Mono 10 - Viajes

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mono magacín www.monomag.com.mx año 2, número 10

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Contenido [ 07|0 8 ]

Taxi

Diseño y formación Staff Mono*

Crónicas Huapangueras

Portada Mono10 Air China

Francisco Nettel Rueda [15|16 ]

Edgar Eduardo Liñan Ilugrafías: Mono vs. Miguel Domínguez [ 25|26 ]

Vuelo 111, Come fly with me

Agradecemos a: Rubén Gallegos MacSwiney studio tampicocultural.com.mx soyvictim.blogspot.com moramike.com

Viajes imaginarios

Staff Mono: Ernesto Peña Rubén Gallegos

La primera vez que vi nevar Texto: Erika Said Ilustraciones: Miguel Mora

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Por Daniela Jiménez Ilustraciones de Carmen María Elizondo [ 53|5 4]

Colaboradores Mono10 Ana Guadalupe Caballero Aniria Mariella Nava Ponce Carmen María Elizondo Cesar José García Daniela Jiménez Edgar Eduardo Liñan Eliel Luna Erika Said Francisco Nettel Rueda Miguel Ángel Camero Miguel Domínguez Miguel Mora

Por Miguel Ángel Camero [ 7 9|8 0 ]

¿Dónde fregados esta Matt? Por Aniria Mariella N.P.

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Todas las ilustraciones y montajes a cargo de Staff mono, excepto donde se indique

La odisea de la monarca

Por Cesar José García & Ana Guadalupe Caballero [ 9 5|9 6 ]

Un viaje a la profundidad del ser Por Eliel Luna

Las opiniones de los colaboradores de esta revista son responsabilidad de ellos mismos, y no representan necesariamente el punto de vista de la publicación... Pero estamos honrados de que hayan escogido este medio para expresarlas. Si quieres colaborar con mono con textos, ilustraciones o fotografías, escríbenos a contacto@monomag.com.mx


Editorial Mono viajes es un número grande, si no me equivoco, es el más grande que hemos tenido: ¡llegamos a las 100 páginas!   Esta edición trae un balance sabroso de colaboradores buenos por conocidos y buenos por conocer, tenemos locales y visitantes (mty, df, gdl), voluntarios e involuntarios... y los que faltan ya que desgraciada y afortunadamente, no nos fue posible recibir en esta edición las colaboraciones de otros escritores... desafortunadamente, porque nos perdemos el gusto de leerlos o admirar su trabajo gráfico (los primeros fans somos nosotros), afortunadamente, porque esto es solo momentáneo; estamos seguros que para mono11 se los podremos presumir con el gusto y el honor que nos da presumir a nuestros colaboradores de mono10. Con ustedes, mono10: Viajes. — Staff Mono

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1. Le rogamos facilite la recuperaci贸n de sus restos mortales


los viejitos, de esos cuadrados, pintado de verde todavía; como es propio de los taxis viejos que no son vochos. En fin, pa no hacerte el cuento largo, te digo que me subí, ya sin miedos porque había visto que el taxista era un viejo, igual que su carro viejo. Esa mala costumbre de confiar en los viejos debería ser ajena para mi, tú conoces a mi abuela y lo que se dice de ella, y te acordarás que te he dicho más de una vez que es la encarnación del mal y muchas otras cosas peores, pero lo bueno de este mundo es que no todos son así y mejor aún que son los menos. Le dije con el aliento cortado que iba a Insurgentes y el Eje Cinco Sur, la ansiedad de subirme a un taxi e ir tarde para el fútbol me hacían respirar con dificultad, viendo el sudor me hizo el comentario más común en estos días por la ciudad, de esos que se hacen para cruzar aunque sea unas cuantas palabras. —Sí— le dije, —es el bochorno—. Él contestó —debajo de los techos por las noches parece temazcal, y eso que yo vengo de tierra caliente— Sin razonar, pregunté dónde era eso. —Oaxaca, Puerto Escondido, de allá soy, me vine a la ciudad en 1985, cuando el temblor— siguió ya sin esperar a que preguntara cada cosa, solamente cuando ya veía que se le iba acabando la cuerda le soltaba otra. —Fíjese, ya van a ser 23 años desde entonces—. Me pareció raro como era de esperarse, y ya cuando me animaba a preguntarle por qué el había venido cuando la gente se quería ir, me adelantó la respuesta, sabiendo, después de tantos años, que a la gente común se le viene enseguida a la cabeza la misma pregunta.

Taxi Francisco Nettel Rueda

«[...]nos trajeron a sacar escombros, pero no sólo sacamos escombros, hasta muertitos nos llevamos.» Otra vez iba atrasado para que me recogieran ahí, nomas doblando la esquina por Insurgentes, en el triste y mancillado Eje Cinco Sur. Así que en contra de todas mis manías decidí tomar un taxi, primero dejé pasar varios que se veían de lejos confiables y todo eso que uno imagina cuando no tiene claro lo que está esperando. Después de cinco o seis empecé a pensar que si no me subía a uno pronto no iba a llegar a ningún lado; en eso estaba cuando se paró con la luz roja el taxi Tsuru que iba a abordar, ese que tenía que ser. El Tsuru era de

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«Ahí fue cuando se me puso el pelo blanco, yo lo tenía como usted antes de eso, así oscurito.» —Tenía un torton entonces y nos trajeron a sacar escombros, pero no sólo sacamos escombros, hasta muertitos nos llevamos. Ya después me quedé aquí en la ciudad, pensando que se gana mejor, pero no, nada de eso pasa. Me acuerdo bien que en una de las réplicas que hubo, el presidente Miguel de la Madrid nos mandó a escombrar un edificio y a sacar cadáveres. Ahí fue cuando se me puso el pelo blanco, yo lo tenía como usted antes de eso, así oscurito. Sacaba uno piedras y se encontraba uno a los muertos, y los tratabamos de jalar, pero pues uno se quedaba con el brazo o la pierna, ya estaban todos podridos. Al final quién sabe qué era de cada quien... Sí, ahí fue cuando se me puso el pelo blanco—, mientras lo decía se agarraba la cabeza como queriendo recuperar algo del color que hubo algún día. Después guardó silencio. Para que no quedara ahí, le seguí preguntando cosas; lo primero que mi curiosidad dictara. —Este taxi lo tengo desde hace siete años; imagínese acostumbrado al torton, luego a un camión, no, que digo camión, camioneta de tres y media, y ahora manejando este carrito, pero uno se acostumbra a todo, a esta ciudad. Cuando recién llegué la gente no tenía tantas mañas, se las aprende uno, y llegan a ser muchas, pero todos los días inventan nuevas— hizo una pausa y después de un suspiro terminó —inventamos nuevas—.

