m úsico y tocaba el violín en la orquesta de San Jeró nim o . El pueblo tenía un solo pozo de agua, y éste había sido cavado por varios hom bres en el patio de su casa. El ab uelo sabía leer, algo m uy raro en ese pueblito por aquellos lejanos años de 1940, y no so lam en te entendía los pentagram as de m úsica, sino que decían que algunas can cio n es que cantaba el can to r de la iglesia las había co m p u e sto el abuelo. M ucha

gente

decía

que

el

abuelo

entendía

a

los

anim ales,

prin cip alm en te a los perros y a los caballos. A lgu ien lo había visto m ás de una ve z platicando con un perro, y según se afi rm aba, el perro parecía enten d er porque casi siem pre le miraba a los ojos. Por eso y por m uchas cosas más, el abuelo Leobardo era el orgullo y el am o r de toda nuestra gran fam ilia y quizás de nuestro pueblo.

L a vitla impensable

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La crisis Con el correr de los días la situación en Coam ilpa se agravó. M uy pronto casi todos los habitantes del pueblo se fueron a vivir apretujados a la casa del abuelo. Todos tenían m iedo. Las m ujeres im p lem entaro n un rosario que por días y noches se recitaba. Yo ya no salía de la casa. Mi papá seg uram ente ignoraba todo y seguía trab ajand o en M éxico co m o si nada ocurriera con nosotros. Nadie conocía el teléfono. A duras penas co ntáb am o s con un radio y sólo se podían escu char co m edias o can cion es, m ientras el terror nos paralizaba a todas horas. En la segunda noche que pasam os con la gente acostada o sentada por todos los lugares y rincones, en cierto m o m en to se aceleraron los rezos, y varias m ujeres rom pieron a llorar. Mi mala suerte quiso que volteara hacia la ventana, desde donde una señora señalaba con voz estentórea y llorando histérica: dos m ujeres de asp ecto feroz y de vidriosos ojos, dib ujab an una horripilante sonrisa paradas en el árbol de ag uacate que estaba en el patio interior de la casa de mi abuelo. Desde ah í parecían acecharnos. Las brujas o lo que fuera, venían a eso de las siete de la noche, y a las o cho de la m añana, cuand o todavía hacía m uch o frío, levantaban el vuelo y se iban co m o quien se dirige al Iztaccíhuatl para regresar tan pronto volviera a oscurecer. En eso días aciagos m e co n ve rtí en la som bra del abuelo. A todos lados iba con él, hasta en el baño lo esperaba a que saliera. Varias veces él tenía que echarm e de su lado porque decía: "ni siquiera m e dejas pensar" Todos los días no faltaba m ujer u hom bre que le im plorara al abuelo que hiciera algo, que hablara con las brujas. Él solo escu chab a y no contestaba nada. Al correr los días la desesp eració n iba en aum ento , de m anera que un día encararon a mi ab uelo y en tono acalorado le exigieron que hablara con las brujas, ya que la m ayor parte de los que las habían o fendido eran sus nietos. Le dijeron que era su obligación so lu cio n ar el problem a y que éste no pasara a m ayores, porque había bebés, y recién nacidos que despertarían el voraz apetito de aquellos seres. El abuelo solo callaba. A partir de esa noche v iv í una pesadilla terrible. Estando en cam a era un m artirio m ientras no lograra do rm irm e. Sudaba y tem b lab a a más no poder, porque me tapaba cu alq u ie r trapo o cobija que estuviera a mi alcan ce y adem ás me acorrucaba hasta perder mi cuerp o entre el de mis primos. Una vez tu ve un sueñ o atroz: vi claram ente que un coyote salía de la casa y corría a gran velo cid ad por el cam ino . Bajaba pend ientes, subía colinas, hasta que por fin llegaba al lugar en d o n de estaban las bolas de luz. El coyote se sentó. Y después ya no era un coyote, sino era el abuelo, que yacía hincado. Len tam ente las bolas de luz se apagaron y en su lugar fueron apareciendo m ujeres de diferentes edades, co m p lexio nes y todas con el pelo largo, con un lazo burdo atado a sus cinturas. Todas rodeaban al abuelo que seguía de rodillas y con la vista hacia el piso. -¡M atém o slo ya! - gritaba una de ellas. -¡E s un traidor! -d e c ía otra. Todas echab an esp um a por la boca y m iraban con odio al hom bre que no podía verlas a la cara. Era m onstruoso m irar có m o ciertas partes del cuerpo de las brujas, sin que pudieran evitarlo, sin que se dieran cuenta, se convertían

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en partes de anim al tan solo por la furia que sentían. En cierto m om ento, la bruja que parecía ser el jefe, to m ó de los cabellos al abuelo y le dijo: -N o eres más que un cobarde, Le o b a rd o ...

Ni cuand o estés m uerto

sabrás valorar el don que pusim os en ti. D espués, vo lvién d o se hacia sus co m p añeras, ordenó: -¡ M átenlo! Una bruja histérica dio un terrible alarido que viajó hasta no sé qué confi nes del m undo, al tiem p o que el círculo de brujas se precipitó sobre el abuelo y al m ism o tiem p o de m ujeres se transform aban en diferentes anim ales o bestias. -¡N oooo! -G rité e n lo q u ecid o de dolor, al ver que ya lo estaban atacando. -D e je n a mi abuelo. -le s ordené. Nunca he tenido un sueño tan pasm o sam ente real. Las brujas voltearon sorprendidas a m irarm e. Mi abuelo tam b ién había alzado la vista del suelo y me miraba con gran asom bro dibujado en el rostro, en ese querido rostro que ya estaba bañado en sangre. C o m en cé a correr con furia hacia las brujas y ellas hacia mí. La certeza de saberm e en un sueño m e había co nvertid o m o m e n tán ea m en te en un m u ch ach o valien te y osado. Es todo lo que recuerdo de ese sueño. Nunca supe por qué esa noche desperté a orillas de la barranca, justo en las afueras del pueblo. Las huellas de que un cuerp o había sido arrastrado estaban aún dibujadas

en la tierra. De

hecho esa m arca había servido para que mi fam ilia y vecin o s me localizaran por la m añana. Esa m ism a noche había m uerto nuestro querido abuelo Leobardo. Yo no fui a su entierro ni estuve presente en su velorio. Según m e dijeron, tuve varios ataques ep ilép tico s durante las dos sem anas que duró el duelo, y ahora teng o m edio cuerp o sem i paralizado, lo que m e im pide hablar bien. Pasaron las sem anas y todo se tranquilizó. Me herm ano nació sano y robusto. Me lo han puesto algunas veces en los brazos. De las brujas ya nadie sabe nada. Incluso en los m eses de o ctub re y noviem b re ya no danzan en su colina. Un año d espués que m urió el abuelo, se reunieron todos los herm anos en la casa paterna. No dejaron entrar a ningún sobrino, esposa, o alguien que no fueran los hijos de mi abuelo. Sólo a m í m e dejaron p e rm anecer con ellos, dada mi situación de invalidez. Mi abuela estaba sentada en la cabecera de la m esa, rodeada por sus hijos. C o m en zó a decir: -S u padre nunca m e dijo nada sobre las tierras, la casa y los anim ales. Yo sólo les pido que se repartan en paz las cosas. -S u sp iró . Tom ó aliento. -S ie m p re creí que su nieto Aurelio debería recibir las cosas personales de Leobardo. Su m úsica, su violín, su cuadern o de an o tacio nes y sus m uchas fi guritas y libros raros que guardaba siem pre bajo llave en un baúl.

Pero

ú ltim am en te lo he soñado tanto y en esos sueños me pide que te deje sus cosas a ti. -D ijo mi abuela, m irándom e. -S í, pobrecito. -D ije ro n tíos y tías, to cán d o m e con co nsideració n en los hom bros. -E sta m o s de acuerdo en que se q ued e con el baúl de nuestro padre.

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Ojos verdes Diana Maldonado 1 Fue en un día de esos -tan cualquiera como la vida y en los que Catalina aprovechaba para escaparse de la escuela para vagar por las calles del centro de la Ciudad de M éxico- que conoció a Eduardo Cazares. Catalina tenía 17 años, una pasión por la vida que no se saciaba, pero también una tim idez grande como para demostrarlo. Cargaba un brillo en esos ojos grandes color marrón que hacía que todo le llamara la atención. Todo el tiempo se levantaba con el sol quemándole los ojos, se vestía y preparaba su mochila, besaba a su mamá con un "te quiero, te veo en la tarde”, y salía al frío de las calles para irse a la escuela. Nada más que a veces se desviaba y se alejaba lo más que podía de esa cárcel que no la dejaba pensar en otra cosa que en las horas que faltaban para acabar el día. Ese día pasó lo mismo. Y sus pasos la guiaron a su refugio de palacios y secretos. Caminó calle por calle, descubrió cada rincón como un tesoro y dejó su mente correr loca como caballo. Catalina era de cabellos largos y piel color arena. Tan blanca y tersa que parecía de porcelana. Pero todo mundo lo notaba menos ella. Eduardo Cazares fue todo lo contrario en los ochenta años que vivió. Un bohemio fiel a la vida pero no tanto al amor. Así se lo indicó la estrella en la que nació. Recorrió todo México desde que anduvo en pañales y siempre de la mano de su hermano Javier, con un espíritu igual de salvaje que el suyo, y de sus padres, con el amor pegado en los ojos. Javier era solo cuatro años más grande que Eduardo, pero desde que éste aprendió a caminar y a tomar partido por las personas, se volvieron inseparables: hablaban, vivían, veían y pensaban sincronizados como el latido de un corazón. Se guiaron siempre por el gusto de vivir sin preocupación, tanto que, cuando Eduardo cum plió 19 y Javier 23, terminaron en la Ciudad de México, en una de las calles más transitadas. Sin más compañía que dos bancos de madera, un chelo en las manos de Javier y un violín en las de Eduardo. Los dos tocando con el corazón y por el amor a la libertad. La gente se reunía, atraídos por esos dos m uchachos de pelo cobrizo. Eduardo encantaba a las personas - y sobre todo a las m ujeres- con su sonrisa de labios fi nos, sus ojos verde mar y sus manos de dedos largos y firmes, haciendo de cada melodía que tocaba una caricia de mujer. Mientras que Javier, igual de hermoso, dejaba todas sus penas con cada toque de chelo. Su cabello rubio y su mirada inocente hacían suspirar a todas las mujeres de buen corazón, mientras que sus brazos -fuertes y decididos a resguardar en ellos a una m ujerhacían temblar a las que no eran tan buenas. Así los encontró Catalina ese día: más guapos que nunca y con el talento desbordado a través de sus manos. La gente reunida alrededor suyo, lanzaba m onedas al estuche abierto de los músicos y reían con cada ocurrencia de los hermanos. Catalina se acercó al grupo que aplaudía siempre que la canción acababa, y como un imán se quedó viendo las manos de Eduardo tocando el violín. Le gustaron. Y, sin saber por qué, se le hicieron como un refugio para el corazón. No se fijó en nada que no fueran esos ojos cerrados que 1 Diana Itzel Martinez Maldonado estudia Ciencias de la Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México; es difusora y bloggera cultural enfocada a la literatura y la historia.

después descubrió del color que eran. Eduardo no se fijaba en nada especial hasta que miró a Catalina. Siguió tocando su violín al son de un vals que una pareja de viejos le habían pedido, pero con el rabillo

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del ojo la vio moverse nerviosa de un pie a otro, miraba sus propias manos, pero lo miró más a él. En uno de esos ratos atrapó su atención y sus ojos color chocolate; la hizo enrojecer. Eduardo sonrío y torció los labios. Le gustó esa niña que se agarraba el cabello nerviosa, le gustó su piel que sonrojada se veía aún más blanca, le gustaron sus ojos, le gustaron sus orejas y se imaginó jugueteando con ellas. No se aguantó más las ganas de saber quién era esa que tanto lo veía. Igual que las demás mujeres pero al mismo tiempo diferente y consiguió que su hermano dejara de poner tanta atención al público y se fijara en él. — Arréglatelas un rato sin m í — le pidió Eduardo con la mirada. Javier sonrió: conocía bien esa mirada en los ojos brillantes de su hermano. — Te vas a quemar de tanto andar jugando con fuego — le contestó Javier entre risas, sin importarle la gente. — Sí, pero mientras cúbrem e — contestó Eduardo, y dejó su violín a un lado al pararse del banco. Catalina sintió esa mirada curiosa y abrasadora como el fuego mismo, pero sin saber por qué, como una niña asustada, corrió en cuanto vio cómo el m uchacho de ojos verdes se levantó de su banquillo y caminó en su dirección. Corrieron como dos niños jugando a las escondidas. Catalina se escurrió por las calles y trató de esconderse, pero Eduardo le siguió el paso sin dejar de reírse. Para cuando ella ya se había cansado, había logrado dejar atrás el gentío que escuchaba a los músicos y se refugió en los jardines de Bellas Artes. Se sentó en un rincón en donde nadie más se había sentado aún, y respiró todo el aire que había perdido por escapar no sabía ni de qué. Cuando se le pasó el susto, Eduardo se apareció de repente. No gritó del espanto ni se echó a correr, nada más lo miró largo rato, hipnotizada, desde su rincón. — ¿Por qué corrías? — preguntó Eduardo al tiempo que se acomodaba el cabello que le caía sobre la frente. — Porque me miraste — fue todo lo que pudo contestar. Eduardo se sentó a su lado. Sin dejar de sonreír — ¿Cómo te llamas? — le preguntó de repente — Catalina — contestó ella con las mejillas encendidas. El simple hecho de tenerlo cerca la ponía nerviosa. — Qué bonito — le dijo al tomar un mechón de su cabello -tengo un hermano... ¿quieres oírnos tocar? No supo ni por qué, pero Catalina dijo que sí, y lo siguió de nuevo derecho hacia la multitud. Se dejó embriagar por el sonido de la música y la magia que salía de él. Volvió al otro día, y después al otro, y al otro. Un día encontraba a los hermanos en la plaza, otro en el Zócalo; algunas veces estaban afuera de los restaurantes más caros de la zona, y otras tantas afuera del Metro. El lugar cambiaba pero la emoción de verlo tocar el violín, que ya tanto le conocía, seguía siendo la misma o más grande. — Te p a s a s . Nada más mira cómo te ve... está peor que una quinceañera — le dijo Javier una de las tantas veces en las que como de costumbre Catalina había ido a verlos. Pero el que resultó peor que quinceañera fue Eduardo. En cuanto su mirada atrevida se cruzaba con los ojos inocentes de Catalina, dejaba su violín, junto con el dinero que habían conseguido y se alejaba con ella a contarse secretos que ni ellos sabían que tenían. Conoció a Catalina más de lo que se llegó a conocer él mismo en toda su vida. Y se enamoró de ella como nunca lo hizo de ninguna otra mujer. Le enamoraba lo frágil de su mirada, el arrobo que sentía siempre que lo miraba a la cara. — Escucha esto— le dijo Eduardo en una tarde. Cerró los ojos y toco una melodía que Catalina sintió como si cada nota fuera un poco de paz que se le metía hasta las entrañas. — ¿A qué te suena? — le pregunto cuando acabó — A ti — le contestó Catalina.

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Calabazas para dulce Javier Pazarán Méndez 1 Es martes y viajo en pesero hacia Chapingo, voy dormitando pero voy pensando las cosas que tengo p e n d ie n te s . m m m m , una de ellas es hacer un escrito para leerlo en la tertulia del viernes, ni duermo ni pienso, por lo que abro de vez en vez los ojos por unos segundos. Otro pasajero grita: "bajo en p ie d ra s'.. Abro los ojos y de repente veo unas formas medio conocidas, una es verde oscura y la otra pinta. M m m m . ¿eran calabazas? Vuelvo la cara buscando y despabilándome, el tono rojo de la camioneta se nota entre las ventanas de las dos peseras, ese color resalta el color verde, y sí, efectivamente son calabazas, de esas grandes, ovaladas con las que se hace dulce en n o v ie m b re . su sabor se presenta en mi boca y a mi mente llega los gratos recuerdos de mi padre y de mi madre cocinando. M m m . pero una molestia también es recordada, m m m . ¿qué será? y aparece la forma de las ollas de barro que ellos utilizaban. Recuerdo a mi padre, todo un toro en fuerza y carácter, cam biando su expresión cuando se dedicaba a preparar las cosas para cocinar el dulce de calabaza, mi madre ayudándole en ocasiones o sirviéndonos el postre de calabaza. De nuevo aparece el sabor y la textura en mi boca. Mmm, qué rico le quedaba. Ah, pero ese recuerdo molesto de las o l la s . grrrr ¿Por? es que son muy molestas, todo un gorro, bueno, en mi vida. Cómo no las voy a odiar. En esos tiempos me tocaba limpiar la terraza o el cuarto de trebejos que teníamos en la azotea, y era ahí donde se guardaban estas ollotas. Caray, casi un metro de diámetro, bueno, exagero. Pero casi cabía yo en ellas. No podía agarrarlas bien, eran como enormes tortugas, llenas de polvo y siempre tenía que barrer debajo de ellas, por lo que debía quitarlas y ahí empezaba el relajo. O estaban llenas de arañas o, que era lo peor, era la guarida de algún roedor. Aaagggg, jaja, y empezaba el aquelarre, jaja, huir de ellos o a perseguirlos, jaja, pero no era todo. M m m . en una ocasión me tocó una ya sentida, apenas intentaba levantarla y ¡zaz!, se partió a la mitad. Ups ¿y ahora? Pues sí, regañada segura: "¡era la más grande y la preferida o adecuada para el mole o el dulce de calabaza!' Pero si ya estaba resentida, mira ya se ve antigua la rajada. "No importa, así servía, te tocará reponerla” y pues sí, a poner por lo menos la mitad. En otra ocasión me sentí torero, me quedé con la oreja, lo bueno es que era más chica. Ah, pero ésta si o me toca, yo la cuelgo de la otra oreja, jajaja. ¿Odiarlas? Cómo no, si ocupaban toda la estufa, y mi padre cada tarde nos

1 Ingeniero en electrónica. Imparte talleres de cartonería y alebrijes, hace bicimáquinas y restaura bicicletas, entre otras cosas.

