Richard Speck, el asesino de enfermeras: “nacido para traer el infierno”

Page 1

Richard Speck, el asesino de enfermeras: “nacido para traer el infierno” En una noche mató a ocho estudiantes en una residencia de Chicago Vuelve a estar de actualidad gracias a la serie ‘Minhunter’ Mónica G. Álvarez 13/07/2018 06:30 | Actualizado a 13/07/2018 13:13

Richard Speck, al final del juicio (15 abril 1967) (Getty)

Lo que en un principio empieza como un mero robo puede acabar convirtiéndose en una terrible matanza. A lo largo de esta sección hemos conocido casos de criminales que, valiéndose del consumo de drogas y alcohol, han perpetrado brutales asesinatos. En ellos encontraban la excusa perfecta para dar rienda suelta a sus fantasías. Pero un comportamiento así no se da de la noche a la mañana, sino que hay muchos puntos de inflexión detrás. Los expertos apuntan a que los estupefacientes sacan de nosotros lo que yace en nuestro subconsciente,


aquello que no nos atrevemos a llevar a cabo de una manera consciente. Por eso, al asesino Richard Speck no le resultó especialmente chocante matar a ocho enfermeras en una sola noche. Aunque sólo quería perpetrar un nuevo allanamiento con robo, algo en él afloró e hizo que acabara la madrugada con las manos manchadas de sangre. Las palabras de su tatuaje, “Born to raise hell” (Nacido para traer el Infierno ), eran toda una premonición. Víctima de maltrato, accidentes y daños cerebrales Estadounidense nacido el 6 de diciembre de 1941 en Kirkwood (Illinois), formaba parte de una familia numerosa de ocho hermanos en la que él era el séptimo hijo. Su vida había transcurrido con total normalidad hasta la muerte de su padre, Benjamin, cuando él tenía seis años. El fallecimiento de su progenitor a finales de 1947 cambió su destino. Su madre, Mary Margaret, tenía que mantener a ocho hijos completamente sola, así que cuando en 1950 conoció a Richard Lindbergh no dudó en casarse con él. No fue su mejor elección, porque este vendedor de seguros no resultó ser trigo limpio.


Ficha policial de Richard Speck en el departamento del Sheriff de Dallas (1965, arriba y 1961, abajo) (Achivo)

Era alcohólico y violento y su carácter agrio generaba disputas en las que la madre acababa casi siempre con alguna marca en el cuerpo. Richard no soportaba a su padrastro y empezó a odiarle. Por suerte para la familia, éste los abandonó cuando él era adolescente. Además de las


escenas de maltrato que tuvo que soportar, este niño no tuvo una salud de hierro. Con tres años padeció una neumonía que le cortó el riego sanguíneo hasta el cerebro. A los cinco sufrió un accidente al golpearse en la cabeza con un martillo de carpintero mientras jugaba. Con diez años se cayó de un árbol y estuvo inconsciente al menos noventa minutos. Al año siguiente, mientras corría por la calle distraído, se dio un fuerte golpe en la cabeza con la barra de hierro del toldo de una tienda. A los catorce años se cayó de la bicicleta y de nuevo de un árbol, y una vez más perdió la conciencia. Su infancia de maltratos y todos estos accidentes en la zona de la cabeza dejaron en Richard una huella indiscutible que contribuyó de alguna manera a la creación de una personalidad que lo impulsaba a cometer delitos y agresiones. Es como si no pudiese evitar meterse en líos. Las drogas y el alcohol tampoco ayudaban. Empezó a consumirlas a los doce años. “Parecía estar siempre en la niebla, resentido y triste” Antiguo profesor de Richard Speck Uno de sus antiguos profesores de escuela declaró tras los asesinatos: “Parecía como perdido y daba la impresión de que no se enteraba bien de lo que ocurría. Jamás lo vi sonreír. Nadie podía llegar hasta él. Era un solitario. Parecía estar siempre en la niebla, resentido y triste. No tenía amigos en clase”. De hecho, jamás acabó los estudios y su carrera fue la calle. Se dedicó a delinquir y desde muy pequeño fue engrosando un variopinto historial policial. Compaginaba delitos de poca monta con trabajos como basurero, camionero, carpintero o granjero. ¿Un adicto-inofensivo? El accidente cerebral sufrido durante su infancia, agravado por los frecuentes golpes en la cabeza, supuso un antes y un después para Richard. Tampoco ayudaron la infinidad de peleas en las que se metía de