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y lo encuentra todo muy lento, muy sin..., muy lento. Alla tenía las parcelas, ahora ya no hay nada. Ya no hay a que regresar, aquí ya está la vida hecha, aquí nos quedaremos a terminarla. De vez en cuando vamos a Querétaro, pero no es lo mismo que estar aquí en la ciudad, uno se acostumbra demasiado—. Eso fue lo último que me dijo acerca de él, ya habíamos llegado y solamente finiquitamos el trámite del pago, le dí un poco más de lo que decía el taxímetro; no porque tuviera algún apego u otro sentimiento hacia el hombre, simplemente no quería guardar las monedas que me tendría que haber regresado. Insistió con el cambio, pero yo ya tenía un pie afuera del taxi. Nos deseamos suerte y se arrancó.   Horas más tarde perdí la cartera.

—Esta ciudad es muy peligrosa, ve uno tantas cosas—.   —A mi me asaltaron recién llegué— le dije, pero no pareció importarle mucho, más aún me contó su versión de los hechos, —a mi me asaltaron cuando traía la camioneta, eran tres, me dijeron «abre la caja», pero yo no llevaba nada, y les dije «no traigo nada», pero insistieron en que la abriera «no te vayas a ir con un hueco». Se llevaron solamente una caja de herramientas, nada que valiera tanto—. Y volvió a quedarse como recordando esos días. —¿Y su familia?— insistí en escucharlo, —¿dónde está?—. —¡Uh!, nada más quedamos mi mujer y yo, los hijos ya se fueron, se fueron al norte. Uno está en San Diego, otro en Vancouver, y otra anda por aquí— y señalando con la mano hacia el norte de la ciudad repitió — anda por aquí, por ahí vive. Otro está en Querétaro, ya todos hicieron su vida, y nomas quedamos mi mujer y yo— Y se volvió a quedar en silencio, ya nos acercábamos al final del viaje. Unas cuadras más adelante le dije, —¿por qué no se regresa?— casi como preguntándome a mi, ¿por qué no te vas de la ciudad si tú tampoco eres de aquí? —¿No tiene nada allá en Puerto Escondido?—. —Es muy difícil salirse de la ciudad, muchas veces quise irme, pero aquí están las oportunidades, al menos eso cree uno. El bullicio de la ciudad no lo encuentra uno en otras partes, luego va uno a otros lados

«Ya no hay a que regresar, aquí ya está la vida hecha, aquí nos quedaremos a terminarla.» Mono10

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2. Acuabondage


Al son de La leva de Tlen Huicani, huapango pegajoso que se escuchaba a lo lejos, me vi un día en uno de tantos viajes navegando en una lancha de fibra de vidrio por el río Panuco, camino a un ejido del Estado de Veracruz cerca de Reventadero, no recuerdo bien el nombre del mismo. Ya empezaba a caer la tarde cuando por fin llegamos a nuestro destino, el lugar estaba enclavado en la orilla del río, con un muelle rustico y un camino sinuoso entre los árboles de ceiba y bambú, después de caminar unos pasos me encontré con varias casas adornadas y se celebraba una fiesta comunal en donde entre otras cosas bailaban huapango, y festejaban el nacimiento del hijo varón de Juan Garfias, ejidatario del lugar y propietario de una extensión de tierra bastante considerable, y como tal organizó un huapango y una comilona; el ambiente era algo que jamás había visto o sentido en mis viajes anteriores, todos vestidos de guayabera blanca y con sombreros de palma, botines negros y guitarras, mujeres morenas y ojos grandes con el cabello recogido, y abanicándose, era como un cuadro surrealista, y todo era fiesta, las mesas adornadas con manteles blancos y cazuelas barro, rodeaban unas tarimas en donde se llevaba el encuentro huapanguero del lugar, con sones como la bamba, la petenera, fandango jarocho entre otras canciones se dejaba sentir el bullicio y la algarabía que se contagiaba, en un extremo del salón había unas señoras grandes agitando abanicos, vestidas a la vieja escuela, con olanes y encajes, flores en el peinado y mandiles de colores, en otro lugar a los señores platicando con vasos de vino y cigarros, los niños jugando a las escondidas y a las canicas, y todos tomando parte de aquella visión increíble, enseguida que me

Crónicas Huapangueras Edgar Eduardo Liñan Ilugrafías: Mono vs. Miguel Domínguez

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senté en una enorme mesa donde había mucha gente comiendo, y me sirvieron pescado frito con arroz blanco y tortillas, fue lo mas sabroso que me había comido hasta ese día, antes solo unas papas y un refresco cuando aborde la lancha, cabe decir que el pescado y el arroz hacia una mezcla de diversos sabores que no tenia comparación, pescado zarandeado le llamaban, y aun sigo sin entender por qué. No acabo de terminarme mi segunda cerveza cuando de pronto sentí el ataque furtivo de unos ojos negros y profundos que estaban enfrente de mí, al mismo tiempo que una corriente eléctrica corría desde la base del cráneo hasta la espalda baja, solo atiné a sonreírle a aquella chica que me lanzaba una invitación abierta a platicar con ella, rodeada de amigas solo se sonreía conmigo, vestida de encaje y crinolinas, y con el pelo recogido y las flores de sus trenzas arremolinadas hacían de ella un cuadro riberesco que no tenia igual.

«[...] iba ataviada con una blusa ceñida hasta los hombros, que dejaban ver lo esbeltos que estaban y el contraste entre clavícula y piel morena tersa y virgen [...]» Mono10

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«Ya avanzada la noche [...] llegó el momento de la despedida de Ana»

No supe como llegue a su mesa y me puse a platicar con ella, su olor a canela y flores de naranjo me crispaban todos los sentidos, iba ataviada con una blusa ceñida hasta los hombros, que dejaban ver lo esbeltos que estaban y el contraste entre clavícula y piel morena tersa y virgen, hacían que sintiera unas ganas inmensas de recorrer su piel tan solo con la yema de los dedos, después de saber que era la hija menor de Don Francisco Mayorga, ganadero de la región, con 23 años y de nombre Ana Luisa. Me quedé perdidamente enamorado de su sencillez y su alegría de vivir.

Y se me hizo lo que con tanto anhelo desee todo el rato, tocar su piel morena, fina y de durazno, alrededor de sus hombros descubiertos, que al contacto con mis dedos despedían un aroma dulce y una fragancia que no supe si era por las flores que tenía en la cabeza o era producto de mi distorsionada realidad que vivía en ese momento; después de un buen rato de besos y caricias furtivas, el sonido de un violín y guitarras a nuestro alrededor terminó pesadamente con el momento, eran los huapangueros que habían venido de Panuco y lugares como Tuxpan y Papantla, con el estruendoso sonido de varias guitarras y violines, y al son del querreque estalló una fiesta de gritos y emociones sin igual, justo en ese momento Ana me invitó a bailar, a lo que yo me negué, mis clases de danza folklórica de la primaria habían quedado ahí en la primaria. En fin que en un momento que no supe como ni cuando, estaba ya en la tarima bailando huapango, era como un sueño de esos donde no sabes cuando vas a despertar, mi adrenalina fluía al máximo y la danza me salía no se de donde, por un momento pensé que había nacido sabiendo bailar huapango, terminaba de bailar una pieza cuando de pronto se empezó a sentir el olor a barbacoa salir de tanques, y así envuelta en hojas de plátano se servía la barbacoa a los comensales que empezaban a llegar por todos lados; en caballo, lancha o camioneta, llegaban a festejar el nacimiento del hijo varón de Juan Garfias.