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encargaba hacerle su café y la condenada olla estorbando. Ni moverla podía y no cabían los pocillos. Teníamos que limpiar la cocina y la ollota ahí, pues la permanencia de la condenada olla era de por lo menos una semana en la estufa y toda ahumada, m anchando todo. Ah, pero no todo era feo, lo de adentro valía la pena. Recuerdo que en las tarde me paraba de puntitas para meter mano y sacar unas pepitas o un tejocote. Mmm, riquísimos, y a chuparse los dedos. "Niños ya les dije que no sean cochinos, usen un plato y la cuchara" ¿Plato? ¿Pa'que si sólo queríamos una pepita o tejocote? "Ya que vas a la cocina, ¿me pasas un tejocote o una caña?" decían mis hermanos, "si no, le diré a mamá que metiste la mano" Claro, ya para eso si ocupábam os la cuchara, pero no el plato, jajaja. Ahí los tres nos hacíamos cómplices ¡qué tiempos aquellos! Lo que sí, a com er dulce toda la semana y más, ya después de 4 o 5 días aborrecíamos la calabaza. Pero nada más se acercaba noviembre y cuidado, íbamos al pueblo de mi papá o a la central de abastos y nada más veíamos los puestos de calabaza y mi padre mirándolas, sabíamos que vendría la frase: "a ver quién baja la cazuela", y a pujar por la ollota. A mi padre también le gustaba m ucho cocinarla, más por su viejita linda. A ella le fascinaba, pero cuando ella se fue, él dejo de cocinarla por unos años. Los recuerdos a veces son duros. Ya unos años después empezó a hacerlo, me encantaba ver como servía casi la mitad en una ollita y se la bajaba a mi hermano, seguía compartiéndonos esa sensación dulce de nuestra infancia. Tanto tiempo que mi padre la preparó y nunca me preocupé por aprender, aunque le ayudábamos un poco, no tengo ni pizca de su receta. Mi padre ya alcanzó a mi madre. Mis hermanos en sus casas, yo acá en el camino. Ya no hay nadie en casa ahora, sólo las ollas siguen ahí, en la pared de la cocina. Ya son más chicas, sólo 50 centímetros de diámetro. Mi esposa me ha dicho en ocasiones: "¿cuándo quitaremos esas ollotas de ahí? no las usamos." Volteo y las veo: "ahí están bien, no estorban". Y pienso en mis adentros: "además están llenas de dulce, de historia y de amor familiar" ¿Se puede odiar eso? Las ollotas seguirán ahí por más tiempo, tenlo por seguro.


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Leonardo M aría José Tiscareño Ruelas1

Cuando tenía catorce años de edad me enamoré de Leonardo. Él siempre fue un sueño inalcanzable para mí, pues otras niñas lo seguían y éste no les hacía el feo. Los dos íbamos en el mismo salón, lo que era aún peor para mí, tenerlo tan cerca y a la vez tan lejos, verlo a diario sentado en su butaca haciendo no sé qué cosa en su libreta; era un com pleto martirio. Aunque confieso que me fascinaba observarlo cuando estaba distraído. Yo me enamoré de Leo por su manera de ser, contaba con un gran sentido del humor y por añadidura tenía unos ojazos cafés que resplandecían con el sol, unas pestañas preciosas, bien chinas y estilizadas que me hacían erizar todo el cuerpo: sus labios, su nariz, su complexión delgada, todo com pleto era perfecto. Sim plem ente lo amaba con locura y me mataba verlo con alguien más. Tenía unas ganas enormes de gritarle lo que había guardado en mi pecho por m ucho tiempo, de gritarle mi amor en secreto, pero me contuve, tal vez por vergüenza o por tem or al rechazo, en fin. Fue hasta que pasamos a tercer grado de secundaria cuando em pezam os a llevarnos. Nunca olvidaré el primer día que hablamos. Recuerdo perfectam ente la escena com o si hubiera sido ayer. Si mi memoria no falla fue un día viernes, el profesor de Educación física ordenó que todos saliéramos a la cancha. Ya lo iba a hacer cuando me percaté de que la libreta de Leo, en la que siempre escribía estaba encima de su butaca, esa era la oportunidad para descubrir qué contenía, así que esperé a que todos salieran. Cuando estuve com pletam ente sola me apresuré hacia su lugar. Toqué la libreta con las yem as de mis dedos, mi corazón latía a mil por hora y bom beaba descargas eléctricas, por fi n me decidí y abrí la libreta, ¡Vaya sorpresa que me llevé! Nunca creí que dibujara vestidos de novias y quinceañeras. Mi primera reacción fue de desconcierto, pero luego se pintó en mi rostro una media sonrisa sarcástica. En ese m om ento escuché que alguien se aclaró la garganta. Alcé mi vista y ahí estaba Leonardo, recargado en la puerta del salón. Mi cara se hizo de mil colores como una rocaleta. -Di- disculpa -tartam udeé. -¿Te gustaron? -d ijo sonriendo.

1Estudia la Preparatoria agrícola en la UACh.

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Volteé a ver los vestidos que parecían crema batida y dije: -Sí, son hermosos. -¡H m m ! Gracias, es un don -rió. La conversación había adoptado un aspecto burlesco. Así que pensé qué decirle y proseguí: -Tú serás mi diseñador de bodas- le guiñé un ojo. Y mi esposo -pensé. -Lo que usted ordene -rió él. Para haber sido la primera vez que hablábamos creo que estuvo bien, suspiré y luego salimos los dos juntos a la cancha con los demás. Desde aquel día nos hicimos m uy unidos y al estar cerca de él me fui enamorando cada vez un poco más. Com partíam os tanto tiempo juntos que la gente empezó a creer que entre nosotros había algo más que una sola amistad. Así pasó el tiempo, los contactos físicos y las miradas se hacían más frecuentes. Com enzaba a pensar que finalm ente sentía algo por mí pero no quería hacerm e ilusiones. El fin del ciclo escolar se acercaba y mi única preocupación era qué pasaría entre Leo y yo. Durante las últimas tardes nos estuvimos viendo, pues teníamos que asistir a los ensayos para la clausura. El día que em pezam os a ensayar el vals la maestra formó parejas. Por una vez en la vida los astros se pusieron a mi favor y por obra de ellos la maestra asignó a Leo como mi pareja de baile. Ese era un pretexto para tenerlo cerca y platicar más tiempo. Un día mi curiosidad llegó m uy lejos y no pude contenerm e, le pregunté si le gustaba alguna chica, Leo me miró y se puso rojito como un jitom ate y lleno de vergüenza me contestó que sí, pero que no me diría quién era, yo le insistí m ucho para que me dijera, entonces Leo me susurró al oído: -Te prometo que mañana responderé tu pregunta. Toda esa noche no pude dormir, pues mi cabeza pensaba miles de cosas, pero traté de tranquilizarme. Al día siguiente lo vi en los ensayos, ninguno de los dos habló, estuvim os mudos. Cuando íbamos rumbo a mi casa él me dijo que si estaba lista para escuchar la tan esperada respuesta, a lo que yo asentí con la cabeza. Las ansias me consumían. Podría haberme esperado cualquier otra repuesta menos la que había salido de sus labios: -La chica que a m í me gusta va a lado mío ahora m ismo y ha bailado conm igo todas estas tardes, he podido conocerla y he caminado a su lado y eso es realmente maravilloso. Me detuve y lo miré. En mis ojos se refl ejaba esa chispa de emoción extasiada. No lo podía creer, no podía creer lo que Leo había dicho y antes de que yo pudiera articular palabra se acercó a mí y me besó tan tierna y ardientem ente que por un instante sentí cómo se detuvo el tiempo: Todo me daba vueltas, en mi estómago miles de mariposas revoloteaban, felizmente alborotadas y desde aquel día, cada vez que lo veo, la misma sensación regresa a mí y su recuerdo sigue alterándome.

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(Novela por entregas)

Flor de Tuna Raúl Orrantia Bustos1

Para R olando Rosas Galicia, M oisés Z urita Zafra y Ariel Sánchez H ernández

Capítulo 7 Arturo me ama, de eso no tengo duda. Quisiera olvidar, dejar atrás lo que descubrí de él, pero no puedo. Simplemente no puedo. Y sin embargo, de tanto repetírmela y repensarla, empieza a causarme menos náusea la única explicación que me dio la noche en que lo descubrí frente al monitor: “Cuando miraba esas páginas, Rebeca, en mi mente sólo estábamos tú y yo.” Contrario a lo que creí en un primer momento, aquella no había sido una excusa irreflexiva. Arturo es una persona amable y mesurada, pero también demasiado tímida. Nunca ha contradicho ninguna de mis decisiones. La primera y la última palabra las tengo siempre yo. Como marido, hasta antes de nuestro problema, tal vez lo habría calificado de intachable; ¿ahora debería tacharlo de pervertido? Obtuve una posible respuesta del mismo medio del que Arturo obtenía sus imágenes obscenas: el internet. A la par que descubría que yo no era la única esposa en el mundo con este problema marital, me enteraba también que había varios tipos de consumidores de pornografía. Iba desde el dependiente al visitante esporádico, del experto al curioso. Además, tras mis frecuentes visitas a los foros de opinión en internet, llegué a la firme sospecha de que alrededor del mundo, en la vida pública, las relaciones conyugales obedecen a diferentes reglas y tradiciones y por ello mismo se diferencian de una sociedad a otra, pero que, en lo íntimo, los matrimonios no se distancian notablemente: a la mayoría de los hombres les gustaría estar con sus parejas a cualquier hora y en cualquier lugar. En esto sí que no encontré divergencias remarcables entre todos los comentarios que leí: no hay marido sin fantasías, sin deseos. Algunos, por supuesto,

1 Estudió Letras Italianas en la u n a m y actualmente realiza estudios de posgrado en Europa.

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intentan realizarlos; otros, los acallan. Arturo era uno de estos últimos. M i situación se parecía mucho a la de una mujer española: “De qué me puedo quejar, tías, que nosotras algunas veces tenemos algo que ver; que en ocasiones andamos por ahí en la vida exaltando las virtudes y los recatos que nos vienen de nuestras madres y abuelas, y ahora que estoy en su lugar, dudo mucho sinceramente que nada de lo que nos decían era cierto, que sus puñados de hijos les habrán valido al menos un gusto, ¿no os parece? No digo tampoco que gozaran de las mismas libertades e igualdades que una mujer de nuestros días, pero, vamos, que en mi caso me había creído la gilipollada esa de los príncipes azules que sólo dan besosy te abrazan por las noches con mucho respeto y cariño antes de dormir. Llamadme tonta si queréis, que ya me lo he dicho yo misma bastantes veces. La cosa está en que ni mi marido ni yo éramosfelices. Haberlo pillado frente a l ordenador, mirando las cosas que vuestros maridos también miran, nos llevó, claro, primero a la riña y a las amenazas de abandono, pero hablando se entiende la gente... y eso era lo que le faltaba a mi matrimonio: comunicación, mucha comunicación. Y buen sexo (o llamadle amor o como queráis); lo que es de mí, yo ya no me trago las moralejas de la abuela. En mi hogarfaltaba la chispa del deseo; o mejor dicho, el deseo estaba pero jam ás la realización. E l no se atrevía y yo mucho menos: el uno ignoraba los pensamientos y apetitos del otro. Nos carcomía por dentro el qué dirá, el qué pensará de mí mi pareja si yo... ¿me entendéis? M irad que no estoy ni culpando ni mucho menos absolviendo a mi marido: simplemente, tías, lo pasado lo hemos dejado ahí, en el pasado, y hoy puedo decir con alegría y satisfacción que disfrutamos cuanto queremos, cuando ambos queremos, y sin remordimiento alguno. . . ” Leer este comentario hizo que me cuestionara qué papel jugaba yo en todo esto. No en cuanto a sentirme culpable, porque ya he escrito en otra parte que ese sentimiento jamás lo experimenté, y porque aún pienso que lo que hacía Arturo no era de ninguna forma aceptable. Lo que en realidad estoy tratando de decir aquí es que, tras leer aquel comentario en internet, empecé a preguntarme a mí misma sicon la vida sexual que Arturo y yo llevábamos hasta entonces yo era feliz. Porque, evidentemente, Arturo no lo era.

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las g arlo pas

* apartado de lo s in éditos

Selección y palabras introductorias de

Eusebio Ruvalcaba

C u e n t o d e J a im e Ga r c í a R o d r í g u e z La muerte extrae la materia prima del arte de escribir. Cada escritor espera pacientemente el momento de confrontar la muerte. De que la muerte le dicte el camino de la conciencia. Hasta donde yo sé — que es bien poco— no hay escritor que eluda por siempre el momento de llamar a mujer tan elegante a la palestra. Que salga airoso, es cosa de talento. Y de suerte. Jaime García Rodríguez lo sabe.

Terapia intensiva Imbuido en su negligencia, crucé la zona de visita del hospital público y recogí el pase. Hacia el pabellón, el pasillo de los dormitorios me recibió con su habitual coro de lamentos. Ella nunca se quejó, y no es que fuera valiente, pero sí testaruda y orgullosa; necia como su madre y sus hermanos. Llegué. Ella dormía en la primera cama. La envidié; yo estaba sin dormir. Toqué la bolsa interior de mi chamarra y busqué sin éxito el psicotrópico en el que gasté mis últimos pesos. Había dos camas más, vacías. Días atrás me pidió con señas que le leyera. No lo hice. Estaba convencido de que la habían asignado con los desahuciados, así que para qué molestarse. Su amiga de toda la vida me saludó y me dio algunas indicaciones: que acababa de tomar sus alimentos, que si esto, que si lo otro, y se fue muy preocupada de que me quedara a cargo. Parecía profundamente dormida, pero abrió los ojos en cuanto su amiga desapareció. Me miró suplicante. Con señas indescifrables quién sabe que me pidió; yo bajé hasta la manivela de la vieja cama metálica y le di vueltas con mucha dificultad hasta que quedó medio acostada, o medio sentada, no sé, que se diera por atendida. Tomé asiento dispuesto a ignorarla y busqué mi psicotrópico con ansiedad. Con emisiones guturales insistía en decirme algo. Fingí interés y me puse de pie y coloqué mi oreja muy cerca de su rostro. Sólo le daría una oportunidad. Los sonidos salidos de su boca eran incomprensibles; la secuela de la última embolia la había hecho perder no sólo la mitad del movimiento del cuerpo, sino había convertido su voz en apenas un débil gargareo. Volví a mi asiento. Poco antes de perder el habla, me había confesado haber escupido al cielo reclamando a Dios por qué le había preparado “tan ojete destino”, que sí, que en el pasado una vecina le

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* Sombrío burdel de Veracruz.

