I100 AÑOS·OCTAVIO PAZ LA FIESTA DE LA PALABRA

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En un poema leo: conversar es divino. Pero los dioses no hablan: hacen, deshacen mundos mientras los hombres hablan. Los dioses, sin palabras, juegan juegos terribles. El espíritu baja y desata las lenguas pero no habla palabras: habla lumbre. El lenguaje, por el dios encendido, es una profecía de llamas y una torre de humo y un desplome de sílabas quemadas: ceniza sin sentido. La palabra del hombre es hija de la muerte. Hablamos porque somos mortales: las palabras no son signos, son años. Al decir lo que dicen los nombres que decimos dicen tiempo: nos dicen somos nombres del tiempo. Conversar es humano.


100 AÑOS·OCTAVIO PAZ

LA FIESTA DE LA PALABRA homenaje en cuernavaca

Alma Karla Sandoval Braulio Hornedo Braulio Peralta Nota preliminar de Adalberto Ríos Szalay

colección patrimonio cuauhnáhuac


COLECCIÓN PATRIMONIO CUAUHNÁHUAC Primera edición 2015 100 años · Octavio Paz La fiesta de la palabra Homenaje en Cuernavaca © Conaculta © Instituto de Cultura de Cuernavaca Autores Alma Karla Sandoval, Braulio Hornedo y Braulio Peralta

ÍNDICE

Fotografía Octavio Paz Manuel Álvarez Bravo Coordinación editorial Gustavo Garibay L.

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Corrección Nora Brie Gowland Diseño Julia Jayme Salas ISBN en trámite Queda hecho el depósito legal que establece la ley. Prohibida la reproducción parcial o total de la obra sin autorización de todos los que aquí poseen derechos. Esta obra y sus características son propiedad del Ayuntamiento de Cuernavaca, Morelos / www.cuernavaca.gob.mx Agradecimientos Wilberth Azcorra Álvarez; Carolina Alvarado García; Nora Brie Gowland; Vanesa Isabel Casillas Martínez; Ricardo Del Conde de la Cerda; Margarita Estrada Serrano; María del Carmen Gamiño Cruz; Xalbador García; Jazmín Anahí García Valadez; Graciela Gómez Ascencio; Carolina Elizabeth Gómez Rodríguez; Alejandra González Segura; Afhit Hernández; Fernando Edmundo Hidalgo Domínguez; Rigoberto Landa Gil; Karla Martínez; Dionicio Morales; Francisco Martín Pérez Braga; Patricia Guadalupe Piña Gaona; Alejandra Rangel Olvera; Arnulfo Rayón Hidalgo; Adalberto Ríos Szalay; Arnulfo Sánchez Valdovinos; Yadhira Silva Díaz y Leopoldo Trejo González.

Agradecimientos especiales al Colectivo Poesía Ambulante Morelos, a Enrique Krauze, al exdiputado Javier Orihuela García, integrante de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados, y a Daniel Vázquez Hernández, Ayudante del pueblo de Tlatenango, Cuernavaca. Ejemplar para distribución gratuita “Este programa es público ajeno a cualquier partido político. Queda prohibido el uso para fines distintos a los establecidos en el programa”. Quien haga uso indebido de los recursos de este programa deberá ser denunciado y sancionado de acuerdo con la ley aplicable y ante la autoridad competente. La edición de este libro fue posible con el apoyo de los recursos etiquetados en el Anexo 39.1 Ampliaciones a Cultura. Apoyos y Donativos. Proyectos Municipales del Presupuesto de Egresos de la Federación, PEF 2014, aprobados por la Comisión de Cultura y Cinematografía de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, CONACULTA.

Presentación Jorge Morales Barud

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Nota preliminar Adalberto Ríos Szalay

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Cartografía poética de Octavio Paz: entre roca, árbol y tiempo Alma Karla Sandoval

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Reyes y reinos de Paz o de la conversación entre las generaciones Braulio Hornedo

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A la izquierda de Paz Braulio Peralta


LA FIESTA DE LA PALABRA PRESENTACIÓN “La realidad –todo lo que somos, todo lo que nos envuelve, nos sostiene y, simultáneamente, nos devora y alimenta- es más rica y cambiante, más viva que todas las ideas y sistemas que pretenden contenerla”1. Octavio Paz

Cuernavaca, cruce de caminos, punto de convergencias y divergencias, ha sido un espacio de encuentro para el arte y la cultura, residencia universal en donde se dieron cita personajes de talla internacional, entre ellos: Malcom Lowry, John Spencer, Ivan Illich, Erich Fromm, Gregorio Lemercier, Gabriel García Márquez, y los mexicanos Alfonso Reyes, Carlos Fuentes, Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Rufino Tamayo, Sergio Méndez Arceo, Elena Garro, Pedro Infante, Tin Tan, Cantinflas, María Félix y, por supuesto, Octavio Paz, premio Nobel de Literatura en 1990. No era extraño que las tertulias estuvieran nutridas con la presencia de políticos, artistas e intelectuales. Nacido en 1914 en la Ciudad de México, en el ardiente amanecer del mundo y criado en Mixcoac, con el estallido de la Primera Guerra Mundial y en medio de la Revolución Mexicana, hijo de la modernidad y de las vanguardias artísticas del siglo XX, Paz fue heredero y crítico de la O.Paz, Obras Completas, Miscelánea I, México, FCE, 1999, t.13, p. 234.

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tradición occidental. Octavio fue nieto de un soldado del ejército de Porfirio Díaz, Ireneo Paz, un intelectual liberal y novelista, e hijo de Josefina Lozano y de Octavio Paz Solórzano, un abogado de Emiliano Zapata.

Este libro, editado por la Secretaría de Desarrollo Social, a través del Instituto de Cultura de Cuernavaca, ha sido posible gracias al apoyo del Programa Anual de Proyectos Culturales de la Comisión de Cultura y Cinematografía del H. Congreso y el CONACULTA.

Poeta, editor, ensayista, traductor, diplomático, puente entre culturas y lenguas, Octavio Paz ha sido una de las inteligencias más lúcidas, testigo y partícipe de las batallas del siglo XX. Crítico del fascismo, disidente del comunismo y simpatizante de la izquierda antidogmática, ajeno a las ataduras ideológicas, el pensamiento político del autor de El laberinto de la soledad, estuvo orientado a la búsqueda y conquista de la libertad. Parafraseando a otro grande, Alfonso Reyes, Paz fue un mexicano excepcional, provechosamente nacional y generosamente universal.

Los ensayos presentados por Alma Karla Sandoval, Adalberto Ríos, Braulio Hornedo y Braulio Peralta, son una invitación que nos acerca al autor de una obra generosa, escrita con gran fuerza e imaginación, a la que siempre será necesario volver, guiada por la pasión crítica del itinerario intelectual de Octavio Paz, contenida en sus reflexiones sobre la política, la estética, la historia y sobre todo a su poesía, la intimidad del lenguage, la otra voz.

México, el amor, el erotismo, la política, el arte, la historia, el lenguaje y la literatura, son algunos de los temas que guiaron la obra de Paz, traducida a otros idiomas, reconocida por todo el mundo como esencial para comprender nuestro tiempo, de ahí su sentido de lo contemporáneo, su capacidad de observar, analizar, comprender y ser partícipe del presente.

Jorge Morales Barud Presidente Municipal de Cuernavaca

En ese sentido, para no omitir la trascendencia de uno de los máximos exponentes de las letras hispánicas, su labor diplomática y su papel en el proceso de construcción de la democracia de México, Cuernavaca inscribió un nutrido programa de actividades dentro del Homenaje Nacional, para conmemorar el Centenario del Natalicio de Octavio Paz, organizado por la Comisión Especial de la LXII Legislatura de las cámaras de Diputados y de Senadores del Congreso de la Unión y la Secretaría de Educación Pública a través del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y el Instituto Nacional de Bellas Artes, con el apoyo de instituciones como la Universidad Nacional Autónoma de Mexico, El Colegio de México, El Colegio Nacional y el Fondo de Cultura Económica, reconociendo así la obra de un maestro del pensamiento contemporáneo. 100 años de Octavio Paz. La fiesta de la palabra. Homenaje en Cuernavaca, queda como una memoria de aquellos días en que, al igual que en diversos recintos académicos, artísticos y culturales en otras urbes como Nueva York, Madrid, París, Tokio, Varsovia, Río de Janeiro, Barcelona, Buenos Aires, Londres y Bogotá, el Museo de la Ciudad de Cuernavaca, MuCiC se convirtió en un foro para recordar, reconocer y conversar con el poeta acerca de la historia de México, el concepto de Revolución, los fanatismos de la identidad, la democracia y la relación de los intelectuales con el poder.

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NOTA PRELIMINAR

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ara ser universal debe partirse de la tierra. Octavio Paz fue hijo de un escribano y abogado de Emiliano Zapata, Octavio Paz Solórzano, representante del caudillo del sur en los EEUU, por eso el pequeño Octavio fue llevado a ese país del que regresó para iniciar su formación y fortalecer su liga con México. Desde niño, gracias a las amistades familiares, estuvo en contacto, entre otros, con personajes como Manuel Gamio, considerado uno de los padres de la antropología mexicana, intelectual nacionalista interesado no sólo por el pasado sino por el presente y futuro de los indios de México y del continente; con esa privilegiada guía, Octavio niño comenzó a visitar zonas arqueológicas y a interesarse por el legado prehispánico de nuestro país. En la prepa, junto con su compañero Salvador Toscano, autor de la primera historia del arte mesoamericano, visitaba el Museo Nacional y zonas arqueológicas de los valles de México y Puebla. De esa iniciación temprana y privilegiada nació su fascinación por el arte, partiendo de la arquitectura, pintura y escultura prehispánica, de la que se decía hechizado. Participó en la misiones culturales de Lázaro Cárdenas, trabajando en Yucatán, tarea de la revolución a la que visualiza como una reconciliación del mexicano “con su historia y su origen” (…) “búsqueda de nosotros mismos y un regreso a la madre”. Desde entonces aflora su sentido crítico y valor al decir que “a pesar de su fecundidad extraordinaria, no fue capaz de crear un orden vital que fuese, a un tiempo, visión del mundo y fundamento de una sociedad realmente justa y libre”. 11