«Ana me invito a bailar a lo que yo me negué [...]»   Luego de un buen rato de conversación, me llevo a un lugar cerca del muelle en donde entre otras cosas, había pescadores sacando camarón con redes, y niños jugando a tirar piedras a lo lejos, eran como las 7 de la noche y el sol empezaba a esconderse entre los árboles de naranjo, haciendo juegos de luces naranjas y doradas, en el horizonte solo se escuchaban ya los grillos y los graznidos de las aves, y a lo lejos el huapango se escuchaba en todos sus decibeles, fue como un destello que duro una eternidad cuando en un instante en que nos quedamos viendo a los ojos y sintiendo la calidez del ambiente y el momento, no se que palabras balbuce, pero en los segundos mas eternos de mi vida, ya estaba sintiendo lo carnoso de sus labios, su aliento, su cuerpo fragante y esas ganas de no querer que se acabara el momento.

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Ya avanzada la noche y con la música a todo lo que daba, llegó el momento de la despedida de Ana, por un momento me sentí, lejos de la realidad, se iba y no se a donde, solo me dio un beso en los labios, y me dijo: «gusto de conocerte, joven fuereño» y la vi alejarse y subirse a una camioneta acompañada de su mamá y sus hermanas, ese fue el momento que se quedo grabado en el corazón, me había enamorado de un destello, de una chica a la que jamás volví a ver.   Hace días quise volver a ese lugar y buscarla, pero pensé: ¡qué diablos!, seguramente a estas alturas ya tendrá marido e hijos como sucede con las chicas de ese lugar, y sin embargo sé que voy a volver a aquel lugar cerca de Reventadero, entre ceibas y platanares, árboles de naranjo y sinuosos caminos... A bailar huapango.

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3. En caso de pelirrojo, las mascaras de oxĂ­geno caerĂĄn del compartimento

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Siendo de un pequeño puerto cálido, no acostumbraba vestir ropas invernales. Saqué del armario mi abrigo empolvado y después de llenar el tanque de gasolina, tomé rumbo en mi automóvil hacia aquél pueblo que tenía años sin visitar.   El viaje duró alrededor de 48 horas, no había tomado descanso mas que para ir al baño; a pesar de ello, me sentía lúcido y sin rastro de fatiga. A medida que avanzaba hacia el norte, la niebla se hacía más espesa y los vidrios se iban sintiendo helados. Cuando llegué, el reloj digital del tablero marcaba las veintiún horas, el cielo estaba tan nublado que las estrellas no se veían y la luna era sólo una luz marchita detrás de esa fiesta flourecente de vapores nocturnos.   A falta de calles lo suficientemente amplias, me vi obligado a dejar el coche a las orillas del pueblo que parecía abandonado y desierto. Todo estaba oscuro, pues la luz eléctrica ahí no existe y un solo farol en una de las casas me indicó que se trataba de la pozada en la que solía hospedarme.   Toqué la puerta durante minutos en los que sentía que los pies se me congelaban, hasta que finalmente salió a recibirme una joven cubierta con un manto. Por lo que alcancé a distinguir a la luz de la vela, se trataba de una muchacha ojerosa con nariz aguileña y labios finos como serpentinas, la cara sucia y los cabellos duros, sus dedos parecían muñones sarnientos y sus ojos hundidos brillaban como los de un gato.   —Buenas noches —dije en cuanto me abrió.   —Pase, lo esperábamos —me interrumpió.

La primera vez que vi nevar Texto: Erika Said Ilustraciones: Miguel Mora

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Mi sorpresa fue grande al escuchar que me esperaban, y en un principio sentí miedo al oír retumbar su tenebrosa voz en mis tímpanos, voz que distaba mucho de ser la de una joven. Luego traté de tranquilizarme, supuse que había sido una confusión y se trataba de otro viajero por el que estaban aguardando. Me dirigió a la planta alta y sin que se lo pidiera me instaló en la misma habitación en la que me hospedé dos décadas atrás.   Traté de romper el hielo con pláticas sobre mi viaje, pero ella sólo volvía la cabeza hacia mí con un gesto desdeñoso que provocaba que alejara su cara de la luz y su aparente monstruosidad se acrecentara. Al estar dentro del cuarto, me paré frente al marco de la puerta para preguntarle sobre la hora del desayuno, pero cuando me di la vuelta, la muchacha se había ido, desapareciendo de mi vista con una velocidad sobrehumana.   Dormí con temor y desconcierto, lo que debió ser la razón de las terribles y sangrientas pesadillas que tuve. Al despertar noté que aún era de noche, y al asomarme por la ventana, pude ver el pequeño pueblo blanquecino a la luz de un par de faroles. Sentí cierta felicidad, pues era la primera vez que veía la nieve. Me vestí con la intención de salir a observar de cerca ese fenómeno que siempre había querido presenciar. Bajé, y aunque no distinguía nada por la oscuridad, no me fue difícil encontrar la puerta. Justo antes de salir, advertí que de la cocina emergía una luz. Entré, había un centenar de velas encendidas por el aposento. Me encontré entonces con lo que parecía ser otra muchacha distinta a la que me había recibido, pues ésta era hermosa, de facciones finas, piel blanca, cabello sedoso y una voz exquisita, con la que me saludó:  2 8 ]

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—Pues…   Hasta ese momento todo me parecía confuso y cuando quise dar una explicación sobre por qué estaba ahí, no supe qué decir. No sabía para qué había ido a ese pueblo, no había una razón, ni tenía sentido.   —Vine por ustedes, Cleotilde —le contesté con una voz ajena a mí, casi sin ser dueño de mis palabras, impulsado por alguna fuerza que desconocía.   —Ya ves que sí te acuerdas —expresó la mujer soltando una horrible carcajada.   Creí que me estaba volviendo loco y aturdido por la inexplicable situación, quise salir de inmediato de ahí, pensé en ir a visitar a la única persona que conocía en el pueblo, el padre Jacinto.   —¿A dónde va, Don Azbiel?

—Buenos días Don Azbiel.   Me impresionó que supiera mi nombre y en seguida le pregunté la razón, a lo que respondió que yo se lo había dicho antes en la noche.   —¿Entonces fue usted quien me recibió anoche?— le pregunté perturbado.   —Así es, ¿apoco no se acuerda de mí?   —Oh, pero claro —dije de compromiso—, una cara bonita nunca se olvida.   No podía creer que fuera la misma joven repulsiva que ya había conocido. Para calmarme culpé a la mezquina vela y al cansancio con el que había llegado del viaje. Le pregunté la hora, resultaron ser las diez de la mañana; ella explicó que hacía tiempo que en el pueblo ya no salía el sol. Apareció en escena una mujer de mayor edad que causó en mi anatomía un vértigo devorador:

«...y cuando quise dar una explicación[...], no supe qué decir.»   —¿Nos conocemos? —le pregunté antes de que hablara.   —¡Azbiel! —exclamó como indignada—, qué pronto pareces olvidar tus planes, tiene menos de un año que viniste a decirnos que te esperáramos para estas fechas.   —No señora, me está confundiendo, tiene veinte años que no venía a éste lugar.   —¿La edad de Licandra?, ¿crees que eres gracioso? —señaló la vieja con una sonrisa que producía escalofrío.   —No recuerda nada, madre. —manifestó la muchacha.   —Ya veo, pobre de ti. Entonces dime, ¿qué es lo que te trae por estos lugares? Mono10

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—A la iglesia, Licandra. —respondí otra vez con una voz que no era mía.   Me tapé la boca de inmediato. Fue cuando permití que el pánico se apoderara de mí al pensar cómo era que sabía sus nombres, mientras recuerdos incongruentes llegaban a mi cabeza. La mujer se carcajeó otra vez y dijo:   —La iglesia ya no existe, ¡tú mismo mataste a Jacinto! Es el colmo, ¿qué te ha sucedido?, ¿de verdad no recuerdas lo que eres?, ¿lo que somos?

