Prisioneras

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Historia contemporánea

Españolas en el campo de concentración de Ravensbrück

Prisioneras Aniquilaron a hombres y niños, gitanos y polacos, homosexuales y judíos… Y se cebaron, de la manera más cruel y vejatoria, con las mujeres. Hasta el campo de exterminio que asesinos y supervivientes conocían como El puente de los cuervos llegaron, procedentes de más de cuarenta países, un total de 132.000 mujeres. Entre ellas, había cientos de españolas. Gracias a las que lograron sobrevivir hemos conocido lo que pasó allí. Fue horrible, pero es necesario conocerlo. Te recomendamos leer este reportaje, pero te advertimos de que jamás lo olvidarás. MÓNICA G. ÁLVAREZ

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Neus Català, quien con el número 27.534 fue prisionera del terrible campo de Ravensbrück durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial.

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e trató de uno de los más crueles campos de concentración. En El puente de los cuervos llegó a existir un conjunto de 400 españolas que alcanzaron Ravensbrück alzando su puño en busca de libertad. Aquel pantanoso lugar albergó la parte más dantesca e implacable de un centro de internamiento y, aunque poco se habla de la deportación femenina, fueron las que mayor carga soportaron. Además de las infrahumanas condiciones a las que se enfrentaron, tuvieron que aguantar sufrimientos adicionales y todo tipo de atrocidades: la esterilización, la aceleración de la menopausia, el asesinato de sus hijos en presencia suya y, por supuesto, las prostituyeron. UNA CATALANA CONTRA EL III REICH Neus Català, procedente de la localidad de El Priorat (Tarragona), de raíces campesinas y diplomada en enfermería, fue miembro fundador del PSUC (Partido Socialista Unificado de Catalunya). “Junto con su primer marido, Albert Roger, fallecido durante la deportación, participó en actividades de la Resistencia francesa y llegó a ser enlace interregional con seis provincias a su cargo. Su casa era un punto clave donde escondía a guerrilleros españoles y franceses y a antiguos combatientes de las Brigadas Internacionales. Centralizaba la transmisión de mensajes, documentación y armas. Hasta que fue denunciada a los nazis”, publicó el diario El País el 13 de

Los testimonios sobre las torturas resultan escalofriantes.

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junio de 2010 en un reportaje sobre las mujeres españolas internadas en Ravensbrück, coincidiendo con el 65 aniversario de la liberación de los campos. Tras su detención por la Gestapo el 11 de noviembre de 1943, fue trasladada a la prisión de Limoges, donde la maltrataron salvajemente. Dos meses después, la llevaron a Ravensbrück a bordo de un tren de ganado. “Con 10 SS y sus 10 ametralladoras, 10 ‘aufseherin’ y 10 ‘schlage’ (látigo para caballos), con 10 perros lobos dispuestos a devorarnos, empujadas bestialmente, hicimos nuestra triunfal entrada en el mundo de los muertos”, relata la española. ESTERILIZADAS A su llegada al campo dio comienzo el ritual del terror. Tras la ducha de desinfección le raparon el pelo, inspeccionaron todo su cuerpo, la vistieron con un uniforme a rayas y le asignación el número de prisionera: el 27.534. Allí se topó con una realidad escalofriante: una mujer electrocutada, enroscada y enganchada en la alambrada eléctrica; dos kapos arrastrando a otra mientras una SS la golpeaba con el látigo sin darse cuenta que ya había muerto: “En Ravensbrück se acabó mi juventud el 3 de febrero de 1944…”, recordó Neus. Entró en un mundo inconcebible, un infierno como describieron cada uno de los supervivientes de aquel horror. “Dante ha descrito el infierno, pero no ha conocido Ravensbrück, ni Mauthausen, ni Auschwitz, ni Buchenwald.

