ARTE Y CREACIÓN POPULAR E N
C U E R N A V A C A
colección patrimonio cuauhnáhuac
COLECCIÓN PATRIMONIO CUAUHNÁHUAC
Primera edición 2015 Arte y Creación Popular en Cuernavaca © Conaculta © Instituto de Cultura de Cuernavaca Coordinación editorial Fernando E. Hidalgo Domínguez Investigación Fernando E. Hidalgo Domínguez Adalberto Ríos Szalay Fotografía Adalberto Ríos Szalay Adalberto Ríos Lanz Ernesto Ríos Lanz Fernando E. Hidalgo Domínguez Diseño Edivaldo Calderón Mena (Kaled) Supervisión de diseño Julia Jayme Salas Supervisión editorial Nora María Brie Gowland ISBN en trámite Queda hecho el depósito legal que establece la ley. Prohibida la reproducción parcial o total de la obra sin autorización de todos los que aquí poseen derechos.
Sánchez; Rigoberto Landa Gil; Karla Martínez León; Francisco Martín Pérez Braga; Patricia Guadalupe Piña Gaona; Arnulfo Rayón Hidalgo; Enrique Rodríguez; Arnulfo Sánchez Valdovinos; Yadhira Silva Díaz; Hilda Patricia Tello Saravia y Rocío Vargas Moreno.
Esta obra y sus características son propiedad del Ayuntamiento de Cuernavaca, Morelos / www.cuernavaca.gob.mx
Agradecimientos especiales al exdiputado Javier Orihuela García, integrante de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados, y a Daniel Vázquez Hernández, Ayudante del pueblo de Tlatenango, Cuernavaca.
Agradecimientos Carolina Alvarado García; Vanesa Isabel Casillas Martínez; Madison Vivian Cederholm Ramírez, Margarita Estrada Serrano; Jazmín Anahí García Valadez; Gustavo Garibay López; Graciela Gómez Ascencio; Carolina Elizabeth Gómez Rodríguez; Alejandra González Segura; Marisa Gutiérrez
Ejemplar para distribución gratuita. “Este programa es público ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa”. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa deberá ser denunciado y sancionado de acuerdo con la ley aplicable y ante la autoridad competente.
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PREFACIO
PERMANENCIA CAMBIANTE A los hippies del centro que salen todos los días a vender sus joyas para poder comer
El Ayuntamiento de Cuernavaca, a través de la Secretaría de Desarrollo Social, en coordinación con el Instituto de Cultura de Cuernavaca, con el apoyo del Programa Anual de Proyectos Culturales de la Cámara de Diputados del H. Congreso y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, CONACULTA, diseñó un programa de investigación denominado Patrimonio Cuauhnáhuac con el objetivo de contribuir a la recuperación y fortalecimiento de las memorias colectivas, que se verá reflejado en materiales de divulgación que estarán al alcance de los cuernavacenses. Esta colección pone de manifiesto el papel que todos desempeñamos en la salvaguardia y puesta en valor de la producción social de conocimientos, los saberes culturales, la ritualidad en la convivencia social, con sus prácticas y técnicas cotidianas dentro de nuestros 12 pueblos, barrios tradicionales y colonias populares, y que son un manantial inagotable de festividades y tradiciones. El trabajo de investigación se ha realizado desde dos pilares fundamentales en la reconstitución del tejido social: el reconocimiento de la historia local, sus procesos identitarios y la diversidad cultural, reflejada en las dinámicas de intercambio, influencias y préstamos culturales, inherentes a todo proceso social. Cuernavaca nos ofrece una riqueza cultural que por su diversidad debe ser identificada, investigada y catalogada para su custodia y salvaguardia. Aquí un ejemplo, arte y creación popular en Cuernavaca. Jorge Morales Barud Presidente Municipal de Cuernavaca
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Hablar de artesanos de Cuernavaca es complicado porque, a diferencia de los de otras ciudades, éstos no tienen una estrategia de divulgación de su obra que incluya la producción dirigida a un mercado más amplio que el local, ni la venta en tiendas exclusivas para ellos; todo lo contario, su obra se halla recluida en los talleres y su arte se manifiesta de manera temporal en celebraciones públicas, como es el caso del cerero de Ocotepec en el Día de Muertos, los cartoneros de San Antón para sus propias fiestas en diciembre y junio y las de las colonias vecinas como la Carolina, en febrero: compitiendo con la exuberancia y presencia permanente de otros grupos artesanales avecinados en nuestra ciudad como los xalitlas que distribuyen por el Centro Histórico sus piezas cerámicas y pliegos de papel amate decorados con su estilo característico, además de la venta de joyería o la de los plateros de Taxco que ofrecen sus productos en la terraza sur del Palacio de Cortés. Por ser una ciudad capital, con todo lo que ello implica, y dada su estratégica ubicación geográfica, Cuernavaca ha sido siempre el cruce natural de tradiciones culturales muy poderosas, cuya huella aún es perceptible; algunas se hicieron residentes temporales y marcaron la pauta para la consolidación de oficios que permanecían latentes en un pueblo de vigorosas raíces creativas, no sólo de Cuernavaca y su zona conurbada, sino de todo el estado; tales fueron los casos más significativos de fábricas como Cerámica de Cuernavaca y Cerámica Santa María ambas extintas, y la presencia de los artesanos de las regiones cercanas a la ciudad, como Taxco y la sierra norte de Guerrero con sus amateros, alfareros y decoradores. El factor cosmopolita de Cuernavaca, que tanto lustre le ha dado, es uno de los elementos que ha puesto en valor la artesanía local, ya que muchos artistas avecinados aquí han requerido de mano de obra dispuesta y creativa que con un mínimo de preparación fue capaz, al paso del tiempo, no sólo de aprender y desarrollar