Arturo Sánchez – Trabajo Final
Masoliver no retira lo escrito Mientras yo intento (por segunda vez) encender mi grabadora, Juan Antonio Masoliver pide una cerveza sin alcohol; cuando se la traen junto con un vaso largo, me dice: “A pesar de que yo he sido muy bebedor, como es natural, siempre me han dado mucho miedo los borrachos”, y ríe de manera estruendosa. Pongo sobre la mesa un block de notas y tengo la sensación extraña de que estamos dentro de una de sus novelas. La escena me recuerda mucho a uno de los pasajes de su libro La puerta del Inglés, en el que el personaje va a encontrase con un viejo amigo en un bar y mientras lo espera, pide tres botellas de cerveza sin alcohol y las vacía en una jarra para hacerse la ilusión de que se está emborrachando. Masoliver, ha publicado diez libros y una larga cantidad de ensayos en varias revistas especializadas. Viejo lobo de la literatura, “Tono”, como le gusta que lo llamen, es narrador, crítico literario, poeta, traductor, columnista y catedrático. “Soy una persona con bastante formación, pero consciente de que soy un ignorante”, dice, y yo me pongo algo nervioso: si él se considera ignorante, yo debo parecerle un cavernícola.
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El Masnou Juan Antonio Masoliver nació en 1939 en el Masnou, (“Casa Nueva” sería la traducción en castellano) que es un municipio de 21,000 habitantes, situado a 15 kilómetros de Barcelona. El viaje en tren, desde la capital catalana hasta el Masnou, dura apenas 20 minutos. Sentado en el vagón, uno se siente como si formara parte de una canción de Joan Manuel Serrat, cuando mira por la ventanilla y se le aparece, como por arte de magia, la costa del Mediterráneo. “Cuando te bajes del tren pregúntale al del puesto de periódicos por Masoliver y él te dirá dónde está el bar en el que vamos a vernos”, me dijo el escritor la última vez que hablamos por teléfono. “¿Masoliver? Sí, debe estar donde siempre, en el bar La Calandria. En la siguiente calle te das vuelta a la izquierda y sigues derecho, güey”, me indica, el del puesto burlándose de mi acento mexicano. Cuando llego al café Tono ya me espera en la terraza. “¡Tiene tiempo que no te veo!”, le grita a Masoliver un hombre ya entrado en años que camina despacio por la banqueta de enfrente. “Es que ya casi no vengo por las 2
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noches” le responde Masoliver mientras agita la mano. “Adeu”, le vuelve a gritar el viejo. La mesera que nos toma la orden también lo saluda con naturalidad y yo me pregunto si será que el pueblo entero es amigo del escritor. Masoliver tiene las manos delgadas y largas, como de pianista, lleva un anillo negro y una barba blanca que se asoma tímidamente bajo su nariz afilada. Habla con calma, es amable y simpático; me lo imagino como una de esas personas que están siempre de buen humor pero que cuando se enojan no te gustaría estar cerca. Por fin logro encender mi grabadora y escucho la voz ronca y desafinada de Masoliver.
“Vamos a empezar por el principio”, me dice
cuando nota mi pulso nervioso de periodista novato y el caos de papeles y cuadernos que he puesto sobre la mesa. Yo le agradezco el gesto de ayuda y comenzamos por el principio: la infancia en el Masnou. “Vengo de una familia de clase privilegiada. Era el hijo del abogado del pueblo y vivía relativamente bien mientras la gente no tenía ni para comer. La sociedad era muy católica, muy cerrada, esto creaba una represión sexual, que es la más obvia dentro de mis libros”.