adulto. Una de ellas ocurrió tras un intento de robo. La policía fue a apresarlo, el delincuente se resistió y le golpearon ocho veces en la cabeza con una barra de hierro. A partir de aquí comenzó a sufrir fuertes jaquecas que sólo podía apaciguar la ingesta de alcohol. Esto era un arma de doble filo, ya que el alcohol lo volvía soberbio e irascible. “Empecé a pensar que la gente me maltrataba sin ton ni son”, atestiguó durante su interrogatorio. Sólo podía contener esa ira estando sobrio, porque cuando estaba ebrio su comportamiento violento se disparaba.


Richard Speck en 1967 (Sun-Times)

A los veinte años se casó con Shirley, una joven de quince con quien tuvo una hija, Robbie Lynn. La suya parecía una familia normal, pero Richard sentía una especial animadversión por las mujeres, hasta el punto de divorciarse de su esposa. El trauma del segundo matrimonio de


su madre, que le amargó la vida, y la multitud de accidentes que tuvo, hicieron que germinara en su interior una aterradora misoginia que a duras penas controlaba. Aunque llegó a afirmar: “Me gustan las chicas. Yo no haría daño a una mujer”, en realidad no era así. Aquel odio lo proyectaba en todas las mujeres que le rodeaban.

Cinco de las víctimas de Richard Speck antes del asesinato (Getty)

Con dieciocho años pegó a su madre, más adelante maltrató a su esposa, con la que tenía continuas peleas por sus enfermizos celos, y años después llegó a atacar a una prostituta de Dallas. En una ocasión confesó a un amigo suyo que mataría a Shirley, “aunque sea lo último que haga en la vida”, añadió. Su mujer le abandonó a principios de 1966 y Richard decidió mudarse a Chicago. Probó a trabajar como marinero en algún barco pesquero hasta que finalmente le cogieron para soltar amarras en el mes de julio. Como de costumbre, estaba borracho y drogado, y tras finalizar la jornada fue de bar en bar por el paseo del lago Michigan. En uno de los


locales, y junto con otros compañeros, se inyectó un líquido de color claro. El calor de aquel verano era sofocante y Richard estaba completamente colocado. La casa de muñecas El 14 de julio a las once de la noche, Richard se presentó en una zona residencial de estudiantes de enfermería en el barrio de Jeffery Manor. El lugar constaba de seis casas y en cada una de ellas vivían ocho chicas que realizaban prácticas en el hospital de la Universidad de Chicago. El timbre de la puerta de Corazon Amurao -una de las víctimas- sonó y ella se imaginó que era alguna de sus compañeras, así que abrió. Richard la estaba esperando. La empujó y entró. Empuñando un arma, le aseguró que no le haría ningún daño y que sólo quería dinero para marcharse a Nueva Orleans. Buscó al resto de las inquilinas, las reunió en el salón y las obligó a que le dieran todo el dinero, que una vez contado no superaba los cien dólares.


Corazon Amurao, única superviviente de Richard Speck (YouTube)

Aunque les garantizó que no les haría nada, cogió una sábana y las maniató con nudos marineros. Estaba muy nervioso. Golpeaba continuamente el suelo con el arma. Después charló tranquilamente con las enfermeras hasta que se produjo un silencio. Entonces las violó una a una, las golpeó, las acuchilló y las estranguló hasta la muerte. “No es como en la televisión. Se tarda [en estrangular] más de tres minutos y necesitas ejercer mucha fuerza”, llegó a decir en una cinta de vídeo grabada en la cárcel de Illinois. La única que logró escapar fue Corazon Amurao, que, tras esconderse bajo una cama, dejó pasar las horas y a las seis de la mañana dio la voz de alarma. Gritó a través de las ventanas hasta que una vecina salió a ver qué estaba pasando. Cuando llegaron las autoridades, encontraron los cuerpos sin vida de ocho jóvenes que habían sido brutalmente asesinadas.