las técnicas enseñadas sino de generar sus propias líneas de producción y diseños particulares. Así, en el pasado reciente, casos como el del coleccionista Robert Brady y su multivisitada residencia y posterior museo o la presencia de creadores de otras latitudes como Felipe Delfiguer y su taller de vidrio soplado y termofundido, el maestro Pedro Linares y su taller de cartonería en la Ciudad de México o el diseñador Guillermo Helbling y su taller HEES, entre otros muchos, influyeron favorablemente en la producción artesanal local al acercar el arte de otras latitudes a los ojos siempre ávidos de los artesanos locales, ampliar el panorama técnico y complementar las categorías artesanales ya existentes asesorando y compartiendo sus conocimientos. Con un panorama así, el arte popular y los artesanos de nuestra ciudad tienen el futuro asegurado. Dejando de lado su capacidad creativa, por demás probada, su principal acierto no está en la producción, ni siquiera en la venta: está en su asombroso poder para adaptarse a los cambios, mismos que no siempre han sido para bien. Los artesanos de Cuernavaca confían plenamente en su labor porque, al igual que aquel ”…pájaro que trina aunque la rama cruja…” saben muy bien de lo que son capaces. Edgar Assad Gutiérrez
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LAS CRUCES DE PERICÓN O YAUHTLI El yauhtli ha sido, desde la antigüedad, una flor muy apreciada por sus propiedades aromáticas, medicinales y condimentarias, pero sobre todo rituales. Desde la época prehispánica fue usada profusamente en la ornamentación ritual de los pueblos nahuas que habitaron lo que hoy es el estado de Morelos; hierba endémica del antiguo Cuauhnáhuac, florece en la segunda mitad del mes de septiembre, concomitante a las cosechas del maíz; su uso ritual se asoció a la veneración de la Chicomecóatl, diosa de las provisiones alimentarias. A la llegada de los primeros franciscanos a estas tierras, los monjes observaron su uso extensivo, sin embargo, por obvias razones, se pretendió eliminar el uso ritual en las manifestaciones religiosas indígenas y transformarlo a la ritualidad cristiana. Primero se le denominó pericón por asociarla a la festividad de San Pedro, pero la insistencia
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de introyectar en las mentes de los indígenas la noción del diablo (inexistente en el pensamiento prehispánico) y colocar como figura preponderante a San Miguel Arcángel, como principal antagónico del demonio, logró que se asociara precisamente a este santo, y el sincretismo maravilloso de los pueblos hoy morelenses generó una bella y simpática leyenda: como San Miguel se va de fiesta en su cumpleaños había que proteger las casas y los sembradíos de las perversas travesuras del diablo y así, en la víspera de San Miguelito, se colocan cruces de yauhtli en todos los espacios y enseres, se enfloran cruces barriales, templos, casas, panteones, milpas y actualmente vehículos automotores; es notable su tradicional confección y uso en los pueblos cuernavacenses, especialmente en Buenavista del Monte y Ocotepec.
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ARQUITECTURA VERNÁCULA FUNERARIA DE OCOTEPEC La muerte, Miquixtli, fue un tema especialmente conmovedor y generador de complejas nociones en la teogonía prehispánica, un trance que no acababa con la inercia corporal, se recrea y existe como una “otra vida” que se celebra ritualmente. Tradicionalmente, al difunto se le enterraba en el centro de las antiguas moradas y con el sincretismo nahua-cristiano, las fiestas de muertos se convirtieron en unas de las celebraciones más importantes de la cultura popular e indígena en Morelos; por supuesto las ofrendas, ritos y celebraciones son de singular boato entre los morelenses y especialmente en el pueblo de Ocotepec. Al trasladar el entierro en casa o en el atrio de la iglesia al panteón, por obligatoreidad legal desde el siglo XVIII, los pobladores de Ocotepec volcaron su creatividad para embellecer su cementerio (palabra que proviene del griego koimeterion, dormitorio, en la creencia de que el difunto duerme un sueño eterno), recreando, con singular belleza y colorido, casas o iglesias, tal vez remembrando donde se enterraban antiguamente a los fallecidos. Ocotepec tiene la más florida arquitectura funeraria de México, con fama internacional, a la que se refiere certeramente Adalberto Ríos: “El cementerio de Ocotepec es un ejemplo de arquitectura funeraria mexicana, donde los colores de la vida están presentes en pequeñas casas, capillas y hasta una catedral levantada como amoroso recuerdo que, por su virtuosa factura, bien podría ser acreedora de alguna presea de las que se otorgan a grandes maestros del arte popular”. 8
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MARÍA GUADALUPE RANGEL LAS MULITAS DE CORPUS CHRISTI DE OCOTEPEC ARTESANÍA EN FIBRAS VEGETALES
La tradición del Jueves de Corpus proviene de Europa, cuando, en 1263, un sacerdote de Bolsena, Italia, al oficiar misa, vio brotar sangre de la hostia. A partir de este acontecimiento, se estableció la fiesta litúrgica del Corpus Christi que se celebra 60 días después del domingo de Resurección. En México, esta tradición adoptó, como toda la cultura popular, formas sui generis. En 1526, cinco años después de la conquista, se erigió lo que sería la catedral metropolitana, y fue en este lugar, precisamente, donde se celebró el primer Jueves de Corpus, también llamado de Primicias, ya que se ofrendaban a Dios los primeros productos cosechados, que eran llevados en canastas a lomo de mulas. Además de darle ese nuevo nombre a la jornada, los artesanos de la época comenzaron a confeccionar las mulitas como recuerdo del día; con ellas decoraban casas, templos o las daban como obsequios y juguetes a los niños. Los materiales utilizados fueron variados: madera, totomoxtle (hojas de maíz), barro o, especialmente, las pencas secas del tronco del plátano, llamadas papatla, como es el caso de Ocotepec, Cuernavaca, donde esta festividad tradicional se instauró hace siglos llegando a ser una de las principales del poblado, por cierto celebrada con gran boato y belleza. Precisamente en Ocotepec, Doña María Guadalupe Rangel Morales, de 67 años, artesana y cocinera, gran conservadora y difusora de las tradiciones ocotepequenses, sigue elaborando 12