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pidió ayuda desesperada, golpeando enloquecidamente a la puerta de su casa de soltera, pero por una rencilla vecinal no quiso abrirle. “Ahora que se joda”, pensaba ella, me decía. Ya cuando llegó su madre se enteraron: la vecina había muerto a unos cuantos pasos, acuchillada. ¿Era para tanto? ¿Tan cara era la cuenta?, me había preguntado. Yo me alcé de hombros, aunque por dentro me reía ante la anécdota; Dios sí que sabía hacer bromas. Qué bueno era ser ateo y estar fuera de ese karma. Se movía tratando de incorporarse, a veces era su cabeza, a veces su mano, a veces su pierna buena, como si no quisiera permanecer acostada. Le dije: “Cálmate, descansa, relájate, no hables, no te canses”. Movía su quijada, paralizada por la mitad, con muchas dificultades. Se llevó una mano hacia el rostro. Peló los ojos abominablemente. Su mano enclenque se movía hacia arriba, hacia abajo, rebasaba sus fuerzas, caía, y con voluntad increíble volvía a colocarla a la altura de su cabeza, de su frente, de sus sienes. Me miraba. Yo no iba a persignarla. Sus ojos: esferas de pánico. Reí sórdidamente cuando pensé gritar como lo hizo Miguel Inclán en aquella película de vecindad: ¡Cierra esos ojos! ¡Cierra esos ojos! Y los cerró. Su mano cayó sobre la almohada y un gesto triste cruzó su rostro pálido. Vi una lágrima transitar por su pómulo hasta que secó. Me congratulé de su sueño. Lo mejor era calmarse y dormir. Junté dos sillas para echarme. Antes, volví a buscar el psicotrópico entre mis ropas. Me eché. Recordé cómo, hablando la familia con ella, platicando anécdotas divertidas, de pronto su risa se tornaba en llanto, cuando antes de eso su risa contagiosa nos animaba a seguir. Así que convertido el gesto risueño en sollozos, hacía que se nos cayera la cara de vergüenza por no percibir a tiempo que su felicidad servía para disfrazar sus penas. Le decíamos que se desahogara, aunque en realidad la tomáramos por aguafiestas. La enfermera en turno entró y le tomó el pulso. Hora del medicamento y cambiar las sábanas. Las enfermeras siempre me han chocado. Con la presencia de ésta y la falta del psicotrópico me puse tenso. Imponente, implacable con su rostro de palo, me pidió que saliera. Salí y ella detrás de mí. Cerró la puerta y se perdió en el fondo del pasillo, sin prisa, sacudiéndose las manos en su uniforme impecable. Aproveché para ir al sanitario. No podía usar el de los pacientes, pero lo usé, y oriné fuera del retrete. Mis manos comenzaron a temblar, cuando sucedió un milagro: había una tira de Valium, probablemente caduca, en el bote de desperdicio. La tomé de entre el papel higiénico ungido de mierda humana y me sentí más tranquilo. La enfermera regresó con seis personas de blanco, jóvenes. Tal vez pasantes. La última de ellas arrastraba dos carritos con aparatos. Ocultándola, recargué la tira de Valium entre mis manos y el muro. Esperé. Salieron del pabellón y se repartieron en otras habitaciones, quedándose cerca de mí la enfermera y un médico -eso decía su gafete-. Él preguntó a ella quién era el familiar. Ella me señaló. El médico chasqueó la boca desilusionado, y me dijo: -¿Cuántos años tienes? -Dieciocho -dije sacando las manos detrás de mí, adoptando una posición firme, madura. El Valium quedó entre mi espalda y la pared. Tenía presente la descompostura de la gente ante malas noticias, así que pretendí que el médico me tomara por entendido, que yo comprendía. -¿H ay algún otro familiar en la sala? -preguntó. -N o -contesté. Hasta las seis alguien me relevaría. El médico volvió a chasquear la boca. Tomó aire e inició un discursillo informándome que a las cinco de la tarde se diagnosticó, después de aplicar un quién sabe qué... Me negué a escucharlo, hasta que anunció:

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LAS GARLOPAS Molino

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-L o siento, la paciente falleció de un paro cardiaco y respiratorio. ¿Puede morir alguien de dos ataques letales a la vez? Sorprendido por mi compostura, me dio indicaciones de lo que seguía. Cuando acabó, entré por el pase al pabellón. Ella yacía en la cama, ya sin expediente en el compartimiento para los documentos en la piesera, cubierta de pies a cabeza por una sábana que no quise levantar. Del buró tomé el pase de inmediato, mas salí tranquilo, no permitiría que pensaran que la muerte me afectaba. Yo era cabrón. Se dice que “hay que ser cabrón, no cabrón pendejo”. Yo era el segundo. Estaba muerta, ¿por qué seguía orgulloso con ella? El pasillo que conducía a la sala de espera se hizo más largo de lo habitual, las lumbreras en el techo se burlaban con sus destellos parpadeantes. Bajo esa luz, las gesticulaciones tétricas de la mujer en cama me invadieron mientras recorría el pasillo de lamentos con paso milimétrico. Quería que la persignara, que no la dejara ir con la conciencia sucia al haber expelido hacia el cielo. Y, sin desearlo, la memoria fue más atrás: ella en el baño, la boca en el grifo del lavabo, muerta de sed por las raciones raquíticas que se le permitían del líquido, apenas sostenida con su pierna que se pudría en ámpulas. Salí a la calle. Me habían dejado una tarjeta telefónica para llamar a casa por si algo se ofrecía. Llamé. Nadie contestó. Paré un taxi. Cuando estuve arriba, luego de comunicarle al chofer la dirección, le dije que al llegar alguien pagaría su servicio, y el masculló: “¡Uta madre!”. Y luego más alto: “¡Pues ya qué, ya estás arriba!”, hizo tronar la caja de cambios y aceleró su vocho desclochado. Me había acostumbrado a aventones, a taxis sin pagar, o a amedrentar al chofer si se enfurecía por el “ray” -mamá nunca saldría más al rescate con su monedero-, pero en ese momento sentí una vergüenza espantosa, ganas de bajar y salir corriendo a casa; con suerte, seguiría de filo hasta perder de vista el mundo y largarme a otro pinche planeta. Pensé en la tira de Valium que encontré -cayó de mis manos al retirarme del muro e introducirme al pabellón por el pase-, pero las ganas de doparme se habían disipado para siempre. Era cierto: ya qué, ya estaba arriba. Esperé -con el taxista mirándome con hastío por el retrovisor- llegar a casa y que alguien más, quien quiera que fuera, pagara la cuenta.


Gustavo A. Baca Vélez Artista plástico autodidacta, Nació en Cuernavaca, Morelos hace 45 años. Es ingeniero y recientemente se graduó como maestro en administración de negocios. Desde muy temprana edad su inclinación por el dibujo, el arte, y los juegos en los que se implicara el uso de las manos, la imaginación y la creatividad lo llamaban. Autodidacta, multidisciplinario en diferentes aspectos y en cuestión de arte, amante de la acuarela, del óleo, del pastel, del acrílico, de la escultura en cera y en arcilla, del diseño y del dibujo por supuesto, ha descubierto en cada una de estas disciplinas el potencial creativo y plástico de ellas. Inclusive descubriendo el café soluble y el papel como un medio más para plasmar ideas y sentimientos, y en la fotografía como el mecanismo ideal para congelar momentos que podrían convertirse en una pintura o una escultura. El cuerpo humano como su tema central, por su admiración a tan perfecta creación, es el centro de su propuesta que sin tener una definición inamovible, le permite componer y crear con base en las ideas y la imaginación propia, intercambiando medios, pero siempre en la búsqueda de la satisfacción de sus sentidos. Forzando tener tiempo para hacerse de técnicas y explorarlas, ha incursionado en el Taller de Cerámica Contemporánea de la maestra Concepción Hernández (2014) y en el Taller de Acuarela de la maestra Patricia Guzmán (2015), ambos talleres en la Ciudad de México. En el Taller de Dibujo del maestro Hugo Loaiza (2016) en el municipio de Texcoco. De 2013 a la fecha, ha participado en seis exposiciones y siempre está atento a nuevas invitaciones.

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Perdida Georgina Florencia López Ríos1

Después de recorrer los espléndidos campos del Valle de Loira y sus majestuosos castillos, al anochecer llegamos a una pequeña ciudad de Francia, cerca de París, para pernoctar y seguir al día siguiente el tour por Francia. En cada hotel hay que aprender: cómo llegar al cuarto asignado, cómo funciona la puerta, qué detalles tiene el baño, si el contacto de luz es el adecuado a nuestros aparatos, si hay servicio en el restaurante y muchos detalles más. Aun cuando llegamos tarde, después de instalarnos en cada lugar de pernocta, la mayoría de los viajeros salimos a hacer un pequeño recorrido, para llevarnos un poco del lugar en el alma. Como viajaba sola, me uní a un grupo de 15 portugueses, pensando en hacer un recorrido nocturno con ellos. Era muy agradable porque cuando les gustaba algo se ponían a sacar fotos y a echar un poco de relajo, yo medio les entendía, pero igual me reía de sus puntadas. Al llegar a una plazoleta me maravillé con una escultura que era idéntica al Ángel de la Independencia de la ciudad de México, así que me puse a sacarle fotos, pero al buscar visualmente a mis compañeros de viaje, resulta que ya no me fue posible encontrarlos, siguieron el recorrido sin mí. De todos modos yo estaba muy contenta porque la iluminación de los edificios era espléndida y las fotos que tomaba eran hermosas. Para no complicarme la existencia decidí volver al hotel. Sólo habíamos caminado varias calles en línea recta, luego tomamos una calle a la izquierda y otra a la derecha, así que el regreso estaba muy fácil. De alguna manera fallé en mi sentido de orientación y de repente ya no reconocí el camino de regreso. A cada persona que encontraba le preguntaba por el hotel donde me hospedaba y como no lo conocían les comentaba de los comercios cercanos y de una iglesia en particular. Me mandaban de una calle a otra y cada vez me sentía más alejada de mi objetivo. Quizás les parezca extraño, pero cuando hice este viaje los celulares con todas sus aplicaciones todavía no se usaban. Además, a los franceses les molestan los turistas que no les hablan en su idioma o que les quitan el tiempo, aunque no estén ocupados. De tanto caminar sin sentido, llegué al barrio de las prostitutas, pues claramente se veía que las vigilaban sus padrotes. Les hacía la plática a las chicas de la calle porque me sentía muy 1 M aestra en Ciencias. Profesora de tiempo completo en la árboles y Sistem ática de p lantas cultivadas. Perdida

U A C h.

E s autora de los libros Ecofisiología de


angustiada; pretendía que les entendía con la esperanza de que me dieran un indicio de cómo llegar a mi hotel, pero en realidad lo que buscaba era un poco de protección. En esta zona había varios antros y establecimientos con mesas en las aceras. Vi muchos jóvenes divirtiéndose y también otros con cara de maleantes. Me empecé a preocupar porque como no soy una viajera profesional, llevaba para los gastos dinero efectivo, no confiaba en las tarjetas de crédito. En el hotel nos dijeron que no contaban con cajas de seguridad y por eso llevaba todo mi dinerito en ese momento. Si por alguna razón se les ocurriera asaltarme, pues creo que les hubiera ido muy bien. A todo borracho que encontraba le preguntaba por el hotel y así seguí y seguí. Eran las dos de la mañana y seguía dando vueltas. De pronto tenía enfrente una pandilla de seis muchachos con indumentaria muy fuerte. Sentí que no había otra, probablemente se iban a dar cuenta de mi miedo y me iban a asaltar. De todos modos me hice la fuerte y les pregunté por el hotel y ¡oh sorpresa!, trataron de entenderme y darme valor para que siguiera buscando. Seguí caminando por una calle horrible que parecía estacionamiento de camiones de carga, era la parte trasera de un supermercado. Ya había perdido toda esperanza. En ese momento encontré el autobús en el que viajábamos, estaba estacionado en ese lugar, así que el hotel probablemente estaba cerca. Me puse a recorrer los alrededores y por fin reconocí una calle que me llevó directamente. Cuando entré al lobby me percaté de que la mayoría de los compañeros también recién estaban llegando. Resulta que me volví a perder. ¡Es el colmo...! Como teníamos un día libre en Estocolmo, busqué un mapa de la ciudad, me llevé la dirección del hotel, agarré mi bolsa y bajé al lobby del hotel con un poco de miedo. Desde las 9 de la mañana esperé a ver quién salía y todos estaban en la misma, como que salían y como que se regresaban. A las 11 am por fin salí del hotel con una pareja de colombianos. Tomamos el metro con mucha dificultad porque no aceptaban euros y no teníamos coronas

suecas. Sólo hasta que encontramos un 7eleven pudimos pagar los boletos pues unos turistas nos compartieron sus coronas suecas. Recorrimos de acuerdo a nuestra guía turística algunos sitios de interés. Conocimos muchas calles muy bonitas. Paseamos por las mismas islas y puentes como tres veces, siempre aparecían nuevas cosas que ver. Entramos en el edificio donde deciden el premio Nobel de literatura y también estuvimos en el hotel donde se hospedan los favorecidos. No sabíamos qué más hacer, así que subimos a un barco turístico para recorrer en forma las 14 islas del lugar. Por lo menos en esta ocasión nos recibieron los euros que llevábamos. A las 6 de la tarde decidimos regresar al hotel, para ello nos ubicábamos según el mapa de la ciudad; no obstante, caminábamos en redondo pues llegábamos al mismo lugar. Decidimos no seguir el mapa y preguntando nos mandaban bien lejos, lo malo es que era para el lado contrario y por tanto teníamos que regresar a dónde estábamos al principio. Preguntábamos y preguntábamos a los lugareños y nos despistaban más. No sabíamos si lo hacían a propósito o porque no entendían nuestro “espaninglis”. Nos decían que andábamos muy lejos y que teníamos que tomar el metro, pero no podíamos comprar boletos porque no aceptaban euros. Tampoco podíamos comprar souvenirs porque no nos recibían euros en ningún establecimiento. Yo llevaba unas mini tortitas y apenas sirvieron para calmarnos un poco el hambre. Creo que mis compañeros llevaban una fruta que también compartieron. A las 9 de la noche empezamos a entenderle al mapa y al encontrar una calle dizque conocida, volvimos a hacer el recorrido que habíamos hecho, pero para atrás. Hacía un poco de frío, pero estábamos felices. Perderse con amigos y echando relajo, de verdad que es muy placentero. Llegamos después de las 10 pm, pero como aquí anochece después de la 11 pm, no resultó ser un problema. Mis patitas quedaron fuera de combate, pero el ánimo hasta arriba. Para mí todos los días en que he estado de viaje han sido una aventura, como es la vida misma.

O Perdida


Anécdotas de un viaje a Cuba

Refugio Bautista Zane 1

Siendo de extracción obrera, jamás pasó por mi mente que un día me subiría a un avión para viajar al extranjero. Afortunadamente, mi destino no era morir operando telares de una fábrica textil. Era difícil trabajar y estudiar, pero el sacrificio valió la pena, al terminar y obtener la licenciatura en Historia, en la Facultad de Filosofía y Letras de la u n a m . En 1986 ingresé a la prestigiosa y noble Universidad Autónoma Chapingo, como profesor investigador de tiempo completo. Esta institución que alberga y protege por igual a trabajadores, profesores y estudiantes, me ofreció la oportunidad para realizarme como maestro de historia, pero también me permitió algunos viajes a países extranjeros para participar en foros y congresos con temática histórica. En esta ocasión, sólo referiré algunas anécdotas de nuestro primer viaje internacional, realizado a la hermana República de Cuba en 1993. En este año, el país caribeño pasaba por una fuerte crisis económica, generada por el fin de la ayuda económica que recibía de las entonces repúblicas socialistas de Europa Oriental y por el terrible bloqueo económico impuesto por los Estados Unidos. En el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, abordamos un viejo avión ruso de Cubana de Aviación que parecía matraca por el ruido que hacia al despegar, ocupando en el despegar, casi toda la pista. Ya en la ciudad de La Habana, nos alojamos en el Hotel Deauville, cercano al malecón de la ciudad. En la asignación de los cuartos que ya estaban reservados, surgió el primer incidente al ubicar a la “señorita Refugio Bautista”, con otra dama de la u n a m , que también participaría en el congreso. Al conocerme, la compañera protestó porque quería compartir la habitación con una congresista y no conmigo:

1 Profesor-investigador de tiempo completo de la Universidad Autónoma Chapingo.

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Anécdotas de un viaje a Cuba


—¡Ah No, yo con Refugio, no me quedo. Dijo. Al aclararse la situación, nos reasignaron las habitaciones, tocándome compartir el espacio con mi compañero, el profesor Benito Galván. En el hotel hicimos amistad con una empleada llamada Emilia, la cual nos invitó a su casa a comer “moros contra cristianos” (frijoles con arroz), la clásica comida popular cubana. Ella nos contó que ella era “fidelísima de corazón”, pero que su marido era un “gusano” que estaba contra la Revolución y que había emigrado a Miami, Florida. El hombre afrocubano con el que compartía vida, nos contó que era un veterano de la guerra en Angola (África). En la época de la invasión de Bahía de Cochinos, nos contó de bombas que cayeron en las calles de la Habana. Se esperaba la invasión norteamericana en cualquier momento y los cubanos estaban preparados para defender su “Revolución”. En la calle, circulaban coches, Chevrolet y Ford de los años 50 del siglo xx, aunque los taxis (de tecnología europea), sí eran de modelo reciente. En las pláticas con los conductores, había desde partidarios de la Revolución, hasta personas que se quejaban de las carencias de productos básicos como jabones y pasta de dientes. Uno de ellos se quejó de que la población de color crecía más que los blancos, lo cual los tenía preocupados. Los refrigeradores y las

estufas de gas de las casas también eran de modelo atrasado, al igual que los sanitarios. Esto se explica porque en los inicios de los años sesenta, comenzó el total bloqueo económico de Estados Unidos contra la isla. Los cubanos utilizaron su ingenio para fabricar refacciones y mantener en funcionamiento los aparatos de tecnología estadounidense. En ese tiempo y de manera oficial, la paridad del peso cubano era igual a la divisa estadounidense, pero en el mercado negro, el billete verde se cotizaba de 18 a 20 pesos por dólar. Nosotros no caímos en la ambición de cambiar dólares en el mercado negro. Recuerdo con claridad que un joven como de 20 años nos estuvo siguiendo por varias calles insistiendo que en que le cambiáramos dólares por moneda cubana. En un momento dado, nos dimos cuenta que varios policías lo detuvieron para llevarlo a la delegación. No supimos que fue de él, seguramente, fue multado o encarcelado por dedicarse a una actividad ilícita, porque en ese tiempo, la población tenía prohibido poseer la divisa americana. Tampoco podían entrar a los hoteles ni comprar en las tiendas destinadas exclusivamente a los extranjeros. En la Habana, oímos hablar de unos helados riquísimos, llamados Copelia. No quisimos regresar a México sin haber probado tan rico aperitivo. Llegamos a la tienda y ¡oh! Sorpresa, había tres filas que Anécdotas de un viaje a Cuba


abarcaban calles y calles de mujeres y hombres que esperaban su turno para saborear tan rico manjar. Nos íbamos a retirar, pero uno de los encargados nos vio cara de mexicanos y por lo tanto, portadores de la divisa americana. Esta persona nos atendió inmediatamente; nos dio una mesa y nos sirvió a todos los ricos y demandados helados. Sentimos que era injusto para los cubanos que tenían horas en las filas que nos atendieran por ser extranjeros y porque pagamos en dólares. Una desilusión, fueron las tortas que comimos en La Habana. En México, los torteros le ponen de todo, pero en Cuba, los panes sólo tenían una rebanada delgada de jamón. En La Habana, nos dimos cuenta que a pesar de los éxitos sociales de la Revolución, aún existía una prostitución disfrazada. Esto lo digo porque paseando por las calles de la Habana pasó un ciclista llevando en el portabulto una morena exuberante. Al pasar cerca de mí, gritó: —¡Ey, mexicano! ¡No quieres un pastelito! Y al mismo tiempo, señalaba a la chica que llevaba detrás. —¡Por ahorita no. Gracias! Le contesté. En una de las noches, algunos compañeros asistimos al centro nocturno conocido como “Tropicana”; era un lugar como jardín abierto, en el que se presentaba todas las noches un show de jóvenes mujeres que bailaron semidesnudas diversos ritmos cadenciosos sobre una tarima circular de madera, que subía con un gato hidráulico y bajaba al nivel del suelo cuando terminaba la pieza musical. Por cierto, recuerdo que unos rusos metieron una botella de vodka que escondieron debajo de la tarima, de tal forma que al bajar esta, rompió la botella llamando la atención de los meseros, ya que estaba prohibido ingresar con bebidas alcohólicas. Nosotros también metimos un Habana Club