En 1937, el joven Paz viajó a España para solidarizarse con la República Española en contra del fascismo, y en 1950 escribe la obra que tan grande influencia ha tenido en múltiples generaciones: El laberinto de la soledad, obra que nos hizo volver los ojos hacia el filósofo Samuel Ramos y más recientemente hacia Raúl Bejar, quien, desde el Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de esta ciudad, con métodos de las ciencias sociales, analiza aspectos culturales y psicosociales que nos llevan a una reflexión acerca de la obra de Paz, que para mí es esencial. Octavio Paz no fue sociólogo, ni psicólogo social, ni antropólogo. Fue un hombre de gran cultura, un brillante pensador generador de espléndidos ensayos, valiosos como fuentes de hipótesis dignas de ser analizadas por académicos para arribar a conclusiones y formular tesis. Para Paz, El laberinto de la soledad era una confesión, una manera de dilucidar el rostro de nuestro país, de sus semejantes, una declaración de amor. Octavio Paz se percató, por ejemplo, de la singularidad de las civilizaciones mesoamericanas, como sociedades originarias, es decir pueblos que evolucionaron, hasta el siglo XVI, sin la influencia de otras culturas, aislamiento en el que vislumbra el secreto de su grandeza, pero también el de su vulnerabilidad, como lo afirma León Portilla. Nos comparte su horror ante un zompantl (muro de calaveras), pero también la alegría transmitida por las caritas sonrientes. Él nos lleva, nos guía, nos propone e invita a nuevas líneas de investigación a arqueólogos y antropólogos. Octavio Paz fue un gran pedagogo que nos hace redireccionar la mirada, reparar en fenómenos que a veces no entendemos cuando encontramos fichas técnicas que se reducen a fechas o estilos (desde luego valiosa información): él agrega sentimiento y belleza de conceptos y palabras que nos aproximan al arte prehispánico y nos estimulan a leer, a saber más. Paz dedicó un canto triste (un icnocuicatl) a la caída de Tenochtitlan (ciudad de la desesperanza) que bien pudo formar parte de la visión de los vencidos, recopilada por el citado León Portilla. Octavio Paz aportó ideas para intentar entender lo sucedido hace siglos y la manera en que dichos sucesos se filtran y permanecen hasta nuestros días, por ejemplo cuando afirma que hay etapas de nuestra historia que glorificamos y otras que tachoneamos. Una de las más borroneadas es la etapa novohispana y Paz alerta ante esas versiones históricas que presentan dichos siglos 12

como un túnel, como una etapa de tinieblas, que termina con la independencia, digo yo, como si las grandes catedrales o el barroco o el tequitqui (vocablo náhuatl, por cierto) no fueran obras de indígenas y mexicanos mestizos realizadas durante esa época. Si las pérdidas fueron enormes, dice Paz, las ganancias han sido inmensas, baste entrar en contacto con Sor Juana, a través de su obra Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe, para saber que estamos ante un valor al que nunca renunciaremos, el sincretismo cultural, cuando Sor Juana nos presenta nahuatlismos mezclados con africanismos y oraciones castellanas, como lo haría siglos después Nicolás Guillén, y eso es precisamente el México que se comenzaba a gestar y del que formamos parte. Un México de la tolerancia y la inclusión. Un México que corresponde al vocablo que identifica la serie televisiva de Octavio Paz, Êdoctum: nada humano me es ajeno. Octavio Paz, como todo espíritu sensible, vio con entusiasmo e ilusión al socialismo, pero nos enseñó, con valentía, a no ser dogmáticos al condenar las masacres de Stalin en una época en que era políticamente incorrecto criticar a la Unión Soviética; y desde luego, la lección de dignidad que dejó al renunciar a su cargo de embajador en la India por la matanza de Tlaltelolco. Gracias por la postdata, maestro. Yo no soy literato, pero sí lector; durante largos años he fotografiado aspectos de la biodiversidad y pluralidad cultural de México, eso me valió un inesperado privilegio: haber sido invitado a charlar con el maestro Octavio Paz, dado que quería hacerme una serie de preguntas sobre los entornos, personas y sobre todo algunos fenómenos registrados, situación que me permitió disfrutar de su sabiduría, de su interés por México y de su bonhomía durante dos horas, las que aproveché para agradecerle las enseñanzas recibidas a través de la lectura de sus obras. Su influencia como pensador, como polemista que redimensionó la manera de enfocar a México y lo mexicano con visión universal, es insoslayable. Especialistas se referirán en las próximas páginas a la riqueza del pensamiento intelectual de este galardonado con el Premio Nobel. Cuernavaca, Morelos, México, los países de habla hispana y el mundo entero hacen justicia al rememorar a un hombre cuya vida fue consagrada al cultivo de los más altos valores del género humano. Adalberto Ríos Szalay 13


CARTOGRAFÍA POÉTICA DE OCTAVIO PAZ: ENTRE ROCA, ÁRBOL Y TIEMPO

Para Helena Paz, in memorian

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ubo un tiempo en que la voz del poeta volvió a ser oráculo. Una época en que el mito y sus proféticas visiones tenían cabida en los cuartos del poder. Los reyes y virreyes ponían atención a sus rapsodas, los escuchaban con el respeto de quien contempla una constelación en cuyo ser se entiende el mundo a pesar de sus ogros filantrópicos. Un momento que nos alcanzó temprano y que por ello necesitó la palabra de un joven ojiazul, tocado por la gracia de una herencia donde el pensamiento buscaba hacerse acción. Octavio Paz, como amo del verso, como artista que dejó sembrar dentro de sí los frutos maduros y agridulces de nuestro inconsciente colectivo, le confirió a la imagen del poeta en este país aquella aura perdida: un halo de respeto que deseaba mirar el príncipe. Todo, gracias a la potencia versificadora de una poesía que desde el comienzo atrajo escuchas. ¿Qué tiene la obra de Octavio Paz que hoy resulta imposible no referenciarla dentro del espectro de la literatura?, ¿de qué meridianos se compone?, ¿cómo asirla o, a lo mucho, contemplarla?, ¿con cuáles catalejos? Quizá habría que trazar un mapa donde se fijen sus puntos clave, es decir, detenernos en las topografías afectivas que eran poemarios o apuestas imaginarias cuyo encanto lingüístico llevaba a puntos cada vez más ignotos.

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Esta charla es un bosquejo, una tentativa de acariciar, grosso modo, el omniabarcante museo de la experiencia franqueado de árboles, de monumentos al amor, de crítica y captura del instante que es la poesía de Octavio Paz. Esta charla desea trazar una cartografía en tiempos de “heideggerianos” donde el poeta, cantando con cadenas, se sobrepone a las mismas y coloca, en cada eslabón, una flor de luz, una falda de agua. I. La longitud del universo Ya el 31 de marzo de 1994, Enrique Krauze le había dicho a Pablo Espinosa, de La Jornada: Imagínate a un filósofo griego, un tributo romano, un humanista del Renacimiento, un poeta metafísico, un sabio de la Ilustración, un revolucionario girondino, un rebelde romántico, un poeta del amor, un anarquista natural, un héroe de la razón, un politeísta secular, un fervoroso socialista, un socialista desencantado, un incómodo neoliberal, un crítico apasionado. Todas esas corrientes de civilización y muchas más, encarnadas, recreadas por una sola persona. Eso es, aproximadamente, Octavio Paz.

Más allá de la devoción que el historiador y director de Letras Libres profesa por el poeta mexicano, Premio Nobel de Literatura 1990, es justo decir que éste no sólo siembra una renovación en el espectro de nuestra literatura nacional, sino que deconstruye su labor poética para fijar con procedimientos clásicos y vanguardistas, una idea y ser del oficio poético que permanece. Octavio Paz, nieto de un militar e hijo de un ideólogo de la revolución, ya es poeta desde niño. En la casa de Mixcoac contemplaría y meditaría lo suficiente para que en unos de sus largos poemas, “Pasado en Claro”, pudiera decir: Mis palabras, al hablar de la casa, se agrietan. Cuartos y cuartos, habitados sólo por sus fantasmas, sólo por el rencor de los mayores habitados. Familias, criaderos de alacranes: como a los perros dan con la pitanza

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vidrio molido, nos alimentan con sus odios y en la ambición dudosa de ser alguien.

Con todo, esos alacranes le enseñarían francés, compromiso con la sociedad, pasión ante la vida. Los ojos y los gestos finos del poeta son los de su madre, Josefina Lozano. Su férrea voluntad y la devoción con que seguir un oficio o bien comprometerse frente a una causa, es de su abuelo, Ireneo Paz. Si bien es cierto que los poetas son videntes o viven como médium, con la capacidad de conectarse a este mundo y al de su propio imaginario, si los poetas, como alguna vez mencionó Gaston Bachelard, son amos, pero también siervos del instante, Octavio Paz desde sus primeras incursiones en la poesía, desde su primer libro formalmente hablando, Luna silvestre, que se publica en 1933, esto es cuando el vate tiene apenas 19 años y estudia en el centro de la capital mexicana, concita recorridos topográficamente afectivos, así como diálogos entre la opinión que tenía del mundo entonces y los árboles, los pájaros que los habitaban en su mente. Como consigna José Emilio Pacheco en su artículo “Águila o sol”, en 1979, al presentar Poemas (1935-1975), Paz afirma: “Yo fui un poeta tardío y nada de lo que escribí en mi juventud me satisface; en 1933 publiqué una plaquette, y todo lo que hice durante los siguientes [años fueron] borradores de borradores”1. De esa época borrada –qué simbólico resulta ese verbo–, un poema lo hace cruzar el Atlántico, “No pasarán”, que según cuentan leyendas en la voz del propio Pablo Neruda, recitaban los soldados de la República en medio de la cruenta guerra civil española. Algunos textos de Luna Silvestre, de los cuales Paz renegará virulento en el futuro, saltan fronteras, hacen que el poeta chileno lo invite a participar en el Congreso de Intelectuales que se celebró en Valencia en 1937. Paz asiste y ahí se codea con lo mejor de la Generación del 27 cuya potencia verbal y actitud libertaria forjará la obra del mexicano.

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Pacheco, José Emilio, “Águila o sol”, Proceso, edición especial, No. 44, marzo 2014, p. 55.

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Al día de hoy, si ustedes quieren leer íntegro “No pasarán”, lo que sí pasarán son aprietos. Se dice que el autor desapareció de su obra ese “desliz”, que no volvió a aceptar su reedición, que si por él fuera, desaparecía de todas las bibliotecas las copias que existen y que se pueden conseguir después de mucha búsqueda. Incluso en la red, uno tiene que pasar bastante tiempo para encontrar el poema completo. Algunas de las estrofas que f ácilmente aparecen en los buscadores son: Como pájaros ciegos, prisioneros, como temblantes alas detenidas o cánticos sujetos, suben amargamente hasta la luz aguda de los ojos y el desgarrado gesto de la boca, los latidos febriles de la sangre, petrificada ya, e irrevocable: No pasarán. Como la seca espera de un revólver o el silencio que precede a los partos escuchamos el grito; habita en las entrañas, se detiene en el pulso, asciende de las venas a los labios: No pasarán. (último) No pasarán. ¡Cómo llena ese grito todo el aire y lo vuelve una eléctrica muralla! Detened al terror y a las mazmorras, para que crezca, joven, en España, la vida verdadera, la sangre jubilosa, la ternura feraz del mundo libre. ¡Detened a la muerte, camaradas!

