Insectos, testigos de la muerte

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Diario del misterio

Periódico semanal digital - G R A T U I T O (Diciembre 2010)

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Expediente X: Diputación de Granada (El Diario del Misterio) Óscar Castaño (Redacción DM) Algo debió ocurrir en aquel lugar, algo que en el fondo nunca hemos podido conocer ni comprender, pero de la noche a la mañana el viejo edificio de la calle mesones dependiente de la diputación de Granada, se convirtió en el epicentro de extraños fenómenos. Muchas funcionarias, e incluso el personal de limpieza, fueron las que alertaron de que algo extraño estaba pasando, y que ese algo les estaba agrediendo directamente. Hay quién dijo que notó una mano tirando de su cabello, también a quién aseguró que una figura parecida a un sacerdote vagaba entre sus pasillos. A tal extremo llegó la situación que José Luis Hermida, vicepresidente de la diputación de Granada rompió su silencio y decidió que aquello sea lo que fuere había que investigarlo. Eran demasiados testimonios, demasiados encuentros con lo insólito, que estaban afectando al desarrollo normal de los trabajadores. Todo se convirtió en un rosario de fenómenos muy desagradables , agresiones, mordiscos que parecían de niños pequeños, voces extrañas, luces, movimientos de objetos. Todo eso en un lugar que hoy queremos rescatar del recuerdo, es el caso de la Diputación de Granada. Era mediados de la década de los años ochenta, concretamente 1986, y desde hacía algún tiempo varios trabajadores del edificio oficial de la Diputación de Granada, se quejaban por los extraños ruidos que percibían algunas noches. Lo que en principio fue un simple malestar, fue derivando en un caso de poltergeist mucho más agresivo. Se habló de maquinas de escribir que tecleaban solas, de lamentos de niños y sobre todo de una extraña y alargada presencia. Los miembros del desaparecido equipo Omega de investigaciones capitaneados por Juan Burgos, pudieron pasar varias noches en el interior del inmueble comprobando in situ la existencia de fenómenos extraños que jamás pudieron ser explicados. Una de las personas que pudo comprobar como lo imposible se materializó repentinamente fue Pilar Perry, quien declaraba, que en presencia de seis o siete personas, pudieron ver en el techo de una sala a

oscuras, unas luces alargadas blancas amarillentas que iban moviéndose de forma caprichosa de un lado a otro, sin seguir ningún orden establecido. Poco más tarde, miembros del equipo constataron con total nitidez unos lamentos largos y lastimeros que acabaron contagiando la intranquilidad entre los experimentados investigadores. Aquella noche de investigación oficial, no fue la única que vivieron los integrantes del grupo Omega, pero debido a la virulencia de los fenómenos, y contando que el edificio en cuestión se encontraba en una de las zonas históricas más antiguas de Granada, decidieron indagar sobre el origen del inmueble. Sus investigaciones descubrieron que el edificio tenía un pasado tétrico, el propio arquitecto del mismo Antonio Rodríguez, confesó que cuando se estaban realizando las obras de remodelación, se encontraron emparedados en un muro varios restos humanos de niños y un adulto,

y que algunos ladrillos que aparecían en ese muro no se correspondían con época antigua, como si esa zona se hubiera reformado misteriosamente en algún momento. Tras lo vivido y lo averiguado estaba claro para el equipo de investigación Omega, que aquel no era un caso más. Este edificio escondía en su interior desde tiempos inmemoriales algo que parecía realmente malévolo. El 23 de diciembre de 1986, varios miembros del grupo regresaron de nuevo para pasar otra noche de investigación en el interior del inmueble. Pero aquella madrugada tampoco iba a ser como las demás, varios miembros del grupo se fueron repartiendo por diferentes estancias del edificio con el cometido de dejar aparatos de medición energética y grabadoras que fueran capaces de detectar una posible actividad paranormal. Las primeras horas transcurrieron con normalidad, hasta que uno de los investigadores Juan Burgos, pasó cerca del hueco del