las mulitas de papatla o pencas de plátano con una gracia y habilidad sorprendente, oficio artesanal heredado por generaciones. A sus mulitas les coloca a los costados canastitas hechas de palitos de madera, a manera de huacales, que adorna con banderitas de papel de china multicolores y dulces, galletas, mazapanes y otras golosinas. Estas mulitas se obsequian en Jueves de Corpus a los niños y visitantes o participantes en la procesión del Santísimo. Mulas más grandes y graciosamente decoradas son colocadas a la entrada de la capilla de San Salvador, a las que se les añade un letrero con los nombres de los fiscales de la festividad, cargos de la organización tradicional que detentan personajes notables de la comunidad encargados de la administración y celosa coordinación de las fiestas patronales. Doña María Guadalupe, mientras confecciona las mulitas, platica de la gran diversidad de tradiciones y legados culturales que los ocotepequenses siguen recreando. El Jueves de Mulitas igualmente prepara, para convidar a los visitantes, delicias de su cocina tradicional como los tamales de pasas, su famoso mole rojo o el tepache ritual, una deliciosa bebida a base de pulque, piloncillo, piña, plátano, tamarindo y naranja que se ofrecía antes de los refrescos comerciales o la cerveza. En fin, Lupita es un extraordinario dechado de habilidades artesanales de tradición, así como una gran narradora de anécdotas, historias y mitos locales. 13
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FAUSTINA VELA ALFARERÍA DE SAN ANTÓN El antiguo Cuauhnáhuac, hoy Cuernavaca, situado entre barrancas, es una pendiente con valles y mesetas en las que se asentaron los tlahuicas, una de las doce tribus nahuatlacas en el siglo XII. Su ocupación vital fue la agricultura, pero también la manufactura de bellas piezas de barro, especialmente en uno de los doce pueblos: San Antón Analco. San Antón está situado en los alrededores de una bella barranca que lleva al río Chalchihuapan, más adelante llamado “río del pollo”. El agua nace en Tetela del Monte y la barranca se conoce como Tetela o del Salto, por la espectacular cascada de 40 metros llamada Salto de San Antón. En sus costados, los tlahuicas encontraron un banco de barro conocido como sacatierra, que da el nombre al actual barrio de alfareros. Los cuatro elementos, aire, agua, fuego y tierra, trabajados con manos creativas, se juntaron para formar la artesanía más representativa de Cuernavaca, cuyas vasijas para agua y tamales, incensarios y braseros, macetas, comales y jarras, son herencia artesanal que subsiste precariamente hasta la fecha, porque en los años 70 se agotó casi totalmente el banco del preciado barro con que se confeccionan dichas piezas. Desde la época prehispánica, los alfareros de San Antón Analco fabricaron objetos de barro de uso diario y ritual. A su llegada, Cortés y los españoles se sirvieron de estos utensilios,
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es más, ahí se fabricaban los tubos de drenaje para la ciudad y sus alrededores. A principios del siglo XX, una señora inglesa se estableció en Cuernavaca, viviendo la convulsión social de la Revolución, Doña Rosa King, quien, enamorada de la ciudad, estableció un hotel para recibir a visitantes, el hotel Bellavista situado a un costado del zócalo. Ahí, entre otros atractivos, abrió una tienda de artesanías cuya principal venta eran vasijas, jarras con vaso y macetas precisamente de San Antón. Doña Rosa King fue la primera promotora artesanal de Cuernavaca, actividad que narra en su libro T empestad sobre México, crónica estupenda de su vida y de los acontecimientos de la Revolución. Con una larga historia, la alfarería de San Antón Analco tiene una heredera, la artesana del barro, Doña Faustina Vela, de 38 años, quien aprendió el oficio de sus suegros también herederos de la tradición tlahuica. Ella sigue fabricando macetas, jarras, bateas, comales y figuras que todavía se pueden adquirir en los viveros del Salto, las cuece en su horno cilíndrico el cual, a pesar de las lluvias, funciona alimentado con leña que recogen ella y su familia en la ribera del Salto. La cerámica de San Antón tiene características únicas entre las alfarerías de Morelos y del país, son inconfundibles sus formas: las vasijas son abombadas hacia la boca, con pellizcos o sin ellos, con dos pequeñas asas o sin ellas; el
barro, al cocerse, adquiere un tono naranja en su cuerpo y se le decora pintándolo parcialmente en franja con otro barro más anaranjado. El barro de San Antón corre el riesgo de desaparecer por falta de materia prima y también por el abandono de la tradición artesanal pues casi no hay jóvenes que prosigan el oficio. La dificultad para la comercialización de los productos es otro factor en contra, por lo que Doña Faustina ostenta un mérito cultural especial: contra viento y marea, conserva y vivifica un oficio que tiene casi mil años en Cuauhnáhuac, hoy Cuernavaca.