Me sentí mareado y supongo que caí inconsciente, pues me sumergí en un sueño grotesco y aterrador, donde me involucraba con la bella Licandra, quien enseguida retomó su apariencia diabólica. Tenía la piel como leprosa y sus expresiones, al igual que las mías, no eran humanas. En ese delirio, yo aparecía como una figura tan demoníaca que es imposible describirlo, un ser magnificentemente desagradable, dotado de un par de alas pegajosas y llenas de escamas. Me encontraba ensangrentado del cuerpo y las alas, sangre que, como mi mirada, no era mía, era de alguien más.   Al recobrar la conciencia me vi acostado en la cama del cuarto en el que dormí una noche atrás. Y pensando que era un sueño bajé de inmediato para asegurarme. Sin embargo, la cocina estaba llena de sangre. Licandra mostraba su preciosa forma humana y Cleotilde se dirigió a mí:   —Azbiel, no quieras aferrarte a la miserable figura carnal en la que te introdujiste.   La mujer me perseguía por el pasillo, pues yo me había dispuesto a salir de ese lugar y no volver jamás a ver a esas dos locas. Ya estando fuera, corrí hasta donde estaba el carro, mientras las mujeres seguían tras de mí. Cleotilde continuaba gritándome: —Azbiel, acuérdate, fui tu elegida del aquelarre, tú eres el padre de Licandra. Quisimos engendrar al hijo que vendrá a acabar con el reinado de bien, pero resultó ser muchacha, haremos el intento con ella: si queda preñada volverás a reinar, es tu oportunidad de enviar a tu hijo entre los mortales y lograr que todos te alaben. Azbiel, no te vayas, ¡detente!

«Tenía la piel como leprosa y sus expresiones, al igual que las mías, no eran humanas.»

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Fue lo último que distinguí de sus palabras sin sentido, me subí al auto y arranqué de prisa. Manejé lo más rápido que pude tratando de no detenerme en ningún lugar hasta estar seguro en mi puerto cálido. Llegué en menos de dos días, y una vez que estuve allí, en la comodidad de mi cama y la tranquilidad de mi ciudad, traté de superar el insomnio que me había causado tan espeluznante experiencia.   Entonces dormí y desperté convencido de que había sido una pesadilla. Mas al salir a la calle encontré un tumulto de gente rodeando mi automóvil, al acercarme noté que éste se encontraban bajo una gruesa capa de nieve, en donde habían escrito con el dedo: «Azbiel: vuelve cuando recuerdes todo, tus hijos y yo te estaremos esperando. Cleotilde».   Ya me era imposible pensar que se trataba de una mentira mía, pues incluso en televisión nacional transmitieron la noticia del milagro de la nieve en el puerto de Tampico. Tuve yo que inventar una historia sensacionalista que no asustara al mundo como a mí me asusta el mero recuerdo de esas dos mujeres dementes, quienes lograron agredir tanto mi razón, que aún no puedo evadir del todo la idea de que soy el demonio.   Mi terapeuta dice que tiendo a las crisis nerviosas, que en mi psicosis paranoide inventé esos delirios y que fácilmente pude llenar mi carro de hielo triturado. Así cuando me miro al espejo y reconozco al Azbiel humano, el Azbiel de siempre, trato de pensar que todo fue producto de mis problemas mentales y trato de olvidar aquellas mujeres, aquél viaje, aquél pueblo y la primera vez que vi nevar.

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4. Uso programado de dispositivos masturbatorios


sofocarme. Mientras lentamente me quema, ahí, sin importar quien nos observe, mis pechos al aire entre beso y lengua, manos bajando lentamente hasta llegar en medio de mis piernas, besándome, calentándome con su vaho, invadiéndome, llenándome, bocanadas de pasión, una suave humedad me invade. Efímera.   Tolvaneras, el ala se mueve, la compuerta de aterrizaje se abre. Y pienso en antes cuando estamos tan cerca, en cuanto feliz me hacía pensar que me observaba desde lejos, en lo feliz que me hacía pensar que me abrazaba y protegía , que al mirarme llenaba mis fantasías, me salvaba de este vicio de quimeras, inocencia tal vez. Lo necesitaba, lo necesito.   Laguna desierta de frente y dentro, tolvaneras llenas de presagios y recuentos. El 747 atraviesa mi corazón. ¿Dónde estoy?. Referencia.   La voz del piloto anuncia aterrizaje fallido. Absurdo. Un coyote en la pista de aterrizaje.   Mi razón piensa: ¿cómo es posible que un coyote detenga a un avión?, ¿cómo es que desde lejos el piloto pudo verlo?. Mi esperanza siente: ¿Será esta la señal que estaba esperando?, ¿Qué no estaban en peligro de extinción?... los coyotes.

Vuelo 111 Come fly with me Por Daniela Jiménez http://enbuscadearcadia/blogspot.com Ilustraciones de Carmen María Elizondo

Periplo Rosado. Inefable Por la ventanilla del vuelo 101. Una laguna de nubes, azules grises, sin alcanzar a ser obscuras tampoco claras, una explanada larga, una laguna seca pero vibrante llena de vida, al fondo otras nubes resplandecientes se elevan coronadas por una halo rosa rojizo. Ante esto mi corazón se siente frente un espejo, una suave humedad invade mis ojos. Inefable.   Pido una señal, algo que me haga pensar que no estoy sola, que voy a algún lado.   Entonces me imagino que unas manos recorren mi cuerpo, subiendo y bajando al compás de una melodía constante, quedamente hasta

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Espacio áereo Culiacán-Guadalajara. 19 • 05 • 2005

