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crecimiento del derecho de los animales
1introducción: lA irruPción del derecho de los AnimAles. el origen del crecimiento del derecho de los AnimAles
Europa ha evolucionado hacia una sociedad cada día más urbana, como casi todos los países occidentales. Las poblaciones rurales son ahora más exiguas y muy envejecidas, y en muchos casos hay incluso riesgo de exclusión social debido a las precarias condiciones de vida y a los escasos ingresos de los que dependen. En definitiva, el campo ha perdido gran parte de su peso frente a la urbe y ello, inevitablemente, se ha traducido en nuevas corrientes y el creciente empuje de nuevas sensibilidades. Paralelamente existe un distanciamiento de la realidad rural.
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Hoy 4955 municipios españoles tienen menos de 1000 habitantes empadronados; 2652 localidades de la España rural languidecen con menos de 500 habitantes. Teruel, parte de Guadalajara, Soria, parte de Zaragoza… han sido bautizadas como la “Siberia española”. Tienen índices de 1,63 habitantes por kilómetro cuadrado, e incluso menos, lo que equivale a densidades de población como las de Laponia o Siberia, las regiones menos pobladas de Europa. Madrid capital ha pasado de 599.887 habitantes en 1910 a 3.305.408 en la actualidad. En contraposición Castilla-La Mancha y Castilla y León tienen la misma población que en 1900 más de un siglo después. A la par, el peso político, económico y social de este conglomerado rural es, igualmente, menor.
El éxodo que empezó en los años cincuenta y sesenta en España se cronificó y agudizó en las décadas siguientes. Actualmente atenaza la pervivencia de miles de pueblos de una España que demográficamente agoniza, y con ello los recursos, la cultura y las oportunidades de esa parte del país en la que vivieron nuestros padres. A la contra, las grandes urbes como Zaragoza, Sevilla, Valencia, Madrid o Barcelona ven incrementar sus censos y su perímetro. La
España urbana (en el mismo proceso de envejecimiento, por cierto) se come a la España rural. Y, a la par, impone sus dogmas.
Este fenómeno ha dado lugar a que los sociólogos hablen de “demotanasia”, “desierto geográfico” o “etnocidio silencioso”: “Media España está biológicamente muerta y condenada a su inmediata extinción”, refería un experto en una reciente publicación. Es el caso de comarcas como Molina de Aragón o Campo de Montiel, que paulatinamente ven cómo sus cascos urbanos quedan vacíos. Solo en Villanueva de la Fuente (Ciudad Real), me comentaba un exalcalde que, durante su mandato, se declararon en su casco urbano cerca de seiscientos expedientes de ruina. El presidente de la Comunidad de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, dijo no hace mucho que “cada vez somos menos y más viejos”. Sergio del Molino, en La España vacía, se hace eco de la información de que el ochenta por ciento de la población vive ya en grandes ciudades. El resto ocupa un inmenso territorio vacío. Si además cogemos los censos de población de cualquiera de estos pueblos, veremos que la línea de tendencia que marca la despoblación en el gráfico, es hasta hoy y desde hace décadas, un fenómeno imparable.
La despoblación rural y el desarrollo de las grandes ciudades tienen mucho que ver con el crecimiento inexorable de fenómenos como el animalismo y ciertos movimientos que han llevado a la creación de un nuevo cuerpo del derecho que podríamos denominar “derecho de los animales”. Los lazos con el agro se han roto. Las autovías y la mejora de las comunicaciones han acortado las distancias, pero han hecho visible a gran parte de esta población que fuera de los pueblos existe otro mundo y que en él las oportunidades son, aparentemente al menos, mayores: el éxodo continúa de manera incontenible.
Cuando la generación de nuestros padres y la nuestra no estén, el hilo conductor con los pueblos desaparecerá para gran parte de la población. De ahí que la mayoría de las ciudades tenga la capacidad de imponer los nuevos credos sociales a la minoría social del campo, menos dinámica, mucho más envejecida y tradicionalmente aislada. La media de edad en la España rural supera con creces la de las ciudades, y con ello su capacidad para comunicar y reivindicar sus necesidades.