Una fingida amnesia Cuando a la mañana siguiente Richard se despertó en un hostal cercano y bajó al bar, no recordaba nada de lo sucedido. O así lo dio entender a


la policía. No sabía cómo había conseguido el arma ni tampoco cómo había llegado a la habitación. Además, cuando bajó a la taberna para comprar algo más de alcohol y vio la noticia de los crímenes en la televisión, incluso le comentó al camarero: “Espero que cojan a ese hijo de puta”.

Escena del crimen en la residencia de enfermeras donde Richard Speck mató a ocho mujeres (1966) (Life)

Los investigadores estaban tras su pista. La descripción física que había aportado la superviviente y ciertos detalles les conducían hasta Richard, pero no tenían pruebas suficientes para arrestarlo. Así que


pensaron que la mejor manera de capturarlo era tenderle una trampa. Crearon el falso rumor de que había un nuevo buque que necesitaba personal para ir a Nueva Orleans e incluso dieron un número de teléfono real para aquellos que querían más información. Richard llamó y se interesó por el puesto de trabajo, pero no apareció por las oficinas. A esas alturas ya habían localizado la llamada. Provenía del hostal donde se alojaba. Estaban muy cerca pero él ya había desaparecido.


El retrato robot de Richard Speck realizado por la policía (Getty)

El asesino se pasó todo el día bebiendo en los clubs de la zona. Terminó en la cama con una prostituta que aseguró al dueño de uno de los locales que había pasado la noche con él. El propietario llamó a la policía, pero cuando fueron a detenerle ya no estaba. Así estuvieron varios días,


hasta que los investigadores decidieron hacer pública la identidad del criminal. Cuando Richard escuchó en las noticias que él era el asesino que buscaban, intentó suicidarse cortándose las venas en un hostal. Al oír los gritos desgarradores, el conserje llamó a urgencias y cuando el médico llegó reconoció su cara. Le trasladaron al hospital, donde ya le estaba esperando la policía. Por fin habían dado caza al asesino de enfermeras.

Richard Speck en la enfermería tras ser detenido (Archivo)

Durante el interrogatorio no quiso hablar, pero las pruebas lo hacían por sí solas. Cuando llegó la vista previa, el 1 de agosto de 1966, la expectación era máxima. Al no tener dinero, Richard tuvo que conformarse con un abogado de oficio que alegó su no culpabilidad. Sin embargo, cuando Richard respondió ante el fiscal acerca del asesinato de las enfermeras, sólo pudo articular: “Si dicen que lo hice, es que lo hice”. No recordaba haberlo hecho y sus jaquecas iban en aumento. Un total de


ocho psiquiatras examinaron a Richard para determinar si estaba bien psicológicamente como para asistir al juicio. La conclusión fue rotunda: sí.

Richard Speck escoltado por la policía tras el juicio (1967) (Getty)

El proceso contra Richard Speck comenzó el 3 de abril de 1967. Tuvieron que aumentar la seguridad para evitar que nadie de la sala le agrediese. Se podía respirar la indignación. Después de escuchar el testimonio de Corazon Amurao y de aportar las pruebas físicas pertinentes, el 15 de abril el jurado encontró al acusado culpable de los ocho asesinatos. Le condenaron a morir en la silla eléctrica. La fecha de la ejecución se fijó para el 22 de noviembre de 1968, pero por temas burocráticos ésta no se produjo. De hecho, en 1976 se incluyó a Richard en el listado de presos con derecho a salir en libertad. Eso nunca ocurrió. El asesino de enfermeras, después de ir de prisión en prisión, murió de un ataque al corazón el 5 de diciembre de 1991. Hoy por hoy nadie conoce dónde fue enterrado su cuerpo. Su hermana quiso que se mantuviese en secreto.


Richard Speck sonriendo durante el juicio (15 abril 1967) (YouTube)


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.