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¿Podríamos creer hoy que Octavio Paz pronunció, escribió, leyó, enfatizó y fijó en un poema la palabra “camaradas”?, ¿no se escuchan las partes de este poema más verosímiles en la etapa socialista de Neruda, en los versos de Roque Dalton, en la belleza revolucionaria de los poemas de Fajad Jamis? La época, empero, obligaba, el avance del fascismo en el mundo exigía una respuesta y el joven Paz la dio aunque el viejo la olvidará a partir de la incuestionable actitud crítica del bardo que lo convertiría, más que en un poeta, en un intelectual respetado, al que todos acudían como quien busca un oráculo. No en balde Elena Poniatowska le preguntaba: “¿Sabes que te dicen el becerro de oro porque todo mundo acude a adorarte?” Cierto. El liderazgo de Octavio Paz entre los grandes escritores de su generación fue decisivo. Era un comandante de ideas como lo hace constar su labor de editor desde la vieja revista Barandal de sus años de estudiante seguida de Plural y, varios años después, Vuelta. En la palabra y desde la palabra, Paz combatió con la única arma que en verdad creía eficaz y por ende ética: la crítica. En una entrevista con la hoy Premio Cervantes de Literatura, la Poniatowska nuestra, dijo: “Hay que quejarse de la sociedad, hay que criticarla, en esto estoy de acuerdo; pero no creo válido pensar que el escritor es una víctima, porque después de todo, por muy mal que le vaya a un joven poeta, le va peor a un campesino o a un obrero o a una señora de su casa o a un millonario con cáncer”2. He ahí los matices del siempre polémico pensamiento de Paz, de su compromiso con la democracia y la justicia que para él fue libertad. De hecho, después de sus primeros poemas con silvestres haces de lunas, ya con más cuidado, con correcciones infinitas, con revisiones incansables, aparecería lo que Paz considera su primer libro que no avergüenza in extremis: Libertad bajo palabra, la primera, porque con los años, el autor irá quitando y quitando poemas, versos, sobre todo los más apasionados, los más, paradójicamente, libes, según José Emilio Pacheco. El libro aparece en 1949 y el poeta que se consideraba tardío, se consagra. La última edición del Fondo de Cultura Económica, que es la tercera y se reimprime por sexta vez en 2012, consta de cinco partes:

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Poniatowska, Elena, Las palabras del árbol, Plaza y Janés, México, DF, 1998, p. 95.

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1. “Bajo tu clara sombra”, donde el poeta nos incita a mirar el poder del mundo, a conectarnos, bajo una lente panteísta quizá, con el entorno:

sécalas, cápalas, písalas, gallo galante, tuérceles el gaznate, cocinero, desplúmalas, destrípalas, toro, buey, arrástralas, hazlas, poeta, haz que se traguen todas sus palabras.

Mira los fresnos en callado círculo, toca su reino de silencio y savia, toca su piel de sol y lluvia y tiempo, mira sus verdes ramas cara al cielo, oye cantar sus hojas como agua.

No sé ustedes, pero en estos versos de la década del treinta, ya se perfila el ritmo que encontraremos en “Piedra de Sol” e incluso la paleta de palabras a la que Paz no renunció, una paleta donde el verde de los árboles, sea cual fuere su nombre, está presente en cada libro, el azul del agua que se vuelve chopo, lo gris de la piedra y el rojo rumor del tiempo que es, a su vez, fuego, llama doble, erotismo, amor. En esos poemas destaca también un conjunto de ellos, “Condición de nube” y, particularmente, el texto “La roca” el cual comprueba la tesis antes explicada, los colores semánticos del rapsoda: A la roca atado me volví a dormir. La vida es la cuerda, la roca es el morir.

En palabras de Amelia M. Royo, la “reflexión sobre el lenguaje” es una constante en el discurso ficcional de Paz, lo aborda en sus múltiples posibilidades: desde el procedimiento metonímico que va de la palabra al cuerpo poético o desde la imagen capaz de fundir lo exterior tangible con lo interior no nombrado, hasta la concepción del acto poético como una cosmogonía en la que el sujeto creador experimenta la asfixia ocasionada por ese mundo que cobra vida propia3. Un mundo que adquiere raíz en imperativo: “cógelas, azótalas, ínflalas, sécalas, cápalas, písalas, desplúmalas, destrípalas”, lo cual conlleva una apropiación que es reafirmación y existencia en el mundo y para el mundo, un estar en el espacio, un topoi que se habita atragantándose con el lenguaje, con su posibilidad antropomorfizada a la que hay que darle azúcar. He ahí el milagro y la calamidad. 3. “Semillas para un himno”, poemas de 1943 a 1955. En estos textos, Paz retorna a la página desde lo natural más íntimo a sus obsesiones poéticas: los lugares como el Cerro de la Estrella, un manantial, el centro de los girasoles, la primavera, una mujer:

2. La segunda parte de Libertad bajo palabra se titula “Calamidades y milagros”, escrita entre 1937 y 1947. A este periodo pertenece uno de los poemas más citados, tal vez más representativos de la poética paciana, “Las palabras”: Dales la vuelta, cógelas del rabo (chillen, putas), azótalas, dales azúcar en la boca a las rejegas, ínflalas, globos, pínchalas, sórbeles sangre y tuétanos,

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Aislada en su esplendor la mujer brilla como una alhaja como un arma dormida y temible reposa la mujer en la noche

. Royo M., Amelia, “Octavio Paz: del texto al metatexto”, Centro Virtual Cervantes, Thesaurus. Tomo XLVIII, No. 1, 1993, p. 94. http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/48/TH_48_001_100_0.pdf, consultado el 26 de marzo de 2014. 3

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como agua fresca con los ojos cerrados a la sombra del árbol como una cascada detenida en mitad de su salto como el río de rápida cintura helado de pronto al pie de la gran roca sin facciones al pie de la montaña como el agua del estanque que en verano reposa en su fondo se enlazan álamos y eucaliptos astros o peces brillan en sus piernas.

La anáfora de este poema titulado “Estrella interior”, recuerda a las anáforas bretonianas, sobre todo al poema “Unión Libre” donde Breton, uno de los más grandes surrealistas, dice, por ejemplo: Mi mujer con la cabellera de fuego de los bosques con pensamientos de relámpago de calor con su talle de reloj de arena mi mujer con su talle de nutria en los dientes del tigre mi mujer con la boca de escarapela y de ramillete de estrellas de un ínfimo tamaño con dientes de huellas de ratones blancos en la tierra blanca con la lengua de ámbar y vidrio frotados.

De escuela surrealista, entonces, la poesía de Paz seguirá dialogando con poetas como Luis Cernuda, Federico García Lorca, Vicente Aleixandre, en sus más agudos momentos vanguardistas.

rrativa cuando los poetas franceses quieren desbordar las restricciones de la versificación clásica, mucho más estricta en su idioma que en lengua castellana, y a la literatura industrial oponen una forma no-utilitaria. De tal modo que este libro de Paz no es un eco epigonal de esa tendencia, sino la apropiación inventiva de una forma europea para acercarse a la realidad mexicana y hacer una poesía nunca antes escrita en español4: A tientas, me adentro. Pasillos, puertas que dan a un cuarto de hotel, a una interjección, a un páramo urbano. Y entre el bostezo el abandono, tú, intacto, verdor sitiado por tanta muerte, jardín revisto esta noche. Sueños insensatos y lúcidos, geometría y delirio entre altas bardas de adobe. La glorieta de los pinos, ocho testigos de mi infancia, siempre de pie, sin cambiar nunca de postura, de traje, de silencio.

El nombre de este poema en prosa es “Jardín con niño”, y en él se puede encontrar f ácilmente lo que Eliana Albala ha llamado “estilo dicotómico de Octavio Paz”, es decir, las parejas de adjetivos con que el poeta se enuncia, en este fragmento podemos ver: “sueños insensatos y lúcidos”, “geometría y delirio”, dos parejas de adjetivos contrastantes. A su vez aparecen de nuevo los árboles, ahora como pinos que atestiguan su historia personal y una glorieta de concreto que es piedra. El bardo le es fiel a sus palabras, a los colores de éstas confiriéndoles significaciones disímbolas, trasvistiéndolas o envolviéndolas en una soledad sin cortapisas, en un deseo o memoria que es lenguaje. 5. “La estación violenta” es el nombre de la etapa de la consagración definitiva de Octavio Paz. Va de los años 1948 a 1957. Comprende nueve poemas, del último, “Piedra de Sol”, nos ocuparemos aquí, en otro apartado, por la importancia que reviste.

4. “¿Águila o sol?” con esta pregunta que es dicho popular, que es nuestro y se remite al azar con que se toman las decisiones, a aquello que decía Julio Cortázar precisamente: “El azar sabe hacer muy bien las cosas”, a partir de ese principio, se inaugura la cuarta etapa de la primer poesía paciana que va de 1949 a 1950 –de la segunda, más experimental aún, más reflexiva, hablaremos adelante–. Según José Emilio Pacheco, “¿Águila o sol?”, se publica en 1951 y pertenece a uno de los géneros surrealistas por excelencia: el poema en prosa, que surge en sus vertientes lírica y na-

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Pacheco, Op. Cit., p.83.

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II. La piedra, mundo que es tiempo Octavio Paz, el joven poeta que se considera como tal tardíamente, ha sido señalado como un versificador surrealista. Sin embargo, hay críticos que sostienen que no es que lo sea, sino que dicha vanguardia, apunta Adolfo Castañón, es “una dirección de espíritu humano”. Nada más. Cierto que es innegable la influencia de la escritura automática, de la imagen más allá de lo que se comprende. Por eso, porque en el gran poema de Octavio Paz, “Piedra de Sol”, las primeras imágenes rompen con el plano de lo tangible, lo comprobable:

preceden a “Piedra de Sol”, poema incomprendido al principio por la original arquitectura que encarna, por el hibridismo entre crónica histórica y deseo amoroso, atemporal. Silvestre Manuel Hernández6, estudioso de Paz, argumenta sobre “Piedra de Sol”: Esta obra versa sobre la mujer y sobre México, a partir de la mezcla de cuerpo-mujer-otredad-transparencia-escritura, que posibilita el lenguaje poético. En él, el poeta conjuga la unidad esencial del mundo y lo prístino de la palabra; el mundo visible por el cuerpo de la mujer: cuerpo de luz y roca de sol. Ante el mundo como forma, equilibrio y desequilibrio de proporciones, sencillez de lo esencial, Octavio Paz busca lo significativo, esa entidad más allá del tiempo, ese algo vuelto representación una y más veces en un proceso o progreso hacia la eternidad desde el presente de su aparecer y su nombramiento.

un sauce de cristal, un chopo de agua, un alto surtidor que el viento arquea, un árbol bien plantado mas danzante.