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En sus textos, Masoliver parece regresar al tema del sexo una y otra vez, pero no es el único, otros autores de la época como Juan Marsé, por ejemplo, describen retratos similares a los de Masoliver. En el tiempo de la dictadura, el sexo era un tabú, por eso las imágenes de los cines son tan recurrentes en las narraciones de los escritores, las películas, censuradas casi completamente por el sistema, mostraban las escenas “eróticas” de una rodilla de la actriz, o de un beso en la pantalla, esto bastaba para qué la imaginación de los espectadores se disparara. Pero las historias que cuenta Masoliver en sus libros tienen su cuota de verdad. Al vivir en un pueblo, las costumbres eran más relajadas, se podían hacer cosas que eran consideradas “inocentes”. “Era más fácil jugar con las niñas los típicos juegos sexuales porque todavía no teníamos conciencia de lo erótico. Por eso es que esas historias que cuento yo de la niña que enseña el culo, son hechos auténticos, yo lo convierto en una obsesión, pero los masturbadores del pueblo y todo eso es una cosa sí que existió”. Masoliver casi no hace pausas, habla de corrido y siempre dice cosas interesantes, así que resulta difícil interrumpirlo, pero yo quiero que me hable de Franco, quiero saber si él la pasó mal aunque fuera de clase privilegiada 4
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como ya me dijo. Entonces, como buen narrador y poeta que es, me describe una imagen de su pueblo en los tiempos de la dictadura, la escena es tan clara y especifica que parece que la estuviera escribiendo mientras me la cuenta. “En mis libros siempre hay como un rencor contra mi pasado, la infancia que podría ser un recuerdo bonito, siempre está enturbiado por la realidad que había, por los mendigos que veía; había muchos borrachos en las calles porque bebían y no comían, eso a mí me impresionaba mucho (por eso es que les tengo miedo a los borrachos). La gente iba mal vestida, había perros rabiosos, famélicos, hambre, personas buscando trozos de pan, ni siquiera en los basureros porque no había, todo era degradante”. En ese momento se detiene un poco, como si no quisiera traer a su mente más recuerdos de las calles y la pobreza que acaba de contarme. Su cerveza sin alcohol está ahí, calentándose, no le ha dado ni un trago. Se pasa una mano por la barba, sonríe y regresa a su pueblo, pero no al que me ha descrito, vuelve al Masnou que a él le gusta recordar. “Casi no había coches… yo coleccionaba matrículas; cuando pasaba un carro apuntaba la matrícula y después competía con mis amigos para ver quién tenía más”, me dice, y su risa de estruendo vuelve a resonar por las paredes del bar.
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Después del “descanso” de recuerdos tristes, me platica con toda naturalidad, algo que a mí me deja sin palabras pero que a él parece no afectarle demasiado. Masoliver vivió una experiencia dura en su niñez, cuando en el colegio cayó en manos de algunos curas pederastas. “Yo fui una de las consecuencias de esos abusos; curiosamente, a mí no me ha dejado marcado. Yo, cuando hay violadores, me siento mal por la víctima pero también por el victimario. Creo que tienes que ser muy enfermo mental para meterle mano a un niño.” Sorpresivamente se termina de un trago la cerveza que parecía haber dejado olvidada sobre la mesa. “¿Me tengo que acercar un poco más o sí me escucho bien en la grabadora?”
Los viajes de Masoliver No encontró liliputs, ni gigantes, pero eso no era lo que él estaba buscando. Quería independencia, aventura, conocer otras culturas, otros idiomas, nuevas maneras de entender y mirar el mundo, escapar de la España de la dictadura; todo eso lo encontró con creces desde que salió del Masnou.
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Ahora estamos en Barcelona, en un café sobre la Rambla de Cataluña, llamado “Jamaica”. Masoliver lo conoce bien, este era el bar de su infancia y aparece en sus libros con el nombre de “Dorian”; mira alrededor con algo de nostalgia mientras el mesero le trae, otra vez, una cerveza sin alcohol, que de tanto verla, estoy tentado a pedir una yo también para ver a qué sabe. Los viajes son otra de las obsesiones del escritor, tanto en su biografía como en su literatura: ha sido un viajero por decisión, es un poeta del camino, un hombre sin patria. Juan Ramón Masoliver, el tío de Tono, fue un conocido corresponsal del periódico La Vanguardia, se iba de viaje y volvía al Masnou con regalos exóticos, con anécdotas de la India, de Pakistán, conoció a Ezra Pound en Italia y a James Joyce en Irlanda. A Masoliver le impresionaban estas historias, quería conocer todas las tierras de las que hablaba su tío, pero en ese entonces tenía siete años y se conformaba con leer encerrado en la biblioteca enorme del corresponsal viajero. “Mientras otros se iban de putas yo leía” me dice. “¿Como Borges?”, pregunto.