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Un vestido de seda rojo para un periplo Mexicana DF Vuelo 434, 9.45 pm, día 5, del mes 4, del año 5. Odio Mexicana, simplemente no me gusta, ni siquiera sé por qué.   Pero así son las cosas de la vida ¿no?, te gustan o no te gustan, aunque después elijas sobre lo que hay.   Y yo ahí estaba una vez más, sala b, ventanilla, un mar de luces, whisky, corazón detenido, un tango de maleta, pocas horas de sueño, negociando con la desilusión en silencio, un tipo queriendo hablar y yo con ganas de decirle que era muda, que de una vez se me habían olvidaron todas las palabras: las dichas, las escuchadas, las omitidas, las que he interpretado, las que he deseado escuchar y que solo me acordaba por el momento que nuevamente me había dicho que no.   Y pensar que yo ya lo había matado en el cuento anterior.  El caballero del expreso cortado ha muerto, murió por su boca, por negar las palabras que debió mencionar desde un principio, murió de intoxicación, porque se atraganto con el palito de la letra t de la palabra ocultar. —Sí, sí de ocultar, ¡no me distraigas Soledad que tengo que contar la historia, antes de que yo me atragante también de tristeza!— dijo Ella sin levantar la mirada y Soledad pequeña se

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Mientras deshilaba caminaba por la orillita del risco, desafiando la gravedad y después de suspirar, en una sola frase a velocidad de locomotora saliendo de la estación continuo.   —Al verlo mi corazón se aceleró, sus ojos parecían estrellasconlaprofundidadeuncañonllenodeárbolesreverdecidosdespuésdeunatemporadadelluvia, verdes azulados como el agua del caribe, al que por cierto no conozco, habrá que ir Soledad, habrá que ir...— Soledad pequeña que era la más ligera de los cuatro y la que menos entendía porqué tanto alboroto por una historia de tal evidente final porque con tener dos dedos de frente deducías el desenlace, una historia desahuciada desde antes de empezar —pensaba soledacita, agradeciendo la confidencialidad de los pensamientos— pero optaba por el silencio además la conocía bien y sabía que Ella sabía lo que había que saber al respecto.   Y fueron cuatro días mágicos, o no? Donde parecía que un volcán me crecía en el estómago derritiendo las rocas que se habían formado alrededor de mi corazón durante el último derrumbe, si sí el del exilio anterior... —pero bueno no me interrumpan más— mientras decía esto Tristán, Soledad grande y chica se miraban entre si y continuaban tocando sin que ninguno dijera nada, era Ella la que hablaba y hablaba preguntándose y contestándose todo el tiempo.   Tristán, vestía una camisa de rayas verticales cafés: expreso, capuchino y con leche; tirantes negros y un pantalón que le quedaba de brinca charcos sin tener charcos que brincar, siempre de pie, tan flaco y tan alto que no recuerdo cuando fue la última vez que pude verlo a los ojos además nunca se quita su sombrero de bombín con el que parece más un lápiz que

escondió detrás del telón azul con estrellas doradas —Sí, porque la mentira la masticó bien y además era de puntos más pequeños y en bold— dijo ella mientras sonreía y exhalaba un leve pujido.   Cuando hablaba, iba tirando parsimoniosamente como si fuera un baile, uno a uno los hilos de su larguísimo vestido de seda rojo, al compás de sonido del goteo de las lágrimas que salía de sus ojos y rebotaban en el piso de aluminio rojo brillante-brillante, sonando como un si, mi; si, mi; si, mi... unido al bandoneón de Tristán y el chelo de Soledad grande, formado un exquisito réquiem.   Los cuatro solos sobre un escenario elevado en un risco alto en forma de cono, rocoso y sin escaleras, al que llegas sólo con un embrujo de noche sin luna, azares y romero marchito, en infusión de desilusión hervida, ¿que cómo bajas de ahí?... volando o tal vez nunca bajas, pero sigamos escuchándola...   —Le conocí un día domingo por ir a alimentar a unos gatos negros, ¡que debí considerar como un augurio de lo que pasaría!, recuerdo que llevaba unos pantalones de color morado de esos que tejen las mujeres del sur contando una historia, la de su vida, su familia o su pueblo que para ellas muchas veces es difícil de separar, pero la historia del pantalón no era la historia de este caballero, que no es clara ni para un traductor de historia de pantalones. 11 • 04 • 2005

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Aeroméxico, CLN, vuelo 101, 6.45 pm, día 5, mes 10, año 4

una persona. Soledad, siempre estaba sentada en un banquito chiquito con patas de aguja en forma de u invertida, gorda gorda como sapo, protuberante, excesiva, sobrada, harta, redonda, rotunda, como muchas a encimadas pero de AvantGarde Bk Bt, a 100 puntos, siempre detrás del chelo. Ellos seguían tocando, las misma melodías una y otra vez, como las pláticas concéntricas que nunca llegan a un todo o una nada.   Ella tomó una bocanada grande y profunda, como si en el aire encontrara las palabras y continuo. —Recuerdo la primera noche juntos, por todos lados aparecían chispas, agua, fluídos, secreciones y otros desatinos que salían de nuestros cuerpos que se mezclaban en la oscuridad, que competían por darle al otro más placer— se detuvo un momento, vio hacia arriba y continuo— eso!, eso fue, una aparición, de esas de las quieres asirte como si fuera lo único que hay, y mientras duran dotan de sentido y cuando desaparecen dejan un vacío aún mayor que el que había antes. Pura ficción.

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Este vuelo es famoso por que sigue la ruta «del cártel» y se dice que solo se transportan maletas ¿será?. Hoy si alcance a ir a comprar el escapulario de Malverde, voy a pedirle que secuestre su imagen de mis adentros, no importa si es con lujo de violencia finalmente es más violento llevarlo dentro durante más de 100 días.   Rescate, ni pensarlo, el amor no es un tipo de cambio aceptado para realizar pagos.   Me asomo por la ventana y a lo lejos veo un risco en forma de cono, rocoso con un piso rojo muy brillante y un telón azul con estrellas doradas, cierro los ojos pensando que ahora si la única secuestrada es mi razón y de repente la azafata me avienta junto con el café americano, caliente y requemado, un montón de letras que se me pegan como tatuaje, como si fuera yo una hoja en blanco y me exhiben, lo bueno es que casi ya nadie lee.

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Mi morena piel en vilo ante sus inquietantes y pérfidos ojos claros. hermosos. desgarrándola, aún cuando la acaricias, con tu lengua formando zurcos sobre los que no dejas caer nada naá, naá. ni semilla, ni agua solo saliva que se seca y me seca dejando cicatrices que estallan ante los ojos de otros que si desean que no son hermosos como los tuyos que evoco que no son navajas que no alivian que no revuelcan mi morena piel transmutándose en desierto lleno de dunas ineludibles que cubren un corazón como cualquier otro con ganas de unos ojos que sean remolino que sean agua que sean ganas como los tuyos cuando me mientes.