Ese algo significativo que llegó sin querer. El propio autor le confiesa a su amiga Poniatowska7:

Debido a ello, en los tiempos de la aparición del poema, no tardaron en surgir entre las filas de los críticos, retractores. Víctor Manuel Mendiola escribe en el último libro que se ha publicado sobre el tema, El surrealismo de Piedra de Sol, entre peras y manzanas5 , que hubo una guerra en contra del texto, que incluso en las revistas Estaciones y Metáfora, se podía leer:

Empecé a escribir este poema a principios de 1956. No tenía plan, no sabía lo que quería escribir. “Piedra de Sol” se inició como un automatismo –y he ahí su filiación directa con el surrealismo–. Las primeras estrofas las escribía como si, literalmente, alguien me las dictara. Lo más extraño es que los endecasílabos brotaban naturalmente y que la sintaxis y, aun la lógica, eran relativamente normales […] De pronto sobrevino una interrupción: había escrito unos treinta versos y no pude seguir. Salí al extranjero por dos semanas. Y a mi regreso, al releer lo escrito, sentí la necesidad de continuar el texto. Volví a escribir con extraña facilidad. Pero en esa ocasión intenté utilizar la corriente verbal y orientarla un poco. Poco a poco, el poema se fue haciendo, me fui dando cuenta de hacia dónde iba el texto. Fue un caso de colaboración entre lo que llamamos inconsciente, y que para mí es la verdadera inspiración, y la conciencia crítica y racional.

El dialecto ególatra de don Octavio Paz persiste en sus delirios y mariguanadas. Escribe “un sauce de cristal, un chopo de agua”. No, señor, ¿en qué cabeza caben esas comparaciones? Un sauce no puede ser de cristal ni un chopo puede ser de agua porque están hechos, como es obvio, de madera.

Fueron, hasta cierto punto, naturales estas reacciones. Sin embargo, ya Ezra Poud había ordenado a los poetas de su época: Make it new! En América Latina, ni tardos ni perezosos, se dieron a esa tarea. Vicente Huidobro con Altazor, Neruda con Alturas de Macchu Picchu, Juan Ramón Jiménez con Espacio y, sobre todo, José Gorostiza con Muerte sin fin, son ejemplo de novedad, de incursión, de imágenes creacionistas, reflexivas, surrealistas en poemas de largo aliento. Todas estas obras

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Mendiola, Víctor Manuel, El surrealismo de Piedra de Sol, entre peras y manzanas, FCE, México, DF, 2014, p. 65.

El 28 de septiembre de 1957, Octavio Paz saca a la luz “Piedra de Sol”. Cincuenta años después, hoy, el Fondo de Cultura Económica publica el facsimilar de la primera edición del poema

En “Historia, tiempo y lenguaje de Piedra de Sol”, http://fuenteshumanisticas.azc.uam.mx/revistas/46/46_05.pdf, consultado el 27 de marzo de 2014. 7 Las palabras del árbol, Op. Cit., p. 63. 6

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en la colección Tezontle, que estuvo a cargo de Alí Chumacero. Se tiraron 300 ejemplares numerados y firmados por el autor. Lo interesante de esta primera publicación es que al final se incluye una nota de Paz que es retirada en las reimpresiones. Allí, el poeta aclara que en la portada del libro aparece la cifra 585 escrita con el sistema maya de numeración; y asimismo, los signos mexicanos correspondientes al día 4 Olín (movimiento) y al día 4 Ehécatl (viento) figuran al principio y fin del poema. Este se compone por 584 endecasílabos (los seis últimos no se cuentan por ser idénticos a los primeros). El número de versos es igual al de la revolución sinódica de Venus. También para los antiguos mexicanos cada 584 días Venus se conjuntaba con el Sol, anunciando el fin de un ciclo y el principio de otro. La dualidad del planeta Venus también es destacada, ya que aparece dos veces al día, como Estrella de la Mañana (Phosphorus) y como Estrella de la Tarde (Hesperus)8. He ahí la génesis de un texto que para muchos es el más grande de la producción paciana, aunque Víctor Manuel Mendiola no piense así. Con todo, se trata de un poema donde las obsesiones y la temática del autor alcanzan su punto más álgido. Carlos Ricarte advierte que es un poema de madurez que marca el fin de un ciclo y abre otro. Todas las partes del poema son una. Yuxtaposición, composición y acumulación: un río, el río árbol, el árbol uno, el poema. Gracias a su forma cíclica, no hay puntos finales, sino comas y dos puntos; el doble espacio marca el silencio. De tal modo que el tiempo del mito se manifiesta. No estamos frente a la idea del tiempo occidental, el tiempo de la historia, el que escriben los triunfadores de la sangre y el fuego, el tiempo con principio y fin, con juicio final, sino de cara a otro tiempo primigenio, el de los contadores de historias y su pensamiento mágico que podían entender que los minutos se detuvieran, que el pasado, el presente y el futuro convergieran en una sola mirada, en un instante que se apresa, en un nombre que se pronuncia para ser el de todos. Nada más profundo que la piel de esa idea, que la revelación oscura de la identidad del modo en que nuestros antepasados viven y entienden el universo. Una forma que escapa al acero de los sables, a la pólvora de los cañones, a las bengalas de los batallones de los militares, a la presión del Fondo Monetario Internacional. He ahí nuestra fuerza.

Ricarte, Carlos, “Piedra de Sol de Octavio Paz”, Periódico de Poesía, http://www.periodicodepoesia.unam.mx/index. php?option=com_content&task=view&id=444&Itemid=81, consultado el 27 de marzo de 2014. 8

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“Piedra de Sol” también es treinta y tres estrofas. Principio y fin se confunden. Se empieza con minúscula, se acaba con minúscula: el eterno retorno. El símbolo del antiguo calendario del sol azteca: “Piedra de Sol” es la imagen del fluir del tiempo, va hacia delante como hacia atrás, hacia fuera y al origen. Pero también se puede interpretar como el fluir detenido, tiempo petrificado y luz hecha piedra. El poema, dijo Paz en una entrevista, “en apariencia es autobiográfico; en realidad es la biografía de una generación marcada por ciertas ideas, como la guerra civil española.” Asimismo es una meditación sobre la memoria, un salvamento de la misma mediante el acto de escribir y, sobre todo, es un canto al amor y a la mujer, porque el amor fundamenta el mundo9: amar es combatir, si dos se besan, el mundo cambia. Esa es la transfiguración que cruza el instante y así apela al universo en esa obra, lo fija, lo vuelve material sensible y eterno: fuego de sol, inviolabilidad de piedra. Palabra transparente y dura.

III. Meridiano bosque La segunda gran etapa de la poesía de Octavio Paz reúne los textos escritos después de 1969, en los años más difíciles que sortearía el poeta a raíz de su renuncia como embajador en la India. Un quiebre que refina su estilo puesto que los libros futuros tendrían ya el toque de una voz formada, de una corriente alterna de pensamiento y lirismo que daría pie a Ladera Este (1969), Vuelta (19691975), donde se pueden leer grandes poemas largos como “Petrificada petrificante” y “Nocturno de San Ildefonso”. Otro libro no menos citado ni revisado para comprender mejor a Paz es Pasado en claro (1974), así como Árbol adentro (1976-1988), Ladera este y Figuras y figuraciones (1991-1994), de la mano de su segunda esposa, Marie Jo. Son más los críticos que aseguran que éste es el mejor momento del poeta, ya que luego de los experimentos de Salamandra (1962), Blanco (1966) y Topopoemas (1971) en donde el talento de Paz sube y baja como la marea, la poesía del autor toma el cauce que lo consagraría ahora sí definitivamente.

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Íbidem.

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Aunada a su intensa labor poética, la del ensayista no se quedó atrás. Tampoco la del promotor cultural, la del intelectual comprometido con la política. Con los años, la crítica dejaría de ser el eje del pensamiento de Paz, según algunos, para convertirse en una cercanía sospechosa, para otros, con el poder. Guillermo Sheridan trata de explicarlo así10:

Una de las grandes ideas de Paz es tocar la raíz de lo que somos mediante la palabra poética, entrar en trance y obtener revelaciones. La poesía, como un saber oscuro, nos acerca a la hondura de la muerte, a su belleza de mariposa herida. Hay soledad, sí, en los poemas de Paz, hay una nostalgia del paraíso perdido pero recobrado durante la conmoción del instante que es imagen poética, musicalidad de letanías, oración que consuela, mantras en los que el mundo recupera su centro o bien, obtura su devenir en la periferia. Así lo dice el poema “Vrindaban”11: Rodeado de noche follaje inmenso de rumores grandes cortinas impalpables hálitos escribo me detengo (…) jardines serenísimos Yo era un árbol y hablaba estaba cubierto de hojas y ojos Yo era el murmullo que avanza el enjambre de imágenes (ahora trazo unos cuantos signos crispados negro sobre blanco diminuto jardín de letras a la luz de una lámpara plantado)

“Octavio Paz es un personaje con demasiado peso. Es la suya, como dice Alejandro Rossi, una vida de “incesante tensión”. Más que un poeta, un crítico y un maestro del pensamiento, para bien y para mal, Paz es nuestra primera referencia para entender las vicisitudes intelectuales –las razones y pasiones– del pasado siglo mexicano. Para bien, porque las vivió a fondo, de manera independiente, con libertad crítica y pasión escritural; para mal, porque esa voracidad decepcionó cierta tendencia nacional a las certidumbres hospitalarias, una molicie intelectual que intentó con sistema reducir su rica interlocución a un antagonismo comodino. El resultado ha sido una estática latosa que, aún hoy, en ocasiones, permite evadir la responsabilidad de leer a Paz con una libertad crítica equivalente a la que él se exigió”.

Cierto o no, los pasos que se oyen como se oye llover, las visiones de los jardines en la India con metáforas y sinestesias magistrales, la piedra de San Idelfonso o bien la memoria de un pasado que le permite al poeta entrado en edad reconocerse a sí mismo siempre en medio de árboles imaginarios que crecen en sus mitopeyas, serán ingredientes irrenunciables de un trabajo que marcó la pauta en Iberoamérica. La influencia del autor de “No pasarán” es indudable. Son muchas y muchos los que toman sus enseñanzas como rasero de lo que se entiende por poesía actualmente. Me refiero al manejo de la imagen, a la plasticidad de las ideas, al ritmo anafórico, a las aliteraciones que danzan en los poemas del Nobel. La poeta Dolores Castro dice que la poesía es salvar el instante. Siguiendo, por otro lado, los versos de Luis Cernuda, una de las grandes presencias españolas que iluminaron la experiencia de Octavio Paz: “He venido para ver a la muerte y su graciosa red de cazar mariposas”, quizá por ello escribía poesía el joven criado en Mixcoac, porque según él mismo, la verdadera biografía de un poeta no está en los sucesos de su vida sino en sus poemas donde el instante se torna aleph, puesto que sólo multiplicado exponencialmente puede caber en las dos manos y sujetarse. 10

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Sheridan, Guillermo, Poeta con paisaje, ensayos sobre la vida de Octavio Paz, Era, México, DF, 2004, p.12.