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“Pero no tan ciego, y no tan castrado sexualmente”, me contesta y se escucha de nuevo su risa desordenada. En 1960 Masoliver decide comenzar un exilio voluntario, el gobierno le había quitado un carnet para estudiar en la universidad, así que decidió plantarse en la calle y lanzarse a recorrer caminos haciendo auto stop. “Yo empecé una cosa que en esos tiempos no se usaba en España para nada: el auto stop, o sea viajar a dedo, y lo hice por todo el país. Comencé por sitios de Cataluña y poco a poco me fui aventurando a irme más lejos, Andalucía, Madrid, etc”. Ahora los recuerdos son mucho más felices que los que me contó en La Calandria. Tono se nota entusiasmado y las anécdotas se atropellan unas con otras, ahora es el Masoliver viajero, el de carretera y mochila al hombro. “Tenía amigos en varios países. Recuerdo que tenía un amigo en París, era carpintero, él me alojó en su casa, me daba un poco de dinero todos los días, unos cuantos francos, y a veces también me invitaba a comer en su habitación. Como a las tres semanas de estar ahí, la dueña de la casa me dijo: ustedes dos parecen maricones y esto yo no lo voy a tolerar. Yo le expliqué: señora yo no
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soy maricón, si tiene una hija me voy con ella, yo lo que necesito es vivir aquí sin pagar, pero no le importó y me sacó de la casa”. Me platica varias historias parecidas. Para Masoliver los viajes son una parte imprescindible de su vida, y es que fueron estas experiencias de trotamundos las que lo llevaron a pasar más de cuarenta años fuera de España. En Italia conoció a su primera mujer y se fueron juntos a vivir a Londres, ahí comenzó su carrera como catedrático y como crítico. Su literatura no puede entenderse sin sus viajes, la escritura de Masoliver es una especie de autoficción, su biografía revuelta con una poderosa imaginación, los lugares en los que ha vivido han forjado sus libros. En Irlanda consiguió una casa en la misma playa donde James Joyce, uno de sus escritores favoritos, escribió el Ulises. Y así, viajando y sorteando sirenas como el otro Ulises, el de Homero, Masoliver vagó por los países que de niño se había prometido conocer, y casi cuarenta años después, volvió al Masnou, al barrio de “Ocata” que es su Ítaca personal.
¿Juez y parte?
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Ya salimos del viaje, no regresamos a Ítaca pero sí al “Jamaica” y a otro tema imprescindible, la crítica. Masoliver
es
un
hombre
importante
dentro
de
las
letras
latinoamericanas y españolas. Tiene un ojo agudo y sensible, habla cinco idiomas y con ello alcanza, de primera mano, las versiones originales que le están negadas a la mayoría de los mortales, pero tal vez, la crítica le quita algo de perspectiva al momento de escribir; hacer crítica de otras obras y escribir la propia es como jugar en dos bandos, ser juez y parte. “¡Pero eso es bueno!” dice un poco sorprendido, “Yo siempre he dicho que la relación entre crítico y creador es muy estrecha en mi caso. Soy más conocido como crítico, pero eso no quiere decir que sea mejor crítico que creador”. Yo insisto con el tema, le digo lo que he escuchado decir a otros escritores acerca de la vanidad de los críticos que son, casi siempre, creadores frustrados. Ahora me mira como pensando, “no has entendido nada de lo que te acabo de decir”. “Cómo crítico he tenido mucha libertad, porque empecé a hacer crítica en Inglaterra y no desde aquí. En España hay una gran diferencia entre un autor y
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un crítico. Generalmente, es verdad que el crítico es un creador frustrado. En la prensa hay muchos críticos que son académicos y se les nota enseguida”. Ahora el ambiente se pone un poco tenso, yo le pregunto si le molesta que fume y él me dice que no, prendo un cigarro, le doy un sorbo a mi café y como ya vi por dónde van los tiros, trato de entrar al tema por otro lado. Le hablo de su lejanía con la literatura española y que a muchos escritores, a Julio Cortázar por ejemplo, o a Carlos Fuentes, se les ha castigado por escribir fuera de su país. “Yo he sufrido como escritor por muchos motivos; no es tanto que te castiguen por el hecho de vivir fuera, sino que no estás en contacto con la gente de aquí. Si estás en Barcelona, siempre conoces en un bar a algún crítico, te haces su amigo, y al final te publican una crítica; así es como funciona el mundo de la literatura por desgracia y, claro, mis libros en ese sentido no circulaban. Luego el crítico era más conocido que cualquier otra cosa. Si yo hubiese matado a mi padre, la noticia sería: El crítico Masoliver mató a su padre”. Sonríe y el ambiente se despeja.
Yo no soy un Bestseller, ni quiero serlo 11
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A Tono no se le lee mucho; a pesar del volumen de su obra, sus lectores son bastante reducidos, la mayoría especializados. Es cierto que posee un nicho de lectores fieles, los que se dejan “tocar” por la pluma de Masoliver: si no fuera así, su escritura no existiría. La calidad de un escritor no se mide por el número de libros que vende. Esa es la premisa de Masoliver, él sostiene que hay muchos libros que son best sellers y no tienen razón para serlo, o mejor dicho la tienen toda, por lo tanto eso tampoco es un argumento; por eso dice que sus libros llegan a pocas personas, pero eso no le importa mientras sigan cayendo en manos de los lectores correctos, de los que son capaces de entenderlo. “Yo no creo que mi escritura acepte lectores ingenuos, si no sería un Pérez Reverte. Sería un best seller, pero no lo soy, precisamente por eso, porque soy un escritor difícil. La gente no está acostumbrada a fórmulas literarias que no sean proceso, desarrollo y fin. Normalmente cuando tú rompes eso y lo fragmentas, ya eliminas a un número impresionante de lectores”. Se queda mirando uno de sus libros que yo he puesto sobre la mesa, se llama Retiro lo escrito: novela fragmentaria, escrita a manera de diario, compuesta de pequeños textos que parecen no tener relación unos con otros.