muro que años atrás había albergado esqueletos de niños, entonces justo en ese instante, saltó un medidor de alteraciones de campo electromagnético, un rayo salió de la pared e impacto en su mano. En esos momentos el aparato de medición cayó al suelo, y mientras Juan lo recogía pudo observar como del muro salía una especie de humo denso que empezó a tomar forma de monolito, incluso hasta llegar a configurar un rostro. Cuando el pánico había hecho ya presa de alguno de los presentes que salieron huyendo de la sala, apareció de forma lenta y misteriosa de la misma pared, una densa bruma que fue tomando forma humana y que se desplazó sigilosa por el habitáculo hasta que despareció por una habitación contigua. Los testigos hicieron un retrato robot de lo que habían visto, cuando aquel rostro se emitió por primera vez en una televisión regional, la sorpresa fue mayúscula. Muchos vecinos de la calle mesones, identificaron dicho rostro con el de un antiguo sacerdote de una iglesia cercana, que paseaba muchas veces por aquel lugar, lo llamaban el padre Benito. Han pasado veinticuatro años de estos enigmáticos sucesos, y nos encontramos con un lugar marcado no solo por su pasado, antigua mezquita, posterior iglesia de la Magdalena, un desgraciado accidente con un coche fúnebre de caballos, sino también marcado por un presente no menos inquietante. Como ocurre en otras ocasiones, los negocios que se instalan en ese edificio han estado rodeados de fenómenos inexplicables, tanto cuando eran los llamados almacenes la Magdalena en 1892, como cuando posteriormente los adquiere también como almacén la cadena norteamericana Wolworth. Pasando a ser posteriormente el edifico de la Diputación de Granada, y hoy actual catastro. Hemos pretendido aproximarnos con luz racional a este mítico caso que forma ya parte de la historia misteriosa de nuestro país. ¿Se trata de un cúmulo de exageraciones, de sugestión colectiva o realmente nos encontramos con un lugar maldito marcado por la tragedia que lleva implícito la presencia de lo extraño? que cada uno saque, sus propias con conclusiones.


Insectos: testigos de la muerte (El Diario del Misterio) Mónica González Álvarez La policía científica llega al escenario de un crimen. Con sumo cuidado va analizando cada rincón del lugar, fotografiando todo aquello que parece “normal” a la vista. Es entonces cuando cualquier detalle, por pequeño que sea, se vuelve esencial para la investigación de un caso. Restos de pelo, minúsculos fragmentos de tela, salpicaduras de sangre, insectos no comunes… Son estos últimos quiénes más “hablan” sobre lo ocurrido y los que más ayuda prestan a estos policías de bata blanca. Gracias a ciertas larvas podemos conocer antes que nadie cuándo, cómo y de qué forma murió una persona, qué pasó durante el incidente, e incluso, averiguar la identidad del asesino. Hablamos de la entomología forense o médico-legal. ORÍGENES “Estudio de los insectos asociados a un cuerpo muerto para determinar el tiempo transcurrido desde la muerte”. Ésta sería en pocas palabras, la definición básica de esta ciencia, “milagrosa” para muchos y del todo práctica para otros. De hecho, su importancia es tan vital que el llamado PMI o intervalo postmortem, puede utilizarse para ratificar o desmentir la coartada de un sospechoso y como ayuda en la identificación de víctimas desconocidas encuadrándolas en un plazo de tiempo correcto. Pero vayamos por partes. La entomología forense no es una práctica moderna, más bien todo lo contrario. La cosa viene de muy antiguo, concretamente de hace más de 3.600 años. Fue en aquella época cuando en la 14ª lápida de la serie de Hurra-Hubulla, se creó una lista sistemática de animales salvajes terrestres del tiempo de Hammurabi, basada a su vez en un inventario sumerio aún más arcaico. Escrita en cuneiforme, entre los 396 animales citados, 111 son insectos y 10 son moscas. Curiosamente, dos de los tipos más comunes hoy en día en casos forenses, son mencionados aquí por primera vez. Se trata de la “mosca verde” (Phaenicia) y de la “mosca azul” (Calliphora). EL PRIMER CASO RESUELTO Tan sólo hay que remontarse al siglo XIII y en concreto a un manual de Medicina Legal chino, para hallar el primer caso resuelto gracias a la