“Con diez perros lobos dispuestos a devorarnos hicimos nuestra triunfal entrada en el mundo de los muertos”, relata Neus Catalá, que fue conducida allí en un tren de ganado ¡Dante no podía ni imaginar el infierno! Yo tengo una película en la cabeza en blanco y negro, tal como era todo, porque allí no había colores”, seguía explicando. No había colores pero sí olores. A carne quemada, llagas, gangrena, suciedad… Entre las denigrantes situaciones que sufrió, se encuentran los exhaustivos controles ginecológicos, efectuados en condiciones penosas. De hecho, utilizaban el mismo utensilio para examinar a todas las reas y aquellas que estaban


Las prisioneras trabajaban en fábricas cercanas al campo de concentración.

embarazadas tenían poca, por no decir ninguna, esperanza de sobrevivir. A todo su grupo les pusieron una inyección para eliminarles la menstruación con la excusa de que serían más productivas. La verdad era distinta: los nazis no querían que ninguna diese a luz a niños de… raza inferior: “Los bebés nacidos eran exterminados, ahogados en un cubo de agua, los tiraban contra un muro o los descoyuntaban”. La tierra de Ravensbrück se convirtió en la mayor película de terror creada hasta entonces. Si allí lloraron las víctimas fue sangre y no por los muertos, sino por los vivos que permanecían hechos ovillos esperando nuevos golpes. Muchas pensaron en quitarse la vida. Neus decía que aunque “jamás pensé en el suicidio, sí deseé un día no volverme a despertar”. No obstante, algo que sorprende en esta joven republicana encarcelada a los 29 años, es que llegó a reírse y a sentirse una mujer redimida. “He sido deportada, he estado esclava y me he sentido libre a pesar de todo”, asegura en Ravensbrück, el infierno de las mujeres. DESGARRADOR TESTIMONIO De padre francés y madre española, Conchita Ramos solo contaba con 19 años cuando fue trasladada a Ravens-

Testigo del horror Conchita Ramos fue otra de las españolas que estuvo en los campos de concentración. Fue testigo de cómo los supuestos médicos del campamento realizaban toda clase de aterradores experimentos para probar absurdas teorías científicas. “Nos llevaron a un barracón donde vi mujeres a las que les habían operado las piernas, cortado tendones, los músculos, rasgado la piel, se les veía el hueso, todo para experimentar con el cuerpo humano. Tenían unas cicatrices horribles. A otras les inoculaban productos químicos o las amputaban”. Un tiempo más tarde y debido a su juventud, Conchita fue conducida junto a su tía y su prima a un Kommando a las afueras de Berlín llamado Auberchevaide. Allí trabajarían, junto a otras 500 mujeres, día y noche, fabricando material de aviación. “Yo debía controlar las piezas, pero hacíamos sabotajes. Lo hacíamos todas. Me dieron muchos bastonazos”, contaba orgullosa Conchita. Con la llegada del bando aliado, la española salvó su vida y quedaron solamente 115 mujeres más. Su valentía le valió numerosas condecoraciones como la Legión de Honor del Gobierno francés y la Medalla de la Resistencia. Sin embargo, nada podía borrar ya las huellas de la inhumanidad, el salvajismo y la tortura. El silencio fue traumático pero el reencuentro de su familia y el nacimiento de su primer hijo en noviembre de 1947 lograron eliminar poco a poco sus angustias y miedos.

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Historia contemporánea / Prisioneras brück. Participó de forma activa en la Resistencia y organizó grupos de maquis en la zona francesa del Ariège. Tras su arresto por la Gestapo se iniciaron usiete interrogatorios. Fueron un suplicio: su único objetivo fue no hablar, a pesar de los golpes que recibió por nazis, que arrancaban sin piedad las uñas de manos y pies a hombres y mujeres. Conchita, junto con su tía Elvira y su prima María, fue conducida al campo en un convoy al que denominaron Tren fantasma, en el que viajaron 700 hombres y 65 mujeres. Tardaron dos meses en llegar. A su llegada, Conchita, con el número 82.470, recuerda la primera selección:“En Ravensbrück he visto a las SS pegar con saña por cualquier cosa a mujeres mayores, a los niños, y hemos pasado horas inmóviles al pasar lista en la Appellplatz. Allí, quietas bajo un frío tremendo y