Es f ácil perderse en la poesía de Octavio Paz, pero también reconocer paralelos, esquinas, frondas y seres de piedra. Hay muchos tiempos, hay un yo poético reinventándose constantemente, una voz cuyo canto se eleva en la tormenta de un siglo que se fue permaneciendo en el segundo del segundo que es la eternidad de la obra de un poeta, un gran poeta. Alma Karla Sandoval Arizabalo

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Poema publicado en Ladera Este, escrito durante su estancia como embajador de la India. Nota del editor.

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Bibliografía Mendiola, Víctor Manuel, El surrealismo de Piedra de Sol, entre peras y manzanas, FCE, México, DF, 2014. Pacheco, José Emilio, “Águila o sol”, Proceso, edición especial, No. 44, marzo 2014. Poniatowska, Elena, Las palabras del árbol, Plaza y Janés, México, DF, 1998. Ricarte, Carlos, “Piedra de Sol de Octavio Paz”, Periódico de Poesía, http://www.periodicodepoesia.unam.mx/ index.php?option=com_content&task=view&id=444&Itemid=81, consultado el 27 de marzo de 2014.

REYES Y REINOS DE PAZ O DE LA CONVERSACIÓN ENTRE LAS GENERACIONES

Royo M., Amelia, “Octavio Paz: del texto al metatexto”, Centro Virtual Cervantes, Thesaurus. Tomo XLVIII, No. 1, 1993, p. 94. http://cvc.cervantes.es/lengua/thesaurus/pdf/48/TH_48_001_100_0.pdf, consultado el 26 de marzo de 2014. Busca a tu complementario que marcha siempre contigo y suele ser tu contrario. Antonio Machado

Sheridan, Guillermo, Poeta con paisaje, ensayos sobre la vida de Octavio Paz, Era, México, DF, 2004.

A Gabriel Zaid en sus 80

E

l 26 de julio de 1949, (exactamente cuatro años antes del asalto al cuartel Moncada en Cuba), en París, el segundo secretario de la embajada de México en Francia, envía una carta firmada en esa fecha. Esta carta estaba destinada, curiosamente, a quien también fungió como segundo secretario en la misma representación diplomática, sólo que en 1914, justo treinta y cinco años antes. Los mismos treinta y cinco años de edad que el remitente tenía en ese momento. El destinatario había iniciado su carrera en la diplomacia por las mismas fechas del nacimiento del remitente. Y los destinos entrecruzados se empezaron a tejer en una compleja urdimbre de amistad, discipulado y creciente admiración. Al principio, claro está, del joven por el viejo, pero muy pronto la admiración fue mutua y profunda. Esta amistad que duró aproximadamente veinticinco años, contados desde las primeras lecturas de la obra de Alfonso Reyes que hizo Octavio Paz cuando era estudiante de preparatoria en San Ildefonso, y que se mantuvo hasta la muerte

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del maestro y amigo a fines de 1959. Cinco lustros de amistad que fructificaron, para nuestra fortuna, no sólo en la tierra fértil de la cultura mexicana sino en la de todo el orbe. Entre los corresponsales mediaban también cinco lustros entre sus respectivas fechas de nacimiento. Octavio Paz había nacido a finales de marzo de 1914. Alfonso Reyes nació a mediados de mayo de 1889. Estos veinticinco años de diferencia entre las respectivas experiencias de vida, representaban un poderoso acicate para el entusiasta remitente, que se extiende en sus misivas para solicitar la orientación del maestro y el apoyo del amigo, con el fin de lograr publicar algunos libros que, tras varios fallidos intentos, no encontraban lugar en ninguna casa editorial. Este intercambio epistolar nos brinda abundantes pistas en torno a las vidas de dos de los más importantes caudillos culturales del siglo XX mexicano: Alfonso Reyes, el destinatario de la carta, quien fue el escritor más destacado en la primera mitad y Octavio Paz, el remitente, que sin duda fue la figura señera en la segunda mitad del mencionado siglo. Los dos son, también, miembros emblemáticos de sus respectivas generaciones. Reyes, de la generación del Ateneo, o generación 1885, si atendemos a la fecha de nacimiento de sus miembros, esto es, de los nacidos en el quindenio que va de 1878 a 1892, y Paz, de la generación del Taller, o generación 1915, es decir, de los nacidos en los quince años transcurridos entre 1908 a 1922. Siete años antes y siete después del año central de nacimiento de cada generación11. Octavio Paz está consciente de seguir los pasos de su maestro y amigo. Sabe de la importancia estratégica de recibir los beneficios de su generosa amistad y certera guía. Alfonso Reyes, a su vez, había conocido los esfuerzos del adolescente a través de la revista estudiantil titulada Barandal, y posteriormente de la revista Taller, a la que incluso ayudaría en la publicación de un número, en un momento de apuros económicos del joven editor, con un préstamo en efectivo que se volvería poco después un obsequio por parte de don Alfonso.

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Cf. www.humanistas.org.mx

El sexagenario maestro entiende que su joven discípulo depende de su orientación, no sólo en el oficio de la diplomacia, sino también en tejer una urdimbre de amistades intelectuales afines en la Francia de sus amores. Pero sobre todo, el maestro se siente complacido de acompañar la lenta pero también vigorosa maduración de una obra. Reyes decide estar presente en la evolución intelectual de un espíritu excepcional, el espíritu de Octavio Paz, como lo califica certero Gabriel Zaid en un memorable ensayo con ese mismo título, publicado por El Colegio Nacional12. Octavio Paz era, en 1949, un joven diplomático en funciones de segundo secretario en la embajada de México en Francia, tenía 35 años de edad y había iniciado su trabajo en el servicio exterior mexicano apenas cinco años antes, cuando viajó a los Estados Unidos, a fines de 1943, al obtener la beca Guggenheim, para la que contó con el consejo y apoyo de Alfonso Reyes. Al siguiente año, Paz se inició como empleado eventual en el servicio consular mexicano en San Francisco, California, y, a partir de octubre de 1944, recibe su primer nombramiento de canciller de tercera en la rama consular. En agosto de 1945 es promovido a canciller de segunda y se le ordena trasladarse a Nueva York. En octubre del mismo año, el secretario de Relaciones Exteriores, el doctor Francisco Castillo Nájera, que fue canciller durante la administración del presidente Manuel Ávila Camacho, el “general caballero” –el último de los generales de la Revolución–, amigo cercano del padre del poeta, lo promueve a tercer secretario, pero ahora de la rama diplomática. Al mismo tiempo, le ordena trasladarse al París de la posguerra. La ciudad luz, en ese momento en penumbras, al final de la contienda bélica, no era precisamente una fiesta sino que reflejaba entre la devastación material y los dolidos sobrevivientes, los terribles estragos de la recién terminada Segunda Guerra Mundial. Paz llega allí el 9 de diciembre de 1945. Sus rápidos ascensos en la carrera diplomática continúan cuando en el gobierno entrante del presidente Miguel Alemán (1946-1952), es nombrado nuevo canciller el también poeta Jaime Torres Bodet, miembro destacado de la generación 1900, esto es, de los nacidos entre 1883 y 1907, generación intermedia entre las de Reyes y Paz. Jaime Torres Bodet conocía al joven diplomático desde la época de la revista Contemporáneos, que dio nombre a su generación. El canciller estaba enterado de la precoz inteligencia y buen desempeño en el trabajo diplomático de Octavio Paz, por lo que lo asciende a segundo secretario, a partir de mayo de 1947, conservándolo en la misma sede.

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Cf. www.colegionacional.org.mx

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Paz escribe dirigiéndose siempre a don Alfonso Reyes con admiración y respeto. Su maestro y amigo tenía 60 años en aquel entonces y había concluido exitosamente, diez años antes, en 1939, su larga carrera diplomática. Pero Alfonso Reyes también había conseguido consolidar recientemente su figura intelectual en México, logrando ser reconocido como “profeta en su tierra”, después de una ausencia de casi veinticinco años y, sobre todo, de ser hijo de quien era ya que pesaba sobre su persona el estigma de su padre como enemigo de la Revolución y del régimen emanado de ella. Parte de ese reconocimiento para don Alfonso Reyes fue su nombramiento como presidente fundador de El Colegio de México (1940), y miembro fundador en El Colegio Nacional (1943); también se le otorgó el Premio Nacional de Literatura (1945). Estas altas distinciones fueron cosechadas tras una larga ausencia del país, de poco más de cinco lustros, y eran justa recompensa a una obra resultado de toda una vida de infatigable trabajo. El punto principal, aunque no el único, de la misiva de Octavio Paz del 26 de julio de 1949 era agradecer las variadas gestiones que Alfonso Reyes, en esa fecha presidente de El Colegio de México, había realizado con Daniel Cosío Villegas, director del Fondo de Cultura Económica, a fin de lograr la publicación, en la colección Tezontle, de la primera edición de Libertad bajo palabra (1949). En este poemario se retrata la maduración de la conciencia creadora de su autor, quien lo calificó muchos años después –en entrevista con Anthony Stanton– como su verdadero primer libro, a pesar de tener ya seis títulos juveniles publicados previamente. Luna silvestre (1933), No pasarán (1936), Raíz del hombre (1937), Bajo tu clara sombra (1937), Entre la piedra y la flor (1941), A la orilla del mundo (1942). Libertad bajo palabra (1949) fue su verdadero primer libro, entre otras razones, por la entusiasta respuesta que obtuvo dicha publicación de la más granada crítica del momento. Diversos y prestigiados escritores reseñaron positivamente la obra, escritores extranjeros de la talla de Gabriela Mistral, Julio Cortázar y José Bianco, y nacionales, como los poetas Enrique González Martínez y Xavier Villaurrutia, entre otros. El reconocimiento otorgado a Octavio Paz por esta publicación, queda de manifiesto en la notable entrevista que Anthony Stanton realizó con el poeta y que se publicó en el número 145 de la revista Vuelta (diciembre de 1988). Así también, como en la espléndida presentación del Epistolario (1939 a 1959) preparado por Stanton y publicado en 1998 por el Fondo de Cultura Económica y la Fundación Octavio Paz, un poco antes de la muerte del poeta.