entomología forense. En dicho documento nos encontramos con el homicidio de un labrador degollado por una hoz. Para resolver el suceso buscaron a todos los labradores relacionados con el muerto e hicieron que depositasen sus hoces en el suelo al aire libre. Después de un tiempo prudencial, observaron el siguiente hecho: de todas las hoces expuestas tan sólo a una acudían las moscas. Conclusión: el dueño de dicha guadaña debía ser el asesino, ya que estos insectos se sienten atraídos por la sangre. Por tanto, todo apuntaba a que el arma del crimen podía conservar, y así era, restos humanos. Durante algún tiempo, determinadas creencias populares llevaron a pensar que tras la muerte de una persona, su cadáver se descomponía por culpa de las larvas que salían de su cuerpo. Por suerte, estas ideas no trascendieron en el tiempo ya que Francisco Redi, un naturalista del Renacimiento, demostró científicamente que estos gusanos procedían de insectos y que eran ellos los que depositaban sus huevos sobre el cadáver para desarrollarse. ¿Cómo lo hizo? Realizó el siguiente experimento: cogió un gran número de cajas sin tapa y en cada una de ellas colocó trozos de carne, unas veces cocida y otras, cruda. De esta forma pretendía atraer a las moscas para que desovaran sobre ellas. Una vez conseguido el objetivo, Redi observó su comportamiento y se dio cuenta de que primeramente los huevos se transformaban en larvas, después en pupas y finalmente en individuos adultos. Aquí habría que distinguir cuatro tipos de moscas: moscas azules (Calliphora vomitoria), moscas negras con franjas grises (Sarcophaga carnaria), moscas análogas a las de las casas (Musca domestica o quizás Curtonevra stabulans) y moscas de color verde dorado (Lucilia caesar). Sin embargo, el naturalista quiso llegar más allá y realizó un nuevo estudio. Para ello colocó las mismas carnes en cajas cubiertas con una gasa, a fin de que también se produjera la putrefacción. Sin embargo, las moscas no lograron acceder al interior y la carne se corrompió igual pero sin larva alguna. A pesar de ello, Redi advirtió que las hembras querían desovar como fuese, introduciendo la extremidad de su abdomen a través de la tela. En dos de estas ocasiones, fueron larvas vivas en vez de huevos. Asimismo, Redi también logró demostrar gracias

a esta prueba, que las moscas no cavaban la tierra y que las lombrices de tierra jamás se alimentaban de los cadáveres enterrados. AYUDA EN LA MEDICINA LEGAL Tras estos experimentos, es en el año 1805 cuando comienza a utilizarse de forma continua la entomología como ayuda en la medicina legal. Se hizo gracias a los estudios de los doctores Bergeret, Ordila y el propio Redi, que favorecieron el inicio de la sistematización de esta práctica forense. No obstante, el auténtico nacimiento de esta especialidad médico-legal tuvo lugar en 1894 con la publicación de “La Fauna de los Cadáveres. Aplicación de la Entomología a la Medicina Legal”. Según su autor, el doctor Megnin, existen diferentes grupos de artrópodos denominados “escuadrillas de la muerte”. Cada una de estas escuadras acude al cadáver en un orden determinado, lo que puede indicarnos de forma precisa el tiempo transcurrido desde el fallecimiento. A pesar de estas buenas conclusiones, estudios posteriores señalaron que esto no era tan exacto como pensaba Megnin. Tras una época de estancamiento, la trayectoria de la entomología médicolegal despegó de forma vertiginosa. Uno de estos ejemplos lo encontramos en el año 1986 con la publicación del “Manual de entomología forense”. OBJETIVOS PRINCIPALES Es bien cierto que en la actualidad, la entomología forense es una ciencia casi imprescindible para el esclarecimiento de numerosos casos policiales. Pero, ¿hasta qué punto? Una de las razones y quizás la más importante, es porque nos permite

9 conocer la datación de la muerte a través del estudio de la fauna cadavérica. Es decir, de todos aquellos insectos que se encuentran sobre el cuerpo inerte. Otro motivo esencial sería porque determina la época del año en que ha ocurrido la muerte. Además, también verifica que un cadáver ha fallecido en el lugar donde ha sido hallado y no en otro. Y por último, porque sirve como medio de fiabilidad y apoyo a otros métodos de datación forense. Cuando un investigador criminalista se enfrenta a un cadáver tiende a hacerse tres preguntas fundamentales: causa de la muerte y circunstancias en las que se produjo, data de la muerte y lugar en el que se produjo el fallecimiento. Si utilizamos los artrópodos para esclarecer los motivos de la muerte, estos nos darán respuestas fiables y definitivas referentes a la data y al lugar. La entomología nos dirá por ejemplo, si el cadáver sufrió algún tipo de desplazamiento y en qué momento ocurrió. TÉCNICAS ENTOMOLÓGICAS Existen tres técnicas a la hora de establecer la hora y día de la muerte de un cadáver, e incluso el lugar donde murió. La primera: la data de la muerte se establece por análisis de los restos a través de observación externa. Es decir, se estima el deterioro de determinadas prendas producido por el paso del tiempo. La segunda incluye el análisis de elementos químicos y compuestos como nitrógeno, aminoácidos y ácidos grasos. Y la tercera técnica viene con la valoración del desgaste de tejidos plásticos, nylon y materiales semejantes. Después de la muerte, los entomólogos destacan dos grupos de fuerzas post-mortem que cambian la morfología del cuerpo y que pueden explicar ciertas anomalías en el fallecido. En el primero se encuentran aquellos factores externos que vienen dados por el crecimiento bacteriano, la invasión del cuerpo por los insectos y las mordeduras de animales. El segundo grupo lo componen factores que proceden del interior del cuerpo, como puede ser el crecimiento de bacterias intestinales que aceleran la putrefacción y la destrucción de los tejidos. A su vez, también nos encontramos con dos sistemas fiables que usan la evidencia de los insectos para establecer el tiempo transcurrido ( Continua en pag 10 )