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CESTERÍA Seguramente, los primeros hombres que tejieron fibras vegetales, duras o blandas, como enredaderas, varas de carrizo, otate o palma, lo hicieron imitando a las aves que confeccionan sus nidos, con la finalidad, entre varias otras, de contener alimentos. Así habrá surgido la cestería, actividad que en nuestros días está en riesgo de desaparecer pero que continúa gracias al tesón de los artesanos (principalmente hombres) que conservan esta tradición milenaria aprendida de sus ancestros. Tal vez la forma más primitiva sea el llamado chicol, una canasta en forma de globo alargado que se produce en varias comunidades de Morelos con carrizo fraccionado, anudado y ensamblado a una vara, y que sirve para cosechar los frutos altos de los árboles. En Cuentepec (Temixco) y Chalcatzingo (Jantetelco) se tejen chiquihuites o canastos para tortillas, con varas de otate, una especie de bambú sólido que se recolecta en el campo, o con carrizo alisado. También en Cuentepec se producen grandes trojes cilíndricas para contener las mazorcas de maíz. Otros productos de este tipo de artesanía son las esteras o camas de Cuentepec, que se colocan en el suelo o en un armazón a manera de camastro; las cunas ovaladas de Xoxocotla (Puente de Ixtla), que se construyen con varas y mecate, y que se cuelgan del techo con cuatro cuerdas; los chimoctlalis o sillas colgantes 18
de Chalcatzingo, especie de columpio en forma de cubo para mecer a los niños. Una bella artesanía contemporánea, única en el país, se hace en Tepoztlán: esqueletos armados con carrizo e hilo de algodón. Con fibras blandas como la palma se manufacturan aventadores, mecapales y sombreros; con fibras duras, otra artesanía fundamental: las estructuras para la pirotecnia (castillos y toritos), y para las mojigangas de cartonería, protagonistas de fiestas y carnavales. Otro producto artesanal antiguo son las jaulas para atrapar y conservar vivos aves y otros animales pequeños. En Tlaltizapán se elaboran con madera pintada y alambre, llegan a tener grandes dimensiones y formas insólitas; en Tetelcingo (Cuautla) las mujeres nahuas de la localidad las confeccionan con alambre pintado de blanco y motivos de diversos colores, sus formas evocan las de las construcciones árabes.
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RAFAEL TÉLLEZ CERÁMICA A mediados del siglo XX, Cuernavaca prometía convertirse en la mayor productora de cerámica del paıs y así lo fue por un tiempo. El auge turístico que produjeron el famoso Casino de la Selva y otros hoteles de renombre atrajeron muchos visitantes que además de disfrutar del clima, la ciudad y sus rincones, fueron importantes consumidores de artesanías. Las más notables fábricas de cerámica fueron la Santa María y Cerámica de Cuernavaca, esta última emblemática industria que produjo gran variedad de modelos decorativos que las clases medias y altas, tanto del país como de Estados Unidos y Canadá, adquirían para decoración de sus casas. Figuras de animales, como los famosos perros, eran comercializados por grandes almacenes departamentales; vajillas, floreros, fruteros, joyeros, jarrones, etc., con elementos vegetales y marinos tenían importante demanda, inclusive grandes figuras de estilo chino eran indispensables en hogares de postín, como la diosa Kao Liang. Cerámica de Cuernavaca también llegó a producir piezas de porcelana, importando materias primas de China y Alemania, donde existen minas o bancos de tierras necesarias para esta clase de cerámica. Famosas fueron también las piezas blancas de estilo italiano, denominado Capo di Monti, así como columnas y balaustradas de refinado diseño neoclásico y provenzal. Cerámica de Cuernavaca tuvo su auge gracias a sus emprendedores dueños, la familia
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Borbolla, pero sobre todo fue una suma de creatividad, esfuerzo y habilidades de decenas de trabajadores que especializaron los procesos de fabricación, diseño, modelado, moldeado, pastas, vaciado, horneado, decorado, etc. Tal es el caso de un veterano trabajador que conoció todos los secretos de la cerámica y la porcelana, además de desarrollar técnicas especiales para mejorar el producto: Don Rafael Téllez Medrano, sabio artesano octogenario, que trabajó en la fábrica desde 1947 y a partir los años noventa, con el declive de Cerámica de Cuernavaca, siguió por cuenta propia con su taller, además de otros oficios como la herrería. No dejó de producir bellas piezas y continuó enseñando a quien lo pidiera, muchos trabajadores de la extinta cerámica fueron capacitados por Don Rafa y muchos talleres fueron abiertos en Cuernavaca, sobre todo en la colonia Tres de Mayo, municipio de Zapata, y algunos otros lugares del Estado. Don Rafael Téllez Medrano ha sido mentor y maestro de varias generaciones de ceramistas que le han dado renombre a Cuernavaca. Actualmente sigue transmitiendo sus conocimientos, exponiendo sus piezas y sobre todo aplicando su sabia calidez artesanal en un pedazo de pasta que a partir de barro, caolin, arcilla y feldespato, modelada y horneada alrededor de los mil grados centígrados, se convierte en un tesoro del arte popular cuernavacense.
