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Se puede hablar del lenguaje?

» Por rAúl lóPez gArCíA

Educador de museos, especialista en divulgación sobre evolución humana (Grupo Evento)

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Lenguaje humano y comunicación animal

Todos los seres vivos viven en un continuo intercambio de información con el medio en el que habitan. Existen sistemas de comunicación utilizados por ciertos animales que alcanzan un nivel de complejidad extraordinario. Solo tenemos que pensar en las abejas, los delfines, los chimpancés, por ejemplo, para darnos cuenta de la gran variedad de sistemas complejos de comunicación que existen. Sin embargo, el lenguaje humano constituye un sistema de comunicación único y excepcional. La raíz de su exclusividad se encuentra en su estructura, es decir, en su doble articulación. El que esté articulado significa que está formado por unidades menores que podemos distinguir y reutilizar. Pero nuestro lenguaje está doblemente articulado y eso es debido a que esta articulación se da en dos niveles.

En un primer nivel, lo podemos dividir en unidades más pequeñas que siguen manteniendo un significado. Por ejemplo, la frase: “Mi amigo está intranquilo” puede ser dividida en oraciones (1), en sintagmas (2), en palabras (3) y en monemas (4), y cada una de estas unidades sigue manteniendo su significado.

(1) Mi amigo está intranquilo. 1 oración. (2) Mi amigo / está intranquilo. 2 sintagmas. (3) Mi / amigo / está / intranquilo. 4 palabras. (4) Mi / amig/o/ est/á/ in/tranquil/o. 8 monemas.

La combinación adecuada de estas unidades nos permite formar expresiones y mensajes, de acuerdo con unas reglas previamente establecidas. Por ejemplo, al monema amig-, que significa: ‘persona a la que tenemos afecto’, le tenemos que añadir unos determinados monemas según la información que queramos aportar: a (femenino singular), as (femenino plural), o (masculino singular), os (masculino plural).

En un segundo nivel, el lenguaje se puede dividir en unidades que no tienen significado, los fonemas, es decir, los sonidos que cada lengua emplea. Es la combinación correcta de los fonemas la que forma las unidades con significado del primer nivel.

M/i/ a/m/i/g/o/ e/s/t/á/ i/n/t/r/a/n/k/i/l/o. 21 fonemas.

Si cada sonido que emitiésemos tuviera un significado, o bien nos limitaríamos a transmitir un número muy reducido de mensajes, escaso para desarrollar un lenguaje complejo, o bien tendríamos que ser capaces de generar una enorme cantidad de sonidos diferentes, lo que complica y ralentiza la comunicación. Sin embargo, gracias a que nuestros sonidos no tienen significado, el lenguaje es económico: con un número finito de fonemas (sonidos), combinados entre sí, se pueden formar infinitas palabras, y con las palabras, un número infinito de expresiones y mensajes. Siguiendo con el ejemplo anterior, somos capaces de pronunciar la frase “Mi amigo está intranquilo” utilizando únicamente doce fonemas o sonidos diferentes: /m/,/i/,/a/,/g/,/o/,/e/,/s/,/t/,/n/,/r/, /k/,/l/. Además, con estos mismos doce fonemas podemos emitir una cantidad ilimitada de mensajes diferentes, ¿se animan a probar?: “La mesa está rota, él tiene mi regla, riego los tiestos…”.

La doble articulación de nuestro lenguaje nos ha permitido jugar con las palabras, hablar en futuro y en pasado, inventar, imaginar, soñar… e incluso crear arte.

Orígenes del lenguaje

El éxito del lenguaje demuestra la importancia de la evolución como grupo. Se podría decir que el lenguaje nos ha hecho humanos. El lenguaje y el pensamiento están íntimamente relacionados. Pensamos con palabras. La palabra constituye nuestra forma de expresar nuestra relación con el mundo. El origen del lenguaje siempre ha despertado mucho interés porque en el fondo estamos buscando el origen de la mente humana. Desde hace décadas, muchos científicos han intentado encontrarlo, incluso hubo momentos en los que se determinó que era imposible llegar a saberlo. Sin embargo, actualmente la búsqueda del origen del lenguaje continúa siendo una investigación de vanguardia.

El gran problema es que a las palabras se las lleva el viento. Los expertos han planteado una gran diversidad de teorías para explicar cómo surgió el lenguaje: por imitación de los sonidos naturales, a partir de expresiones de emoción, como resultado de actividades en grupo, tales como el trabajo o la danza, a partir de sonidos básicos que podrían acompañar a los gestos… No existe un acuerdo general, quizás sean todas teorías complementarias. Todavía nos queda un largo camino por recorrer en este campo.

Aunque actualmente no sabemos cómo fueron las primeras palabras, podemos intentar descubrir cuándo se empezó a hablar, porque en este caso disponemos de pistas físicas: los fósiles y el ADN.

El ADN

Los humanos poseemos un cerebro lingüístico, estamos programados para hablar. En nuestro ADN existen dos mutaciones en el gen FOXP2, que se creían exclusivas del Homo sapiens y que están íntimamente relacionadas con el lenguaje. Sin embargo, recientemente se ha descubierto que también los neandertales tenían esas mismas dos mutaciones, una evidencia que los acerca más a la posibilidad de hablar, pero que no lo confirma. Esto es así porque, aunque el gen FOXP2 interviene directamente en el desarrollo de los sistemas neuronales que posibilitan el lenguaje, también sabemos que posee otras funciones. Además, los genes actúan siempre de manera interrelacionada, por lo que la respuesta no se encuentra en un único gen.

Los fósiles

Para investigar la capacidad lingüística de nuestros antepasados, analizaremos aquellos elementos que intervienen en el lenguaje: los que producen los sonidos (aparato vocal), los que los reciben (oído) y los que los procesan (cerebro).