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Anécdotas de un viaje a Cuba

7 años, pero corrimos con mejor suerte. Al terminar cada rola, las bailarinas se mezclaban con el público extranjero, bus­ cando hacer amistad, con el propósito de obtener algunos dólares. Yadira, una de ellas que así dijo llamarse, nos invitó a su casa, a comer los tradicionales moros vs cristianos. Ya en su hogar, nos dijo que su hijo no te­ nía zapatitos (zapaticos, decía ella). Todos le dimos algunos billetes estadounidenses. En una ocasión nuestras amigas de color, nos acompañaron en el vestíbulo del Hotel y re­ cuerdo que una de ellas bailó magistralmen­ te sin música. El baile y el sonido lo traen en las venas y la piel. Regresando a la casa de Emilia, la empleada del Deaubille, le comenté que al siguiente día iríamos en un tours a la famosa y hermosa playa de Varadero, en el mar Caribe. Para mi sorpresa, me dijo: — “Cuco. No vayas al Varadero, y vamos a donde tú quieras”. Me quedé pasmado, era una oferta tentadora, pero yo estaba casado y con todo el dolor de mi corazón, rechacé su oferta y me fui al Varadero pasando por Matanzas. A lo largo de la carretera, vimos muchos letreros con la frase: “Socialismo o muerte”. La guagua que nos transportó iba llenó de turistas de varias nacionalidades. Nos llamó la atención un norteamericano como de 60 años, que llevaba en las piernas a una jovencita cubana como de 16. La playa del Varadero es un verdadero paraíso terrenal, sus aguas bajas son tibias de un color verdoso-azulado. Las horas pasadas en este hermoso lugar, quedaron grabadas para siempre en mi memoria. Este balneario paradisiaco ha sido el más hermoso de todos los lugares en que he estado. O


Andanzas Igmar Rosas López 1

Esquiar es peligroso En enero tuve la oportunidad de ir a Kusatsu. El instituto donde estudio organizó una conferencia importante acerca de “Teoría de cuerdas”. Llegaron investigadores de la India, Korea del Sur, Taiwán, China, y por supuesto Japón, y algunos colados de México, Suecia y otros países. Estuvimos dos semanas en Kusatsu; las conferencias empezaban a las nueve de la mañana y a veces se prolongaban hasta las diez de la noche, así que los asistentes terminaban sumamente agotados. Pero no todo fue trabajo, también hubo algunos momentos para relajarse. Una de las actividades que pude realizar en el poco tiempo que estuve en Kosatsu fue esquiar. Kosatsu en invierno es bastante frío, todo se llena de nieve. Tuvimos una tarde libre, así que decidí esquiar. Total, me dije, qué tan difícil puede ser. Afortunadamente uno de los profesores del k e k se ofreció a ayudarme. Una vez alquilado el equipo (que no es nada barato) tomamos el autobús hacia el parque para esquiar. Después de algunas caídas pude dominar el método básico de esquí. Así que nos fuimos a la pendiente de mediana dificultad. También allí, después de terminar unas cuantas veces con la cabeza enterrada en la nieve, pude deslizarme sin ninguna dificultad. Y como dice la canción: “ Como veían que resistía, fueron a llamar a otro elefante”. El profesor que me acompañaba propuso que fuéramos a la pendiente más difícil. Y yo como buen mexicano dije: pos vamos. Claro que más tardé en decir “sí”, que en arrepentirme. Una pendiente como de 45 grados, la verdad es que se ve bastante aterradora. Por tanto me la pasé más tiempo

con la cabeza enterrada en la nieve, que esquiando. Ah, y en una de ésas creo que hasta me rompí una costilla, (que no me dejó de doler por un buen tiempo). En esas estaba y ya me empezaba a dar hipotermia de tanto pasármela en la nieve, además ya era tarde y oscurecía. Afortunadamente hay personal patrullando y me auxiliaron. Ni modo, con el orgullo herido y las costillas adoloridas me subí al carrito de las desgracias para que después me bajaran en una camioneta. Al final todo acabó bien, pero a la próxima me quedo en la pista para intermedio. Tokyo En este mes, como he tenido un poco más de tiempo (o mejor dicho, me he dado un poco más de tiempo), he estado yendo a Tokyo y algunos lugares por aquí cerca. En este mes por fin llegó la primavera y ya no hace tanto frío. Así que ya estoy sacando mis playeras del clóset. Hasta ahora creo que hemos llegado hasta los 18 grados y aumentando. Esta semana los cerezos (aquí les llaman sakura) comenzaron a florecer. Y ustedes dirán: y ¿eso qué? La cuestión es que eso vuelve locos a los japoneses. En sábados y domingos hordas de japoneses se aglomeran en los parques para hacer un día de campo bajo los árboles de cerezo. A esta situación, aquí le llaman “hanami”, que literalmente significa: “Ver flores”. Los lugares para hacer hanami son bastante peleados y hay gente que llega desde la madrugada a apartar su lugar, sobre todo en los parques más famosos de Tokyo. La verdad es que los cerezos son hermosos y creo que son un buen pretexto para tomarse unas cervezas con los cuates, ¿no creen? ^ ^

1 E s doctor en Física y profesor de tiempo completo en la Universidad Autónoma Chapingo. Andanzas



Oztotéotl, Dios de las Cuevas Alejandro Ordóñez1

Éramos tres amigos, sería nuestra segunda visita a Chalma, nos sumábamos a los miles de creyentes que van al santuario; caminaríamos con mochila al hombro entre tupidos bosques que desorientan a los peregrinos que remontan empinadas cuestas o descienden por sufridas barrancas con riesgo de extraviarse y de internarse por regiones solitarias, durmiendo a la intemperie en un ambiente húmedo y frío que se acentúa por las noches. Partimos sin guía no obstante los peligros que acechan en el recorrido. Terminaba el cuarto día, teníamos horas sin saber dónde estábamos; rodeados por altos riscos veíamos caer las sombras de la tarde. Habíamos sido advertidos de un peligro: el Cerro de las Brujas. Por ningún motivo debíamos pasar la noche ahí. A pesar de no haber viento los árboles agitaban sus ramas y una neblina azul nos seguía. Ignorábamos si las rocas que se alzaban hacia el horizonte formaban parte del malhadado cerro. Perdida la vereda caminábamos por aquellos páramos sin rumbo fijo y descansábamos al costado de una piedra cuyos contornos semejaban a un hombre sentado en el suelo, que parecía llorar, pues en sus ojos brillaban dos gotas de agua. Nadie se quejaba, pero estábamos frente a un problema que rebasaba nuestra experiencia de acampadores. Lo vimos, por sus huaraches, sombrero de palma y morral supimos que era campesino. Preguntó qué hacíamos ahí; tendríamos que irnos de inmediato. Dijimos que íbamos a Chalma a cumplir una manda y estábamos perdidos. Pidió que lo siguiéramos. Estaba oscuro cuando llegamos a su jacal. Terminada la cena el viejo, a la luz de las ascuas, comenzó su relato: Eran tiempos en que los demonios andaban sueltos. Caída Tenochtitlán los hombres barbados violaban a las mujeres y nos esclavizaban. Los tatas se levantaron en armas, Malinche enfurecido mandó a sus teules y a sus aliados para acabar con la rebelión, pero no conocían estos parajes. Así, se internaron en las montañas, azuzados por los tatas que se escondían de día y salían por las noches a soltar vara y flechas, para luego huir al Cerro de las Brujas que era adonde querían llevarlos. Un amanecer, cuando todo parecía tranquilo los enemigos creyeron que por fin tendrían reposo, pero llegaron los tatas con flechas

1 E s autor de siete novelas, de ellas, Cábulas fue publicada por Plaza y Valdés en 1987 y ha obtenido varios premios en cuento. Escribió guiones para “ Hora M arcada” y en su columna “ Taches y Tachones” ha publicado material diverso desde hace varios años en varios medios impresos y en la Web, como cuentos, crónicas, análisis políticos y artículos de opinión. Editorialista en dos program as de radio. Oztotéotl, D ios de las Cuevas


incendiarias. Los españoles veían puntos rojos como luciérnagas que brotaban de entre los árboles y en vuelo veloz llegaban a su campamento causando muerte y descon­ cierto entre ellos y sus bestias. La noche siguiente pusieron más velas y redoblaron sus esfuerzos. No lo sabían, pronto comprenderían. Estaban en el Cerro de las Brujas y al ver las chispas que éstas desprenden cuando vuelan creyeron que eran atacados así que ordenaron a la carga y se internaron entre las peñas. Al otro día reinaba la paz, no quedó un español, un tlaxcalteca, un caballo... Cuando Malinche sospechó que algo extraño había ocurrido envió espías quienes informaron que su ejército había desaparecido como si se lo hubiera tragado la tierra. No había muertos, heridos o prisioneros, ni siquiera armas tiradas. Pacificada esta tierra llegaron los frailes agustinos. Creyeron que estábamos evangelizados pero una noche siguieron a unos indios hasta una profunda cueva donde se veneraba a Oztotéotl o Dios de las Cuevas, como era para entonces conocido. Vieron el sacrificio de varios jóvenes porque Oztotéotl era un dios sanguinario que exigía su tributo de sangre humana. Los agustinos huyeron espantados ante tanta crueldad pero volvieron al día siguiente para destruir al Dios de las Cuevas, sólo que al llegar ahí encontraron que el ídolo había sido derribado y a su costado se hallaba un impresionante Cristo Negro, al que dejaron en la cueva hasta que construyeron su templo y lo trasladaron. Santo Señor de Chalma le llamaron, que viene de los vocablos nahuas: chall, boca y maitl, mano, por aquello del acto de santiguarse. Pero si el Dios de la Cueva era sanguinario el Señor de Chalma es exigente con sus devotos, no permite dudas, reproches o promesas incumplidas. Las veredas que van a Chalma están llenas de hombres que fueron convertidos en piedra porque se quejaron de las dificultades que hallaban en el camino; por eso almas piadosas ruedan algunos metros esas grandes rocas para que algún día lleguen hasta el templo, cumplan su manda y les sea retirado el castigo. Hoy nadie sabe dónde está la cueva en que fueron hallados Oztotéotl y el Santo Señor de Chalma, aunque los clérigos inventaron un lugar para los crédulos. Dicen que su

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Oztotéotl, D ios de las Cuevas

entrada está sellada y sólo deja pasar a los elegidos. El tiempo transcurrió y los desaparecidos se multiplicaron. Hace años llegaron hombres armados, andaban a la caza de unos alzados. Derribaron las puertas de los jacales, violaron a las mujeres, los hombres y los niños fueron golpeados, los ancianos vejados, hasta que se fueron rumbo al Cerro de las Brujas, de donde no salieron, ni se volvió a saber de ellos. Despertamos. Nos despedimos del campesino. Retomamos el camino sin rum­ bo cierto hasta el oscurecer; volvimos a ver árboles danzantes y el arroyo desprendía fosforescencias diabólicas; una neblina azul nos envolvió y al deshacerse vimos las chispas rojas que desprenden las brujas al remontar el vuelo. Tronó el cielo, el firmamento se llenó con las electrizantes luces de los relámpagos, los rayos caían sobre los pinos dejando lenguas de fuego. Primero fueron unas gotas, luego se desató la tormenta y era tan tupida la cortina de agua que nos cegaba. Siguió una granizada, el hielo nos golpeaba orejas y manos, provocando un dolor que se agudizaba por el frío que vestía de blanco el páramo. No podíamos quedarnos a la intemperie, si no hallábamos refugio moriríamos de hipotermia. Re­ montamos los riscos hasta descubrir una cueva. No pudimos guarecernos a la entrada por el viento gélido, así que prendimos las lámparas y nos adentramos por la gruta, en busca de abrigo. Caminamos durante horas. De pronto, a pesar de la herrumbre, bajo la luz de las lámparas brillaron petos y yelmos de antiguas armaduras castellanas, espadas toledanas y huaraches junto a macanas de madera con puntas de obsidiana, mezcladas con armas de grueso calibre y radios. Llegamos a una galería amplia. Saltamos de miedo al ver en aquel recinto al ídolo siniestro que representa al Dios de las Cuevas, quien parecía mirarnos severamente; bajo sus piernas cruzadas, la enorme piedra de los sacrificios, con una cavidad para depositar el corazón de las víctimas y un canal tallado sobre la plancha que llega hasta una orilla donde hay un cuenco para recibir la sangre humana. Debajo del ara un pedestal sostiene a todo el conjunto. Un pedestal de piedra en forma de cruz y en ella esculpida la figura sangrante, doliente, sin vida, de Cristo, cuyas rodillas


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flexionadas han dejado de sostener el peso del cuerpo, la barbilla clavada en el pecho de ese Jesús que se nos ha muerto. Oztotéotl y el Cristo Negro unidos para siempre por el sincretismo religioso. Están ahí el dios despiadado que exigía sacrificios humanos y el que escogió ser víctima para salvar a la humanidad; y en esa unicidad del universo, podríamos decir sin ser blasfemos: El Santo Señor de Chalma... y también de las Cuevas. Caímos de rodillas, sabedores que la muerte estaba próxima. Pedimos perdón por la profanación de ese lugar sagrado. Perdón por la falta cometida. Dijimos a Oztotéotl que lo amábamos al igual que nuestros antepasados, los hombres y las mujeres del maíz, porque al hacerlo honramos al Santo Señor de Chalma. Prendimos unos cirios pascuales que había a los costados de la cruz. En un brasero quemamos copal, incienso y mirra; lo levantamos y dirigiéndolo hacia los puntos cardinales sahumamos aquel recinto sagrado. Nos santiguamos, con las puntas secas de una penca de maguey nos pinchamos los pulgares hasta que gruesas gotas de sangre humedecieron el ara donde depositan los corazones de los sacrificados. Supusimos que nos habría perdonado y podríamos seguir hacia Chalma. Apagamos los cirios y reiniciamos el camino. Teníamos doce horas caminando por la caverna. Se apagaron las lámparas, entre la oscuridad reiniciamos la peregrinación. Nuestras cabezas chocaban

con los techos. Los codos y rodillas se nos escocían por las caídas al tropezar con los pedruscos. Terminó la oscuridad, llegamos a una galería alumbrada con la luz que se filtraba por algunos orificios que había en la bóveda; en un arroyo de aguas cristalinas bebimos y vimos las raíces del ahuehuete sagrado, adheridas a las paredes de la gruta; estábamos en el nacimiento del manantial bendito. Seguimos el viaje, una neblina azul nos envolvió como si se negara a soltarnos. Una blanca luz cegadora la hizo jirones. Un aire tibio con olor a flores inundó el ambiente. Oímos caracoles, flautas, chirimías, panhuehuetles, teponaztles y atabales; empezamos a bailar con el orgullo y la fiereza con que lo habrán hecho los caballeros águila y los caballeros tigre, al volver victoriosos de la guerra. Un alma piadosa nos adornó las sienes con coronas de flores blancas que se tiñeron de rojo por la sangre que brotaba de las heridas; y nosotros, como santocristos, recorrimos los cuatrocientos metros que separan al panteón, del santuario, llegamos hasta el altar mayor donde se custodia al Cristo Negro, al Santo Señor de Chalma, gruesas gotas de sangre oscura salpicaron las baldosas del templo. Nos hincamos, besamos el piso del recinto y sin pronunciar palabra lloramos, lloramos, llo ram o s. O

Oztotéotl, D ios de las Cuevas


Mochilero sin mochila Antonio Aguilar Buelvas1

Córdoba, Argentina 2014 Llegó el Sábado de Gloria de la Semana San­ ta, dormía profundamente en una habitación compartida en un hotel con un grupo de ocho amigos, todos parecíamos estar fundidos entre cobijas luego del cansancio obtenido por un tour que el día anterior habíamos hecho a la ciudad Carlos Paz en la provincia de Córdo­ ba; junto con la celestial aparición del sol por las ventanas, comencé a escuchar voces como en otra dimensión, sí, cuatro de mis amigas se habían despertado para salir y eran sus conver­ saciones las que de momento interrumpían mi sueño. Cuando las voces empezaban a silen­ ciarse se acercó a mi cama Mali, una mexica­ na del grupo y me dijo “Toñito voy a ir con las otras mexicanas a Alta Gracia al museo del Che Guevara ¿vienes con nosotras o te quedas con el resto?”, pero mi deseo de descansar era mucho más fuerte, ya que fui el último en lle­ gar a dormir por quedarme hablando en el bar del hotel con Magú, una cantante que había conocido. Desperté a las 11:00 am junto con el resto del grupo, rápidamente nos pusimos de acuerdo para salir y buscar un lugar donde almorzar. Caminamos por el centro de la ciu­ dad hasta encontrar un bonito restaurante en el que comimos tanto, que parecía desayuno y almuerzo en una misma mesa; saliendo de aquel lugar propuse aprovechar el resto del día para visitar otras ciudades, mis compañeros se mostraron desinteresados, y en contrapropues­ ta me ofrecieron seguir caminando las calles de esa ciudad, pero a decir verdad no era esa mi intención teniendo en cuenta que había mu­ chos lugares cargados de historia y más conte­

nido cultural; les pedí un permiso para regresar al hotel y guardar mis cosas, pero a medida que me alejaba pensaba que podría llegar al hotel y buscar compañía para cumplir mi propósito, ya que en ese mismo lugar conocí a una mu­ jer de New York y una alemana -ambas tenían ojos tan azules como el brillo del cielo en un amanecer-; luego de avanzar no más de una cuadra me devolví y haciendo señas les indiqué que siguieran sin mí. Al llegar al hotel me encontré con un israelí que trabajaba como voluntario en la re­ cepción. Le pregunté si había visto a la esta­ dounidense o la alemana a lo que respondió, con un buen dominio del español, que minu­ tos antes se habían ido; me senté en la recep­ ción y comencé a buscar desde mi celular un mapa para marcar un recorrido por hacer. De repente me llega un mensaje de texto de Malí preguntando qué hacía, a lo que respondí que no sabía qué hacer ni para dónde viajar, me dijo que si yo quería me esperaba en la termi­ nal de Alta Gracia para ahí decidir hacia dónde movernos. Salí en busca de un taxi o remis como le llaman en Argentina, pero el tráfico estaba tan tenso que era más rápido llegar caminando, no lo pensé dos veces así lo hice hasta la terminal de transporte de Córdoba Capital. Bañado en sudor, con mi mochila en la espalda y un abri­ go en mano recorrí todo el lugar buscando el bus que tuviera la salida más pronta, pero la búsqueda fue inútil pues la próxima salida era a las 3:00 pm y aún faltaban treinta minutos.