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MÓNICA FRANCO CARTONERÍA Y PIROTECNIA Aunque en la época prehispánica había un uso extenso del papel amate para aspectos decorativos, rituales y por supuesto para códices, la influencia de la cartonería proviene de la tradición española con los monigotes que se hacían para carnavales y fiestas patronales, las mojigangas. Podemos suponer que Morelos tiene una de las primeras manifestaciones de cartonería, con la quema de judas, ya que en los conventos del siglo XVI los monjes debieron haber propiciado esta práctica. Los judas son generalmente diablos de cartón con una estructura de varas de carrizo u otate, policromados, a los que se les adhiere la cohetería para ser quemados el Sábado de Gloria, en la antigua liturgia católica, y en la actualidad el Domingo de Resurrección. También, con mucha antigüedad, existen los llamados toritos, que se hicieron seguramente como una imitación popular de las corridas de toros (el toreo de los pobres), a los que, al igual que los judas, se les añade cohetería y una
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persona lo carga y embiste a los parroquianos en una celebración popular, que generalmente tiene que ver con la veneración de un santo patrono. Más recientemente, y en todo el municipio de Cuernavaca, se realizan mojigangas confeccionadas por los jóvenes de algún barrio o comunidad que, desafortunadamente, utilizan la imaginería de la televisión comercial. En casos afortunados se fabrican grandes chinelos y toritos que desfilan por las calles en las fiestas patronales. En general la cartonería está presente en todo el estado, pero destaca Xoxocotla, Puente de Ixtla, Zacualpan de Amilpas y Cuernavaca. En la actualidad hay varios artesanos muy hábiles que realizan bellas figuras como catrinas (inspiradas en las calaveras de Posada) alebrijes, judas, muñecas y animales. Es el caso de la familia Franco, en especial una mujer que hereda el oficio de su padre: Mónica Franco Luna,
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habitante de la calle Chinameca en el pueblo cuernavacense de San Antón Analco. Ahí, en la ladera de la barranca de Los Caldos, su casa-taller rebosa de delirante imaginería, moldes y estructuras para la cartonería y pirotecnia que se usa en las fiestas patronales de Cuernavaca y el Estado. La tradición viene de su bisabuelo que estableció desde 1905 el taller de cartonería y pirotecnia. Posteriormente su padre, Don Rigoberto Franco, desarrolló toda la gama de productos y figuras que su imaginación y técnica pudieron, desde una muñequita de cartón que imitaba a las antiguas de celuloide o sololoy, castillos que podían alcanzar los 18 metros de altura, coronas, toritos, mojigangas, catrinas, diablitos, judas de hasta tres metros de altura, globos de cantoya, castillos de día que arrojan dulces serpentinas y papelitos de colores y, por supuesto, calacas para días de muertos. La pólvora, compuesta por carbón, salitre y azufre, se molía en barriles a los que se les introducían piedras del río vecino. Para las estructuras de las mojigangas se sigue cortando carrizo de los alrededores de la barranca, en fin, como dice Mónica, la cartonería de Cuernavaca nace en San Antón y está hecha con materias primas recolectadas en San Antón. Sin lugar a dudas, un ilustre ejemplo del arte popular cuernavacense es la cartonería tradicional que alegra con sus fantásticas figuras todas las fiestas populares de Morelos y su capital.
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IGNACIO LÓPEZ CERERÍA TRADICIONAL Una tradición artesanal que proviene de los primeros años de la evangelización es la cerería ritual; en el México prehispánico no se conocía el uso de la cera como combustible para la iluminación, fueron los monjes españoles los que introdujeron este oficio y trabajo artesanal, primero para alumbrar y posteriormente para el uso litúrgico en las múltiples celebraciones y ceremonias que les impusieron a los indígenas. La tradición de la cerería ritual proviene desde los primeros siglos del cristianismo en Europa, sobre todo en Roma, que difunde el oficio a los demás países, entre ellos España donde alcanza extraordinaria calidad. Luego, con la conquista, se trae a la Nueva España; los primeros conventos son centros de enseñanza y difusión de esta manifestación de arte ritual y lo que hoy es el estado de Morelos constituye una de las primeras regiones donde florece. Especialmente el pueblo de Ocotepec, que forma parte de Cuauhnáhuac, hoy Cuernavaca, se distinguió por la belleza de sus ceras escamadas, cirios ornamentados con flores, hojas, ángeles y volutas de colores. A un molde de barro modelado o de madera tallada con alguna figura se le sumerge en cera fundida y coloreada con anilinas (originalmente con pigmentos naturales como la grana cochinilla o el añil), luego se sumerge en agua y se desmolda la figura,
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que con otras se inserta en una varita o alambre para clavarse al cirio o se pega al mismo con cera de campeche, lográndose infinidad de arreglos floridos multicolores. Para cada ceremonia o rito hay colores, por ejemplo el azul y blanco se asocia a la Virgen; para una boda se utiliza el blanco; para difuntos, morado, azul o rosa dependiendo del sexo; para la guadalupana, verde, blanco y rojo; para San Judas o San José, el verde, etcétera. En Ocotepec, mantiene viva la tradición de las ceras escamadas Don Ignacio López Juárez, quien originalmente trabajaba como albañil. Aprendió el oficio gracias a unos compadres y se volvió el experto artesano cerero de la comunidad, trabaja meticulosamente todo el año forjando las escamas de colores que vestirán las velas, velones y cirios de las fiestas patronales y familiares, como La Candelaria, el 2 de febrero, la Semana Santa, el jueves de Corpus o las fiestas populares más importantes del pueblo, como los Días de Muertos, en cuyos rituales las ceras escamada son indispensables y forman parte de la complejidad ritual que justificaron la declaratoria como Patrimonio de la Humanidad. Don Ignacio es un ejemplo notable del arte popular cuernavacense que mantiene una tradición artesanal que data del siglo XVI.