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A Masoliver le gusta jugar con su literatura y con sus lectores, escribe en primera persona y el personaje principal se llama Masoliver o Tono. Los suyos son libros raros, en mejor sentido de la palabra. Los “pequeños textos” (no encuentro una manera mejor de llamarles), que forman la narrativa de Masoliver, son divertidos y anti solemnes. “Alguien le había escrito a Cabrera Infame una carta infante, en la que le decía que Masoliver se dedicaba a vender sus libros autobiografiados a las librerías de ocasión al doble de su precio”. Así comienza uno de los textos de Retiro lo escrito, en el que Masoliver cuenta la historia de esta carta misteriosa que le llega al escritor cubano Guillermo Cabrera Infante. En la anécdota Tono le juega al cubano una broma pesada enviándole él mismo una carta en la que se denuncia la estafa de los libros firmados. El relato continúa y algunos días después, Cabrera Infante, le firma otro libro a Masoliver, pero esta vez la novela autografiada está en inglés. “¿Por qué no me has firmado la edición en castellano? No pretenderás que te lea en inglés? (pregunta Masoliver) Elemental mi querido Marx Oliver, porque ese libro no lo he escrito yo” , le responde Cabrera Infante. Este tipo 13
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de historias se repiten en la mayoría de sus libros. Como buen narrador del género autoficcional, uno no sabe qué es verdad y qué no lo es. Le pregunto a Masoliver si él se considera parte de una generación o de una corriente literaria, en sus ojos se enciende una pequeña chispa de maldad, sonríe pero ahora de una manera un poco extraña y me responde. “Lo de las generaciones es un falso sistema pedagógico. La gente cuando habla de la audacia de un escritor, que si es realista, si es impresionista, si es abstracto, esas son pendejadas. El escritor lo que tiene es un sentido de libertad que sabe comunicarle al lector”. Me quedo impresionado con la definición de literatura que acaba de darme, una vez más tengo la impresión de que Masoliver tiene anotadas sus respuestas en alguna servilleta escondida bajo la mesa.
El otro Masoliver La voluntad de conversión del yo en la escritura, de “convertirse en literatura, ser él mismo el relato”, como dice Ana Rodríguez (catedrática de la Universidad de Barcelona), es un aspecto que no puede omitirse cuando se leen las novelas de Masoliver. Uno podría pensar que es un producto de la 14
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potente imaginación de algunos escritores, pero tras cada fragmento de La puerta del inglés o de Retiro lo escrito, por mencionar algunas de sus obras narrativas, se esconde algo mucho más profundo: un juego en el que el lector debe ser partícipe activo para acceder a la obra. Las novelas de Masoliver son textos posmodernos, que ya figuraban en escritores como Borges, quien gustaba de hacer a sus protagonistas una especie de alter-egos. Un ejemplo sería El otro, un pequeño texto donde un Borges célebre ha desplazado al Borges “real”, o el cuento El Aleph en el que el protagonista se llama Borges y su amigo, Carlos Argentino Daneri, es su Virgilio personal. Masoliver no inauguró el género, pero es verdad que lo domina con maestría, cuando uno lo lee, los textos parecen sencillos, pequeños fragmentos graciosos, no se nota el trabajo que llevan detrás, y eso es resultado de lo bien que están construidos; guardando todos los hilos y los tecnicismos, la pluma experta de Tono, va recortando como si se tratara de un Bonsai. Ficción y realidad no tienen fronteras. ¿Y por qué habrían de tenerlas? Conversar con Tono es casi lo mismo que adentrarse en sus relatos… uno no tiene claro qué es ficción; uno no puede saber si el Masoliver que bebe su cerveza sin alcohol es otro más de sus personajes jugándonos una broma. 15
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Comparar Cien Años de Soledad con El Quijote, es una estupidez inmensa. Volvemos a la literatura, pero ahora desde los autores que le gustan y también, desde los que no le parecen tan buenos, como Gabriel García Márquez por ejemplo, quien “está sobrevaluado” dice Masoliver. “Cien años de Soledad, he tenido que leerlo mil veces como profesor y me ha decepcionado bastante, he encontrado mucha blandura por así decirlo, muy poco drama, hay un exceso de invención. Comparar Cien años de Soledad con El Quijote es una estupidez inmensa, yo creo que Borges es muy superior a García Márquez, y un buen cuento de Juan Rulfo, lo siento, pesa mucho más que García Márquez”. Resulta raro escuchar a un crítico como Masoliver decir que no le gusta García Márquez; tiene sus motivos, incluso escribió un ensayo llamado “Cien engaños de soledad”, en el que hace un repaso de lo que él considera las debilidades del libro. Apunta, entre otras cosas, que en la novela se banaliza la masacre bananera, un hecho terrible que no está para jugar con él, que es muy poco riguroso y que emplea un barroquismo excesivo. 16
