maxitomas

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4- Darkside Daily - Reportaje barrial

Horta: el hombre que llegó a un pueblo MAXIMILIANO TOMAS

Desde hace años, décadas, siglos, cuando los pobladores de Horta bajan al centro de la ciudad para visitar a un familiar o a un amigo, o necesitan hacer un trámite inevitable (es decir: cuando no tienen más remedio y deben abandonar los estrechos límites de la tranquilidad del barrio) saludan siempre con las mismas palabras: me voy a Barcelona. Así: me voy a Barcelona, dicen. En realidad, no lo hacen exactamente con esas palabras, porque en Horta se habla, se lee y se saluda en catalán. “Esto es como un pueblo”, saca pecho Vicente Baidón Pons, presidente desde hace doce años de la Asociación de Concesionarios del mercado del barrio, y dueño de una carnicería limpia y prolija como un quirófano antes de una intervención neurológica. “Aquí nos conocemos todos”, insiste. Mañana, tarde o noche, da lo mismo: en Horta, antigua zona de masías, quintas, lavanderías (aquí se blanqueaba a mano casi toda la ropa de la ciudad), huertas y lecherías ubicada al noreste de la ciudad de Barcelona, en lo alto del Valle, poca cosa pasa. Y así les gusta a todos: ritmo de pueblo, que le dicen. Costumbres de pueblo, también. Desde el otro lado del mostrador de la panadería Artesa, más conocida como La Cooperativa y ubicada en la calle La Plana, en la manzana más antigua del barrio, Isabel cuenta que cuando alguno de los viejos vecinos muere, los demás salen en procesión y acompañan el ataúd hasta el cementerio. Y María, su ayudante rubia y búlgara, apetecible como los panes que se hornean ahí mismo esta mañana, asiente con la cabeza, tímida y obediente. Como todos se conocen, pero yo no conozco a nadie, entiendo la cara de pavor de mis

dos panaderas sólo cuando doy la vuelta y me topo con una señora de tapado de piel negro, y gorro negro a la usanza bolchevique, y bigotes negros como púas, que me habla en catalán (en qué más si no) y que cree que le entiendo hasta que se da cuenta de que no, que ni jota; y entonces me insulta y, al mismo tiempo, aunque sin querer, también me escupe. En un momento en que la señora de las pieles, que debe andar por los ochenta y tiene la capacidad pulmonar de una veinteañera (¿saldrán los vecinos a la calle cuando llegue su hora?) se distrae, mis panaderas la miran, y me miran, y se llevan sendos índices a la sien y atornillan tornillos imaginarios. Entiendo el lenguaje universal de las señas y salgo del local, hago dos, tres pasos, y toco el timbre de la Asociación de Vecinos del barrio. Como tantas otras veces, nadie atiende. El bar del Loro. Subiendo unas cuadras por La Plana y doblando a la izquierda en la calle que lleva el nombre del

barrio, que a su vez figura en las marquesinas de más de la mitad de los comercios del ídem, se llega al centro neurálgico del ídem-ídem: una plaza seca en la que se puede bajar a la estación de metro ídem-ídem-ídem y que no se llama ídem sino Ibiza. Una plaza en la que, como en el resto del barrio, no pasa mucho: hay bares, y bares, y bancos de madera, y un hombre joven que pinta pequeños cuadros con el dedo, y gente que conversa, y más bares. Pero una cuadra más arriba hay otro bar: El Quimet. Inaugurado en 1927, famoso en

DORMIDOS. Al Velódromo, construido para los Juegos Olímpicos de 1992, casi no se lo utiliza, salvo por unas pocas competiciones anuales. El laberinto vegetal (der.), hoy cerrado por reformas.

los alrededores y más allá por sus bocadillos, El Quimet recibió la distinción de “Arraigado en la ciudad” que otorga el Ayuntamiento y en sus ochenta años de vida tuvo tan sólo tres dueños y un loro, cuya silueta está reproducida en los vidrios de las puertas y en la tapa del menú (escrito, claro, en catalán). “Se llamaba Juanito y vivió toda su vida aquí”, cuenta José Luis Jalman, 42 años, coleccionista de botellitas de licor y tercer y actual dueño del lugar. “Se llamaba Juanito y vivió aquí durante los años 20 y 30. Un cliente, Micaló, le

enseñó a silbar, hablar y cantar. Y aprendió tan bien que imitaba el sonido del silbato del tranvía 45, que paraba aquí enfrente, y volvía loco al guarda”. Los domingos, mientras los hombres ven el fútbol en otros sitios, El Quimet es el bar que las mujeres del barrio eligen para pasar las tardes lejos de gritos y transpiraciones deportivas (o, quién dice, algunas cerca de otros gritos y de otro tipo de sudores). Apenas una cuadra más arriba hay un avión, no, no lo es, una nave espacial, tampoco, una clínica de alta complejidad,


5- Reportaje barrial - Darkside Daily

Un mercado, medio siglo M.T.

