te nombro animal desapareces en ti me hago aire duro a veces te toco vas cosido a mí de adentro hacia afuera o voy cosido a ti sin que nos demos cuenta te olvido animal apareces María Auxiliadora Balladares, “animal”
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uentan las cartas cruzadas, los diarios íntimos y los diversos relatos de contemporáneos que en 1862, después del suicidio de su pareja, el pintor inglés Dante Gabriel Rossetti decidió mudarse a una casa alejada del centro de Londres. Preparó su jardín como si fuera su último hogar y comenzó a rodearse de animales exóticos: lechuzas, armadillos, conejos, lirones, un mapache, pavos reales, loros, marmotas, una salamandra japonesa, dos burros, un pequeño toro de Brahaman y un vombátido australiano; ellos eran sus convivientes, sus mascotas y sus amigos.1 La anécdota podría ser espectacular y sorprendente si no intentásemos Lawrence Mazzeno y Ronald Morrison (ed.), Animals in Victorian literature and culture, Londres, Palgrave Macmillan, 2017, p. 218. 1
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