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NOÉ LEÓN IMAGINERÍA Y METALISTERÍA EN PLOMO Es una tradición artesanal que nació en Nuremberg, Alemania, en el siglo XVIII, con los soldaditos de estaño de forma plana por su vaciado en moldes, pasó luego a Francia, donde se confeccionaron tridimensionalmente y en plomo, por ser más barato, de ahí a España y a Estados Unidos, de donde llegó a México, seguramente desde el siglo XIX. Por supuesto, los primeros modelos reflejaban épicas batallas europeas, como las napoleónicas, posteriormente se fueron modelando conforme a los tiempos hasta las guerras mundiales del siglo XX. Después se hicieron ejércitos de la antigüedad como egipcios, griegos, persas y romanos. Ya en México, proliferaron los diseños de españoles y aztecas y posteriormente chinacos y revolucionarios. De esa antigua tradición, Cuernavaca cuenta con un artesano metalistero especializado en la imaginería bélica y religiosa, aunque ha diversificado sus materias primas y técnicas. Noé León, de familia orizabeña, nacido en el DF y radicado en Cuernavaca, incursionó en la fundición de las figuras de plomo a los 25 años, oficio que aprendió con el maestro fundidor Mario Villanueva Hernández, en la ciudad de México, uno de los proveedores de la famosa tienda de arte y artesanía del artista Luis Felguérez en la Zona Rosa.
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Inició con la fundición, luego pintó piezas de plomo y finalmente desarrolló su destreza como modelista, logrando un sinfín de objetos como soldados de variadas épocas, animales, santos y vírgenes, nacimientos, así como muebles y enseres domésticos en miniatura; hoy, todo el proceso de elaboración pasa por sus manos. La figura primaria se realiza con plastilina para escultura o epóxica, delicadas piezas de gran realismo inclusive en rostros y manos, labradas con herramientas también diseñadas por Noé como estiques, palillos, alambres, etc. Conjuga su trabajo con el miniaturista Enrique Rodríguez, confeccionando cajas y nichos con escenas costumbristas o de épocas pasadas como tiendas, alacenas, cocinas o exvotos, que contienen en perfecto acomodo múltiples figuras en miniatura. Su diversificación lo ha llevado a usar materiales y técnicas como la cera, la pasta acrílica o la cartonería para lograr exquisitas catrinas, ángeles o muñecos “pin pon”. Su especialidad, y así lo asume, es la fabricación de figuras de plomo con guerreros águila o jaguar prehispánicos, romanos, medievales, cruzados etc., así como bandas de música militar o escuadrones de soldados, figuras religiosas policromadas como San Francisco, San
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Judas, sagrados corazones, ángeles o próceres nacionales de la talla de Hidalgo, Zapata o Villa. Su habilidad lo ha llevado a fabricar figuras de pequeñísimo formato, de no más de 50 mm, o espectaculares ajedreces con personajes de la historia universal, mundos gulliverescos que lúdicamente hipnotizan al comprador y coleccionista. Su obra está en muchas tiendas del país, teniendo su centro de producción en Cuernavaca.