Mercé Núñez, la pasante de Pablo Neruda Trabajó para el ilustre Pablo Neruda antes de que el poeta fuera universalmente reconocido. Pero su historia lo debía ser tanto como la del creador de versos que fue el chileno de quien fue secretaria poco antes de sufrir lo que no se puede describir. de su liberación y Mercedes es excarcelada el 21 de enero de 1942. A partir de ahí, comienza una vorágine: primero huye a Francia, donde pasa un tiempo en el campo de internamiento de Argelés; después se convierte en parte activa de la Resistencia y, cuando se encontraba trabajando como cocinera en el Cuartel General de Carcassone facilitando información, un chivatazo hace que la Gestapo la encuentre y la detenga en 1944. Inicialmente la llevan al campo de Saarbrücken para acabar en el de Ravensbrück.

UN LENGUAJE GUTURAL

Paquita Colomer, como era conocida Mercedes Núñez entre sus compañeras del Ravensbrück, nació en Barcelona en 1911 en una familia acomodada que tenía una joyería en Las Ramblas. De padre gallego y madre catalana, Mercé, a los 16 años trabajaba como secretaria de Pablo Neruda, que en aquel entonces era Cónsul de Chile en la Ciudad Condal. Poco después es detenida y llevada hasta la prisión de Betanzos. En 1940 la trasladan a la Cárcel de las Ventas de Madrid donde fue condenada a 12 años y un día por “auxilio a la rebelión militar”. No se sabe si por error o por obra del destino, el General Juez del Juzgado de delitos de espionaje procesa la orden

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Para Mercé los nazis no hablaban un idioma, sino que expresaban aquel fanatismo mediante “ladridos”: “El obermeister ladra de tal manera que le puedo ver las muelas de oro y hasta la garganta”, describía en el libro El carretó dels Gossos. Una catalana en Ravensbrück. La prisionera española no daba crédito a cómo los nazis mantenían a las presas durante horas totalmente desnudas, exponiéndolas en público mientras se mofaban de ellas y las maltrataban. La respuesta de Mercé era permanecer impertérrita. Cuando alguna supervisora la miraba no tenía “vergüenza en verme desnuda en su presencia, como si fuese un perro más o una piedra. Es el momento en que termino por excluirlos de la comunidad humana. Para mí son bípedos y basta”. Pese a la aparente fortaleza que mostraba, su salud no fue nada buena. Cada día intentaba disimular su empeoramiento. Esto le ayudó a ser tildada de apta en el trabajo. Ese “premio” le


A la derecha, Juana Bormann junto a otras guardianas nazis –cuya crueldad quedó marcada a fuego en las supervivientes– durante su detención en el campo de Bergen– Belsen (1945). A la izquierda, el horror de los trabajos forzados en Ravensbrück.

valió para iniciar tareas en el combinado metalúrgico HASAG, donde fabricaban obuses. a las afueras de Leizpig. Su afán por entorpecer el buen funcionamiento de la máquina nazi comenzaba por la propia cadena de producción. Se hartó de enviar al desguace obuses buenos y dar como perfectos los defectuosos. “Tenemos que recordar que cada obús inutilizado son vidas de los nuestros ahorradas”, afirmaba. La lucha interna de Mercé por derribar la monstruosidad de aquellas gentes se hacía constar en cada una de sus maniobras. Y aunque su salud seguía de mal en peor, ella aguantaba y soportaba, no solo las palizas que la propinaban sino, principalmente, las humillaciones consumadas contra algunas de sus camaradas. Cuenta Mercé que, en una ocasión, una de las guardianas arrebató a una joven madre su bebé de tres días. La condenó a trabajar y a producir para una de las empresas alemanas que practicaba la esclavitud laboral. Si le quedaban fuerzas para vivir tenía que ser destinado para ellos. El niño fue llevado a la cámara de gas.