Alta Gracia Llegué a Alta Gracia a las 3:52 pm y bajando

1 Colombiano de origen, es Comunicador Social y Relacionista público.

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del bus hice un escaneo del lugar hasta divi­ sar en el fondo a mi amiga, me recibió con un abrazo tan fuerte que parecía que teníamos más de un siglo sin vernos. Justo frente a la terminal estaba el paso de un río de agua cristalina, bajé hasta él y metí mis pies para relajarme, ella intentó hacer lo mismo pero no soportó el frío y salió; comen­ zamos a narrar los motivos por los cuales nos quedamos alejados de los grupos y entre risas y decepciones momentáneas descubrimos que era el momento justo para que hiciéramos un nuevo recorrido; decidimos hacerlo pidiendo aventones en las carreteras, o sea, a dedo o de mochila.

El primer aventón Estábamos en el corazón de Alta Gracia y sa­ bíamos que dentro de la ciudad era imposible encontrar aventón, por lo que nos pusimos en una parada de colectivo esperando una ruta que nos sacara de la ciudad, paramos un au­ tobús pero éste se dirigía a otro lugar por lo que nos sugirió que esperáramos el colectivo numero dos que pasaba a las 4:20 pm con des­ tino al crucero, lugar donde hay una vía prin­ cipal; ya faltaban pocos minutos, pero en un descuido, del colectivo numero dos sólo vimos su sombra al pasar. Nos miramos las caras y decepciona­ dos decidimos caminar hasta el crucero a una distancia de 4 km; andando por la avenida peatonal a orilla de un río vimos que detrás de nosotros se acercaba un señor en un caballo, el cual venía agarrando dos caballos más, nos volvimos a mirar, pero esta vez con un aire de esperanza y le dije, él necesita dos ayudantes y nosotros dos caballos para avanzar; nos acerca­ mos al señor, nos presentamos y le contamos

el motivo por el cual andábamos de mochila, aceptó prestarnos sus caballos y así logramos avanzar un par de kilómetros más. Estando un poco más cerca de la vía principal seguimos caminando por los barrios, lo cual era difícil pues teníamos que hacer mu­ chas subidas ya que estábamos en una ciudad sobre las sierras argentinas; en medio del reco­ rrido Malí dijo que necesitaba con urgencia un baño, vimos una tienda de frutas, pedimos el favor y mientras Malí usaba el baño yo le contaba a la señora de la tienda el motivo del viaje, al despedirnos de ella y darle los agrade­ cimientos nos pidió que nos detuviéramos, nos entregó una bolsa con manzanas, platanitos y mandarinas, su sonrisa y actitud fueron tan nobles y sinceras que volví hasta ella para darle un abrazo tan fuerte que por poco quiebro sus huesos.

El segundo aventón Recorriendo las calles de Alta Gracia, entre ca­ sas que parecían reconstruir los escenarios ar­ quitectónicos de Europa seguimos nuestro an­ dar, deteniéndonos cada vez que los semáforos daban señal verde para hacer signo de aventón con el dedo a los autos que se acercaban en me­ dio de lo que parecían espesas olas vehiculares; luego de intentar y caminar treinta minutos aproximados, una señora que iba con su esposo se acercó a preguntarnos si estábamos interesa­ dos en llegar a Córdoba Capital, pues ellos po­ drían llevarnos, Malí me miró y preguntó con su mirada si regresábamos y le dije que no era nuestra opción, que la idea era avanzar hasta nuestro siguiente objetivo; seguimos caminan­ do y luego de pasar no más de 5 cuadras un señor de avanzada edad nos dijo que llegaría hasta El Crucero, subimos a su auto y luego de Mochilero sin mochila


ser entrevistados por él llegamos a nuestra vía principal, donde descansamos escasos segun­ dos hasta ubicarnos nuevamente a orillas de carretera para seguir pidiendo aventón.

El tercer aventón La noche empezaba a caer y el cansancio cada vez se hacía más notorio, alcancé a contar 52 autos a los cuales hicimos seña y ni un cambio de luces recibimos, de repente Malí se mostró muy exhausta y me pidió que tomáramos el próximo colectivo a Villa General Belgrano, la miré y le dije con mucha seguridad, que se pierda todo menos la fe, frase que se convirtió en la bandera de nuestro recorrido; llegamos al acuerdo de que esperaríamos cinco autos más y si no, regresaríamos a un hotel, pero bastaron solo tres autos hasta encontrar nuestro siguien­ te aventón, un hombre joven que laboraba en Alta Gracia y que cada día viajaba hasta su pue­ blo para estar con su familia. Llegamos al pueblo de nuestro amigo viajero, no estaba en nuestros objetivos, pero sí en el camino para alcanzarlos, el hombre se mostró muy amable y nos dio un par de reco­ mendaciones, pues alguna vez en su vida andu­ vo de mochila, nos ofreció que horas más tarde pasaría por el lugar donde nos dejaba, a ver si aún estábamos para brindarnos hospedaje. Esperamos el próximo aventón mien­ tras la noche se hacía cada vez más espesa, de repente se nos ocurrió cruzar la calle para llegar a un mini supermercado a pedir prestados una hoja y un marcador para cincelar el nombre de Villa General Belgrano y ser un poco más visi­ bles en medio de la oscura carretera; mientras yo escribía en la hoja de papel, Malí le contaba a la señora que nos atendió que estábamos via­ jando de mochila, a lo que ella en un normal sentido de comerciante preguntó si íbamos a comprar algo. Mi compañera le dijo que no llevábamos dinero, pero si ella aceptaba yo po­ dría cantarle una canción y si no le gustaba no pasaba nada, pero si le gustaba podría darnos una botella con agua; cansado de tanto andar solté la mochila de mi espalda, me relajé por primera vez en aquella tarde y con una voz que lentamente recuperaba fuerzas, entoné una bo­ nita canción del colombiano Andrés Cepeda, la señora del mini supermercado nos miró y dijo: “Che, hija, traéle una botella de agua de la más grande al chavón y a su amiga” y fue así como obtuvimos nuestros primeros cuatro litros de agua gratis.

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Regresamos al extremo de la carretera donde volvimos a ponernos en guardia, pero esta vez con un papel marcado que de alguna forma nos daba esperanza de que pudiéramos encontrar más fácil un aventón, el hambre como de costumbre empezó a hacer que mi poca paciencia se fuera desvaneciendo y el frio a hacer que Malí me mirara con ojos de gato tierno para decirme que nos regresáramos a Alta Gracia; entonces le propuse: ve al extre­ mo contrario de la carretera, tu pides aventón a Alta Gracia y yo a Villa General Belgrano, lo hice con doble intención pues era más difícil un aventón a Belgrano y mucho más si lo pedía un hombre solo y también yo quería regresar.

De vuelta a Alta Gracia De lejos se veía venir un colectivo que iba ca­ mino a Alta Gracia, crucé la calle y sin pensarlo dos veces subimos; luego de unos minutos es­ tábamos de vuelta a la ciudad que vio crecer a Ernesto “Che” Guevara, y empezamos a ca­ minar con la intención de conseguir un hostal para pasar la noche; mientras hacíamos parada en el semáforo peatonal le preguntamos a una mujer que iba a nuestro lado si conocía uno cerca, nos indicó más o menos el sector donde estaban varios hostales como opción. Llegamos a la primera opción, pero sólo escuchamos una voz por el citófono que decía “Lo sentimos, ya no hay lugares disponibles”. Seguimos ca­ minando hasta encontrar uno que de primera impresión no era el mejor, entramos y al fondo estaba una señora en compañía de una chica, preguntamos por la persona encargada de la administración, nos miró y sonriendo dijo “no está la administradora, pero estoy yo, que soy la dueña, si les interesa puedo ayudarles”. Fue agradable ser recibido de esa forma tan gentil. Malí inició con todo el parlamento de que veníamos viajando de mochila y no traía­ mos dinero suficiente, que si era preciso podía­ mos dormir los dos en una cama y así pagába­ mos sólo por uno. La señora por un momen­ to se desinteresó en el hecho de negociar con huéspedes y se enfocó más en saber de la vida de una mexicana y un colombiano de mochila por Argentina. Justo cuando Malí decía que ex­ trañaba su gastronomía la señora nos dijo que a unas cuadras había un lugar de comida mexica­ na llamado “Cielito Lindo”, luego de conversar por largo rato, nos dijo que pagáramos una sola habitación, pero que igual, cada uno durmiera en la suya que ella nos obsequiaba la otra.


Luego de un merecido baño salimos a buscar “Cielito Lindo” pues Malí quería cono­ cer al dueño, proponerle que yo cantara un par de rancheras y él nos dejara comer libremen­ te -se estaba convirtiendo en mi manager-. Encontramos el restaurante, era muy lujoso y bien organizado, ya hasta empezaba a dudar en cantar ese par de canciones; preguntamos por el dueño, dijeron que no estaba, pero si íba­ mos diez cuadras hacia abajo encontraríamos el “Teatro Pandora” también de su propiedad y donde seguramente estaría. Luego de quedar anonadados detallando la carta salimos en su búsqueda. Llegamos al teatro, el dueño resultó ser un hombre de unos 39 años de edad aproxi­ mados, pero con un estilo bastante juvenil; nos invitó a sentarnos con él y mientras mi mirada se perdía en el horizonte por motivos de mi irremediable hambre, Malí hablaba sin parar de la cultura mexicana. En vista de que habían pasado varios minutos sin conseguir nada le dije a Malí que nos fuéramos, pues tendría­ mos que salir a ganar dinero para poder comer, ella me siguió el juego y justo al momento de despedirnos el señor nos preguntó si ya cono­ cíamos su restaurante, pues si queríamos nos invitaba a que comiéramos lo que quisiéramos y obviamente dijimos sí. Camino al auto nos hablaba que estuvo en México como produc­ tor audiovisual, que su esposa es una actriz famosa del país azteca y a la vez una sensual chica Play Boy, llegamos a su auto, un Alfa Ro­ meo muy lujoso al cual subimos, y luego de un recorrido por las calles de la ciudad hicimos nuestra entrada triunfal a “Cielito Lindo”; nos dijo que pidiéramos lo que quisiéramos, no sabíamos que era más fuerte, la tentación de pedir por toda una tarde sin comer o la pena de no excedernos por la condición de invita­ dos; luego de unas ricas quesadillas mexicanas y otras delicias, la mesera se acercó y dijo que la casa invitaba todo lo consumido. Agradeci­ mos a aquel señor por su cordial gesto y luego de él hacer invitaciones muy personales a Malí, ella no tuvo otra opción que hacer comentarios como si fuéramos pareja, solo quedó agradecer una vez más, despedirnos y volver al hostal a descansar.

Un nuevo amanecer, un nuevo aventón... Luego de dormir poco a causa de un vecino de nuestra habitación que tenía un extraño ron­ quido como el de un cerdo en estado agóni­

co, nos pusimos en pie y nos preparamos para dejar todo listo y reiniciar el recorrido que la noche anterior habíamos suspendido; camina­ mos por las calles de Alta Gracias buscando un lugar en el que pudimos desayunar café y un poco de pan. Seguimos caminando pero esta vez con una visión un poco más clara del recorrido, por ejemplo, ya sabíamos que teníamos que llegar al crucero donde era más fácil encontrar un aventón; luego de andar casi quince minutos vimos a un señor que en una antigua camione­ ta subía unas cajas, aprovechamos que estaba estacionado para pedirle aventón, aceptó sin pensarlo y fue así como pudimos llegar a dos cuadras del crucero.

Quinto aventón, “no hay quinto malo” Ya estando una vez más a orilla de carretera, con nuevas fuerzas y nuevas ilusiones nos sepa­ ramos a una distancia aproximada de 100 me­ tros para así hacer señal de aventón a un lugar cercano o en el más prodigioso de los casos, uno directo a Villa General Belgrano, lo cual era mucho pedir. Justamente en medio de nuestras dos ubicaciones se detuvo un auto color blan­ co conducido por una señora que lucía unos lentes de sol que cubrían el 50% de su rostro, música rock a todo sonar y una actitud bas­ tante agradable; nos preguntó a dónde nos dirigíamos y con grandes esperanza le dijimos que ojalá pudiera ser a Belgrano, pero si solo podríamos avanzar un par de pueblos con su ayuda, estaría bien, nos dijo que iría a Santa Rosa de Calamuchica y que pasaría por Villa General Belgrano, no lo pensamos ni un se­ gundo y en menos de un parpadear ya estába­ mos a bordo con aquella juvenil señora. Luego de más de una hora de recorrido, llevó su mano derecha -marcada con una gran cicatriz- has­ ta el volumen del radio del auto, lo bajó para decirnos que estábamos a punto de llegar a uno de los lugares más mágicos de los Valles de Córdoba, llamado Los Molinos y que si deseá­ bamos podríamos bajar, conocer, tomar fotos que igual ella nos esperaría. De regreso al auto, nuestras caras de sorpresa eran indisimulables, pues parecía un sueño que alguien no sólo tuviera la voluntad de ayudarnos sino también la intención de cumplir nuestros silenciosos caprichos, segui­ mos avanzando hasta hacer parada frente a una entrada muy colorida y peculiar de una ciudad Mochilero sin mochila

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con todo el ambiente Alemán-Suizo llamada Villa General Belgrano.