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BARDOMIANO OLGUÍN LAUDERO TRADICIONAL EN CUERNAVACA A su llegada, los españoles, además de la cruz y la espada, también trajeron su música e instrumentos, predominando los de cuerda rasgada o frotada, laúdes, mandolinas, violines y guitarras, entre otros, heredados de las tradiciones árabes e italianas. Muy pronto, los indígenas adoptaron su uso e incorporaron a sus tradiciones musicales los sonidos así como su estilización al construirlos. Actualmente, no podemos desligar tradiciones musicales autóctonas de instrumentos europeos asimilados como, por ejemplo, los violines con los huicholes, una especie de laúd con los concheros, el arpa con los jarochos o el bajoquinto en la tradición de trova suriana en Morelos. La adopción de los instrumentos europeos trajo también el establecimiento de artesanos y talleres de laudería, los primeros localizados en la Ciudad de México, Veracruz o Michoacán con su famoso pueblo guitarrero de Paracho. En Cuernavaca tenemos el privilegio de contar con un laudero tradicional, oriundo de Santa Inés Ahuatempan, Puebla, Don Bardomiano Olguín Dorado, quien a sus 88 años sigue fabricando y reparando toda clase de instrumentos de cuerda como guitarras, mandolinas, violines, contrabajos, tololoches, guitarrones o los muy morelenses bajoquintos. Don Bardomiano, muy niño y por las condiciones económicas de sus padres, fue trasladado a un internado a Paracho, Michoacán. Allí, su padre, de oficio campesino y jornalero, tenía un amigo laudero parachense 34
quien enseñó el oficio a Don Bardomiano que con pasión hizo suyo el arte de la construcción de instrumentos de cuerda. Desde hace casi cincuenta años radica en Cuernavaca donde tiene un modesto taller sobre avenida Morelos, en la colonia Carolina; ahí, entre trofeos de caza, está todo su instrumental y plantillas para fabricar o reparar instrumentos y, afortunadamente, ya transmitió el oficio a su hijo quien ha exportado y obtenido reconocimiento en otros países. Por supuesto, no sólo construye instrumentos, también es un hábil guitarrista, al caer la tarde y con el cansancio acumulado de la jornada diaria, tañe su guitarra y canta viejas canciones de amor de su predilección. Infinidad de músicos de Morelos y Cuernavaca son sus clientes; Don Bardomiano es, de alguna manera, el médico de los instrumentos de trabajo de estos músicos que alegran sonoramente la vida cuernavacense.
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TALLA EN MADERA Los usos artísticos y utilitarios de la madera son casi infinitos, desde las herramientas más primitivas, como raspadores, cucharas, mazos, lanzas, resorteras, diversos aperos de labranza como la coa, la yunta, etc., hasta los más variados instrumentos musicales y tallas en madera. De la época prehispánica, dado el carácter perecedero de la madera, se conservan escasas piezas. De la época de la Colonia, en la que hubo una explotación devastadora de los bosques para construir edificios religiosos y civiles, se conservan las viguerías labradas de los conventos, además de tallas religiosas que los indígenas realizaron prodigiosamente. En la actualidad, Morelos cuenta con artesanos que elaboran tallas en madera, entre las que destacan las casitas labradas en la corteza del árbol de pochote que se trabajan en Tepoztlán. Son notables las figuras que se realizan en distintas comunidades con temas zoomorfos y religiosos. Digna de mención es la labor de don Feliciano Mejía, un leñador de Yautepec que fue mensajero de Emiliano Zapata y que a los 60 años de edad comenzó a producir delirantes figuras, gracias a una inspiración divina que lo retiró del alcoholismo y le permitió revelar la forma oculta que le gritaban los troncos que recogía. Don Feliciano fue un artista que murió a los 114 años y seis años antes de su muerte seguía produciendo.
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En Cuernavaca, contamos con dos extraordinarios artesanos talladores de madera cuya imaginería tanto religiosa como de inspiración vernácula le dan prestigio a nuestro municipio. José Hernández Reyna y Víctor Gochez, ambos herederos del oficio por generaciones familiares. José Hernández Reyna es hijo del notable escultor Everardo Hernández, cuya obra le da identidad a Cuernavaca, como el monumento a la madre, en el Jardín San Juan, la escultura de Benito Juárez en la glorieta del mismo nombre, o la Virgen de San Juan de los Lagos o de la Candelaria, patrona del barrio de la Carolina. José posee una exquisita manufactura que ha especializado en la fabricación de figuras religiosas, su oficio mantiene los cánones del siglo XVII o XVIII para la talla de santos, que son estofados cuidadosamente. Para ello, se les aplica yeso o blanco de españa aglutinado con cola de conejo, posteriormente el denominado “bol” (tierra rojiza molida) para facilitar la aplicación de pigmentos y la hoja de oro, la cual se bruñe y se esgrafía para lograr el decorado típico del barroco mexicano. La palabra estofa proviene del italiano “stoffa” que quiere decir tela gruesa, por ende, durante el acabado se cubre con tela la escultura para simular las vestiduras. José ha fabricado piezas de gran y pequeño formato con la exquisitez que lo caracteriza y su obra se en-
cuentra en diversas partes del mundo, sin embargo su trabajo en el taller tiene todo el ascetismo y espiritualidad de los antiguos artesanos virreinales. Vírgenes, Cristos y santos salidos de la creación de Hernández Reyna, parecen cobrar vida por la calidad expresiva que les imprime en la talla y estofado y gracias a su oficio podemos ver actualmente cómo lucía el arte sacro del barroco. Víctor Gochez también proviene de familia artesana, su padre, Benjamín Góchez, fue un connotado escultor tradicional del famoso taller de la Villa de Guadalupe, en la Ciudad de México. Comenzó haciendo juguetes tallados en madera y poco a poco fue perfeccionando su oficio. Víctor Gochez también es pintor y escenógrafo, su arte ha ambientado obras teatrales de Miguel Sabido e inclusive películas premiadas como “El Santo Luzbel” o “De todos modos Juan te llamas”. Sus materiales favoritos son las maderas finas y suaves como el cedro o la caoba, pero también ha incursionado en las piedras y metales o en técnicas mixtas de su invención. Prolífico imaginero, su obra abarca desde temas religiosos, históricos y lúdicos y salta con gracia del tallado a la pintura, el modelado o la fundición. Víctor es un cuernavacense por adopción desde hace cerca de 50 años, el entorno le inspira en sus temas, desde el zapatismo, las imágenes de los volcanes o el masivo volumen de las vacas, recurrentes íconos de su obra.