SERENO. Ryan pasa las tardes en la Plaza Ibiza, centro neurálgico de Horta, pintando pequeños cuadros con los dedos de la mano. No vende mucho, apenas lo justo para sobrevivir. Pero no se preocupa. menos: es la ultramoderna biblioteca de Horta, blanca, nueva, tres pisos, hemeroteca y extenso catálogo a disposición del lector. El lugar ideal para encontrar fuentes documentales sobre la historia de Horta. Y allí están, quince delgados tomos en ediciones baratas aunque dignas, que van del siglo XIX al XX, con fotografías en blanco y negro, y rubricados todos por la misma pluma: el exhaustivo historiador Desideri Diez I Quijano. Libros magníficos, donde se reseña hasta el más mínimo detalle de las familias que poblaron estos

valles por primera vez. Libros, claro, íntegramente escritos en catalán. Por lo que la sobria página web del Ayuntamiento de Cataluña dice, en castellano, que: Horta pertenece al distrito de Horta-Guinardó, y fue el único de los actuales barrios que supo ser municipio independiente; que el municipio del Vall de Horta es conocido hoy como Vall de Hebron, e incluye a Montbau, Sant Genís, Vall d’Hebrón, La Clota, la Font del Gos, el Carmel y la Taxonera; que la primera referencia a Horta es de 965,

En 1966, cuando al barrio de Horta sólo llegaban los tranvías y el metro era todavía un sueño para los crédulos, el Rey Juan Carlos, por entonces Príncipe de la Corona española, visitó el Mercado de Horta. El Mercado, que desde hace más de 50 años funciona en la calle Tajo 75, poco tiene que envidiarle a los de otros barrios. Más bien es al revés, o al menos eso es lo que piensa y dice con orgullo el presidente de la Asociación de Concesionarios del lugar, Vicente Baidón Pons (50), que lleva doce años al frente de la entidad más otros cuatro como vicepresidente. Una especie de Felipe González a escala barrial. “Es que nosotros estamos abiertos al ciento por ciento, todos los días, no como otros. Y eso nos diferencia”, asegura. Pescado fresco, carnes, verduras, precio vecinal: el mercado abrió sus puertas el 3 de marzo de 1951 y se jacta de tener una organización modelo, que se impone proyectos de obra de diez años en diez. El anterior plazo, que cubría el período 1992-2002, contemplaba pintarlo completo, instalar equipos de aire acondicionado, cambiar los suelos, establecer un sistema de puntos para las compras de los clientes habituales y hasta diseñar un logo representativo. “Y todos se cumplieron”, asegura Baidón Pons, que es uno de los más férreos defensores del mercado a la antigua: nada de ceder o concesionar espacios para las grandes cadenas de ventas mayoristas: “Esto es como un pueblo, y nos conocemos todos. El mercado es de nosotros y para nosotros. Así debe ser, y así debe seguir”.

cuando se menciona el valle en una donación de tierras a la iglesia de San Miquel de Barcelona; y que un elemento patrimonial muy destacado aquí es el Parque del Laberinto, sede del jardín más antiguo de todos los que se conservan en Barcelona y abierto como parque ciudadano desde 1970. Paraíso perdido. Para llegar al Parque del Laberinto hay que subir cuestas, como para casi cualquier cosa en Horta: un barrio que se hace cuesta arriba. Es por eso que hasta aquí no llega el bicing, por ejemplo. Hay que bordear la Avenida del Estatuto, cruzar la Ronda de Dalt por debajo del túnel del metro y pasar al lado de ese elefante de cemento dormido, levantado para los Juegos Olímpicos de 1992, y que despierta sólo cada tanto (el ciclismo nunca fue pasión de masas): el Velódromo de Horta. El parque, antigua residencia de descanso de los marqueses de Alfarrás, es una maravilla de alusiones grecorromanas y fuentes y estanques, aunque en su centro languidezca el laberinto propiamente dicho. La primera vez que estuve allí, días atrás, me perdí y tardé media hora en encontrar la salida, aunque podía ser ayudado por las señas y las burlas de mis amigos, claramente visibles por los agujeros en la vegetación de sus paredes. La segunda, un cartel

Baidón Pons, 12 años al frente del Mercado. informaba que el laberinto permanecerá cerrado hasta el 5 de diciembre, por tareas de mantenimiento. “Las cuestas que dificultan la movilidad y el desgaste de la vía pública son los principales problemas del barrio”, dice afable y didáctico Pere Nieto i Díaz, consejero técnico del distrito Horta-Guinardó, camisa salmón y barriga satisfecha que contrastan con su flamante Blackberry, que toquetea con los dedos mientras habla. – ¿Y algún otro? Hay pintadas que hablan de un desalojo en la calle Campoamor – Son okupas que están

asentados en terrenos de una orden religiosa, y que hay que desalojar. – ¿Alguno más…? – Se va a remodelar la Plaza Ibiza, que nuca logró ser una plaza... –… –Ah, sí, la Masía Can Fargas: el Ayuntamiento decidió expropiarla , para instalar una Escuela de Música. Aunque van a pagarle al dueño cinco millones de euros, diez veces más de lo que vale. –… – Bueno, no, nada más. Usted lo ha visto: se trata de un barrio muy tranquilo.


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