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desde la muerte. El primero utiliza la edad de las larvas y la tasa de desarrollo. Y el segundo emplea la sucesión de insectos en la descomposición del cuerpo. Ambos procedimientos se pueden usar por separado o conjuntamente. De hecho, transcurridas 72 horas la entomología forense se convierte en una ciencia aún más exacta, siendo el único estudio seguro para determinar el intervalo post-mortem. Por ejemplo, hay casos de homicidios en que la víctima es trasladada o asesinada en lugares remotos, lo que retrasa su hallazgo. Pueden pasar incluso meses. Es aquí donde los insectos tienen una parte primordial en la investigación, ya que son los primeros en llegar a la escena del crimen, y por tanto, en ser testigos fidedignos de lo ocurrido. DESCOMPOSICIÓN DEL CADÁVER Un hecho importante para cualquier entomólogo forense es el momento de la descomposición del cadáver, ya que consta de diferentes periodos. El primero sería el “período cromático”, donde se instaura la mancha verde en la región inguinal o fosa ilíaca derecha. O sea en la zona donde se encuentra el apéndice. Esto suele suceder a partir de las 24 horas después del fallecimiento. Es entonces cuando se empieza a ver el entramado venoso por la transformación de la hemoglobina. Después pasamos al “periodo

enfisematoso”. Durante esta fase aparecen los gases de putrefacción y el cadáver comienza a hincharse. Se inicia el desprendimiento de la epidermis. El siguiente periodo es el “colicuativo”, donde los tejidos se transforman en un residuo gelatinoso desapareciendo su forma habitual. Y por último llegamos a la llamada “reducción esquelética”, denominada de este modo por la evaporación de las partes blandas. A pesar de que como decíamos, la entomología forense es uno de los estudios más exactos que existen, cada uno de los periodos citados anteriormente pueden verse afectados por ciertos factores. Por ejemplo, las circunstancias de la muerte, las condiciones del cuerpo previas a la muerte, la temperatura, la humedad, el tipo de suelo en el que se produce la putrefacción, los insectos, etc. Lo que es evidente, es que cada caso de muerte es único y diferente de los demás. Cada uno tiene tras de sí un entramado de incógnitas pendientes de resolver, pero también una serie de “testigos” que hablan por si solos. Se trata de los insectos, esos bichos horripilantes para muchos, pero que en lo que a crímenes se refiere, son los ayudantes perfectos e indispensables para averiguar la identidad de un asesino. Alguien dijo una vez que existen los crímenes perfectos, pero me temo que gracias a la entomología forense, ahora todo eso suena más a mito.

PROTOCOLO DE RECOGIDA DE MUESTRAS según la Dra. Concha Magaña, antropóloga forense. -Recolectar una muestra completa de todos los insectos o ácaros que se encuentren tanto encima como debajo del cadáver. - Recolectar ejemplares tanto vivos como muertos, en estado adulto o larvario. Así como sus mudas. -En cadáveres recientes, se bucarán los huevos y larvas pequeñas en orificios naturales, así como en las posibles heridas. -Las muestras se guardarán por separado y convenientemente rotuladas, si es posible indicando la zona de donde se obtuvieron. -Parte de las larvas se sumergirán en agua hirviendo para después conservarlas en alcohol y es conveniente que otra parte se mantengan vivías, para su posterior desarrollo en el laboratorio. -Los ácaros, si los hubiese, serán conservados en alcohol de 70ºC. -Se realizará una estimación de abundancia de cada muestra. -Se precisarán los datos de fecha y lugar y metodológicos del entorno del cuerpo. -Las muestras se enviarán al entomólogo a la mayor brevedad posible.

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