Villa General Belgrano Nuestra meta estaba cumplida, llegamos al lu­ gar que tanto nos hizo sudar, caminar y hasta morir de frío, luego de recorrer sus calles des­ cubrimos que todo el sacrificio valió la pena, era como entrar en los dibujos de un mágico libro: estructuras alemanas y paisajes indescrip­ tibles, era como haber atravesado un portal a lo fantástico, a un mundo ficcional extrañamente palpado con nuestras propias manos; entran­ do al corazón de Belgrano vimos un arroyo de agua transparente al que decidimos bajar para refrescarnos, pero justamente entre las rocas del arroyo resbalé y caí, afortunadamente no me pasó nada más que mojar mis zapatos y parte de mi ropa. Seguimos caminando, cada rincón era un lugar para degustar una deliciosa cerveza artesanal alemana o cualquier comida típica europea, cuando empezamos a planear para sentarnos a comer y tomar algo, escuchamos que alguien llamaba detrás pero con dirección a nosotros, confundidos porque no sabíamos qué querían nos detuvimos y miramos, se acer­ caron dos argentinos y dijeron “che, disculpen molestar, es que pagamos una pizza y nos die­ ron la otra gratis, no queremos comer más ni caminar con ella, ¿la quieren?”, sorprendidos por esa situación que parecía de otro mundo recibimos aquella pizza y seguimos caminando buscando conocer más y comprar un par de cervezas para almorzar. Escuchamos desde lejos una boni­ ta melodía que parecía escocesa, la seguimos hasta encontrar en un restaurante en el que grupo de señores hacían esta cautivadora mú­ sica; bailamos y reímos sin parar, en ese mo­ mento alcancé a conectar mi mirada con la mujer más hermosa de ese contexto; entró en receso la banda que sonaba y los músicos muy gentilmente entablaron una conversación con nosotros, conversación que terminó cantando las más reconocidas canciones de la salsa en el mundo, todo mi ánimo estaba al máximo has­ ta ver que aquella hermosa chica subía al auto con su familia y aun mirando por la ventana de atrás me sonrió y dijo adiós. Despidiéndonos de los amigos mú­ sicos caminamos para buscar dónde comer, entramos en un restaurante que calles antes ha­ bíamos visto, ahí pedimos un par de cervezas, Mochilero sin mochila

comimos la pizza que nos habían brindado y descansamos un par de horas bajo la consenti­ dora sombra de un frondoso árbol. Volvimos a caminar en dirección a la salida de esa ciudad, queríamos llegar ahí para regresar a Villa Ma­ ría, ciudad donde vivimos; entramos a un bar para preguntar a los dueños cuál era la mejor forma de regresar, pero haciendo con sus dedos un mapa imaginario nos explicó que era más lejos regresarse que seguir avanzando hasta lle­ gar a Villa María, pues debíamos pasar sólo un par de ciudades y ya estaría. Nunca pensamos que habíamos reco­ rrido tanto como para estar a punto de cerrar el trayecto por los valles de Córdoba, Argen­ tina; nuestros planes de inmediato empezaron a reestructurarse y sin darnos cuenta, nuestro próximo plan no era ya volver a Alta Gracia, sino avanzar en el camino teniendo como nue­ va meta Santa Rosa de Calamuchica. Volvimos a orillas de la carretera en la entrada de Belgrano para esperar nuestro próxi­ mo aventón, pasó mucho tiempo y la tranquili­ dad empezaba a huir con cobardía al ver morir la tarde; regresé a un bar que estaba ahí cerca para buscar una hoja y marcador, pero cuando había escrito sólo tres letras de nuestro destino escuché el insistente llamado de Malí. Salí y era que había conseguido aventón, lo que se me ha­ cía extraño es que era un taxi, por un momen­ to pensé que se había aburrido y decido pagar, pero lo que no me convencía es que viajar en taxi era cinco o más veces costoso que un co­ lectivo. Fui hasta el auto, me dijo que subiera y solo hice caso, ya dentro me enteré de la situa­ ción, el señor iba camino a su pueblo a buscar a su hija de dos años que estaba presentando fiebre y convulsiones, por lo que no tenía in­ conveniente en dejarnos de paso en Santa Rosa. La noche se hacía cada vez más espesa y nosotros clavados en la entrada de Santa Rosa, ya no queríamos turistear sino seguir avanzan­ do hasta llegar a casa, luego de una hora an­ clados a la carretera decidimos entrar a aquella ciudad en busca de un terminal de transporte para así tomar un colectivo directo hasta nues­ tra casa y dar por finalizada toda esa travesía; preguntamos a una señora que barría la entrada de su casa y nos dijo que unas cuadras adelante había una parada de bus donde seguramente pasaría el colectivo que buscábamos, luego de llegar ahí vimos que aun en medio de la soledad de aquellas calles estaba una pareja justamente en la parada que estaba frente a nosotros, tenían


tanto equipaje que parecían irse para nunca vol­ ver; mientras mi compañera descansaba en aquel frío anden yo crucé la calle, no sé si buscando una guía o nuevos amigos para no aburrirnos en la espera. Entre sus equipajes llevaban una vieja guitarra, les pregunté si la podían sacar para can­ tar un rato, de inmediato comenzamos a hacerlo y a narrar nuestras historias y experiencias como aventureros de todos los mundos; justo después de explicarles de que parte de Colombia soy, la chica me preguntó si me gustaba el porro; de momento me sentí incómodo, pues porro es el nombre que en Argentina y otros países le dan a la marihuana y nunca me ha gustado que nos re­ lacionen con la marihuana por ser colombianos; pero cuando la chica me dijo “cantáte los sabores del porro” yo quedé paralizado y ella me explicó que conoce muy bien de mi cultura y que esa canción le gusta, y fue así como en medio de la noche interpreté ese hermoso himno del maes­ tro Pablo Flórez. Pasaron muchas horas, aquellos compa­ ñeros de ruta tuvieron que partir y todavía no llegaba un colectivo para nosotros, decidimos seguir caminando para no congelarnos en esa estación, una señora que pasaba nos indicó por dónde seguir hasta encontrar el hospital de San­ ta Rosa, donde paraban los buses que nos po­ drían servir; en medio de aquellas solitarias, frías y oscuras calles llegamos hasta donde nos había indicado, a orilla de esa carretera pero bajando por una pendiente estaba una casa con las luces encendidas y la puerta abierta, sentimos que no estábamos solos. Llegamos hasta esa casa para verificar la información que teníamos, una señora de

avanzada edad nos atendió, luego de presentar­ nos dijo “mucho gusto, soy doña Chela, así me conocen todos, díganme Chela”; nos confirmó que justo frente al hospital paraban los conduc­ tores y que siempre llegaban a su casa por un poco de jugo o agua, nos dijo que el próximo pasaría en 45 minutos aproximadamente; nos invitó a sentáramos para esperar y con su paso lento se levantó para brindarnos algo de comer, nos dijo que su nieta estaba de visita y ella había preparado un asado para recibirla, pero queda­ ba mucha comida y nosotros parecíamos tener hambre. Admito que tenía razón; aparte de que un asado argentino es lo más delicioso del mundo, sumemos a ello las ganas con la que lo recibimos. Pasaron unos minutos, seguíamos sen­ tados en una antigua mesa ubicada en la parte de afuera de la casa de doña Chela, mi amiga y yo no encontrábamos palabras para agradecer tan majestuoso gesto de amabilidad, saqué del bolso de la cámara una manzana y se la entregué y luego de avanzar la conversación, Mali y yo le dimos dos estampitas, una del sagrado corazón de Jesús y otra de la virgen, lo cual ella recibió con un rostro de suprema gratitud y felicidad. Vimos salir de la casa de doña Chela a un niño de dos años aproximadamente, muy sonriente, activo y juguetón, detrás de él venía la mamá, la nieta que doña Chela mencionó. Mientras se despedían de los abuelos y subían algunas cosas en el auto nos preguntaron a qué lugar nos dirigíamos y pues una vez les conta­ mos se ofrecieron llevarnos hasta su ciudad, des­ de donde sería más fácil llegar y sólo faltarían dos horas de viaje desde allí.


Pudo ser el último de nuestras vidas... Comencé a ayudar a pasar las cosas a la cajuela para ganar espacios en el auto, nos despedimos de doña Chela y empezamos a entrar en la nu­ blosa carretera; habíamos avanzado sólo uno o dos kilómetros y percibimos un fuerte olor a quemado, por lo que dije que muy seguramen­ te el bus que iba adelante estaba quemando las pastillas de los frenos, pero no, el olor estaba mucho más cerca. De repente comenzó a salir humo por la guantera, el conductor y su es­ posa estaban desesperados, pero no era posible detenerse pues íbamos atravesando un puente que no tenía luz ni señalización; el humo cada vez se hacía más intenso y sólo al terminar el puente nos hicimos a la orilla de la carretera para revisar qué pasaba. Bajamos del auto el conductor y yo, mientras mi amiga, la chica y el niño seguían adentro esperando que todo se solucionara; ya había fuego en la parte de adelante, el conductor levantó el capó lo cual fue un gran error, porque era obvio que se oxi­ genaría el fuego y se haría imparable, Mali de­ sató al niño de su silla de seguridad y lo llevó al extremo de aquella oscura y escalofriante carre­ tera, yo salí a buscar ayuda, pero me di cuenta que la chica seguía muy tranquila dentro del auto, esto me inquietó mucho y fui hasta ella, la encontré en estado de shock, parecía estar congelada, la saqué y la llevé hasta el otro ex­ tremo junto a su hijo y mi amiga. Miré hacia el auto y el fuego era más alto y angustiante, el hombre gritaba desesperado que no quería perder su auto y al otro extremo su esposa de rodillas le suplicaba que se alejara, que un auto

se podía recuperar y que su vida era más valio­ sa; fui hasta la mitad de la carretera, me quité mi abrigo y aprovechando que por dentro es color azul fuerte, le di la vuelta para hacer señal de pare a cualquiera que viniera en el camino. Un señor que viajaba en una camione­ ta con su familia se detuvo, le pedí prestado un extinguidor o como dicen en Argentina un “mata fuego”, él al ver la terrible situación fue hasta el auto a buscar al hombre que por poco se quemaba aferrado a no perderlo; lo conven­ ció y junto al resto del equipo se fueron mucho más lejos, pues el fuego ya había consumido la mitad del auto, miré el extinguidor y por su tamaño era evidente que no serviría de nada, pero aun había un problema, mi mochila se­ guía en el asiento trasero y éste no estaba en lla­ mas todavía; sin pensarlo fui a rescatar mis co­ sas, pero cuando estaba por llegar recordé que cuando ayudé a guardar las cosas en la cajuela había visto un cilindro de gas, lo cual me hizo reaccionar, olvidar aquel equipaje y correr hasta donde estaban los demás; no había corrido ni diez metros cuando un estruendo aturdió mis oídos y por ende mi equilibrio, y mirando de reojo hacia atrás vi como el auto explotaba y se consumía en el fuego, en ese momento descu­ brí que no existe nada más valioso que la vida, que aferrarnos a lo material no tiene sentido y que era necesario tomar ese camino para salvar esas vidas, porque el niño dormía atado en su silla, la chica quedó paralizada y su esposo se olvidó del mundo y sólo se concentraba en no perder su auto, fue así como aquel día terminé siendo, un mochilero sin mochila.


ANGELUS

C o n sid e r a c io n e s al lib r o La c i u d a d e n q u e m o r i m o s t o d o s

d e A n t o n i o Á v il a G a l á n Rolando Rosas Galicia 1

En cada época surgen escritores que al paso del tiempo en su escritura manifiestan sus obsesiones temáticas, la aprehensión de estructuras lingüísticas, el uso particular de un vocabulario, un ritmo y otros aspectos que el quehacer poético les descubre. Todos estos tópicos son algunos que conforman la experiencia textual. De igual manera el texto genera una reflexión sobre la misma creación. Daniel Samoilovich afirma que una poética es un aparato de obsesiones y rechazos no completamente consciente ni completamente ignorado por el escritor; es una cosa que al autor le sirve para escribir y que de algún modo se modifica cada vez que escribe; algo que para él surge en parte de su experiencia (y allí incluyo sus lecturas), de su disposición, de su reflexión sobre su experiencia, y en parte de la lectura más o menos sagaz de su propia obra.2 Cuando el poeta nombra a las cosas seguramente surge la poesía. Tiene ojos y oídos para asombrarse; tacto, olfato y gusto para entender que su cuerpo es motivo de padecimiento y goce. Que existe la necesidad 1 Poeta y escritor. Profesor Investigador en la Preparatoria Agrícola de la UACh. Su libro más reciente es Víbora de dos cabezas editado por el Fondo Editorial Estado de México. 2 Crónica dominical, año 2, núm 134, julio de 1999.

de establecer una relación más cercana con el entorno: nombrarlo. Los primeros hombres lo hacen con la articulación de sonidos. La repetición monótona de una línea crea imágenes plásticas y acústicas que al conjuntarse producen cierta energía. Cuando las mujeres de la tribu repetían incansablemente: “La cacería ha sido buena, hoy tendremos que comer”, no era por la consumación de la caza, sino porque el ritual del canto era simultáneo a la aventura que realizaban los cazadores. La poesía o el canto y el arte en general para el hombre primitivo tienen este carácter sagrado. El que escribe vuelve al origen. Descubre el silencio al que ha de regresar siempre cuando cierra el largo trayecto de la articulación. El que escribe es el hombre primitivo que se asombra; uno más de la tribu sentado cerca del fuego. Sabe que en la inmensa oscuridad, allá arriba, en aquello que no sabe que se llama cielo brillan otras hogueras y alrededor hay otros hombres que platican de seres fantásticos y montañas que hablan y dicen llamarse Polifemos, Escilas o Caribdis. Escribir es asombrarse. Entrar en la naturaleza de las cosas y nombrarlas, situarlas en el espacio verbal del lenguaje, con la relación de significados y equivalencias que ofrecen los sentidos. El que escribe relaciona. Tensa. Desea. Quiere tocar al otro.

C o lin o @ ¿ e t r a s

ANGELUS


La ciudad en que morimos de Antonio Ávila Galán es un libro estructurado en cuatro secciones: “De sal y viento”, “Al despertar el alba”, “De otros amores” y “La ciudad en que morimos”. En “De sal y viento” Antonio Ávila Galán nos introduce y ubica en el espacio físico y espiritual de las evocaciones. Aquí encontramos a Gonzalo, el padre, que recuerda y a Raquel, la madre, en imágenes vividas y asimiladas en la experiencia propia y que buscan ser compartidas. El mar es una presencia permanente que se confunde y se funde en el acontecer de los seres que habitan esta ciudad en que morimos. Con metáforas que luego son imágenes abre la expresión y permite adentrarse en la interioridad de un hablante que exterioriza su erotismo, y la mujer es luz, memoria, piel, voz; el río donde se baña un tigre-hombre ya cansado. En la literatura, una de las formas de valorar y respetar a la naturaleza es el hai kai y el autor lo hace y nos inicia en esa contemplación con el poema “Las ranas”: Entre las piedras dos pares de ojos parecen sincronizar Poemas humedecidos por las aguas del lago, del río, del mar, que es el amar de los soledosos, de esos que regresan. Hombres que se saben finitos y padecen el deterioro de cada día y aceptan su naturaleza. Siempre es el mar, preciso, obsesivo, puntual. Mar que es el hombre al encuentro de otro mar: su espejo. A través de 35 años, el autor ha indagado y experimentado en torno a la escritura literaria, acto que consta en la publicación de tres libros de poemas y cinco de crónica. Se ha apropiado de un lenguaje y sus palabras son constancia de un tiempo vivido y que ha madurado en sus versos; estos

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surgen plenos de emoción y pensamiento, esa difícil dualidad que llamamos precisión, quizá por eso afirma: “El octosílabo flamea entre los árboles del parque/ cuando el fandango es gravedad extasiada/ Sólo un sueño” Poemas impregnados por el viento y la sal gruesa de la memoria, allí donde “Los sueños son luciérnagas/ de polvo y herida/ pesadilla que nos alcanza” Difícil es el registro del acontecer. Al paso de los días, acaso quedan imágenes o la escritura a fuerza de escarbar en la carne quita capas a la jugosa cebolla que es el cuerpo. Al paso del tiempo el hombre madura, sueña o recuerda; al escribir, tal vez descubre las imágenes carnales de la adolescencia y las actualiza en la experiencia de jóvenes amantes, de dulces compañías. “Al despertar el alba” está poblada de imágenes y aromas de la naturaleza: Niños, voces, aves; pájaros que con su aleteo liberan a la tarde y con los que el hablante identifica sus desahogos: “Pájaros/ descifran su vuelo”; “Los pájaros/ vuelven a ser/ ocioso sol de invierno”. Pájaros y más pájaros: niños pájaro: “— los mocosos del demonio— ”, pájaros trasnochados, taciturnos, contemplativos; pájaros en el alambre que “desgranan la tarde” y enmarcan el encuentro erótico de los amorosos hasta convertirse en un recuerdo y festejo del Plan de los pájaros. Imágenes campiranas: de la minucia del gusano al sopor del ganado en el corral; perros de barrio tirando su último aullido en la madrugada. Escritura donde el hablante es un escarabajo y desde allí expresa su acontecer: la soledad y la desmemoria de los viejos. En “De otro amores” habitan los amores perdidos que sobreviven como un contagio. Es la celebración de la ausencia, el cuerpo que muere y, ”el esqueleto/ se vuelve humo casero”. El paisaje, la cotidianidad y el hastío del amor en el anochecer. O ese arrastrarse por los arrabales y descubrir a la “Puta después del alba”. “Duele no dejarse ir” es uno de los poemas medulares en el libro. Es festejo de la amada, aprehensión de lo soñado. Contemplación, alabanza y contacto: juegos y jugos, descubrimiento y comprensión: la mirada del amante y de Dios: reverberación y revelación, y sin embargo “Duele no dejarse ir/

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En el momento exacto/ El tiempo es efímero”. En este poema el autor, con sabiduría, nos ofrece la celebración de los cuerpos germinando en la verdadera existencia, aquella donde los amantes se saben eternos y efímeros.. En el poema “Poseer lo que se pierde” Antonio Ávila Galán expresa su poética. En ese preciso oxímoron está contenido el sentido de su poesía: sólo se posee lo que se ha ido, aquello en cuya pretensión de eternidad estaba el gusano de lo efímero. Nada es nuestro, lo que poseemos es sólo una ilusión. Ya el poeta Carlos Illescas en certeros versos escribió: “Qué buscas temerosa con empeño,/ si lo vivido es sólo lo vivido,/ si nada existe fuera del asombro/ y la memoria vive del olvido?/ Escucha cómo canta sobre tu hombro/ la certidumbre del momento justo/ y míralo después cómo es escombro.” Antonio Ávila Galán ha vivido, bebido y escrito con nervio y la escritura le ha revelado que la verdad en la que cree es la que “nos enseñaron en la infancia/ Los ancestros”. Por eso vive las urgencias de la carne, padece lo transitorio de la existencia y ese doloroso paso del tiempo que se queda “En la memoria de las piedras/ Y cuerpos vírgenes”. Sabe que el hombre se encuentra o se descubre desnudo ante su cotidianidad y no hay espejos que se rompan: él es la materia desgarrándose en el festejo a la hora de echar tragos: Sabe de la imposibilidad de perpetuarse en la dicha y que sólo es posible ese “asombroso caer en el instante efímero” Por eso, en sus versos escuchamos a hombres cansados de la sórdida rutina de lo cotidiano y que prefieren soñar “con ser un animal a la deriva (...) Animal que habla a las sombras” y ser “un viejo amor”; hombres que a la manera de Jaime Sabines canonizan a

las “Cotidianamente santas”, aquellas “que se quedan olvidadas/ En otros sueños”, aquellas que “En cada aventura,/ Embarazan de humedad/ Su alegría en la soledad del miedo” La ciudad en que morimos es un paseo evocativo por Tuxtepec: sus lugares, personas, paisajes, orígenes, imágenes, costumbres, creencias, palabras de la ciudad en que se ha nacido. En poemas de amargura sutil ante el irremediable paso del tiempo, allí donde “Agonizan placeres” y “Cada sueño del hombre es un paso al vacío”, transitamos entre el olvido y la memoria, el fastidio y el desprecio. Ante el universo divino de la carne, el hombre es una minucia, todo se transforma y “nada es igual” y sólo queda reconocerse como ese animal que inútilmente enmendará su instinto, o evocar ciertos placeres cuando “La memoria se arrincona por/ Todos lados/ Enseña sus fauces” Para Antonio Ávila Galán el hombre es memoria. Una ciudad conocida, que ha envejecido en la interioridad del poeta, ésta, donde “Por las calles largas de otoño/ la mirada de los animales/ pasea como si vieran revivir al muerto”. Tuxtepec que ama y a través de los muchos versos ha aprendido a nombrar y distinguir a sus personajes, entre ellos a la prostituta o el “culión del barrio”. Ciudad que es tránsito nocturno, experiencia entre las sombras, mientras se allega “la catástrofe del día”. Antonio Ávila Galán con una poesía que deleita y duele nos ofrece el espejo borroso donde el lector se mira, se reconoce pues sabe que el tiempo, el tortuoso como dijera Hesiodo, con su guadaña carcome la carne del hombre, devora su conciencia y “degüella la ciudad en que morimos”. Todo es transitorio. Sólo los deseos permanecen.