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Debo reconocer y agradecer públicamente esta luminosa publicación, porque esclarece la relación de discipulado entre dos personajes clave que conforman una tradición del pensamiento humanista mexicano, una tradición resultado de la conversación entre las generaciones. Dicho esclarecimiento resulta de gran utilidad para todo aquel interesado en ahondar en la relación de amistad entre Alfonso Reyes y los reinos creadores de Paz. Asimismo, nos sirve para establecer las necesarias simpatías y diferencias entre ambos personajes fundamentales de la cultura mexicana. Libertad bajo palabra (1949) es concebido por su autor como una especie de “diario ideal que retratase y reflejase la evolución y la maduración de un espíritu y una conciencia.” Este compendio de poemas cernido por la autocrítica del autor, nos refleja el movimiento y maduración de su mente creadora y toma la forma de un libro con una arquitectura que en sus divisiones espaciales, refleja la corriente temporal de una dimensión poética, la del espacio de la lectura del mundo en sus variadas expresiones. Pero además del agradecimiento a Reyes por su valiosa ayuda para la publicación de Libertad bajo palabra, dicha carta (la vigésima cuarta en el epistolario compilado por Stanton) contiene también un breve pero profundamente certero retrato psicológico en dos pinceladas, que también es un reconocimiento al sabio mentor. Dice Paz: “Es cierto, aparte de lo que le debemos todos como aprendices de literatos y poetas, su mejor lección ha sido su incapacidad para el rencor y la envidia”. (Stanton, 1998, 97) Vale la pena detenernos en la aguda descripción del temple espiritual de don Alfonso descrito en ese par de precisas pinceladas psicológicas trazadas por Paz. Ni la rabia ni el ánimo de venganza por el asesinato de su padre, ni la envidia que desfigura y obnubila el entendimiento, ninguna de estas emociones perturbadoras fueron presencias resentidas en el espíritu y en la obra de Reyes. Por el contrario, su temple apolíneo, su convicción de héroe trágico, su cultivo del orden y la amabilidad, su comprensión paciente y enseñanza generosa fueron virtudes que definieron a Reyes entre las que destaca la más poderosa: su amable cortesía, fundada en una infatigable fortaleza humanista. Fue también, sin duda, la más difícil disciplina que don Alfonso practicó constantemente y que transmitió a sus innumerables pupilos y lectores en obras diversas, pero en particular en una, tan breve como sustanciosa, titulada Cartilla moral. A partir de la mejor lección recibida, y señalada con gran agudeza por Octavio Paz, Stanton resume el carácter de Reyes a través de una penetrante glosa de la Oración del 9 de febrero: “Aquí morí 35


yo y volví a nacer... Todo lo que salga de mí en bien o en mal será imputable a ese amargo día... Dejé enterrados los resortes de la agresión y la ambición”, escribe Reyes en ese texto que tardó diecisiete años en fraguar, y que guardó en un cajón y lo mantuvo inédito, dejando instrucciones para ser publicado después de su muerte. “Fiel a la ley de la tragedia griega, –dice Stanton– Reyes cree que la única manera de desterrar la violencia y el peligro del caos destructor es a través de una catarsis sacrificial, de un exorcismo. Resultado: el orden, la mesura y el equilibrio serán los valores de su conducta y los parámetros de su obra de creación.” Lo que he llamado más arriba su carácter apolíneo que se expresa en un soneto titulado Oración del 9 de febrero. (Reyes, 1981, 146) ¿En qué rincón del tiempo nos aguardas, desde qué pliegue de la luz nos miras? ¿Adónde estás, varón de siete llagas, sangre manando en la mitad del día? Febrero de Caín y de metralla: humean los cadáveres en pilas. Los estribos y riendas olvidabas y, Cristo-militar, te nos morías... Desde entonces mi noche tiene voces, huésped mi soledad, gusto mi llanto. Y si seguí viviendo desde entonces es porque en mí te llevo, en mí te salvo, y me hago adelantar como a empellones, en el af án de poseerte tanto.

Y qué duda cabe sino estar de acuerdo con lo expresado recientemente por Christopher Domínguez en Letras libres (sep. 2013) “La Oración del 9 de febrero, (1930), de Alfonso Reyes, es una de las piezas más perfectas y conmovedoras en la historia de la prosa hispanoamericana”. Me permitiría señalar que también es una de las piezas más perfectas y conmovedoras de la poesía de nuestra lengua, por el ensayo que se resume y resuena en las imágenes poéticas y el argumento del soneto. En contraste con la visión del padre evocado con imágenes de Aquiles y Alejandro y de César y de otros capitanes, ilustres por las armas y algunas veces también por la prudencia, que se mani36

fiesta en los escritos íntimos de Alfonso Reyes, para Octavio Paz, la figura paterna significa una dolorosa ausencia con la que nunca pudo hablar, ausencia cotidiana y confusa en la niñez y adolescencia. Curiosamente, la herencia espiritual es indiscutible, pues la filiación entre Octavio Paz Solórzano (el güero Paz, como le decían los zapatistas que lo conocieron) y Octavio Paz Lozano, es la del hijo poeta que hereda el espíritu del padre, también poeta pero de la práctica revolucionaria, del espíritu libertario. El 8 de marzo de 1936 muere Octavio Paz Solórzano, el padre ausente, en un trágico accidente ferroviario en la estación Los Reyes - La Paz, en el Estado de México. En dos poemas célebres, el poeta presenta la imagen del padre despedazado en ese trágico –y no del todo esclarecido– accidente ferroviario. En el poema titulado “Mis palabras”, publicado en el libro Pasado en claro (1975, 27), dice en un multicitado fragmento: Del vómito a la sed, atado al potro del alcohol, mi padre iba y venía entre las llamas. Por los durmientes y los rieles de una estación de moscas y de polvo una tarde juntamos sus pedazos. Yo nunca pude hablar con él. Lo encuentro ahora en sueños, esa borrosa patria de los muertos. Hablamos siempre de otras cosas.

De la conversación onírica con los muertos, se pasa a la crónica del instante sin tiempo de los vivos en perenne agonía, cuando los últimos momentos de la vida de su padre se entremezclan con la experiencia traumática de recoger sus despojos. El poema se titula “A la mitad de esta frase...” y se incluye en el libro Vuelta (1976, 35) publicado justamente cuarenta años después del aciago suceso. Reproduzco un fragmento. No estoy en el crucero: Elegir es equivocarse. Estoy

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en la mitad de esta frase. ¿Hacia dónde me lleva? Retumba de tumbo en tumbo, hechos y fechas mi nacicaída calendario que se desmiembra por las concavidades de mi memoria. Soy el costal de mis sombras. Declive hacia los senos fláccidos de mi madre. Colinas arrugadas, lavadas lavas, llano de llanto, yantar de salitre. Dos obreros abren el hoyo. Desmoronada boca de ladrillo y cemento. Aparece la caja desencajada: entre tablones hendidos el sombrero gris perla, el par de zapatos, el traje negro de abogado. Huesos, trapos, botones: montón de polvo súbito a los pies de la luz. Fría, no usada luz, casi dormida, luz de la madrugada recién bajada del monte, pastora de los muertos. Lo que fue mi padre cabe en este saco de lona que un obrero me tiende mientras mi madre se persigna.

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la visión se disipa:

Antes de terminarse

estoy en la mitad, colgado en una jaula, colgado en una imagen. El origen se aleja el fin se desvanece.

Octavio Paz recuerda otro hecho importante de ese año ingrato, en el que las fechas luctuosas quedan entrelazadas entre nuestros poetas huérfanos a la misma edad. El 8 de marzo es justo un mes después del 9 de febrero, aunque por supuesto, veintitrés años más tarde. Los mismos veintitrés años que Octavio Paz tenía cuando sucede la muerte de su padre. Octavio Paz mismo apunta el hecho de rehusar graduarse y convertirse en abogado como su padre. En 1936 abandoné los estudios universitarios y la casa familiar. Fue mi primera salida. Aunque terminé mi educación universitaria, me rehusé a presentar la tesis. Me negué a convertirme en abogado. Yo sólo quería ser un poeta y, aunque parezca extraño, un revolucionario.

Esta declaración final del poeta de “aunque parezca extraño”, representa, a mi discutible parecer, una reconciliación filial del niño profundamente resentido con la ausencia paterna. El hijo perdona y se reconcilia con el espíritu revolucionario del padre muerto. Cabe señalar también el desdén con el que el universitario Octavio Paz Lozano rechaza su graduación. El anarquismo aprendido en las tempranas lecturas con su amigo de la secundaria, José Bosch, y aprendido también del ejemplo congruente de su padre anarquista y agrarista, se traduce en un singular acto de rebeldía ante la educación universitaria escolarizada y la dolorosa pérdida de su padre. El hijo se niega a convertirse en abogado, pero en cambio se asume como poeta y también como revolucionario. La semilla paterna florece y fructifica en el poeta libertario. Las semejanzas, pero sobre todo, las diferencias ante la muerte de sus respectivos padres son profundas. Por un lado, el general Bernardo Reyes, exitoso político y destacado militar, presidenciable incluso en las postrimerías del porfirismo, figura trágica del político y militar que encabeza el golpe de estado contra el presidente Madero, acción urdida por los dioses que destruyen lo que quieren favorecer, acción trágica del destino que les cuesta la vida a Bernardo Reyes y a

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Francisco I. Madero. Los dos contendientes principales muertos y el inicio de una cruenta etapa bélica, ése fue el caso del general Bernardo Reyes, padre de Alfonso Reyes. Por el lado de Octavio Paz, la figura paterna es la del revolucionario agrarista, congruente con sus convicciones zapatistas. Estas diferencias quedan de manifiesto en la sensibilidad filial de los poetas, no sólo por la edad, esto es, pertenecer a distintas generaciones, sino precisamente por las diferencias profundas de la sensibilidad vital de sus respectivas generaciones, expresadas en las afinidades del amor filial. Los dos son hijos de un padre político, uno, partidario del antiguo régimen, el otro, revolucionario anarquista. Los dos enfrentan la experiencia casi a la misma edad, entre los veintitrés Paz y los veinticuatro años, Reyes, y en cada uno se marca una ruptura, una necesidad inaplazable de tomar distancia con lo sucedido. A mediados de 1959, el poeta visita en la Capilla Alfonsina a un Alfonso Reyes visiblemente fatigado, esa noche es la víspera de la salida de Octavio Paz a París. Don Alfonso presiente también su próxima partida de este mundo, por lo que previene a su visitante, entre una y otra toma de oxígeno y con la sobria embriaguez del momento: “Quizá no volvamos a conversar, ya me queda poco tiempo aquí”. Efectivamente, no volvieron a verse, pues Reyes murió los últimos días de ese año, al amanecer del 27 de diciembre de 1959. Pero la conversación continuó por el resto de la vida de Octavio Paz, quien con frecuencia conversaba con su maestro y amigo, escuchándolo con los ojos, a través de esa otra forma de diálogo que es la lectura. Octavio Paz recuerda el amor profesado por Reyes al lenguaje, cuando rememora a su maestro tras enterarse de su muerte por un telegrama enviado por Manuel Calvillo (secretario del fallecido escritor). Octavio Paz, como resultado de la noticia, escribe un texto titulado “El jinete del aire”, fechado en París el 4 de enero de 1960, donde sobresalen el amor de Reyes por el lenguaje y también sus amores por la forma, la libertad creadora y la vida. El amor de Reyes al lenguaje, a sus problemas y sus misterios es algo más que un ejemplo: es un milagro. Pocas veces vi a Reyes tan lúcido, tan claro y relampagueante, tan osado y tan reticente y, en una palabra, tan vivo, como aquella noche en que me hablara, entre una y otra toma de oxígeno, de las delicias y los peligros de Licofrón y Gracián... El amor, los amores de Reyes, eran distintos: amor a la forma, amor a la vida. La forma es la encarnación de la vida, el instante en que la vida pacta consigo misma... Reyes el enamorado de la mesura y la proporción, hombre para el que todo, inclusive la acción y la pasión, debería resolverse en equilibrio, sabía que estamos rodeados de caos y silencio... Su amor por la cultura helénica, reverso de su indiferencia ante el cristianismo, fue algo más que una inclinación intelectual...