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JOSÉ HERNÁNDEZ
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VÍCTOR GÓCHEZ
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BALDOMERO PÉREZ TALLA EN PIEDRA Los vestigios arqueológicos de los diferentes periodos culturales nos muestran verdaderos prodigios de tallas en piedra, por ejemplo, en Chalcatzingo, en el 700 a.C., con representaciones sacralizadas de gobernantes, o en Xochicalco, en el 700-900 d.C., con los relieves de la pirámide de las serpientes, sus estelas o la figura de Xochiquetzal, que se encuentra en el Palacio de Cortés, junto con otros monolitos de la época tlahuica: la piedra de lagarto, el chimalli o escudo y la piedra del águila, entre otros bellos ejemplos. En la época colonial, algunas comunidades indígenas del actual estado de Morelos tuvieron fama por su habilidad para labrar la piedra, por ejemplo Yecapixtla. En los conventos del siglo XVI existen estupendas creaciones como en La Asunción de María, en Cuernavaca o Zacualpan de Amilpas. Entre aquella época y la actual hay un enorme vacío. En los últimos años han resurgido las disciplinas para trabajar la piedra: la cantería que es la talla en piedras diversas para ornamentación arquitectónica, como dinteles, quicios, balaustradas, remates, etc., y la escultura, que produce piezas únicas o copias con representaciones antropomorfas, fitomorfas o abstractas. En Cuernavaca tenemos un estupendo tallador o cantero, Baldomero Pérez de la Rosa, de
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49 años, quien comenzó de adolescente a trabajar en un taller de cantería en la parte norte de la ciudad. Poco a poco fue dominando el oficio hasta superar a su maestro e independizarse y actualmente tiene un gran taller en el libramiento de la carretera México-Acapulco, casi frente a la colonia Barona. Comenzó con pequeñas figuras religiosas como sanfranciscos o guadalupanas, luego realizó copias de arte griego y renascentista, hasta lograr piezas monumentales de propia inspiración. A 25 años de oficio, su maestrıa es evidente, su taller semeja un jardín surrealista donde conviven en delirante acomodo lagartijas, angelitos, sirenas, sapos, guadalupanas, gárgolas y grifos, una piedad monumental, diablos, reproducciones de Zúñiga o voluptuosos cuerpos de mujer u hombre, entre los cuales pasean desenfadados cinco gallos de pelea. Su pasión por las piedras bellas es evidente, se le ilumina la mirada al hablar de ellas y su búsqueda constante en Querétaro, Guerrero o Morelos, aunque confiesa que su gran experiencia fue haber trabajado en mármol italiano de Carrara alegorías neoclásicas de gran formato. La variedad de piedras utilizadas en este arte es extensa: mármoles de diversos colores, alabastro, chiluca, tezontle, granito, jadeíta, recinto y obsidiana, entre otras.
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COOPERATIVA YOLIZTLI LA TRADICIÓN ARTESANAL EMAÚS EN CUERNAVACA El antiguo Cuauhnáhuac, la actual Cuernavaca, siempre ha sido punto de encuentro y dispersión de las ideas y la cultura, desde lo olmeca, lo tlatilca, lo teotihuacano, el crisol multiétnico xochicalca, nahua, en fin, también la época contemporánea ha sido prolífica: en los años sesentas-setentas, hubo otro “boom” cultural: en las ideas con Illich, Méndez Arceo, Lemercier o Fromm, en la arquitectura y diseño con Candela o Göeritz, en las artes aplicadas con las famosas cerámicas Santa María o Cuernavaca. En el diseño artesanal y sacro destaca la presencia de fray Gabriel Chávez de la Mora, que bajo el auspicio mendezarceano y de la modernidad teológica, generó un rico abanico de refinadas y sintéticas formas en su taller Emaús: madera, metales, vidrio y concreto fueron los materiales en los que plasmó una especial línea de diseño que se puede apreciar en la catedral de Cuernavaca cuyas formas iconográficas ya son identitarias de una época. El taller Emaús generó un sinfín de objetos artísticos con un diseño sintético y minimalista, con temas en torno al cristianismo renovado: cruces con milagros de latón, últimas cenas,
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candelabros, cofres, soles etc. Un nuevo gremio artesanal florecía bajo la guía creativa de fray Gabriel, cuyo taller, finalmente, llegó a su ocaso. Pero los tres hermanos Almanza, ya adiestrados en el nuevo estilo artesanal, heredaron la tradición y fundaron la cooperativa Yoliztli, que sigue recreando las formas del fraile arquitecto y diseñador. Actualmente confeccionan, en una línea de producción artesanal que pasa por siete expertos artesanos, más de 70 diseños diferentes en metales como latón, bronce, cobre o alpaca y madera. Con plantillas de acrílico se esgrafían láminas metálicas, se calan, se pulen, entintan y laquean y se montan sobre madera laqueada en café o negro, bellísimos crucifijos, vírgenes, últimas cenas, arras o soles y lunas. Belleza icónica, sobreviviente del taller Emaús, se revive día a día entre las manos de los artesanos cooperativistas de Yoliztli, sus trabajos están en las ferias artesanales del país, en templos mexicanos, norteamericanos y canadienses, recreando los diseños contemporáneos de fray Gabriel, imbuidos por el minimalismo asceta de las primeras etapas del cristianismo.
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