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El c e n t e r f i e l d e r y ju e g o p e r fe c t o : Se r g i o R a m í r e z y la s o l e d a d d el b e isb o l ist a Moisés Elías Fuentes1

“El beisbol y la poesía fueron los únicos aportes positivos que dejaron las invasiones estadounidenses en Nicaragua”, aseguran muchos escritores nicaragüenses que dijo el poeta José Coronel Urtecho, aunque tam­ bién adjudican la declaración a otros escri­ tores, por lo que preferí no constatar quién la dijo, porque lo importante de la asevera­ ción, a pesar de ser imprecisa, es que subra­ ya un aspecto esencial si se quiere compren­ der la evolución cultural del Caribe en el siglo x x, para bien y para mal: la influencia de los Estados Unidos. Y si califico a la aseveración de im­ precisa, es porque el beisbol llegó a Nica­ ragua en varias oleadas, y no de un golpe, con la romántica imagen de los marines corriendo las bases, mientras los jóvenes ni­ caragüenses apreciaban la belleza del recién descubierto deporte, así como tampoco co­ rresponde a la realidad la idea de los mari­ nes departiendo en las tertulias literarias y

1Escritor y poeta nicaragüense, autor de poemario D e todas las vidas posibles...

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leyendo poemas de Ezra Pound, T.S. Eliot o William Carlos Williams. Lo que sí es cierto y verificable es que la cultura de masas de Estados Unidos se mezcló, de manera ya agresiva, ya sutil, con las culturas populares de la cuenca del Caribe, del Golfo de México a Venezuela, y de Cuba a las dos costas centroamerica­ nas, y en esa mezcla se incluye al beisbol, que sin dificultades sentó sus reales por casi todos los países del Caribe, por lo que este recuerdo de mi infancia estoy seguro que es común a muchos caribeños, y es el de los fa­ miliares mayores que literalmente sitiaban el viejo radio de transistores para escuchar el juego del sábado por la tarde, cuando amainaba un poco el sol abrileño. Como el rugby para varios países de África y Oceanía, o el fútbol para casi el mundo entero, el beisbol es religión en casi todo el Caribe, y de paso también en varios países del Asia mayor. Nicaragua es país beisbolero a pesar de que sus vecinos El Salvador, Honduras y Costa Rica son moridores con el fútbol, y aunque en Nicaragua también se festejan los éxitos futboleros de

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sus vecinos y aunque durante los mundiales apoyan a las selecciones latinoamericanas, sobre todo las de Brasil y Argentina, la casa­ ca que de verdad enciende las pasiones nica­ ragüenses es la de beisbol, y más si se juega contra las selecciones de Cuba o Estados Unidos, sempiternos cocos de la selección “pinolera”. Curiosamente, a pesar de tal tradi­ ción, pocos escritores le han dedicado algu­ nas de sus páginas al beisbol; prueba de ello es que las pocas historias de este juego en Nicaragua que se han escrito se advierten faltas de sustento, demasiado panorámicas o demasiado anecdóticas, lo que deja una pobre idea de cómo arraigó en la cultura popular este juego, porque la clave de todo deporte es, al fin y al cabo, cómo se convier­ te en parte de los rasgos identitarios de un pueblo, y el viejo New York Game es desde hace mucho uno de los rasgos que dan iden­ tidad y sentido de pertenencia a buena parte de la cuenca caribeña. H e dicho que casi ningún escritor nicaragüense ha dedicado algunas de sus páginas al beisbol, pero señalo que esos po­ cos por lo común han regalado páginas dig­ nas de leerse y releerse. Curioso, no siempre se trata de fanáticos de los que atiborran los parques de pelota los fines de semana, pero sí autores que han percibido a plenitud las aristas de un juego de suyo extraño, donde un jugador solitario tiene que sortear la ha­ bilidad de nueve contrarios. Cuentista, novelista, ensayista, des­ de los inicios de su carrera literaria Sergio Ramírez destacó por su agudeza para captar los grandes temas de la historia nicaragüen­ se, y reflejarlos a través de una prosa depu­ rada en la que se combinaba y se combina muy bien la parquedad descriptiva con el habla popular, de manera tal que ha evita­ do caer en los folklorismos de souvenir que dañan la prosa de otros centroamericanos. Pero así como aborda la historia, Ramírez también tiene buen ojo para los temas po­ pulares, y el beisbol nicaragüense le debe al menos los dos cuentos que motivan estas líneas. Nacido en Nicaragua el cinco de agosto de 1942, como todos los escritores surgidos hacia la década de 1960, Ramírez

atestiguó la época de oro del beisbol nica­ ragüense, en que surgieron las leyendas beisboleras, días de triunfos monumenta­ les, aunque también de fracasos estrepitosos que hundieron en el olvido a los jugadores que los sufrieron. Y es ese microcosmos de éxitos efímeros y derrotas interminables la base sobre la que Ramírez escribió en aque­ lla década El centerfielder, el relato de un ex beisbolista agobiado por el infranquea­ ble recuerdo de un único error en el campo, que terminó redefiniendo su vida. Escrito y publicado en 1969 como parte del libro intitulado Nuevos cuentos, pero después incorporado al volumen de Charles Atlas también muere, publicado en 1976, El centerfielder se sostiene en uno de los recursos técnicos preferidos de Ramírez, a saber: la elipsis narrativa, que funciona aquí para relatar la historia del “matraca” Parrales, ex jardinero central de las ligas profesionales, que está preso bajo la acusa­ ción de colaborar con la guerrilla que lucha contra la dictadura del general Anastasio Somoza Debayle. Afecto a los temas históricos, en El centerfielder Ramírez utiliza a la historia como telón de fondo, al punto que no se menciona al entonces clandestino Frente Sandinista ni al dictador Somoza, sino que ambos emergen para los lectores por el con­ texto y el año en que está fechado el cuento. El drama esencial del cuento no es el del ex beisbolista y su relación con el movimiento guerrillero, sino la relación de aquél consi­ go mismo, así como las consecuencias de su personal toma de conciencia humana. El “matraca” Parrales no está ago­ biado por la acusación que pesa en su con­ tra, sino por el peso de un error como juga­ dor que no lo ha dejado desde el instante en que ocurrió. El cuento, pues, se divide en dos tensiones: la del recuerdo y la del pre­ sente: Era casi igual la plaza, con los guarumos junto al atrio de la iglesia y yo con mi manopla patrullando el centerfielder, el único de los fielders que tenía una manopla de lona era yo y los demás tenían que coger a mano pelada, y a las seis de la tarde seguía fildeando aunque casi no se veía pero no se me iba ningún batazo, y sólo por su rumor

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presentía la bola que venía como una palo­ ma a caer en mi mano. — Aquí está, capitán — dijo el guardia asomando la cabeza por la puerta entreabierta. Desde dentro venía el zumbi­ do del aparato del aire acondicionado.1 Joven escritor al concebir este cuen­ to, se advierte cierta vaguedad en el relato del nicaragüense, que quizá pudo haber estructurado un discurso más fluido y am­ plio. Pero apartando este desliz, resalta la habilidad de Ramírez para el manejo del tiempo narrativo, y en especial el uso de la analepsis, a la que trabaja con tanta fineza que da el efecto de entablar un diálogo con el presente. Acosado por su falta como ju­ gador, la que malogró su carrera deportiva, Parrales vislumbra la posible redención al no traicionar a los guerrilleros camaradas de su hijo; toma de conciencia que no es ideológica, sino humana. Por ello el sacrifi­ cio del centerfielder es el momento clave en que puede volver al pasado y atrapar la bola que perdió años atrás en un partido contra Aruba: — Era beisbolista, así que inventa­ te cualquier babosada: que estaba jugando con los otros presos, que era centerfielder, que le llegó un batazo contra el muro, que aprovechó para subirse al almendro, que se saltó la tapia, que corriendo en el solar del rastro lo tiramos. De manera sobria, pero no fría, Ra­ mírez emparienta las dos realidades de la Nicaragua de entonces: la de las aspiracio­ nes de gloria y fama propias de un pueblo ayuno de aquéllas, y las de un sistema dicta­ torial que había impuesto su personal y muy cruel versión de la realidad. Entre ambas, el beisbol como único alivio posible. Pero si El centerfielder lo escribió un joven. Juego perfecto lo hilvanó un au­ tor ya veterano, dueño de una técnica más definida pero aun así capaz de hacer aqué­ lla a un lado para permitirse otra incursión, desde el plano de la sensibilidad, en el mi­ crocosmos beisbolero, esta vez de la mano de un viejo que asiste todos los días al es­ 1 Ram írez, Sergio. “E l centerfielder”, en Perdón y olvido. A ntología de cuentos (1960-2009). Selec­ ción y edición de Francisco Ruiz Udiel y U lises Juárez Polanco. Leteo ediciones. M anagua, 2009. L a s citas del cuento proceden de esta antología.

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tadio para presenciar el improbable debut de su hijo como pitcher. Ramírez se da el lujo, incluso, de ubicar el debut del jugador todavía adolescente en un partido entre el San Fernando de Masaya y el Bóer de M a­ nagua, dos equipos de vieja data en las ligas nicaragüenses. Publicado en la colección de cuen­ tos Clave de sol en 1992, y reeditado como título de una colección de cuentos, en su mayoría deportivos, editada por Ramírez en 2008, Juego perfecto entraña uno de los temas caros a la narrativa deportiva de Ra­ mírez: la soledad de la derrota, que en este caso carga un muchacho de diecisiete años, aunque es todo el equipo el que perdió el juego. Con inteligencia, Ramírez compren­ de la fluctuación de tensiones y distensiones que distinguen al beisbol, y las vierte en el relato de una manera equilibrada: Y la apertura del séptimo inning, el inning de la suerte. El San Fernando al bate: un hombre recibió una base por bolas, pero no logró pasar de primera, lo agarra­ ron movido; después un hit más, pero no hubo nada, una línea de aire a las manos del pitcher, un ponchado, el juego iba rápido. Otra vez el Bóer iba a batear y en el lucky seven, al muchacho le tocaba enfren­ tar la batería gruesa, una carga pesada aquí en el cierre del séptimo inning, el inning de las cábalas, las sorpresas y los sustos. A temblar todo el mundo.2 Ramírez en Juego perfecto traza un relato lineal, cuya emotividad surge de su sencillez y cotidianidad; no por nada la narración sólo en apariencia se centra en los personajes que acompañan al padre del joven pitcher, y digo sólo en apariencia, porque tanto padre como hijo están solos, preparados para el triunfo o la derrota, el ex­ traño instante en que el jugador, y nosotros con él, comprende que el beisbol no es sino una metáfora de la vida, en que alguien sale de casa y anda por terrenos hostiles hasta que regresa al hogar, el home anhelado pero no siempre recobrado. Y es en la conciencia de la soledad donde Ramírez consigue uno de sus mejores pasajes narrativos, que recu­ pera la belleza y la dureza de beisbol, que es 2 Ramírez, Sergio. “Juego perfecto” en Perdón y ol­ vido. Antología de cuentos (1960-2009). Op. cit. Los fragmentos del cuento proceden de esta antología.

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en el fondo lo que lo que admiramos de este viejo y generoso deporte: Mientras comía se quitó la gorra para secarse el sudor del pelo y una ráfaga de viento que arrastraba polvo desde el dia­ mante, se le llevó la gorra. Él se levantó pre­ suroso para ir tras la gorra del muchacho, y logró recogerla más allá del home plate.

Del lado del rightfield comenzaron a apagar las torres. Sólo quedaban los dos en el estadio, rodeados por las graderías silen­ ciosas que empezaban a ser invadidas por la oscuridad. Volvió con la gorra y se la puso cui­ dadosamente en la cabeza al muchacho, que seguía comiendo.


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Re f l e x io n e s so bre u n texto p o é t ic o Cuando llega un libro a nuestras manos, es una experiencia. Cuando llega un libro de poesía, las manos se aligeran. Cuando llega un libro de poesía del poeta Gildardo Montoya Castro: la magia inunda la memoria y todo vuela, como ala en su aire. Y del aire hablaremos, porque en este caso, todo se capta en ese momento sutil de la existencia, en que seguimos viviendo porque el aire nos inunda y nos hace existir. Quizás ésta sea la idea del poeta: darle al aire un poder, el poder de la ilusión que nos hace entender que la memoria y el viaje por el tiempo son los elementos que nos validan como entes creciendo en la conciencia de Ser Montoya Castro nos ha enseñado el arte de retener esos instantes, ese recrearse en quienes fuimos desde el primer soplo del éter hasta el último viaje de los huesos. El papel de la poesía, por supuesto, es clavar el instante en la palabra y hacer al que lee, visualizar las formas, lo físico, la intención del espíritu en el momento en que suceden las cosas de la vida. Ser testigo de nuestras historias.

1 Nació en Cuba en 1947. Obra poética: Sola desuda sin nombre (New York: Mensaje, 1974), Sombras-papel (Barcelona: Rondas, 1978); Altazora acompañando a Vicente (Madrid: Betania, 1989); M erla (Madrid: Betania, 1991); Lifting the tempest at breakfast, libro en la red (www.1stBooks.com); Premios: Carabela de Plata de Barcelona por su poema “Palabras del ave”, 1978; de Poesía latina 1993 otorgado a su libro M erla, por el Instituto de Escritores Latinoamericanos de Nueva York.

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Maya Islas1

Lo visual nos ayuda a centrarnos, a buscar un lugar para disfrutar o llorar ese pasado que existe en nosotros, inquieto por salir y manifestarse. El poema desea ese momento y dibuja, entre el deseo y la voluntad, dónde quedó el momento cuando una cámara invisible retrató el sentimiento. Todo esto que les digo cabe dentro de una filosofía poética o poesía filosófica, no por temática solamente, sino también por intención del poeta en plasmar una vida en la palabra a través de la memoria lineal del pasado. Algo serio en estos tiempos de física cuántica que te dice que cuando estás naciendo, ya mueres. Mi intención ahora es acercarme, más íntimamente, al poeta amigo, el que me da una llave para entrar en la casa de las palabras. Conozco la poesía de Gildardo Montoya Castro. Entendí que sus poemas emanaban una cadencia de memorias que giraban alrededor de un ritmo propio, sus palabras se detenían en el camino con un gesto peculiar: el verso esperaba el instante en que el poeta captaba su pasado en los éteres del tiempo y lo clavaba en los espacios del poema, en esos espacios donde el escenario de las palabras hablaba desde un lirismo opuesto a la realidad. Sergio Pravaz, en el prólogo del libro, nos da una clara explicación del proceso verbal, del “brillo de algunas de las imágenes” de la fascinación que siente por el poeta, que en este libro encuentra la fórmula de llegar a nosotros. “Es el trabajo de los recuerdos” enfatiza Pravaz. Conocía ya algunos de estos poemas en previas correspondencias, aunque ahora, en

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el contexto del libro, en la estructura que se acomoda dentro de esta Ebria ilusión del aire, encontramos una secuencia de lo que formó y deformó al poeta. Hay temas silenciosos que dejan entrever descubrimientos con surcos y temas obvios como la muerte. Este último es un tema esencial en su poesía. Diluirse es un acto pecaminoso para la poesía, y Montoya Castro lucha contra esta melancolía que lo aleja de la ilusión que le permite seguir viviendo. Cada muerte familiar es su muerte. Cada muerte mata la ilusión de la vida, más bien, se la hace interpretar diferente. No ha sido mi intensión analizar los poemas pero sí entregarles la posibilidad para llegar a sus imágenes. Es el lector el que debe atreverse ante esta voz que les entrega gritos y silencios con suma elegancia. Su crecimiento a través de un lirismo de sensibilidad especial.