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Aeroméxico, MZT vuelo 175, 5:15 pm conectando vuelo 248. día 10, mes 11, año 4.

ansiosa, agitada, histérica deshilaba el resto de su vestido— y decidí marcarle, para ponerle el mar al teléfono, para que él le hablara, pero fue mi teléfono el que sonó y era él, una casualidad más de las muchas— abruptamente Ella se detuvo. —¿tú crees que exista la magia pequeña?— sin esperar respuesta, volvió a inhalar y continuó en la justa velocidad trastornada en la que se había quedado mientras como un presagio Tristán y Soledad se posesionaban acelerando el ritmo —Porque yo en ese momento si lo creí—. Y le dije que era yo la que le iba a marcar para que le hablara el mar y me dijo que me había estado pensando y le pedí que nos encontráramos, en lo de él o en lo mío pero que ejerciéramos las ganas que pusiéramos el cuerpo y entonces el dijo un montón de palabras que en realidad eran un no... y se apagaron las estrellas, sus palabras fueron un rayo que me partió en dos, una soy la que ahora cuenta y la otra se la llevo la siguiente ola. Contundente.   El escenario de piso rojo brillante casi ya no se veía, estaba lleno de hilo, hilo y más hilo, un desastre, todos veían al frente como a un público inexistente, las estrellas como cometas volaron.   Por primera vez se hizo silencio y pero después vino la calma.   Ella como pudo con los hilos tramo, tejió, cosió, pegó, Soledad chica volvió detrás del telón, Tristán y Soledad gorda volvieron a sus concéntricas canciones. Ella jugó por un tiempo a que no pasaba nada y le salía bastante bien y del caballero del expreso cortado se dejó de hablar.   Nuevamente se había muerto, pero ahora por una sobredosis de puntos suspensivos administrados por teléfono.

Los teléfonos deberían de tener seguro contra perjuicios a propios y terceros por los daños que causan las llamadas. A los ojos los protegen los párpados y las pestañas de las imágenes y los invasores y a los oídos ¿no tiene el mismo derecho de tener algo que los proteja de las palabras?.  Y te acuerdas Soledad chiquita —dijo ella jalando el último cordón que le quedaba a la falda de su vestido quedando cuasidesnuda pero envuelta en una especie de enjambre rojo que se formaba a su alrededor dificultando su caminar por las orillas de risco donde desafiaba a la posibilidad. Después de un punto y aparte, Él, reapareció y estuvimos varias lunas en ida y venida de buenas intenciones vía email, besos, cariños, ganas, deseos y todas esas cosas color de mariposa que aparecen cuando uno quiere y quiere que lo quieran y queriendo queremos querer.   Tristán y Soledad la enorme, la veían preocupados, no querían dejar de tocar, por no distraerla a Ella mientras hablaba, temían que por eso cayera al vacío, pero soledacita los tranquilizaba con la mirada, estaba segura que Ella no iba a caerse, por lo menos no con intención.   Y entonces esa noche yo estaba en un cuarto que tenía vista al mar y me acorde que él me había hablado sobre su deseo de escucharlo y cruce la calle y baje a la arena, y me quite los zapatos y tomé el teléfono —nuevamente una a una las palabras que Ella decía iban agolpándose y con una velocidad sorprendente,

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Mexicana DF Vuelo 434, 9.45 pm, día 5, del mes 4, año 5. Así como odio Mexicana así odio el sentir que las cosas se repiten infinitamente hasta la eternidad, simplemente no me gusta. Pero, así son las cosas de la vida, ¿no?, te gustan o no te gustan, aunque tomes lo mejor de lo que hay. Después de casi dos años de encuentros y desencuentros, un teléfono, una pregunta y él nuevamente me había dicho que no.   Y yo ahí estaba una vez más, sala b, ventanilla, un mar de luces, whisky, corazón detenido, un tango de maleta, pocas horas de sueño, negociando con la desilusión en silencio, por la por la ventana a lo lejos veo un risco en forma de cono, rocoso con un piso rojo muy brillante y un telón azul con estrellas doradas pero ahora no cierro los ojos, a mi lado un tipo queriendo hablar y yo con ganas de decirle que era muda, que de una vez por todas se me habían olvidaron todas las palabras...

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Viajes imaginarios Por Miguel テ]gel Camero

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¿Dónde fregados esta Matt? Por: Aniria Mariella N.P. http://www.boquitablasfema.blogspot.com/

«Si un hombre se imagina una cosa, otro la tornará en realidad.» —  Julio Verne

Conocí a Matt una noche, cuando mis incrédulos ojos oprimieron play en uno de los millones de videos que deambulan por la extensa planicie de la web. Con asombro descubrí que no se trataba de otro caso de popularidad involuntaria como resultado de un accidente absurdo, y sinceramente no esperaba menos al leer Where de hell is Matt? como encabezado.   Si tienes la oportunidad, abre la dirección <http://www.wherethehellismatt.com> de inmediato, para que puedas presenciar con tus propios ojos al buen Matt, que se aparecerá ante ti para bailar, sí, solo eso. Bailar en Marruecos, Taiwan, Brasil, Alemania, Singapur, Israel, India, Francia, Kuwait, España, México,

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Malí, Argentina, Japón, Panamá, Australia, Madagascar y muchos otros países, algunos cuyos nombres posiblemente desconocerás.   En mi particular experiencia, no pude dejar de verlo sin parpadear. Me pregunté que hace que actos tan simples nos fascinen hasta el punto de convertirlos en culto, y no digo que viajar por tantos países no tenga su mérito, pero al final el video se simplifica al gozo de vivir, un poco de lo que Juan Mann inició con su campaña de Free Hugs (Abrazos Gratis) hace un par de años, y cuya acción fue repetida en decenas de países en todo el mundo.

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El tercer video de Matt, que salió a la luz hace un par de meses, involucró a todas las personas que le enviaron algún correo electrónico invitándolo a grabar y hacer su famoso baile en distintas ciudades del globo. Una vez más con el apoyo de Stride viajó durante 14 meses a más de 40 países para bailar. Así que en el video Where the hell is Matt? 2008 se ven cientos de personas compartiendo su oda musicalizada al carpe diem.

El amistoso Matt Harding, nacido en Connecticut, comenzó su frenetico baile por el mundo cuando dejó su trabajo en Brisbane, Australia y utilizó su dinero ahorrado para viajar a través de Asia. Al poco tiempo abrió un sitio de internet, con el único objetivo de mantener informados a sus familiares y amigos acerca de sus peripecias al ir de un país a otro.   Tomando algunas fotos en Hanoi, uno de sus compañeros de travesía le dijo «Hey, porque no te pones por ahí y haces ese baile, para que yo pueda graberte». Justo ahí empezó. El primer vídeo editado comenzó a ser «distribuido» en el 2005 por todo aquel a quien el particular ritmo de Matt le robaba una sonrisa. Poco después recibió la propuesta de la empresa de chicles Stride para hacer otro viaje, esta vez totalmente patrocinado.

«[...]en donde sea que se encuentre la bandeja de entrada de Matt, ya hay un correo con el subject ¡Visita Tampico y bailemos!»   No te sorprendas si pasas el vídeo a algún amigo o amiga y no recibes comentarios agradables, para algunos el vídeo parece insustancial, irrelevante e incluso una perdida de tiempo, pero para otros, a quienes en este caso me dirijo, se trata de una privilegiada ventana al mundo, hasta cierto punto un vídeo ecológico cuyas postales son magnificas.   En verdad espero que «el tipo del baile» nos siga sorprendiendo, llegando a lugares cada vez más lejanos... o incluso más cercanos para nosotros, ya que en este momento, en donde sea que se encuentre la bandeja de entrada de Matt, ya hay un correo con el subject ¡Visita Tampico y bailemos!