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A Masoliver le gusta dedicar su tiempo a otro tipo de lecturas. Tal vez lo de Cien años de Soledad tiene que ver con el recelo a los bestsellers, que acaba de contarme. Pero Tono tuvo amigos que él considera grandes escritores y que según el canon lo son; Mario Vargas Llosa, Octavio Paz, Guillermo Cabrera Infante, Augusto Monterroso, entre otros. Muchos de estos escritores también han vendido miles de ejemplares de sus novelas, pero para el escritor catalán la calidad y las ventas son cosas completamente separadas. “Hay escritores que tienen una tan poderosa intuición y un sentido de disciplina que es lo que los hace grandes. Los demás tenemos que ir por donde el destino nos ha llevado, pero sigue siendo la misma verdad para todos nosotros, al margen de lo buenos o lo malos que creamos que somos. Los escritores que te he mencionado tienen una gran calidad como escritores y lo que vendan o no, ya es otra cosa” afirma. El que dice estas cosas es el Masoliver crítico, el experto en literatura latinoamericana desde hace más de veinte años, el que ahora recibe homenajes en México, en Inglaterra. Puede que no venda muchos libros pero la comunidad intelectual (cualquier cosa que eso signifique) reconoce su trayectoria: Tono es ese lector empedernido que a la tumba sólo se llevaría El Quijote y La Odisea. 17
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La resaca también es un estado místico Entramos ahora en su poesía, que es quizás mucho más compleja que su prosa. En ella conviven lo erótico y lo escatológico, versos gigantescos y los nombres de las mujeres perdidas, de las encontradas, de las que se ofrecen debajo de una falda transparente, de las que se dejan tocar en hoteles tristes. La de Masoliver es una poesía singular, que se aleja de los moldes convencionales, como dice el poeta Juan Goytisolo refiriéndose al libro Poesía Reunida “La voz poética de Masoliver Ródenas, distinta y nítida, resulta identificable en cada una de las entregas o títulos de su Poesía Reunida. Su disonancia con respecto al coro de lo que suele celebrarse en España, es la mejor prueba de una autenticidad en la que no caben, por fortuna, los distribuidores de premios ni los fiscales disfrazados de críticos”. Un ejemplo de su libro de poemas Sonia.
Toda una noche de hotel llenándote de saliva 18
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el pubis, los pechos, y al despertar los desechos de amor: resaca cruel. Los cuerpos a la deriva. Tú eres ella y yo soy él. “Después de dos horas de erotismo el resultado final (el sexo) es muy rápido. Lo interesante es el proceso, si no la gente chingaría, como dicen tus compatriotas, y en dos minutos ya estaría listo y todos contentos. Se necesita todo un proceso y éste es interesante, además de estimulante. Lo mismo pasa en la creación”. Para Masoliver el erotismo, las caricias iniciales, llenas de referencias al pasado, cargadas de una especie de deseo casi mezclado con la pornografía, resultan algo místico. Por eso admira a San Juan de la Cruz, a quien considera el más místico de todos los poetas, porque tiene una claridad y al mismo tiempo un misterio. 19
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“Una buena resaca también es una experiencia mística” me dice “yo no creo en el escritor que escribe borracho, pero a mí, de una buena resaca, me han salido buenos poemas. Es un momento muy frágil, muy especial, de hipersensibilidad, pero al mismo tiempo de una capacidad de juico terrible. El que tiene resaca se maldice, se analiza, se ve un desgraciado, se ve un pendejo, y al mismo tiempo reflexiona sobre lo efímero que fue la borrachera comparado con lo que dura la resaca”. Los temas centrales de la literatura de Masoliver giran en torno a la infancia, el paso del tiempo, la muerte, el misticismo. Asegura que ha escrito un solo poema que va alargando mientras sigue escribiendo. Después de todo, la literatura es eso, la muerte, la locura y el amor, repetidas una y otra, y otra vez.
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