De ahí que comparto este texto poético del libro (mi poema favorito) como forma de dejar una flecha que indique un camino hacia el centro de esta poesía que tiene mucho que decir:

Pájaros de la mar ¿Cuándo volveré a mirarnos desnudos padre para desatar aquel vuelo de lospájaros? Ninguna metáfora. Voy de tu mano, olas rugiendo en la playa primera y nuestra desnudez aún sin oler el miedo, eso recuerdo. Ebria ilusión del aire. Gildardo Montoya Castro. (Universidad Autónoma Chapingo, 2016).

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olino de Novedades Editoriales Arturo Trejo Villafuerte* Este año estuvo muy movido para la causa de la calaca tilica y flaca: primero fallece Juan Gabriel (1950-28 de agosto de 2016), unos días después el gran escritor francés Michel Butor (ver Molino 97); luego Luis González de Alba (autor de la gran novela Los días y los años, donde narra su estancia en la cárcel de Lecumberri, tras ser detenido en el 68), y a principios del mes de octubre nos quitó casi seguidos a los escritores René Avilés Fabila y a David Ojeda -este último excelente cuentista, Premio Nacional de Cuento, oriundo de San Luis Potosí y uno de los alumnos que formó el escritor ecuatoriano Miguel Donoso Pareja en su paso por estas tierra, él también recién fallecido-. Como dijera don Renato Leduc: "Se está muriendo mucha gente que antes no se moría". Cuando me enteré no lo po día creer: murió René Avilés Fabila (1940-2016). Él, tan lleno de vida, tan jovial, tan ocurrente. Hay de maestros a Maestros, y en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la u n a m tuvimos muchos Maestros y * Profesor investigador de la Universidad Autónoma Chapingo y miembro del i i s e h m e r de la misma institución. Sus más recientes trabajos se han publicado en: Donde la piel canta (poemas, Antología, 2011), Coyotes sin corazón (cuentos, Antología, 2011), Sombras de las letras (ensayos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2012. 136 pp.) El tren de la ausencia (cuentos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Perros melancólicos (cuentos policiacos, antología, Cofradía de Coyotes, 2012), Arbol afuera (poemas, antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2013. 124 pp.), Amar es perder lapiel (Ed. Molino de Letras-UACh, México, 2013. 194 pp.), Lámpara sin luz (novela, Fondo Editorial Mexiquense, México, 2013. 267 pp.), Arbol afuera (poemas, antología, Cofradía de Coyotes, México, 2013. 108 pp), Abrevadero de Dinosaurios (antología de minicuentos, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 110 pp.) y Cartas marcadas (Antología, Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2014. 112 pp).

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la lista sería larga, pero uno de ellos, sin ninguna duda, fue el Doctor Avilés Fabila, quien nos dio la cátedra de Literatura y Sociedad, donde aprendimos a ser críticos, pero también a tener sentido del humor y ver las cosas buenas y malas de la vida. Autor de decenas de libros, escritor prolífico, periodista, en su trabajo escritural hay humor y desparpajo, es uno de los autores más representativos de la llamada Generación de “La Onda”. Durante su cátedra nos hablaba de libros pero también de situaciones de la vida real y luego, además, se volvió nuestro amigo y tuvimos grandes y fecundas tertulias. Recién lo había felicitado por uno de sus libros: Hadas amorosas y se veía pletórico y lleno de vida, pero no, lo sabemos, la muerte no distingue almas y ya descansa en paz la suya, siempre jovial y alegre. Cumpliría 76 años el próximo 15 de noviembre y las historias al lado de René, mi maestro y amigo, formarían un volumen que sería de todos los colores y sabores. Mis condolencias a su viuda y querida amiga, Rosario Casco. Y allá nos vemos René. L a novela M áscara de obsidian a de Marcial Fernández (Ed. Ficticia, México, 2016. 178 pp. $200.00) tiene como personajes a un viejo y mañoso periodista llamado Tonatiuh Cuauhtli y a la novel reportera Itzel Luna Joven. La novela es intensa y está llena de un humor irreverente, donde la historia es y se da de otra manera y atrás de ella hay personajes de la vida real que son plenamente identificables: como sería un jefe policiaco tipo Durazo o Gutiérrez Barrios, una vedette que se involucra en el robo de unas joyas arqueológicas, y varios etcéteras. El viejo periodista arma una truculenta historia para ganar “La de Ocho Columnas” y la joven reportera tiene qué seguir en el juego de pareceres; mientras transcurre la narración, se van armando varias historias paralelas. Por lo pronto la “Noble y Leal” Ciudad de México no tiene calles sino canales, no se anda en autos sino en lanchas, y así por el estilo, todo transformado gracias a la narrativa de Marcial Fernández y a la magia de la literatura. Una novela muy recomendable y digna de lectura de mi querido amigo, editor y maestro. Otras dos novelas vertiginosas, de acción, la primera más que la segunda, con mucha intertextualidad de fondo son Azul cobalto (Ed. Océano, Exprés, México, 2016. 314 pp. $175.00) de Bernardo Fernández ( b e f , Ciudad de México, 1972), donde vuelve a utilizar a sus personajes Andrea Mijangos, la detective, ahora privada, y a Lizzy Zubiaga, la jefa de un cártel heredado

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de su padre, la cual le da un giro a sus actividades delictivas y ahora lo hace con el arte, vendiendo falsificaciones y copias de David Alfaro Siqueiros, hasta llegar a un desenlace que la mafiosa ni siquiera se espera. Y la segunda es Por un puñado de dólares (Ed. Océano, Exprés, México, 2016. 262 pp. $145.00) de F G. Haghenbeck (Ciudad de México, 1965), quien también vuelve a utilizar a su detective hollywoodense Sunny Pascal, que en esta saga de novelas, que tienen como antecedentes Trago amargo y E l caso tequila (donde aparecen personajes del cine, como John Huston, Elizabeth Taylor y Richard Burton, entre otros), ahora involucra al cineasta surrealista Luis Buñuel, a Sergio Leone, Salvador Dalí, el desierto de Almería como paisaje, y por ahí aparecen como personajes incidentales Paco Ignacio Taibo I y el niño Benito Taibo disfrutando de una deliciosa paella en su casa de La Condesa. Ambas novela se leen muy rápido porque tienen temas interesantes y porque son legibles, están bien escritas. Y claro, ambas novelas las conseguí en “ La Pequeña Lulú” , recomendadas por Manuel Partida -un librero que sí lee-, y creo que es la única librería súper surtida de la Zona Norte de la Ciudad de México. L a hora de los tuzos de Gonzalo Martré (Cofradía de Coyotes, México, 2016. 236 pp.), es el libro más reciente de este prolífico autor y en él, además de hacer relatos sumamente evocativos, vienen otros tantos más de ciencia ficción, además hay otros que no sabríamos cómo catalogar, porque en ellos hay personajes de la vida real inmiscuidos en acciones chispeantes, turbias, humorísticas. Un amigo mío, cuya foto aparece en el libro, es personaje de una historia hilarante y frenética, donde se supone que cuando platica más de 9 minutos 13 segundos con alguien, ese alguien muere. Y así por el estilo, pasa revista al ahora ex gobernador y, según Martré, antes porro, quien le haría entrega de una presea y no lo hace, lo cual agradece de todo corazón nuestro autor, porque eso demerita al autor y al premio. En este libro hay ironía, desparpajo, humor, irreverencia y, claro, crítica social. Muy bien por la actividad constante de nuestro decano de las letras. Se le otorga el Premio Nobel de Literatura 2016 a Bob Dylan, canta autor o músico de folk rock que siempre me ha gustado como tal pero, desde mi punto de vista, no es como para recibir semejante galardón (creo que nunca estará poéticamente hablando al nivel de Eugenio Montale u Octavio Paz, por ejemplo). La mitad

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de mis amigos escritores están de acuerdo con ese otorgamiento y la otra mitad no. Unos dicen que se vuelve a reconocer que la poesía nació como canto, y esto viene desde las épocas de Homero, otros dicen que la poesía es escrita y para leerse. Quizá ambos tengan razón. Por lo pronto, escucho y leo al galardonado y no opino nada porque, la verdad, lo disfruto mucho como músico y me quedo con la idea de que Leonard Cohen es más poeta, tiene letras más profundas y que, si le iban a dar el Premio a un canta autor, éste sería el más idóneo. Y Dosfilos, número 152, correspondiente a septiembre-octubre de 2016, ($60.00), como siempre puntual y con sendos artículos muy interesantes, esta revista es decana de las revistas culturales, la cual es hecha y elaborada en Zacatecas, Zac., y animada por el poeta José de Jesús Sampedro. Vale la pena echarle un ojo y leerla porque tiene un contenido rico y variado, sobresale la nota sobre Willie Dixon, uno de los grandes del Blues, debido a la pluma de Jorge García Ledesma; un excelente artículo de Fernando Tola de Habich: “Vampiros. Una mirada ortodoxa”; otro de Francisco Sánchez: “Cinelandia”; otro texto muy evocativo de David Ojeda sobre Miguel Donoso Pareja -escribió David sin saber que a los pocos días de aparecer la revista y su texto, él fallecería-; Edward James, poeta de Ricardo Echávarri; y, claro, el súper divertido Jesús de León: "Ahora las mujeres mandan", entre tantos otros muy interesantes. L a Cofradía de Coyotes, anim ada por Eduardo Villegas y Esm eralda Vela, tienen una colección muy interesante llamada “Serie Coyote Arcoiris”, donde han aparecido una muy buena cantidad de títulos como E l circo titiripulga de Jorge Antonio García Pérez; ¡No te comas mis tortuguitas! Teatro para niños y niñas de Ricardo Pérez Quitt; Las palabras perdidas de Rolando Rosas Galicia, Georgina Florencia López Ríos, Ulises y Cedrel de apellidos Rosas López; E l gato enigmático de José Antonio Zambrano; Historias de la patada de Eduardo Villegas; y Olivia la Chillonona de quien esto escribe, entre otros tantos títulos, todos los cuales están bien diseñados y con muchas páginas para, si quiere el niño, colorear o iluminar. Esta colección es muy importante, sobre todo porque está dedicada a los niños que comienzan a volverse lectores, por lo que deben ser historias muy atractivas e interesantes, para que el niño se “clave” en la lectura y la disfrute. Terminó la XXXII Feria del Libro de la Universidad Autónoma Chapingo, donde como

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siempre, en los tiraderos de libros semi nuevos y usados encontramos muchas “novedades”, como fue el caso de tres libros por cien pesos: Crónicas marcianas de Ray Bradbury -que ya lo tengo-, pero con un prólogo de Jorge Luis Borges (Ed. Minotauro), Los gnósticos y el Evangelio de Judas de Luis H. Rivas (Ed. Lumen) e Historia crítica de la poesía mexicana Tomo I (Ed. f c e , coordinación de Rogelio Guedea). Y muchos otros tantos libros más que me han hecho muy feliz. Por cierto, me d a mucho gusto que nuestra Área de D isciplinas H um anísticas de la Universidad Autónoma Chapingo produzca frutos de su quehacer intelectual, en este caso libros, y me da mucha alegría ver aparecer el libro Nietzsche. La crítica y superación de la moral burguesa (Ed. Cofradía de Coyotes, México, 2016. 120 pp.) de mi querido amigo Luis Manuel Román Cárdenas, con un aleccionador prólogo de Rubén Plascencia Tobías, volumen al cual, y como debe de ser, le echaremos el ojo, lo leeremos con atención ya que es uno de los filósofos alemanes más inquietantes de todos los tiempos. Y todavía siguen sobre nuestra mesa: la sui generis antología: De Neza York a Nueva York. From Neza York to New York. Una antología de poesía de la Ciudad de México y la Ciudad de Nueva York. A bilingual anthology o f the poetry o f Mexico City and New York City, debida al talento y dedicación de Roberto Mendoza Ayala, Stephen Bluestone, Rosalind Resnick, Arthur Gatti, Gordon Gilbert y Evie Ivy, además claro de su editor Eduardo Villegas Guevara, de la cual hablaremos en un número posterior de nuestra revista; Permutaciones del poeta y estudioso Víctor Toledo el cual se presentó en el Centro Cultural Xavier Villaurrutia de la Colonia

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SOBREMESA

Condesa; Teoría y didáctica del género terror de Jaime Ricardo Reyes (Cooperativa Editorial del Magisterio, Colombia, 2007. 206 pp. ¡Un librazo!); Crítica No. 166, 167 y 168, la “Revista Cultural de la Universidad Autónoma de Puebla”; Los 43. Antología Literaria (Ediciones de Los Bastardos de la Uva, México, 2015. 190 pp.) de Eusebio Rubalcaba y Jorge Arturo Borja -compiladores- y Ricardo Lugo Viñas -editor-; Don quijote ¿muere cuerdo? y otras cuestiones cervantinas (Fondo de Cultura Económica $85.00) de Margit Frenk; Los hijos de Yocasta. La huella de la madre (Fondo de Cultura Económica $115.00) de Christiane Oliver; E l viaje que nunca termina. La narrativa de Malcolm Lowry (Fondo de Cultura Económica $175.00) de la canadiense Sherrill E. Grace; Los muertos no cuentan cuentos. Antología de narrativa joven del Estado de México de José Luis Herrera Arciniega (antologador) y otra gran cantidad de libros mágicos y maravillosos que, por fortuna, aparecen en un país de no lectores, empezando por ciudadano presidente de la República y todos sus secretarios, cuyo lema es “Joder a México” ¡Ver para creer! Y por cierto desde estas páginas, reitero mi apoyo al Sindicato Mexicano de Electricistas y a los trabajadores de Mexicana de Aviación, porque les asiste la razón, y repudio las políticas antipopulares, rapaces y mezquinas del Estado Mexicano: ¡No a la nueva Ley Laboral, a la Reforma Educativa y Energética!, ¡la Patria no se vende!, ¡no a la privatización de la energía eléctrica y del petróleo! Igual sigue mi protesta por la desaparición de los 43 normalistas de la Normal de Ayotzinapa, Gro. “Vivos se los llevaron, vivos los queremos” y no a la represión institucional contra los maestros.

M olino @ ¿ e tr a s


VI Congreso Internacional de Historia, Humanidades y Cultura 2017

CONVOCATORIA Universidad Autónoma Chapingo 12,13 y 14 de octubre de 2017 Cumpliendo con su ardua labor histórica de contribuir a una mejor comprensión de los principales problemas y cambios económicos, políticos, culturales y sociales que aquejan al mundo, las siguientes instituciones y asociaciones:

Universidad Autónoma Chapingo

Museo Nacional de Agricultura, UACh

Universidad de Camagüey, Cuba Universidad Autónoma del Estado de México

Instituto de Investigaciones Socioambientales, Educativas y Humanísticas para el Medio Rural

Universidad de los Pueblos del Sur

Programa de Humanidades

Asociación de Historiadores Latinoamericanos y del Caribe

Seminario permanente del Investigación y Divulgación Histórica de la Región y Oriente del Estado de México

Cátedra Internacional “Emiliano Zapata”

Convocan a toda la comunidad del campo de las Ciencias Sociales y Humanidades, a docentes de todos los niveles educativos, estudiantes de licenciatura y posgrado, investigadores de los sectores públicos, privados e independientes y a los artistas a participar en su Vi Congreso Internacional de Historia, Humanidades y Cultura, que se realizará los días: 12,13 y 14 de octubre de 2017, en la Histórica y Combativa Universidad Autónoma Chapingo en Texcoco, Estado de México.

Mesas de discusión Los resúmenes deberán ser enviados a VIcongreso2017@gmail.com Temáticas Del devenir al futuro (historia) Del ser y la conciencia (desarrollo humano) Un tropo a la uña (literatura y lenguaje) Del ser y el conocimiento (educación) De la contemplación al arte (estética) Todos contamos (lógica y matemáticas) Movimientos Sociales y Agrarismo Organización Los ponentes tendrán 15 minutos para exponer. Al final de cada mesa de trabajo se tendrá una sesión para preguntas y comentarios.

Requisitos de participación Enviar un resumen de su ponencia de una cuartilla, señalando en hoja aparte el nombre de la mesa de trabajo donde desean participar, así como su nombre completo sin abreviaciones, la institución donde labora, su E-mail y el país. La recepción de resúmenes de ponencias será hasta el 31 de agosto de 2017. Las inscripciones al Congreso se realizarán el primer día del evento. El Costo de inscripción será de $2 500.00 (dos mil quinientos pesos mexicanos) o 120 dólares o 100 euros. Los ponentes de instituciones públicas podrán solicitar becas y descuentos de hasta el 90%. Los estudiantes que presenten ponencias tendrán becas del 100%. Para los profesores de la Universidad Autónoma Chapingo la inscripción será gratuita, se gestionará un apoyo de la Dirección General de Investigación y posgrado de la UACh. Los resúmenes deberán enviarse a VIcongreso2017@gmail.com


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Más de cien investigadores de 15 unidades académ icas 15 m iem bros del Sistem a Nacional de Investigación

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