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6. Consumo de peperami limitado a dos piezas por pasajero


La mariposa emprendió el vuelo inmediatamente, voló y voló hasta llegar a Nueva York, buscaba afanosamente por todos lados otras mariposas, indiferente a la belleza de la ciudad. Sobrevolando unos rascacielos, de pronto divisó, en el borde de una ventana, una paloma.   —¡Vaya!— se dijo —Estoy de suerte, posiblemente ella me pueda ayuda—.   —¿Has visto pasar por aquí un grupo de mariposas monarca? — le preguntó, posándose junto a ella. La paloma respondió: —Todo el día he estado aquí y no he visto pasar ninguna mariposa—. Dando las gracias, la mariposa continuó su viaje.   Mientras volaba, seguía escudriñando ansiosamente el horizonte; estaba empezando a preocuparse, por lo regular en esta clase de viajes siempre se encontraban algunas rezagadas que les gustaba hacer turismo y se detenían varias veces.   Poco a poco, fue dejando atrás la ciudad, los verdes prados fueron sustituyendo los grises edificios y las casas. Al día siguiente por la tarde, percibió a lo lejos un sembradío de maíz, voló un poco bajo para observar mejor su hermoso color dorado y de pronto vio ante sí un espantapájaros que lo cuidaba. —¡Que susto! ¡no te había visto— dijo la mariposa.   —Para eso estoy— contestó burlón —mi trabajo es asustar a los pájaros, pero no sabía que también asustaba mariposas, je, je... ¿te gusta el maíz?—.   —No señor, sólo bajé a contemplar su bello campo de maíz, pero ya que lo encuentro ¿podría decirme si ha visto pasar un grupo de mariposas monarca? Sucede que me quedé dormida y al despertar ellas ya habían partido—.

La odisea de la monarca Por Cesar José García & Ana Guadalupe Caballero

En una ocasión en que las mariposas monarca se disponían a iniciar su viaje para pasar el invierno en un lugar más cálido, una de ellas decidió tomar un descanso antes de partir y se quedó dormida.   Cuando las mariposas iniciaron el vuelo, el cielo se convirtió en un bello cuadro naranja y negro. Al día siguiente, la mariposa dormilona se percató que el resto de sus compañeras había partido, y aún cuando busco por todos lados, no encontró a ninguna; entonces, a pesar del riesgo, decidió emprender el viaje sola, con la esperanza de encontrar alguna mariposa rezagada en el camino y alcanzar juntas a las que partieron antes que ella.

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—¡Oh! ¿Una mariposita perdida?, ja, ja... —el espantapájaros se reía a carcajadas —¡Esa sí que es una buena historia! ¡No me había reído tanto desde hace años!—.   La mariposa lo veía desternillarse de risa sin comprender porqué su problema le causaba tanta gracia. Trató de explicarle una y otra vez lo que le ocurría, pero sólo consiguió que el espantapájaros riera más fuerte.   Todo fue inútil, medio día perdido con un espantapájaros tonto, al que sólo le importaba su campo de maíz, sus cuervos y reírse de los problemas ajenos.   Continuó volando rápidamente, quería recuperar el tiempo perdido. En su camino encontró un valle tapizado de flores, muy cerca, cientos de abejas laboraban arduamente. Tímidamente, se acercó, pues no quería interrumpirlas. Además, se sentía un poco hambrienta. Mientras se alimentaba de una hermosa flor roja, sintió que la observaban. Al volverse, notó que una abeja la miraba con aire hostil.   —¿Qué haces aquí?— le preguntó en tono beligerante —¡Este es un campo privado y tú no eres de nuestro sindicato!—.   Rápidamente las abejas se acercaron a la mariposa y al ver su gesto amenazante, ésta huyó sin darse tiempo de formular pregunta alguna.   Decididamente, en este mundo ya no hay abejas amables, se dijo con tristeza y continuó su viaje.   Cansada de tanto buscar a sus compañeras, se acercó a un estanque, mientras bebía, vio a una rana.   Dudando en preguntarle algo pues su experiencia con las abejas la había hecho muy prudente, sólo la miró y se quedó callada.

Evidentemente la rana no era de la misma opinión, pues alegremente se puso a conversar con ella.   —¡Hola!— le dijo —¿Como estás? ¿Eres una mariposa monarca, no es cierto?, siempre he creído que son las más bellas de todas las mariposas, me encantan sus colores, en cambio yo con este horrible color verde ya no sé que hacer—.   Y continuó hablando y hablando sin parar en un tono alegre y amistoso. La mariposa pensó que siendo una rana tan amable le podría preguntar sobre sus amigas.   Cuando pudo, la interrumpió: —¿Me puedes decir si has visto pasar por aquí un grupo de mariposas monarca?—.   —Tenemos mucho tiempo para platicar de eso— contestó la rana despreocupadamente. —Primero vamos a comer, después te voy a enseñar mi colección de lirios acuáticos, por la tarde vendrán unas amigas a cenar unas deliciosas moscas al vino que voy a preparar y por la noche tendremos un concierto en el estanque del vecino. Quédate, te divertirás mucho—.   La mariposa aceptó la invitación, ya que la rana fue muy insistente y efectivamente, se divirtió mucho.   A la mañana siguiente volvió a preguntar por sus amigas. —¿Tus amigas?, ¡Claro! ¡Pasan por aquí todos los años! pero nunca se han detenido a platicar conmigo, lo malo es que no vi en que dirección se fueron, si quieres puedes quedarte a esperarlas cuando pasen de regreso— dijo la rana emocionada.   Con mucha tristeza le agradeció a su nueva amiga todo lo que había hecho por ella, pero tenía que irse.


Días después, llegó a Texas; a lo lejos vio una granja, como estaba muy cansada y preocupada pues no había encontrado todavía una sola de sus compañeras, se posó en una cerca.   Una vaca que pastaba no muy lejos de ahí le preguntó: —¿Qué tienes? te ves triste—.   La mariposa suspiró, estaba cansada de contar su historia, pero viendo que la vaca sonreía tranquilamente, pensó que explicar todo una vez más, no le haría daño. Cual no sería su sorpresa, cuando la vaca contestó: —Hace cuatro días las vi pasar, en esa dirección se fueron— y movió la cabeza indicando el rumbo. La mariposa feliz y muy agradecida con la vaca, se fue volando de prisa.   Al llegar a la frontera con México, tuvo algunos «problemillas» migratorios, ya que las visas fueron obtenidas para toda la familia de mariposas. Gracias a su rapidez, logró cruzar la frontera de «mojada».   A un costado de la Sierra Madre, cerca de Cd. Victoria, mientras bebía sintió que alguien estaba a su lado. Cuidadosamente, volvió la cabeza y casi muerta del susto vio a su lado una serpiente de cascabel que la miraba fijamente. Quiso emprender el vuelo, pero la serpiente estaba demasiado cerca y podría atraparla en un instante.   —¿Qué hacesss por aquí, preciosssa?— preguntó suavemente la serpiente.   Aquel bicho era aterrador, pasando saliva la pobre mariposa tartamudeó:   —¡Na-na-na-da!, ya-ya me-me i-i-iba—.   —Essspera, no huyasss tu no eresss parte de mi dieta, essstoy muy sssolito, sssolo quiero compañía— susurró la serpiente con perfidia.