Gen: partícula de material genético que, junto con otras, se halla dispuesta en un orden fijo a lo largo de un cromosoma, y que determina la aparición de los caracteres hereditarios en los seres vivos.

Producción de sonidos

Al principio, los científicos se centraron en reconstruir la garganta de las especies fósiles, porque hasta hace poco se pensaba que la capacidad humana para hablar residía en la posición más baja de nuestra laringe en comparación con la de los primates. Como la laringe es un cartílago y no fosiliza, se estudiaron los huesos que se encuentran cerca de la garganta y cuya forma es exclusiva de los humanos: la base del cráneo y el hioides. A pesar de su escasez en el registro fósil, se pudo comprobar que, mientras los australopitecos tenían una base del cráneo y un hioides semejantes a los del chimpancé, tanto los neandertales como los preneandertales poseían una base del cráneo y un hioides bastante parecidos a los nuestros. De esta forma, quedaban demostradas sus capacidades para hablar.

Hueso hioides.

© Museo de la Evolución Humana, Junta de Castilla y León.

Sin embargo, un estudio reciente ha descubierto que los macacos, a pesar de tener una garganta diferente a la nuestra, poseen también la capacidad anatómica de hablar y, sin embargo, no lo hacen. Por lo tanto, la forma de la garganta no es determinante para hablar. Tiene que haber algo más que lo posibilite.

El cerebro

Áreas de Broca y

Wernicke. © Museo de la Evolución Humana, Junta de Castilla y León

El cerebro no fosiliza, pero el cráneo sí. Su parte interna, el endocráneo, guarda la memoria del cerebro que protegió en su interior. Este negativo del cerebro ha posibilitado el estudio del grado de desarrollo de las dos principales áreas cerebrales que están relacionadas con el habla: el área de Broca y el área de Wernicke. Sin embargo, recientemente se ha comprobado que estas mismas áreas están vinculadas también con la fabricación de herramientas. Por lo tanto, no se pueden utilizar como prueba concluyente del uso del lenguaje. Además, aunque estas áreas estén especializadas, no están aisladas; las adyacentes también forman parte de nuestra capacidad para hablar, escuchar y procesar. Nuestro cerebro funciona como un todo, como un conjunto dotado de una enorme plasticidad.

El oído

El oído actúa como un filtro acústico, amplificando determinadas frecuencias y extinguiendo otras. Por lo tanto, aunque podamos emitir una enorme diversidad de sonidos, es el oído el que determina la cantidad de los que llegan al cerebro. Funciona como la banda ancha de los ordenadores. Cuanto mayor sea el ancho de banda, mayor es la cantidad de sonidos que se pueden procesar y más rápido se transmite la información. Según sean las dimensiones del oído y la morfología de sus estructuras anatómicas, tendrá mayor o menor longitud de banda. Anteriormente vimos que los macacos y, seguramente los chimpancés, poseen la capacidad anatómica para hablar, pero no lo hacen porque les resulta innecesario; puesto que, aunque lo hicieran, su ancho de banda es pequeño, solo un reducido número de frecuencias serían transmitidas al cerebro, lo que haría imposible la generación de un lenguaje complejo. Los humanos tenemos un 43 % más de

ancho de banda que los chimpancés, y esta amplitud polifónica nos ha permitido hablar.

Podemos llegar a saber también las diferentes amplitudes de banda de nuestros antepasados, puesto que el oído fosiliza. El problema vuelve a ser la escasez del registro fósil, pero gracias al yacimiento de la Sima de los Huesos (España), se ha podido recuperar un juego completo de huesecillos del oído medio: yunque, martillo y estribo, además de varios cráneos con las cavidades del oído intactas. Mediante TAC se reconstruyeron y se midieron todas las estructuras de oído interno, y gracias a los modelos mecánicos de los ingenieros de telecomunicaciones se ha podido descubrir que los preneandertales poseían un 30 % más de ancho de banda que los chimpancés. ¿Es suficiente para hablar? Sabemos que nuestros teléfonos de cable están creados con el ancho de banda mínimo para transmitir una conversación humana. Curiosamente, este ancho es superior al de los chimpancés y se sitúa por debajo del encontrado en los preneandertales. Por lo tanto, podemos afirmar que su oído estaba adaptado a transmitir un lenguaje articulado complejo, y la razón más lógica de la existencia de este oído es que esta especie hablaba.

Posteriormente se hicieron estudios sobre el ancho de banda de los australopitecos. Se descubrió que solo es un 3,67 % mayor que el de los chimpancés, lo que les imposibilitaría desarrollar un lenguaje complejo. Sabemos, por lo tanto, que el origen del lenguaje se sitúa en un punto entre el género de los australopitecos (entre 4,2 a 1,8 Ma) y la especie humana de los preneandertales (600.000 a 160.000 años). Por el momento no podemos precisar más, a la espera de nuevos fósiles que nos lo permitan. Pero, por fin, ahora disponemos de una vía de investigación determinante y eficaz para poder encontrar este origen, en la que destaca la participación del equipo de Atapuerca. Hemos descubierto que la capacidad de hablar se encuentra en la capacidad de escuchar.

tac: tomografía axial computarizada.

» Bermúdez de Castro, J. M. et al., Hijos de un tiempo perdido, Barcelona,

Planeta, 2004. » Carbonel, E. y Sala, R., Planeta humano, Barcelona, Península, 2000. » Martínez Mendizábal, I., Conferencia: “Escuchar nos hizo humanos”, 2017. Disponible en: https://youtu.be/o3LEWodocRs » Puente Ferreras, A., Los orígenes del lenguaje, Madrid, Alianza, 2006. » Rosas González, A., Los neandertales, Madrid, La Catarata, 2010.

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