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La literatura griega no le reveló una filosofía, una moral, un “deber ser”, sino al ser mismo en su marea, en su ritmo alternativamente creador y destructor... Reyes escribió una y otra vez que la tragedia es la forma más alta y perfecta de la poesía, porque en ella la desmesura encuentra al fin su tensa medida y, así, se purifica y redime. La pasión es creadora cuando encuentra su forma. Para Reyes la forma no era una envoltura ni una medida abstracta sino el instante de reconciliación en el que la discordia se transforma en armonía. El verdadero nombre de esta armonía es libertad: la fatalidad deja de ser una imposición exterior para convertirse en aceptación íntima y voluntaria... Estas ideas dispersas en muchas páginas y libros de Reyes, son la sangre invisible que anima su obra poética más perfecta: Ifigenia cruel... una de las obras más perfectas y complejas de la poesía moderna hispano americana... A Reyes la erudición no lo paralizó porque se defendió con un arma invencible: el humor. Reírse de sí mismo, reírse de su propio saber... Reyes no fue hombre de partido, no lo fascinó el número ni la fuerza; no creyó en los jefes; no publicó adhesiones ruidosas; no renegó de su pasado; de su pensamiento y de su obra; no se confesó; no practicó la “autocrítica”; no se convirtió. Y así, sus indecisiones y hasta sus debilidades –porque las tuvo– se convirtieron en fortaleza y alimentaron su libertad. Este hombre tolerante y afable vivió y murió como un heterodoxo, fuera de todas las iglesias y partidos. (J. W. Robb, 1996, 148-158).

Para hablar sobre Octavio Paz, podemos repetir al pie de la letra lo que él admiraba y decía de sus maestros, Reyes el poeta y Ortega el ensayista, por ejemplo, podemos decir: ... que (Paz) este hombre tolerante y afable vivió y murió como un heterodoxo, fuera de todas las iglesias y partidos. (Robb, 1996). Decir que (Paz) fue un verdadero ensayista, tal vez el más grande de nuestra lengua: es decir, fue maestro de un género que no tolera las simplificaciones de la sinopsis. El ensayista tiene que ser diverso, penetrante, agudo, novedoso y dominar el arte difícil de los puntos suspensivos. No agota su tema, no compila ni sistematiza; explora... La prosa del ensayo fluye viva, nunca en línea recta, equidistante siempre de los dos extremos que sin cesar la acechan: el tratado y el aforismo. Dos formas de la congelación. (Vuelta 48, dic. 1980, 31).

Si no hay más educación que el ejemplo, el magisterio de Reyes es precisamente el de ponernos el ejemplo de un incansable amor por el lenguaje, ese cambiante Proteo de las ideas. El amor de Paz por el lenguaje, más que un ejemplo heredado de su maestro Alfonso Reyes, es una imagen guía del que marcha siempre con nosotros y suele ser nuestro contrario. Ese otro, que somos nosotros mismos en el espejo de la conciencia, y que fue, en el poeta Octavio Paz, todo un programa

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de vida. Una forma de hacer el mundo y una forma de ser en el mundo. El ejemplo de la vida y la obra de Paz es todo un milagro. El milagro que está enfrente de nuestras narices y no obstante, no todos logramos ver. El milagro de reconocer y agradecer que Octavio Paz y Alfonso Reyes, espíritus excepcionales, estén y continúen estando entre nosotros. Braulio Hornedo Rocha

A LA IZQUIERDA DE PAZ Bibliografía Paz, Octavio y Stanton, Anthony, Genealogía de un libro, Revista Vuelta 145, diciembre de 1988. Paz, Octavio, Pasado en claro, Fondo de Cultura Económica, 1985, México. Paz, Octavio, Vuelta, Seix Barral, 1976, Barcelona. Paz, Octavio, José Ortega y Gasset el cómo y el para qué. Revista Vuelta 49, diciembre de 1980. Reyes, Alfonso, Constancia poética, Obras completas X, Fondo de Cultura Económica, México, 1981. Robb, James W (comp.) Más páginas sobre Alfonso Reyes, Octavio Paz, El jinete del aire. Vol. III, Primera parte, El Colegio Nacional, México. Stanton, Anthony, Correspondencia. Alfonso Reyes - Octavio Paz (1939-1959). Fondo de Cultura Económica, Fundación Octavio Paz, México. Zaid, Gabriel, Un espíritu excepcional, Memoria, El Colegio Nacional, 1998. http://www.colegionacional.org.mx/SACSCMS/XStatic/colegionacional/template/pdf/1998/35%20-%20 Gabriel%20Zaid_%20Un%20espiritu%20excepcional.pdf Consultado 25 de octubre de 2013.

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o quiero hacerme bolas con la historia de las ideologías pero sí recordar que el concepto de “socialismo utópico” nació en 1623 con Tomás Moro en su libro La ciudad del Sol. Marx y Engels convierten ese concepto en “socialismo científico”, en su libro El manifiesto comunista, de 1848, para después escribir El capital, en 1867. Luego vendría la revolución rusa, entre febrero y octubre de 1917, con que nace el concepto de socialismo para definir a un estado por el lado de la izquierda. De ahí surgen todas las izquierdas y las guerras ideológicas de los pensadores en México. Todo esto para decir algo muy simple: Octavio Paz viene de esas ideas, de esos conceptos, de ese humanismo, como se le llamaba en el Renacimiento a los conceptos de los derechos civiles del hombre. No es gratuita su declaración en entrevista: Nací con la izquierda. Me eduqué en el culto a la Revolución Francesa y al liberalismo mexicano. En mi juventud hice mía la gran y prometeica tentativa comunista por cambiar el mundo. La idea revolucionaria fue y es un proyecto muy generoso. Mis afinidades intelectuales y morales, mi vida misma e incluso mis críticas, son parte de la tradición de izquierda. No olvide que lo que llamamos izquierda, comenzó en el siglo XVIII como un pensamiento crítico…

Octavio Paz, en su respuesta llevaba implícita los nacimientos de tantas izquierdas: del comunismo y el socialismo al anarquismo, el maoísmo, el anarquismo, la socialdemocracia y las derivaciones de agrupaciones donde late la izquierda: sindicalismo, feminismo, ecologismo, pacifismo, laicismo, teología de la liberación, los movimientos homosexuales y de lesbianas y un largo etcétera.

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No duda en aceptarse de izquierda cuando declara: No he sido ni soy más incómodo que León Trotski. El revolucionario ruso nunca dejó de ser de izquierda y, sin embargo, fue visto como un verdadero demonio. No oso compararme con Trotski sino que subrayo, con su ejemplo, la incapacidad que ha demostrado la izquierda para soportar a sus críticos.

Octavio Paz fue de los primeros en criticar a la Unión Soviética y a Cuba, pero al mismo tiempo ejercía una ácida crítica a los capitalismos occidentales. Eso, cuando los comunistas del mundo cerraban filas en torno a los crímenes de Josef Stalin. En un viaje a la actual Rusia, tuve oportunidad de estar en un gulag en la ciudad de Perm. Escribí las siguientes líneas: Me espera un gulag, de esos donde meten a prisión el “peligroso” pensamiento del hombre. Camino a la frontera con Siberia, por donde pasa el transiberiano, entre los abetos de Las tres hermanas de Chéjov — por allá se escribió la obra—, llegas a un paradisiaco lugar que resguarda uno de los horrores que solemos edificar los seres humanos: el único “campo de trabajo correctivo” que queda en toda Rusia, por fortuna en forma de museo. Aunque en la era de Putin nadie quiere recordar los crímenes de Stalin, venir de turismo extremo es un suplicio necesario si quieres lavar un poco la conciencia del mundo. Ir en verano tiene su ventaja: verde por doquier, ríos y lagos a raudales. Pero en invierno es el infierno, gélido. El día que fui había dos jóvenes alemanes, en sus motos. Venían de Berlín. Me dijeron: “Conocemos Auschwitz. Nos comentaron que esto era similar…” Las palabras nunca alcanzan para una descripción del lugar por el que Stalin fue calificado así por el poeta Osip Mandelstam, sentenciado a muerte por 16 versitos: “Para él, cada muerte es como una golosina/ y caben muchas en su ancho torso de osetio”.

Funcionó como gulag apenas hasta 1987. Gorbachov lo mandó cerrar. Por iniciativa civil de exprisioneros e historiadores, el museo abrió sus puertas para quienes se atrevan a visitarlo. Estremecimiento es lo menos que te provoca: con mis manos alcanzaba las paredes de una prisión donde castigaban a pensadores y escritores disidentes. Sin baño. Afuera, apenas cinco metros cuadrados de rejas de acero para tomar el sol diez minutos del día. Los jóvenes alemanes, amables, me decían que —visualmente—, no hay una gran diferencia con el campo de concentración nazi: cercos por doquier, cinco rejas, de la prisión a la calle. Aquí nunca nadie pudo es-

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capar. Entre 1930 y 1956 murieron 1,606,148 personas en estos gulags a donde Dios no volteó un segundo. Los crímenes son universales. Arribar es participar de la bella naturaleza que despierta los sentidos, pero entrar a este museo conocido como “Perm 36”, es descubrir que nada es cierto sobre los conceptos de libertad e ideas de progreso. Todo discurso es una mentira: la celda es una prueba irrefutable. Mandelstam escribió: “Estamos vivos, pero ya no sentimos la tierra que pisamos”. Hasta hoy, el gobierno de Putin no brinda un rublo a esta asociación civil para vergüenza del mundo... Octavio Paz denunció los gulags en los años donde el comunismo se resguardaba de las críticas del capitalismo. Decía en entrevista (no se entendería sin la pregunta del reportero): —Es su libro Tiempo nublado da la impresión de que justifica a Estados Unidos y sataniza a la Unión Soviética. Habla del primero como hegemonía y de la URSS como “imperialismo arcaico”. —Uso esas dos palabras porque deseo ser un poco más exacto… Hasta donde se puede serlo en esta materia. —¿Y por qué hegemonía y no imperialismo? —Las palabras respetables de la tierra—socialismo, libertad, democracia—, han sido con frecuencia mal empleadas. Prefiero hegemonía para describir el imperialismo norteamericano porque, como todos los imperialismos modernos, tiene características distintas a las del antiguo imperialismo. En estos últimos lo militar, lo económico y lo ideológico estaban unidos. La expansión de los Estados Unidos ha sido, en su origen, de orden económico, subsidariamente militar y nunca, excepto negativamente, ideológico. Por eso hablo de hegemonía. El imperialismo clásico implica casi siempre la dominación territorial directa, o indirecta. Ejemplos: Ukrania y Afganistán como ocupación directa, Polonia y Checoslovaquia, como indirecta. Además, el imperialismo clásico era una dominación a un tiempo política, militar, ideológica y económica. Todos esos elementos se dan en la dominación rusa. Llamo arcaico a ese imperialismo porque me recuerda a los del pasado, antes de la Era Moderna. Los españoles conquistan América e imponen el catolicismo y la monarquía; los musulmanes conquistan medio mundo e imponen su fe allí donde incursionan. El ruso es un imperialismo de ese tipo.