SOBREVIVIR O MORIR Una de las situaciones que generaron en Mercedes una gran vergüenza por los sentimientos que le removían ocurrió cuando los mandos superiores del campo procedían a escoger cincuenta mujeres, que bien por tener una mala salud o bien por no ser aptas para el trabajo, acabaron siendo designadas

al “transporte” (la cámara de gas). Llegó el momento del macabro cómputo final, y cuando ya habían sido escogidas 49 mujeres, la joven española ayudó a Madame P., pidiéndole con susurros que se quitara las gafas, para después esconderlas. Eso era signo inequívoco de debilidad en un centro de trabajo, pero decide no condenarla. ¿Quién es ella para hacerlo? Así que Mercé ayuda a la pobre mujer aún a sabiendas de que podría no salvarse y terminar en la fosa. No practica el silencio y ambas mujeres consiguen escapar a la muerte. Hazañas como ésta, a veces salpicadas por tentaciones y debilidades egoístas, son las que inundan todos los campos de concentración nazis.

UN GOLPE DE SUERTE A comienzos de abril de 1945, Mercedes aquejada por una grave hemorragia en el aparato respiratorio fue ingresada en la enfermería del Schoenenfeld (Revier), la antesala de la cámara de gas. Tuvo suerte: el mismo día que iba a ser gaseada –el 14 de ese mes– las tropas aliadas llegaron a las instalaciones. La joven republicana se había salvado por los pelos. A partir de aquí inició una nueva vida. Se casó con Medardo Iglesias, capitán de asalto durante la República y tuvo un hijo, Pablo Iglesias Núñez. Una de las famosas reflexiones que escribió Mercé, alias Paquita Colomer, decía: “Hubo que vencer el miedo de volver a la vida normal, aprender de nuevo, como una criatura pequeña, los gestos sencillos: pagar el alquiler, ir al horno a comprar el pan, saludar a un vecino; salir del ghetto moral, del «yo ya no soy como los demás», «los que no han ido a los campos no pueden comprender». Y no decirse nunca «yo ya he hecho bastante, ahora que los jóvenes…», sino darse a la vida plenamente, caminar siempre al lado de los que van adelante sin dejarse llevar a la tranquila agua mansa de ningún puerto”.

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La guardiana: Dorothea Binz, “La Binz” Esta alemana fue supervisora nazi o SS-Oberaufseherin en el campo de concentración de Ravensbrück durante la Segunda Guerra Mundial. Nacida en Alemania procedía de una familia de clase media cuyo padre era técnico forestal y su madre era dueña de un vivero. Formó parte del Partido Nazi y entró en el campo de Ravensbrück en agosto de 1939. La Binz fue una de las maestras de la jovencísima y peligrosa Irma Grese, “el Ángel de Auschwitz”. Se caracterizó por pasearse, látigo en mano, con un pastor alemán adiestrado para matar. Junto a María Mandel, “la Bestia de Auschwitz”, practicó las famosas flagelaciones en el búnker de castigo de Ravensbrück. Cuando se personaba en la gran plaza central Appellplatz para hacer el recuento “se hacía el silencio”. Todos, tanto camaradas como prisioneros, la temían. Practicaba fusilamientos en lo que se conocía como “pasillo de tiro”, mataba a hachazos e instruía a las novatas en el arte del maltrato. Golpeaba, abofeteaba, pateaba, azotaba, pisoteaba y abusaba de las internas con gran crueldad. “Creo que prefieren eso a ser privadas de su comida, e incluso algo más”, llegó a responder la Binz durante la vista judicial. En su haber tiene cerca de 100.000 asesinatos, principalmente mujeres y niños. Fue capturada en mayo de 1945 y sentenciada en el juicio de Ravensbrück a morir en la horca. Tenía 27 años.

débiles, algunas caían y no las podías ayudar o te echaban a los perros encima”. Las guardianas eran tan fieras como sus animales y maltrataban brutalmente a las mujeres que yacían en el suelo. Aquellas palizas impactaron a Conchita, quien presenció cómo los más pequeños eran atizados y asesinados sin escrúpulos. Llegó a contemplar el asesinato de tres niños a manos de Dorothea Binz, la supervisora en jefe en esa época. Su relato es estremecedor: “Una de las Aufseherinen le gritó, pero el niño no la escuchó y ella le lanzó el perro. Lo mordió y lo destrozó. Después ella lo remató a palos”. La idea de ser liberadas les hacía mantenerse con vida. Pero no se lo ponían