—En esta selva hay de muchos colores pero nunca he visto mariposas como tú— contestó el jaguar —lo más probable es que te hayas ido en dirección contraria, mejor dirígete hacia donde se pone el sol —.   La mariposa se fue de nuevo, y para no cometer el mismo error, le dio la vuelta a «la ciudad de las nubes grises».   Después de varias horas volando y ya exhausta, vio a lo lejos muchos árboles repletos de mariposas monarca, era su santuario en tierras michoacanas, el lugar secreto al que todos los años regresaban. De lo emocionada que estaba, trató de volar lo más rápido posible, pero sus alas no le respondían... por fin se reunió con el resto del grupo.   Al llegar, sus amigas le preguntaron donde había estado, por la fatiga no les pudo decir nada y cayó dormida enseguida.   La depositaron sobre hojas frescas para que pudiera dormir. Al despertar, contó todas sus aventuras y lo que tuvo que pasar para llegar hasta ahí.   Desde entonces, la mariposa de nuestro cuento, duerme a pierna suelta un día completo antes de partir, para que las demás no la dejen de nuevo.

Asustadísima, la mariposa no soportó más, y a pesar del peligro, voló fuera del alcance de la serpiente. Nunca volvería a salir sola en un viaje tan largo y por supuesto, jamás estaría junto a una serpiente en su vida.   Más tarde, una tormenta detuvo su trayecto y se refugió en una cueva, detrás de unas rocas alguien cantaba con mexicana alegría. ¡Qué agradable sorpresa!, todo mundo sabe que los grillos son completamente inofensivos y éste no iba a ser la excepción.   —Si vas hacia el sur— recomendó el grillo, después de platicarle todas sus experiencias —ponte esta máscara y estos lentes, porque en «la ciudad de las nubes grises» apenas podrás respirar, cuando salgas de la ciudad, te los podrás quitar—.   —¿Por que me das esto?— dijo sorprendida.   —Cuando llegues te darás cuenta-- le dijo el grillo y se fue saltando.   Obedientemente, la mariposa se puso la máscara, los lentes y partió. De pronto, entró sin darse cuenta en una nube gris, pero gracias a los lentes vio un letrero que decía «Bienvenidos a la Ciudad de México», rápidamente atravesó la ciudad, creyó que ahí había muchos accidentes porque nadie veía bien, pero la que no vio bien fue ella, pues al salir de la ciudad, tomó la dirección contraria.   Después de muchas horas, llegó a Tabasco, entró a una densa selva tropical y de pronto, un jaguar saltando de la rama de un inmenso árbol, se interpuso en su camino.   —¿Y tu quién eres?— le preguntó rugiendo.   —Soy una mariposa monarca— contestó ella un poco temerosa —y estoy buscando mis compañeras. ¿Las has visto pasar por aquí?—.

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7. Pruebas de aguante para hacer a sus hijos machitos


Un viaje a la profundidad del ser

Por Eliel Luna

El miércoles, justo cuando debía terminar el día laboral, recibí una llamada inesperada. Debía viajar a la capital con destino a una entrevista de trabajo. Había en mí un desanimo a simple vista, aunque inevitablemente debía ir; no había alternativa, por civilidad, por vergüenza y por las recomendaciones empeñadas de algunas amistades aquello se había convertido en un acto ineludible.   A la mañana siguiente emprendí el viaje, justo en el límite de la ciudad, descubrí en el espejo retrovisor que no me había peinado, aunque dicho inconveniente lo resolví medianamente en el auto.   Es extraño el hecho de abandonar el lugar donde se vive rutinariamente porque uno ya comienza a ser otro. Recuerdo apenas dejé en el camino un anuncio verde que fríamente

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desea feliz viajé, comencé a llorar. La radio sonaba una canción que antes había sido intrascendente para mí, incluso desagradable… de pronto sentí que había sido hecho para mí. Lloré dos veces más con algunas pausas, quizás hayan sido tres o cuatro veces más. El camino me pareció corto y casualmente no tuve problema alguno para llegar a la dirección indicada, incluso tampoco tuve problema a pesar de la larga estructura burocrática para acceder con facilidad al escritorio indicada, no hubo malas caras ni esperas absurdas. Frente al escritorio, la entrevista fue breve, recuerdo algunas palabras: «Lo siento, no hay posibilidad en este momento, que tengas buen viaje de regreso».

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«[...] quizás eran felices, amaban, reían y ahora se habían perdido eternamente.»

idea del presente es quizás la más cierta de las caras del tiempo. Me prometí que desde este momento, haría todo en base a dos premisas: por amor y con amor. Porque lo que vence a la nada es la vida, porque las cosas que ocurren son acontecimientos del viaje de una vida, porque en esa carretera entendí, que en la ruta existencial de mi vida, sentirse infeliz es perder el tiempo. Volví a experimentar esa sensación de ligereza, de paz.   Levanté la mirada y estaba ese anuncio verde que demostraba su otra cara: Bienvenido.   Y yo volví a lo más profundo de mi ser, había regresado y pude decirme con decisión: «Bienvenido de nuevo a la vida».

Para mí fue claro, además no había nada que me demorara, ni las ganas de un desayuno. Subí y al auto y me sentí extraviado en el mundo, no era aquella fallida entrevista lo que me importaba, sinceramente, al iniciar el viaje ni si siquiera pensaba en ello. Me sentí desdichado, lejano, vacío, abandonado, solo. Sentí que mi corazón desbordado de amor, había sido olvidado para siempre y que mi vida había pasado a otro plano, aunque yo no lo quisiera. A mitad del regreso un acontecimiento trágico detuvo el tiempo. Dos vehículos colisionaban brutalmente y mortalmente, no hay esperanzas de vida, pensé con desesperación. En mi mente figuraba una representación de los ocupantes, no tuve el valor para voltear, aquellas personas se han perdido para siempre, quizás eran felices, amaban, reían y ahora se habían perdido eternamente. Lloré con descaro, con fuerza, con intensidad aplastante, lloré con ganas de llorar, lloré por kilómetros, lloré sin pena y sin remordimiento, sin cansancio. El trágico hecho había detonado sentimientos íntimos.   Ignoro en qué punto del camino el llanto fue cediendo, sólo sé que cedió y a la vez, una cierta ligereza del alma. Quizás lo había dejado todo en esa carretera, ¿quién soy yo para sentirme vacío y perdido, lejano y derrotado? En un momento la vida se acaba y por lo tanto, la

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«Nada viaja más rápido que la velocidad de la luz, con la posible excepción de las malas noticias, que obedecen a sus propias leyes especiales»

—  Douglas Adams (1952–2001)

Douglas Noël Adams fue un escritor y guionista radiofónico británico, famoso principalmente por su serie La guía del viajero galáctico. Si no han visto la película homónima, les recomiendo ampliamente que lo hagan, es sumamente divertida. Fuente: wikipedia


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