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Ni así, ni explicado, acepta la izquierda a Octavio Paz, que criticó a Julio Cortázar en su apoyo a Nicaragua, a Gabriel García Márquez en su disposición hacia la Cuba de Fidel Castro, o a Pablo Neruda con la Unión Soviética, o a Jorge Luis Borges en su conservadurismo. Como la famosa disputa con Carlos Monsiváis sobre la izquierda y la derecha en el mundo. Monsiváis fue el único mexicano con quien Paz tuvo confrontación, con ideas y razones. El poeta autor de un poema con tinte de izquierda, escrito en 1937 durante la guerra civil española: Elegía a un compañero muerto en el frente de Aragón: Has muerto, camarada, en el ardiente amanecer del mundo. Has muerto cuando apenas tu mundo, nuestro mundo, amanecía. Llevabas en los ojos, en el pecho, tras el gesto implacable de la boca, un claro sonreír, un alba pura.

Contesta Paz: —Es un poema de juventud. Tal vez fue un error estético, aunque no reniego del impulso que me llevó a escribirlo. Por eso lo he incluido en el volumen que reúne mis obras poéticas. Por otra parte, mis poemas responden (o corresponden) a ciertas circunstancias de mi vida y esas circunstancias, a veces, está teñidas de política. La poesía nace de la sociedad y está hecha con palabras que son el alma de la sociedad. Si hay algo colectivo en el hombre, es el lenguaje: una propiedad común. Es natural que un poema que está hecho de palabras tenga que ver con las pasiones colectivas, con las situaciones colectivas.

Me podría seguir con innumerables ejemplos de que Octavio Paz siempre quiso estar cerca de la izquierda sin dejar de ser crítico. Como él mismo lo dice: —Siempre creí—y creo—, que mi interlocutor natural era el intelectual llamado de izquierda… Es tonto y mezquino llamarme anticomunista. Tonto porque no me define; mezquino porque se me quiere reducir a un anti… No quiero ni puedo definirme… Sólo soy un poeta.

II Pero no me crean a mí, que siempre dudo de todo. Por eso recurro a un libro, Las guerras culturales de Octavio Paz, de Armando González Torres, en el que se sintetiza el pensamiento político del poeta y ensayista. Los socialismos en Europa del Este, hoy desmantelados. Las guerras en Centroamérica, hoy pacificadas, con los matices propios de la historia que camina. El concepto de democracia en constante evolución, con procesos electorales, reformas constitucionales y participación ciudadana. Nunca Octavio Paz tuvo mayor presencia en la arena política que en los años 70 y 80, en la era de las transformaciones de un país que había quedado rezagado sobre los movimientos internacionales de la economía, el concepto de nacionalización, las libertades y la democracia, donde una izquierda había quedado presa del dogmatismo y el estatismo. No había una izquierda, eran demasiadas, siguen siendo muchas y lo vemos en las disputas por el poder aún hoy. Eso es lo que le ha impedido a México tener un presidente de un partido de la izquierda. (Digo esto y recuerdo la teoría del péndulo del reloj que explicaba que el PRI —el antiguo PRI—, tuvo alguna vez un pensamiento de izquierda. Pero ese no es el tema hoy). Octavio Paz insistió en la necesidad de un Estado menos centralista, con mayor liberalización de la economía. Limpieza en los procesos electorales. Apertura de la economía a nivel internacional. Romper las trabas burocráticas contra el mercado. La izquierda tradicional empezó a levantar las cejas. El nacionalismo despertó como dinosaurio que nos impide crecer y competir en el orden internacional. En automático Octavio Paz fue tachado de “liberal” y “reaccionario”. Eso, cuando se caía el bloque socialista de Europa del Este. Cuando las guerras en Centroamérica levantaban las armas en Nicaragua y El Salvador. Cuando Fidel Castro seguía gobernando en aparente calma a pesar del bloqueo de los Estados Unidos y, de repente, se quedó sin el apoyo de la Unión Soviética. Octavio Paz simplemente impulsaba una modernización de la economía acorde a los movimientos internacionales o México quedaría fuera del mercado. La nacionalización se encerró en el pensamiento de la izquierda, casi como la frase de David Alfaro Siqueiros sobre el muralismo mexicano: “No hay más ruta que la nuestra”. Surgen cuajado de ilusiones las revoluciones en Centroamérica: El Salvador y Nicaragua, un encanto utópico roto en menos de 10 años. Hoy ya sabemos lo que es Nicaragua con el sandinista

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Daniel Ortega. Nadie le perdonó a Paz cuando señaló en Frankfurt que Nicaragua había quedado atrapada en la órbita prosoviética—igual que Cuba. Y exigía respeto a las libertades y elecciones inmediatas. Nadie le hizo caso. Al contrario, lo condenaron los partidos de izquierda y la intelectualidad de la izquierda. Y un 11 de octubre de 1984 su efigie fue quemada en una manifestación en la Embajada de los Estados Unidos, muy cerca de donde vivía el poeta, en Reforma 369. Paz se convirtió en el enemigo de la izquierda, después de que fue tan admirado por su acercamiento a los estudiantes del 68, cuando renunció a la Embajada de México en la India, por aquellos muertos en Tlatelolco, de los que escribe en su poema, Intermitencias del oeste: La vergüenza es ira vuelta contra uno mismo:

si una nación entera se avergüenza es león que se agazapa para saltar. (Los empleados municipales lavan la sangre en la Plaza de los Sacrificios.)

Nadie perdona a Octavio Paz su apoyo a Carlos Salinas de Gortari. Eso rompió toda relación con la izquierda aglutinada en la figura de Cuauhtémoc Cárdenas. Si guardó distancia con Luis Echeverría y José López Portillo, y con Miguel de la Madrid Hurtado fue benevolente, se abrió de capa del lado de Salinas de Gortari. Eso, cuando en la Unión Soviética Gorbachov impulsaba la perestroika y la revolución pacífica en los países socialistas de Europa del Este. Del populismo de la antigua izquierda al bando modernizador, Octavio Paz prefirió la contemporaneidad. Y se hizo el patriarca indiscutible de la cultura mexicana. Hasta que cayó el bloque socialista Octavio Paz tuvo un af án reivindicador a sus posiciones últimas. Su libro Pequeña crónica de grandes días fue considerado por una gran parte de la izquierda como el fin de un Octavio Paz que claudica, que se lía con la derecha conservadora del mundo. Hasta que recibió el Premio Nobel de la Paz, en 1990. Carlos Monsiváis, en su libro prácticamente desconocido Adonde yo soy tú somos nosotros. Octavio Paz: crónica de vida y obra, escribe:

Luego de un tiempo, se admite la validez de los señalamientos de Paz y de otros escritores y analistas políticos. Al cerco imperialista, los sandinistas y, sobre todo, el castrismo responden con torpeza y furia autoritaria, lo que se agrava en el caso de Cuba, con la longevidad de la dictadura. Y esto debilita la causa de la izquierda... Las discrepancias, por numerosas y significativas que sean, no impiden en lo más mínimo el diálogo que persiste en su obra y en la voluntad de gozo y comprensión de los lectores.

No sé qué más decir sobre el escritor por el que el partido en el poder, el PRI, lo quiso siempre de su lado, y la derecha del PAN se desvive por tener a un ideólogo conservador de su parte. Partidos a los que Octavio Paz criticó ampliamente (“nuestra actitud nos atrajo la doble enemistad de los jerarcas del PRI y de los intelectuales de izquierda, los primeros empeñados en defender el statu quo, los segundos empecinados en un programa revolucionario”). La izquierda no quiere al intelectual de izquierda, más cerca de la socialdemocracia que del viejo comunismo o socialismo de principios del siglo XX. Al eterno defensor de la democracia y los derechos civiles. Ojo, utilizo por primera vez en este texto la palabra socialdemocracia para definir el pensamiento de Octavio Paz: un hombre a favor del aborto, de la causa de las mujeres y los movimientos homosexuales, del ecologismo, causas de la izquierda en un moderado de izquierda, nada radical, muy lejos del levantamiento zapatista en Chiapas, al mando del subcomandante Marcos, en 1994. El expresidente francés, Francois Mitterand, dijo al entregarle el premio Alexis de Tocqueville, el 22 de junio de 1989: Se atiene Paz a una reflexión sobre la escritura y sobre el mundo libre. Se niega a las explicaciones terminantes, a las interpretaciones simplistas. Eterno enemigo de las casualidades estrictas, cuando se trata de reconocer lo esencial prefiere entregarse a la reflexión de las correspondencias y los ritmos. Comprometido, pero no incorporado a ningún regimiento, solidario también, afirma que es posible estar con el hombre que se revela sin adherirse a una verdad oficial ni renunciar tampoco a ninguna de las armas de la crítica, y ése es el aspecto que más me complace en la práctica cotidiana de nuestra República Francesa. Por su espíritu libre y generoso, por la exigencia constante y rigurosa que ha manifestado siempre, me siento feliz de entregarle el premio de la fundación Tocqueville…

Las conclusiones las tienen los lectores. Braulio Peralta

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Bibliografía González Torres, Armando, Las guerras culturales de Octavio Paz, Editorial Colibrí, México, 2002. Monsiváis, Carlos, Adonde yo soy tú somos nosotros. Octavio Paz: crónica de vida y obra, Editorial Raya en el agua, México, 2000. Peralta, Braulio, El poeta en su tierra. Diálogos con Octavio Paz, Editorial Grijalbo, México, 1996.

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