nada fácil. En el caso de la joven española, al finalizar su jornada –trabajaba en una fábrica a las afueras de Ravensbrück– dormía fuera, al borde de la carretera. Daba igual si hacía frío, nevaba, si llovía o había hielo… Su casa era el suelo del prado. Incluso allí los guardias disparaban de forma indiscriminada a los prisioneros. HUIDA… HACIA LA MUERTE En febrero de 1939 Secundina Barceló entró en Francia huyendo al exilio a través de la frontera de Puigcerdá. Miles de republicanos la acompañaban. Pero fue apresada e internada un par de días en un hangar de la estación de La Tour de Carol, junto a otras mujeres, niños

Ravensbrück simbolizó el horror que se cebó con los más inocentes.

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A la izquierda, el monumento a las mujeres obra de Will Lammert y Fritz Cremer en el Memorial Nacional de Ravensbrück. Abajo, una toma del juicio en Rastatt al que fueron sometidos numerosos nazis a partir de diciembre de 1946. En esta misma página, un sello de 1946.

Hicieron con ellas todo tipo de atrocidades: las esterilizaron, les aceleraron la menopausia, asesinaron a sus hijos, las prostituyeron…

y ancianos. De allí fue trasladada a Los Andelys, alojándose en una antigua cárcel de menores hasta junio de 1940. Poco después huyó. Finalmente acabó en París. Tras pasar días refugiada en un “garaje de asilo”, permaneció en el cuartel Les Tourelles junto a un grupo de españoles. Su compañero, Rafael Salazar, entró en contacto con José Miret, dirigente de la MOI (Mano de Obra Inmigrada - Main d’oeuvre immigrée). En el cuartel organizaron, distribuyeron octavillas y prensa

clandestina entre los españoles. A Secundina se la usó de enlace y para el reparto de diarios, hasta que en enero de 1941 se marchó a Orleáns. Allí realizó las mismas actividades pero a mayor escala. En enero de 1942 su compañero Rafael Salazar fue enviado a la Bretagne y Secundina se quedó sola en Orleans, con su hijo de 9 años. Pero alguien la denunció. Fue detenida el 19 de julio de 1944. Los interrogatorios duraron quince días: “Bofetadas, puñetazos, quemaduras con cigarrillos Ante mi silencio, más tarde emplearon la matraca, luego el lavabo y finalmente, el suplicio de la bañera. Como continuaba sin querer hablar, me amenazaron con que, si no daba los nombres y domicilios de los responsables de la Resistencia local y regional, detendrían a mi hijo y lo colgarían”. Fue tal la violencia contra ella, acabó tan desfigurada, que sus camaradas también detenidos tan solo pudieron reconocerla por los zapatos que llevaba. Tras un tiempo en Ravensbrück lite de Abteroda, fue llevada al campo de Markkleeberg. De día cumplía tareas con un pico y una pala y por la noche como refuerzo en la descarga de vagones de

carbón. Cuando los aliados empezaron a ganar terreno a los alemanes, estos abandonaron el recinto junto con las prisioneras, a quienes hicieron caminar por la carretera en dirección a Checoslovaquia. En un despiste de los guardias, Secundina y otras tres compañeras suyas consiguieron escapar hasta que dieron con un campo de trabajadoras voluntarias. Allí les dieron de comer y las escondieron hasta la llegada de las tropas soviéticas ocho días después. A finales de 1945, Secundina consiguió llegar a París y refugiarse en el hotel Lutetia. Su afán de lucha dotaron a esta española de unas ganas inmensas por derrocar el gobierno nazi, pese a las trabas físicas y emocionales a las que fue sometida. El impacto que sufrieron estas mujeres superó el aspecto físico o psicológico. Sus gritos se ahogaban entre los sollozos de las cámara de gas, y aunque el silencio era lo único que les mantenía en pie, siempre tuvieron fe de salir vivas de aquella locura vestida de rojo infernal. Sólo unas pocas lo consiguieron y dejaron su testimonio para la posteridad. Sobrevivieron al horror. Aquí las hemos recordado.

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